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SACRAMENTOS

I. Introducción y visión histórica1

«Sacramento» en el sentido teológico-eclesiástico aquí usado es el concepto que abarca siete


realizaciones litúrgicas -con eficacia salvífica- de la vida de la Iglesia, a saber:
→eucaristía,→bautismo,→confirmación,→orden (→órdenes sagradas), →matrimonio, →unción de
enfermos y →penitencia.

La teología de los sacramentos que comienza ya en la Sagrada Escritura, y se va configurando cada vez
más en el transcurso de la historia, esencialmente en relación con preguntas soteriológicasi, busca,
además de la comprensión de cada sacramento como tal, conocer también lo común que los caracteriza
a todos internamente.

Sacramentología: rama de la teología que estudia los sacramentos

Más no puede decirse que el concepto de sacramento se logre simplemente por una abstracción. Y
menos todavía ha de considerarse como un concepto a priori, o revelado, del que cupiera deducir
especulativamente la esencia específica de cada sacramento.

Correctamente entendido, el concepto de sacramento participa de la peculiaridad del concepto de


→vida. «Vida» es un concepto eminentemente concreto y, sin embargo, «universal».

La vida se desarrolla en multitud de realizaciones particulares, sin cuya comprensión no puede


entenderse ni expresarse más en concreto qué sea la «vida».

De modo semejante, la realidad originariamente única de los símbolos salvíficos llamados sacramentos
de la Iglesia, realidad que Dios concede en la gracia y que el hombre debe percibir y aceptar, se
desarrolla en actos distintos y experimentables bajo modalidades particulares, por medio de los cuales
la Iglesia y sus miembros participan hoy de la salvación prometida por Dios a través de Cristo como
palabra suya, y producida victoriosa y escatológicamente por él como mediador e Hijo encarnado de
Dios.
El concepto de sacramento
Así entendido, el concepto de «sacramento» en su sentido pleno, aunque se haya logrado relativamente
tarde, no es una abstracción secundaria, puramente teorética, de orden teológico u ontológico.

Es indudable que el concepto de sacramento así entendido no se da en la sagrada Escritura. Pero a


partir de ésta puede formarse legítimamente una expresión común para designar las mencionadas
realizaciones de la vida eclesiástica.

Para la fundamentación bíblica hay que remitirse, en primer lugar, a lo dicho con ocasión de cada
sacramento en particular. Pero hay además suficientes fundamentos bíblicos para una comprensión
teológica de los sacramentos en general.

1
Schulte Raphael. Sacramentun mundi, Barcelona, Herder, 1976. T6, pp. 164-180.

1
VISIÓN HISTÓRICA DE LOS SACRAMENTOS
Qué extensión y valor debe concederse a estas germinales afirmaciones bíblico-teológicas, depende
decisivamente de la previa inteligencia teológica (actual) de cada sacramento, así como de las
decisiones tomadas ya anteriormente, las cuales, por tanto, deben presuponerse en la teología
sacramentaria, con relación a la doctrina de →Dios, a la →antropología, a la teología de la →gracia, a
la →cristología, a la →escatología y a la→eclesiología, sin que por ello pueda recortarse el derecho a
la →analogía de la fe, por la que la teología sacramental rectamente formada ha de tenerse en cuenta en
los tratados mencionados.

Además, en la cuestión del fundamento bíblico de la teología general de los sacramentos y en el


enjuiciamiento de su historia, es siempre importante distinguir entre la historia de la palabra y del
concepto «sacramento» y la cosa ahí significada, que está siempre viva en la Iglesia (aunque en medida
distinta) como realidad recibida, transmitida, vivida y forjadora de respuestas.

VISIÓN EN LAS SAGRADAS ESCRITURAS

Del texto de 1 Cor 10, 1-22 resulta claro que ya en la Iglesia originaria por lo menos el bautismo y la
eucaristía se consideraban bajo un aspecto común, y que tanto soteriológica como pastoralmente eran
vistos como «medios de salvación» con un carácter análogo.

Lo mismo aparece, p. ej., en Ef 5, 21-33, donde, no sin fundamento, el matrimonio, el bautismo y la


eucaristía son vistos bajo un aspecto común (que debe determinarse más en concreto).

