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Buenos Aires. La Berbenita
Buenos Aires. La Berbenita
VESUBIO
Heladería, pero de lujo. Corrientes entre Libertad y Cerrito, muy próxima al cine
teatro Broadway. Todavía existe, aunque convertida en un típico híbrido de
comidas rápidas, si bien conserva algunas de sus copas heladas.
Aunque no estaba teñida de ideología, las figuras que participaban era bien grupo
Florida: Oliverio Girondo (pocos saben que además de poeta era muy rico), Jorge
Luis Borges, Macedonio Fernández y Ricardo Güiraldes. Un dato curioso que tomé
–como varios más- de la investigadora y pintora Ana María Moncalvo, quien
también recuerda que en su drama “Los muertos” Florencio Sánchez incorpora
una escena que rememora ese sótano.
LA COSECHERA
Avenida de Mayo 625. Tuvo dos locales más sobre la misma avenida, uno al 800 y
el otro al 1200. No iban en general demasiados actores, pero sí autores y críticos
(no a la misma hora). Por sus características –café de calidad y buenos productos
lácteos- era el sitio ideal para el “completo”, café con leche, pan y manteca, que
tantos almuerzos y cenas reemplazó en el estómago de artistas, escritores y
periodistas. Edmundo Guibourg, Agustín Remón –un español de pésimo carácter-,
Andrés Romeo, Julio Viale Paz, Carlos Gallo, Martín Lemos eran algunos de los que
comentaban los estrenos teatrales para diarios capitalinos.
El ejercicio del humor filoso y zumbón, cuando no abiertamente malévolo, era
gimnasia cotidiana en La Cosechera. De allí surgieron muchos dardos lanzados
desde las columnas de chismes teatrales. También una rara ocurrencia de Remón:
“Quiero viajar al país vasco antes de morirme, pero los pasajes en la línea de
vapores Mala Real Británica son muy caros…” “¿Por qué no te vas en un barco
italiano que tienen una segunda clase barata?” “Es que la Mala Real es la
compañía en que se naufraga mejor…”
LA TERRAZA
Iban casi todos pero había mesas bravas y temibles. Una era la de Pablo Suero, un
brillante periodista de teatro que tenía el alcohol malo y cuando se emborrachaba
vivía el clásico proceso Doctor Jeckill y Mr. Hyde. Lo malo es que entonces quería
pelear con cualquiera y como era muy rechoncho y de brazos cortitos, asumía unas
palizas memorables. En general lo eludían en esos casos y el dueño de La Terraza,
Raffeto, le había prohibido la entrada.
EL ATENEO
Pero El Ateneo constituía una excepción y allí nació nada menos que Artistas
Argentinos Asociados, la empresa independiente del cine argentino que tiene
mitología propia. En torno a esas mesas se juntaban Enrique Muiño, Elías Alippi,
Francisco Petrone, Ángel Magaña, Lucas Demare y Enrique Faustín, sus creadores.
Allí conocieron al empresario Miguel Machinandiarena, dueño de los estudios San
Miguel, que sería vital para sus comienzos.
Los bohemios de El Ateneo lograron rodar “La guerra gaucha”, “Todo un hombre”,
“Su mejor alumno”, “El muerto falta a la cita”, “Pampa bárbara” y “Donde mueren
las palabras”, entre otras. Con menos fortuna, otros actores y directores planearon
en el mismo salón hazañas similares, impulsados tal vez por el pensamiento
mágico de que AAA fue un sello generado por el duende de El Ateneo y no por la
inspiración, la fatiga y el riesgo económico de quienes lo forjaron. Y se comprende.
¿Para qué nacieron los cafés si no es para edificar castillos en el aire? Se erigieron
de a miles en los sitios que este capítulo intentó resucitar.
LOS INMORTALES
Sin duda el más célebre. También el que partió primero. En 1917 ya no estaba.
Pero mientras abrió sus puertas en Corrientes 922 reunió en su amplio salón a
toda la intelectualidad argentina. Según varios de los escritores que bucearon en
su historia, esta captación de gente de letras fue parte de la estrategia de su
gerente, un tal León Desbernats, que vendía ropa en Gath & Chaves y sabía
bastante de relaciones públicas. Como lo hicieron tantos en distintas épocas –uno
de ellos, el famoso Pepe Fechoría en su restorán de la curva de Córdoba- sectorizar
al parroquiano buscando un perfil, puede ser rendidor.
