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Cambiando balas
por libros
(Experiencias de Lectura en el Ghetto)

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© Gustavo Andrés Gutiérrez, 2018


biblioghetto@gmail.com
Calle 73a # 1j-23, Cali

Diseño de cubierta y diagramación:


Book and Play Studio, 2018
bap-studio.com
Oscar Abril Ortiz
Alejandro Amaya Rubiano

Primera edición:
Octubre de 2018

ISBN 13: 978-958-48-4670-9

Impreso por:
Impros Ltda.

Impreso en Colombia. Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente,


sin el previo permiso escrito del editor o de los titulares del copyright.
© Todos los derechos reservados.

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CONTENIDO

Una fuerza civil


PRÓLOGO 6
Mario Mendoza

Cambiando balas por libros


INTRODUCCIÓN 10
Gustavo Gutiérrez

1. Trincheras de esperanza 21

2. Luchando con las palabra


antes que con las armas 115

3. Primero un escritor que un sicario 203

4. Huellas urbanas 225

5. Agradecimientos 281

6. Fotografías 287

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PRÓLOGO

Una fuerza civil


Mario Mendoza

La tarde estaba soleada y nos encontramos en Cali con los jó-


venes de Biblioghetto para ir a conocer su proyecto. Ya nos ha-
bíamos carteado un par de veces con Gustavo, su fundador, y
le había prometido una visita a su barrio a echarle un vistazo al
trabajo que estaban realizando allí. Y por fin el momento había
llegado.
La sorpresa fue mayúscula.
Con las uñas, un grupo de amigos decidió que no podía
dejar a su comunidad sin el derecho a leer y escribir. Increíble.
Nadie les dijo, nadie los adoctrinó, nadie les explicó la impor-
tancia de la lectura y la escritura en el desarrollo de la concien-
cia crítica, de la democracia participativa. Ellos solos se fueron

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encontrando alrededor de un puñado de libros, de unas cuantas


páginas, de unos autores que les movieron el piso, que los cues-
tionaron, que les mostraron nuevos caminos. Y sin aspavientos
de ninguna clase, sin protagonismos insulsos, empezaron a tra-
bajar con sus vecinos, con los niños, con los hermanos y los pa-
dres de esos niños.
Sobra decir que no es una zona fácil. Mucha violencia, mu-
cho desplazado por los conflictos en Buenaventura y el Chocó,
muchas ollas de droga en las calles vecinas. Sin embargo, sobre-
poniéndose, apretando la mandíbula cuando las cosas se ponían
feas, fueron conquistando un espacio, una confianza entre los
suyos, un respeto. Y lograron que los libros estuvieran allí, que
hicieran parte de la cotidianidad de la gente, su gente.
Habilitaron una antigua caseta abandonada donde algu-
nos drogadictos de la zona se reunían a meter bazuco, pusieron
allí dos bibliotecas metálicas, cinco libros, dos carteleras, col-
garon el nombre de un escritor para darse a sí mismos un poco
de fuerza, y un buen día decidieron que ese sería el inicio del
sueño, el pequeño rincón desde el cual empezarían la resisten-
cia. A pocas cuadras está el basurero y varios de los recicladores
viven colindando con los escombros. No hay con qué pintar, no
hay cómo ampliar la caseta, ninguna autoridad local ha querido
unirse al proyecto y defender ese espacio mágico, ese cuadrado
donde este combo de soñadores se reúne a leer con los chiquitos
del sector. No importa. Ellos continúan igual leyendo en voz alta
para esos enanos, hablándoles de gigantes, continentes remotos
y aventuras extraordinarias. Saben que algún día la imagina-
ción derrotará la pobreza circundante. Saben que algún día to-
dos ellos vivirán no en la Comuna 6, sino en el planeta B 612 del
Principito.

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P r ó l o g o

No tengo sino palabras de admiración para ellos. Sólo me


inspiran respeto. Porque el primer paso es quejarse, maldecir,
decir que todo está mal, que el mundo es una porquería, que esta
sociedad en la que nos tocó vivir es una inmundicia. Luego, al-
gunos, deciden intentar un cambio por medio del voto democrá-
tico y acuden a las urnas para elegir a personas más conscientes
y menos incapaces. Pero tampoco es suficiente. Las maquinarias
de los partidos operan muy bien y uno se da cuenta, con enorme
dolor, de que la democracia está viciada. Entonces, unos pocos,
muy pocos, descubren que estamos solos y que el único modo de
cambiar el mundo es haciéndolo nosotros mismos aquí y ahora.
Y se levantan, se emancipan y comienzan a trabajar en esa di-
rección. Admirable. Porque en ese largo camino por construir
resistencia civil pacífica todo está en contra y nada a favor. Y aun
así uno sabe que es preciso hacerlo, que ya no hay marcha atrás.
Estoy convencido de que esa miserable caseta al lado del
basurero es uno de los lugares más impactantes que he conocido
en el mundo entero, unos pequeños metros cuadrados donde la
humanidad se está jugando lo fundamental: si aún tiene algo de
humano.
No me cabe la menor duda de que ese rincón es un pasadi-
zo a otro mundo, un agujero de gusano, una puerta que nos co-
munica a todos con lo mejor que hay en nosotros mismos. Si esa
ínfima biblioteca es demolida, o se hunde en la desidia, o desapa-
rece, una parte de todos nosotros, quizás la mejor, morirá para
siempre.
Por eso hoy, entrando la noche, desde las montañas del
interior de este país inverosímil, yo te invoco, Hermes Logios,
señor de las palabras poderosas, señor de los mensajes ilumina-
dores, señor de los que emprenden viajes absurdos, y te ruego,

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te suplico que no los vayas a abandonar, que les mantengas sus


ilusiones intactas. Apiádate de ellos, señor del lenguaje y de los
sueños imposibles, y otórgales la oportunidad de ver lo que ellos
ya sospechan: que la imaginación es todopoderosa e invencible.
Que así sea.

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INTRODUCCIÓN

Cambiando balas
por libros
Gustavo Gutiérrez

Aún recuerdo aquella tarde. Estaba tirado en el piso de mi casa


garabateando en un cuaderno. Trataba de unir palabras, jugando
con el prefijo biblio. Luchando por combinarlo con calle, con ba-
rrio, con esquina. Qué difícil fue.
Para ese entonces, año dos mil cinco, ya el barrio Petecuy
tenía infundada la violencia en sus calles. La ciudad había regis-
trado la tasa de homicidios más alta del país con setenta y cinco
por cada cien mil habitantes. A su vez, el indicador de habitantes
que no sabían leer ni escribir en la ciudad se establecía en apro-
ximadamente doscientas mil personas, de las cuales trece mil

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habitaban la comuna seis. Ahí en esa comuna, estaba Petecuy,


que contribuía al total una cifra aproximada de novecientas per-
sonas sin saber leer ni escribir.
Los agentes de esa violencia fueron conocidos años des-
pués como los Buenaventureños, que con el paso de los años fue-
ron habitando la parte seca del jarillón del Río Cauca a su paso
por el barrio, lo que fue conocido como la invasión Cinta Larga.
Ahí llegaban familias enteras producto del desplazamiento in-
terno e intraurbano, de regiones como Chocó, el Charco, Nari-
ño, Cauca, Buenaventura y los mismos barrios de Cali como Mo-
jica, Siloé y Manuela Beltrán. El conflicto armado interno entre
guerrilla y paramilitares obligó a cerca de ciento veinte familias
a huir de sus territorios. También el pandillaje y el microtráfico
hizo de las suyas en varios sectores de la ciudad, remitiendo es-
tás familias a improvisadas viviendas de madera y tejas.
Este éxodo hizo del barrio Petecuy una bomba de tiempo
ajustada entre el jarillón del Río Cauca y las manzanas del ba-
rrio. Un espacio de diez metros de ancho y quinientos metros de
longitud, donde las necesidades básicas insatisfechas estaban a
la orden del día.
Pero la violencia no había llegado por el desplazamiento.
Narran los fundadores del barrio que fue la guerrilla del M19
que inicialmente patrullaba por las calles sin pavimentar por
allá en la década de los ochentas. Tiempos en los que este grupo
entregaba a familias lotes para invadirlos y apropiarse de ellos.
Familias que provenían del eje cafetero, de Tolima, Cauca y toda
la costa pacífica. En medio de su justicia social, despojaban los
carros repartidores de leche de su mercancía que luego entrega-
ban a la comunidad, en señal de camaradería y de respeto por la
pobreza y la necesidad.

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I n t r o d u c c i ó n

Posteriormente en la década de los noventas, el auge del


narcotráfico no tocaba las galladas de las esquinas de los barrios,
la dinámica de la violencia partía de los parches o pandillas que
se enfrentaban con otros de los mismos sectores u otros barrios,
a punta de piedra, machete y palo. Eran avalanchas de desorden,
recuerdo cuando mamá escuchaba las asonadas y solo atinaba a
correr hacía el baño y quedarse con nosotros ahí conversándo-
nos, mientras temerosamente colocaba cuidado en el ambiente
para percatarse que la turba o la batalla campal había pasado.
Pero esa huella del narcotráfico de alto nivel, de los grandes
capos del mundo de la droga, tarde o temprano tenía que bajar y
enquistarse en las comunas y barrios. El fin del Cartel de Cali
generó que cientos de personas del organigrama narcotrafican-
te del Cartel, se refugiaran en barrios clase media, media baja y
baja. Y Allí fue donde se irrigó el microtráfico. El comienzo del
año dos mil marcó en nuestra ciudad el inicio de una corriente
oscura y siniestra que recorre aún a Cali en medio de homicidios
y masacres asociadas a la distribución y el negocio de diferentes
drogas desde el menudeo en los barrios. Lo que se conoce hoy
como microtráfico.
El barrio Petecuy no fue ajeno a esa dinámica. Para el año
dos mil cinco un conjunto de factores sociales y territoriales
venían jugando un papel clave en el temor que la comunidad
sentía. Fronteras entre barrios, entre calles, ollas, vacunas, po-
breza, olvido estatal, homicidios, balaceras y grupos de jóvenes
organizados en pandillas y bandas, hervían en esas treinta cua-
dras que el microtráfico cercó.
Para el año dos mil dos había terminado mis estudios de
bachillerato y mis padres habían quedado desempleados. No
hubo más opción que rebuscarse el aporte al hogar en un trabajo

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informal. Tenía dieciséis años cuando decidí vender chance. Los


horarios eran en la mañana hasta el mediodía y en la noche luego
de las seis hasta las diez. Comprendía que tenía mucho tiempo
libre ahí sentado, salvo el tiempo que invertía en conversar con
mis amigos.
Ya mi madre había sembrado la semilla de la lectura en
casa con libros ubicados en medio de una mesa de madera, en
mis épocas de niño. Ella estaba suscrita al Círculo de Lectores
y siempre llegaba el catálogo, acompañado de un par de libros.
Me la pasaba leyendo la enciclopedia Lexis veintidós. Luego en
el colegio siempre fui excelente estudiante. En el bachillerato,
me acercaba a los profesores y les pedía libros para leerlos en el
descanso o en esas clases perdidas que duraron semanas debido
a la renuncia de varios docentes. Leía libros académicos de filo-
sofía, física cuántica, literatura y cuentos.
Para ese entonces iniciaron obras de construcción de la
Biblioteca Departamental entre la Avenida Roosevelt y la Calle
Quinta. A pocos días de inaugurada fui a conocer. Tomé el servi-
cio de la llave maestra para prestar libros y ahí empezó una odi-
sea que no para hoy.
Subí al último piso de la Biblioteca Departamental y ahí
estaban los estantes de literatura, las novelas, las biografías.
Buscando, recorrí todos los pasillos hasta que encontré el libro
El Quinteto de Cambridge, escrito por John L. Casti. Una novela in-
glesa que narra la osadía de un grupo de científicos, los mejores
del mundo, de reunirse e inventar la manera de viajar en el tiem-
po. Lo leí en una semana. Al terminarlo, imaginé a Stephen Haw-
king, a Kip S. Torne, a Rodolfo Llinás y otros científicos más sen-
tados haciendo lo mismo, pero en Colombia. Todas las mañanas
madrugaba puntual a las siete a sentarme en el comedor de la

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 Introducción

casa junto a la máquina de escribir Olivetti, color azul militar, de


mi madre, a metrallar las teclas e imaginarme no un quinteto,
sino una Reunión Temporal, una novela de 396 páginas que fue mi
primer ejercicio de escritura a lo largo de un año.
A la par de la lectura de lo científico, me sumergí en los es-
tantes de literatura colombiana y vallecaucana de la Biblioteca
Departamental. Ahí descubrí la literatura urbana. Para ese en-
tonces el Premio Biblioteca Breve era el libro Satanás de Mario
Mendoza. Lo tomé prestado y lo llevé junto a uno de Andrés Cai-
cedo, Teatro, editado por la Universidad del Valle y uno de San-
dro Romero Rey, Oraciones a una película virgen. Amé la literatura
de calle, combativa. Las calles descritas, los cruces vehiculares,
las zonas industriales, los referentes de ciudad, los jóvenes, la
violencia descrita, las autopistas, Cali.
Los años fueron pasando y la lectura fue acompañan-
do mis días y la escritura mis noches. Había dejado la venta
de chance por las pocas ganancias, ya mi padre tenía un empleo
y mi madre igual. Por la calle donde vivía, hice amigos y el punto
de encuentro a conversar fue la esquina, también a echarle pi-
ropos a las niñas que pasaban caminando, a nuestras amigas o
sencillamente a reír o a comer. Éramos un grupo de veinte jó-
venes sanos, sin consumo, que gozaban la camaradería en una
calle de barrio.
Mayo de dos mil cinco, el departamento sufre una fuerte
ola invernal, lo que ocasiona que el nivel del río Cauca ascendie-
ra dramáticamente hasta el punto de desbordarse sobre el jari-
llón a su paso por nuestra ciudad. Sobre ese montículo protec-
tor habían asentadas cerca de setecientas familias en la comuna
seis, existían terrenos que eran usados como inquilinatos cuyo
patio trasero era el caudaloso río. No había nada que hacer, el

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agua del río había ingresado por completo a las casas del jarillón
de Venecia y Las Vegas. Todas esas personas corrieron y sacaron
lo poco y nada que la Defensa Civil les permitió. Esas familias
fueron recibidas provisionalmente en la sede comunal del barrio
Petecuy 1. Allí hacinadas habían cerca de doscientas personas
de las cuales cien eran niños y niñas, que no tenían ropa, ni
chanclas, ni un cuaderno donde poder contar los días para vol-
ver a la normalidad.
Los organismos de rescate y prevención activaron sus pla-
nes de emergencia y en compañía de la Junta de Acción Comunal
de Petecuy 1, adelantaron una jornada de recolección de ropa,
comida, implementos de aseo personas y colchonetas o cobijas.
En un triciclo con un megáfono al volante, el presidente de la
Junta de Acción Comunal invitaba a la comunidad a colaborar.
A su paso por la esquina donde estábamos reunidos, se detuvo y
a voz sin megáfono nos invitó a ocupar el tiempo libre de cerca
de cien niños y niñas que estaban sin más que la ropa que tenían
puesta. En esa solicitud, sentimos, había una magia oculta, un
destino imparable para cada uno de nosotros. Como dijimos en
su momento, le copiamos al presidente y a la mañana siguiente
todos asistimos a la sede comunal. Unos se disfrazaron de pa-
yasos, otros fueron en zancos, otros con trofeos y un balón de
microfútbol, otros con regalos y yo, con un libro en gran formato
prestado, claro está, en la Biblioteca Departamental, junto con
hojas de resma y una cantidad de lápices.
Fueron seis días maravillosos, llenos de magia, de alegría
y un amor por el otro increíble. Salíamos de ocupar el tiempo
hablando en una esquina a compartirlo con niños que jamás ha-
bían palpado un libro ilustrado y no sabían que era que les leye-
ran en voz alta.

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Introducción 

Les repetí el mismo libro cada día, de la misma manera y


en el mismo lugar. Se veían placenteros, anonadados y llenos de
una realidad en la que no había gallinas o cerdos, o tierra, sino
dioses, indígenas, sueños y colores por doquier. Fue una expe-
riencia transformadora y educadora.
La ola invernal pasó y el nivel del río bajó lo suficiente como
para que las familias regresaran de nuevo a sus hogares a limpiar
e inventariar lo que el río se había llevado y había dañado.
Las cosas regresaron a la normalidad. Petecuy seguía sien-
do un barrio caliente que engrosaba los primeros lugares de los
barrios con mayor índice de violencia de la ciudad. Cierta tarde
un grupo de cerca de treinta niños llegó a la esquina donde andá-
bamos hablando.
Una de las niñas exclamó:

— Ve y entonces, ¿otra inundada para que hagan co-


sas a los niños? Nooo. Pille que todos quedamos
emocionados, ¿cuándo nos van a hacer otra vez
las mismas cosas que nos hicieron en la caseta?

Todos soltamos carcajadas, a la vez que pensábamos que la


nena tenía razón. Nos miramos y sentimos la necesidad de con-
tinuar. Asentimos las palabras de la nena y prometimos ir allá el
fin de semana. Si, allá en el jarillón, en la invasión.
Regresé a mi casa con la imagen de esa niña y todos sus
amiguitos detrás de ella. La imagen no podía ser más perfec-
ta. Un grupo de niños exigiendo su derecho a la recreación, a la
integración, a contar con él, a sonreír en medio del miedo que
reinaba en el barrio. Pensé en Petecuy como un barrio donde el
Estado sólo llegaba en forma de factura de servicios públicos.

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En los hechos de violencia y el olvido en que la administración


pública tenía el barrio. No había proyectos, ni capacitaciones,
nada. Entonces me imaginé allá con diez libros más, con colores,
pinturas, cuadernos, zapatos y demás.
Y lo hicimos. Entramos en Cinta Larga y el Jarillón leyen-
do en voz alta a niños y niñas desde los dos años hasta los jóve-
nes. Y así seguimos hasta septiembre.
Me enamoré de lo urbano y las lecturas en voz alta hasta el
punto de volverme gomoso de buscar y buscar información de
actividades en lugares no convencionales. Hasta que conocí el
Bibliobús, la Bibliocanoa, la Bibliocarreta, el Bibliocirco y el Bi-
blioburro. De todos por el que sentí mayor admiración y respeto
fue el Biblioburro, pues andaba buscando herramientas desde la
lectura y los libros para contribuir a la paz y al tejido sociocultu-
ral del barrio. El Biblioburro estaba allá adentro, en medio de las
balas de la guerrilla y los paras. Era una luz inmensa en medio
de la oscuridad de la guerra. Llegaba a lugares recónditos, donde
los niños se maravillaban con títulos de Rafael Pombo y Jairo Aní-
bal Niño. Qué admiración. Eso era lo que andaba por encontrar.
Ya existían un par de organizaciones sociales en el barrio.
Y ese era el modelo al cual apuntaba. La organización de mis
amigos y las iniciativas que teníamos de ocupar el tiempo libre
de los niños en la invasión del barrio Petecuy. Entonces me tiré
al suelo y tomé un cuaderno, un bolígrafo y empecé a unir pa-
labras con el prefijo biblio, tratando de juntarlo con una palabra
que resumiera todo lo que vivía mi barrio en ese entonces. Escri-
bí bibliocalle, biblioesquina, bibliopetecuy, pero no encajaba ninguno
con lo que pensaba.
Hasta que busqué sinónimos de barrio, de urbano, de co-
muna y me encontré con un término italiano: ghetto. Ghetto

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Introducción 

como barrio excluido y olvidado, como zona de miserables, de


condenados a la pobreza y a la muerte. Y eso era precisamente
lo que veía en la calle, una comunidad condenada a la vacuna, al
miedo, al ruido de las balas, a la violencia. Eso vivía Petecuy. Y
así nació Biblioghetto, como una fuerza que nos empujaba a lu-
gares no convencionales, donde la violencia y el conflicto urbano
no permitían que la comunidad se empoderara de su territorio.
Y ya son trece años de lucha, más de setecientos cincuenta
talleres de lectura, doce eventos masivos alrededor de los libros
y la lectura, de conocer niños escritores, de conocer niñas maes-
tras, de permitirle a los niños estrechar primero la mano de un
escritor que la de un sicario, de caminar calles peligrosas, ollas,
de escuchar historias tristes y otras alegres, de leer, leer y leer, de
creer en la palabra y la lectura como herramientas transforma-
doras de una sociedad.
Toda esa historia, linda por más, la encontrará en las pági-
nas que le siguen. Bienvenido.

Gustavo Gutiérrez.
Creador y director de Biblioghetto.
Cali, marzo de 2018.

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“La persona que no se interesa
por sus semejantes es la que
tiene los mayores problemas
en su vida y la que ocasiona los
mayores daños a los demás. A
esas personas se deben todos
los fracasos del hombre”.
Alfred Adler

“En medio de tanta corrupción


moral, de tanta propaganda,
tenemos que buscar nuestro
espacio, tenemos que buscar
nuestro nicho y no dejar que
esta marea nociva, nos trague”
Carlos Manuel Álvarez

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1 TRINCHERAS
DE ESPERANZA

(Talleres de lectura en lugares


no convencionales)

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El primero

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El primero

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l primer taller de lectura que


realizamos, pensado como es-
trategia de promoción de lectura
en espacios no convencionales
y como estrategia de confianza
para que los niños se acercaran al
libro y los padres lo permitieran,
fue en la invasión Cinta Larga.
Allí llegamos luego de habernos
reunido previamente para inten-
tar organizar una jornada llena de alegría, magia y letras.
Prestamos diez libros infantiles, conseguimos dos do-
cenas de cuadernos, lápices, colores y mucha gallardía, pues
eran muy pocos los que entraban a Cinta Larga. Nos reunimos
seis jóvenes, sin permiso de los padres, con fuerza y voluntad
de ir a ese lugar, del cual solo escuchábamos balaceras, pobreza
y dificultad.
Caminamos ocho cuadras desde nuestros hogares has-
ta llegar a la invasión. Llegamos justo a un árbol sobre el jari-
llón que proporcionaba una sombra increíble. Era inmenso.
Descargamos los materiales de trabajo y los niños empezaron

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El primero

a llegar, se acercaban curiosos mientras los adultos desde


las puertas de sus casas y sus ventanas nos miraban con rece-
lo, entretanto otros se notaban sorprendidos, buscando so-
bre el jarillón o las mismas calles, esas personas que sem-
braban temor.
A nuestra derecha podíamos ver el afán y la precariedad
de las construcciones que hacían parte del asentamiento Cinta
Larga. Techos de madera, otros con tejas que parecían remenda-
das, paredes a la mitad con ladrillo y la otra mitad piedras, palos
y cajas. Las puertas entreabiertas en madera, con cadenas y can-
dados. Otras sin puerta que efectivamente sabíamos que suce-
día allí. Al otro lado una calle empantanada, con niños y niñas
sacados de fotografías de Somalia o África. A lado y lado cam-
buches con plásticos, tapas de icopor y al fondo de esa calle, una
escombrera rodeada por gallinazos. Arriba, podían escucharse
los guarridos de los cerdos en sus criaderos. Pero muy pronto, ya
teníamos veinticinco infantes que fueron llegando poco a poco
por esa familiaridad que hay entre ellos.
Repartimos cuadernos, lapiceros, colores y hojas. Agarré
el libro (Witika, hija de los Leones). Y leí en voz alta durante cinco
minutos con voz acentuada y con picos graves. Quedaron emo-
cionados. Mis compañeros procedieron a hablar de una activi-
dad lúdica, mientras eso ocurrió di media vuelta y pude darme
cuenta de que teníamos más espectadores. Ahí estaban eran cer-
ca de quince personas, todos hombres, mirando con susto, otros
sonriendo y hablándoles a sus pequeños que se quedaran ahí,
que no perdieran la concentración. Traté de acercarme y saludar
sonriendo, pero uno de ellos lanzó un comentario feo:

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— ¿Ustedes qué hacen acá? ¿Son de la policía? Esos


deben estar haciendo inteligencia.

Ahí, en ese instante supe, que estábamos en la boca del lobo


y que nadie nos podía venir a salvar, que nosotros mismos tenía-
mos que echar mano de lo que habíamos procesado en nuestros
corazones y era precisamente lo que estábamos haciendo, leer-
les en voz alta a niños y niñas confinados a un par de calles y a las
mismas historias de tristeza y tragedia que sus padres.

— Buenas tardes, para nada ni somos policía, ni


venimos a hacer inteligencia, solo estamos acá
para ayudar a los niños y darles oportunidades
para desarrollar su mente y que se empoderen de
esto. Ah, y no vamos a cobrar por nada. -Respon-
dí, mientras me acerqué a ellos convencido que el
que nada debe nada teme y que nos importaban
los niños-.

La respuesta fue totalmente gráfica. Ninguna palabra


salió de sus bocas. Solo atinaron a agarrarse las cachas de sus
fierros sobre la camisa. Todos estaban armados. A mi derecha,
protegidos por los libros y la imaginación estaban ellos.
Pero hubo algo que me llenó de confianza y es que todos
los niños eran familiares o conocidos de esos hombres. Así que
no iban a disparar si estaban viendo a sus hijos empoderarse de
los cuadernos, de las pinturas y de los colores. Por lo menos así
lo pensé. Mis compañeros miraban de reojo y luego me clavaban
una mirada táctica esperando órdenes.

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El primero

Sin más preámbulos y otorgándole la importancia que los


niños se merecían, agarramos los libros e iniciamos la lectura,
mientras se repartían cuadernos, lápices y colores. La voz iba y
venía entre bajos y graves, gesticulábamos y reíamos bromean-
do con los niños. Se realizaron actividades lúdicas, regalamos
cuadernos y una docena de libros infantiles que fueron algo más
que un regalo, fueron amuletos de protección, de imaginación
que guardaron con recelo.
Las dos horas que duró el taller, las pasamos con la pre-
sencia de estos personajes que, entre saludo y saludo, conversa
y conversa, se reconocían acentos del pacífico, voces rápidas y
un léxico muy cultural, esto acompañado de una frase que nos
sorprendió a todos nosotros.
Estábamos empacando el poco material sobrante, cuando
de repente se escucha una voz gruesa y negra exclamar:

— Buena esa camarada.

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Cinta L arga

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Cinta Larga

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29

uego del primer taller y de la ten-


sión que vivíamos con esas per-
sonas armadas y atentas a cual-
quier movimiento sospechoso,
decidimos reforzar nuestra idea
que esa población infantil nece-
sitaba talleres de lectura ahí en
medio de la invasión, de la nece-
sidad y el miedo. Cinta Larga ya
se había convertido para nosotros en lecho de inseguridad, pero
también de imaginación y de potenciales nuevos soñadores.
Allí los niños y niñas, que venían desplazados de Buena-
ventura, el Chocó, Cauca y Nariño estaban indocumentados
porque sus padres y familiares habían salido con la ropa puesta
porque los conflictos habían agudizado y no había más tiempo,
era salir huyendo así o quedarse y terminar en medio de una ma-
sacre o enfrentamiento.
Esta situación, con el paso de los días, se tornó crítica, pues
en los talleres indagábamos por los estudios de los niños y la res-
puesta de sus padres era que no tenían documentos, entonces no
había sido posible matricularlo. A su vez esto generaba que los

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Cinta L arga

niños y niñas se pasaran los días y las horas hurgando entre los
escombros, tratando de encontrar algún hierro oxidado, papel,
botellas plásticas o ladrillos para vender y tener unas cuentas
monedas e ir a las máquinas de videojuegos y comprar salchi-
chón o cualquier bombón. Y otros sirviendo de campaneros.
El acento del pacífico le dio una característica al territorio.
Corrió por mucho tiempo un estigma hacía esta zona, pues gran
parte de la comunidad del barrio Petecuy, sostenía que allá nun-
ca irían, que allá estaba la parte fea y peligrosa del barrio. Y eso
fue una determinante al momento de establecer diálogos entre
vecinos. Así se empezó a crear un ghetto donde se pasaba ham-
bre, necesidad y miedo. Todos los días se escuchaban las balas,
los heridos, el dolor.
Cinta Larga le sumo más de la mitad de la violencia que la
historia puede contar del barrio. El asesinato de un niño de seis
años, el enfrentamiento contra la policía y el ESMAD, que duró
veinticuatro horas y que fue noticia que abrió la emisión de las
siete de la mañana en uno de los noticieros más vistos en el país,
robos, extorciones y cobros de vacuna, expendio de vicio, cap-
turas y operativos, todo ahí enfrente de una población infantil a
merced del destino.
Esa fue la Cinta Larga que nos tocó, en la que dicta-
mos más de un centenar de talleres de lectura en voz alta y a don-
de fueron a parar muchos de los libros que hacían parte de nues-
tros eventos.
Un taller de lectura ahí era toda una función de un circo
mágico. Los niños llegaban en conjunto, otros descalzos, des-
peinados, con hambre, pero ante todo con la firme disposición
de poder tener en sus manos un libro, un cuaderno o varios colo-
res. Escuchaban atentos las historias de libros leídos en voz alta

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como Donde viven los monstruos, Colombia, mi abuelo y yo, los cuen-
tos de la Declaración de Derechos Humanos para Niños, las obras de
Jairo Aníbal Niño, Iván Dar Coll y muchos más. Siempre llevá-
bamos un elemento sorpresa luego de la lectura, una jornada de
adivinanzas, de retos, de chistes, esto los dinamizaba. Muchas
veces llegaban pocos niños. Esos días eran unos grises, otros
solitarios y entonces comprendíamos que las balas habían pa-
sado por allí o la sangre había sido derramada, o también algo
sospechado iba a pasar. Aun así, salían unos pocos a escuchar.
Lo nostálgico era verlos de regreso correr a sus casas con sus
libros en mano, sintiendo la protección mágica y sorprendente
de las palabras.
Al pasar de los años, fuimos abriendo nuevos escenarios
de lectura y las jornadas las dividíamos entre Cinta Larga y las
esquinas del barrio. Luego vinieron el empleo, los hijos y el tiem-
po nos fue sesgando las actividades. Ya en muchos niños y niñas
podíamos reconocer el gusto por la lectura, o las pequeñas re-
pisas con retazos de madera por ahí en cualquier rincón de sus
ranchos, sosteniendo los libros que a lo largo de los años habían
recibido de Biblioghetto. Igualmente, el desempeño escolar lo
reconocíamos cuando asistíamos al colegio y los docentes nos
contaban que ya los alumnos habían hecho mitin para pedir que
se abriera la biblioteca escolar, que querían leer en clase y una
infinidad de anécdotas valiosas que daban poder a esas herra-
mientas llamadas libros y letras.
Luego llegaron los operativos para desmantelar las ban-
das, los grupos, llegó la alerta del Río Cauca y luego la reubica-
ción. Y con esperanza veíamos como las volquetas y camiones
institucionales se llevaban los corotos, con ellos arriba sonrien-
do llenos de alegría y esperanza.

