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LATROCINIOS MARCA ESPAÑA (I)

De Nuevos Testamentos, patrañas, abusos de poder, plagios, robos y otras infamias

(La sórdida pero instructiva historia de un fraude editorial)

Después de que haya quedado acreditado que un jefe del Estado, presidentes y vicepresidentes y ministros
del gobierno, así como presidentes autonómicos del reino de España, han sido protagonistas de tramas de
corrupción o directamente han robado al erario público cuanto han podido –pertenezcan o no a lo que
muchos tertulianos llaman el Partido de la Corrupción–, y que el estamento eclesiástico se haya dedicado
a apropiarse de bienes pertenecientes al pueblo español y a abusar de miles de niños, no cabe esperar que
las infamias y robos cometidos por pequeños delincuentes en el ámbito académico, paraacadémico o
posacadémico lleguen a ser noticia.

Y ha quedado acreditado cuánto vale la “honorabilidad” de muchos que alardean de honorables, y que a
pesar de sus títulos, apellidos, altos cargos o que ostentan no son sino una vulgar recua de rufianes de la
más baja estofa.

Aun así, por si algún día alguien quisiera comprobar hasta dónde llega la corrupción de este país de
charanga y pandereta, se narra brevemente a continuación la historia de cómo uno de esos bellacos de
mucha labia y poca monta, por más señas catedrático jubilado de Filología de una céntrica universidad
española, entre 2016 y 2021 robó casi dos años de su trabajo a un investigador. El caso resulta instructivo
no solo en la medida en que revela la catadura de un sujeto solo en apariencia honorable, sino también
porque los desmanes que perpetró no habrían sido posibles sin la colaboración de un buen número de
cómplices y lacayos –entre los que se cuentan profesores universitarios en activo y jubilados,
funcionarios, editores, políticos, curas y abogados– que con su falta de escrúpulos, su cobardía y su
codicia dieron alas y cobertura al embuste, el latrocinio, la infamia y la abyección.

De casi todas las afirmaciones que siguen hay pruebas documentales, listas para ponerse a disposición de
los medios de comunicación que deseen investigar las infamias perpetradas. El hecho de que por el
momento no se hayan hecho constar los nombres y apellidos de los implicados no se debe en absoluto al
temor a que lo denunciado aquí pueda acarrearle al autor algún contratiempo –aunque ya se sabe que los
corruptos tienen siempre a su disposición picapleitos dispuestos al cinismo de hacer aparecer a las
víctimas como culpables y de entablarles pleitos-, sino a la profunda vergüenza que a quien firma estas
líneas causa el haber tenido alguna vez relación con tan amplia caterva de personas indignas, embusteras
y ladronas.