Durante algo más de diez años, Los Inmortales (bautizado así por Florencio
Sánchez, el gran dramaturgo uruguayo) tuvo la presencia de los más notorios:
Alfredo Palacios, Evaristo Carriego, Roberto J. Payró, Horacio Quiroga, Enrique
García Velloso, Eduardo Martínez Cuitiño –que le dedicó un libro a ese café-,
Enrique Muiño, Elías Alippi, toda la familia Podestá (fundadora del teatro
argentino), Guillermo Battaglia el viejo, no el que consagró el cine, Francisco
Ducasse (un galán de gran impacto sobre las mujeres que hacía de esas mesas un
papel cazamoscas), Enrique de Rosas (futuro primer actor de la Comedia Nacional
Argentina) y muchos más. Hasta la deslumbrante soubrette española La Bella
Otero recibía en ese salón encendidas propuestas eróticas a veces colocadas
dentro de un estuche donde enceguecían los diamantes.
LA BRASILEÑA
Maipú 238, entre Sarmiento y Cangallo –hoy Perón-. Aquí el polo imantado era la
mesa del fogoso escritor anarquista Alberto Ghiraldo, una especie de mosquetero
de afilados bigotes y melena leonina, que también estrenaba obras teatrales
además de sus artículos inspirados por Bakunin, el faro de aquellos libertarios.
Entre los clientes de este café militaban también los que no pensando como
anarquistas simulaban serlo, porque otorgaba una aureola romántica. Y asimismo,
cruzaban a la vereda de los impares quienes por el contrario, no querían hacer
pública su condición. Una figura de gran renombre de La Brasileña fue Rubén
Darío. Otra, el prestigioso intelectual Ricardo Rojas, quien acaso tomó de esa
atmósfera ghiraldiana el temple batallador puesto al servicio del Partido Radical.
EL TELÉGRAFO
Café teatral por antonomasia. Heredó la clientela del Apolo, homónimo del teatro
donde brillaron tantas figuras populares, desde los hermanos Ratti hasta las
comedias en verso del autor Germán Ziclis. Como todo reducto ubicado junto a un
teatro, el cerrado Apolo dejó mucha gente farandulera buscando donde anclar.
Los de este café eran habitués muy fieles y raramente iban a otro. Porque eran
amigos de mi tío Alejandro más tarde conocí a varios ilustres de esa casa: el autor
Luis Rodríguez Acasuso (de rostro adusto y muy formal, aseguraba saber de todo:
medicina, arquitectura, astronomía) era el dramaturgo preferido de Blanca
Podestá. Alberto Novión (notable forjador de grotescos). Alberto Vacarezza (genial
sainetero) con su voz estentórea me prometió un verso para lucirme en el colegio
y cumplió.
También hacía tertulias en El Telégrafo Florencio Parravicini, el bufo que llevaba
sus transgresiones hasta límites a veces escandalosos: allí se despidió un poco
ambiguamente una fría noche de 1941 y antes de la salida del sol se voló la cabeza
de un tiro.
REAL
Más tirando a confitería que a café, era un salón paquete (mucho mármol, bronces
y espejos, el pocillo costaba diez centavos más) y uno de los pocos que prolongó su
funcionamiento hasta principios de los sesenta.
EL TROPEZÓN
Restorán. Uno de los más famosos de Buenos Aires, con gran concurrencia de
gente importante, entre la cual se mezclaban los teatristas. Tuvo tres locaciones:
Callao y Bartolomé Mitre, Callao y Cangallo y por último Callao 248 donde cerró
sus puertas para siempre.
Gran salón comedor y excelente cocina lo caracterizaban. No tanto de actores
como de autores, allí comían Armando Discépolo, Julio Sánchez Gardel, Pedro E.
Pico, Carlos Mauricio Pacheco, Antonio y Arturo De Bassi, Roberto Tálice, Carlos
Schaeffer Gallo (según dicen, el galán de los autores) y en su última etapa, Abel
Santa Cruz. Uno de los actores más fieles fue Luis Arata y disfrutaba sus pucheros
Alberto Closas, cuya mesa compartí muchas noches.