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Los domingos de Biblioghetto

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Los domingos
de Biblioghetto

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uando conocimos más el barrio


en función social fuimos enten-
diendo que no solo el asenta-
miento era importante, sino que
había sectores que necesitaban
de nuestras intervenciones. Los
talleres de lectura en voz alta y
las actividades complementa-
rias fueron desarrollándose los
sábados para no interferir con
la jornada de estudio de los niños y niñas de Petecuy.
Para ese entonces el grupo estaba conformado por once jó-
venes entre los doce y dieciocho años. En medio de una reunión
de planeación uno de nosotros comentó lo que había pasado el
domingo en la mañana cerca al polideportivo. Una balacera,
rumba, botellas quebradas, consumo de sustancias y el miedo
generalizado en los vecinos. Todos reconocimos esa situación
y agregamos que no era una situación exclusivamente de ese
sector, sino que en muchas calles y esquinas era el panorama
cotidiano, incluso en muchos barrios de la ciudad y del país era
normal que los domingos en la mañana el guayabo y la rumba

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Los domingosde Biblioghetto

hicieran de las suyas en los barrios populares. Las bolsas de pe-


rico, las botellas, las riñas, los equipos de sonido agonizando en
medio de la salsa romántica y el despecho, la falta de presencia
de la policía y lo peor de todo la soledad en las calles aun siendo
las once de la mañana. Hoy cuando hablamos de esos sucesos
creemos que fueron inspiración para la película La Purga.
Los domingos en la mañana eran días aciagos para la co-
munidad, para nuestros padres que veían como una parte de la
juventud iba cayendo en el infierno de las drogas. También el
voz a voz en el barrio tenía a nuestros padres llenos de temor,
ya el encuentro en la esquina o las idas a Cinta Larga estaban
restringidas.
Entonces se propuso en la reunión pensar el Polideportivo
como espacio para los talleres de lectura, pero con un diferen-
cial, y es que deberíamos hacer los talleres los domingos en las
mañanas. El Polideportivo es un escenario recreativo dotado
con una piscina semiolimpica, tres para niños, un Kiosko gigan-
te, zona de juegos y un par de canchas de microfútbol y balonces-
to en tierra y en cemento.
Sí, la propuesta era irnos con los talleres y los niños para el
polideportivo los domingos en la mañana. Todos nos miramos
con cierta incertidumbre, pero tenía lógica la idea, éramos el co-
lectivo Biblioghetto y llevábamos libros y lectura a sector difíci-
les de los barrios. Dos compañeros manifestaron que sus padres
no les daban permiso para ir a ese lugar. Los demás entretanto
asumimos que estábamos allí para cambiar la realidad y más aún
si ese inconveniente estaba en las calles de nuestro barrio.
Días antes del domingo preparamos los libros, los formatos
de asistencia, las pintucaritas y entradas a la piscina. Salimos del
parque Nuevo Sol a eso de las nueve de la mañana. La distancia

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eran ocho cuadras hasta el Polideportivo. Fuimos cuadra por


cuadra convocando a los niños que previamente asistían a los
talleres, los buscamos en Cinta Larga y cerca de diez niños sa-
lieron. En esa ruta nos topamos con lo cotidiano. Los parches de
jóvenes estaban enrumbados y a la madrugada se había escucha-
do una balacera. Fuera del polideportivo parchaban los jóvenes
del Poli, como eran conocidos. Íbamos un grupo de veinticinco
niños y niñas y cuatro jóvenes juiciosos, atemorizados. Al fondo
podía escucharse la voz del salsero Tito Rojas al son de siempre
seré y dieciocho jóvenes coreándolo con botellas en mano, tra-
bados, dando tumbos entre las paredes y con la mirada en otro
universo. Era una imagen fuerte para los niños, pero iban son-
rientes, aunque con temor, conversando con amigos, hablando
de la piscina y del partido de fútbol.
Sorpresivamente la reacción del parche de jóvenes fue sa-
ludar en medio de la ebriedad y su locura. Otros jóvenes escon-
dían sus botellas y regañaban a los otros compañeros que con la
punta de una llave metían perico. Que eso no se hace frente a los
niños, que debería respetar a los chamacos. Estaban armados y
podía sentirse un conato de bronca en dos muchachos. Espera-
mos a que abrieran la puerta y pensé que sería buena idea que
todos cantáramos una melodía para darle fuerza a la presencia
de los niños. Quedó para tarea la siguiente visita. Ya adentro
empezamos el taller de lectura en voz alta con el libro El Perro
que quiso ser lobo, mientras dos compañeros personificaban la lec-
tura en medio de una escenificación divertida. Llevábamos una
hora de actividad cuando sentimos dos fogonazos a escasos diez
metros, pun, pun. Corriendo hacia nosotros venía un joven, tras
de él venían dos armados que llegaron hasta la entrada. Desde
ahí le gritaron que se había salvado por los niños. Nos sentimos

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Los domingosde Biblioghetto

muy mal, recogimos y tomamos a los niños y salimos de regreso


a casa.
Volvimos. Con más niños y cantando rondas infantiles y
dinámicas que desarrollábamos durante quince minutos antes
de ingresar al escenario deportivo, ahí enfrente del parche. Y así
fue sucediendo cada ocho días, cada domingo. Con el paso de las
semanas nos vieron como personas de bien que estábamos edu-
cando a niños y niñas, el consumo ya no se realizaba ahí en esa
esquina, sino que se había desplazado a un lugar menos visible.
Fue en ese momento cuando comprendimos que Biblioghetto
era eso: prevenir, desplazar, evitar cualquier tipo de acto violen-
to alrededor de los niños y la lectura.
Con el paso de los años nos fueron reconociendo un lide-
razgo y pasamos no solo de hacer los domingos de Biblioghetto,
sino a hacer eventos de barrio, de comuna y de ciudad con ese
mismo efecto, ya más adelante podrán ver otros espacios donde
Biblioghetto ganó la lucha contra el miedo.

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Pal Jarillón

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Pal Jarillón

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etecuy no era solo un barrio,


a cuestas, a sus espaldas tenía
una invasión o asentamiento
suburbano y justo detrás un
dique que protege la ciudad
del maravilloso río Cauca. Ahí
sobre el conocido Jarillón, no
farillón, también habitaban
historias, centenares de niños,
niñas, jóvenes y adultos que ha-
bían llegado en los años noventa
a ocupar este lugar allá en lo alto, desde donde se podía observar
todos los techos del barrio Petecuy y en general toda la ciudad.
Y ahí también llegamos, claro está, por las inundaciones
sufridas durante las olas invernales que azotaban el departa-
mento. El río por año ascendía a su nivel máximo dos veces y
podía notarse lo maravilloso y lo monstruoso. Durante muchos
años acompañamos esta población en los momentos difíciles.
A pocos años de haber conformado el grupo, se vinculó a
nuestro trabajo Eider Felipe Bedoya, pereirano que dos décadas
atrás habían llegado a poblar el jarillón del río con su familia. Se
desempeñaba como administrador de una sala de videojuegos

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Pal Jarillón

en el barrio. Ya nos había puesto el ojo cuando caminábamos con


los niños los fines de semana para arriba y para abajo en medio
de eventos, sonrisas y voces que llegaban a su sala. Se llenó de
voluntad y empezó a asistir a las reuniones de planeación. Ahí
fue cuando nos enteramos de que vivía sobre el dique. Lo visi-
tamos. Conocimos su familia, su casa y la actividad económica
de su mamá y su tío. Criaban marranos, tenían una vaca y varias
gallinas se paseaban por toda la casa. Ese era el calco de todas
las casas sobre el jarillón, eran marraneras, acopios de recicla-
je, trituradoras de plástico, caballerizas y carpinterías. Petecuy
tenía entonces tres extensiones: Cinta Larga (el asentamiento),
Las Vegas y Venecia que se extendían sobre todo el jarillón. Por
Felipe llegamos allá con los talleres de lectura.
Los niños y niñas de la invasión empezaron a acompañar
los talleres en el jarillón porque sólo era subir tres metros. Y así
se fue determinando el jarillón como nuestra principal base de
operaciones. Los enanos llegaban descalzos, ávidos de apren-
der, de escuchar las historias del Libro de los Valores (Casa Edito-
rial El Tiempo) y sus veinte narraciones. Ese fue el libro que nos
marcó con esa población y en ese lugar.
Este sector no fue ajeno a la violencia. Se convirtió en una
ruta de problemas, de desencuentros entre bandas y guarida de
acciones tétricas. El río nunca ha parado de ser botadero de ca-
dáveres, como tampoco se ha desenterrado todo lo que han en-
terrado sobre el jarillón.
Entre los años dos mil seis y dos mil trece Petecuy y sus al-
rededores vivieron los años más aciagos debido a la violencia ge-
nerada por el microtrafico. Entrar al “hueco” o subir al jarillón
era una acción valerosa de unos pocos. Los niños y niñas que-
daban muchas veces entre las balaceras cuando iban al colegio,

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otras muchas veces sencillamente no podían ir a estudiar por-


que la zona estaba caliente y era mejor evitar una bala perdida.
Participaron niñas increíbles, niños mágicos con una inte-
ligencia que luchaba a la par con el miedo de una guerra urbana.
En cada taller de lectura entendíamos que la población infantil
entendía su entorno como si fuese rural y a escasos dos metros
tenían otro mundo, el urbano. Sus casas eran grandes, donde
había árboles frutales, medicinales, gallinas, caballos, vacas,
cerdos, perros. Donde tenían un río silencioso pero caudaloso y
lleno de remolinos. Vivían en un campo silencioso, con vistas a
la ciudad. Pero todo cambiaba cuando caminaban a su colegio y
veían el entramado de calles y esquinas llenas de marihuana y
gente poco cálida. Todo eso cambiaba con las historias que los
niños del barrio les contaban, con esa herida que fue Cinta Lar-
ga. Y ahí estaban, en medio de una mescolanza de alegrías y tris-
tezas. Muchas de las historias que nos contaban y que escribían
estaban aliñadas con balas, con gente afro, con amenazas y días
sin estudiar. Sus escritos estaban hechos con un amor refugiado,
allá adentro de sus sueños de piloto, de futbolista o secretaria.
Y así como la invasión fue una herida que se cerró, también
lo fue el jarillón. Una tarde cualquiera, gris, Andrés Camilo, de
seis años, fiel compañero de nuestros talleres de lectura estaba
en su rancho frente a las construcciones normales del jarillón.
Esa era una diminuta invasión nacida entre Cinta Larga y Las
Vegas, compuesta por 5 ranchos. El barrio estaba caliente por
las incursiones de una banda de un barrio cercano. La guerra
había sido declarada y en cualquier momento, según rumores,
se podía desatar una incursión armada. Sobre el jarillón la po-
licía había colocado un CAI Móvil para asegurar la zona de po-
sibles enfrentamientos. Esa tarde, no había ningún policía ahí,

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Pal Jarillón

el camión de la basura subió al jarillón y siguió su marcha hasta


que sonaron los primeros disparos. El camión quedó en mitad
del enfrentamiento. Al momento de subir el carro recolector, la
banda del barrio cercano se había parapetado en la parte trase-
ra. Desde Cinta Larga respondieron los balazos. Se había inicia-
do una guerra. Al rancho de Andrés Camilo había llegado uno
de los sicarios con fusil en mano buscando al enemigo. Andrés
Camilo estaba solo, creemos que, en ese momento asustado, al
oír las detonaciones. Al no encontrar a nadie, el sicario optó por
dispararle al rancho. Fatídicamente tres balas impactaron la hu-
manidad de Andrés Camilo.
Situaciones de ese tamaño llenan la historia del Jarillón y
de la misma invasión. Tras esto, decidimos parar un mes. Regre-
samos a nuestros talleres con un dolor en el alma muy profundo.

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Pa l a escombrer a

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Pa la escombrera

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n poco más allá de Petecuy, jus-


to detrás de la PTAR-C (Planta
de Tratamiento de Agua Re-
siduales Cañaveralejo) seguía
extendiéndose Las Vegas, sobre
el jarillón y un poco más allá se
había formado una escombrera,
grande, contaminante. Sobre
esa parte del jarillón también
un asentamiento tomaba fuer-
za. Principalmente eran personas víctimas del desplazamiento
intraurbano en Buenaventura que tomaban la decisión de bus-
car una salida donde familia suya ya se encontraba. Por ello las
familias de la “escombrera” eran familiares de las de Cinta Lar-
ga. Eran una manzana de casas en la parte más alta del jarillón.
Muy cerca habían excavado el dique buscando el tubo madre del
agua, allí instalaron una motobomba y luego llegó la electrici-
dad por conexiones generosas de vecinos, después se formalizó
el alumbrado público.

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Pa l a escombrer a

Allí vivían cerca de veinticinco niños y niñas todos afroco-


lombianos. Sus casas eran levantadas con retazos de madera y
tejas de zinc, reforzadas con pedazos de plásticos.
La escombrera había entrado a nuestro radar por propues-
ta de los mismos niños quienes nos contaban que allá tenían
primos y tíos que querían leer. En varias oportunidades antes
de llegar al taller, los niños de Cinta Larga o el Jarillón iban por
sus primitos o amiguitos para llevarlos a las actividades sin im-
portar el calor, el venir descalzos y sin haber tomado la última
comida o en últimas con hambre.
En planeación decidimos ir a la escombrera a dictar un ta-
ller de lectura en voz alta. Ya habíamos ido a conocer y de paso a
ver el río Cauca majestuoso bajo el puente de la vía férrea, esto se
había convertido en algo hermoso. En las tardes ir a la escombre-
ra de cuatro pisos de altura y desde lo más alto ver esa curva que
hace el río justo en el borde de la escombrera, ver los cañaduza-
les al otro lado del río, la carrilera y esporádicamente el tren tu-
rístico o el tren de occidente avisando con su silbato que entraba
a la ciudad proveniente de una ruta que atravesaba el Valle desde
Cartago y la Tebaida pasando por Zarzal, Tuluá, Buga y Palmira.
O cuando salía de la ciudad, proveniente de Buenaventura con
contenedores pasando por Yumbo.
También nos entreteníamos con el tarzanero, ese lugar so-
bre el río donde colgaba un lazo de un gran árbol y desde donde
se lanzaban los niños, ¡sí los niños! Se lanzaban al río Cauca para
luego nadar y regresar a la orilla. Pero también veíamos en ese
paisaje hermoso como de la hacienda cañera del otro lado llega-
ban y llegaban volquetas con tierra para subir su propio jarillón
y evitar que el río inundara sus plantaciones. Y mientras caía la

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tarde se prendían las llamaradas de las cuales se hacía carbón y


se quemaban llantas para sacarle alambre.
Para la primera vez que subimos a realizar un taller de lec-
tura planeamos un recorrido muy festivo con banderas, cunu-
nos, bombos, tamboras y guasá, el río nos inspiraba y la proce-
dencia de esas familias más aún. El patio de nuestro barrio no
solo era violencia, exclusión y desorden, también era el pacífico
y esas raíces afrocolombianas. Un par de compañeros se coloca-
ron pelucas, se pintaron la cara y salimos en medio del toque de
esos instrumentos y ondeando las banderas de nuestra ciudad.
El recorrido inicio desde la sede comunal de Petecuy. Desde allí
empezamos a tocar el cununo y la tambora. Nos preguntaban
que para donde íbamos y cuando les respondíamos a los niños
salían corriendo a sus casas a decirles a sus padres que les dieran
permiso. Muchos padres desde la puerta de sus casas verifica-
ban que era cierto eso que decían los niños. No todos obtenían
el permiso, pero la mayoría de los padres confiaban en nosotros
tanto que asomaban su cabeza por la puerta o la ventana y solo
atinaban a levantar el pulgar y sonreír como sinónimo que todo
estaba bien, que había confianza.
Empezamos a subir el jarillón y ya nos acompañaban una
veintena de niños y niñas alegres, al son del cununo y la tambo-
ra. El panorama era de una zona olvidada, llena de carretillas,
con la maleza de las zonas verdes por encima del metro, abuelos
sentados en troncos viejos viendo pasar la vida y las fachadas de
las casas a medio caer, remendadas con piedras, cartón o lo que
fuera. Cuando llegamos a la escombrera nos encontramos una
escena de alto nivel de pobreza, una zona oscura, pues recién
habían llegado varios camiones cargados de llantas listas para

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Pa l a escombrer a

quemar y sacarle el alambre. La escombrera se vía monumental,


estaba a tope, ya no le cabía un metro más de escombro y basura.
Los niños que salieron de sus ranchos llegaron corriendo al es-
cuchar las tamboras.
Iniciamos la lectura en voz alta de Yo vivía en el fin del mun-
do, un texto que aborda el mar, la imaginación y la posibilidad de
pensar en otros mundos. Se entregaron temperas de diversos
colores, cartulinas, lápices y libros. De sonido de fondo estaba
un suave toque del cununo y las avionetas que pasaban muy cer-
ca llegando o despegando de la base aérea. Los niños y niñas se
veían felices, expresaban regocijo, mientras unos pocos no se
hallaban y merodeaban entre sus compañeros. Subimos a lo alto
de la escombrera. La vista de la ciudad era especial, los aviones
y helicópteros pasaban rozando y empezamos a cantar Kilele al
unísono, como grito de alivio, como fiesta de las palabras a ori-
llas del río Cauca, como revolución ante el olvido y la pobreza.
Fue espectacular escucharlos cantar. Allá en la ciudad,
donde se veían los edificios, donde se iba escondiendo el sol, can-
taban el mismo Kilele en medio del Petronio.

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La sala de lectura

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La sala de lectura

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ara principios del año dos mil


once, los talleres de lectura que
dictábamos en la escombrera
llegaron a oídos de medios de
comunicación. Para inicios de
febrero concretamos una ida al
lugar con Juan Pablo Rueda y
Patricia Aley, fotógrafo y perio-
dista de un reconocido medio
escrito de la ciudad y el país.
Iniciamos el recorrido en Petecuy, seguimos hasta Cin-
ta Larga donde conocieron la invasión y vivieron de primera
mano el revolú que se formaban las tardes, vieron la alegría en
los niños al saber que íbamos camino a hacer Biblioghetto en la
escombrera. Entonces Patricia y Juan Pablo vieron cuando tuvi-
mos que informar a unos hombres que jugaban cartas. Eran los
tiempos de mandos en el territorio. No teníamos problema en
subir a hacer nuestras actividades, salvo que nos acompañaban
un fotógrafo y una periodista y eso no era normal. La idea tam-
bién era darles tranquilidad a ambas partes.

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La sala de lectura

Dos meses atrás había llovido lo suficiente. La escombrera


se notaba fresca, verde. Se podía percibir un ambiente natural y
no de basura como lo era ese lugar. Ahí podíamos encontrar es-
combros, desechos orgánicos, animales muertos, una carbone-
ra y una quema infernal de llantas. Teníamos alrededor cerca de
sesenta niños que subieron a lo alto de la montaña de desechos.
Había taller de lectura, pero también llegaba un alma caritativa
que llevaba kits escolares para regalar. Llegamos con los zapatos
llenos de un polvo negro que estaba regado por todo el camino,
producto de la quema de llantas. Como buenos periodistas de
campo, ambos llevaban sendas botas. Entretanto los niños y un
par de mujeres que acompañaban al alma caritativa quedaron
con sus pies totalmente negros, generando la burla de los niños.
En esta ocasión teníamos pensado continuar la lectura
del Libro de los Valores. Los niños se sentaron y dos chicas de Cin-
ta Larga tomaron las hojas del libro, que venía por fascículos y
que no habíamos empastado y leyeron en voz alta los cuentos y
la enseñanza. Luego los niños hicieron fila y recibieron sus kits
escolares. Había más tráfico aéreo de lo normal, pasaban heli-
cópteros, avionetas y hasta el avión presidencial Boeing 737 que
llegaba a Cali.
Meses después buscando la crónica, nos encontramos con
una publicación del periódico donde se ven a las niñas leer un
texto en lo alto de la escombrera, en medio de tejas partidas y
pedazos de concreto y maleza que sale entre la basura. Al fon-
do árboles, cañaduzales y una parte pequeña del río. La imagen
daba por si sola la impresión de estar en lo alto. Ahí, en el perió-
dico fue puesta la noticia que en Petecuy, sobre una escombrera
de más de cinco metros de altura, que colinda con el río Cauca
y una carbonera, niños pobres de Cali, cultivan el hábito de la

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lectura con libros prestados que un grupo de jóvenes les ofrecen


mediante el programa Talleres de Lectura al barrio, iniciativa
del grupo Biblioghetto.
Escombrera, “salsa de lectura” de niños en Cali, rezó el tí-
tulo de la nota. Esa era la realidad, estábamos convirtiendo las
esquinas, los parques, las invasiones, los basureros, el jarillón,
los huecos, en salas de lectura, en encuentros con el poder de las
palabras y la imaginación, en potentes mensajes para quienes
tomaban las decisiones de poder, para quienes se encargaban de
generar miedo. Ahí estábamos inquietos, diciéndole al mundo:
la imaginación al poder.

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Ta l l e r d e l e c t u r a c u é n ta m e

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Taller de lectura
cuéntame

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quella tarde de lectura, llega-


mos a la invasión y allí con-
vocamos a los niños. Primero
llegó Martha*, quien nos pidió
extrañamente que hiciéramos
el taller de lectura arriba en el
jarillón porque ahí, bajo la calle
no se sentía bien. Esa confesión
nos dejó preocupados, pues
Martha tenía escasos nueve
años y realmente se veía preocupada.
Subimos. Llegaron cerca de once chicos, parte del jarillón
y otros de Cinta Larga. El terreno estaba un poco feo, pues ha-
bía escombros por todo lado y era incómodo sentarse sobre esos
pedazos de concreto. Se les dio cinco minutos para que fueran y
trajeran una silla o un cojín donde poder sentarse. Solo dos fue-
ron: Martha y Carlos Andrés.
Ajustamos unos pendones viejos sobre el suelo y luego
conversamos sobre la metodología de la jornada. Pero la pre-
ocupación era la actitud de Martha y su mirada nerviosa, a la
vez acompañada de ese folklor del pacífico. Ella desde su silla

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Ta l l e r d e l e c t u r a c u é n ta m e

notó que el tema de nuestra conversación era precisamente su


nerviosismo y preocupación. Una de sus amigas alcanzó a vo-
ciferar que algo le había pasado, pero que no iba a contar nada,
que empezáramos.
Llegamos a un acuerdo y era que se les iban a pasar hojas y
lápices para que escribieran o dibujaran algo importante tanto
positivo como negativo, que les hubiese ocurrido el último día.
Era la mejor manera de saber qué era eso que no podía soltar
Martha. Pensamos en una calamidad familiar, en un dolor, en
una enfermedad, en una amenaza hacía nosotros, en fin, pensa-
mos en mil cosas.
Se pasaron las hojas, los libros infantiles, lápices, colores y
les sugerimos tomar en primer lugar la hoja y escribir lo más im-
portante, sea malo o sea bueno, les haya ocurrido el último día.
Martha alzó la mano y pidió que esa cosa que le haya ocurrido
también tuviera validez si le hubiese sucedido cualquier día o la
semana anterior, a lo que respondimos que sí. Echaron manos a
la obra, mientras Carlos Andrés y Jordán explicaron que a ellos
nada bueno o malo les había ocurrido últimamente, que querían
mejor leer y regresaron sus hojas y tomaron los libros y subieron
a un árbol a leer con toda comodidad.
En las hojas se había escrito a manera de título Taller de
Lectura Cuéntame. Especulamos mucho con lo que iban a escri-
bir los niños y niñas. Pensamos en encontrarnos cosas como
hoy bañé en el río, mi mamá no hizo almuerzo, me da miedo
estar en la calle. Cualquier cosa relacionada con la situación
de convivencia.
La primera en terminar fue Julieth, quien nos contó que lo
más importante y feo que le sucedió fue que sus padres tuvieron
que dejarla sola en su rancho porque debían ir los dos a trabajar,

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que se sintió sola y con hambre. Ahí estaba la primera sorpresa,


estábamos con un nudo en la garganta.
Luego terminó Rafael, quien contó que su recuerdo es feo,
pero quiso contarlo para decirlo y es que el domingo, su papá le
había pegado a la mamá estando todo borracho y drogado. In-
mediatamente continuó Yuli, quien nos explicó que lo más malo
que podía contarnos era que ya no quería seguir viviendo en su
casa, pues ahí vendían cosas prohibidas. Y así fueron saliendo
cada uno, motivados por Julieth, quien fue la primera que se
atrevió a contar un suceso negativo, de los tantos que se vivían
a diario. Todos se fueron identificando en sus desgracias y tris-
tezas. La última en pasar la hoja fue Martha, quien se acercó a
nosotros y con el papel plegado nos dijo que ella no quería que se
leyera entre todos eso, sino que solo nosotros, pero que no hicié-
ramos nada, que leyéramos y listo. Martha regreso a su silla y a
manera de lealtad y de compromiso sus dos amigas que la acom-
pañaban nos hicieron un gesto de juramento con su mano, de
confianza y de saber que no íbamos a tomar acciones al respecto
al parecer porque era muy delicado el tema.
Encargamos a Felipe Bedoya de la lectura del Libro de los
Valores ahondando en la justicia y narrando el Cuervo Vanidoso.
Entretanto nos alejamos con cautela y casi al borde de la entrada
a las casas del jarillón abrimos la carta y quedamos fríos.
Martha no faltaba a ninguna actividad, siempre estaba
atenta, cordial y se sabía la movida de toda la invasión. Vivía con
su abuela Tania, sus hermanas y su padre estaba preso en una
cárcel de Estados Unidos por narcotráfico. Buenaventura era su
tierra y cada quince días salía de viaje para allá, de donde traía
cangrejos con su abuela.
Textualmente decía en la hoja:

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Ta l l e r d e l e c t u r a c u é n ta m e

“Taller de lectura cuéntame


La semana pasada Óscar el baboso de la tiendita del frente,
me dijo que entrara a la casa de él que él me regala plata. Yo
a ese señor lo odio. No vayan a hacer nada”.

Era una mezcla de desahogo y miedo, la que sentía Martha.


Quedamos estupefactos, Felipe en medio de la narración tam-
bién nos ojeaba preocupado. Martha al notar que regresábamos
a la actividad se tapó su rostro con el libro, lo bajó y juntó las pal-
mas de sus manos gesticulando un por favor casi religioso.
Terminamos el taller de lectura, despachamos los niños
y llamé a Martha para hablar con ella personalmente. Le pre-
gunté a fondo que era lo que había sucedido, cuándo, cómo y
qué más había sucedido, pero lo mismo que escribió lo sostuvo.
Que Óscar, un adulto de casi sesenta años, dueño de la tienda
de la esquina, una tiendita típica de barrio pobre, la invitaba
a menudo a entrar a su casa para darle dinero. Martha nunca
había aceptado, le parecía horripilante, sentía asco por él. Le
decía baboso cuando se lo topaba por ahí o cuando debía com-
prar algo en la tienda y le agarraba los dedos cuando le entrega-
ba la devuelta.
No quería contarle a su familia por temor a represalias y
quizás a una muerte, porque muy en el fondo, atravesando su
ingenuidad y niñez, ella sabía qué quería de verdad este tipo.
Salvo su familia y sus amigas, con quien sentía la confianza de
hablar sobre el tema era con nosotros. Nos preguntó qué íbamos
a hacer al respecto y le respondimos que, por ahora nada, que no
se podía denunciar porque las cosas en el sector estaban muy
malucas y que eso podría llevar a una tragedia o a ponerle fin a
nuestras actividades.

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Nos despedimos de ella, la vimos entrar a su rancho e in-


mediatamente vimos cómo se ajustaba la puerta de madera, Luis
Gabriel Martínez quien también piloteaba Biblioghetto y yo nos
acercamos a la tienda, con la excusa de comprar un par de gaseo-
sas. La verdad era que queríamos analizarlo. Era el típico viejo
verde, sonriente, bromista, con barriga abultada, bigote, chan-
clas y olor a nicotina, sin contar con el tufo a ron.
No era verdad que sentíamos miedo de una tragedia, tam-
poco era cierto que no podíamos hacer nada, solo queríamos
darle tranquilidad a Martha. Ahí estábamos sobre el mostrador
con la valentía más grande que habíamos podido sentir en toda
nuestra vida. Queríamos darle una paliza o recurrir a Bienestar
Familiar, o no, lo mejor era aventarlo con la comunidad, darle un
buen merecido.
Luis Gabriel no lo pensó dos veces y le lanzó la verdad en
una sola tanda. Le dijo que sabíamos que él le ofrecía dinero a las
niñas de por ahí para que entraran a la casa a hacer cochinadas,
que tuviera mucho cuidado. Y terminó asegurándole que había
nacido mal parido y que era un hijo de… No iba a dejar a mi com-
pañero enfrentándolo solo, también me armé de verraquera y
con voz fina le dije que era un delito, que teníamos las pruebas
suficientes para encanarlo, que agradeciera que ninguno de los
de Buenaventura se había enterado aún. Salimos enfurecidos,
con la sangre hirviendo.
El tipo quedó pasmado, sin palabras, solo nos miraba de
arriba abajo, reconociendo el estampado del Che Guevara en mi
camisa.
Dos días después, decidimos hacer un nuevo taller de lec-
tura solo para darnos cuenta de parte de Martha y sus amigas
qué más había sucedido y para encarar de nuevo a este tipo.

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Ta l l e r d e l e c t u r a c u é n ta m e

Ya no había tiendita, podíamos ver la vivienda vacía y un


letrero en rojo que decía, se arrienda. Efectivamente, Martha lle-
gó en medio de una euforia con sus amigas que tarareaban una
canción que sonaba al fondo del jarillón, a preguntarnos que qué
era lo que habíamos hecho para que ese hombre se fuera de ahí.
A lo que respondimos, que solo hablamos con él.
Martha no lo podía creer, estaba muy feliz de haber alejado
un acosador de su entorno. Nosotros, apenas empezábamos la
búsqueda, pues no era solo desplazarlo, había que denunciarlo.
Eso haríamos al día siguiente con la ayuda de la familia de Mar-
tha, para que eso no le fuera a suceder a nadie más.

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Ta l l e r e s d e L e c t u r a e n h o g a r e s d e B i e n e s ta r Fa m i l i a r

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Talleres de Lectura
en hogares de
Bienestar Familiar

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n par de años después de inicia-


do actividades, pensamos que
era importante conmemorar
el día del libro y del idioma en
nuestro barrio con una progra-
mación extensa, que incluyera
lectura en voz alta en las tien-
das, en las bicicleterías, en los
colegios, regalar libros a perso-
nas de escasos recursos, llenar
todos los rincones de nuestro barrio con literatura y libros.
Nos reunimos, tomamos un papel y lo convertimos en fo-
lleto con una programación que iba de la siguiente manera: era
un jueves la conmemoración del día del libro, empezábamos con
una Bibliotón para fortalecer la pequeña y vieja biblioteca de la
junta de acción comunal del barrio, el gran canje en la unidad
recreativa consistía que llevabas un libro y podías disfrutar del
ingreso a las piscinas, una jornada de lectura en voz alta a los
adultos mayores asistentes al comedor comunitario, una jorna-
da de audiocuentos en la sede comunal, la salsa y la lectura iban
de la mano en una narración representada en baile con la escuela

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Ta l l e r e s d e L e c t u r a e n h o g a r e s d e B i e n e s ta r Fa m i l i a r

Rumba Brava, karaoke narrativo, teatro, lectura en voz alta de


pasajes de la biblia a cargo de la iglesia, libros y fútbol donde pri-
mero se construían las reglas de juego, se escribían y se leían en
voz alta, lecturas desde arriba que era lectura en voz alta desde
los zancos, un taller de ruido donde se creaban historias a partir
del ruido, dibujo con tiza en la calle, adivinanzas, trabalenguas,
oralidad, promoción de lectura y una visita a los once hogares de
bienestar familiar del barrio donde se brindaba acompañamien-
to de lectura en voz alta.
Los hogares infantiles estaban distribuidos por todo el
barrio, cada uno beneficiaba a cerca de doce niños aproximada-
mente. Niños y niñas entre los dos y cuatro años permanecían
de lunes a viernes de ocho de la mañana a cuatro de la tarde.
Para poder elaborar esta programación indagamos la si-
tuación social del barrio y para ello buscamos en un documento
que nos habían compartido un amigo gestor cultural, Cali en ci-
fras 2008 y nos encontramos con los siguiente:

“Más del 15% de la población del barrio Petecuy 1 no sabe leer y es-
cribir según censo cultural del 2008. La mayoría de población en
Petecuy 1 es de 5 a 9 años con un total de 978, le sigue de 10 a 14 años
con un total de 914 y posteriormente de 20 a 24 años con una pobla-
ción de 910. Sobre el Jarillón del Río Cauca en la comuna 6 tenemos
que, de una población de 1796, 348 de ellas no sabe leer y escribir.
El total de la población de Petecuy 1 es 9.183, 22 de ellos indígenas y
2330 son negros, mulato o Afrocolombiano”.