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En el año 2011, una Fundación española que se nutre tanto de fondos privados como públicos
convocó en su sede a más de una treintena de estudiosos de distintas Universidades españolas,
así como a algunos directores de academias de la lengua de varios países iberoamericanos. La
razón: hablar sobre el proyecto de edición de una nueva traducción de un corpus textual bien
conocido en Occidente. A todos se les pagaron viajes, hotel y comidas, y se les obsequió con
diversas publicaciones. Todo, a bombo y platillo. Cuán fácil es disparar con pólvora del rey.
Tras aquel encuentro, por alguna razón el proyecto se quedó en agua de borrajas. Pero en
febrero de 2014 un cátedro jubilado de Filología de una céntrica universidad española y el que
resultó ser su primer cómplice, un profesor jubilado de una Universidad del norte de España y
director de un Instituto de la mencionada Fundación, contactaron con los colegas que iban a
elaborar un “Nuevo Testamento” (entre los que se hallaba el investigador al que se acabaría
robando) para poner en marcha esa parte del proyecto general.
Hay que decir que ya entonces se produjeron dos circunstancias sospechosas. Una fue que,
cuando el hombre de la Fundación contactó con el investigador, le dijo que quería hacerse la
publicación cuanto antes, y le preguntó que si el trabajo podría estar listo a finales de ese mismo
año de 2014. Es decir, este señor pretendía que un trabajo que consistía en realizar traducciones
del griego, revisar otras muchas traducciones, elaborar sendas introducciones y preparar en cada
caso un amplio corpus de notas, y revisar todo ello, es algo que podría hacerse en unos pocos
meses. Solo cuando el investigador respondió que no podría ponerse a trabajar hasta varios
meses después, y que en todo caso un trabajo así requería de tiempo para madurar y revisar, se
acordó que se contemplaría un proyecto a dos años. Pero las primeras pretensiones del hombre
de la Fundación indicaban ya cuál era el nivel de exigencia original.
Una segunda circunstancia fue más inquietante. De los siete investigadores que por entonces
formaban parte del grupo destinado a preparar el “Nuevo Testamento”, dos de ellos renunciaron
antes de empezar. El cátedro presentó estas renuncias como debidas a cuestiones de tipo
ideológico (las dos personas que habían renunciado serían personas conservadoras que no
participarían en una edición “aconfesional”), pero ya por entonces este señor empezaba a
tergiversar la realidad. Lo que uno de esos colegas que renunció confesó al investigador es que
su renuncia se había debido, por un lado, a la asignación discrecional y arbitraria que el cátedro
estaba haciendo del material, así como a que la colegialidad y la discrepancia no serían posibles
bajo la “férrea” dirección del cátedro. El investigador respondió entonces a su colega que no
creía que la voluntad de un solo individuo pudiera imponerse al buen juicio colegiado de un
grupo de personas, pero el tiempo demostraría que quien renunció sabía muy bien lo que estaba
haciendo y que conocía mejor que él la calaña del cátedro.

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En marzo de 2014 el investigador firmó, al igual que otros participantes, un “acuerdo de
investigación” redactado por la Fundación. Ese acuerdo obligaba al investigador a realizar toda
una serie de trabajos de traducción, revisión de traducciones, introducciones y notas para la
elaboración de una edición de un “Nuevo Testamento” (con posterioridad se le encargó también
una “Introducción a los evangelios canónicos”). En conjunto, los trabajos del investigador
constituían un tercio del total de la obra. A cambio, se le pagaría un pequeño adelanto (el
chocolate del loro), así como el 7% sobre las ventas de la edición (la parte del león). El adelanto
fue recibido en su momento; el resto jamás lo percibió.
Tras cumplir los compromisos adquiridos con anterioridad, el investigador realizó sus trabajos
entre finales del verano de 2014 y principios del verano de 2016. A lo largo de estos dos años de
trabajo, sin embargo, se produjeron varias irregularidades. Por ejemplo, el investigador se
percató repetidamente del grado de improvisación y de la falta de rigor con el que se estaban
desarrollando los trabajos coordinados por el cátedro. Lo más grave, sin embargo, tuvo lugar en
los primeros meses de 2016. En una reunión celebrada en Madrid en noviembre de 2015 y
financiada nuevamente por la Fundación, los participantes se comprometieron a cumplir unos
protocolos de actuación respecto al estado de los textos entregados, que asegurarían una revisión
de los trabajos en diversas fases, con el objeto de maximizar su calidad. Siguiendo estos
protocolos, entre enero y febrero de 2016 el investigador envió al resto de participantes todas sus
colaboraciones en los términos acordados (es decir, habiendo sido estas revisadas al menos por
otro de los participantes). Pues bien, el investigador, solo o en colaboración con otros
participantes, fue el único en enviar sus trabajos en las condiciones pactadas. Algunos
colaboradores, y ante todo el cátedro director del proyecto, incumplieron los protocolos
pactados. No solo eso, sino que este señor, en un correo de marzo, excogitó nuevos protocolos de
manera unilateral. Y no contento con ello, estas irregularidades fueron acompañadas de insultos
y manifestaciones insidiosas hacia el investigador por parte del cátedro.
Percibiendo el turbio cariz que estaban adoptando las cosas y empezando a temerse lo peor, el
investigador solicitó al hombre de la Fundación un certificado que acreditara que había
entregado todos los trabajos encargados. Con fecha de 15 de marzo de 2016, el investigador
recibió un certificado firmado, con sello de la Fundación y con el papel de uno de los Institutos
de esta, que acreditaba no solo la elaboración y entrega de sus trabajos, sino también su alta
calidad, de la que se cita como testigo al Consejo Científico de ese Instituto, encabezado por el
entonces director de la Real Academia de la Lengua.
A pesar de las turbias circunstancias, el investigador cumplió los protocolos que asegurarían
la mayor calidad del proyecto, y entre marzo y junio de 2016 sometió ulteriormente su trabajo a