De acuerdo con esto hay otras afirmaciones de la sagrada Escritura que ofrecen principios esenciales
para la posterior penetración teológica de la vida eclesial sacramentaria; estos textos son aducidos al
tratar de cada sacramento (y véase también →palabra; →símbolo).

A partir de estos -y otros semejantes- puntos de apoyo teológicos del NT es comprensible que los
padres al principio no subsumieran inequívoca y definitivamente los sacramentos bajo la palabra única
«sacramento» ( o mysterium, u otra expresión correspondiente).

Sin embargo, cada vez más esclarecen los unos, signos sacramentales por los otros, elaboran sus
aspectos comunes y su unidad, los reúnen de esta o de aquella manera, y así avanzan cada vez más
hacia lo que en la edad media pasa a ser doctrina teológica común.

Sin embargo, la expresión «sacramento» experimenta aquí una reducción, siempre progresiva, desde un
uso totalmente común (pero específicamente cristiano) para realidades sagradas especiales (sagrada
→Escritura, →fe, misterios de salvación y de fe, medios de salvación, ritos cultuales, y también
alegorías, tipos, etc.) hasta aquellos medios de salvación que después, enfáticamente y con cierta
exclusividad, son llamados los siete (y no solamente siete) sacramentos.

Personajes decisivos en la elaboración del concepto


SU CONSTRUCCIÓN EN LA HISTORIA

Para la acuñación del concepto y de la teología de los sacramentos fueron decisivos Tertuliano, Ireneo,
Cipriano, y sobre todo, Agustín, aunque en él no se da todavía una doctrina «sobre los sacramentos en
general».

2
En el ámbito griego hay que citar ante todo, por lo que se refiere al concepto de mysterium, totalmente
afín al de sacramentum, a Gregorio Niseno y Juan Crisóstomo.

Para los padres en conjunto hay que notar cómo ellos formaron su teología sacramentaria
preferentemente por deducciones de las realidades que se dan en los sacramentos particulares,
principalmente en el bautismo y en la eucaristía.

Isidoro de Sevilla y los teólogos carolingios transmiten a la escolástica primitiva la concepción


patrística de los sacramentos.

En la escolástica son esenciales las aportaciones de Hugo de san Víctor, Pedro Lombardo y, más tarde,
Tomás de Aquino.

Lo mismo que en la formación de otros conceptos teológicos y expresiones técnicas, también en la


noción de «sacramento», a causa de la progresiva delimitación del concepto, se produce una reducción
o visión unilateral de la «cosa» misma.

Esto aparece ya mediante una comparación de la teología sacramentaria occidental con la de los
teólogos de la Iglesia oriental.

Sin embargo, en estos últimos tiempos, por influjo del movimiento litúrgico y de la nueva eclesiología
– que están respaldados por el Vaticano II-, ha hecho su irrupción un fuerte impulso hacia un nuevo
conocimiento de la mayor plenitud de la vida eclesiástico-sacramental, a la que, de todos modos, se
opone una cierta extrañeza del pensamiento actual, sobre todo por lo que se refiere a la comprensión de
la realidad sacramental del símbolo.

II. Afirmaciones fundamentales del magisterio eclesiástico-sacramental

Como lo prueba la historia de la teología y la de la Iglesia, una doctrina del magisterio de la Iglesia que
abarque en común los siete sacramentos se da por primera vez desde la edad media.

Un compendio de esta doctrina, decisiva hasta hoy (prescindiendo de algunas completaciones


posteriores), lo o frece el concilio de Trento. Merece destacarse:

1.°Aunque la Iglesia habla también (DS2 1348 1602) de sacramentos veterotestamentarios (los cuales
en su tiempo eran válidos y a su modo obraban la salvación), sin embargo, su doctrina se refiere a los
sacramentos neotestamentarios, en los cuales lo decisivo es que han sido instituido por Cristo (DS
1601 1864 2536 34 39) y, concretamente, según su «substancia» (DS 3857), sobre la que, por tanto, la
Iglesia no tiene ningún poder (DS 1728 3857).