Esos datos nos motivaron a construir una programación


especial y a llenar todo el barrio con libros, lectura y mucha
imaginación. Para nosotros era crucial ir a todos los hogares

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infantiles a leer en voz alta. Más de cien niños se daban cita dia-
riamente, era un potencial que además nos permitía la posibili-
dad de institucionalizar la lectura en estos sitios, también po-
díamos establecer vínculos con los padres de familias en charlas
o compromisos de lectura en voz alta en casa.
Ese día empezamos desde las nueve de la mañana visi-
tando los hogares en Petecuy 3. Nos encontramos con luga-
res organizados, con bastante población infantil cuyos padres
de familia trabajaban y su apoyo eran esos hogares con sus ma-
dres comunitarias.
Leidy Bedoya y Lucrecia Correa iniciaron narrando en voz
alta con un libro en gran formato con ilustraciones a full color.
Narraban la historia de un elefante y sus amigos de visita en la
playa, Nano va a la playa de Ivar Da Coll. Empezaron por los hoga-
res de Petecuy 1, cerca al sector el hueco, mientras Viviana Dora-
do y quien escribe íbamos cubriendo Petecuy 3 hasta encontrar-
nos en el hogar de Yaneth Romero.
La lectura en voz alta se convertía en una estrategia nove-
dosa, complementaria de las actividades lúdicas de los hogares.
Las madres comunitarias sentían que tenían apoyo, pues todo el
funcionamiento era netamente de ellas y en muy pocas ocasio-
nes tenían el tiempo y el material necesario para articular una
oferta de lectura de este tipo.
Terminada la jornada, regresamos a casa con la convicción
de haber realizado un buen trabajo. Con el paso de las semanas,
las madres comunitarias fueron escribiéndonos solicitando ir
a acompañar las mañanas con lectura en voz alta. Extendimos
este programa durante nueve meses, pero con el tiempo también
fueron naciendo obligaciones académicas y económicas que nos
restaron tiempo a nuestras actividades y fue necesario parar.

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Doris Rojas y el comedor infantil

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Doris Rojas y
el comedor infantil

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raíz de la población vulnerable


que se había asentado sobre el
jarillón y Cinta Larga, varias
iglesias cristianas pensaron en
apoyar. Una de ellas hacía jor-
nadas de entrega de ropa usada
en buen estado, otra regalaba
mercados todos los domingos
en sus cultos, mientras que otra
intentó hacer un censo entre los
niños y niñas para analizar la posibilidad de colocar un comedor
infantil cercano. Al primer intento de hacer el censo los atraca-
ron. Pero la misión era levantar los datos y citar a los niños a co-
mer. Entonces pagaron a una persona para que entregara unos
volantes fotocopiados donde invitaban a los padres de familia a
dirigirse con sus hijos, un par de documentos y una foto, a diez
cuadras saliendo del barrio, donde funcionaba la sede de la igle-
sia cristiana.
Les funcionó y esa mañana de sábado llegaron cerca de
cincuenta y tres niños y niñas, diez de ellos con sus padres,
los demás sin compañía más que sus mismos amigos. Existían

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Doris Rojas y el comedor infantil

fronteras invisibles y justo por donde debían atravesar el puente


ahí se aposentaba una banda que le había declarado la guerra a
los de Buenaventura. Así que les tocó cambiar de ruta y dar unos
pasos más para poder llegar. Además, esa fue la excusa que con-
taron al preguntársele el porqué de la inasistencia de ellos. Unos
argumentaban que si el papá venía o cruzaba el puente que esta-
ba sobre el canal de aguas lluvia, podían matarlo, que esta zona
no era para ellos, que incluso todos los niños tuvieron que venir
en grupo para sentir seguridad, pues la policía nunca respondió
al llamado de acompañamiento.
Doris Rojas fue el ángel para muchos en Petecuy que bus-
caban un plato de comida o una muda de ropa. Llegó al barrio
con un conjunto de personas respetables y amorosas, sin temor
a pesar de los infortunios que podían vivirse en el barrio.
Luego de las inscripciones visitaron el polideportivo y so-
licitaron el préstamo del kiosko y la cocina. Definieron que los
sábados eran los días de entregárselo al otro, de extender una
mano, una mirada, una escucha y un poco de atención a quien la
vida lo había llenado de desasosiego.
El comedor empezó atendiendo cerca de cincuenta y ocho
niños y niñas y al final de sus días fue creciendo hasta tener
un total de ciento veinte. Las jornadas sabatinas a las que llega-
mos un año después, consistían en el llamado a lista a las nueve
de la mañana, la oración, un trabajo con papel, colores y pin-
tura, la lectura semanal y un acompañamiento profesional,
luego un plato de comida entre el desayuno y el almuerzo, jor-
nada recreativa en los juegos infantiles y un hasta pronto que se
hacía eterno.
A ese esquema de trabajo llegamos producto de nues-
tras labores. Veíamos que en ocasiones los niños y niñas más

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rebeldes se complicaban y causaban problemas con el volunta-


riado. Nosotros ya teníamos una camaradería con esos chicos
problemáticos y difíciles. Entonces optamos por acompañar los
sábados y ofrecerles un rato de lectura y reflexión.
Empezamos solicitando en préstamo las maletas viajeras
del área cultural del Banco de la República y Comfenalco. Los
extendíamos sobre el césped del polideportivo y se sentaban to-
dos en círculo, donde se pasaban libros y escogían historias.
La coalición había resultado genial. Se logró el control de
los chicos problema y fortalecer su participación. Pero dos fac-
tores fracturaron la confianza depositada hasta tal punto de
trasladar de nuevo el comedor para el barrio Gaitán.
Uno de ellos fue la violencia, las pandillas, los hurtos des-
carados de los que fueron víctimas los voluntarios de Doris. Este
equipo de apoyo estaba conformado por personas desarmadas
de odio, venganza o rencor. En su trato podía saberse que habían
afrontado un cambio en su vida notable que les habían dado una
visión de paz y amor dentro de su ser.
Y por eso pasaron muchos meses siendo atracados, siendo
despojados de sus pertenencias. Ellos regresaban, no cargaban
bronca con los que ya sabían los robaban. Los veían cada sábado
en esa misma esquina fuera del polideportivo. Unas veces con
suerte otras no.
Un grupo de jóvenes con complejidad en sus actos socia-
les salían del sector el hueco, al barrio a robar quien se le atra-
vesara en el camino. Cuando llegaba Doris en taxi con sus ollas,
sus libras de arroz, una pequeña estufa, llegaban estos sujetos
y con pistola o cuchillo en mano los despojaban. Nosotros nos
enterábamos cuando cerca a las nueve de la mañana llegábamos
con los libros cargados al hombro. La comida se preparaba desde

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Doris Rojas y el comedor infantil

muy temprano y por ende esto requería una buena madrugada. A


pesar de que la mayoría de los niños y niñas venían de Cinta Lar-
ga, nunca los Buenaventura llegaban hasta ahí a robar. Era claro
que quienes tenían azotado ese sector eran otros.
El otro factor fueron las festividades. Pues la iglesia a tra-
vés del comedor infantil destinaba donaciones, regalos, ropa
y más comida para entregarle a las familias de los niños. Días
como el de la niñez, época escolar o diciembre, eran peleas entre
las familias, los niños y los voluntarios de la iglesia, que termina-
ban incriminados por la falta de calidad en los juguetes, o por la
falta de un regalo adicional para el hermano o la hermana que no
estaba ahí. En pocas palabras falta de cultura, poca convivencia
y un asistencialismo puro que estaba conllevando a que se rom-
pieran las relaciones de respeto y gratitud hacía quien estaba
pensando en ellos.
Este espacio de apoyo en lectura a la iglesia cristiana fue
importante para nosotros. Comprendimos que estar como ga-
rante en los procesos genera confianza en la comunidad.
El tiempo fue transcurriendo y decidieron abandonar el
polideportivo y trasladar el comedor para la sede de la iglesia,
diez cuadras afuera del barrio. Ahí estuvo funcionando un año
adicional hasta que las fronteras invisibles hicieron que de nue-
vo la asistencia bajara considerablemente.

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Picnic al barrio

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Picnic al barrio

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os Picnic fueron moda hace


cuatro años en la ciudad (aún
lo están). Todos hablaban de
esa palabra. Hasta los políticos
en campaña invitaban a picnic.
Para ese entonces el área de Cul-
tura Ciudadana de la Secretaría
de Cultura de Cali, abre un pro-
ceso de apoyo a organizaciones
culturales que se encuentren
trabajando el tema. Nos postulamos y nos dieron vía libre para
asignarle recursos a un proyecto que nos dejara dotación y así
mismo permitiera la creación de un evento comunitario donde
se hiciera un proceso de aprendizaje desde la cultura ciudadana.
Corría diciembre entre los meses. Teníamos encima las ce-
lebraciones navideñas. Presentamos la idea, le dimos el nombre
de Picnic al Barrio. En consenso se decidió que nos tomaríamos
uno de los parques del barrio e invitaríamos a cien familias a una
programación muy hogareña, donde compartiríamos un plato
de comida con nuestras familias en un lugar al que no acostum-
braban a ir y mucho menos a sentarse a ver la familia del vecino.

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Picnic al barrio

Eso buscábamos, convivencia, empoderamiento alrede-


dor de una buena lectura, un plato de comida navideña y un am-
biente comunitario. El proyecto lo aprobaron y con ello adquiri-
mos equipos de sonido y computación que hoy son nuestra base
de trabajo. Invertimos unos cuantos pesos en comida y el resto
en libros. Decidimos que por tamaño y por poco uso el Parque de
la Reconciliación era el lugar clave para convocar a estas fami-
lias y desarrollar el evento.
Adornamos el sitio con festones, dispusimos de manteles,
no sin antes realizar una jornada de limpieza en el lugar y de bus-
car puerta a puerta las familias, logrando el compromiso que de-
berían asistir padres e hijos o abuelos. A la entrada se le entrega-
ba un gorro de navidad, pasaban luego a uno de los cien lugares
y a esperar el inicio de la actividad. A medida que iban llegando,
se les recomendaba en voz alta iniciar una conversación con su
familia sobre el lugar donde se encontraban.
Cerca de la hora de inicio fue fascinante ver cien familias
reunidas en ese parque que la comunidad identificaba como
lugar de consumo de vicio y de peligro. La mala fama se estaba
rompiendo y lo pudimos evidenciar en los comentarios de las
personas que se acercaban a felicitarnos por la cantidad de per-
sonas y lo más importante fue ver a las familias unidas, a los pa-
pás o a las mamás ahí junto a jóvenes y niños, en sillas de ruedas,
con dificultades de movilidad.
Saludamos a los asistentes e iniciamos explicando la diná-
mica del evento. Luego iniciamos la lectura en voz alta del libro
La mejor familia del mundo de Susana López. Cada familia tomaba
el micrófono y leía un par de páginas del libro.
Así se fue la tarde noche, con lecturas amenas, en la que se
leyeron tres libros, El gran libro de los regalos mágicos, La nochebuena

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de Maisy y El inesperado regalo de Papá Noel. También acompañamos


la jornada con audiocuentos que reproducimos a través de la ca-
bina de sonido. Se les entregaron materiales para hacer carteles,
pliegos de cartulina, marcadores, temperas, colores y colbon.
Cada familia debía representar ese momento de integración fa-
miliar y comunitaria en un dibujo o mensaje.
Al finalizar se entregó un plato navideño y un kit de libros
a cada familia, con la intención de validar en el hogar el valor de
compartir una lectura en voz alta con los hijos.

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Javiera Poesía

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Javiera Poesía

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n el primer periodo de vacacio-


nes del año dos mil diez, deci-
dimos realizar con nuestras
propias gestiones unas jornadas
lúdico-recreativas que fueran
una opción para los niños que
no podían pagar cierto valor de
la programación de las Vacacio-
nes Recreativas que la Corpora-
ción para la Recreación Popular
realizaba en el Polideportivo. Recogimos donaciones, planea-
mos actividades culturales, pensamos en recuperar espacios,
traer invitados y, ante todo, no generar ningún costo a los ena-
nos. Ahí surgieron las Vacaciones Populares Biblioghetto.
Nuestro punto de concentración fue el segundo piso de
la sede comunal. Ahí brindábamos obras de teatro, karaoke,
lectura en voz alta, títeres, juegos y demás. En el marco de esas
jornadas, nos visitó Javiera Pérez Salerno, una poeta y escritora
argentina de veintinueve años, que andaba por el continente re-
corriendo países. A nuestras actividades llegó gracias al puente

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Javiera Poesía

tendido por el también poeta, escritor y pintor Fernando Flores,


conocido como Urzus.
Programamos una jornada de lectura en voz alta. Pensa-
mos que los chicos de los grados cuarto y quinto de la Escuela
San Jorge eran el público indicado para escucharla.
Javiera llegó con un juego de papeles plegados bajo el
brazo. Lentes redondos y grandes, un corte de cabello al estilo
chilindrina, sus zapatos oscuros y en plataforma. Esos papeles
eran el objetivo de su viaje por Suramérica. Junto con compañe-
ros de oficio, habían fundado el Proyecto Latinoamericano de Unión
Poética. Era una hoja tamaño carta u oficio que venía impresa y
plegada en forma de cuadernillo. El PLUP era un proyecto de
distribución artesanal de poesía argentina. Catorce poetas
nuevos, jóvenes y gauchos que recorrían fronteras y avenidas
desde México DF hasta su natal Argentina. La consigna era
abandonar la publicación en bares, deslizarla en bolso de viaje-
ros y compartirla por manos impensadas. Y ahí estaban, frente
a ella, ochenta y cinco manos impensadas y claro, una poeta im-
pensada para ellos.
Su acento marcado, rápido, el vocabulario, el empleo del
“vos” y del sonido de la “ch” pasmaron a los niños y niñas, les
sacaban sonrisas imposibles de detener, ni siquiera se miraban.
Estaban atónitos. Javiera explicó que había nacido en Tandil,
provincia argentina, que le gustaba andar en bicicleta y que tenía
una hermana de quince años que también era poeta.
De repente uno de los niños soltó una solicitud peculiar:
Quiero escucharte decir mi nombre, me llamo Jhon Stewart. Lo pronun-
ció y todos pidieron lo mismo. Sonreían y estaban sorprendidos,
pues para muchos era la primera vez que escuchaban a una per-
sona de otra nacionalidad, tan cerca, tan real.

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A continuación, Javiera leyó en voz alta una de las copias


del PLUP, precisamente de la autoría de su hermana Marianela,
a la que especialmente llamaba Maru Paii. Selección llamaba su
poesía. No la dejaron terminar, muchos niños y niñas pedían que
les dejara leer los textos del PLUP. Al finalizar la lectura hubo un
cruce de preguntas, una de ellas de Javiera, quien les preguntó
que qué sabían de Argentina, a lo que los niños respondieron
que el fútbol, mientras las niñas se le acercaron a pedirle que
pronunciara sus nombres, pues les parecía particular el acento
igual a las de las niñas de Patito Feo, aquella telenovela argentina
que fue furor.
Javiera dio paso a la segunda actividad del día mientras en-
tregaba copias de sus “plaquetas” como le llama. Así quedó en la
memoria de los niños del cómo llegó una poeta argentina a un
pequeño salón a leerles en voz alta un recital de otra niña igual
que ellos.

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Mochileros cartoneros

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Mochileros
cartoneros

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ntes de nacer Biblioghetto, en


el barrio Petecuy existía un mo-
vimiento de artistas al que se le
denominó Fundación Ciudad
Solar. El amor de joven por An-
drés Caicedo me había llevado a
pensar en una gran casa donde
confluyeran artistas de semá-
foro, bailarines, zanqueros, mi-
mos, fotógrafos, apasionados
por el cine, docentes y por supuesto escritores. Funcionó duran-
te dos años y ahí se dieron cita artistas callejeros, una escuela de
salsa, zanqueros, animadores, payasos, mimos, una poeta y un
escritor.
Por allá en el año dos mil tres había escrito mi primera no-
vela, que fue rechazada por dos editoriales. Buscando opciones,
me topé alguna vez con el movimiento de las editoriales carto-
neras. En un encuentro de escritores en Armenia, una profeso-
ra de colegio con la que compartía el gusto por Andrés Caicedo
cargaba consigo uno de mis libros de relatos en este tipo de edi-
ción. Allá se encontró con Washington Cucurto, un escritor y

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Mochileros cartoneros

fundador de Eloísa Cartonera, la primera en el mundo. Le regaló


mi ejemplar.
Eloísa Cartonera había nacido de la crisis que vivió el país
gaucho en el dos mil uno, convertían el cartón y lo usaban como
las tapas de los libros de escritores y poetas nuevos o poco co-
merciales. Empezaron comprando cartón a un precio mejor que
las centrales de acopio. Imprimían y con fotocopias le daban el
cuerpo al libro. Luego pintaban con temperas las tapas y se iban
por ferias y encuentros artísticos ofreciendo una gran variedad
de textos a precio de dólar.
El boom de las editoriales cartoneras se expandió por todo
el planeta. Para ese entonces mis libros de relatos ya estaban en
cartón y fotocopias. Pensamos que ese sería el proyecto de em-
prendimiento y de sostenimiento que íbamos a acoger. Esa fue
nuestra bandera muchos años.
Amigos y redes nos habían colocado en el mapa como Bi-
blioghetto Cartonero, publicábamos nuestras historias y las de los
chicos de los talleres. Esto nos colocó en el radar de mochileros
que, de paso por Cali, preguntaban por editoriales como Del aho-
gado el sombrero y por supuesto Biblioghetto cartonero.
Recibimos cerca de treinta visitas en estos trece años.
Unas visitas buscaban intercambiar experiencias, otras inter-
cambiar publicaciones y un par hacer estadía en nuestro proce-
so. Esas fueron las más interesantes, puesto que nos dejaron un
aprendizaje lleno de poder y de transformación desde el cartón
y la literatura.
Una de esas estadías fue la de Jhonatan y Cruz Tornay
que venían en un recorrido desde Honduras, en busca de la Pa-
tagonia Argentina. Llegaron al barrio y se instalaron en la sede

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comunal. Ahí programamos un Taller de elaboración de libros


cartoneros y de paso un Taller de Lectura en Voz Alta.
Se citaron a los niños y niñas un sábado desde las cuatro de
la tarde. El día anterior pudimos darnos cuenta de lo motivados
que se encontraban, pues recorrieron todo el barrio en busca de
cartón para las tapas de sus libros.
Iniciamos con la lectura en voz alta y posteriormente Jho-
natan y Cruz Tornay tomaron el timón del taller y emprendieron
la construcción de sus libros cartoneros. Ese día nos acompaña-
ron Miguel Durango y Rosa Doris Huertas de la Fundación Al-
fombra mágica en El Poblado.
El taller tuvo cerca de treinta y cuatro asistentes y se apli-
caron técnicas de encuadernación como cocido, pegado, grapa-
do y japonesa. Se leyeron en voz alta poemas y cuentos.
La otra estadía valiosa fue la que narramos anteriormente,
Javiera Pérez Salerno.
También nos visitó un japonés que estaba visitando y vi-
viendo un par de días en los barrios con mayor índice de violen-
cia de ciudades capitales. Había llegado a Cali y por esa época le
habían referenciado a Petecuy. Fuimos y le enseñamos el barrio,
las pandillas, los enfrentamientos. Pasó una noche en la sede co-
munal y otra en la invasión Cinta Larga.

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Gira Sur-Sur

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Gira Sur-Sur

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n el año dos mil once participa-


mos de una marcha para recha-
zar la utilización de niños en el
conflicto armado. La organiza-
ba la Agencia Colombiana para
la Reintegración ACR a través
de su programa Mambrú no va a
la guerra que se ejecutaba en lu-
gares donde los niños tenían la
posibilidad de caer en círculos
de violencia y bandas criminales. Entre el dos mil trece y dos mil
catorce, fuimos afortunados de tener este programa en nuestro
barrio y permitir realizar un proceso de ocupación del tiempo
libre y de reconocimiento de las dinámicas de violencia que afec-
taban a la población infantil.
Nuestro proyecto era vincular niños y niñas de diferentes
sectores del barrio para hacer conversatorios, encuentros y ta-
lleres alrededor del libro como herramienta de transformación
social. En pocas palabras se fortaleció el proceso que venía des-
de ocho años atrás.

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Gira Sur-Sur

A la par del desarrollo de Mambrú no va a la guerra, se nos


privilegió con la posibilidad de ser una de las iniciativas que
acogería a la Cuarta Gira de Cooperación Técnica Sur-Sur, que
traía a más de sesenta delegados, altos funcionarios y servido-
res públicos de áreas como la reintegración, de más de cincuenta
países, como Angola, Nigeria, Sudáfrica, Cuba, México, Afga-
nistán, Marruecos, Haití, Irán, entre otros.
Aquella tarde se había dispuesto del salón comunal para
el recibimiento y unas paradas dentro de la Unidad Deportiva,
donde se elaborarían libros cartoneros, se haría lectura en voz
alta y una actividad llamada, de los árboles nacen los mensajes.
El protocolo de seguridad había llegado desde las nueve de
la mañana. Era un momento maravilloso para nosotros, mos-
trarle a la comunidad internacional cómo era eso que a punta de
libros y lectura podían transformar una sociedad. Preparamos
una presentación con la historia de nuestro proceso, invitamos a
líderes del sector con quienes empezamos a jalonar el desarrollo
de nuestro barrio e invitamos a la comunidad y amigos.
En la segunda avanzada llegó el director de la ACR Ale-
jandro Eder detrás de un par de camionetas blindadas. Detrás
de él llegaron el comandante de policía Cali y los dos buses con
los funcionarios extranjeros. El barrio permanecía vigilado por
policías a pie, en moto, en camión y habían militarizado dos cua-
dras a la redonda de la sede comunal.
Ingresaron, tomaron asiento y la orden fue tratar de hablar
despacio pues cada visitante venía acompañado de un traductor.
Ahí estábamos, frente a representantes de todo el mundo en ma-
teria de reconciliación, de prevención del reclutamiento, confir-
mando una verdad irrefutable: que los libros y la lectura ayudan

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a una sociedad, a una ciudad y a un barrio a luchar con las pala-


bras antes que con las armas. Orgullo.
Nos tomamos más de una hora mostrando la metodología
de trabajo de Biblioghetto y los resultados de Mambrú no va a la
guerra como estrategia de prevención del reclutamiento de me-
nores de edad por parte de bandas delincuenciales y organizadas.
De los asistentes se programaron tres preguntas, de
las cuales rescato la que más nos puso a pensar, escuchamos
en idioma francés y luego una traductora: ¿Ustedes están en capaci-
dad de ir a nuestro país (Haití) a replicar este monumental trabajo? Haití
los necesita.
Fueron los diez segundos más largos de nuestras vidas.
Nos trasvolamos a las imágenes que teníamos de Haití, un país
poblado por negros, con costas hermosas, pero con violencia en
sus calles a mas no poder y la huella indeleble de un terremoto en
el 2010. Respondimos que sí.
El siguiente punto en la agenda era la visita a una pequeña
exposición fotográfica en el segundo piso de la sede comunal.
Ahí se encontrarían con una colección de veinticinco fotogra-
fías tomadas en los mejores momentos de Biblioghetto y las cua-
les definían visualmente todo nuestro trabajo.
Posteriormente pasamos al Parque de la Reconciliación
donde se explicó el origen del nombre y el proceso que se había
llevado a cabo. Éste era un parque abandonado, lleno de male-
za incontrolada, juegos inservibles y una pandilla que se dedi-
caba a consumir alucinógenos. Allí llegó la ACR con un grupo
de personas en proceso de reintegración a la sociedad. La idea
en principio era compartir espacio con la comunidad del sector
y realizar una serie de talleres y ajustes al parque. La primera

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Gira Sur-Sur

semana fue imposible, muchos habitantes no estaban de acuer-


do que fueran exguerrilleros con quienes se iban a relacionar
y construir las obras del parque, las normas, los horarios, sus
usos y darle un nombre. Poco a poco fueron llegando las perso-
nas, fue un proceso de confianza y de tiempo. A ese parque los
desmovilizados y la comunidad, en llave, lo denominaron Par-
que de la Reconciliación.
En el parque, en unas de las carpas estaba la promoción de
lectura a cargo de la agente bibliotecaria Dilia Henao quien tenía
cerca de treinta niños concentrados en la lectura en voz alta. En
otra estaban los materiales para la elaboración de los libros car-
toneros. Y en otra carpa más allá estaba la escuela de salsa Los
Tremendos de la Salsa.
Los visitantes realizaron el recorrido ensamblando el libro
que habíamos preparado. No era literatura, tampoco una novela
o una historia romántica. Era un texto con la recopilación de seis
notas periodísticas sobre el proceso Biblioghetto.
Al terminar el libro, que venía en inglés, incluso su cara-
tula y reseña, pasaron a unas hojas que colgaban de los árboles y
donde ellos dejarían un mensaje en sus idiomas nativos, esta era
la actividad de los árboles nacen los mensajes. Y para finalizar vibra-
ron con una muestra artística de baile del sector.
Aquel día fue enormemente valioso para cada uno de no-
sotros y de los niños que nos acompañaron pues a pesar de las
dificultades, la falta de apoyo gubernamental, estábamos siendo
referentes no solo de ciudad sino de país y de otros países que
aún viven en guerra.
Demostrar que a punta de lecturas y libros se pueden sal-
var las vidas de los niños fue un regocijo gigante, aunque sabía-
mos que faltaba mucho, mucho por hacer.

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Mambrú y los libros de la discordia

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Mambrú y los libros


de la discordia

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uando la Agencia Colombina


para la Reintegración llegó a
nuestro barrio y expuso un plan
de trabajo con niños y niñas
inmersas en dinámicas de vio-
lencia y de reclutamiento, pen-
samos inmediatamente en la
población infantil de la invasión
Cinta Larga y la del barrio en
general, pues eran dos visiones
diferentes de lo que estaba ocurriendo.
Una parte eran los niños del asentamiento, cerca de ciento
cincuenta niños estrato cero, cuyos padres eran los protagonis-
tas de la violencia, con poco acceso a la educación, muchos de
ellos realizaban labores informales para obtener dinero, eran
ayudantes de carretillas, reciclaban y su zona de juegos era el ja-
rillón y la escombrera.
La otra parte de los infantes se encontraba en casa, casas
de dos o tres pisos, matriculados en la escuela pública o el co-
legio, sus padres trabajaban, los fines de semana los llevaban a
centros comerciales y juegos mecánicos, estaban en escuelas de

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Mambrú y los libros de la discordia

fútbol, patinaje y se veían en sus bicicletas en el día dar vueltas


por las manzanas del barrio.
Para nosotros no existía esa división, esa desigualdad.
Trabajamos con toda la población, pero sucedía algo extrema-
damente grave y era que los padres de familia le contaban una
versión segregacionista de la realidad. Ahí fue cuando pensa-
mos que el mayor aprendizaje de Mambrú no va a la guerra era
romper esa desigualdad, esa estigmatización.
Con María Isabel Rivera, promotora y psicóloga de Mamb-
rú no va a la guerra, establecimos acompañamiento y asesoría a los
talleres que íbamos a iniciar en ambas instituciones educativas.
Para el Colegio César Conto designamos a Giovanni Sandoval
como promotor de Biblioghetto. Allí los talleres giraban en tor-
no al deporte, el pensum estaba compuesto por un conversato-
rio con futbolistas profesionales invitados, el estudio de las re-
glas del fútbol, la proyección de un documental sobre la historia
del deporte de la pelota y la práctica del Golombiao.
En la escuela San Jorge la temática giró alrededor de la lec-
tura y la escritura. La programación comprendía la introducción
al mundo literario de la saga de Mario Mendoza, dos jornadas
de preámbulo a la escritura, la primera lo básico y la segunda
comprendía la narración y la redacción de experiencias de vida
en torno a la violencia y el reclutamiento de NNAJ en el sector,
luego una proyección del boom latinoamericano de Editoriales
Cartoneras y posteriormente un taller elaboración de libros car-
toneros, finalizando con una miniferia del libro, que compren-
día muestra editorial y programación cultural.
Las intervenciones estaban pensadas a narrar las ex-
periencias de violencia entre los niños y niñas de Petecuy y
la invasión Cinta Larga, pues como ciudadanos de a pie

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sabíamos que existía una brecha enorme que era cultivada por
los adultos.
Los talleres en el Colegio César Conto transcurrieron sin
ninguna novedad, mientras que en la Escuela San Jorge fue todo
lo contrario.
Para esa época el barrio estaba popularmente “caliente”,
había una guerra declarada entre el sector de Cinta Larga y Pe-
tecuy 3. El parque Nuevo Sol era una frontera invisible y los ho-
micidios y atracos ocurrían a diario. Para el inicio de Mambrú,
el día anterior dos jóvenes fueron asesinados cerca de ahí por
cruzar fronteras invisibles.
La primera jornada, que eran espacios de una hora dentro
de la horario escolar, familiarizamos a los niños y niñas con el
mundo literario y la saga del escritor bogotano Mario Mendoza.
Esta saga, la del Elegido de Agartha a cargo de Arango Editores,
era un viaje por los lugares insospechados de nuestra América,
por el Amazonas, por México, Perú, entre otros, de una pareja
singular: Pipe y Elvis. Esta serie juvenil venía arrasando por los
colegios del país siendo incluida en los planes de lectura.
Para el segundo momento avanzamos en la escritura y a
pensarse experiencias de vida, recordar los momentos difíciles
o alegres que la vida les haya hecho vivir. En el tercer encuentro
reforzamos esas experiencias y nos metimos de lleno en las ex-
pectativas que tenían desde los hechos violentos ocurridos en su
barrio y su entorno.
Aquí llegaron todas las sorpresas. Por una parte, los niños
y niñas eran conscientes de la violencia y de miedo que estaba
viviendo el barrio. Practicamos cartografía con ellos e identifi-
caron los lugares de temor, los lugares donde nunca irían y los lu-
gares de confianza que eran los que a común visitaban o hacían

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Mambrú y los libros de la discordia

parte de su cotidianidad. Entendieron que, aunque la escuela es-


taba ubicada en Petecuy 3, era en Petecuy 1 donde mayor terror
se vivía.
Al preguntarles el por qué, nos llevamos una sorpresa. Las
respuestas fueron textualmente así:

— Porque allá viven los negros.


— Mi papá me dice que nunca me atreva a ir por allá por-
que me pueden matar.
— Allá esos negritos nos sacan a piedra y dicen que nos
van a picar.
— Mis tías viven allá y están vendiendo la casa porque ya
dos balas han pegado en la puerta, están aburridas y
con miedo.
— A mi papá le cobran vacuna por vender las arepas por
allá.
— Mi papá me dijo que los que mataban a la gente eran los
negros de cinta larga.

Después de escuchar esas respuestas entendimos que


muchas de las barreras, del estigma con que un niño vive, son
generadas por la errada apreciación que el adulto tiene de la rea-
lidad y como la manifiesta. El padre de familia no calcula sus co-
mentarios, tampoco es fácil intentar dar una realidad diferente
cuando lo que se vive es claro y contundente. No solo era culpa
del padre de familia, también la culpa recaía en los adolescentes
y los jóvenes que se llevaban a cuestas las fronteras, las rencillas,
las guerras sinsentido. Y eso iba de generación en generación,
como una carrera de relevos.