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la corrección de todos los demás colaboradores del proyecto, encontrando los parabienes del
cátedro. Finalmente, el 29 de junio de 2016 envió a todos los colaboradores del proyecto la
totalidad de los trabajos que –en solitario o en colaboración con otros participantes– había
completado. Entre los destinatarios se hallaban el hombre de la Fundación y su hijo (por
supuesto, nadie vea aquí endogamia alguna), que iban a encargarse de la revisión gramatical de
los textos. En esa misma fecha, el investigador comunicó a todos los colaboradores que,
habiendo cumplido sus compromisos dada la ya mencionada vulneración de compromisos por
algunos participantes –que solo iban en desmedro de la calidad de los trabajos –y habiendo
completado sus trabajos, él no volvería a prestarse a asistir a ulteriores reuniones cuyos
compromisos para nada servirían.
El tono respetuoso de la última carta enviada por el investigador no sirvió de nada. El cátedro,
un microdéspota acostumbrado al “ordeno y mando” y a que nadie ose levantar la voz ante sus
abusos y trapacerías, empezó a enviar correos al investigador y a otros, vertiendo numerosas
falsedades y calumnias sobre aquel. Por ejemplo, mientras que hasta el momento había hecho
constar –incluso por escrito– la calidad de los trabajos del investigador, a partir de ese 29 de
junio empezó a referirse a las “deficiencias” de sus trabajos. El embuste y la calumnia eran
flagrantes, pero así es el cátedro jubilado, para quien no existe el principio de no contradicción.
No es posible resumir aquí la cantidad de insidias lanzadas por el cátedro a lo largo del verano
de 2016 con el objeto de desprestigiar al investigador, ni explicar la impavidez con la que
quienes fueron testigos de tales abusos permanecieron callados. Baste decir que en septiembre de
ese año el cátedro dirigió un largo escrito al investigador, con copia a la Fundación, en el que,
entre otras lindezas, conminaba a aquel a asistir a una reunión que entretanto había convocado
para el 7 de octubre, amenazándole con que, si no asistía, haría cuanto pudiera para impedir la
publicación de sus trabajos.
Dado que el investigador nunca ha sido ni será el lacayo de nadie –y menos aún de un sujeto
intelectualmente tan mediocre y moralmente tan abyecto como el cátedro–, y que nunca pensó
que los responsables de la Fundación permitirían a ese sujeto llevar a cabo sus desmanes, ni se
molestó en responder a las amenazas.
En la segunda quincena de septiembre, tanto el hombre de la Fundación como la única mujer
participante en el proyecto –profesora jubilada de universidad e íntima del cátedro y de su esposa
– telefonearon al investigador para que este les confirmara si quería publicar sus trabajos en el
proyecto. El investigador les respondió que obviamente sí, que para eso había estado trabajando
casi dos años en el proyecto; que él había firmado un acuerdo y que había cumplido
escrupulosamente su parte del trato; y que lo único que no haría era seguir tolerando las

