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TEMA: SABIDURÍA Y FE FRENTE A LAS TENTACIONES

TEXTO BASE: SANTIAGO 1.1-27


INTRODUCCIÓN

1. El nombre del autor de la epístola: «Santiago», según solemos


expresarlo en castellano, aunque el verdadero nombre es Jacobo;
éste, a su vez, es la forma helenizada de Jacob.

2. El autor se llama a sí mismo «siervo de Dios y del Señor


Jesucristo». Aunque el original usa doúlos (esclavo). Se llamaban
siervos de Dios los israelitas que se distinguían por su fidelidad al
Señor, como los patriarcas, los profetas, los reyes buenos, los
justos en general, e incluso el mismo Mesías es designado con el
nombre de Siervo de Jehová en Isaías. En el Nuevo Testamento, los
apóstoles son llamados siervos del Señor, y también todos los
cristianos.

3. Pero lo más interesante es que se llame también «siervo del


Señor Jesucristo», cuando era hermano suyo según la carne. Con
esto muestra Santiago: (A) Su humildad, al reconocerle como
inmensamente superior a sí mismo; y (B) Su confesión del señorío y
de la mesianidad de Jesús.

4. Santiago dirige su epístola «a las doce tribus que están en la dispersión (gr.
diasporá)», frase con que se designaba a todos los cristianos de origen judío que
residían fuera de Palestina.

I. LA ACTITUD CORRECTA HACIA LAS PRUEBAS (1.1-4)


Sin más preámbulos, Santiago pasa a tratar de las ventajas que nos
proporcionan las pruebas bien llevadas. Dicen estos versículos en la
NVI: «Considerad, hermanos míos, como un motivo de gozo puro
cuando tengáis que arrastrar pruebas de varias clases (lit. de
muchos colores), porque ya sabéis que la prueba a que es sometida
vuestra fe produce constancia. Y la constancia necesita llevar a feliz
término su obra, a fin de que estéis perfectos y completos, sin que
os falte nada».

1. Lo primero que advertimos es el afecto con que les escribe, pues


les llama «hermanos míos», no sólo como hermanos de raza (v.
Hch_2:29, Hch_2:37), sino, sobre todo, como hermanos en la fe
cristiana. Esta expresión de afecto era tanto más necesaria cuanto
que el tema que iba a tratar era penoso, aunque provechoso (comp.
con Heb_12:11).

2. En la misma línea de Pablo (v. Rom_5:4.; Flp_2:29; Flp_4:4) y


de Pedro (v. por ej., 1Pe_2:19-21), muestra Santiago los bienes
que se siguen de arrastrar con buen ánimo las pruebas; por eso, lo
que habría de ser motivo de pena y tristeza para un no creyente, ha
de ser para el creyente motivo de gozo puro. El original dice
literalmente: «Considerad (como) todo gozo …», donde el griego
pasan significa sumo (como traducen muchas versiones; entre ellas,
la Reina-Valera) o puro (según hallamos en la NVI). ¿Cuál es el
motivo de ese gozo ante la aflicción? Santiago lo explica en una fácil
secuencia:

(A) Una prueba, bien llevada (v. Stg_1:3), engendra paciencia (gr.
hupomoné, la constancia bajo el peso de circunstancias adversas).
Dice Salguero: «Paciencia en sentido bíblico no es la virtud que
reprime los movimientos desordenados de la ira, sino la espera
paciente del auxilio y del premio divinos prometidos a los
atribulados».

(B) Pero esta constancia (v. Stg_1:4) ha de ser perseverante hasta el fin, hasta llevar
a cabo, a feliz término, su obra. ¿Qué obra es ésta? El objetivo intentado por Dios al
enviar o permitir la prueba: Llevarnos a una perfección completa; es decir, a una
madurez cabal. Esto es lo que aquí significa el griego téleios, como en la mayoría de
los lugares en que dicho término es aplicado a personas (v. en esta misma epístola,
Stg_3:2). Nótese que, en ese mismo versículo (Stg_3:2), afirma que todos sin
excepción tropezamos de muchas maneras (NVI). Luego no habla de una perfección
absoluta, imposible en esta vida. «En nada faltos» (lit.) significa «sin carecer de
ninguna cosa que se ordene a la perfección» (T. García de Orbiso, citado por
Salguero).