2.° Según su esencia los sacramentos que internamente formen siempre una unidad, compuesta de
«materia» (elemento, res) y «forma» (palabra: DS 1262 1312 1671 3315), son signos «visibles» (DS
3315 3857) o símbolos de la gracia «invisible» (DS 1639).
2
DENZINGER-HÜNERMANN. Magisterio de la Iglesia. Aparecerá en el texto con las iniciales DS, por tanto cada vez
que aparezcan estas iniciales se estará refiriendo al Denzinger, que es utilizado para la preparación del examen de
Comillas.

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Son medios que dan la gracia, los cuales, «como fuerza santificante» (DS 1639), o sea, como «causa
instrumental» (DS 1529), designan y «contienen» (DS 3858) la gracia que les es propia, de tal modo
que la transmiten y producen ex opere operato (DS 1608) 3544ss), es decir, no por mérito propio del
que los administra o del que los recibe.

La manera más precisa de este «producir» la gracia «instrumentalmente» no está aclarada. Parece, sin
embargo, especialmente a causa de la necesidad – a veces afirmada- de los sacramentos para la
salvación (DS 1604), que este enunciado se orienta hacia una causalidad real (instrumental).

El opus operatum no debe entenderse como si los sacramentos produjeran su efecto de una manera
«automática», o de una forma «mágica». Más bien, la donación de la gracia, tanto en su realidad como
en su medida, también depende esencialmente de la disposición del sujeto (como condición, no como
causa), es decir, de la →fe que se abre a la gracia sacramental y se la apropia (DS 1528ss), así como la
intención del ministro y del sujeto «de hacer lo que hace la Iglesia» (DS1611s 1617).

3.° La gracia transmitida por los sacramentos corresponde a lo que cada sacramento, como símbolo,
significa y contiene (cf. cada sacramento en particular), y es verdadero efecto de los mismos, si bien
efecto procedente de una causalidad instrumental.

La gracia sacramental es, o bien la gracia santificante (DS 1604 1606), o bien su desarrollo y
crecimiento (DS 1638 1310-1313), o sea, es una gracia correspondiente a la específica realidad
simbólica de cada momento (cf. DS 1310-1313). Además de esto, algunos sacramentos producen un
carácter sacramental especial (DS 1313 1609), y por so se pueden recibir una sola vez.

4.° Para la Iglesia en conjunto, los sacramentos son necesarios para la salvación (DS 1604), pero esta
necesidad se concreta en cada miembro de la Iglesia según su modo específico de ser miembro.

5.° De acuerdo con la esencia de los sacramentos, que son medios de salvación instituidos por
Jesucristo, a quien Dios (Padre) ha dado todo poder (Mt 28, 18ss; Heb 2, 10; 5, 10), y que él ha
confiado como tales a la Iglesia; alguien puede administrar un sacramento en nombre de la Iglesia
solo en virtud de la potestad que procede de Cristo o de la Iglesia (DS 1610 1684 1697 1710 1777).

Para la administración válida y eficaz de los sacramentos es además necesaria la recta aplicación de la
«materia» y la «forma», así como también la recta intención, pero no son necesarios ni el estado de
gracia ni la fe ortodoxa (DS 1310 1612 1617).

También se requiere en el sujeto la intención suficientemente consciente de recibir el sacramento,


prescindiendo de casos especiales (como el →«bautismo de niños»; y con relación a esto se exigen
condiciones distintas según el sacramento particular de que se trate.

6.° El número de los sacramentos neotestamentarios de la Iglesia es «ni más ni menos que siete» (DS
1601), a saber, los citados en el apartado I. Pero hay en ellos una gradación por lo que se refiere a su
dignidad, a su necesidad y a su importancia para la salvación (respecto de cada cristiano particular: DS
1603 1639).

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7.° Las afirmaciones fundamentales aquí comprendidas del magisterio eclesiástico deben
complementarse necesariamente con las declaraciones que se refieren a cada sacramento.

8.° Por lo dicho en el apartado I, resulta comprensible que estas afirmaciones doctrinales precedentes,
deban entenderse siempre a partir de la situación histórico-eclesiástica en que han surgido.

Por eso, de cara a una plenitud y amplitud mayores en consonancia con la actual comprensión de la
vida eclesial sacramentaria, hay que superar la unilateralidad de bastantes formulaciones y
planteamientos del problema.

