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Séptima Palabra

“Entonces Jesús, gritando a gran voz, dijo: ¡Padre, en tus manos


encomiendo mi espíritu! Y habiendo dicho esto, expiró.” Lucas 23:46.
El Señor Jesús cita el Salmo 31:5 “En tu mano encomiendo mi espíritu”, y de la misma
forma se puede decir que Jesús no cita el Salmo, sino que el Salmo cita a Jesús, como quien
escuchó a lo lejos en el futuro y lo escribió en su presente.

Más allá de catalogar esa expresión como una frase retórica, contentiva de supuestas
alegorías; esta frase final de nuestro Señor Jesucristo indica en donde ha estado todo este
tiempo depositado su fe y su confianza. Confianza que en el inicio de su ministerio Satanás
quiso ponerla a prueba, cuando le invitó a que se lanzase desde el pináculo del templo, para
que comprobara si era cierto el cuidado de Dios en su caída al vacío.

Como Señor de la vida y la muerte, Él decidió cuándo exactamente abandonarse en las


manos del Padre. La muerte no lo sorprendió, él decidió cuándo morir Juan 10:17-18 “Por
eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita,
sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para
volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre.” Del Padre vino y al Padre
regresaba. Lucas registra que fue a gritos, y con las últimas fuerzas que le quedaban, que el
Señor entregó su espíritu a Dios. Usando así una fórmula poética del AT.

Esta frase del Salmo 31:5 se recitaba, además, como una fórmula doxológica en la ofrenda
vespertina en el templo, es decir, exactamente en el momento en que Jesús estaba
agonizando. Esta frase declarada por Jesús es además uno de los puntos culminantes del
relato evangélico de Lucas. Toda la persona, palabra y obra de Jesús son confirmadas por
esta expresión que muestra al justo y santo perseguido, y entregando a Dios su causa.
Luego de expresar dicha frase profetizada, Jesús expiró (ekpnéo); esto es, se auto
abandonó; se dejó morir; o, despidió su propio espíritu. Dicho de otra forma, la muerte de
Jesús ocurrió porque él soberanamente quiso. Esto es, entregó su vida voluntariamente.

Conclusión

El Unigénito de Dios no estuvo exento de la muerte. Nació humanamente y murió


humanamente. Su madre lo vio nacer y también lo vio morir. Sin su muerte la expiación
jamás se hubiera llevado a cabo. Jesús fue el cordero escogido desde la eternidad. 1 Pedro
1:19-20 “Sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin
contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado
en los postreros tiempos por amor de vosotros.” Debemos ser agradecidos con Jesucristo
por todo lo que hizo por nosotros, por sus méritos es que somos justificados, a él sea la
gloria por siempre. Amén

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