II. LA ACTITUD CORRECTA HACIA LA ORACIÓN (1.5-7)


Santiago trata de las condiciones necesarias para que nuestra
oración sea eficaz.

1. Menciona primero algo de valor primordial como objeto de las


oraciones (v. Stg_1:5): «Si a alguno de vosotros le falta sabiduría,
pídasela a Dios» (NVI). Esta «sabiduría» no era la que buscaban los
filósofos (v. 1Co_1:21.), sino la sabiduría entendida en sentido
bíblico: «La sabiduría práctica, que permite apreciar las cosas y los
sucesos en su justo valor, en conformidad con la ley divina, y en el
caso presente enseña a saber sufrir» (Salguero). De esta sabiduría
leemos en Pro_4:7: «La sabiduría es de sumo valor; adquiere,
pues, sabiduría» (NVI).

2. Santiago asegura que quien se sienta falto de sabiduría y la pida


a Dios, será escuchado: Dios se la dará, pues da a todos con
generosidad y sin reproches (v. Stg_1:5). El adverbio que la NVI
traduce por generosamente es haplós, que significa simplemente,
es decir, «sin segundas intenciones ni cálculo por parte de Dios» (J.
Alonso). Quiere decir, pues, que Dios no escatima lo que se le pide,
da a manos llenas (affluenter, como dice la Vulgata Latina). Añade
que Dios da sin reproche. Comenta muy bien Salguero: «Dios no
reprocha a los que le dirigen súplicas, ni siente pesar por los
beneficios ya concedidos, contrariamente a los hombres, que con
frecuencia parecen reprochar a los pobres la limosna que les dan».

3. El versículo Stg_1:6 declara la condición indispensable para que


Dios conceda lo que se le pide: «Pero cuando pida, debe hacerlo
con entera fe y sin vacilar, porque el que vacila es como una ola del
mar, a merced del viento que la agita» (NVI). La fe es siempre una
seguridad, pero tiene distintos matices; aquí no es la de Efe_2:8 (la
fe que justifica), sino la confianza cierta de obtener lo que Dios
mismo ha prometido (v. por ej., Mar_11:24). El verbo diakríno tiene
dos significados diversos:
(A) En la voz activa, suele significar discernir, juzgar.
(B) En la voz media (como es el caso aquí), significa más bien
dudar, vacilar o discutir. En su misma etimología, dudar tiene el
sentido de estar ante dos caminos sin saber por cuál seguir.
Santiago compara al vacilante a una ola del mar, a merced del
viento que la agita, pues tiene el alma dividida (v. Stg_1:8) en
sentimientos opuestos entre sí, por lo que carece de estabilidad, «y
es sacudida por los acontecimientos como las olas por el viento»
(Salguero). Compárese con Isa_57:20 y Efe_4:14.

4. Conviene estudiar conjuntamente los versículos Stg_1:7 y


Stg_1:8, como aparecen en la NVI, donde se ve claramente la
conexión: «Ese tal no debe suponer que va a recibir nada de parte
del Señor; es un indeciso y un inconstante en todo lo que
emprende».

(A) En el versículo Stg_1:7, Santiago asegura que el hombre que


vacila en su oración no puede ser escuchado, pues su misma duda
es un insulto a Dios. Los hombres mismos se sienten insultados
cuando se duda de su poder o de su bondad para conceder algo,
pues esa duda equivale a una negación. Cuando la duda se dirige
hacia Dios, infinito en poder y en bondad, el insulto es tremendo; es
como si cerrase las puertas de la omnipotencia divina (v. Mar_6:5,
Mar_6:6).

(B) En el versículo Stg_1:6 comparó al que vacila como una ola del
mar, pero en el versículo Stg_1:8 dice de tal hombre que es un
indeciso (NVI). El griego dice que es dípsukhos, de doble alma:
«por una parte espera ser escuchado, y por otra teme que Dios no
le oiga» (Salguero). El Antiguo Testamento dice «de doble corazón
(hebr. leb waleb), para expresar la misma idea (v. 1Cr_12:33;
Sal_12:2. V. también el comentario a 1 R. 18:21 y comp. con
Mat_6:24). Dice también Santiago de tal hombre que es «inestable
en todos sus caminos» (lit.), es decir, inconstante en toda su
conducta. Eso es una consecuencia lógica de tener el alma dividida:
Al tirar una parte por un lado, y la otra por otro, es inestable (gr.
akatástatos); le falta la firmeza (gr. katástasis) con que un objeto
queda establemente fijo en un lugar.