Los intentos ya existentes en la teología a este respecto, han encontrado su confirmación en el concilio
Vaticano II. Por esto, entre las afirmaciones del magisterio, también hay que citar necesariamente las
declaraciones más importantes de dicho concilio sobre la Iglesia y sus sacramentos.

Sin duda es decisiva la (restablecida) afirmación de que la Iglesia misma es «en Cristo, como un
sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género
humano» (Lumen gentium n.° 1).

Los sacramentos particulares son considerados como realizaciones de la vida de la Iglesia, cuyo
misterio consiste precisamente en que ella, «en y desde Cristo» como su cabeza, es el sacramento
originario, el cual, puesto que la Iglesia es vista como comunidad personal de un sacerdocio regio,
constituido y santificado por Dios a través de Cristo en su espíritu, se actualiza en los sacramentos
particulares y, por medio de éstos, en los miembros de la Iglesia bajo una actividad receptora o
mediadora.

Y, respondiendo vitalmente desde la santidad así conseguida, dicho sacramento originario se realiza de
cara a Dios (Padre). Con ello está fundamentalmente superada aquella visión de los sacramentos y de
su gracia que en las afirmaciones anteriores del magisterio tenía un cariz individualista y objetivante.

De todos modos, la apertura - confirmada por la Iglesia- de toda la teología de los sacramentos hacia un
descubrimiento más amplio de la vida eclesial sacramentaria, está todavía en las primicias de sus
frutos.

III. Teología de los sacramentos

1. La cuestión de los puntos de apoyo teológicos

Puesto que el concepto de sacramento, según lo dicho en el apartado I, no es todavía un concepto


bíblico, aunque es un concepto teológico formado legítimamente; la amplitud, estrechez o plenitud de
significado con que se comprenda la expresión «sacramento» (y «sacramental») y la realidad ahí
designada, dependen ampliamente de la teología misma y de las convenciones y determinaciones
históricas de la Iglesia.

Ciertamente, de ningún modo se trata aquí de límites determinables arbitrariamente. Pues, aunque el
concepto de sacramento – si no ha de determinarse sin tener en cuenta su historia- está relativamente
abierto, sin embargo, no es teológicamente legítimo el intento de definirlo a partir de determinados
(«conocimientos previos»), sin suficiente elaboración teológica, o bien a partir de ciertos prejuicios,

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para establecer luego, sobre la base de ese concepto previo, la esencia de aquellas realizaciones de la
vida de la Iglesia que deben llamarse «sacramentos».

En primer lugar hay que considerar como tales realizaciones eclesiales las siete acciones salvíficas
enumeradas y, concretamente, tanto en sí mismas como en su relación mutua.

La consideración comparativa de los sacramentos en particular (cada uno de ellos) permite conocer que
éstos poseen un determinado parecido mutuo y, sin embargo, una desigualdad quizá mayor.

Por esto, no es posible un concepto de sacramento de igual modo para todos ellos en lo más pequeños
detalles y en todos sus elementos.

Más eso no es óbice para ver cada vez mejor aquella esencial unidad interna que fuerza a comprender
los sacramentos como desarrollos de la vida eclesial, originariamente única, concebida por Dios en
forma de gracia.

Todos los sacramentos se presentan como «autorrealizaciones constitutivas de la Iglesia como


sacramento originario; en ellas la Iglesia concreta su esencia propia – como presencia escatológica,
histórica y social de la promesa de Dios al mundo- de cara a los hombres particulares y a sus
situaciones salvíficas esenciales» (Karl Rahner).

Sin embargo, esta definición no es suficiente. p. ej., si se quiere superar la distinción desafortunada
(porque generalmente separa) entre la eucaristía como «sacrificio» y como «sacramento» , para
restablecer – cosa imprescindible hoy día- la visión total de los padres sobre el misterio eucarístico, que
también como «sacrificio» es sacramento;

Entonces hay que incluir necesariamente en la concepción del sacramento otro aspecto, que apenas
tiene menor importancia para los otros sacramentos, a saber,:

Junto con la consideración de los sacramentos como realizaciones de la Iglesia dirigidas a cada
miembro en particular, debe introducirse otro enfoque en el que se vea cómo la Iglesia en sus miembros
(y estos a través de ella) por medio de los sacramentos se realiza a sí misma de cara a Dios (Padre) en
actos de gratitud y respuesta.