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trapacerías y la faltas de respeto de un cátedro que vulneraba los compromisos adquiridos sin el
menor escrúpulo. Lo mismo manifestó por escrito el investigador a la propia Fundación.
El día 22 de noviembre de 2016, con ocasión de una visita que el investigador hizo a uno de
los colaboradores del proyecto a los que entonces aún respetaba, este –un profesor universitario
jubilado de una universidad andaluza– le comunicó que en la reunión del 7 de octubre
(financiada por la Fundación), el cátedro, su amiguita y su cómplice en la Fundación –el mismo
que seis meses antes había firmado su certificado al investigador– habían dicho a los asistentes
que el investigador había renunciado a participar en el proyecto, lo cual era un flagrante embuste.
Asimismo, le dijo que les habían encomendado a él y a otros participantes la elaboración de
obras que el investigador ya había realizado y entregado muchos meses antes. Estas
declaraciones serían luego corroboradas por el otro miembro del grupo al que se mintió.
Esa misma noche, costándole creer que era cierto lo que estaba oyendo –no que el cátedro
hubiera mentido por enésima vez, sino que otras personas se hubieran prestado sin escrúpulos a
secundar sus patrañas–, el investigador llamó, para pedirles explicaciones, a esas dos personas
que solo dos semanas antes habían llamado con él. Una de ellas –la amiguita del cátedro y de su
mujer– no pudo decir otra cosa que: “¡Tranquilízate, tranquilízate!”. Por su parte, al cómplice –el
hombre de la Fundación– todo se le volvía decir: “¡Te dije que tenías que haber ido a la reunión!
¡Tenías que haber ido a la reunión!” (o sea, que al parecer el investigador era el culpable de que
se le estuvieran robando sus derechos). De cómo es posible que hubieran mentido y participado
activamente en la farsa del cátedro, ni una palabra. La capacidad explicativa de estos dos sujetos
no dio, ni entonces ni más tarde, para más.
En la madrugada del 23 de noviembre de 2016 el investigador escribió a la coordinadora de la
Fundación contando lo ocurrido y pidiendo explicaciones. Por entonces no tenía razón alguna
para creer que esa persona no fuese alguien profesional y decente. Aun así, en los días siguientes,
y temiéndose lo peor, el investigador reenvió a la Fundación todos los trabajos que ya había
remitido el 29 de junio a los otros participantes. Que había algo muy turbio en lo ocurrido lo
mostró el hecho de que la coordinadora tardó más de mes y medio en dar una respuesta.
El 10 de enero de 2017 la coordinadora de la Fundación envió como respuesta un correo
electrónico que acreditó la verdadera calaña de esa “profesional” del ramo: el correo reproducía
los principales embustes vertidos por el cátedro y sus cómplices, hablando por ejemplo de la
“mala ejecución” de los trabajos del investigador. En el colmo de la obscenidad y de la
desvergüenza, acusaba a este de haber rescindido unilateralmente su contrato, y, no contenta con
ello, le apercibía de que podrían reclamársele daños por el perjuicio causado a la Fundación (sic).

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Aunque pocos días después el investigador escribió respetuosamente a la coordinadora de la
Fundación señalándole las falsedades en las que había incurrido mostrando la mejor disposición
para llegar a un acuerdo, y aunque lo haría de nuevo con posterioridad, esta no se molestó en
responder. Los acontecimientos demostrarían luego que esta individua –que es la que había
firmado los acuerdos de investigación/publicación con los investigadores–es una corrupta de
manual, carente de escrúpulos. Claro que, cuando la individua se percató de que la propia
Fundación había expedido un certificado que avalaba la calidad de los trabajos del investigador,
no se atrevió a repetir la insidiosa calumnia de la “mala ejecución”.
Ante la obvia complicidad de la coordinadora de la Fundación en los desmanes contra el
investigador, este se dirigió en abril de 2017 a los miembros del Consejo Rector de la Fundación,
integrado por el presidente y varios consejeros de una Comunidad Autónoma, abogados y hasta
el prior de un monasterio. De nuevo ingenuamente, el investigador creyó que un conjunto de
señores y señoras muchos de los cuales cobran del Estado y que presumen de honorables
deberían haber actuado para restituirle sus derechos y poner coto a los desmanes que estaba
sufriendo. Una vez más, se equivocaba: estos sujetos no solo no hicieron nada en favor de la
víctima, sino que fue tras haber recurrido a ellos cuando –como a continuación se narra– se
consumó el robo de los derechos del investigador, con lo cual resultaron también ellos cómplices
pasivos de los abusos perpetrados.
Lo gracioso es que el 7 de mayo el cátedro –obviamente a instancias de la propia
coordinadora de la Fundación– envió una declaración firmada a la coordinadora y a los
miembros del Consejo Rector eximiendo a aquella y afirmando que había “cumplido
escrupulosamente todas sus obligaciones contractuales”, lo cual era meridianamente falso. Lo
gracioso es que el escrito no solo contenía falsedades, sino que además demostraba falsedades
anteriores. En efecto, el cátedro escribía que lo que llamaba “los problemas de edición” con el
investigador “proceden exclusivamente del orden estrictamente personal” entre él y el cátedro,
“y no tienen ningún origen académico o de cumplimentación de los trabajos para la susodicha
edición”. Así pues, las afirmaciones del cátedro y de la coordinadora sobre las “deficiencias” de
los trabajos quedan desenmascaradas por ellos mismos como puras patrañas. Se coge antes a un
mentiroso que a un cojo.
La siguiente indignidad experimentada por el investigador fue el hecho de recibir correos y
burofaxes de una abogada de la Fundación, que junto a sus intentos de intimidación parecía
proponer (falsamente) una vía de solución. En una conversación telefónica con el investigador,
esta abogada no tuvo empacho en soltar varios embustes, como que la Fundación no disponía de
fondos para la edición de los trabajos, o que al cabo de unos pocos días volvería a llamar al