III. LA ACTITUD CORRECTA HACIA LA TENTACIÓN (1.13-17)


Santiago pasa de lo que es prueba, enviada o permitida por Dios, a
lo que es tentación al mal, por lo que Satanás es llamado «el
tentador» (v. Mat_4:1; 1Ts_3:5). El cambio de matiz del vocablo
peirasmós, que significa tanto prueba como tentación, se advierte
en la diferencia que existe entre la frase «al resultar aprobado», del
versículo Stg_1:12, y la del versículo Stg_1:13 «al ser tentado».

1. Comienza Santiago (v. Stg_1:13) esta sección diciendo: «Cuando


una persona se sienta tentada, nunca debe decir: “Dios me está
tentando”. Porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni tienta Él
a nadie». En otras palabras, el Dios infinitamente santo y bueno no
puede de ningún modo ser instigado a obrar por un motivo malo ni
puede instigar a nadie a obrar el mal. Ya decía el pagano Plutarco:
«Considero peor sentir mal de Dios que negar que haya Dios»,
puesto que no cabe peor negación del verdadero Dios que atribuirle
de algún modo la maldad. Por eso, nadie puede echar sobre la
providencia divina la responsabilidad de sus propias culpas, ya que,
en todo lo que hace, quiere o permite, Dios es bueno para todos
(Sal_145:9) y es especialmente bueno para los que le aman, y hace
que todo (lo próspero y lo adverso) coopere para el bien de ellos
(Rom_8:28).

2. Podría esperarse, en el versículo Stg_1:14, que Santiago culpase


de las tentaciones al diablo. Pero no lo hace así, sino que cava más
hondo, a fin de poner al descubierto la verdadera fuente del mal en
el hombre: su corazón engañoso y perverso (Jer_17:9). Veamos la
lección de fina psicología que hallamos en los versículos Stg_1:14 y
Stg_1:15, literalmente traducidos: «Mas cada uno es tentado al ser
arrastrado y seducido por su propia concupiscencia. Después la
concupiscencia, concibiendo, da a luz el pecado; y el pecado,
llevado a su consumación, engendra muerte». Las figuras con que
Santiago decora e ilustra su lección de psicología son dignas de
análisis especial.

(A) El verbo peirázo (sobre todo, en este contexto) tiene el sentido


peyorativo de tentar para el mal, como ya insinuamos al comienzo
de esta sección.

(B) Santiago asegura explícitamente (v. Stg_1:13) que tal tentación


no puede en modo alguno proceder de Dios. Tampoco culpa de ella
al diablo, aunque tampoco niega su actividad a este respecto
(comp. con Stg_4:7).

(C) El origen del veneno que la tentación lleva en sí lo ve el autor


sagrado en nuestra concupiscencia (gr. epithumía). Las frases del
versículo Stg_1:14 admiten una doble construcción sintáctica:
(a) «Mas cada uno es tentado por su propia concupiscencia, siendo
arrastrado y seducido»;
(b) «Mas cada uno es tentado al ser arrastrado y seducido por su
propia concupiscencia», según hemos traducido arriba. Las dos
hacen buen sentido, pero, a mi juicio, es preferible la segunda, por
ser más natural la construcción sintáctica según las normas
gramaticales del griego.

(D) Los verbos griegos que hemos traducido por «arrastrado» y


«seducido» son términos tomados respectivamente del arte de la
caza y de la pesca. Dice Salguero: «El primero significa, en sentido
propio, la acción con la que los cazadores tratan de atraer los
animales para sacarlos de sus escondites. El segundo se dice de los
peces, que son seducidos por el cebo». La ilustración es magnífica,
pues describe la forma con que una persona, al ser sorprendida por
la tentación, siente dentro de sí una especie de «tirón» hacia el
objeto de la tentación; en la oportunidad (placer, dinero, prestigio,
poder, etc.) que la tentación presenta, nuestra concupiscencia
percibe el cebo con que la persona es atraída y seducida.