Si así el concepto de la gracia (sacramental), y de salvación concedida con y por ella, de nuevo se ve
suficientemente en su dimensión eclesial histórica, con ello se amplía también la visión excesivamente
reducida del ministro y sujeto del sacramento como miembros individuales.

Entonces los sacramentos aparecen de nuevo, en un sentido paulino, como desarrollos peculiares y
concreciones, que se realizan hoy, de aquella plenitud de vida que Dios, a través de Cristo, ha
prometido a los hombres y al mundo, y de la que estos habían sido partícipes de manera irrevocable,
escatológica y definitiva.

Y a su vez esa plenitud, como percibida y recibida sacramentalmente en la realidad donada de los
símbolos, se expresa también y desarrolla como signo sacramental dirigido al Padre, en una doxología
eucarística sacramental que reflexiona y agradece, en una apropiación eclesial y personal.

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Todo depende de que los sacramentos se experimenten y comprendan de nuevo como los gloriosa
commercia (con diversas configuraciones) de la vida personal que mana eternamente de Dios (Padre),
y que el hombre ha de apropiarse por la palabra y el espíritu divinos, aceptándola personal y
eclesialmente, y dándole una respuesta de gratitud; de una vida que así se desarrolla «entre» Dios y el
hombre «por medio» de los sacramentos (y de otras acciones) como reales símbolos personales y
actuales.

Por el hecho de lo acontecido en Cristo, toda comprensión del ser y de la vida debe desarrollarse a
partir de él por la fe. Así resulta el conocimiento teológicamente fundamental de que toda realidad del
ser creado (del «natural» y del «sobrenatural»), ya por la →palabra de Dios – a partir del Padre y en
el Espíritu Santo-, está constituida hacia ella y, puesto que existe en la palabra, debe ser comprendida
como palabra (por participación) y, en cuanto tal, como «proclamación» y «símbolo» (bajo
modalidades diversas) de lo otro o del otro, y así en último término de Dios (cf. Sal 8 y 19 entre otros).

El « hecho de Cristo» significa además el misterio de la redención, el cual presupone la creación, la


gracia original y el pecado en el horizonte histórico-salvífico.

Puesto que la salvación escatológica ha sido efectuada por la encarnación del Hijo de Dios en la carne
pecadora, por la cruz y la resurrección de Jesucristo, y ha sido prometida y concedida irrevocablemente
a la humanidad y al mundo, en consecuencias los sacramentos, como acción salvífica así realizada y
como símbolo real actual, que explica y representa el efecto de la resurrección salvadora también
participan necesariamente de la «necedad de la cruz» (1 Cor 1, 23) y de la «fuerza y sabiduría de
Dios» (1 Cor 1, 24), que se atestigua y actúa en la «debilidad de Dios» (1 Cor 1, 25), es decir,
participan de la promesa y apertura ahí escondidas – pero accesibles a la fe por la benevolencia divina-
del sentido y del ser contenidos en la vida dada por Dios para el tiempo de la Iglesia y para el eón
venidero, vida que en la resurrección del Señor ha sido concedida definitiva y escatológicamente a su
Iglesia.

La visión, ganada a la luz de Jesucristo, de la plenitud del misterio de la creación y de la redención


como autocomunicación de Dios, histórica y escatológica, que fundamenta y consuma, es capaz de
impedir, en principio, todos los enfoques unilaterales y malentendidos por los que se ve amenazada una
y otra vez la teología de los sacramentos:

un dualismo de «→naturaleza y gracia»;


un mecanicismo o materialismo pseudosacramental y mágico de la salvación;
un espiritualismo inhumano y nada divino, porque es hostil al cuerpo y al mundo;
un materialismo pagano del mundo presente;
una rivalidad no cristiana entre la palabra de la proclamación (evangelio) y los sacramentos;
un sacramentalismo exagerado, el cual olvida que los sacramentos no son las únicas realizaciones
personales y eclesiales de vida en las que Dios se promete y comunica salvíficamente a los hombres
por medio de Jesucristo, pues hay también otras maneras semejantes e imprescindibles de signo y de
mediación de Dios configuradas por Jesucristo, como p. ej., la sagrada Escritura, la predicación, la
ayuda a los necesitados (Mt 25, 31-46) y las demás obras de misericordia.