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Toda esa realidad quedó escrita en los talleres, se trabajó


con María Isabel desde el punto de vista psicológico y social esa
distancia de la realidad que estaba creando más guerra que el
mismo reclutamiento.
Con los chicos de Cinta Larga se hizo el mismo ejercicio,
se retrato la realidad desde la escritura y los resultados fueron
totalmente distintos. La pregunta fue qué piensan del crimen y
lo que pasa en el barrio con las balaceras, los muertos, todo eso.

— Queremos vivir en un lugar tranquilo, donde haya un


parque para poder jugar.
— Esa droga es la que tiene el barrio así. Mi papá dice que
no hay trabajo en las empresas y que no hay más que
hacer sino vender eso.
— Es que los de la tercera (Petecuy 3), se meten acá a dar
bala.
— Todo empezó porque los de la tercera se aliaron con
los de la Calle del Humo y se metieron a dar plomo acá.
— Uno ya no puede ni salir al basuro porque hasta allá
dan bala.
— Anoche entró la policía a las casas, nos dañó los
televisores.
— A Chapu se lo llevó la policía y no aparece.
— A mi si me parece mal que estén robando y cobrando
vacuna a las personas. Ellos no tienen la culpa.
— Nosotros no tenemos problemas con los niños de allá,
el problema es que si vamos allá nos dan bala o nos
amenazan porque somos de acá.
— A Juanpa la otra vez casi lo matan porque sabían que él
era familiar de Juan Diablo.

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Mambrú y los libros de la discordia

Ellos estaban dentro del conflicto y aun así entendían la


complejidad del tema. Otros chicos, que estaban inmersos en
la problemática de la pandilla y la banda pasaron los talleres en
silencio, sin participar, pues eran utilizados como campaneros
en la zona.
De todo este ejercicio salieron cerca de doscientos micro-
cuentos, frases y relatos que fueron publicados en ediciones car-
toneras. La última fase de la intervención era la más esperanza-
dora y la más compleja. Pretendíamos realizar un conversatorio
donde confluyeran ambos chicos, pero el rechazo generalizado
de los padres de la escuela San Jorge no lo permitió.
Avanzamos entonces a trabajar con los estudiantes del Cé-
sar Conto. Con ellos hicimos el conversatorio en el Colegio. Se
recopilaron los escritos de ambas instituciones y se trabajó en
una mesa redonda las apreciaciones de los niños de la escuela. Se
llegaron a unos acuerdos y es que la comprensión de la realidad
permitía ir en contra así sea de un grupo de niños. Que los acto-
res de la violencia eran pocos y que no se debía estigmatizar de
esa manera.
Se publicaron los libros y se entregaron en el evento de cie-
rre de Mambrú en el Coliseo Nuevo Latir, allí invitamos a los pa-
dres y familiares de los niños y niñas de Cinta Larga, quienes al
escuchar de sus hijos leer en voz alta los textos pegaron el grito
en el cielo y expresaron su inconformidad. En ese evento había-
mos invitado a varios líderes del sector que tenían relación di-
recta con el asentamiento. Tomaron el micrófono y expresaron
que, si bien era cierto que la violencia estaba siendo generada por
personas de la zona, no eran los niños y niñas que debían pagar
los platos rotos de eso. Así que alguien pidió la palabra, se le pasó
el micrófono y expresó:

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— Todo esto era de esperarse, Petecuy ha sido un ba-


rrio muy violento y más hoy en día con la proble-
mática de las bandas de afuera que quieren acabar
con toda la invasión. Yo me ofrezco con otros jó-
venes más a ir a la Escuela a hablar con ellos, con
los niños y tratar de derribar esa imagen tan nega-
tiva de los niños.

Quien hablaba era el “Negro Alex”, un admirado líder de


muchos años que tenía línea directa con todas las bandas y pan-
dillas de las comunas cinco, seis y siete de la ciudad, pues había
sido el protagonista de diferentes procesos de paz entre estos
grupos, fundador del barrio y gestor de recursos para los despla-
zados que llegaban a la invasión Cinta Larga.
La programación continuó con la presentación de Julián
Rodríguez, músico, cantante y humorista caleño, luego se entre-
garon los ejemplares del libro cartonero “Un llamado a los señores
de la guerra”, una medalla y un diploma por la participación en
Mambrú no va a la guerra.
Unas semanas después, fuimos con el Negro Alex y dos
jóvenes más al encuentro con los chicos de la escuela San
Jorge. Nos llevamos también un grupo de veinte niños y niñas
de la invasión, quienes iban con sus libros cartoneros bajo
el brazo.
Se ubicaron en mesa redonda, entrelazados. Tomamos el
micrófono y empezamos. Habló el Negro Alex y colocó el con-
texto. También estaban presentes padres de familia de los ni-
ños de la escuela. Se debatió y se comprendieron las dinámicas
que prevalecían en el barrio respecto a la violencia. Se llegaron
a acuerdos y lo más importante de todo fue la frase de uno de los

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Mambrú y los libros de la discordia

padres de un niño de la escuela:

— Les ofrecemos excusas por enseñarle a nuestros


hijos que el color de piel tiene relación con ser su-
jetos de violencia. Hoy comprendo que durante
buen tiempo con los comentarios xenófobos y ra-
cistas eduqué a mi hijo equivocadamente. Perdón
a mi hijo y a todos ustedes. Deberían reconocerse
en los errores como padres, que también han for-
talecido el racismo solo por no entender que la po-
breza y la desigualdad no nos hacen violentos.

Quedamos en silencio. Esta respuesta había generado en el


Negro Alex un gesto condescendiente:

— Yo también, en nombre de los que han generado


miedo en el sector, les pido perdón y los invito a
que ahora o mañana vayamos todos los que esta-
mos acá a recorrer el barrio y a entrar a la invasión
y ver las condiciones en que se vive y para que
vean lo que pasa allá, eso no es un agüero negro o
el Triángulo de las Bermudas, no, es un lugar lleno
de alegría a pesar de todo.

Días después acompañaríamos al Negro Alex en ese reco-


rrido. Ahí pudimos decirle a la sociedad que Mambrú no fue a
la guerra.

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LitWorld y LitClub

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LitWorld y LitClub

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mediados del año dos mil cator-


ce, gracias a la recomendación
de Felipe Montoya, Asesor de
Paz en esa época, la organi-
zación LitWorld nos contac-
tó a través de Mabel Bejarano
miembro del Consejo de Aseso-
res. Organizamos una visita al
barrio. Por ese entonces nues-
tro lugar de actividades era una
pequeña caseta ubicada dentro de la Unidad Deportiva.
Ahí disponíamos de tres estanterías llenas de libros, un
escritorio y libros por doquier. Le presentamos a Mabel nuestra
organización, la llevamos a un recorrido por el barrio y ella nos
presentó LitWorld y sus LitClubs.
LitWorld es una organización sin fines de lucro que fomen-
ta la resiliencia, la esperanza y la alegría a través del poder del
cuento. Tienen asiento en más de veinte países. Sus programas
desarrollan la confianza en sí mismo, promueven el liderazgo
y fortalecen a los niños y a sus comunidades. La programación
de LitWorld busca cultivar una nueva generación de líderes,

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LitWorld y LitClub

cuentacuentos y triunfadores académicos, efectuando cambio


para ellos mismos, sus comunidades y su mundo. Su programa
estrella son los LitClubs que ofrecen a los miembros un lugar
seguro en el cual pueden explorar con la asesoría guiada de un
líder, sus vidas por las dimensiones de leer, escribir, hablar y es-
cuchar. Los LitClubs cultivan líderes de la comunidad para que
sean fuertes, seguros y con esperanzas, que crean en el poder del
cuento y la importancia de las palabras para cambiar el mundo.
Las sesiones de LitClub están estructuradas por medio de las
siete fortalezas de LitWorld, las ideas fundacionales que pro-
mueven la resiliencia y crean nuevas maneras de alcanzar a cada
niño como lector, aprendiz, escritor.
Las siete fortalezas empezaban con la Pertenencia, don-
de se identificaban como un ser necesitado, amado y respeta-
do que hacía parte de una familia, una comunidad y el mundo.
La Curiosidad, la segunda fortaleza, busca promover una buena
disposición a explorar nuevos territorios y nuevas teorías para
comprobar el universo. Seguía la Amistad, que prepara para te-
ner relaciones estrechas y confinadas con los demás. Le sigue la
Amabilidad, que trabaja el ser compasivo con las otras personas
del mundo que afrontan una situación sea cerca o lejos. Conti-
nua la Confianza, que asumía pensar independientemente y ex-
presar ideas con madurez. Posteriormente se trabaja la Estima,
que consiste en tener respeto y admiración para los demás y uno
mismo. Y finalmente está la Esperanza, que se basa en pensar con
optimismo y creer que los esfuerzos de hoy producirán cosas
buenas en el futuro para mí y el mundo.
Para ese año la misión era entrar a Colombia y lograr
conformar un par de LitClubs. Así que luego de la visita a
nuestra biblioteca, nos comunicaron que habían aceptado

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nuestra propuesta y así fuimos uno de los primeros LitClub


en Colombia.
La acogida de los niños y niñas fue importante, nos dába-
mos cita los miércoles y los sábados. Eran dos grupos de niños y
niñas de Petecuy que en total eran cincuenta.
Nos ajustamos a la estructura de sesión del LitClub. Los
chicos les encantaba la canción de bienvenida y despedida, pues
era en inglés y muchos de ellos sentían curiosidad por aprender.
Pasamos varios encuentros vía Skype con Ana Stern, superviso-
ra de los LitClubs.
Al cabo de un año, celebramos en conjunto el día mundial
de la lectura en voz alta. Para esa ocasión nos tomamos el parque
Nuevo Sol y convocamos a las familias de los niños y niñas asis-
tentes a los LitClubs a un Pizzic Literario (Pizza, Picnic y Litera-
tura). Decoramos con globos de colores, programamos una acti-
vidad lúdica con pintura y juegos familiares. Invitamos a Jorge
Enrique Rojas, Editor de Crónicas de El País, César López de la
Revista El Clavo, Óscar Hincapié Mahecha director de Petecuy
la Película y amigos líderes de ciudad.
Para el siguiente año, las directivas de LitWorld tomaron
la decisión de dar por terminada el convenio debido a la poca ca-
pacidad operativa que teníamos para sostener los dos LitClub,
pues ese año nuestra organización contaba solo con dos perso-
nas como promotores.

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La olla donde se lee

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La olla donde se lee

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entro de la unidad deportiva del


barrio Petecuy 1, que posee una
cancha de fútbol grande, unas
graderías y una cancha de bas-
quetbol, existía una pequeña
caseta que la había construido
alguien de la comunidad para
colocar ahí una venta de gaseo-
sa, agua y cerveza para que los
domingos que había partidos y
torneos pudiera hacerse un poco de plata.
La construcción era ilegal, puesto que era una edificación
de un privado dentro de un escenario público. Con el paso de los
años levantó las cuatro paredes y con su dinero le subió la plan-
cha, le instaló una cortina metálica, una ventana doble, piso y un
pequeño andén. Pasaron los torneos y los encuentros deporti-
vos y no dio resultado la venta. Quedó a merced del sol y el agua,
el polvo y el vandalismo. Fue utilizado como expendio de vicio,
ahí dormían habitantes de la calle, había colchones que utiliza-
ban para tener relaciones sexuales y lo peor, se consumía vicio

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La olla donde se lee

todo el día y eso había hecho que poco se usara ese lugar los fines
de semana.
Luego el lugar pasó por un incendio en fin de año. Decidi-
mos entonces hablar con el dueño y tratar de recuperarlo para
que ahí funcionara nuestro lugar de encuentro. No compartía-
mos la idea que un espacio físico era fundamental. Habíamos na-
cido como una estrategia de promoción de lectura en lugares no
convencionales y la sede de operaciones era la calle, la esquina o
el parque. Pero con el paso de los años nos fueron llegando dona-
ciones, estantes y requeríamos la necesidad de reunirnos o aten-
der visitas y la única opción era nuestras propias viviendas. Así
que tomamos la decisión y hablamos con René, conocido como
Papi y quien era el arquitecto de aquella obra. Aceptó el uso del
espacio a cambio de una suma de dinero mensual.
Aseamos el lugar y empezamos a llenarlo con estantes, li-
bros, afiches, armarios y mesas. Empezamos ofreciendo talleres
de lectura en voz alta, manualidades, préstamo de libros y jor-
nadas de tareas. Los niños y la comunidad en general identifica-
ron, con el paso de los meses, el lugar como un nicho, un lugar de
encuentro y de paz y respeto. Ahí nos visitaron varios escritores
contemporáneos y cientos de líderes de ciudad.
Una tarde un equipo periodístico del Q’hubo nos visitó con
la intención de hacer un reportaje. De paso no trajeron algunos
libros a regalar. Al día siguiente con sorpresa se acerca al lugar
de reunión uno de los niños de los talleres con el periódico en
mano gritando Biblioghetto… Biblioghetto. Tremenda sorpresa. En
portada principal estaba la foto del equipo de lectura con niños
y niñas del sector. Y un titular grande que decía: La Olla donde se
lee. Y empezamos a leerlo en voz alta frente a todos:

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“LA OLLA DONDE SE LEE.

La Biblioteca de Biblioghetto en Petecuy, fue antes un sitio


de consumo de drogas. Ahora es un templo del saber.

Había una vez, en un barrio no muy lejano llamado Petecuy,


un feo cuarto habitado por oscuras criaturas que marchita-
ban hasta las flores.

Ellos se apoderaron de aquel lugar y sin importar que los ni-


ños y las niñas salían a jugar en una cancha, prendían sus
sucios cigarrillos que dañan y que destruyen.

El cuarto aquel se volvió tan feo, y tan peligroso, que los peque-
ños ya no pasaban por aquel lugar por miedo, y ya no jugaban
en la cancha que está al frente. Miedo, sí, mucho miedo.

Pero un día, el 24 de diciembre de 2013, algunas personas


le echaron candela a aquel lúgubre espacio que habían con-
vertido en un expendio y en parche de consumo, y como si el
mismo destino quisiera desterrar de allí a quienes hacían esas
cosas malas y feas que los niños no pueden ver, el sitio ardió.

Pero antes de terminar en cenizas, la casa se alzó, esta vez,


convertida en un rinconcito para la lectura.

Biblioghetto, súper Biblioghetto, los Señores Biblioghetto, los


tercos de Biblioghetto, esos a los que en sus cabezas locas se les
ocurrió un día que creando un Biblioghetto podrían alejar

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La olla donde se lee

con la lectura a los jóvenes de las calles, fueron los valerosos jó-
venes que con sus espadas y sus letras lograron levantar aquel
noble templo hoy llamado Biblioteca del Ghetto.

Con los súper poderes que les otorgaron los héroes de los cuen-
tos que ellos mismo les leen a los niños, los Biblioghettos logra-
ron que una persona les permitiese arreglar aquel marchito
lugar.

Entonces vinieron las fabulas, los primeros cuentos, las his-


torietas, les regalaron los primeros estantes, una mesa ba-
jita con asientos, y allí, en ese cuartito que mide tres metros
de frente por seis de fondo, los niños sueñan y vuelan desde el
pasado 3 de enero de 2014.

A propósito de ollas, de esas de las que tanto alarde hace el pre-


sidente Santos que dice que las quiere tumbar, alguien debería
de contarle este cuento que en Petecuy, en Cali, hay una olla
donde se lee”.

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Un complot para leer

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Un complot
para leer

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n nuestra labor diaria de invo-


lucrar a la lectura y el libro en
los procesos comunitarios, nos
dimos a la tarea de invitar a es-
critores de novela negra a las
esquinas del barrio a leer en voz
alta sus obras. Habíamos identi-
ficado varios parches de jóvenes
que se estacionaban en las es-
quinas del barrio a consumir, a
charlar y a pasar el tiempo.
Ya habíamos trabajado con este tipo de población entre-
gándoles libros de fotografías y crónicas que los consumían
como si fueran un cigarrillo. Y en nuestro afán por captarlos
más allá del obsequio o préstamo de un libro, la idea era abra-
zarlos con diferentes programas alrededor del libro y la lectura.
Por ello nos ingeniamos una actividad que se llamó Es-
critores en la Esquina. Inicialmente hablamos con los jóvenes de
los parches y accedieron a ser beneficiarios del proyecto. Em-
pezando le entregábamos varios capítulos del libro del escritor

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Un complot para leer

invitado. Eso una semana antes para que se familiarizaran con


la historia y pudiera existir un diálogo entre ellos y el novelista.
No fue fácil ubicar a los escritores. Cali es una ciudad con
poca literatura y los pocos escritores que tiene no viven en la ciu-
dad y otros están radicados en otros países. Tratamos de contac-
tar a Jorge Franco, Mario Mendoza, Nahum Montt y una decena
más de escritores, pero fue imposible. Entonces empezamos
a compartirles crónicas de revistas locales, una de ellas, la que
más gustó, fue de la Revista Ciudad Vaga, una publicación en gran
formato de la escuela de comunicación de la Univalle y que para
ese entonces recién había publicado un artículo, El despertar de los
ciclopes, que narra la historia del basuro de Navarro y sus conse-
cuencias desconocidas. Conseguimos un par de revistas y se la
rotaron entre todos.
Por aquella época una novela urbana estaba en la mira de
los críticos y de la prensa. Complot para matar al diablo, una obra
que cuenta de primera mano la vida en el mundo de las pandillas
y el bandidaje en nustra ciudad. Su autor, Yesid Toro Meléndez
había aceptado la invitación a compartir con los jóvenes esta
historia que buscaba mostrar uno de los posibles caminos que
pueden tomar la vida de muchos de los jóvenes de esos parches.
Yesid llegó puntual, se bajó del carro con su escolta, saludó
estrechando las manos de todos, que éramos cerca de veintitrés
personas en la esquina de la Carrera 2e con calle 75 del barrio
Petecuy 1, lugar de encuentro del parche de Frescura.
Desafortunadamente no se le pudo hacer entrega con an-
terioridad de una parte de la novela para que estuviesen prepa-
rados. En esta ocasión Yesid Toro, con su libro en mano, explicó
durante veinte minutos la trama, los personajes, la complejidad
de trasladar las historias de esos jóvenes a letras y líneas. Ahondó

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en el nudo de su novela y en el desenlace. Los muchachos esta-


ban absortos, habían terminado sus cigarrillos y estaban ahí
metidos en esta historia de la vida real.
De pronto notamos que Yesid le hace una señal a su escolta
y este camina hacía el baúl del carro y saca una caja. Se la pasa a
Yesid quien les da la noticia a los muchachos que les va a regalar
los ejemplares de la novela para que se la lleven a casa y la lean
con detenimiento y programen alguna actividad con Biblioghe-
tto. Los jóvenes no podían creer. Uno de ellos apresurado busca-
ba entre todos los asistentes un bolígrafo para que se le autogra-
fiara su libro, a lo que todos pidieron lo mismo.
Yesid retomó el encuentro leyendo un extracto en voz alta
del libro. Al finalizar firmó otro par de libros de personas que
fueron llegando sobre la actividad, sobre todo personas adultas.
Varias semanas después, esos mismo jóvenes y adultos fueron
visitando nuestra biblioteca en busca de más novelas como esa.
Era el nacimiento de nuevos asiduos lectores.

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2 LUCHANDO CON
LAS PALABRAS
ANTES QUE CON
LAS ARMAS
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(Proyectos, programas, eventos


y acompañamientos)

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Tr e s d í a s d e f e s t i va l

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Tres días de festival

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uatro años después de habernos


conformado como Biblioghe-
tto, veíamos que el barrio no
tenía en su programación un
evento que sacara a la familia
al parque, ni una actividad en
la que se dieran cita habitan-
tes de diferentes lugares. Cada
año se preparaba una actividad
puntual y era la celebración del
cumpleaños del barrio, pero con poco ruido y muy definido a un
pequeño grupo de habitantes.
Nos reunimos y organizamos un festival. La primera
propuesta fue una Kermés, poco compartida por todos por
ser relacionada con la comida y lo que buscábamos era enlazar
diferentes aristas de lo social, donde hubiese cultura, deporte
y educación. Luego se propuso que el domingo se hicieren tor-
neos relámpagos de fútbol, se invitara a la Biblioteca Pública con
sus servicios de extensión y en la tarde unas presentaciones
culturales en tarima. Todos asintieron y mostraron agrado por
la propuesta.

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Tr e s d í a s d e f e s t i va l

Me parecía normal, ya se había escuchado de actividades


así en barrios cercanos. Nuestra intención era innovar, entre-
garle a la comunidad posibilidades de empoderamiento desde la
creación. No, no podíamos copiar, ser repetitivos.
Fue ahí cuando surgió la idea de pensar en expandir el fes-
tival, tomarnos el barrio varios días con actividades, que la co-
munidad entendiera que había fiesta en las calles, que el miedo
se evitara o se alejara.
Propusimos entonces tres días. Empezar el viernes, se-
guir el sábado y terminar el domingo. Todos expresamos ¡uy! Y
nos miramos a los ojos con sorpresa. Al final construimos una
propuesta basada en tres días de festival, identificando el vier-
nes como el día educativo, el sábado el deportivo y el domingo
el cultural. Iniciaríamos desde las ocho de la mañana y termina-
ríamos a las siete de la noche.
Hicimos las gestiones correspondientes con entidades pú-
blicas, privadas, personas del común, comerciantes y la comuni-
dad en general. Visitamos las instituciones educativas del sector
e hicimos las invitaciones pertinentes. También a los hogares de
bienestar familiar, la iglesia y a la comunidad en general.
El viernes a las seis de la mañana llegaron las carpas, las
sillas y los refrigerios producto de gestiones. Solicitamos al área
cultural del Banco de la República una de las maletas viajeras
del museo del oro Calima y la expusimos en una de las carpas.
Se invitó a la Red de Bibliotecas Públicas y Comunitarias de Cali
con sus programas de extensión y Bicibiblioteca, a Bibliotecas
Populares en Red a la que pertenecíamos, Lectíteres que fue una
apuesta nuestra de mezclar cuentos infantiles con representa-
ción en títeres.

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Una de las ocho carpas en total era parada de lectura de los


derechos de los niños, allí tenían la posibilidad de escuchar una
fábula, se llevaban para sus casas un pequeño folleto a color con
la lista de los derechos. En otra hacía presencia la Red de Biblio-
tecas del municipio con la agente cultural de la Biblioteca San
Luis Dilia Henao quien tenía trabajo ya adelantado en nuestro
sector. En la mitad de la cancha de microfútbol se hizo recrea-
ción dirigida a los estudiantes, lectura en voz alta, muestra edi-
torial y talleres de poesía.
Desde las ocho de la mañana empezaron a llegar los estu-
diantes de la Escuela San Jorge, luego los del Liceo Rafael García
Herreros y por último los del Colegio César Conto. También nos
visitaron los hogares infantiles y vecinos del sector que veían
con asombro la cantidad de estudiantes en el parque.
El sábado fue destinado para el día deportivo. Se invitaron
a equipos de fútbol de barrios cercanos a participar de torneos
relámpagos infantil, masculino y femenino. Se recibieron en
donación trofeos, medallas y entradas gratuitas al parque de la
caña como premios. A la alcaldía se le había solicitado el acom-
pañamiento de los guardas cívicos, quienes desde el viernes hi-
cieron presencia.
La cancha de microfútbol se veía impecable, el día anterior
se había realizado una jornada de limpieza general donde se in-
vitó a la comunidad y los equipos que participaron que venían de
barrios como Gaitán, Calimio, San Luis y Alfonso López. Al fi-
nalizar la jornada se programaron las finales para el día siguien-
te en las horas de la mañana.
Ese sábado en la noche había llegado la tarima y una carpa
gigante junto con setecientas sillas y era necesario dejarlas en

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Tr e s d í a s d e f e s t i va l

la cancha hasta el otro día, pues era imposible dejar ese equipa-
miento en alguna casa. Tampoco teníamos recursos para pagar
un vigilante. Así que asumimos nosotros el cuidado y un par de
compañeros pasamos la noche en la cancha. Pasada la media
noche se escucharon varios balazos provenir de Petecuy 3, vale
aclarar que el Parque Nuevo Sol está ubicado en la frontera entre
Petecuy 1 y 3 y que en momentos de efervescencia de las pandi-
llas este había sido sitio donde muchos jóvenes habían caído. Es-
tábamos en medio de la cancha que a su vez estaba cerrada por
malla metálica y las puertas con candado, por un momento pen-
samos que se iban a meter dando plomo y que nosotros ahí no
íbamos a saber qué hacer. Afortunadamente no se escucharon
más disparos ni se vio alboroto alguno.
El domingo desde las siete de la mañana estábamos en
función del festival. Para nosotros ese día era el más crucial. Se
programó una eucaristía con el párroco del sector a la que asis-
tieron cerca de ochenta personas en la pequeña rotonda peato-
nal cerca al parque infantil.
La programación continuó con las finales de microfútbol
infantil, masculino y femenino. La comunidad se sumó tan de
lleno al evento que muchas familias sacaron empanadas a ven-
der, prepararon sancocho y demás alimentos para ofrecer.
Luego de las tres de la tarde empezamos a organizar el
escenario para las presentaciones artísticas y culturales. Se co-
rrió la tarima, se ubicaron las sillas, carpas, se delineó la zona
de organización del evento y se encendió el sonido. En tarima
lo primero que se realizó fue la premiación de los campeones de
microfútbol en las tres categorías. Luego se presentó el niño ma-
riachi Camilo Atuesta Velasco de cinco años, posteriormente la
Tuna Musical de la Comuna 6 liderada por Luz Marina Henao,

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la escuela de salsa de Petecuy Rumba Brava dirigida por Ronald


Sevillano quien triunfara en mundiales de salsa y en la película
Delirio años después. En lista se presentarían una papayera in-
vitada por la Alcaldía de Cali, dos de nuestros jóvenes cantantes
de reguetón Daddy Black y Jhon Poe y luego de las seis de la tarde
tendríamos la programación especial o el prime time.
Recuerdo mucho que me encontraba con Luis Gabriel
Martínez, amigo con quien habíamos puesto en marcha este
movimiento llamado Biblioghetto. Ambos coordinábamos
que todo saliera bien, que no hubiese rencillas entre nadie, que
nadie entrara armado. Nosotros gozábamos de una gran con-
fianza y respeto por parte de la comunidad y de los jóvenes de las
pandillas. Nuestros únicos enemigos eran las lenguas viperinas
de los envidiosos.
Nos habíamos ubicado en un tercer piso a tomar fotogra-
fías desde allá. Y notamos que en la esquina del billar se encon-
traba un grupo de jóvenes acompañados de un conocido que te-
nía reputación de malandro, nos miramos y comprendimos que
esa presencia podría entorpecer el desarrollo del evento. Al otro
costado de la cancha, en la esquina, estaba la pandilla de Pete-
cuy 3 y enfrente estaban sobre la malla metálica cinco jóvenes
del barrio San Luis. Nos dijimos que en cualquier momento esto
se podía tornar peligroso, más aún cuando no se había solicitado
la presencia y acompañamiento de la policía.
Y entre todos los asistentes que habían colmado la silletería
podía notarse uno que otro muchacho de Cinta Larga. Bajamos a
saludar a cada uno de esos grupos de jóvenes. Nos felicitaron por
el evento tan poderoso que nos habíamos echado encima.
La programación estelar fue desarrollándose en tari-
ma, los primeros en presentarse fueron del grupo de música

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Tr e s d í a s d e f e s t i va l

Antichaskiquna y le continuó Hakuna Matata. El final no podía


ser mejor.
Con anterioridad al evento y con la ayuda de Ceida Ruby
Velasco, líder y madre comunitaria montamos una obra de tea-
tro donde los protagonistas fueron los mismos jóvenes de nues-
tra organización. Ceida Ruby tuvo la idea de representar la his-
toria de nuestro barrio mediante la escenificación del Cacique
Petecuy y su destino casi trágico.
Al final del evento los resultados no pudieron ser mejores.
Durante ese fin de semana no se presentó ningún hecho violento
en ninguno de los barrios. Se logró la asistencia de más de sete-
cientas personas y las felicitaciones no tardaron en llegar.

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Los murales

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Los murales

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racias al despliegue de prensa


que ha tenido Biblioghetto, tu-
vimos la oportunidad de cono-
cer muchos procesos de ciudad
alrededor del arte. Uno de ellos
fue el movimiento de Graffiti.
Con Anderson García nos
conocimos hace más de una dé-
cada. Por ahí nos habíamos pi-
llado en Univalle y para el quin-
ce de diciembre de dos mil diez definimos pintar el primer mural
en nuestro barrio. Para ese entonces charlamos con el presiden-
te de la Junta de Acción Comunal de Petecuy 1 y le solicitamos
permiso para pintar un mural en la sede comunal. Con sorpresa
recibimos el sí de parte de él.
Desde las nueve de la mañana nos tomamos la sede comu-
nal en compañía de KR, un grafitero. Una hora antes nos dimos
un recorrido por el barrio. Atravesamos Cinta Larga y el Jarillón.
Quedaron impresionados no por la pobreza, sino por la cantidad
de población afro que habitaba el asentamiento.

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Los murales

Anderson que firmaba como Visual AGP en sus grafitis y


KR se sentaron a ver el costado de la sede comunal y a pensar en
qué pintar. Luego de dialogar y de preguntar datos del barrio, to-
maron la decisión de honrar esa raza afro que se encontraba a
escasas cuatro cuadras de distancia de ahí. En una hoja hicieron
un pequeño boceto en lápiz que solo entendieron ellos. Echaron
manos a la obra y nosotros apoyamos fondeando la pared, luego
fueron dándole forma a un hombre afro y a unas letras a lo largo
de los dieciséis metros de largo que tenía la sede comunal.
Al finalizar podía leerse la siguiente frase bordeando la fi-
gura del afro: Soy negro de raza y era un homenaje a los amigos de
raza pacífica que poblaban el barrio.
Meses después volvimos de la mano con Anderson García
muy cerca de la sede comunal. La casa en diagonal había sido
construida hace aproximadamente treinta años, era de esas que
decían ser prefabricadas, con placas gigantes en concreto y que
iban unidas por una cruceta de hierro, su techo era en Eternit y
había unas diez en todo Petecuy 1. Se había dialogado con ante-
rioridad con la propietaria y ella aceptó.
Esa esquina de la sede comunal era un punto de encuentro,
un paso obligado de la mitad del barrio. También era un lugar
frecuentado por los ladrones y por las constantes balaceras que
ocurrían ahí en enfrentamientos que muchas veces eran pro-
ducto de riñas o desencuentros en los partidos de fútbol. Por
ello decidimos tomarnos ese lugar con otro grafiti.
Ahora ya teníamos el boceto a color del mural. Era una es-
pecie de querubín armado con un arco y una flecha, rodeado de
nubes y en letras grandes y rojas se podía leer Dispara Amor. Ese
era el mensaje, disparar amor, que Petecuy disparara solo amor.
Al día siguiente de la pintada podíamos ver en redes

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sociales el furor que causaba esta obra de arte. Los chicos iban y
posaban con la pared de fondo y luego pasaban a la sede comunal
a hacer lo mismo con el otro mural.
Y así Petecuy fue convirtiéndose en referente de barrio
con murales, que años más adelante sería una apuesta de trans-
formación social y urbana.