(E) Al cambiar rápidamente de figura, Santiago describe (v.


Stg_1:15) la concupiscencia como una mala mujer que seduce,
concibe y da a luz; con ello, penetra todavía más en la psicología de
la tentación, con sus tres momentos:

(a) La seducción, cuando la ocasión no es buscada adrede (pues eso


no puede llamarse tentación), produce en el sujeto un movimiento
indeliberado que todavía puede ser resistido (comp. con Stg_4:7)
para salir así victorioso y aprobado. Como alguien ha dicho muy
bien: Nadie puede impedir que un pájaro revolotee en torno a su
cabeza, pero sí puede impedirle hacer un nido en su cabello. Pero si
el sujeto presta su consentimiento, la concupiscencia concibe, es
decir, recibe dentro de sí, según la etimología misma del verbo
concebir, tanto en castellano como en griego y en latín. Comienza
así el deslizamiento por el plano inclinado del pecado. Lo mismo que
el embrión, el pecado tiene al principio un tamaño imperceptible;
por ejemplo, una mirada sensual, a la que sigue una expresión
halagadora; después, una notita o una llamada telefónica, y una
cita … Comenzó la gestación.

(b) Cuando la gestación ha cumplido su tiempo (que, en esto, suele


ser muy elástico), nace el pecado. No es que la gestación esté libre
de pecado, pues, como observa J. Alonso: «Como el niño tiene vida
antes de nacer, así también el pecado es una realidad aun antes de
aparecer al exterior. Pecado aquí significa la serie de pecados de
una vida apartada de Dios».

(c) Llega, por fin, el momento en que el niño se hace adulto: el


pecado es llevado a su consumación («a su madurez», NVI) y, ya
en plena madurez adulta, comienza a trabajar y produce su fruto:
engendra muerte, que es, al mismo tiempo, su salario (v.
Rom_6:23). Salguero hace notar el contraste entre el proceso del
pecado y el de la virtud ante las pruebas: «Las pruebas purifican la
fe; la fe produce la paciencia; la paciencia, la perfección, y la
perfección es recompensada en el cielo. Por el contrario, la
concupiscencia es causa de la tentación, ésta engendra el pecado, y
el pecado la muerte».

3. «No os llaméis a engaño (la misma frase de 1Co_6:9; 1Co_15:33


y Gál_6:7), mis queridos hermanos» (NVI), dice a continuación
Santiago (v. Stg_1:16). Este versículo representa un empalme, por
una parte, con el versículo Stg_1:13 y, por otra, con el versículo
Stg_1:17, pues viene a decir: No os dejéis engañar, como si la
tentación pudiera proceder de Dios. Dios no puede pretender el mal,
pues es el Dador de todo bien, como va a poner de relieve a
continuación.

4. El versículo Stg_1:17 merece traducirse literalmente, a fin de


percatarnos de su pintoresca imaginería: «Todo buen don (gr.
dósis, la acción misma de dar) y todo regalo (gr. dórema, dádiva
concreta) perfecto (sin ningún defecto) es de arriba, pues desciende
desde el Padre de las luminarias (comp. con Gén_1:14-18;
Sal_136:7-9; Jer_4:23; Jer_4:31), junto al cual no existe mudanza
ni sombra de alteración». Fácilmente se percibe que la imaginería
está llena de metáforas tomadas de la Astronomía:

(A) Lo de «Padre de las luminarias» refleja el amplio trasfondo


bíblico, donde tan frecuente es la mención de los astros como obra
de Dios y de suma importancia para el cómputo de días, meses,
años, sazones, festividades, etc. Eso mismo ya era un gran don de
Dios a los hombres (comp. con Hch_14:17; Rom_1:19, Rom_1:20).
Se pone también de relieve la idea de Dios como Luz y fuente de
toda luz espiritual (v. Isa_60:19; 1Pe_2:9; 1Jn_1:5).