2. Líneas fundamentales de una concepción teológica de los sacramentos

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Según se desprende de las reflexiones precedentes, partiendo de una base ontológico-teológica e
histórico-salvífica suficientemente amplia, en la comprensión teológica de la realidad simbólica de los
sacramentos, el hombre de hoy, en principio, ya no puede encontrar más obstáculos que los ineludibles
para la fe cristiana en general, con tal de que no se hagan recortes apriorísticos en el esclarecimiento
cristiano de la realidad.

a) A pesar de los inconvenientes evidentes que dificultan al hombre de hoy un conocimiento imparcial
y una valoración de la realidad simbólica o sacramental de la Iglesia, no obstante, él puede hallar
puntos de apoyo antropológicos para una comprensión de los sacramentos, tal como responde la fe
cristiana.

Un primer punto de apoyo sería el conocimiento -todavía hoy ineludible- de la posibilidad y necesidad
originariamente humanas, experimentables en todas partes (porque en forma consciente actúan
permanentemente), de «expresarse» a sí mismo ante los demás.

El propio ser personal, los propios pensamientos y estímulos de la voluntad, para poder existir
necesitan expresarse en uno mismo y en «otro». Así el alma existe en su esencia «propia» en cuanto se
corporaliza y acuña en «su» cuerpo como su «otro», y precisamente así es ella misma y hace existente
y operante su esencia.

Algo semejante puede decirse sobre las actitudes anímicas o espirituales, que sólo son reales y se hacen
operantes en cuanto se expresan en gestos y palabras y acuñan otra cosa. Con esto queda indicado lo
que en un sentido auténtico y amplio significa «→símbolo».

En una visión más profunda se pueden reconocer, además del cuerpo, toda una serie de tales símbolos
que pertenecen simplemente a la esencia concreta del hombre y que sirven de facultades propiamente
humanas de expresión, como las distintas posiciones corporales, el «lenguaje» de las manos y del
rostro, la palabra, que designa, contiene y hace operante la persona.
Hemos de reconocer también que el commercium interpersonal y las actitudes personal-colectivas se
expresan tomando cuerpo en múltiples formas, de modo que solamente se hacen realidad auténtica
cuando están configuradas por la comunidad de muchos.

La mirada a la historicidad del hombre permite reconocer además símbolos o autoexteriorizaciones de


una persona o de una comunidad surgidos históricamente, los cuales han sido fijados por la voluntad
humana y, por tener un carácter iterpersonal, son reconocidas como vinculantes, sobre todo cuando
muestran estructuras universales del hombre.

Otro punto de apoyo para la comprensión de los sacramentos puede ser el conocimiento de la
peculiaridad y singularidad de determinados actos de la vida, de determinados días y momentos de la
misma que pertenecen ineludiblemente al hombre y a su existencia, y que, como tales, bien en sí
mismos, o bien a manera de representación conmemorativa, son operantes en cada hoy, p. ej.:
nacimiento, muerte, comida, diálogo, matrimonio, familia e instituciones sociales, con sus servicios y
potestades que han de configurarse en cada caso.

Se puede mostrar que las acciones sacramentales particulares de la vida eclesial corresponden a tales
configuraciones de la vida natural del hombre que se actualizan en las acciones particulares, aunque sin
confundirse plenamente con ellas.

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A todos los símbolos y configuraciones mencionados, en los que se hacen reales y eficaces la vida y la
existencia humanas por cuanto se expresan en «otra cosa» es común el hecho de que, a pesar de toda la
positividad de su forma y contenido concretos, se apoyan en estructuras fundamentales del hombre, las
cuales vienen dadas ineludiblemente con el ser humano como tal, por fundarse en la constitución
espiritual-corporal del hombre y, por tanto, en la «positiva» voluntad creadora de Dios.

b) A estos posibles puntos de apoyo para la comprensión actual de los sacramentos se añaden datos
fundamentales de la historia (especial) de la revelación y de la salvación, y, por cierto, como algo
históricamente «nuevo» que se debe a la acción creadora de Dios.