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investigador para hacerle una propuesta de la Fundación. Esta abogada –que resultó ser igual de
mentirosa que su mandante– no volvió a llamar nunca al investigador.
La cantidad de irregularidades, patrañas e indignidades que hasta entonces habían perpetrado
ya el cátedro y sus cómplices de la Fundación hacía imposible que pudieran simplemente
expulsar al investigador del proyecto y salir impunes. Así pues, urdieron una fraudulenta
triquiñuela para que el investigador –o su eventual representación legal– no pudiera reclamar.
Entre junio y julio de 2017 el hombre de la Fundación y primer cómplice del cátedro instó por
escrito a algunos de los miembros del proyecto a renunciar a continuar en el proyecto y a
renunciar a percibir los derechos de autor que les correspondían por la elaboración de sus
trabajos. Sea porque se les presionó, porque su participación en el proyecto era menor, por falta
de coraje moral o porque se les prometió que de todas formas su trabajo se publicaría aunque no
lo hiciera la Fundación, dos de ellos se avinieron a firmar su renuncia. De este modo, la
Fundación pudo esgrimir esas renuncias para declarar que no se podía llevar a cabo la
publicación. Pero fue la propia Fundación, mediante el director de uno de sus Institutos, la que
instó –tal renuncia no solo , algunos de ellos Una vez obtenidas estas renuncias, las adujeron
como
Que varios profesores universitarios hayan publicado con el mismo cátedroembusteroyladrón que les
mintió y que robó al investigador dice todo lo que hay que decir sobre su calaña de estos sujetos, cuya
falta de dignidad, coraje moral y decencia han dejado suficientemente evidenciadas.

No obstante, no podemos dejar de hacer constar que uno de ellos dio muestras de su mala conciencia.
Catedrático jubilado de una universidad catalana, escribió en marzo de 2021 al investigador lo siguiente:

El cátedroembusteroyladrón

11 de julio de 2017, usted por medio de su representación


letrada, me ofreció publicar ese mismo material en la página
web de la Fundación de San Millán, Cabe preguntarse: al
hacerme tan generosa oferta

1) ¿Estaba usted intentando perjudicar la imagen de la


Fundación San Millán, publicando un trabajo que usted
misma había calificado de “deficiente”?

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2) ¿O, lejos de ello, acaso estaba usted reconociendo
implícitamente que lo que me había escrito el 10 de enero
no era más que una pura y simple falsedad?

3) ¿O quizá estaba usted simplemente intentando que de ese


modo renunciara yo al 7% sobre las ventas dela edición del
Nuevo Testamento, y que constituiá por el trabajo que
realicé entre 2014 y 2016 para la Fundación San Millán?

– (20214), La invención de Jesús de Nazaret. Historia, ficción, historiografía, Madrid.