(B) Para «mudanza», el griego tiene el vocablo parallagué, de


donde procede el vocablo castellano paralaje, término de
Astronomía que designa la distinta posición de un astro (en
movimiento aparente) con respecto a dos puntos distintos de
observación desde la Tierra. Al decir, pues, que con Dios no existe
paralaje, se da a entender que Dios permanece siempre el mismo y
en la misma posición, sin que pueda darse variación alguna en la
forma en que lanza sobre nosotros la luz de su bondad.

(C) La expresión «sombra de alteración» parece haber sido ella


misma «alterada», a pesar de figurar hoy en todas las ediciones del
Nuevo Testamento Griego, ya que los dos MSS más antiguos (el
Sinaítico y el Vaticano) dicen: «en el cual no existe mudanza
(procedente) de variación de sombra». El vocablo para «sombra»
no es el corriente skiá (v. en Mat_4:16; Mar_4:32; Luc_1:79;
Hch_5:15; Col_2:17; Heb_8:5; Heb_10:1), sino aposkíasma, que
ocurre únicamente aquí y resulta muy apropiada para designar la
oscuridad provocada por un eclipse. Nuestra confianza en Dios está
firmemente asegurada por esa luz que jamás se eclipsa, ni aun
siquiera palidece por un momento. Siempre brilla su misericordia
(Sal_100:5), y brilla siempre con el mismo esplendor. ¡Es el YO SOY
(Éxo_3:14)!

5. Una magnífica prueba de la bondad de ese Dios que no cambia es


la vida divina que nos ha conferido (v. Stg_1:18): «Él decidió
libremente engendrarnos espiritualmente mediante la predicación
del Evangelio, para que fuésemos como una especie de primicias de
todo lo que ha creado» (NVI). La primera frase significa claramente
que nuestra regeneración espiritual es obra de la libre y soberana
gracia de Dios. El medio ordinario que Dios usa para ello es la
predicación del Evangelio, poder de Dios para salvación a todo aquel
que cree (Rom_1:16, comp. con Rom_10:17; 1Co_4:15; Efe_1:13;
1Pe_1:23). Lo de «como una especie de primicias de todo lo que ha
creado» es entendido por algunos como si los creyentes fuesen «la
parte más noble y digna de toda la creación a causa de su dignidad
de hijos de Dios» (T. García de Orbiso, citado por Salguero). Mucho
más probable es la opinión de Ch. Ryrie, quien dice en nota a este
versículo: «Estos primeros creyentes, mayormente de origen judío,
eran la garantía de una futura y más plena cosecha de creyentes».
Así se mantiene mejor la idea netamente bíblica de primicias como
primeros frutos.

IV. LA ACTITUD CORRECTA HACIA LA PALABRA DE DIOS (1.21-27)

Santiago presenta las disposiciones con que se ha de recibir la


Palabra de Dios. Estas disposiciones son dos: pureza y humildad,
según las expone en el versículo Stg_1:21: «Por lo cual, despojaos
de toda suciedad moral y de la maldad que tanto abunda, y recibid
con humildad (lit. con mansedumbre; es decir, con la debida
sumisión) la palabra que ha sido sembrada (comp. con Mar_4:14;
1Pe_1:23) en vosotros y que tiene poder para salvaros (v.
Rom_1:16)» (NVI). La idea se halla ya en Jer_31:33 (comp. con
2Co_3:3).

(A) Para que la palabra del Evangelio se abra paso hasta el fondo
del corazón, es menester que el Espíritu Santo convenza de pecado
al oyente. También el creyente necesita de esta convicción, ya que,
sin ella, no puede proceder a la confesión del pecado que
obstaculiza su comunión con Dios (v. 1Jn_1:9). El apego al pecado
impide prestar atención a la verdad (v. 2Ti_4:3, 2Ti_4:4).
(B) No basta despojarse de la suciedad; es tambien preciso inclinar
el oído con sumisión: lo que el apóstol llama «la obediencia de la
fe» (v. Rom_1:5; Rom_16:26). El autosuficiente no puede recibir la
palabra que salva, puesto que no se considera necesitado de
salvación (v. Jua_3:17-21; Jua_9:39-41).