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Haciendo Futuro

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Haciendo Futuro

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espués de cinco años de trabajo


ininterrumpido con los talle-
res de lectura en voz alta cada
ocho días, con eventos masivos
y todo un barrio apoyándonos,
decidimos empujar el acelera-
dor a proyectos nuevos. Ya ve-
níamos pensando en esos niños
y niñas que en medio de la nada,
con una fuerza casi supernatu-
ral llegaban a las actividades y eran capaces de echarse una acti-
vidad al hombro, sacaban a sus amigos de sus casas, tomaban los
libros por el lomo lo abrían y empezaban a leer o en el caso más
extraordinario, como sucedió con Karen Daniela Marín y Va-
lentina Teyo, que cuando llegaron a su primer taller de lectura
asumieron su participación como maestras de los demás niños.
Llegaban y tomaban la tiza y en el tablero empezaban a escribir
las palabras desconocidas que dejaban las lecturas y en medio
del poco conocimiento, a todos les respondían.
Niños que en las actividades ambientales coordina-
ban todo o niños que nos exigían hacer eventos o jornadas

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Haciendo Futuro

cuando nos dábamos unos días para retomar labores, niñas que
nos acompañaban a las labores de gestión de implementos, re-
frigerios y demás, niños que tocaban las puertas de los vecinos
pidiendo una escoba o una bolsa de basura. Ya veníamos iden-
tificando esos chicos y hablábamos de que no toda la vida nos
íbamos a quedar ahí, recorriendo las mismas calles y con todo
el tiempo libre del mundo. Iban a llegar los hijos, el trabajo, la
familia, la universidad y este proceso iba a necesitar de relevos,
para no perder ese trabajo tan maravilloso.
Entonces pensamos en replicar los conocimientos y la ex-
perticia que teníamos. Y así nació el Proyecto Escuela de Liderazgo
Haciendo Futuro. Se identificaron quince niños y niñas entre los
siete y doce años, les realizamos una inscripción y los citamos
los sábados de cuatro a seis de la tarde.
El currículo estaba compuesto por seis fases. La primera
de ella era el reconocimiento del sector, del barrio, de las calles,
de los detalles que no percibimos cuando caminamos, pero que
si están presentes cuando nos detenemos. Tuvimos de invitados
a las organizaciones de base identificadas en la cartografía so-
cial, como también a los elementos negativos del territorio. La
segunda fase era salir del barrio y reconocer la ciudad como la
habitancia entre millones. Vinieron líderes de ciudad de otros
barrios como de procesos privados y públicos a reconocer en
ellos que la voluntad en el corazón es el mejor liderazgo de todos.
La tercera fase consistió en un acercamiento a la realidad
ambiental de su entorno incluyendo el barrio, la ciudad, el país
y el planeta. En la cuarta fase se potencializaron aptitudes me-
diante la estimulación en talleres de lectura, pintura, dibujo,
escritura y canto. Le siguió la quinta fase con un proceso peque-
ño de contar los resultados hasta el momento. La sexta y última

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fase fue dividida en dos, la primera se le llamó Antiliderazgo y


comprendía una sesión de trabajo y reflexión donde al niños o
niña se le enseñaba todo lo contrario, que no era nadie, que los
líderes no existían, que todos somos iguales, que no había atajos,
que la cultura de la trampa se derrota siendo nadie, haciendo la
fila, pagando los impuestos, participando. Y la otra parte era la
práctica. El objetivo era construir un evento masivo cuya ges-
tión era propia de ellos, claro con la supervisión de los jóvenes
de Biblioghetto.
Y así fue como nació La celebración del día de la niñez del
año dos mil diez en Petecuy.

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Útiles por la vida

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Útiles por la vida

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ada inicio de año nos damos a


la tarea de recolectar útiles es-
colares para donarlos a niños
de escasos recursos económi-
cos que ya hemos identificado
en nuestro barrio. En el año
dos mil once, con el apoyo de la
OGE (Organización de Grupos
Estudiantiles) de la Universidad
Autónoma de Occidente reali-
zamos un convenio de apoyo para recolectar cuadernos, lápices,
colores y demás implementos de uso escolar en las instalaciones
de la Universidad. A la propuesta se sumaron otras universida-
des y la Fundación Terpel.
En las universidades se ubicaron cajas donde los estudian-
tes depositaban sus donaciones. Se tenía la fecha de primera se-
mana de abril para la entrega de lo que se había recolectado.
Una semana antes Diana Marcela Durán, estudiante de la
Universidad Autónoma de Occidente y presidenta de la Junta Di-
rectiva de la OGE, se contactó con nosotros y nos propuso ade-
más de la entrega de útiles, realizar una jornada de elaboración

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Útiles por la vida

de cuadernos hechos a mano con estudiantes de las universida-


des participantes como voluntarios. Aceptamos y la informa-
ción empezó a rodar en redes, en radio y las universidades.
La jornada fue bautizada como “Útiles por la Vida” y pre-
tendía beneficiar cerca de cien niños y niñas de Petecuy, Cinta
Larga y el Jarillón. A las universidades se le sumó la Fundación
Terpel representada por Andrés Ramírez, que para esos años co-
locaba en marcha el proyecto La Ruta Amarilla que enseña ciudad,
donde un bus moderno recorría los diferentes sitios turísticos y
de interés general de la ciudad, con niños y niñas de los barrios.
Y para ese año el bus estaba rodando con un cambio de imagen a
propósito del Bicentenario de la independencia de Colombia. Ya
no era la Ruta Amarilla sino la Ruta Bicentenaria. El compromi-
so de Fundación Terpel fue transportar los universitarios desde
un punto de encuentro al sur de la ciudad hasta la sede comunal
de Petecuy 1, donde se realizaría la actividad.
A la jornada asistieron ciento dos niños y arribaron al ba-
rrio cerca de veinte estudiantes de tres universidades. Dos de
ellos eran los tutores de la actividad.
Fue necesario dividir los niños por grupos. Unos en el pri-
mer piso y otros en el segundo piso de la sede comunal. Cada
voluntario se armó de cartulina, hojas, aguja, piola y colbón.
Se acompañaron de grupos de cinco niños en los rincones de la
sede comunal y echaron a rodar el taller.
El reloj marcaba ya las seis y el proceso de apoyo a la esco-
larización de más de cien niños había terminado. El resultado, la
entrega de cincuenta kits escolares y cien cuadernos elaborados
manualmente.

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Estrellas del ghetto

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Estrellas del ghetto

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ompartimos siempre que el


hambre es un crimen. En Pe-
tecuy, el asentamiento Cinta
Larga y el jarillón el hambre
fue una constante. Gran parte
de la población infantil se iba
a la cama con hambre. A pesar
de los esfuerzos de personas
como Edilson Huérfano con el
comedor infantil en Petecuy 1,
la Hermana Doris y la Fundación Amigos de la Calle de proveer
un plato de comida a la población en diferentes años, nosotros
nunca compartimos la idea de que los comedores comunitarios
e infantiles y las jornadas de entrega de alimentos se hiciesen en
las horas de la mañana o al medio día.
No. Nosotros no pensábamos así. Si bien los estudios y da-
tos de la cantidad de personas que se iban a la cama sin comer
eran importantes, no comprendíamos si los datos decían que “se
iban a la cama con hambre”, por qué la comida que brindaban era
un almuerzo o un desayuno.

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Estrellas del ghetto

Por ende, siempre soñamos con colocar un comedor noc-


turno, que le permitiera a los niños y adultos irse a la cama tran-
quilos. Buscamos recursos, donantes, pero fue imposible.
Por cosas de la vida, en el 2010 nos contactó un joven de un
barrio cercano (gracias a Nathaly Marín) pues su tía que vivía en
Francia quería donar lo necesario para empezar con un comedor
infantil. La familia de esta mujer y su sobrino visitaron el barrio
y les colocamos en contexto la necesidad de implementar un co-
medor comunitario infantil que funcionara en la noche.
Les gustó la idea y lo primero que recibimos fueron cien
platos plásticos e igual número de vasos y pocillos. Con gestión
y donaciones de algunos comerciantes empezamos a ejecutar el
comedor.
Eran las ocho de la noche de un lunes y el lugar de prepara-
ción y entrega de los alimentos era bajo un árbol en la invasión.
En el cielo se podían notar las estrellas y una luna a todo dar.
Habíamos ubicado los niños y niñas en círculo. En la mitad una
pequeña fogata para espantar los mosquitos. Llegaron cincuen-
ta y ocho niños, con cara de felicidad que mientras tomaban el
chocolate con un trozo de pan y queso escuchaban la lectura en
voz alta del libro Los niños no quieren la guerra de Eric Battut.
Así surgió el comedor Estrellitas del Ghetto, un comedor
nocturno para cien niños y niñas que les aseguraba no irse a dor-
mir con hambre y terminar la noche con una lectura en voz alta.

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56 Pesebres para conjurar el miedo

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56 Pesebres para
conjurar el miedo

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oviembre de dos mil doce. Con-


tamos cuarenta y un homicidios
en lo corrido del año, todos en
Petecuy 1, producto de la cruen-
ta guerra entre bandas de mi-
crotráfico. Faltaba un mes y la
comunidad poco salía ya a la ca-
lle. No frecuentaba los parques,
no veíamos camaradería en las
puertas de las casas, sectores
como Cinta Larga y el Hueco fueron declarados zona roja.
Esta guerra también nos afectó. No pudimos realizar los
talleres de lectura durante varios meses. Solo nos indignába-
mos, nos quejábamos y sentíamos miedo. Denunciamos a ins-
tancias locales y nacionales el tremendo conflicto urbano que se
vivía. Pero por cosas que aún uno desconoce o que no son públi-
cos, nadie dijo nada, nadie desplegó una comisión de Derechos
Humanos, ni se analizaron esos enfrentamientos.
Andábamos muy preocupados, con la intención de rea-
lizar algún evento que pudiera mitigar ese miedo ambiente que
impedía a la comunidad empoderarse. Era la época de planear

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56 Pesebres para conjurar el miedo

las actividades navideñas y veníamos tres años atrás realizando


el pesebre comunitario en el parque Nuevo Sol. Pero pensar de
nuevo en hacerlo implicaba meternos en la boca del lobo, pues
este lugar era una viviente frontera invisible y en el año ya ha-
bían caído ahí cuatro jóvenes.
Pensamos que era la mejor oportunidad para atacar la vio-
lencia desatada con un mega pesebre en este lugar, pero sabía-
mos que esa no era la única frontera en el barrio. A diario se pre-
senciaban balaceras, dos, tres, veinte disparos. Detonaciones y
gente corriendo de un lado para el otro, atracos, amenazas a los
tenderos. Los días también tenían horas aciagas. Las dos de la
tarde, las ocho de la noche, la madrugada, eran fracciones del día
en las que muy seguro algo sucedía.
Entonces nos dimos a la tarea de innovar y de pensar en
una actividad grande, pero que cubriera todo el barrio y que lo
blindara desde lo social de todo ese maremágnum de delitos y
terror. Fue cuando se nos iluminó el bombillo y propusimos
crear un pesebre comunitario en cada una de las cuadras del ba-
rrio, que eran cincuenta y seis, más los pesebres de Cinta Larga,
el Jarillón, la Escombrera y el Parque de la Reconciliación, para
un total de sesenta pesebres.
La apuesta era gigante, era un evento masivo que requería
o de una inversión millonaria o de una gestión ardua. Le dimos
el nombre de Navidad para todos, porque no queríamos dejar a nin-
gún niño sin obsequio, ni una cuadra del barrio sin un espacio
para el encuentro barrial.
Recuerdo que sacamos como quinientas cartas de solici-
tud de regalos a igual número de personas y de empresas. Nos
tomó aproximadamente un mes tocar puertas, recibir, recopi-
lar, llamar. A la par se había hecho la convocatoria para que cada

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cuadra tuviese un comité de Navidad para todos, con el objetivo de


coordinar la construcción del pesebre y de enlistar a los niños y
niñas de cada cuadra. Iniciando diciembre citamos a un repre-
sentante de cada cuadra y expusimos nuestras ideas.
Frente a sesenta personas compartimos el temor que ve-
níamos viviendo como habitantes del barrio, presentamos datos
que sumaban a la tristeza generalizada. Compartimos la nece-
sidad de hacer algo para contratacar esa realidad. Explicamos
Navidad para todos y la fuerza y motivación de esos sesenta li-
deres fue nuestro mayor tesoro. En esa reunión no faltaron las
recomendaciones, como por ejemplo que un policía estuviese en
cada pesebre custodiando que no sucediera nada o que ojalá no
se fuera a aparecer ningún político con su bolsa de regalos y un
paquete de afiches y volantes.
La idea era buscarle un padrino a cada cuadra, que el pá-
rroco de la iglesia de Petecuy 2 acompañara los pesebres y que
los habitantes de cada cuadra fueran los que proporcionaran los
dulces en cada novena. También habíamos pensado en la nece-
sidad que se leyera en voz alta antes de la novena. Para ello rota-
mos en cada pesebre libros infantiles de navidad.
La gestión estaba dando sus frutos. Varias empresas ha-
bían tomado la decisión de participar por lo novedosa de la ac-
tividad. Otras declinaban porque se encontraban ya compro-
metidas con otros pesebres. Desde el extranjero nos llegaron
recursos y el equipo de empleados de la PTAR-C (Planta de Tra-
tamiento de Aguas Residuales Cañaveralejo) también se suma-
ron apadrinando cerca de diez cuadras.
Teníamos todas las expectativas del universo. Ya diciem-
bre había empezado, varios disparos y enfrentamientos ataca-
ban la confianza que teníamos todos en el proyecto.

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56 Pesebres para conjurar el miedo

Con emoción recibimos la respuesta positiva de empre-


sas como Palmetto Plaza, Marketing Print, Interdrogas, Toyota
Automotores, Alumina, Promoambiental, Fundación Parque de
la Salud, Unidad de Acción Vallecaucana, Fundación Amigos
de la Calle, Corporación Colombia Humana, Productos Alimen-
ticios La Locura, Fundación Pandebonium y Supermercados La
Gran Colombia.
Llegó el día y el inicio de las novenas requería concentra-
ción y seguridad. Días atrás la comunidad se agrupó, visitaron
el basuro, la escombrera en busca de largueros, madera, tejas y
palos que sirvieran para edificar sus pesebres. El experimento
iba excelente, estábamos logrando sacar la comunidad a la calle.
Las novenas transcurrieron en total normalidad, las per-
sonas salían y podíamos evidenciar como desde las seis de la
tarde hasta las nueve de la noche habían más de dos mil perso-
nas fuera de sus casas con motivo a la novena de aguinaldos. En
los recorridos que hicimos para verificar como estaba saliendo
todo, pudimos darnos cuenta de que las cosas se podían hacer,
que por lo menos dos mil niños, niñas y adolescentes estaban
leyendo y escuchando lectura en voz alta antes de las novenas.
Era hermoso ir cuadra por cuadra, ver los pesebres gigan-
tes a mitad de cada cuadra, con sus luces y sus aplausos y coros
con los villancicos. Mientras caminábamos comprendíamos
que la labor la estábamos haciendo bien, pero aún teníamos una
preocupación y era que todavía faltaban patrocinadores para
los regalos. Tocamos las puertas de personas amigas, de líderes
comunales y de ciudad. Enviamos cartas sobre la hora. Muchas
fueron rechazadas porque ya a esa altura todo estaba compro-
metido. Gracias a Dios llegaron donantes que ayudaron a com-
pletar la suma de dos mil regalos.

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El veinticuatro de diciembre fue inolvidable. Todos co-


rríamos para poder cubrir la visita de las empresas que habían
llegado con sus empleados, los colombianos en el extranjero en-
viaron a sus familias. El día anterior los empleados de la PTAR
habían entregado sus respectivos regalos que cubrían cerca de
cinco cuadras frente a sus instalaciones.
Cerca de las diez de la mañana recibimos una llamada del
centro comercial Palmetto Plaza, su gerente venía en camino
con una sorpresa. A los veinte minutos llegó a una de las prime-
ras cuadras. Llegaron tres vehículos. De uno de ellos se bajaron
nuestro Amigo Jorge Valencia y su amigo Luis Gerardo Solano,
gerente de Palmetto Plaza. Venían sonrientes. Saludaron y pre-
guntaron por la hora de inicio. A parte de los regalos, nos comen-
taron que traían una sorpresa para toda la comunidad. Que al
finalizar la novena y la entrega de regalos era necesario reunir la
mayor cantidad de personas ahí sobre esa calle.
La novena finalizó y como pudimos regamos el vos a vos.
En la calle, la comunidad había pintado el logo inmenso de Pal-
metto Plaza, al estilo de los escudos de los equipos de fútbol de la
ciudad. Así mismo había sucedido en todas las calles del barrio.
Esa era la contraprestación a las empresas.
En la Carrera 2b con Calle 77 ya habían cerca de doscientos
niños y casi igual cantidad de adultos. Nos mirábamos y no com-
prendíamos cual era la sorpresa. Los regalos se habían entrega-
do y no se veían nada fuera de lo normal.
De repente, girando la esquina llegan tres camiones desca-
potados y los niños expresan gritos y palabras de asombro. En el
primer camión podía notarse al Tyrannosaurus Rex, erguido y en
movimiento, acompañado en el siguiente camión del Triceratops
y finalmente al Stegosaurio.

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56 Pesebres para conjurar el miedo

La sorpresa ya era entendida. El gerente de Palmetto Plaza


había trasladado tres réplicas robóticas de la exposición Dino-
saurios Animatronics de Discovery Channel que por esa época estaba
en el Centro Comercial. La dicha de los niños, niñas y adultos
era incomparable. Los dinosaurios tenían movimiento y sonido.
Mientras tanto en otras calles los dueños de empresas
como Marketing Print, Víctor Ruíz y los amigos de la Corpora-
ción Colombia Humana recorrían cerca de veinte calles entre-
gando regalos.
La jornada terminó a eso de las diez de la noche. No se ha-
bía presentado ningún inconveniente, ni una riña, ni un disparo,
ni una amenaza, nada, logramos tener un reporte de cero homi-
cidios durante todo el mes de diciembre hasta mediados de ene-
ro cuando la violencia regresaría a hacer de las suyas.
La comunidad estaba satisfecha y lograron pasar una navi-
dad en paz y tranquilidad.

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Caminata por l a niñez

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Caminata por
la niñez

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omo narrábamos anteriormen-


te el año dos mil doce fue una
herida nefasta y dolorosa para
la historia del barrio Petecuy.
El barrio llevaba encabezando
la lista de los barrios con mayor
índice de homicidios en Cali.
Ese mismo año fuimos elegidos
en la Junta de Acción Comunal.
Con impotencia veíamos como
reinaba la violencia originada por la guerra urbana a muerte por
borrar de la faz de la tierra una de las líneas de microtráfico que
pertenecían a los Buenaventureños. Iniciado el dos mil trece, la
Policía Nacional convocó a la comunidad a la rendición de cuen-
tas de la comuna. Asistimos y salimos en medio de indignación,
pues lo que para nosotros eran cerca de cuarenta y dos homici-
dios para ellos eran once, pues los otros que nosotros contamos
fallecieron en su traslado a urgencias o en el mismo hospital.
A nosotros eso no nos importaba, todo deceso era un acto
de violencia que generaba en el barrio temor y represalias. En-
tonces desconsolados tratamos de ingeniarnos el mecanismo

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Caminata por l a niñez

para mostrarle a la ciudad que nuestro barrio estaba viviendo


una guerra sangrienta que dejaba en suma cerca de cincuenta
adultos y veintidós jóvenes asesinados entre el dos mil doce y
el dos mil trece. También era urgente que se dieran a conocer la
desaparición de cuatro menores de edad y tres adultos, sin que
se supiera de su paradero. Petecuy daba miedo y nadie decía
nada de los heridos por las balaceras que sumaban cinco y de las
dos personas que habían aparecido desmembradas en la escom-
brera y el jarillón.
Algo oculto estaba sucediendo alrededor de las bandas de
microtráfico y sus guerras, puesto que nadie pegaba el grito en el
cielo ni tomaba decisiones de fondo que protegieran a la comuni-
dad. Y entonces pensé en la frase de nuestro amigo Kevin Alexis
García, de la Escuela de Comunicación Social de Univalle: “y un
día a la policía y al ejército les empezó a importar un bledo que en la ciudad
por la cual les pagaban para cuidar, cada cual asesinara como le diera la
gana y donde le diera la gana: en una casa, en una esquina de barrio, en
una avenida, al frente del batallón, en los centros comerciales. Cada Cual
roba como le da la gana y donde le da la gana. Y un día nos encontramos
sumidos en una anarquía autodestructora y a Todos nos importó un bledo
porque en esta ciudad vivimos Todos pero solo le importa a Casi Nadie”.
Cuánta razón tenía Kevin en sus palabras.
No podíamos quedarnos quietos, callados, pero tampoco
podíamos salir a denunciar por más reconocimiento o respeto
que tuviésemos en el territorio. La guerra por el microtráfico se
llevaba al que fuese y había que tener cuidado.
Solo quedaba un camino posible: convocar a una marcha
por la paz. De esas que tanto han cruzado calles y puentes. Pero
sabíamos que era difícil que fuese nutrida, así que decidimos
convocar a la Caminata por la Niñez y la Paz, Petecuy escenario de Paz,

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donde los invitados eran los niños que pedían un cese, un final
de hostilidades.
Así que empezamos yendo a colegios, a hogares infantiles,
invitamos a líderes de ciudad, a representantes del gobierno y a
la misma comunidad que estaba cansada y con miedo.
La mañana del siete de mayo de 2013, fueron llegando las
cinco instituciones educativas de Petecuy con el objetivo de ca-
minar el barrio pidiendo paz. No fue fácil convencer a los rec-
tores, ni a las madres comunitarias y mucho menos a la misma
comunidad que sabía esto podía generar escozor en los actores
de la violencia.
Participaron el Colegio César Conto, la Escuela San Jorge,
el Liceo Rafael García Herreros, el Centro Parroquial San Mar-
cos y la Institución Educativa Inmaculada Concepción. Asistie-
ron cerca de quinientos estudiantes, que iban guiados por algu-
nos niños y niñas de los hogares de bienestar familiar, quienes a
su vez iban acompañados por funcionarios del ICBF. También al
punto de salida llegaron el profesional especializado del CALI 6
Roberto Portilla, medios de comunicación, la Arquidiócesis de
Cali que fue garante y fundamental, funcionarios de la Secre-
taría de Salud, algunos líderes políticos de la ciudad, la Funda-
ción Artística Hakuna Matata que fue nuestra coequipera y que
acompañó la caminata con zanqueros y tambores, delegados de
Emcali, dignatarios de las Juntas de Acción Comunal de Petecuy
1, 2 y 3 y la Misión de Apoyo al Proceso de Paz en Colombia MA-
PP-OEA, que por ese entonces monitoreaba y acompañaba las
políticas de paz en el país.
El punto de encuentro fue el Colegio César Conto. Desde
allí salimos con globos blancos, con la comunidad vestida de
blanco, con el Padre Leudo con micrófono en mano y hablándole

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Caminata por l a niñez

a la comunidad y a los actores de esa guerra. En mitad del reco-


rrido todos los integrantes de Biblioghetto tomamos la decisión
de cambiar la ruta e ir a las entrañas del jarillón, Cinta Larga y
el sector el Hueco. Sabíamos que muchos se devolverían y otros
asumirían ese riesgo.
Dos de las instituciones educativas reprocharon el cam-
bio. Entramos barrio adentro por la Carrera 2b que daba directo
al jarillón y a Cinta Larga. Subimos y la imagen era la de un asen-
tamiento subnormal, donde todos miraban con rabia, donde ha-
bía jóvenes en silencio, sentado en una butaca viendo los globos
blancos, los niños y un río humano con carteles pidiendo paz, pi-
diendo excluir los niños del miedo y el terror. Algo debía generar
esa caminata por las entrañas del miedo.
Hicimos una parada en el jarillón donde aún estaba el ran-
cho donde había sido asesinado el niño Andrés Camilo. Se oró y
se hizo un minuto de silencio. Bajamos al sector el hueco y ahí
todos pudieron ver las huellas de las balaceras cuando al paso de
la caminata fueron saliendo dos muchachos en sillas de rueda,
jóvenes con brazos enyesados y familiares de los que se han ido
en los dos últimos años. Fue duro.
Al finalizar los medios de comunicación desplegaron la
noticia. Los rectores fueron acercándose a nosotros expresando
que estuvo bien eso de ir con los niños hasta allá y que el resulta-
do de la caminata era satisfactorio, que ahora entendían el moti-
vo del silencio de las autoridades y la situación tan tremenda que
debería de estar viviendo las personas en sus casas.
Como se volvió costumbre, la paz y la tranquilidad se to-
maría el barrio durante un mes aproximadamente, hasta que la
violencia retomó su accionar.

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Desármate, medítele a este cuento

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Desármate,
medítele a
este cuento

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ara el año dos mil catorce esta-


ba vinculado a la Asesoría de
Paz de la Alcaldía de Cali. Tenía
como misión acompañar proce-
sos sociales de la dependencia.
En enero pensé en realizar una
cartilla con cuentos sobre la paz
que fuera entregada en las insti-
tuciones educativas de la ciudad
en un canje de juguetes bélicos.
Ya habíamos hecho lo propio en Petecuy y barrios del Distrito
de Aguablanca. El objetivo era diseñar e implementar una cam-
paña de prevención para rescatar la cultura de paz y respeto a
la vida en la ciudad, que involucrara a la población infantil y su
núcleo familiar.
La Asesora de Paz del momento, Alexandra Hernández
conocía del proyecto Biblioghetto y de nuestro trabajo en el te-
rritorio, fue eso que la motivó a extenderme una invitación a
vincularme con la Alcaldía. A finales del dos mil trece, me co-
mentó que el exconcejal José Luis Pérez, en el año dos mil ocho,
como concejal de la ciudad, había liderado un evento de ciudad

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Desármate, medítele a este cuento

denominado “Maratón de Lectura Lectópolis”, donde congregó


a cerca de veinte mil estudiantes de instituciones educativas de
la ciudad alrededor de la lectura en voz alta y la representación
de personajes de fábulas y cuentos, en la plaza de toros. Días des-
pués en una cafetería del norte de la ciudad conocería al excon-
cejal donde me explicaría del evento y me enseñaría fotografías
de la plaza de toros a reventar, evento que inició a las diez de la
mañana y contó con la participación de artistas de la ciudad y al
final se les obsequiaba a los asistentes un libro.
Alexandra Hernández recomendó hacer un evento simi-
lar en el mismo lugar y donde se desarmarán igual número de
niños y niñas cambiando sus juguetes bélicos por las cartillas.
Sorpresivamente hubo cambio de Asesor de Paz y Alexandra fue
reemplazada por Felipe Montoya.
Felipe era un conocido de nuestro proceso pues fue direc-
tor ejecutivo de la Fundación Social Expreso Palmira que tuvo
asiento en Petecuy en la época de los noventas, también fue
líder del centro de servicios Valle y Cauca de la Agencia Colom-
biana para la Reintegración donde visitó nuestro proyecto en
el marco de Mambrú no va a la guerra y la Gira de Cooperación
Técnica Sur-Sur.
Pocos días después de posesionarse, pasé a su oficina y
le presenté la idea de la cartilla, pero sin contemplar el even-
to masivo, sino como publicación mensual. Aceptó y empezó
a buscar aliados para el tiraje, como también me comentó que
era clave que Biblioghetto liderara los talleres en las institucio-
nes educativas.
Efectivamente la semana siguiente fuimos a las oficinas de
la Casa Editorial El Tiempo y presentamos la idea de proyecto de
la cartilla Desármate, medítele a este cuento.

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A los ocho días Felipe pasa la noticia que fue aprobado el


convenio y que mensualmente donarán un tiraje de dos mil car-
tillas para empezar. Empezamos a ir a instituciones educativas
de la ciudad a hacer talleres donde los niños dibujaban y escri-
bían sobre la paz y su entorno. Iniciamos en Petecuy y continua-
mos en barrios como Mojica, Brisas de Mayo, Comuneros, El Re-
tiro y Potrero Grande.
El primer lanzamiento de la cartilla se realizó en el Cole-
gio Nuevo Latir. Allí se intercambiaron cerca de cien juguetes
bélicos por igual número de cartillas. Acompañamos este pro-
yecto hasta su segunda edición.
Hoy la cartilla ha seguido su rumbo gracias a Rocío Gutié-
rrez Secretaría de Paz de la Alcaldía, que bajo el nombre de La paz
es mi cuento, ha continuado con el sueño.

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Semana por la paz

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Semana por la paz

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azón tenía Eleanor Roosevelt


al afirmar que no basta con hablar
de paz, uno debe creer en ella y tra-
bajar para conseguirla. Teníamos
que seguir dándonos un chan-
ce de vivir en tranquilidad, de
demostrarle a los malos que los
buenos hacemos cosas estruen-
dosamente buenas. Si con cada
actividad realizada alrededor
de la mitigación del riesgo violento obteníamos un mes sin he-
chos delictivos, era hora de agarrarnos fuerte, tomarle la mano
a una entidad grande y gritar en toda una ciudad Petecuy es te-
rritorio de paz.
Con las acciones realizadas años atrás del dos mil catorce,
nos habíamos ganado un lugar en la sociedad, desde donde nos
reconocían un liderazgo y un pecho que siempre estaba de fren-
te a la adversidad. Para ese año la Arquidiócesis de Cali, como
cada año, celebraba la semana por la paz, como se hacía en todo
el territorio nacional. Fuimos invitados a sumarnos para mostrar
envergadura del proceso y empezamos a asistir a las reuniones
organizativas.

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Semana por la paz

Allí llegamos temerosos de que nuestro proceso fuera a


viciarse de prensa y bombos y en últimas quedáramos sumán-
dole a un proceso religioso y no social. Pero la Arquidiócesis
siempre había estado ahí, presente, en pie de lucha y de frente
con nuestras causas. Si íbamos a engrosar una programación de
ciudad, bienvenidos.
Ya no estábamos en misión de quejarnos y sacar a relucir
datos, ni de marchar. Ahora debíamos alinear nuestras activi-
dades a una programación nacional y sumar más voluntades y
como dicen en el argot popular, sacarla del estadio.
Contamos en un principio con la Asesoría de Paz, con la
Vicaría para la Reconciliación y la Paz de la Arquidiócesis de
Cali. Todos los jóvenes reunidos tomamos la decisión de crear
una oferta durante toda la semana y no como se nos había pro-
puesto, realizar un solo evento para incluirlo en la parrilla de
programación de la Semana por la Paz del municipio.
Así que la semana la organizamos de la siguiente manera:
el Día 1 programamos un Partido por la Paz, donde se invitaron
a periodistas, presentadores, locutores, futbolistas y líderes de
ciudad a un partido contra los habitantes de Petecuy. El Día 2 la
programación se realizó alrededor del cine y la literatura, en el
Parque Nuevo Sol se proyectó una película y se compartieron
textos sobre la paz y la reconciliación. El Día 3, miércoles nueve
de septiembre de dos mil catorce, marchamos por las calles de
nuestro barrio exigiendo paz. El Día 4 en las instituciones edu-
cativas del barrio realizamos el Foro Pandillas, Guerra y Paz,
donde participaron integrantes de las pandillas, personal de la
Agencia Colombiana para la Reintegración, el Asesor de Paz,
líderes comunitarios y la comunidad interesada, donde se toca-
ron temas como la violencia homicida en Petecuy, la vinculación

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de jóvenes al mundo del sicariato y los procesos de reconcilia-


ción urbana.
Para el Día 5 se invitaron a quinientos adultos mayores del
barrio a que salieran de sus casas y pudieran compartir alrededor
de una chocolatada, música en vivo, premios, sorpresas, lectura
en voz alta y mucho cariño. El Día 6 el turno fue para la primera
infancia en un Súper Picnic por la Reconciliación alrededor de
la lectura, donde se invitaron a cuarenta hogares comunitarios
de las tres etapas de Petecuy3. Para el Día 7 programamos en
conjunto con los jóvenes de alto riesgo de vulnerabilidad el Con-
cierto Joven por la Paz, en las canchas de Petecuy 3, donde cerca
de quince jóvenes compartieron sus canciones a la comunidad.
Y el Día 8 terminó con la celebración del cumpleaños del barrio a
cargo de la Junta de Acción Comunal.
A la par de nuestros eventos, fuimos invitados a exponer
nuestra iniciativa en el segundo Encuentro Regional de Partici-
pación Juvenil y a los colegios Fe y Alegría en el marco de la Se-
mana por la Paz.
En el territorio las actividades en la semana tuvieron un
éxito rotundo, destacándose el Concierto Juvenil por la Paz,
donde logramos vincular en la organización a grupos de artis-
tas urbanos alrededor del Rap, el Hip Hop, el Reguetón y el free
style. Allí en tarima se presentarían Elis Gonzales, Jhon Freddy
G, Wasa, Mizter Tatán, Thaila RF, Fredam & el Profeta Musical,
Al el Sobrenatural, Soller la melodía, May Black, Míster Pizzy,
Jorge GM, Los del Bacilón, Xairos & el Capo, L’gamin & Baby
Haid y el Combo del Añañay.
Para nosotros este fue el proceso más maravilloso, pues
habíamos logrado entregarle herramientas a un grupo de jóve-
nes entre los que se reconocían consumidores, desempleados,

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Semana por la paz

artistas, trabajadores y futbolistas, para que organizaran un


evento en su propio barrio digno de tarima, buen sonido y una
amplia participación de la comunidad. Como ya veremos más
adelante, este sería el inicio de otra bella iniciativa liderada por
los jóvenes.