Y aunque dejé de ser alguien

A quien le ronde la dicha

Siento un murmullo en el corazón

siento

Epistula Seueri

Produce algo aún más desagradable que vergüenza ajena leer la propaganda que un catedrático jubilado
de Filología de la UCM, está enviando en las últimas semanas a diestro y siniestro para maximizar las
ventas del último producto concebido para llenarse sus siempre ávidos bolsillos, publicado en una
editorial de Madrid: “

La desvergüenza, la hipocresía y la falta de decoro de estas palabras

El presente escrito

La idea de la obra ha sido PLAGIADA de una obra publicada en Alemania en el año 2005. Me refiero a
la de Klaus Berger y Christiane Nord, Das Neue Testament und frühchristliche Schriften. Frankfurt am
Main y Leipzig, Insel Verlag, 2005 (con sucesivas reediciones), que se presentaba novedosa en varios
aspectos.… -como casi todo lo que hace ese catedrático- COPIADA. Lo más gracioso

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la preventa de un chanchullo editorial, o:

HISTORIA DEL ROBO DE MI TRABAJO

Apenas resulta posible defenderse eficazmente de las falsedades y calumnias que individuos
sin escrúpulos, aprovechándose de , van diseminando en conversaciones privadas, correos
electrónicos que luego son borrados . Igualmente, apenas resulta posible defenderse del abuso de
poder y de la injusticia, cuando de ella han sido cómplices activos y pasivos muy diversas
personas en apariencia honorables, que con sus acciones y omisiones van legitimando la infamia.
Esta es la situación en la que quien firma estas líneas se ha encontrado desde hace algo más de
un lustro. A pesar de haber sido objeto de los infundios de un catedrático jubilado de Filología
Griega de la Universidad Complutense de Madrid, y a pesar de habérsele robado su trabajo,
quienes han robado y mentido se siguen moviendo en una completa impunidad
El presente escrito
Dado que desde 2016 he sido objeto de numerosos infundios y falsedades, diseminados por el
catedrático jubilado de Filología de la UCM, Antonio Piñero Sáenz, y dado que muy
recientemente este señor, junto con la editorial Trotta, ha consumado el atropello de mis
derechos y –para hablar en Román paladino– el robo de mi trabajo, hago público en el presente
escrito la historia de sus atropellos, con el objeto de limpiar mi buen nombre.

Resulta difícil decidir si es más deleznable, cobarde y abyecto el cátedro embustero y ladrón
que instigó el robo del trabajo del investigador , o los cómplices que colaboraron con él –colegas
en activo o jubilados, responsables de la Fundación, editores– y le prestaron su nombre a
sabiendas de todas las infamias que el sujeto había perpetrado. Desde un punto de vista moral,
sujetos muy parecidos entre sí. Indiscernibles.
El investigador recibió un burofax de la abogada de la Fundación, en el que por un lado
intentaba intimidarle y por otro dejaba. Destinada únicamente a sonsacar información al
investigador y a mentirle –la abogada dijo a este, entre otras imbecilidades típicas de una
picapleitos de tres al cuarto, que la Fundación no tenía dinero para publicar–. La última patraña
que le soltó –y que debe de haber quedado registrada en una grabadora– es que “en tres o cuatro

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días” volvería a llamar al investigador con una propuesta de la Fundación. La individua en
cuestión jamás volvió a contactar con este fin. Todo se pega: según parece, el desprecio por la
verdad está tan arraigada en esta abogada como en su mandante.

El 8 de marzo de 2021 el investigador recibió un correo de uno de los exintegrantes del


proyecto, un catedrático de Filosofía jubilado de una universidad catalana, en la que le decía que
pocos días antes había enviado a la editorial una “renuncia de los derechos de autor que me
correspondieren por la edición”. Independientemente de si esa información era veraz o la
enésima de las patrañas que el investigador hubo de soportar de quienes le robaron, lo cierto es
que indica a las claras la . “Participo en el chanchullo en el que se te ha robado, pero que sepas
que al menos yo no me lucro”.

de “Los libros del Nuevo Testamento” por la Editorial Trotta. Hago cesión de los derechos en
favor de Editorial Trotta de acuerdo con el artículo 43 de la vigente Ley de Propiedad Intelectual.
Barcelona, 3 de marzo de 2021

Tras haberse consumado el robo de mi trabajo

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