3. Procediendo al núcleo doctrinal de la sección, dice Santiago en


los versículos Stg_1:22-25: «No os contentéis meramente con
escuchar la palabra, pues entonces os engañaríais a vosotros
mismos. Poned en práctica lo que dice. Quien se contenta con
escuchar la palabra, pero no pone por obra lo que la palabra dice,
es semejante al que se mira la cara en un espejo y, después de
mirarse, se marcha e inmediatamente se olvida de su propia
fisonomía. Pero el que se fija atentamente en la ley perfecta, la que
da libertad, y continúa llevándola a la práctica, no como quien se
olvida de lo que ha oído sino como quien lo cumple de veras, éste
será dichoso obteniendo bendición en lo que haga» (NVI).

(A) Comienza Santiago y dice que no hemos de ser meros oyentes


de la palabra, sino que hemos de poner manos a la obra. El término
para oyente es aquí akroataí (en plural), que significa el que forma
parte de un auditorio al que se dirige un predicador, orador o lector.
Esta necesidad de poner por obra la Palabra, sin contentarse con
oírla, se halla ya en Deu_15:5; Deu_30:8.; Eze_33:31, Eze_33:32,
y es enfáticamente enseñada por el Señor Jesús (v. Mat_7:24,
Mat_7:26; Mat_12:50; Luc_6:47-49; Luc_8:21; Jua_13:17) y por
el apóstol Pablo (v. por ej., Rom_2:13).

(B) El autor sagrado explica esta enseñanza (vv. Stg_1:23,


Stg_1:24) por medio de una bella y sencilla ilustración: La del
hombre que se mira la cara en un espejo, pero se marcha
enseguida descuidando las manchas del rostro que el espejo le ha
mostrado. Bien puede compararse la Palabra de Dios a un espejo,
ya que … por medio de la ley es el conocimiento del pecado»
(Rom_3:20). La Palabra de Dios le dice a cada uno, como Natán a
David (2Sa_12:7): «¡Tú eres ese hombre!» Pero, para que la
Palabra surta su efecto, es menester que uno vea en ella su propio
rostro y no el del vecino; y, después de ver su propio rostro, que se
pare a reflexionar y se decida a quitar las manchas y rectificar las
deformaciones que el espejo le haya mostrado.

(C) El vocablo griego con que Santiago expresa (v. Stg_1:22) el


engaño de sí mismo que se halla implicado en oír la Palabra y no
ponerla por obra es paraloguizómenoi, que significa una falsa
argumentación, es decir, un sofisma o silogismo incorrecto, con que
el sujeto se engaña a sí mismo, sin percatarse (por no querer
reconocerlo) de la falacia de su raciocinio. Th. Manton explica
admirablemente la forma en que se fabrica tal engaño, y hacer
notar que nuestra conciencia desempeña tres oficios: de legislador,
de testigo y de juez (comp. con Rom_2:14-16). Como reflejo de la
ley en nuestro interior, nos ofrece los principios de conducta. Como
testigo de oficio, nos dice si hemos faltado en algo o no contra la
norma de conducta. Como juez, pronuncia sentencia en el juicio, ya
sea excusándonos (absolución) o acusándonos (condenación). Las
tres funciones pueden compararse a las premisas y conclusión de
un silogismo; por ejemplo:

(Principio) El creyente espiritual se interesa en estudiar la


Biblia.

(Hecho) Yo siento poco interés en el estudio de la Biblia.

(Conclusión) Luego yo no soy un creyente espiritual.

«Ahora bien, dice Brown, todo engaño de sí mismo se halla en una


de esas proposiciones. A veces, la conciencia no acierta a ver la
norma en los principios mismos; otras veces, fracasa en testificar
correctamente de los hechos; otras veces, en su función de juez,
demora dar su veredicto o lo esconde en un rincón». Se extiende
ampliamente Brown en detallar casos particulares, pero cada lector
puede hacerse su propio «test», si desea conocer hasta qué punto
se está engañando a sí mismo en algún punto de doctrina o de
práctica.