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Hay festivalito al barrio

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Hay festivalito
al barrio

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ños atrás, en los primeros dos


meses del año, era muy difícil
ver una biblioteca en funcio-
namiento en Cali. Los temas
de contratación pública hacían
lento el proceso de reapertura
y eso lo notaba la comunidad
cuando aún en el mes de febrero
las bibliotecas públicas se en-
contraban cerradas. Por el año
dos mil quince andábamos buscándole una solución al problema
de cero oferta comunitaria alrededor de la lectura en los barrios.
Buscando, nos topamos con el Hay Festival de Cartagena
que los últimos días de enero llenaban de una expectativa in-
mensa a los amantes de la letras y los libros. Así que investiga-
mos un poco más y encontramos el Hay Festivalito Comunitario.
Un evento cultural y literario donde se invitaba a escritores, fo-
tógrafos y periodistas a realizar visitas y talleres dirigidos a ni-
ños y jóvenes en los barrios más difíciles y pobres de Cartagena,
como por el ejemplo el Nelson Mandela.

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Hay festivalito al barrio

De nuevo la lampara se iluminó y copiamos parte de la


esencia del evento, transformándolo en Hay Festivalito al Barrio,
donde pretendíamos llevar a veinte periodistas, escritores, fotó-
grafos y poetas a los barrios de ladera y el Distrito de Aguablanca
donde no era fácil encontrarse con actividades relacionadas con
esos personajes.
Invitamos una larga lista de personalidades como por
ejemplo a Leo Quintero de Cómo Amaneció Cali, Jhon Alex Sánchez
director de la emisora Tropicana, Yesid Toro periodista y escritor,
César López director de la Revista El Clavo, Jorge Rojas editor de
crónicas de El País, María Clara Navia poeta y correctora de esti-
lo, José Manuel Díaz especialista en medio ambiente, Juan Pablo
Rueda fotógrafo del periódico El Tiempo, Alexandra Cañas geren-
te de Camacol Valle, Mauro Vázquez director de Cali cómo vamos,
Mario Lince periodista del Diario El Extra, Carlos Castañeda “Ace-
cas” caricaturista, Ray Charrupí director de Chao Racismo, Jhon
Arley Murillo director de Bienestar Familiar Valle, Óscar López pe-
riodista y presentador y Óscar Hincapié Director de Cine.
Todos ellos visitaron casas donde funcionaban fundacio-
nes y salones de clase improvisados en barrios como El Poblado,
Potrero Grande, Mojica, El Retiro, Comuneros, Petecuy, Flora-
lia, Alfonso Bonilla, El Vergel. Ahí se encontraron con grupos de
niños expectantes a escucharlos, a practicar con la cámara fo-
tográfica o con el micrófono. Allí en esos sitios, muchos de ellos
declarados peligrosos, existían grupos de futuros periodistas,
deportistas, maestros, ingenieros que necesitaban referentes
diferentes al sicario, al jefe de la banda.
Y así durante dos años fortalecimos las actividades cultu-
rales en el mes de enero. Desafortunadamente por problemas de
tiempo y presupuesto no se continuó con la labor.

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Música urbana y liderazgo

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Música urbana
y liderazgo

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ún recordamos cuando los jó-


venes del barrio se iban bajando
de la tarima del Concierto Joven
por la Paz en Petecuy 3. Los ni-
ños y niñas se abalanzaban por
un autógrafo o una fotografía.
Otros se les podía notar en me-
dio de improvisaciones con los
chicos. Pero ahí estaban, los ni-
ños, las niñas, los adolescentes
y jóvenes apasionándose por la música urbana.
Cuando Xairos y el Capo bajaron de tarima y se los tra-
gó una ola de fanáticos, no lo podían creer, cerca de trescien-
tas personas estaban presenciando el Concierto Joven por la
Paz. No salían del asombro al ver tanto niño pidiéndole no solo
autógrafos, ni fotografías, sino que les enseñaran a cantar, así
como ellos.
Al finalizar su presentación nos encontramos en la sede
comunal Petecuy 3 con Yordi Palacios, conocido en su momen-
to como El Capo, me expresó con total seguridad, que hoy había
comprendido que su destino era la música y que era los niños y

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Música urbana y liderazgo

niñas los que tenían que ocuparse en cosas como esas, canto y
baile. Entonces nos propuso crear un taller de música, a lo que
sin pensarlo le dijimos que sí, que hágale.
Nos dimos cita la semana siguiente en la sede comunal
de Petecuy 1. Diez artistas urbanos llegaron al compromiso, al
igual que los niños y niñas que iban a iniciar sus clases. Mientras
se les tomaban los datos a los niños, escuchamos a Yordi contar
una anécdota:

— Eggg Gustavo, si vieran que estos muchachos me


han ido a buscar todos los días en la mañana, en la
tarde y en la noche. Ya no nos dejan descansar pre-
guntándonos cuando les vamos a enseñar a can-
tar. Y por eso estamos acá Gustavo, ese evento, a
mí por lo menos, me cambió la vida y lo único que
puedo decir es que voy a ser un gran artista.

Se le notaba la alegría y el entusiasmo. Le recomenda-


mos organización y pensar en aprovechar ese espacio y la opor-
tunidad no solo para enseñar música, sino para trabajar la
lectura en voz alta y el liderazgo. Algo así como Música Urbana
y Liderazgo.
Yordi y sus amigos se construyeron un plan de trabajo,
llevaron, a las siguientes clases, micrófonos, pistas, atuendos,
partituras, un sonido, sillas, afiches y unas ganas tremendas de
transformar a esos pequeños.
Cada martes, jueves y sábado se daban cita en la sede
comunal, ya tenían cerca de cuarenta niños y niñas. Estaban
aprendiendo desde la experticia empírica de los jóvenes que en
las esquinas se reunían a cantar y a rapear.

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Sin recursos y más ganas que tristeza organizaron giras


por colegios, eventos, cumpleaños de barrio, vídeos y acompa-
ñamientos a grandes artistas.
Un año después de gestarse la idea fueron nominados a los
premios RecOn de la Personería de Cali y la Embajada de Suecia.
En tarima no cabían de la dicha, ahí estuvieron los muchachos y
los chicos con sus atuendos especiales para la ocasión, gafas y un
acento a artista que reconfortaba.
Este programa se mantuvo durante un par de años, hasta
que la falta de insumos y de tiempo jugaron para parar las clases.

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Cine al ghetto

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Cine al ghetto

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a en el Distrito había cobrado


vida una organización comuni-
taria dedicada a proyectar cine
en las calles y esquinas de Mo-
jica, llamada Cine Pal Barrio.
Desde el dos mil catorce em-
prendimos también esta idea.
Prestamos un vídeo beam, una
cabina de sonido, un computa-
dor y estábamos listos para ir a
Cinta Larga, al Jarillón o al hueco a proyectar una película con
contenido social.
Acompañábamos las jornadas de Cine al Ghetto con cris-
petas, jugo y lectura anticipada en voz alta. Los últimos tres años
realizamos ciento veinte proyecciones de cine en los territorios
antes mencionados.
En reunión de planeación decidíamos en qué lugar se iba a
proyectar. Luego se imprimían una serie de boletas con la infor-
mación de la función que hacía las veces de pase de cine.
Llegábamos un par de horas antes y conversábamos con los
vecinos, con ayuda de la policía cerrábamos el acceso vehicular

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Cine al ghetto

con vallas metálicas y se hacía el llamado por la cabina de sonido.


Con ayuda de los niños y unos voluntarios se colgaba el telón en
alguna de las fachadas de las casas y se ajustaba el vídeo beam.
Mientras eso sucedía los compañeros de la Fundación Ar-
tística Hakuna Matata se encargaban de la recreación. En una de
las casas de los vecinos se hacían las crispetas y se empacaban en
pequeñas bolsitas. Ya el jugo venía preparado por dos de nues-
tros jóvenes.
Media hora antes de la función todo debía estar listo, a tal
punto que solo fuera darle play al computador y listo. En esa me-
dia hora se proyectaban las opciones de películas para proyectar
y en una muestra de participación ganaba la que obtuviera ma-
yor votación. Antes de empezar se socializaba y se explicaba el
contexto de la película.
Play. Y todos disfrutaban. Al finalizar, retomábamos el
hilo de la película y su trama y realizábamos preguntas donde
rifábamos libros, kits de estudio y demás.
Este año en el sector que antes era denominado el “Hueco”
y que hoy es la Calle del Color, gracias a Anderson García, artista
grafitero se pudo pintar una pared blanca con dos cortinas rojas
a lado y lado y con un letrero arriba que dice en amarillo, Cine
al Ghetto.

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Guardianes de
la esperanza 1

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n el análisis de la violencia ur-


bana que hacíamos tras la rea-
lización de cada evento y su im-
pacto, entendíamos que los que
eran los actores, iban a la cárcel
y en poco tiempo salían a seguir
delinquiendo, como si la cárcel
fuera una escuela de aprendiza-
je del delito o la reafirmación de
este.
En el barrio Petecuy, nosotros le apostábamos a algo di-
ferente. En los barrios populares se corre el riesgo de conver-
tirse en sicario y delincuente, en Petecuy se aplicaba esa máxi-
ma. Pero nuestro trabajo social iba encaminado, quizás, a lo
que el periódico El País tituló en una imagen en sus redes so-
ciales a propósito de una columna de opinión de Jorge Enrique
Rojas donde se hablaba de Biblioghetto. Y es que en Petecuy
muchos niños estrecharon la mano de un escritor antes que la
de un sicario.
Corría finales del dos mil trece cuando nos enteramos de la
campaña del Ministerio de Defensa Correo de Gratitud, donde los

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Guardianes de la esperanza 1

niños y niñas les enviaban cartas a los soldados de tierra, aire,


mar y policías. Las jornadas iban a escuelas, colegios, centros
comerciales y vía web, donde disponían de un formato de carta,
lápices, colores y bolígrafos, los interesados podían redactar pa-
labras de respeto, admiración y agradecimiento por el esfuerzo
al trabajar por la seguridad de todo un país.
Nos pareció hermoso. Pero las necesidades en nuestro ba-
rrio eran otras, en vez de agradecer debíamos reaprender. Nos
sucedía que, para los niños y niñas, quienes salían de la cárcel
era verdaderos héroes. Los menores entendían el pillaje como
un camino contra el sistema, sabían que aquel que cogieran en
el barrio a los pocos días saldría. Y a los que entendían que se
demorarían en salir, esos, eran los verdaderos héroes, sus motes
o apodos eran deseo de todos y podían sentir que desde la cárcel
aún existía un mando.
La epistolografía no la queríamos entender en nuestro
territorio como un mecanismo de respaldo a los héroes, no.
Que nuestros niños se cartearan, pero con un trasfondo, con
un objetivo que rompiera el estigma, que rompiera falsas
reglas. Entonces pensamos en cartear los niños de Petecuy,
El Poblado, Tercer Milenio y Siloé con los presos de la Cárcel
de Villanueva.
Bautizamos el proyecto con el nombre de Guardianes de la
Esperanza, pues son los niños y las niñas los custodios de la espe-
ranza que hay en un mundo mejor.
Corría diciembre y tocamos las puertas de la personería
municipal, entidad que creíamos sería la más pertinente para
apoyarnos. Claramente queríamos cartear niños de diferentes
lugares de ciudad y los presos, con el objetivo de crear concien-
cia de que afuera de los muros de un centro de reclusión había

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cientos de miles de niños y niñas en los barrios vulnerables que-


riendo y anhelando paz, tranquilidad. Era un mensaje claro en
navidad, de parte y parte.
La personería jugó un papel importante en la sensibiliza-
ción de los niños, niñas y reclusos, mediante talleres de dere-
chos humanos, mientras que nosotros y las organizaciones ami-
gas nos encargamos de los talleres de epistolografía.
Cuando contactamos a la personería, gracias a María Fer-
nanda Arias, el proyecto tuvo buena acogida. Paula Arbeláez y
Edward Hernández nos visitaron en la sede comunal del barrio y
allí expresamos la idea que teníamos. Llegamos a unos acuerdos
y eran que existían ciertos tiempos para la ejecución del proyec-
to, puesto que era fin de año y era realmente complicado mover
permisos en los centros de reclusión. Así que deberíamos espe-
rar el año nuevo. Lo que nos ofrecieron fue hacer un piloto del
proyecto con niños de Biblioghetto y con los menores infracto-
res que estaban recluidos en el Centro de Formación para Meno-
res Infractores Valle del Lili.
Durante el mes de diciembre se realizaron los talleres de
Derechos Humanos con treinta niños y niñas de Petecuy. Ini-
ciando dos mil quince se retomaron labores y continuamos con
los talleres, ya era nuestro turno con la epistolografía. Para mar-
zo del mismo año se llevó a cabo la jornada de redacción de car-
tas de los niños y niñas de Petecuy, que redactaron junto a sus
familias. Cartas que luego la personería entregaría a los meno-
res infractores.
La jornada fue muy humana, resultaron cartas llenas de
optimismo, de mensajes de positivismo, de letras garabatea-
das, pero con un corazón firme, lleno de fortaleza y esperanza
enfocado en poder lograr que cuando salieran de la cárcel, no

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Guardianes de la esperanza 1

tomaran el mismo camino. Bendiciones, besos, frases, dibujos y


consejos. Al final las cartas tomaron camino a Valle del Lili.
La personería realizó la entrega de las cartas en el Centro
de Formación. Hubo lágrimas, sonrisas, ilusión y muchos conse-
jos de responsabilidad y respeto hacia los padres de familia. De
regreso, las cartas fueron entregadas en la puerta de las casas de
los niños a manera de correspondencia.
Así nacieron los guardianes de la esperanza.

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on el desarrollo del piloto de


Guardianes de la esperanza no
quedamos satisfechos, quería-
mos entrar a Villahermosa, la
cárcel, a la de Jamundí, quería-
mos cartear a muchos niños con
muchos presos y hacer un pro-
yecto de ciudad. Así que cuando
publicaron la convocatoria Estí-
mulos de la Secretaría de Cultu-
ra de Cali del dos mil dieciséis, buscamos entre las categorías y
pensamos cuál era la más pertinente.
Ya le habíamos dado forma al proyecto, sustentamos la
parte técnica analizando una frase de Mario Mendoza que de-
cía: ““Por el hecho de haber delinquido o cometido un error no se pierden
los derechos humanos. Como sociedad estamos en el deber de aportar para
que ese retorno de los infiernos sea posible. Pero si la sociedad que está li-
bre actúa con mezquindad moral y con deseos de venganza, ¿cuál es la di-
ferencia entonces entre los delincuentes detenidos y la sociedad civil que
está afuera?”. Compartíamos la idea de que el recluso tiene de-
rechos, pero también responsabilidades, que los que estamos

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Guardianes de la esperanza 2

afuera deberíamos de disponer de tiempo e ideas para sanar he-


ridas que tiene la sociedad, que nadie se ha pensado la relación
Sociedad Civil-Preso. Ahí era donde queríamos entrar con nuestro
proyecto.
Presentamos el proyecto dirigido a cartear cerca de qui-
nientos niños de los veinte barrios con mayor índice de homici-
dios en nuestra ciudad: Terrón Colorado, El Calvario, El Obrero,
Petecuy, Floralia, Doce de Octubre, El Vergel, Charco Azul, Las
Orquídeas, Manuela Beltrán, Mojica, Los Comuneros, Antonio
Nariño, Mariano Ramos, Los Chorros, Alto Nápoles, Siloé, Lle-
ras Camargo, Potrero Grande y Tercer Milenio.
El proyecto estaba compuesto por cuatro ciclos. El prime-
ro consistía en la convocatoria, inscripción y ejecución de Talle-
res de Epistolografía, Derechos Humanos, Paz y Reconciliación
Urbana en cada uno de los territorios. En el segundo se ejecuta-
ban los encuentros epistolares que eran los espacios donde los
niños y niñas escribían sus cartas. El tercero era la entrega de las
cartas a menores infractores, pandillas, y población carcelaria
del Establecimiento Penitenciario de Mediana Seguridad Car-
celario de Cali Villahermosa. En el cuarto ciclo se recolectaban
las respuestas de los presos y posterior envío a niños y niñas vía
servicio de mensajería certificada.
Resultamos ganadores, nuestro proyecto había sido uno
de los mejores. Nos asignaron catorce millones de pesos. El de-
sarrollo del programa fue estupendo, recorrimos media Cali,
buscando niños y niñas, haciendo talleres, escribiendo cartas,
reconociendo que había asesinos que eran admirados por los
niños. Llevamos las cartas a la cárcel de Villahermosa y allí fue
tremendo el impacto.

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Era la primera vez que ingresábamos a la Cárcel, el equipo


de trabajo estaba conformado por Fabio Dinas, Vanessa Gutié-
rrez, Felipe Bedoya, Andrea Guzmán y Gustavo Gutiérrez, todos
talleristas y con camisas blancas con el logo del proyecto. Entra-
mos a todos los patios, conocimos la cárcel en su totalidad, nos
encontramos muchos jóvenes de Petecuy allá, incluso, a “Locu-
ra”, integrante de Biblioghetto años atrás que nos acompañó en
la entrega del Premio Cívico Por una Cali Mejor y que allá era la
pluma del patio central. Portar una granada lo condenó a varios
años de cárcel. Otros que vimos disparando también nos saluda-
ron. Muchos de ellos, habían visto con anterioridad los afiches
de la convocatoria y habían reconocido el logo de Biblioghetto,
pero nunca se esperaron vernos ahí. También llegaron al saludo
personas que habíamos visto disparar y asesinar en el barrio, en
medio de lágrimas se acercaban y reconocían el infierno que era
ese lugar, expresaban melancolía por sus hijos y sus vecinos.
Nos enseñaron los patios donde permanecían guerrilleros
y paramilitares, funcionarios públicos condenados por falsifi-
cación o corrupción. También el patio donde estaba la gente del
Distrito, los delincuentes del centro, etc. Entregarles las cartas
fue monumental, lloraban, se miraban entre sí mientras toma-
ban los lápices del mesón largo donde regularmente almorzaban.
Dentro de los patios había pequeñas bibliotecas y algunos
reclusos llevaban camisetas color azul claro con unas letras a la
espalda, Biblioterapia. Las visitamos cada una, ínfimas, oscuras y
húmedas, llenas de cajas, de formatos, de cansancio.
A cada patio íbamos a hablarles del taller. Dos de esos
tenían una especie de salón de reunión, allí ya estaba todo or-
ganizado para nuestra llegada, desde mesas, sillas, sonido,

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Guardianes de la esperanza 2

gaseosa hasta ventiladores para mitigar el calor. Uno de los salones


era utilizado como lugar de oración, podía notar un atril y
varias frases bíblicas pintadas en las paredes. En los demás tuvi-
mos que hacer la socialización en los patios, repletos de presos,
de hacinamiento.
La entrega de las cartas y de las hojas en blanco con su lá-
piz fue toda una ilusión. Llegaron presos incluso pidiendo que
se le vendiera un lápiz. Muchos de ellos dejaron marcados sus
labiales en las hojas. Cuando devolvían las cartas de los niños y
les decíamos que eran para ellos, que podían guardarlas, no lo
creían. Unos corrían a guardarlas a sus celdas, pero no faltaba
la sonrisa.
Un viejo amigo del barrio se me acercó, me abrazó con
fuerza y lloró. Me dijo que era bueno verme, que se veía que todo
iba bien con Biblioghetto. Entonces recordé la juventud en el
Colegio César Conto, recordé los hurtos que hacía junto a su
hermano al señor de la tienda escolar y las golpizas que le daban
a mis compañeros o las pistolas que cargaban y los insultos a
los profesores, las escapadas del colegio y en últimas la fra-
se ganadora: ¿pa qué estudiar si pagando gano el año? Ya de adulto,
lo veía escoltando carros repartidores, armado siempre y pa-
rado en la esquina de la cuadra disparando a otros, prestando
dinero o en medio de rumbas a todo dar. Era un capo, un duro
del barrio.
Y ahí estaba. Preso. Volví a la realidad y noté el lloriqueo,
usaba su camisa para limpiarse la cara y los ojos. Me preguntó
por mi presencia y le expliqué del proyecto. Me contó que extra-
ñaba mucho el barrio, que siempre me había visto ayudando a los
demás, que éramos pelaos de bien. Pero sobre todo que extraña-
ba a sus hijas. Le extendí una hoja en blanco y un lápiz. Le dije

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que aprovechara y le escribiera una carta a sus hijas y a su fami-


lia. Lo dije con satisfacción y seguridad.

— Uy gracias manito, pero sabe qué, hágamela us-


ted, es que no sé escribir —dijo—.

Las visitas a la cárcel nos tomaron cerca de cuatro días


seguidos. En una jornada especial, nos reunimos y empaque-
tamos todas las cartas en sobres, acompañadas de un libro.
Los despachamos al servicio de mensajería y al día siguiente las
cartas de respuesta de los quinientos presos empezarían a llegar
a las puertas de las casas de los niños y niñas, acompañadas de
un libro y un certificado que los reconocían como Guardianes
de la Esperanza.

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A la Biblio en Bici

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A la Biblio en Bici

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ara el treinta de abril de dos mil


diecisiete realizamos el Ciclo-
paseo del Libro y la Niñez en el
barrio Petecuy. Convocamos a
la comunidad en el parque Nue-
vo Sol como punto de partida.
Ahí llegaron más de cuatrocien-
tos niños, niñas, adultos con
sus bicicletas, monopatines,
patinetas, patines, caminando
y hasta en triciclos y muletas. La idea era recorrer las tres eta-
pas del barrio Petecuy en familia y regresar al parque Nuevo Sol
donde una jornada de lectura esperaba, también una de recrea-
ción y una muestra artística gracias a la Fundación Artística
Hakuna Matata.
Tres meses después, influenciados por el alto número de
niños y familias usuarios de la bicicleta y los patines, decidi-
mos articular la lectura y la bici en un programa denominado A
la Biblio en Bici, que consistía en organizar un acompañamiento
a treinta niños y niñas en un recorrido en bicicleta hasta la Bi-
blioteca Pública más cercana, esto con el objetivo de establecer

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A la Biblio en Bici

lazos entre la infraestructura y los servicios públicos y la comu-


nidad a través de la Bicicleta.
El sábado quince de julio de dos mil diecisiete, citamos a
treinta niños en sus bicicletas al Parque Nuevo Sol para acompa-
ñarlos y desarrollar una visita guiada y llena de sorpresas por la
Biblioteca Pública San Luis. A la actividad nos acompañaron los
amigos de la Asesoría para la Movilidad en Bicicleta de la Alcal-
día de Santiago de Cali.
El recorrido duró cerca de quince minutos. Iban niños
y niñas en patines, bicicletas todo terreno e iban caminando
aquellos niños que no tenían bicicleta, pero no querían perderse
el paseo.
Al llegar a la Biblioteca, presentamos al equipo biblioteca-
rio y luego pasamos a hacer un recorrido por las instalaciones, ya
que algunos no la conocían. En el primer nivel se ofrecía lectu-
ra en voz alta y luego de la lectura debían pasar al segundo nivel
donde estaba el Punto Vive Digital y varios videojuegos.
Luego de una hora nos reunimos en la plazoleta contigua
a la biblioteca y les entregamos el refrigerio y compartimos de
nuevo una lectura y una presentación del equipo de la Asesoría
de Movilidad en Bicicleta.
Regresamos a casa sin ninguna novedad, pero con mil re-
comendaciones. No habían llegado las autoridades de tránsito,
ni los Bicipolicías. A pesar de ser una prueba, reconocimos que
a los niños les faltaban las medidas de seguridad básica para po-
der hacer esos recorridos más seguros y amenos.
La intención era realizar las jornadas el último sábado de
cada mes. Los primeros en ir tuvieron la posibilidad de recibir
la llave del saber de la Red de Bibliotecas Públicas de Cali y así
hacer préstamos externos de libros. De esa manera cada grupo

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de treinta chicos tenía dos salidas en dos meses, pues el objetivo


de A la Biblio en Bici, era no solo acompañarlos hasta la biblioteca,
sino permitir la articulación con los servicios de la red. La pri-
mera visita era de reconocimiento del recinto y sus servicios,
prestar libros infantiles y la segunda visita era para hacer entre-
ga de los libros prestados y leídos.
Intentamos gestionar recursos para adquirir bicicletas e
implementos de seguridad, pero fue imposible. La Asesoría de
Movilidad en Bicicleta nos apoyó con la realización de un vídeo
para montarlo a la una plataforma de Crowdfunding o de finan-
ciación colectiva de proyectos. Pero no funcionó. Se recolectó
una bicicleta nueva donada por una joven de la zona rural.
Ese fue el primer piloto de A la Biblio en Bici, donde soña-
mos con articular el uso de la bicicleta con el aprovechamiento
del tiempo libre y la lectura.

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Ba rr i o s en voz a lta

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Barrios en voz alta

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omo grupo dedicado a la pro-


moción de la lectura en todas
sus formas, siempre tuvimos
presente los anhelos de formar
nuevos escritores en los barrios
de Cali. En varias oportunida-
des realizamos talleres de cró-
nica y elaboración de libros car-
toneros en varios colegios del
sur de Cali, gracias a una alian-
za de trabajo con la Editorial Planeta.
El anhelo era ir mucho más allá de poner en práctica la es-
critura y el armado de un libro cartonero. Nosotros queríamos
transformar la realidad del Distrito a punta de crónica. El pro-
yecto Barrios en Voz Alta inició cuando pensamos tomarnos
cerca de veinte barrios de la ciudad.
Ya lo decía Mario Mendoza: “Derecho a la lectura y a la escri-
tura como bases inamovibles de la democracia. Derecho al lenguaje, al
pensamiento, al patrimonio inmaterial. Esta es la nueva riqueza. No se
trata de marcas de celulares, ni de ropa, ni de saldos jugosos en las cuentas
bancarias, sino de educación y cultura. LA VERDADERA RIQUEZA

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Ba rr i o s en voz a lta

ES LA INTELIGENCIA, ESTÁ UNIDA A LA TASA DE LECTURA


ANUAL POR PERSONA, a oportunidades para educarse, a becas, a
maestrías y doctorados. No saldremos del subdesarrollo comprando ar-
mas e incendiando aún más el país. Saldremos invirtiendo en la educación
de estos muchachos, abriéndoles las puertas de las bibliotecas y mostrán-
doles la felicidad que allí los espera. Conmueve mucho ver cómo Medellín y
Antioquia en general son un modelo para seguir en este esquema. No elegir
más en los cargos de poder a analfabetas funcionales es un paso fundamen-
tal en la búsqueda de una sociedad ilustrada y realmente democrática. Por
eso pensar en la promoción de lectura en espacios no convencionales es tan
importante: porque nos recuerda que la literatura es una de las formas más
exquisitas de resistencia civil. Se transforma una ciudad no sólo a punta de
puentes, ladrillo y cemento, sino cuando somos capaces de transformar las
mentes de sus habitantes”.
Barrios en voz alta, inició como un proyecto piloto sobre
el papel que tenía como objetivo formar lectores y escritores
mediante el mejoramiento del comportamiento lector, la com-
prensión lectora y la producción textual de la primera infancia,
infancia, adolescencia y comunidad en general de barrios vulne-
rables de Cali, a través de la creación de espacio y tiempo libre en
lugares no convencionales, que posicionara la lectura y la escri-
tura como derechos fundamentales para la participación ciuda-
dana y la convivencia.
Para ello se pensó en un componente con tres momentos.
El primero se llamó Padrinos Voluntarios de Lectura que consis-
tía en la convocatoria ciudadana para encargar a mil Padrinos de
Lectura Voluntarios la misma cantidad de niños y niñas de los ba-
rrios a impactar. La función de este Padrino era la de ser un tutor
de lectura frente a ese niño, donde compartía la lectura mensual
de un libro. Así mismo le visitaría cada mes donde le obsequiará

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un libro. Durante ese tiempo el niño, o las Barriadas de Lectura


(Grupos de cincuenta niños y niñas de los barrios beneficiados)
se reunían entre ellos cada quince días a compartir sus textos en-
tre el grupo y hacer comentarios, análisis e intercambios.
Para el segundo momento, el proceso tomaría un contex-
to comunitario. Las Ferias Barriales del Libro pretendían ir a la
comunidad cada mes y presentar conversatorios ambientales,
educativos, políticos, sociales, acompañados de personajes na-
cionales e internacionales, lanzamientos de libros, oferta edi-
torial de librerías de la ciudad con precios supremamente bajos,
tendederos de poesía donde la comunidad pudiera leer y llevar
poemas totalmente gratis, talleres de lectura para la primera
infancia, talleres de ortografía, cómic y muestras musicales de
nuevos talentos.
El tercer momento era el Encuentro Anual de Lectura,
donde se darían cita los mil padrinos y mil niños lectores donde
aparte de celebrar el día del Libro, renovaran sus compromisos e
invitaran a la ciudad en general.
Nos gustaba soñar con empapar de lectura los barrios y la
ciudad. Éramos conscientes que el proyecto demandaba mucho
personal y recursos económicos que no teníamos.
En el dos mil diecisiete decidimos postularnos nuevamen-
te a la Convocatoria Estímulos de la Secretaría de Cultura de
Cali. Presentamos nuestro proyecto Barrios en Voz Alta, pero
con varios cambios, pues era la oportunidad perfecta para fusio-
nar el anhelo de crear nuevos escritores y el piloto del proyec-
to para democratizar la lectura y la escritura en nuestra ciudad
desde los barrios.
Para esta convocatoria presentamos un proyecto basado
en la necesidad de buscar y potencializar nuevas plumas que

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Ba rr i o s en voz a lta

narraran el Distrito de Aguablanca desde las comunas 13, 14 y 15.