Una vez conocida la →revelación (especial) y con ello la autocomunicación salvífica del Dios único y
trino que dispone benignamente todo ser y vida, en principio queda abierto también el acceso a las
formas «positivas» y explícitas de autocomunicación divina, que Dios ha puesto libre y creativamente.

Desde un punto de vista concreto e histórico hay que ver como fundamentación de toda la especial
acción salvífica de Dios el establecimiento del pacto con su pueblo, Israel, pacto histórico que Dios
instituyó de manera singular, irrevocable y libre, y que debe ser aceptado, disfrutado y respondido por
el hombre.

En virtud de ese pacto Israel, en calidad de pueblo de Dios, fue instituido como signo (de salvación)
entre los pueblos: toda salvación viene de los judíos (cf. Jn 4, 22; Rom 9, 11). Este pacto está
fundamentado, cumplido y sellado por encima de los tiempos en el cordero pascual (en el primero y en
el de cada año).

Este rito, lo mismo que otros «ritos» salvíficos del AT ordenados a él, a la luz del NT, aparecen como
«sacramentos» precursores, que tendían a la plenitud de la acción escatológica y definitiva de Dios en
la alianza nueva y eterna.

Así como los sacramentos veterotestamentarios fueron para Israel, es decir, para cada israelita,
concreciones salvíficas siempre actualizadas «hoy», conmemorativas y prognósticas, de la anterior
promesa de Dios, acreditada en las acciones salvíficas particulares (p. ej., en la liberación del pueblo de
la esclavitud en Egipto), así también en los sacramentos neotestamentarios está como base la plenitud
consumada, victoriosa y escatológica de la comunicación de Dios mismo en Cristo.

Precisamente esta culminación histórica e irrepetible (porque está consumada escatológicamente) de la


historia de la salvación y, con ello, la absoluta comunicación de Dios mismo, en su manera de darse
tiene el carácter divino de palabra y de «símbolo» radicalmente originales, que fundamentan todas las
formas «sacramentales» (en sentido estricto) y todas las demás formas de mediación.

Esa culminación se ha dado por la palabra una y perfecta en la que él de tal modo se pronuncia en otro
a sí mismo como autor de todo ser y de toda vida, que por ello este otro se llama Hijo de Dios, y él
mismo se llama Padre (ambas cosas en el sentido consumado del NT).

Y a la vez el mutuo «ser con» y «para» del Padre y del Hijo en su vida interpersonal constituye un
«otro» divino y personal, el Espíritu Santo, como «expresión» del amor personal y divino.

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Esta realidad originaria de vida comunicada plenamente en el commercium divino del amor realizado
personalmente, que tiene un fruto personal y que se manifiesta perfectamente en el otro, ha sido
prometida y concedida en forma consumada y escatológica a la humanidad y al mundo en Jesús, el
Logos-Dios encarnado.

El hombre Jesucristo, instituido por Dios en virtud de la unión hipostática como mediador humano-
divino, como el único mediador, es así por antonomasia el único sacramento originario y personal de
Dios y el hombre.

Por el Espíritu Santo como divino «con» y «para» personales, que habita en Cristo con plenitud
divina, está en él como hombre el Espíritu en su mediación originaria, es decir, la prenda y el «alma»
presente y operante en toda vida, que desde Dios brota eternamente hacia la humanidad y el mundo, y
que se pronuncia a sí misma «en» y «por» «otro», precisamente en el Espíritu y en sus «gemidos
inenerrables» (Rom 8, 23-27), y lo hace por medio de la palabra encarnada, llena de Espíritu, dirigida
al Padre en respuesta agradecida.

Esta comunicación absoluta de Dios mismo estaba y está ligada a la manera de existir del Logos
encarnado de Dios. Para que dicha comunicación llegara personal e históricamente a todo hombre,
Cristo tuvo que irse (cf. Jn 16, 7).