(D) Al oidor negligente, que se despreocupa de lo que la Palabra le


pone delante de los ojos, contrapone Santiago (v. Stg_1:25) el
oidor diligente: «el que se fija atentamente en la ley perfecta, la de
la libertad» (lit.). Aunque ya hemos dado todo el versículo Stg_1:25
según lo trae la NVI, que clarifica estupendamente el sentido,
conviene analizar tambien la letra del texto sagrado para adquirir
una mayor comprensión del asunto que toca:

(a) Para lo de fijarse atentamente, Santiago usa el vocablo griego


parakúpsas. Este verbo ocurre también en Luc_24:12; Jua_20:5,
Jua_20:11 y 1Pe_1:12, y significa «inclinarse para mirar», con el
matiz de interesarse vivamente por observar algo. El verbo está en
participio de aoristo, y da a entender que no es menester continuar
mirando, sino, después de una observación atenta, pasar a actuar
en consecuencia con lo visto.

(b) Aunque es cierto que la Ley antigua era en sí perfecta (v.


Sal_19:7-10 y todo el Sal_119:1-176), la expresión que Santiago
añade: «la de la libertad», da a entender claramente que el autor
sagrado intenta añadir un nuevo matiz. Por otra parte, en un
hombre que, a diferencia de Pablo, era estricto observante de la Ley
(v. Hch_21:17., para leerlo «entre líneas»), no puede pensarse que
se refiriese a la libertad del Evangelio en los mismos términos en
que lo hace Pablo en Romanos y en Gálatas. Además, cuando
Santiago escribía esto, no existía ninguna parte del Nuevo
Testamento escrito y sólo circulaban los llamados logia o «dichos de
Jesús», entre los que, sin duda, destacaban (¡especialmente, en los
ambientes judíos!) los del Sermón del monte (Mt. caps. Mat_5:1-
48; Mat_6:1-34; Mat_7:1-29). A mi juicio, nadie como Salguero ha
hecho un comentario tan magistral a estas frases de Santiago:

«El Evangelio, comparado con la Ley antigua, es llamado la ley


perfecta, porque, al contrario de la Ley mosaica, conduce a la
perfección, es decir, perfecciona la misma Ley mosaica (cf.
Mat_5:17). Además, es llamado la ley de la libertad, porque nos
libra realmente de la servidumbre de la Ley mosaica, del pecado, de
la muerte, y nos hace hijos de Dios. La Ley antigua era, por el
contrario, un yugo de esclavitud (cf. Hch_15:10; Gál_4:3.;
Gál_5:1), impotente para borrar el pecado, y que impulsaba a los
hombres a servir a Dios más con el temor que con el amor (cf.
2Co_3:17)».

(c) En el mismo versículo Stg_1:25, continúa diciendo Santiago que


el diligente no resulta oyente de olvido, sino hacedor de obra, y que
será dichoso en su acción. Lo de oyente (u oidor) y lo de hacedor ya
no hace falta comentarlo más, pero hay dos vocablos cuyo análisis
será provechoso:

El primero es epilesmonés, de olvido; procede del verbo


epilanthánomai, que significa «olvidar por falta de atención». Esto
nos ofrece una buena lección de psicología, pues, en efecto, el
olvido es efecto, con frecuencia, de la falta de atención; y la falta de
atención es producto de la falta de interés. Muchos niños que no
recuerdan los principales ríos de su país, recuerdan a maravilla los
equipos de fútbol de primera (y aun de segunda) división. La
diferencia está únicamente en el distinto interés que ponen en lo
uno y en lo otro. ¿Cómo memorizamos la Palabra de Dios? Vale la
pena examinarnos sobre este punto.

El segundo vocablo es acción (gr. poiései), que la RV. traduce «en


lo que hace»; y la NVI, en consonancia con el futuro será, «en lo
que haga». Ahora bien, el idioma griego distingue bien entre
poíesis, «el hacer» mismo, y poíema, «lo hecho» (v. Efe_2:10
«hechura suya»). Esto quiere decir, ni más ni menos, en el caso
presente, que el hacedor de la Palabra de Dios, no sólo será dichoso
en lo que haga y en la recompensa que por ello le otorgue Dios,
sino también en su propio hacer, esto es, en su conducta de
cumplimiento de la ley perfecta, la de la libertad (comp. con
Sal_1:1-3; Sal_119:1. y, especialmente, el bellísimo v.
Sal_119:54—RV 1977—. V. tambien Jua_13:17).

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