Proponíamos visitar las instituciones educativas de las tres co-
munas y hacer convocatoria para que los jóvenes de grado once
se inscribieran en una serie de talleres que buscaban narran los
barrios y las calles del Distrito.
Resultamos ganadores y a mediados de dos mil diecisiete
empezamos a realizar la convocatoria en barrios como Mojica,
Comuneros, Marroquín, Omar Torrijos, El Poblado, Charco
Azul, Alfonso Bonilla, entre otros.
Llegaron a la primera cita treinta jóvenes entre los cator-
ce y diecisiete años a las instalaciones de la Biblioteca Centro
Cultural Nuevo Latir. Ahí nos dimos cita cada sábado y empe-
zamos a desarrollar los talleres de formación. El programa tenía
varios componentes fundamentales. El primero de los talleres
consistía en principios fundamentales del periodismo, géneros
periodísticos y formatos narrativos, le seguiría cartografía y re-
siliencia, análisis e investigación territorial, reportería gráfica,
herramientas de ortografía, redacción y narración, ética perio-
dística, la ruta de la noticia, autogestión de medios, circulación
y comercialización y finalmente una clausura donde se recono-
cerían como escritores.
Acompañando los talleres cada sábado, invitamos a perio-
distas en ejercicio. Nos acompañaron Kevin Alexis García de la
Escuela de Comunicación Social de Univalle, Lucy Lorena Li-
breros del Ministerio de Cultura y Alejandro Gálvez director de
la emisora Radio Uno. Queríamos que esos chicos se metieran
de lleno en el papel de ser periodistas, escritores, locutores y que
los territorios tuviesen una voz fuerte en la ciudad.
Durante el desarrollo del programa se tenía pensado
identificar aptitudes alrededor de la locución y la radio. Zeidy

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Riveros, mi esposa, venía de laborar con emisoras como Ener-


gía Stereo, Radio Tiempo y ser la voice over de Tropical Stereo,
una emisora virtual con sede en Miami. Sumando a estoy había
alcanzado el tercer semestre en INSTEL como locutora. Pero el
espíritu por la radio también venía por su familia, pues su padre
Jorge Eduardo Riveros fue durante muchos años el productor
de Olímpica Stereo. Esto le daba a Biblioghetto una fuerza alre-
dedor de contar historias o crónicas a través de la radio. Zeidy
hizo las gestiones pertinentes y en el taller de autogestión de
medios, invitó a Alejandro Gálvez de la emisora Radio Uno. Ese
día habló con los treinta chicos durante una hora. Luego de ello,
su compañero DJ Anuar, sacó la consola, una cabina de sonido y
empezaron a ensayar la narración de las crónicas que ya habían
escrito. Muchos fueron embargados por la pena, pero otros de-
mostraron el talento que tenían con su voz.
Sorpresivamente, Alejandro tomó su celular y transmitió
en vivo la realización del taller. Todos estábamos emocionados.
Al finalizar su intervención los invitó a seguir el proceso de na-
rrar y contar sus vidas y sus barrios.
La otra parte del taller de autogestión de medios consistía
en elaborar sus propios libros cartoneros.
En la clausura del proyecto, se les entregó tres copias de
sus libros en edición cartonera, un certificado y unos audífonos
con memoria donde se recopilaban todas las crónicas radiales
de sus compañeros.
Ahí le entregamos a la ciudad una camada de nuevos escri-
tores, de nuevos narradores ya listos para contar sus calles, sus
vivencias y la realidad.

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La Calle del Color

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La Calle del Color

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a época de violencia en Petecuy se


libró entre Cinta Larga y el sector
el Hueco, dos ollas de vicio que
las separaba un par de cuadras.
Las dos bandas que a muerte se
enfrentaron hicieron de ese par
de calles un lugar para el olvido.
Aún pueden verse las huellas de
los balazos en las puertas y en los
ladrillos de las fachadas.
En el dos mil catorce decidimos entrar a trabajar en esa
frontera visible. Realizamos talleres de lectura en voz alta en
las esquinas y salían cerca de cien niños que cada sábado pinta-
ban, escribían y leían en medio del goce que les daban esas ac-
tividades. Con el paso del tiempo fueron desmanteladas ambas
bandas. En el dos mil diecisiete decidimos continuar ahí con
proyecciones de cine. A la par de esa actividad cultural para oc-
tubre del mismo año, en el marco de 100en1día (conjunto de acti-
vidades de ciudad), con el programa Graficalia de la Secretaría
de Paz y Cultura Ciudadana, el apoyo de la Subsecretaría TIO
y nuestra organización se pintó un gran mural en ese corredor

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La Calle del Color

de dos calles. Ese sector era denominado el “Hueco”, pero con


este evento se buscó resignificarlo y convertirlo en “La Calle del
Color”. Ese mismo día un amigo de Graficalia, Anderson García,
primer grafitero que pintó en Petecuy, nos regaló en una de las
esquinas una pintura que asemeja un telón y donde se puede leer
Cine al Ghetto.
El objetivo es transformar esas dos calles con cerca de
treinta murales, además con la Subsecretaría TIO se viene
trabajando el desarrollo humano y la participación comunita-
ria para que los habitantes se empoderen de ese lugar y lo siga
transformando.

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3 PRIMERO
UN ESCRITOR
QUE UN SICARIO
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(Historias de niños y niñas


que marcaron historia)

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Moradito

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Moradito

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unca supimos su nombre, sus


padres decían que los docu-
mentos de identidad se habían
quedado en Tumaco, desde
donde venían desplazados por
la guerrilla. Increíblemente na-
die sabía su nombre. Todos lo
conocíamos como Moradito. Sí,
en ese entonces era diferente a
los demás negros.
Moradito tenía cinco años cuando lo conocimos en uno de
los talleres de lectura que dictábamos en el jarillón. Luego supi-
mos que vivía en la escombrera, como era conocido el basuro so-
bre el jarillón en la parte trasera de la PTAR-C. Ahí vivían cerca
de quince familias de lo que podían encontrar en esa montaña,
desde comida en descomposición hasta árboles frutales que na-
cían entre los escombros, el carbón y la basura, como maracuyá,
naranja, limón y mango.
Llegaba a los talleres de lectura siempre con una sonrisa
radiante. Hablaba muy poco, pero participaba. Nunca andaba

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Moradito

solo, pues lo acompañaban un grupo de niños y niñas entre los


que estaban primos y vecinos.
Pero hasta ahí Moradito era un niño normal. Hasta que en-
tendimos el porqué de llamarle así y el porqué de su color. La
causa, se podía encontrar todas las noches ahí en la escombre-
ra. Y era que, desde las siete de la noche, las personas que vivían
en la escombrera se dedicaban a quemar las llantas que llegaban
en carretillas y camiones, para sacarle el alambre que se comer-
cializaba a buen precio. Lo hacían todas las noches para que la
ciudadanía no notara la gran columna de humo que cada noche
se levantaba por encima de los cien metros y que ya había dete-
riorado los árboles. Hasta los postes de la energía que estaban
ubicados ahí se veían totalmente calcinados.
Ahí trabajaba él, ayudaba en esas labores, en medio del
hollín. Sus pies envueltos en hollín, sus manos, sus pestañas,
sus uñas, sus orejas, sus fosas nasales, su cabello, su cuero cabe-
lludo, su ropa, todo. Con el paso del tiempo Moradito había sido
víctima de la quema de llantas pues el hollín, el calor y el humo
le habían afectado en primer lugar su cabello, podía vérsele
diminutos churruscos en su cabello, se le notaba el polvillo ha-
ciendo casa en él. Su piel, a pesar de ser más resistente, se había
visto afectada.
Y así lo encontrábamos en cada taller de lectura que reali-
zamos en la escombrera, cada vez que subíamos también a rega-
lar ropa, juguetes, libros o comida.
Moradito está en el corazón de todos los jóvenes de Bi-
blioghetto, puesto que, en medio de los problemas de salud, in-
cluyendo los respiratorios, siempre estaba con una imborrable
sonrisa, que solo se opacaba cuando sus amigos les quitaban los
libros y sus ojos les daban paso a las lágrimas.

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En varias ocasiones, la Fuerza Aérea Colombiana realizó


vuelos nocturnos mientras en la escombrera se quemaba las
llantas, permitiendo darse cuenta de la gravedad que generaba
esta columna de humo. Desplegaban patrullas al lugar de la com-
bustión y generaban una advertencia. Al día siguiente la cosa se
repetía y Moradito seguía ahí camellando, viviendo, respirando.
Cuando realizábamos las jornadas de lectura en lo alto de
la escombrera, la sala de lectura, si no íbamos con zapatos cu-
biertos o de una plataforma suficientemente gruesa, podíamos
sentir el calor del terreno y los pies se llenaban de un tizne blan-
co y negro que manchaba todo a su paso.
Para poder subir a lo alto de la escombrera, que llegó a te-
ner casi treinta metros de altura, debíamos dar vueltas en círcu-
lo. Mientras llegábamos padecíamos el calor de la quema.
Con el paso de los años también se fue quemando madera
para la producción de carbón. El calor aumentaba considerable-
mente. Al regresar a hacer talleres de lectura, ya éramos cons-
cientes de los zapatos que eran necesarios llevar.
En las noches, desde Petecuy, nos dábamos cuenta de cada
quema, cuando empezaba a caer un polvillo gris que cubría todo
lo que estuviese a la intemperie. Salíamos a la calle, mirábamos
hacía el oriente, al cielo y ahí estaba opaca la columna de humo
sobre el firmamento. Los aviones pasaban y atravesaban el humo
en medio del peligro que esto representaba.
Allá en lo alto de esa escombrera, casi cuarenta metros por
encima de las calles de Petecuy, contando la altura del jarillón,
Moradito podía ver toda la ciudad con sus lucecitas, soñaba con
estar lejos de esa realidad tan acalorada y nociva, pero esa era su
vida, así vivían sus padres, no le quedaba otra opción que tomar
los libros de Biblioghetto y leer en medio de la luz de la luna o

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Moradito

de la compañía de las cientos de luciérnagas que salían de no-


che buscando humedad y un mundo mágico donde fueran las
protagonistas.
Hace cuatro años que la escombrera dejó de existir y Mora-
dito, junto con su familia emigraron hacía un barrio donde todos
están a salvo no solo del hollín, sino de una inundación por des-
borde del río Cauca.

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La historia de Miller

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La historia
de Miller

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ran las dos de la tarde de un


miércoles del año dos mil diez.
Caminábamos con cerca de
treinta niños por la calle de
Cinta Larga camino al Taller de
Lectura en la Escombrera. De-
bíamos pasar por casa de Elkin
Mauricio y su hermanita para
sumarlos a las actividades. Sa-
ludamos a su madre Luz Nelly
y desde la puerta, al fondo del improvisado rancho con tablas,
tejas y plásticos, se veía una cama con toldillo. Dentro se notaba
un bulto, una figura humana dormida, pero a la vez un remolino
de almohadas.
Continuamos y arriba en la escombrera le pregunté a Elkin
que quien estaba en su casa durmiendo una tarde de miércoles
con toldillo. Me dijo mirándome fijo a los ojos y con cierta aura
de tristeza, mi hermanito. Sorprendido pensé que había un hijo
extra de Luz Nelly o de Omar, su compañero sentimental. Asumí
pues que era algo normal.

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La historia de Miller

Se continuó con el taller. Al cabo de veinte minutos, Elkin


Mauricio se acercó al arrume de libros donde yo estaba y me dijo
en tono de tristeza:

— Está muy enfermito, yo creo que se va a morir.


Esta muy flaquito.

Me sorprendí. Le pregunté si me hablaba de su herma-


nito, me dijo que sí. Sin decir más me dijo que cuando los lleva-
ra donde su mamá nos lo presentaba. El Taller ya se estaba ter-
minando. Charlé con mis compañeros y los coloqué al tanto de
la situación.
Al llegar al racho, Luz Nelly Moreno, la madre de Elkin
Mauricio y su hermanita, nos recibió sorprendida de ver en
la puerta diez jóvenes tratando de hallar algo con la mirada.
Tomé la palabra y la puse al tanto de lo que había tratado de ver.
Decidí no involucrar la versión de Elkin, para que no se ganara
un castigo.
Ella, hablando con ternura y con seguridad, nos dijo que
esa personita se llamaba Miller, tenía catorce años, era su hijo
mayor y mantenía muy enfermo. Nos permitió pasar. Pudimos
ver una cocina hecha sobre lo que se pudiera, mucha humedad,
oscuridad. Efectivamente era una figura humana la que se divi-
saba desde la puerta. Dormía encorvado, con una sábana que lo
cubría totalmente bajo un toldillo que lo protegía de los insectos
del jarillón.
Luz Nelly nos comentó que era un paciente que padece
microcefalia, ataques epilépticos y que no había podido dar con
unos médicos buenos, que lo último que le dijeron era que se lo

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llevara para la casa y que lo tratara allá hasta donde resistiera.


Eso se lo dijeron ocho años atrás.
Esa tarde estaba ahí inerme. Luz Nelly le corrió el toldillo
y la cobija. Nos quedamos sin fuerzas, estáticos. Esa misma tar-
de, Miller Andrés Yesquén Moreno, era un ser confinado a una
cama, con catorce años y quince kilos. Estaba en estado de des-
nutrición. Su mamá agregó los detalles de su estado de vida, de
su salud. Hace muchos años permanecía así, postrado en cama.
Nunca ha caminado, ni tampoco han tenido para una silla de
ruedas y el medicamento para los ataques epilépticos se acaba y
hasta que pueda conseguir. La lista de desgracias siguió.
Las lágrimas salían y salían. Era una escena dura. Nosotros
con todo, con las manos, con la movilidad, con un hogar mejor,
con salud, con toda la hijuemadre vida por delante y a veces nos
quejamos. Y Miller ahí, esperando una luz más acá o más allá.
Elkin Mauricio le tenía los libros infantiles sobre su cama,
esos mismos que le habíamos regalado.
Nos comprometimos ayudar, tomamos nota de medica-
mentos, de documentos y de su historia clínica. Salimos devas-
tados, una personita se estaba muriendo sin nadie darse cuenta.
Nos reunimos inmediatamente y buscamos apoyo de amigos,
prensa y comunidad en general.
Luz Nelly y sus tres hijos llegaron desplazados de Buena-
ventura, allá conocieron a Omar, su compañero. Esa era la fa-
milia de Miller, su papá, Eustaquio Yesquén Aguirre había sido
capturado en Estados Unidos con droga. Estaba en una prisión
de Florida desde el dos mil tres por tráfico de drogas.
Conseguimos todos los medicamentos necesarios, una
cita médica exclusiva con un neurólogo pediatra que lo valoró y

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La historia de Miller

le determinó que era urgente enviarle terapia física, de lenguaje


y emocional. Miller no hablaba, nunca lo había hecho. También
le ordenaron un TAC y demás exámenes pertinentes. Al cabo
de dos meses, Miller era un ser humano diferente, había toma-
do contextura y ya soportaba más los ataques epilépticos, había
subido de peso, abría los ojos, empuñaba la mano y entre los jó-
venes de Biblioghetto se llevaba a las citas médicas cargándolo.
Otros dos meses después aparecieron ángeles que le obse-
quiaron una silla de ruedas especial, que estaba avaluada en mi-
llones de pesos y meses de tratamiento y recuperación. Su fami-
lia estaba feliz, ya Elkin Mauricio le leía en voz alta los cuentos y
los libros que recibía de los talleres de lectura.
Sentimos la satisfacción de recuperar a un niño de la muer-
te, del silencio y de la ignominia. Le celebramos sus quince años
con una reunión entre amigos y donantes. Luego de tres meses
arribó al racho donde vivía Miller el Instituto Colombiano de
Bienestar Familiar, tomaron fotografías, hablaron con Luz Nelly
y procedieron a llevarse a Miller, con la excusa que ella, su mamá
no estaba en condiciones de brindarle un bienestar. Fue un golpe
duro para todos.
Hoy Miller aún se encuentra bajo el cuidado del ICBF,
su mamá lo visita constantemente, camina, no habla, pero
reconoce a su mamá. Ella le habla, le acaricia y le lee en voz alta
los libros que Elkin Mauricio le envía y que nosotros le hemos
hecho llegar.

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Las maestras

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Las maestras

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urante la puesta en marcha de


los talleres de lectura, siempre
no llevamos sorpresas inespe-
radas. Una de esas sorpresas
fueron Karen Daniela Marín y
Valentina Teyo, dos nenas que
llegaron a los espacios de lec-
tura a escasos cinco y seis años
respectivamente. Y llegaron
de una manera inusual. No fue
sentadas escuchando las lecturas en voz alta, ni saltando o com-
pitiendo, no. Llegaron con libro en mano leyendo en voz alta, en-
señando, escribiendo en el tablero las palabras desconocidas o
que no entendían los demás.
Sin decirle nada, sin una orden. Eso sucedió a punta de
voluntad, por iniciativa propia. Para nosotros era un regalo de
Dios. Inmediatamente sucedió hablamos con su familia para
fortalecer desde el hogar esas aptitudes.
Con el paso de los talleres fuimos delegándoles funciones
como llenar la asistencia, dar ideas para eventos o actividades
o liderar acciones que quisieran hacer realidad. De ahí nacieron

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Las maestras

las dos versiones del Reinado Infantil Petecuy, del cual la prime-
ra versión salió coronada Reina Karen Daniela.
Karen ya vivía empoderada de nuestro proceso de lec-
tura en voz alta. Para los talleres de Mambrú no va a la guerra,
Karen tomó el libro y en las esquinas donde estaban los chicos
iba y abría el libro para leer. Desde nuestra organización esti-
mulamos el gusto por la lectura donándole una pequeña biblio-
teca personal, era quien hablaba de la experiencia de hacer parte
del proceso.
Valentina venía del jarillón, iba a los talleres cuando los ha-
cíamos allá arriba. También asistía a los que se realizaban en el
Parque Nuevo Sol, junto a su hermano que tenía problemas en el
desarrollo del lenguaje. A cada taller lo llevaba y le pasaba libros,
le leía y le enseñaba ese arte de unir palabras para hacer frases.
Pasaron los años y Karen Daniela es parte fundamental de
la iniciativa, ocupó el segundo lugar en la categoría juvenil del
Festival Internacional de Poesía de Cali dos mil diecisiete.
Valentina vive aún en Petecuy y asiste a las actividades
programadas, donde continúa llevando a su hermano, quien
desde que está en Biblioghetto ha visto un desarrollo regular del
lenguaje, dice ella, gracias a los libros y a las lecturas en voz alta.

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La Maestra Luisa

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La Maestra Luisa

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uisa Ramírez fue una gran niña


que jalonaba niños y niñas a que
participaran. Su espíritu por el
aprendizaje se podía notar desde
lejos. Empezó a asistir a los talle-
res de lectura con la idea de ocu-
par su tiempo libre en el barrio.
Se empoderó también de
las lecturas en voz alta, de la
toma de decisiones, de la par-
ticipación en prensa, radio y televisión, de los proyectos y de la
organización de las actividades. Pensaba y proponía de la mano
de Felipe Bedoya quien le había recomendado asistir a las activi-
dades de Biblioghetto.
Para la grabación del programa de Caracol televisión Gente
que le pone el alma, ella fue la que explicó por qué la lectura y los libros
salvaban a los muchachos de la droga y de la calle. Para la semana
por la paz acompañó la marcha desde su colegio y salió en me-
dios a decir que el barrio necesitaba paz y no más balas perdidas.
Se había convertido en la vocera de la población infantil y
en la nuestra también. A sus catorce años, sufrió un cáncer en

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La Maestra Luisa

uno de sus brazos, viéndose afectados sus pulmones. Las qui-


mioterapias le dieron duro. Sufría. A sus quince años nos dejó
con la tristeza y el recuerdo imborrable de una niña con un lide-
razgo envidiable.

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4 HUELLAS URBANAS
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(Pequeños triunfos y derrotas)

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La hamburguesa

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La hamburguesa

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stábamos en el primer día del Fes-


tival Cultural y Deportivo. Era
medio día y luego de una extensa
jornada educativa con la visita de
tres colegios y cerca de mil estu-
diantes pasamos a unas casas de
la cancha por el refrigerio que ha-
bíamos encargado para recargar-
nos de energía, pues a las dos de la
tarde regresaban las actividades.
Me acompañaba Luis Gabriel, nos sentamos y esperamos
a que nos sirvieran. Al cabo de diez minutos llegaron tres niñas
que vivían en cinta larga, descalzas, peinadas con trenzas y cha-
quiras, sonriendo y pronunciando nuestros nombres. La señora
encargada del refrigerio colocó sobre la mesa dos hamburgue-
sas y un par de dispensadores de salsa junto a unas gaseosas. Las
niñas susurraron entre ellas algo. Las sonrisas las habían cam-
biado por nerviosismo. Una de ellas tomó la delantera y expresó
que no habían desayunado que si les podíamos dar comida. Luis
y yo cruzamos miradas, nos levantamos de la mesa y las dejamos
ahí para que comieran. Salimos a la cancha y regresamos al cabo

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La hamburguesa

de quince minutos. Nos llevamos una sorpresa, las hamburgue-


sas aún estaban ahí intactas, solo se habían tomado el líquido.
Preguntamos y apenas respondieron que eso era muy grande
para la boca de ellas. Efectivamente, jamás se habían topado con
una hamburguesa. Pedimos un cuchillo y las partimos. Volvie-
ron a sonreír.

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La vieja biblioteca

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La vieja biblioteca

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omo integrantes del Comité de


Cultura de la Junta de Acción
Comunal de Petecuy 1, nos to-
mamos la sede comunal para
habilitar un espacio y conver-
tirlo en biblioteca. Cuando
subimos y entramos había un
cuarto invadido totalmente de
telarañas y mucho polvo. Eran
tres estanterías viejas y llenas
de textos escolares de los años setenta y ochenta. Sacamos todo
y renovamos los estantes y la bibliografía. Les dimos de baja a
los libros y a una cantidad considerable de pupitres de antaño,
de esos dobles. Ese reciclaje y esa chatarra la vendimos y con ese
dinero compramos pintura e implementos de aseo.
Decoramos y pintamos un mural, sacamos las estante-
rías de ese cuarto y las ubicamos de frente en el salón principal.
Esa vieja biblioteca estaba ahí guardada en silencio desde el
año 1980, cuando la comunidad había hecho una minga para su
funcionamiento.

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La vieja biblioteca

En ese cuarto, encontramos radioteléfonos, cornetas,


mezcladores y documentos alusivos al M19, que se notaba ha-
bían cumplido su tiempo de vida. Ahí sobre ese salón empeza-
mos a citar los niños a hacer tareas, a leerles en voz alta, a llevar
libros donados para hacer la biblioteca más grande. Funcionó
año y medio hasta que llegaron otros dignatarios y decidieron
quitarla y archivarla.

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Cacique Petecuy

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Cacique Petecuy

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racias a Ceida Ruby Velasco nos


aventuramos al teatro. Su paso
por el liderazgo comunitario la
había convertido en un perso-
naje de la cultura en el barrio.
En cada cumpleaños del barrio
Petecuy 3 había un espacio para
que la comunidad conociera la
historia de Petecuy, el Cacique.
Para ella igual que para noso-
tros era fundamental que comprendiéramos nuestra historia,
que la conociéramos día tras día. Para el primer Festival Cultu-
ral y Deportivo nos dimos cita en su casa, gracias a Luis Gabriel
que la conocía de tiempo atrás. Se les comunicó a los compañe-
ros interesados y asistieron trece. Ceida los entrenó en las no-
ches dos veces a la semana. Les facilitó los trajes, los collares, las
plumas, todos los atuendos y las armas plásticas.
Programamos el “Cacique Petecuy” como evento central
del Festival. A las siete de la noche subieron a tarima, junto con
Ceida, que representaba a la hija del Cacique. Cuatro estaban
vestidos de españoles colonizadores, seis chicas de indígenas,

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Cacique Petecuy

otra más de compañera del Cacique, un indio y el Cacique Pe-


tecuy. El esposo de Ceida, productor de Olímpica Stereo, había
preparado un audio con la historia, con ruidos, explosiones, gri-
tos, lamentos, música de fondo y una voz en off que iba narrando
los acontecimientos de manera dulce, preocupada y fina. Ahí le
mostramos por primera vez a seiscientos habitantes de Petecuy
la historia del nombre de su barrio.
La siguiente y última presentación fue en el marco de la de-
cimoquinta Feria del Libro del Pacífico en el Coliseo del barrio
el SENA.

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La huella de Andrés Caicedo

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La huella de
Andrés Caicedo

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nos años antes que surgiera la


iniciativa Biblioghetto, con va-
rios amigos organizamos una
casa cultural en Petecuy, a la
que llamamos Ciudad Solar.
Sí, Ciudad Solar, como la casona
de los años setenta de Caicedo,
Mayolo, Ospina y demás ar-
tistas de la ciudad. Ya conocía-
mos la historia del arte en Cali
en los años setenta. Y creíamos que replicar parte de esa his-
toria nos iba a dar resultados interesantes. Así que alquilamos
la casa e invitamos a artistas de barrio como mimos, payasos,
zanqueros, poetas, escritores, pintores, muralistas, cantantes
y una escuela de salsa. Ahí empezamos a compartir espacio, se
escribía, se bailaba, se pintaba y se comprendía lo importante de
ese espacio para el barrio. La foto de Andrés Caicedo estaba pin-
tada gigante en una de las paredes de la casa, para ese entonces
nos habíamos acercado a varios amigos y familiares de Andrés.
Circulábamos un boletín cultural llamado Periódico Ciudad Solar,
donde todos esos artistas de barrio escribían mensualmente.

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La huella de Andrés Caicedo

La publicación se entregaba gratuita en bibliotecas, colegios y


centros de interés.
María Victoria Caicedo y su esposo, fueron vitales para el
proceso de Ciudad Solar y posteriormente Biblioghetto. Cuan-
do el escritor chileno Alberto Fuguet llegó a Cali para escribir
el libro “Mi cuerpo es una celda”, nos permitieron compartir con el
escritor y de paso tener entre las manos los manuscritos y carta
de Andrés Caicedo. Eso fue sensacional, Fuguet nos recomendó
libros, nos dio fuerza y escuchó nuestra experiencia con Andrés.
La literatura y la preocupación por Cali como ciudad, al
igual que Andrés, nos llevó a pensar en ella en toda actividad y
proyecto que desarrolláramos. Por ese entonces compartíamos
los encuentros de la profesora Angela Rosa Giraldo en Univa-
lle. Conocimos muchos caicedianos y también dimos a conocer
nuestra publicación.
Hoy la huella de Andrés sigue presente en los libros que se
regalan a los niños y jóvenes que llegan a los talleres y descubren
el poder insospechado de las letras y las historias.

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La primera vez en prensa

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La primera vez
en prensa

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sa tarde cuadramos con Santia-


go Cruz, periodista de El País,
una visita al barrio. Veníamos
de ganar el premio por Una Cali
Mejor. Con Cruz entramos a
las entrañas del barrio a contar
lo que se hacía en cada jorna-
da. Estuvimos en el jarillón, en
Cinta Larga, en el hueco. Prime-
ro hablamos un largo rato sobre
ese proceso cultural a través de los libros.
Producto de esa visita, Cruz escribió una crónica a la que
llamó “Biblioghetto”, literatura en medio de la pobreza del barrio Petecuy.
Por fortuna, la crónica fue publicada el domingo. Para nosotros
era la primera vez que salíamos en un medio de comunicación
tan masivo. Sin duda compramos la prensa. Lo que se avecinó
estaba por fuera de todos nuestros pronósticos.
Recibimos llamadas desde Estados Unidos, la India, Espa-
ña, de muchas partes del mundo dándonos palabras de aliento y
donaciones. En nuestras redes sociales y las del periódico hubo
cientos de comentarios inspiradores, nostálgicos y llenos de ad-
miración. Para el grupo fue un momento clave que nos llenó de
fuerza y seguridad.

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L a c arta de l a s tres María s

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La carta de
las tres Marías

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na semana después de la publi-


cación de Santiago Cruz en el
dominical de El País, recibí una
llamada de un médico de una
famosa clínica de la ciudad. Nos
felicitó y nos dijo que pasára-
mos por dicha clínica que había
dejado una caja con gran canti-
dad de libros infantiles que sus
hijas habían decidido regalar a
quien los necesitara más que ellas.
Al día siguiente pasamos por la caja y la llevamos hasta
el barrio. La abrimos y efectivamente habían cerca de doscien-
tos títulos infantiles y gran cantidad de cuadernos, además
de una bolsa con marcadores, bolígrafos, lápices y colores en
buen estado.
Por sorpresa al final de la caja encontramos una hoja cua-
driculada tamaño oficio doblada a la mitad. Se notaban dibujos a
mano y a color. La desdoblamos y decía:

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L a c arta de l a s tres María s

“Queridos amigos de biblioghetto, el domingo nuestro papá


nos sentó en su estudio y abrió el periódico y pudimos ver una
persona leyéndole a un grupo de niños en una montaña de
escombros y basura. Papá nos leyó en voz alta lo que estaba
escrito junto a la foto. Y nos explicó que existían personas
de muy buen corazón que ayudaban a los demás. Nos pare-
ce muy bonito lo que hacen por los demás niños, mis padres
siempre nos han leído y nos enseñaron que lo mejor y mas
maravilloso son los libros. Nosotras tenemos una biblioteca,
nos compran libros cada semana y entre todas hemos decidi-
do regalar todos nuestros libros a los niños de Petecuy para
que ustedes vayan enseñándole a más niños a leer y a conocer
historias bonitas y fantásticas. Les mandamos un abrazo y
mucha fuerza para seguir leyéndole a los niños.

Con Aprecio,

María Luisa, María Teresa y María José.”

Esa carta nos marcó, nos daba una señal desde afuera
que las cosas se estaban haciendo bien, estábamos generando
opinión y fuerte, contundente. Los libros y los cuadernos se en-
tregaron a los niños de Petecuy. Nunca volvimos a saber de las
tres Marías.

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ara el año dos mil nueve, la Cor-


poración para la Recreación Po-
pular CRP administraba el Poli-
deportivo Petecuy y cada año en
época de vacaciones escolares
de mitad de año, organizaban
las vacaciones recreativas, las
cuales apoyábamos hasta que
decidimos programar nuestras
propias actividades. Así nacie-
ron las Vacaciones Populares Biblioghetto.
Buscamos aliados en toda la ciudad para poder contrarres-
tar el cobro que realizaba la CRP a los niños que disfrutaban de
las vacaciones recreativas. Citamos a reunión de jóvenes y cons-
truimos la propuesta. Decidimos volver a lo básico, a los juegos
tradicionales, a las canicas, a escondite, pero también se progra-
mó lectura, cine, piscina, torneos de fútbol y de microfútbol. Se
invitó a todos los amigos a colaborar en la gestión, desde el veci-
no hasta los gerentes de centros comerciales. También se invitó
a la red de bibliotecas públicas para apoyar la programación.

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Queríamos llegarles al cien por ciento de la población in-


fantil y juvenil del barrio. Para ello nos basamos en el censo po-
blacional del dos mil cinco y nos propusimos como meta tener
inscritos cerca de mil ochenta niños de Petecuy. Una locura.
A una semana de iniciar actividades, recibí una llamada de
la Secretaría de Cultura de la Alcaldía de Cali. Estaban ubicando
grupos de apoyo al trabajo con las bibliotecas que pertenecían a
la Red de Bibliotecas Públicas de Cali. La señora Dilia Henao nos
había referenciado para lograr incluir a unos niños del barrio en
una salida pedagógica al Zoológico. La persona del otro lado del
teléfono me preguntó que cuántos niños teníamos en el progra-
ma. Con la otra mano estaba sosteniendo uno de los volantes de
las Vacaciones Populares y atino a decir que en esos momentos
tenemos mil ochenta niños de Petecuy. Hubo un silencio corto.
Me dijo que le diera unos cinco minutos que me regresaba la lla-
mada para confirmarme.
A los cinco minutos timbró de nuevo el celular. Era el
funcionario de Cultura, confirmando el cupo de mil ochenta
niños para llevarlos al Zoológico, como parte de las Vacacio-
nes Populares Biblioghetto. Fue una revolución, nos progra-
maron las salidas para la siguiente semana todos los días dos
grupos de cuarenta chicos. Durante quince días diariamen-
te salían dos buses con los enanos de Petecuy rumbo al Zoo-
lógico. El cupo cubría transporte ida y regreso, dos refrige-
rios, almuerzo, tiquete de ingreso, acompañamiento y taller de
valores ciudadanos.
Duramos dos días convocando a la comunidad a que se
acercara y llevara la copia del documento del niño para tramitar
la inscripción y certificar el permiso de sus padres.