Dios quiso hacer divina y eterna la mediación de Cristo, exaltándolo por la resurrección y dándole la
plenitud del poder divino, a fin de que Cristo comunicara a «otro» su Espíritu como prenda y principio
de vida, y ese otro es su «cuerpo» y «plenitud».

El otro así configurado, vivificado por el Espíritu, es la Iglesia, el «pueblo de Dios» escatológico, que
el Padre, por medio de Cristo, ha instituido como signo y sacramento originario. Esta Iglesia así
entendida, en su condición de «cuerpo» de Jesucristo, el eterno y sumo sacerdote poderosamente
exaltado, realiza en numerosos actos y manifestaciones de vida lo que, por ser «sacramento en Cristo»,
le ha encargado él, que es su cabeza.

c) Desde este enfoque, en que la Iglesia es entendida como pueblo de Dios (Padre) y cuerpo de
Jesucristo vivificado por el Espíritu Santo, la cuestión de la Institución de los sacramentos coincide
con la de la institución de la Iglesia por Jesucristo.

Lo mismo que en lo referente a la Iglesia, con relación a los sacramentos, Jesucristo debe ser entendido
como mediador que cumple la voluntad del Padre. Así la Iglesia y los sacramentos aparecen anclados
de manera igualmente fundamental en la voluntad de Dios (Padre).

Y lo mismo la Iglesia que los sacramentos, están ahí (han sido instituidos) y son posibles como actos de
vida en la medida y plenitud en que lo acontecido en Cristo ha experimentado su consumación.

En consecuencia, tanto la Iglesia como los sacramentos quedan instituidos de manera plenamente
válida y con virtud operante cuando Jesucristo ha cumplido su obra salvífica y ésta ha sido aceptada y
confirmada por el Padre, a saber, «después» de la resurrección y misión del Espíritu.

Solo si se ve de esta manera, está en su debido horizonte el tema de la «institución» de los sacramentos
«por» Cristo.

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E igualmente puede ponerse de manifiesto en qué medida los sacramentos (en su forma concreta de
cada momento histórico) participan del misterio de Cristo o del Señor glorificado: son siempre la
realización actual de la vida dada a la humanidad y al mundo en la singular acción salvífica de
Jesucristo, de una vida que, conmemorando y anticipando, proclamando y esperando el misterio de
Cristo, se prepara para aquella consumación escatológica en la que la Iglesia, edificada definitivamente
como cuerpo perfecto de Cristo, por medio de él, su cabeza, en acto de agradecimiento y homenaje se
postrará como pueblo de Dios a los pies del Padre, para que así Dios sea todo en todo (1 Cor 15, 20-
28).

Los sacramentos son, pues, por un lado realizaciones de la vida de la Iglesia durante este eón: y su
eficacia ex opere operato se deduce de la consumada y victoriosa acción salvífica de Cristo, la cual, en
su poderío irrevocable, ciertamente puede ser recibida con gratitud o rechazada, pero no necesita
ningún «complemento» humano.

Por otro lado los sacramentos, lo mismo que la Iglesia, muestran un carácter esencialmente
escatológico, de manera que la plenitud de gracia dada en ellos participa y hace participar
decisivamente de la esperanza cristiana escatológica, que en la acción de cada hoy se dispone y
proyecta hacia la venida definitiva del Señor.

Así los sacramentos se presentan como símbolos actuales y personales, llenos de realidad, los cuales
han sido establecidos por Dios mediante una acción creadora y han recibido una configuración humana
e histórico-salvífica en la obra de Cristo.

Los sacramentos proceden de la Iglesia como cuerpo de Cristo y sacramento originario. Por medio de
ellos (y otras formas de mediación igualmente esenciales y acuñadas por Cristo) puede y debe
conocerse, experimentarse y gustarse qué y quién es y será Dios para los hombres como salvación suya.

Los sacramentos son signos de que Dios ha aceptado y agradecido de nuevo al hombre entero en su
constitución personal y corporal, junto con su mundo material configurado por el Espíritu; y por medio
de ellos el hombre así agraciado puede realizarse en la Iglesia a través del Verbo divino hacia el Dios
Padre en la vida eterna del Espíritu Santo.

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Preguntas sobre la salvación

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