Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
A propósito del armado de unas charlas y talleres, en los últimos días he vuelto
a pensar en la relación que tiene el juego con otras disciplinas o campos, por
ejemplo el arte o la literatura. Lo primero que se me viene a la mente cuando me
interno en estos temas es un libro, que seguro conocen, La frontera indómita,
de Graciela Montes, que ha sido para mí un libro-maestro. Qué otra cosa hacer
que simplemente abrir el libro en cualquier parte, por ejemplo en el capítulo
llamado “Juegos para la lectura”, y leer. Qué más se puede agregar a lo que está
dicho allí y cómo ser capaz de decirlo de mejor modo. Y sobre todo: por qué
intentar decirlo de nuevo.
En ese libro están desplegadas muchas ideas que han inspirado mi tarea diaria
como directora del Museo del Juguete de San Isidro2 y el trabajo con mis
alumnos y alumnas que serán maestros o recreólogos. En consonancia con
ellas, concibo al juego como una práctica emparentada a ciertas expresiones
del arte, como un espacio de desabroche, de desclasamiento, un territorio que
no es de aquí ni es de allá; en definitiva, una frontera –indómita- dice Montes,
donde se vuelve posible lo que en otros sitios no es posible, donde la audacia se
resignifica y lo que se hace, todo lo que se hace, es gratuito, es no utilitario. El
juego vendría a ser esa partícula de tiempo y de espacio que nos da la chance,
como si fuésemos anarquitectos improvisados pero asertivos, de abrir boquetes
en la realidad y redefinir la perspectiva desde donde mirar de nuevo todo.
Estamos en el mundo, pero de otra forma. En ese texto está también
impecablemente expresado el problema del reduccionismo al que los
psicólogos han condenado al juego forzándolo a ser mera estrategia de
crecimiento, una suerte de instructivo de funcionamiento mental, un plan
minucioso para lograr un desarrollo predecible.
“1977 fue el año en que sentí la Dictadura en el cuerpo aunque sólo lo supe más
tarde, al volverme adulta. El colegio al que yo iba fue intervenido, las maestras
más queridas exoneradas, los libros más estimulantes prohibidos y la biblioteca
cerrada. El mundo se contrajo a su mínima expresión: pobreza de palabras,
pobreza de imágenes, pobreza de ilusiones. Pequeños pequeñísimos, mis
compañeros y yo asistimos indefensos a esa desaparición.
Pero mientras el mundo que veníamos teniendo nos era escamoteado, apareció
un amigo. Se trataba de un álbum de figuritas, se llamaba Vida y Color y no era
como los demás: sus figuras eran grandes, coloridas y exóticas. Ningún Manual
del Alumno Bonaerense era capaz de estimular el ojo y la imaginación como
podían hacerlo esos rectángulos mágicos y policromos, que mostraban la
explosión del átomo, las mariposas, el hombre emú, Nefertiti, la mujer italiana,
las frutas y los pájaros, el color de la luna o del lirio. Y a lo largo de aquel año
aciago esas figuritas fueron tema de conversación, agigantaron nuestras
pupilas, llenaron los bolsillos de nuestros guardapolvos y nos trajeron el mundo
de vuelta. En los recreos, en medio de la clase, sobre las baldosas del patio
exponíamos los numerosos lotes y el universo entero con su intensidad, su
maravilla y su promesa intacta se desplegaba ante nosotros.”
Entonces…¿cómo se construye ese borde entre ese “otro mundo” y la vida. Qué
tan otro mundo es el juego, qué tan definida es la frontera, qué tan indómita,
qué tan permeable, franqueable o soluble. ¿Esa frontera permite que los
elementos de juego y mundo circulen en ambas direcciones?
Pero siempre hay un diálogo entre juego y realidad externa al juego. A veces es
un diálogo de iguales, pero otras es un diálogo entre diferentes, incluso entre
opuestos. Cuanto más opuestos más interesante el juego, porque quiere decir
que la combinatoria de los elementos del juego es más libre. Una cosa es que
una nena juegue con una cocinita rosa a cocinar y alimentar a sus hijos y otra
que esa misma niña juegue a ser superhéroe o a ser varón o simplemente elija
andar en bicicleta por el barrio y no se ajuste a las expectativas de jugar con
muñecas.
¿Acaso estas preguntas no son también válidas para pensar la relación entre
escuela y literatura?
Notas
[1] Este artículo es una reescritura de una charla que di en Filbita 2015.
[2] Fui directora del MJSI desde su apertura hasta diciembre de 2015. Antes fui
curadora y junto con las autoridades del área de cultura, co-creadora e ideóloga
del mismo.
[3] Esa maestra se llama María Rosa Lobartini, vive en Pringles, el pueblo donde
nací y fui a la escuela. El libro es de Ernesto Camilli, quien estuvo prohibido
durante la Dictadura por otro de sus libros: “El sol albañil”.
Anuncios