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Las jornadas transcurrieron entre la felicidad, el asombro


y la seguridad. Habíamos revolucionado las mañanas y las tar-
des en el barrio.
Así fue como le dimos inicio a las Vacaciones Populares
Biblioghetto.

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La foto de Juanito

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La foto de Juanito

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a tarde en que Patricia Aley y


Juanito Rueda, reporteros del
periódico El Tiempo, llegaron
a Petecuy a vivir una jornada
de lectura sucedió algo maravi-
lloso que solo la fotografía nos
puede entregar.
Nos encontrábamos en la
parte alta de la escombrera de
Petecuy, sobre el jarillón. Con
diez niños y niñas organizamos el lugar, ascendimos y ahí estaba
el lente de Juan Pablo Rueda, excelente fotógrafo pereirano que
se había radicado en nuestra ciudad. Mientras Patricia tomaba
apuntes y entrevistaba, esperábamos también a otros visitantes
al taller que traían donaciones de cuadernos, un líder social, hoy
convertido en concejal de la ciudad.
Siempre llevábamos en nuestras maletas El Libro de Los
Valores, sin empastar y con los fascículos rodando de mano en
mano. Juanito ya estaba tomando las fotografías, cuando re-
pentinamente se escucha y se ve al hacía el oriente, hacía el río
Cauca, un avión. Juanito se acomodó buscando el mejor ángulo,

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La foto de Juanito

tratando que encajaran también en la fotografía las chicas que


estaban leyendo uno de los fascículos del Libro. El paso del avión
no duró más de veinte segundos. Era el avión presidencial, que
traía a la ciudad a Juan Manuel Santos que cumplía ya sus seis
primeros meses como presidente de Colombia. La base aérea es-
taba muy cerca de ahí, en avión a cinco segundos de tocar pista.
Meses después nos enteraríamos de la fotografía, donde
perfectamente se ven los pies de una niña con evidencia de ha-
ber caminado por la quema de llantas, al lado una chica leyendo
y al fondo de la foto, a escasos centímetros de ella el avión.

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Bibliotecas Populares en Red

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Bibliotecas
Populares en Red

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ara el año dos mil nueve fui-


mos invitados a las reuniones
de constitución y análisis de las
Bibliotecas Populares, aquellas
bibliotecas que nacieron de im-
pulso y unión de la comunidad
y que llevaban cerca de veinte o
treinta años en la ciudad. A esas
bibliotecas que la Red de Biblio-
tecas Públicas le guiñaba el ojo,
no se vendían, no se desconocía el poder de la comunidad en su
conformación y en su sostenimiento.
Este grupo estaba conformado por las bibliotecas popu-
lares de Amauta en Marroquín II, Yira Castro en Yira Castro,
Asociación Centro Cultural la Red ACCR, Casa Cultural el
Chontaduro en Marroquín III y la Biblioteca Popular Gerardo
Valencia Cano del barrio el Rodeo. A ese listado nos estábamos
sumando, más como una muestra de origen comunitario que
cualquier otra cosa. Como sucedía en otras ciudades colombia-
nas y latinoamericanas, a la par de la Red de Bibliotecas Públicas

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Bibliotecas Populares en Red

y Comunitarias de Cali, existía una red que agrupaba las biblio-


tecas que no estaban dentro de ese selecto y apoyado grupo.
A leguas podía saberse que esas seis bibliotecas populares
tenían un trabajo más humano y desinteresado que la misma
Red Pública. Compartimos espacio, fuimos incluidos y organi-
zamos planes de trabajo conjunto, nos apoyaron en varios even-
tos e hicimos lo propio acompañando festivales en Marroquín,
en el Rodeo y en Siloé.
Las reuniones estaban presididas por Apolinar Ruíz de la
Asociación Centro Cultural la Red en Siloé, Jasney Quintero de
la Biblioteca Comunitaria Amauta en el Distrito de Aguablanca
Marroquín II, Reina Bejarano de la Casa Cultural el Chontaduro
en Marroquín III, por Esperanza Fernández y Rocío Sánchez de
la Biblioteca Popular Gerardo Valencia Cano del barrio el Rodeo
y Estela Díaz de la Biblioteca Yira Castro, en el barrio del mismo
nombre. Las reuniones y en general BPR la asesoraba Julián Ar-
teaga, sociólogo, quien para esos días desarrollaba un trabajo en
lectura desde la Fundación Carvajal.
Este espacio significó para nosotros la reivindicación del
poder popular en el arte y la cultura en la calle. Si bien no éra-
mos valorados ni significativos para el Estado, si lo éramos para
los procesos de empoderamiento comunitario y ahí estábamos
dándole legitimidad entre todas las organizaciones.

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Editorial Cartonera

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Editorial
Cartonera

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a crisis que vivó la Argentina en


el dos mil uno generó que mu-
cho se las ingeniaran para so-
brevivir. Por ahí ese mismo año
nace en Buenos Aires la Edito-
rial Eloísa Cartonera, una ge-
nialidad de Washington Cucur-
to (Santiago Vega) y su amigo
Javier Barilaro. Un escritor y un
artista plástico que llegaron a la
conclusión que el cartón y las fotocopias eran la salida a una cri-
sis brutal. Había que salvar la literatura y esa fue la receta mági-
ca. Así nacieron los libros cartoneros, que no son más que libros
de escritores, por lo general, nuevos que no tienen la manera de
llevar sus manuscritos a grandes editoriales, libros de cartón,
con caratula de cartón, con fotocopias en su interior y las tapas
del libro pintadas originalmente, sin que haya dos iguales.
Ese boom también llegó a Colombia y ahí agarramos esta
iniciativa, en primer lugar, para tener una opción de publicación
personal y luego para establecer a Biblioghetto Cartonero, como
mecanismo de sostenimiento en el tiempo.

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EditorialCartonera

A lo largo de los años hemos realizado cientos de talleres


de elaboración de libros, agendas, hemos publicado autores nue-
vos y realizado campañas con producciones cercanas a las dos-
cientas copias de cada título. Esta estrategia la hemos utilizado
en eventos como día mundial de la lectura en voz alta, visitas
como la Gira de Cooperación técnica Sur-Sur, programas como
Mambrú no va a la Guerra y Barrios en Voz Alta.

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La Red TELAR

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La Red TELAR

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ecuerdo que con mis libros car-


toneros asistí a una Calle del
Arte en el barrio San Antonio.
Ahí, sin saberlo un joven se ha-
bía acercado comprando mis
libros. Un año más adelante re-
cibiría un correo de Nurth Fer-
nanda Martelo donde me invi-
taba a una reunión en el Edificio
Entreceibas, donde funcionaba
la Unidad de Acción Vallecaucana.
Asistí y era la segunda reunión de conformación del grupo
de líderes de ciudad que con el paso de los meses se llamaría Red
TELAR, Tejido de Líderes en Acción. Este era un esfuerzo de la
Unidad de Acción Vallecaucana por potencializar en la ciudad
líderes y brindarle las herramientas para su proyección. Tales
herramientas eran conversatorios y encuentros con Expresi-
dentes, Alcaldes, Ministros y empresarios. La Unidad de Acción
Vallecaucana es una entidad privada sin ánimo de lucro, integra-
da por personas naturales entre las que se encuentran las más

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La Red TELAR

adineradas de la ciudad, prácticamente concentra el poder eco-


nómico y político.
En su momento llegamos a articular fuertemente accio-
nes en nuestro barrio Petecuy y también actividades de ciudad
la cual apoyamos. Las enseñanzas que dejaron nuestro paso por
TELAR fueron fundamentales para dar a conocer nuestro pro-
ceso y darle un enfoque de ciudad.
En ese espacio conoceríamos a amigos como Juan Este-
ban Ángel, Michel Maya, César López, José Manuel Díaz Hoyos,
Diana Marcela Durán, Luisa López, Nathaly Marín, José David
Solís, Martha Lucia Villegas, Nicolás Orejuela, Ximena Hoyos,
Diana Catherine Cuervo, Eduardo Llano, Ana Carolina Quijano,
Duvalier Sánchez, Sara Rodas, Juan Fernando Reyes Kuri, Luis
Gabriel Rodríguez de la Rosa, Lina Marcela Trujillo, Andrés Ra-
mírez Urbano, entro otros, que fueron vitales para la difusión de
nuestra iniciativa.

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Por una Cali mejor

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Por una Cali mejor

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levábamos cinco años ininte-


rrumpidos de labores sociales.
Dos mil nueve y dos mil diez
fueron los años más producti-
vos que pudimos atravesar. Con
todo y nuestro recorrido deci-
dimos postularnos al Premio
Cívico Por una Ciudad Mejor,
versión Cali.
Nos inscribimos y pasa-
mos la segunda etapa. Debíamos prepararnos para una visita
encabezada por María Eugenia de Carvajal, esposa del Exalcalde
Rodrigo Guerrero, y personal de la Cámara de Comercio de Cali
y la Fundación AlvarAlice. Nos preparamos mucho para ese día.
En principio los atendimos en el polideportivo donde estábamos
todos los jóvenes y niños que hacían parte de la iniciativa. Te-
níamos libros, recreadores y jornada de piscina. María Eugenia
entró y todos empezaron a hacer preguntas individuales a los in-
tegrantes de Biblioghetto. Al momento de salir, María Eugenia
me llama y susurrando me dice, ustedes han hecho un trabajo

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Por una Cali mejor

maravilloso y de eso me doy cuenta en las palabras de ese mu-


chacho, Jhonatan. Les va a ir muy bien.
Las palabras de Jhonatan López, no podían ser otras que
su propia experiencia de vida: un joven que al empezar a ayudar
en las actividades de lectura y recreación encontró una salida a
una vida llena de excesos y libertad. Esa lección la había expre-
sado Jhonatan en la entrevista que le hiciera la Señora Carvajal.
Luego realizamos un recorrido por el barrio visitando Ja-
rillón, Cinta Larga y parque Nuevo Sol. El jurado estaba sorpren-
dido del cariño de los niños hacía la iniciativa. En el parque hici-
mos una especie de mesa redonda donde se compartió con todos
experiencias y preguntas. Una de ellas fue, ¿qué cantidad de
niños y niñas beneficiábamos? Expresamos que casi el cien por
ciento de la población infantil y juvenil de Petecuy. Luego vino la
frase clave: demuéstrenlo. Y Eider Felipe Bedoya sacó una bolsa
con todas las mil ochenta copias de documentos que habíamos
sacado para llevar el recuento. Demostración válida.
Pasaron los días y nos citaron el dieciséis de octubre de dos
mil diez a la Cámara de Comercio de Cali, pues estábamos entre
los diez finalistas. Teníamos fe. Luis Gabriel Martínez y yo deci-
dimos alquilar un bus y llevar a todos los muchachos de Biblio-
ghetto junto con sus padres, pues era el momento de reivindicar
a nivel de ciudad ese logro que sabíamos iba a ser maravilloso.
Llegamos tarde a la premiación, el lugar estaba a reventar,
tanto que fue necesario la ubicación de nuestra comunidad en
un salón donde se retransmitía la señal en vivo y en directo de la
ceremonia. Entramos Luis Gabriel y yo. Adentro nos tenían re-
servada dos sillas delanteras. Nos ubicamos junto a un exgober-
nador y a la señora Dilia Henao, de la Biblioteca Pública San Luis,
a quien invitamos y madrugó. Al momento de dar los veredictos,

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fueron llamando desde el número diez hasta el primero. Cuando


dijeron la cuarta organización ganadora, nos llenamos de mayor
felicidad y entusiasmo. Estábamos dentro de las tres organiza-
ciones más importantes de Cali, apunta de talleres de lecturas al
barrio y de levantarle la imagen a un sector ampliamente toma-
do como zona roja.
El presentador continuó llamando y el tercer puesto era
el nuestro. Cuando terminó de nombrar la palabra Biblioghet-
to, al fondo, tras las paredes se pudo escuchar el retumbe de un
tambor y la algarabía y la celebración de personas. Los nervios
me invadieron y le dije a Luis Gabriel que fuéramos ambos a re-
coger el premio. Subimos y recibimos la placa que nos otorgaba
el Premio Cívico. Nos sentamos y no podíamos creerlo. Había
lágrimas, sensaciones encontradas. Atiné a agradecerle a Luis
Gabriel y expresarle que ese reconocimiento también era de él.
La ceremonia terminó al cabo de diez minutos, salimos y
ahí estaban todos, nuestras familias, nuestros vecinos, los jóve-
nes de Biblioghetto, los amigos de la Red Telar y toda una ciudad
que nos reconocía el esfuerzo tan berraco por colocar en un ni-
vel alto las letras y los libros, en una ciudad poco lectora.
Todos estábamos emocionados, el tambor que tocaba el
compañero “Locura” no paraba. Dimos gracias a Dios y regresa-
mos a casa. Entrando al barrio todos coreábamos fuertemente el
nombre de Biblioghetto.

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¿Libros? No, escobas y trapeadores

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¿Libros? No, escobas


y trapeadores

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os años iban corriendo y los re-


tos seguían siendo mayores. Se
nos había convertido en una
obsesión la urgencia de trabajar
con los jóvenes en situación de
vulnerabilidad o de alto riesgo.
Lamentablemente este tipo de
trabajos requería de recursos
y no los teníamos. Así que nos
sumamos a un proyecto del go-
bierno municipal que buscaba articular acciones con doscientos
jóvenes inmersos en estado de pandillismo o consumo. Asumi-
mos esa responsabilidad, empezamos a asistir a las reuniones,
planteábamos que nos resultaba fácil trabajar con los de Petecuy
1 pues teníamos acceso y confianza con ellos.
Ahí en ese grupo había jóvenes que consumían día y no-
che, que andaban armados y que tenían asesinatos encima.
Ante todo, había una confianza y un respeto que nos habíamos
ganado con el trabajo con los niños. Para la última reunión del
equipo de trabajo y la posterior planeación y asignación de re-
cursos fuimos convencidos, primero que todo, de la vida de los

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¿Libros? No, escobas y trapeadores

muchachos, que no eran vidas fáciles y que tenían miles de his-


torias para contar.
Esa reunión era más bien una lluvia de ideas de cómo se iba
a intervenir esos jóvenes. Cada organización aportaba su pro-
yecto y lo sustentaba. Se disponía de un presupuesto para cada
organización cercano a los ochenta millones de pesos. Ese pre-
supuesto debíamos invertirlo en un proyecto productivo que le
diera una opción de esperanza a los jóvenes en estado de vulne-
rabilidad y/o de alto riesgo.
Era nuestro turno, me levanté de la silla y pasando las dis-
positivas del computador, expliqué que nuestro proyecto se de-
nominaba Editorial Cartonera La Crónica. Consistía en asignar los
recursos solicitados en el montaje de una Editorial Cartonera.
Necesitábamos un par de computadores, una fotocopiadora, dos
talleristas, dos grabadoras de sonido, implementos de oficina y
una caja menor. La primera fase del proyecto era acercarnos a
ellos y que nos contaran sus historias de vida, sus experiencias
en la calle, en el mundo del hampa. Esas historias de vida que los
jóvenes en este contexto poseen son innumerables. Paso segui-
do era la edición de los textos y la diagramación. Posteriormen-
te se les compraría el cartón a los recicladores a un mejor precio
que el mercado en general y se imprimía y se fotocopiaban los
textos ya listos. En este proceso la crónica del joven debe estar
ya lista para ser publicada. Y el paso final era el ensamble de los
libros y la construcción de las caratulas, que van diseñadas por
ellos mismos. Así pues, tendríamos en la ciudad nuevos escrito-
res y se hacía un ejercicio de catarsis de esa violencia muchas ve-
ces obligada que les toca a los jóvenes. Cada libro de estos salía a
seiscientos pesos, para venderlos a veinte mil pesos. La ganancia
sobre cada libro era de más de diecinueve mil pesos. El plan de

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comercialización incluía el apoyo de la Red de Bibliotecas Públi-


cas con sus más de sesenta bibliotecas.
Todo estaba estructurado maravillosamente para que
fuera atractivo a los jóvenes. Ya se había hablado con ellos y la
idea les había gustado.
Tomé de nuevo asiento a la espera de una afirmación. Pero
el funcionario encargado de la Alcaldía, un hombre adentrado
en años, canoso, con lentes gruesos y experto en trabajo con
pandillas y jóvenes expresó:

— No me gusta eso, mejor inviértanle el dinero a que


esos muchachos hagan escobas y trapeadores.
Yo eso de los libros no creo en eso, yo no voy a ir a
comprar un libro de un muchacho donde me está
contando como roba y cómo mata. A esos hay
que ponerlos es a trabajar con burros, que suden,
no sentados pegando cartoncitos.

No reprochamos, nos levantamos de la mesa y al día si-


guiente presentamos nuestra declinación a dicho proyecto.

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Los 500 de Mendoza

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Los 500
de Mendoza

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on Mario Mendoza existe una


camaradería desde principios
del año dos mil nueve, cuando
lo contactamos por correo elec-
trónico al leer sus columnas de
opinión en el periódico El Tiem-
po. Luego lo ubicamos en redes
sociales y por ahí empezamos a
mostrarle todo nuestro traba-
jo en lugares no convenciona-
les. Obtuvimos dos respuestas, una de ella, la última, nos decía
que para el dos mil catorce sin faltaba nos visitaría en Petecuy.
Eso para nosotros fue una bomba. Y así fue, nos cumplió y en
marzo de ese año llegó a Cali. Visitamos el barrio y lo camina-
mos, luego pasamos a un colegio, un hogar infantil, nuestra pe-
queña biblioteca y terminamos en la escombrera donde les leyó
a los niños y niñas.
Mario regresó y siguió el contacto. Nos cruzábamos co-
rreos y visitábamos la Feria Internacional del Libro de Bogotá
cada año en el lanzamiento de sus libros. Cierta tarde recibí un

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Los 500de Mendoza

correo de su parte donde me decía que cuando pudiese me co-


nectara a Skype para comentarme algo interesante.
Al día siguiente en las horas de la noche, me conecté y pude
dialogar con él. Para ese entonces su obra juvenil, la saga el Men-
sajero de Agartha estaba publicada por Arango Editores. Pero ya
la Editorial Planeta había hecho las gestiones pertinentes para
quedarse con el rediseño de la obra y poder abarcar la totalidad
de la obra de Mario Mendoza. Producto de ello, a Arango Edito-
res, les había quedado un saldo en bodega y Mario había tomado
la decisión de pagar por ellos a precio de costo y donarlos a orga-
nizaciones que conocía, en vez que la trituradora se los tragara.
En la conversación explicaba que ya tenía organizado el envío de
quinientos libros a Medellín, otros al Chocó y por último quería
donar quinientos de ellos a Biblioghetto. Dijo que la idea era que
buscáramos cien niños y niñas para que le regaláramos la saga
completa que constaba de cinco libros. El primero de ellos era
El extraño viaje al mundo de Shambala, el segundo La colonia de Altair,
le sigue Crononautas, luego Metempsicosis y por último El hijo del
carpintero.
Nos emocionamos mucho, pues este acto de Mario nos
daba la facilidad para poder terminar le proyecto de las biblio-
tecas personales para niños, pues ya tenían los cinco primeros
libros.
Nos dimos a la tarea de buscar esos cien niños, distribu-
yéndolos entre Petecuy, Floralia, El Poblado, El Vergel y Potrero
Grande. Los reunimos y les proyectamos los vídeos de Mario ex-
plicando la obra.
En el marco del lanzamiento en Cali del Libro de las Revela-
ciones, todos los niños y niñas tuvieron un encuentro con Mario

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en la Biblioteca Departamental donde intercambiaron expe-


riencias con él.
Y así vamos creando redes de apoyo, de confianza entre
escritores, lectores, líderes y población infantil alrededor de la
lectura y los libros.

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5 AGRADECIMIENTOS

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Agradecimientos

H
an sido 13 años llenos de letras, de voces altas, graves,
agudas, felices, de momentos duros, de errores y mi-
les de libros. Se hace necesario honrar la voluntad, el
tiempo y el corazón de quienes han dejado su huella en este mo-
vimiento que busca la democratización del acceso la lectura y la
escritura en la ciudad.
Gracias a Dios por llenar nuestros corazones de voluntad
e interés por los demás. Por colocar tantos ángeles en nuestro
camino, por la fuerza de entereza de estar donde pocos están.
A mi madre por su fe, su esperanza y las palabras de fuerza,
por los libros en mi infancia y sus sueños, por la vida y su sonrisa.
A mi papá por la admiración y sus consejos, su ejemplo y lealtad.
A mi hermana por ser compañía y rectitud en los años vividos,
por su cariño y complicidad.
A mi esposa Zeidy Riveros por su dedicación y su anhelo de
estar tras bambalinas siendo el motor de todo, a su voz y su apo-
yo en las actividades, a las charlas hasta altas horas de la noche
dándole forma a los proyectos y actividades, gracias por ser faro
y llenar de amor toda una vida.
A todo el combo de muchachos que fuimos en un momento
y que hoy la adultez nos ha convertido en señores y señoras. Luis
Gabriel Martínez, Jonathan España, Deisy Lorena Hernández,

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Adriana Tabares, Leidy Julieth Bedoya, Jhon Freddy Otalva-


ro, Julián Aguilar, Camilo Arteaga, Jefferson Morales, Karol
Vásquez, Viviana Dorado, Leidy y Tatiana Moreno, Jonathan
y Jaime Escobar, Jhonatan López, Samir Morales, Alex y Pao-
la Girón, Jaime Carabalí, Yina Cuellar, Yaneth Romero, Yordi
Palacios, Javier Quintero, Yeimy Gonzales, Jhon Maro Flores,
Vanessa Porras, Anyerlin Carvajal, Lorena Tamayo, “Locura”
y muchos más que se me escapan de la memoria, a ellos gracias
por la disposición y el amor por los niños y niñas.
A Ceida Ruby Velasco por las clases de teatro y las ideas
con el Cacique Petecuy, por los consejos a todos los muchachos.
A Jorge Eduardo Riveros por el interés en el proyecto y su apoyo
profesional.
Agradecimiento especial a Eider Felipe Bedoya, Steven Es-
cobar y Ricardo Salazar por timonear en equipo este buque has-
ta el día de hoy. Admiración para ustedes. A Sandra García por su
tiempo en Petecuy y el cariño dado a los niños. A Karen Daniela
Marín que desde los cinco años nos ha acompañado.
A Carla Giovanelli su admiración, interés y colaboración.
A Alexandra Sofía Cañas su apoyo a nuestras actividades, a Mi-
chel Maya por encontrarnos una tarde en una Calle del Arte y
llevar nuestro nombre a nuevos escenarios de liderazgo de ciu-
dad, por hacernos parte de la Ola Verde y por el aprendizaje.
A la Red TELAR, la Unidad de Acción Vallecaucana y todos
los que caminaron el barrio y acompañaron las actividades An-
drés Ramírez., Lina Trujillo, Nicolás Orejuela, Nurth Fernanda
Martelo, Luisa López, Diana Marcela Durán, Angelica María Ca-
rrión, Juan Esteban Ángel, Sara Rodas, Ximena Ríos, Diana Ca-
therine Cuervo, José Manuel Díaz Hoyos, César López y la Re-
vista El Clavo, Nathalie Marín, Eduardo Llano, José David Solís,

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Agradecimientos

Francisco Amar, Duvalier Sánchez, Luis Gabriel Rodríguez de


la Rosa, Ana Carolina Quijano, Felipe Hurtado entre otros. A
Alexandra Hernández su confianza y compromiso social, a Feli-
pe Montoya por abrir puertas.
A María Victoria Caicedo y su esposo una gratitud gigante
por acercarnos a la vida íntima de Andrés Caicedo. A Luz Adria-
na Betancourt Secretaria de Cultura de Cali por reconocer el
gran trabajo realizado desde lo público.
A Óscar Rojas y Juan Camilo Cock que desde la Subsecre-
taría de Territorios de Inclusión y Oportunidades TIO, permi-
tieron permear nuestras actividades y proceso en otros territo-
rios de la ciudad. A Clara Malpud por ser guía y apoyo.
A Martha Lucía Villegas por los espacios que nos abrió
para la difusión del proyecto, por sus lazos y su admiración.
A Anderson García por poner su talento a disposición de
los procesos comunitarios, por dejar huella. Al Padre José Gon-
zales que desde la Vicaría para la Reconciliación y la Paz nos per-
mitió pensar la ciudad.
A Guerra, a Luisa que ya no están en esta dimensión de la
vida.
A Rocío Gutiérrez Cely que ha creído en nuestro proyecto
desde la Agencia Colombiana para la Reintegración y la Secreta-
ría de Paz. A Luz Marina Viveros su admiración y credibilidad.
A Carlos Castañeda por su compañía desde el arte y Bea-
triz Salinas, líder comunitaria que creyó en nuestro programa.
A los parceros de Hakuna Matata, a su director y fundador
Ricardo León Muñoz que desde muchos años atrás venimos le-
vantando el nombre del barrio a punta de arte y cultura. A Gafo
por dignificar la vida de los muchachos del barrio con la Petecuy
La Película.

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A Dilia Henao bibliotecaria durante muchos años que ha


sido clave en las actividades.
A Johnathan Álvarez por colocar a nuestra disposición
todo su talento y profesionalismo desde la fotografía y el vídeo
en alta definición. A Óscar Abril y Book And Play Studio por
creer y colocar toda la confianza y creatividad en la gráfica de
este libro.
A todos y todas que se nos escapan de la memoria, este
camino recorrido, las vidas transformadas y el proceso creado.
Gracias por enseñar que la lectura y los libros ayudan a un barrio
y a una ciudad a luchar con las palabras antes que con las armas.

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6 FOTOGRAFÍAS

(Recuento fotográfico
de labor sociocultural)

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Tr i n c h e r a s d e e s p e r a n z a

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Trincheras
de esperanza

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Taller de lectura en la
invasión Cinta Larga. Los niños
y niñas eran protagonistas de
las lecturas en voz alta.

Comedor comunitario
en el asentamiento Cinta
Larga. Tarde de sancocho.

Primer taller de lectura en voz


alta en el polideportivo Petecuy.

Presentación de Biblioghetto
en la visita a Petecuy de la Gira de
Cooperación técnica Sur-Sur.

Picnic al barrio en el parque


de la Reconciliación, lectura,
compartir e historias de navidad.

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Sesión de Biblioghetto en
Polideportivo Petecuy, los domingos.

Visita de mochileros cartoneros.


Taller de técnicas de encuadernación.

Libros de microcuentos
escritos por los niños de Petecuy
en el marco del programa
Mambrú no va a la guerra. Taller de lectura en el sector la
Escombrera, jarillón del Río Cauca.

Jornada de lectura en jarillón


Río Cauca.
Foto de la sala de lectura en
la Escombrera en Petecuy.

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Taller de lectura en voz alta en
Hogares Infantiles de
Bienestar Familiar.
El escritor Yesid Toro en las
jornadas de Complot para leer en
las esquinas de Petecuy con jóvenes.

Javiera Pérez Salerno en escena,


recitando poemas del Proyecto Celebración del día mundial de
Latinoamericano de Unión Poética. la lectura en voz alta con LitWolrd.

Lectura en las esquinas con


Mambrú no va a la guerra.

Artículo en el periódico el
Q’hubo, La olla donde se lee.

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Luchando con las palabras antes que con las armas

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Luchando con
las palabras antes
que con las armas

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Reunión con líderes Primera edición de la Cartilla
comunitarios de las 56 cuadras Desármate, Medítele a este Cuento
donde se hicieron los pesebres. con personajes de Petecuy.

La Caminata por la Paz,


cruzando calles y esquinas que
Actividad en Biblioteca eran fronteras invisibles.
Pública San Luis, luego de
recorrido de A la Biblio en Bici.

Participantes de Barrios en Voz


Alta, con sus crónicas publicadas.

La felicidad también anda


en bici. Iniciando el recorrido
hasta la Biblioteca Pública.

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Grupo de jóvenes participantes
del programa Barrios en Voz
Alta, en visita a las instalaciones
del Periódico El País.
Con amplia participación de
la comunidad se realizaban las
jornadas de Cine al Ghetto.

Los internos de la cárcel de


La Personería Municipal Villahermosa redactando sus cartas.
impartiendo la cátedra de Derechos Proyecto Guardianes de la Esperanza.
Humanos en el marco del proyecto
Guardianes de la Esperanza.

En los patios los internos,


juiciosamente, escribían
y leían las cartas.
Jornada de Cine al Ghetto
en el barrio Petecuy.

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Juanito Rueda (Fotógrafo)
en una de las sesiones del
Hay Festivalito al Barrio.

Niños de la Escuela de Liderazgo


Haciendo Futuro en una jornada
de limpieza ambiental.

Al Festival Petecuy asistía,


literalmente, todo el
barrio. Día Artístico.
Sesión de música y liderazgo,
proyecto de Yordi Palacios y Xairos.

Macla Navia (Escritora) y Mario Primer mural de la Calle


Lince (Periodista) en el Poblado del Color, resignificación de
con Hay Festivalito al Barrio. territorios con la Subsecretaría
Fundación Alfombra Mágica. TIO de la Alcaldía de Cali.

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Segundo grafiti. Petecuy
dispara Amor. Por Anderson
García. Esquina de barrio.

Primer grafiti pintado


en el barrio Petecuy.
Gracias a Anderson García,
en la Sede Comunal.

Los universitarios fueron vitales


para enseñar a encuadernar.

El día Educativo contó con la


participación de la comunidad
estudiantil del barrio.

El grupo de salsa Rumba Brava


de Ronald Sevillano se destacaba
en la ciudad por su talento.

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Caminata por la Paz a su paso por el
jarillón del Río Cauca, sector de invasiones.

Lleno total en el cierre del Festival


Cultural, Deportivo y Artístico Petecuy.

La jornada Útiles por la Vida


en la sede comunal Petecuy 1, con
presencia de 100 niños y niñas.

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Primero un escritor que un sicario

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Primero un escritor
que un sicario

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Miller vivía en el asentamiento
Cinta Larga, por donde cada semana
pasábamos con libros e ilusiones.

Moradito con sus amigos


del Jarillón del Río Cauca en
medio de los ranchos y la pared
de esterilla que los separaba.

Luisa acompañaba todas las


actividades de Biblioghetto y
era quien, frente a las cámaras,
explicaba las actividades.

Luisa dando los pormenores de


la Semana por la Paz en Petecuy.

Karen Daniela Marín en


una de las esquinas de Petecuy,
leyendo en voz alta a los niños.
El recuerdo que nos quedara
de Moradito, una sonrisa
desapegada de la realidad.

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Huellas urbanas

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Huellas urbanas

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Reunión de Bibliotecas Populares
en Red en el barrio El Rodeo.
Al fondo puede apreciarse el
Avión Presidencial preparando
aterrizaje en Cali.

Primera presentación del Cacique


Petecuy, de Ceida Velasco, representada
por jóvenes Biblioghetto. El aprendizaje como
elemento de cohesión social en
comunidades vulnerables.

Presentación Cacique Petecuy


en el Coliseo el SENA, en el marco
de la Feria del Libro del Pacifico. Al fondo puede apreciarse
la vieja biblioteca de la junta
de acción comunal Petecuy.
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En la sala de lectura del jarillón.
La Escombrera y su tapete de residuos.

Foto que acompañó el primer reportaje


de Biblioghetto en la prensa.

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