-¿Cómo te llamas?
-Alegre...
El Tropezón fue también escenario de la angustia del actor español Pedro López
Lagar cuando –víctima ya de un cáncer de laringe- intentaba sin éxito relatar los
contenidos de una obra que deseaba (y no podía) estrenar.
Otra voz, la de Edmundo Rivero: «Pucherito de gallina con viejo vino carlón», no lo
dejó caer en el olvido
Antiguos códigos de la noche porteña: Taka Taka y Rodríguez Peña
abía corrido un lustro del albor del siglo sin que se produjera el fin del mundo
que anunciaron los agoreros. Figueroa Alcorta presidía un país de vacas gordas que
hacían abortar algunas conspiraciones flacas. El tango porteño, a espaldas de la
vida circunspecta, dejaba de ser asunto exclusivo de los pies y buscaba auditorios
para el solo gusto de los oídos.
«Venía de los Corrales Viejos (luego barrio de Parque de los Patricios) y de ser
bailado allí por hombres y mujeres que tenían por mitades el arrabal y el campo.
Ellos eran por arriba, compadres de chambergo alto y pañuelo al cuello anudado
en galleta; por abajo gauchos de facón a la cintura, bombacha y bota. La pueblera
y la china se mezclaban en la pinta de sus compañeras de “cortes”, entre el
peinado de bucles y la almidonada pollera arrastradiza.
«Roberto Firpo le contaba, años atrás a un periodista, que fue el primer músico
que por 1910 llevó el tango a la Avenida de Mayo, haciendo dúo con el bandoneón
de Bachicha Deambroggio: “Era una confitería ubicada frente a lo que es hoy el
Pasaje Barolo. Tenía un público de familias, de modalidad más española que
argentina, como la propia avenida. Primero fui a tocar solos de piano romanzas,
sonatas, valses. Un día convencí al patrón que me dejara tocar tangos en dúo. Se
corrió la voz enseguida y llamaban a los mozos con palmadas estruendosas. Pedían
a los gritos los tangos de su preferencia, con alusiones confianzudas. El público de
familias se hizo humo y el patrón nos dijo que nos fuéramos con la música a otra
parte”. “-¿Cómo se llamaba la confitería?”, le preguntó el periodista a Firpo. “Taka
Taka”, respondió.
«La proximidad de la calle Corrientes, con sus teatros y sus cenáculos de artistas e
intelectuales, proporcionaba al salón de baile concurrentes de mayor jerarquía y
pública notoriedad. “Te espero en Rodríguez Peña” fue una frase campechana de
la noche porteña. Y si la categoría se la dio al lugar, en principio, el reputado
bandoneón de Vicente Greco, su feliz inspiración de compositor hizo el resto con
su melódico y famoso tango que lleva como título el nombre de la calle.»
«En el San Martín, los bailes eran organizados por Enrique “El Oriental”, “El
lecherito Aín” o “El Pardo Santillán”, secundados por “El pesado Cardillo", hombre
de acción. Los lunes se realizaban concursos de baile y de vestuario. Las mejores
bailarinas eran “La Chata” y “La Parda Loreto" (veterana profesional que ya era
famosa en los prostíbulos de la zona del Temple, antiguo nombre de la calle
Viamonte, por 1880). Los sábados y domingos estos bailes reunían a los mejores
bailarines de la época.
«Actuaba la orquesta de Vicente Greco, que dedicó su tango Rodríguez Peña a los
muchachos del “Salón”, y otro, titulado “María Angélica” para la bailarina de ese
nombre. Lo acompañaban a “Garrote”, su hermano Domingo Greco (guitarra)
Francisco Canaro y “Palito” Abatte (violines) y “El Tano” Vicente Pecci (flauta). Al
mismo tiempo, con el agregado del bandoneonista Lorenzo Labissier (según
algunos investigadores), se presentan de lunes a viernes en el café “El Estribo”.
Para otros, Labissier, integró el conjunto en ambos lugares. Greco lo consideraba
un alumno suyo y a él le dedicó su tango “Lorenzo”.
El nombre
de "Los
Inmortales"
Por Antonio Requeni
El Título:
Anécdotas: