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En 1913 el Partido Socialista denunció públicamente un escandaloso acto

de corrupción que involucraba a ministros y legisladores. Se trataba


nada más ni nada menos que de los exorbitantes sobreprecios pagados
para la construcción del edificio del Congreso de la Nación. El diputado
Alfredo Palacios logró que se conformara una comisión investigadora que
quedó integrada por el propio diputado socialista, por Lisandro de la
Torre, Julio Sánchez Viamonte, Francisco Oliver y Delfor Del Valle.
Palacios no se andaba con vueltas y declaró: “Aquí se ha realizado un
‘Negotium’. Y conste que empleo esta palabra como eufemismo, pues la
verdadera calificación está en la conciencia y en los labios de todo el
pueblo…Necesitamos saber quiénes son los delincuentes para aplicar el
rigor de la Ley”. 5

La Comisión dirigida por Palacios y De la Torre designó a dos peritos


técnicos para que averiguaran cómo había sido posible que de un
presupuesto original de $ 5.776.746,45 moneda nacional, se pasara a
25.117.745,35 en apenas siete años, en épocas de muy baja inflación.
Los técnicos nombrados por la comisión, ingenieros Miguel Estrada y
Jorge Dobranich, concluyeron que las irregularidades eran
indisimulables. De la Torre, en poder del lapidario informe pidió que se
suspendieran los pagos a las empresas contratistas, ya que se pudo
constatar que la cuadruplicación de costos entre el presupuesto original
y el final se debía a irregularidades atribuibles a la estrecha relación de
las empresas y funcionarios gubernamentales. Decía Lisandro en su
dictamen de Comisión: “El Palacio del Congreso no ha sido ni certificado
por la Dirección de Arquitectura ni por los Inspectores ni por persona
alguna que haya representado los intereses de la nación; ha sido
medido y certificado por el empresario mismo de acuerdo a sus
conveniencias. El Ministerio de Obras públicas mandaba pagar los
certificados: ésa era toda su misión.”6

El diputado Palacios aportó un invalorable documento, el 31 de


diciembre de 1907, dirigido al Ministerio de Obras Públicas por el
contratista, donde abriendo el paraguas decía: “Las mediciones se llevan
con extrema exactitud y forman en la actualidad un conjunto de más de
30 volúmenes con sus correspondientes planos, lo que permite a
cualquier técnico y en cualquier tiempo darse cuenta de los métodos
seguidos, de la corrección de las medidas y de la aplicación de los
precios unitarios”7. En pocas palabras el contratista se decía a sí mismo
y le decía al Ministro que había hechos las cosas bien y que podían
seguir gozando para siempre de la deliciosa impunidad. Pero ahí no
terminaba la cosa. Uno de los contratistas llamado a declarar dijo sin
ruborizarse, según consta en la versión taquigráfica del 14 de
septiembre de 1914: “…que si él va a medir una cosa y de un extremo
se le tira la cinta, tiene que haber enormes diferencias”. Todos nos
imaginamos quienes tiraban de la cinta de hacer dinero. Finalmente el
empresario hizo uso de la “Obediencia Debida” declarando ante los
parlamentarios: “que carecía en absoluto de atribuciones y que siempre
procedió como un soldado obedeciendo las instrucciones de sus
superiores.”8

La comisión envió todos los elementos de juicio al Poder Ejecutivo, que


no hizo nada al respecto salvo pagarle puntualmente a los contratistas
denunciados por Palacios y De la Torre.

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