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Instrucciones:
Lea atentamente los textos y luego cada pregunta antes de responder.
Utilice lápiz grafito y goma para borrar.
Una vez que termine revise nuevamente antes de entregar su prueba.
La prueba consta de 36 puntos al 100% y tiene 90 minutos para responderla.
- Lee atentamente cada texto y marca con una X la respuesta que te parece correcta. Al
terminar traspasa tus respuestas en los casilleros correspondientes.
Cuenta una vieja leyenda de África que hace cientos de años, por aquellas tierras, los monos se
pasaban horas contemplando la Luna. Se reunían por las noches cuando el cielo estaba despejado y
se quedaban pasmados ante su hermosura. Podían estar horas sin pestañear, fascinados por tanta
belleza. A menudo comentaban que, si vista desde lejos era tan bonita, de cerca habría de ser aún
más espectacular.
Un día decidieron por consenso que, para comprobarlo, viajarían hasta ella. Como los monos no
tienen alas, su única opción era subirse unos encima de otros formando una larga torre. Los más
fuertes se quedaron en los puestos de abajo y los más flacos fueron trepando con agilidad, hasta
formar una inmensa columna de monos. La torre parecía sólida, pero resultó no ser así. Era
demasiado alta y a los que estaban en la base les fallaron las fuerzas. El resultado fue que empezó a
tambalearse y se derrumbó. Miles de monos cayeron al suelo. Para ser más exactos, cayeron todos
menos uno, pues el que estaba arriba de todos logró engancharse con la cola al cuerno de la Luna.
La pálida Luna se echó a reír. Le parecía muy gracioso ver a ese monito tan
simpático colgado boca abajo agitando los brazos. Le ayudó a ponerse en
pie y, para darle las gracias por tan improvisada visita, le regaló un tambor.
¡El mono se puso muy contento! Nunca había visto ninguno, porque en la
tierra los tambores todavía no existían. La Luna se convirtió en su maestra y
le enseñó a tocarlo. ¡Quería que se convirtiera en un buen músico!
El mono prometió que así sería, pero durante el trayecto de bajada no pudo resistir la tentación y, a
mitad de camino, comenzó a golpear su tambor. El sonido resonó en el espacio y llegó a oídos de la
Luna que, muy enojada, cortó la cuerda. El mono atravesó las nubes y el arcoíris a toda velocidad,
cayendo en picada sobre la tierra.
¡El golpe fue morrocotudo! Le dolía hasta el último hueso y se hizo heridas importantes. Por suerte,
una muchacha de una tribu cercana lo encontró tirado junto a su tambor y, apiadándose de él, lo
cuidó en su cabaña hasta que consiguió recuperarse.
Según dice la leyenda, ese fue el primer tambor que se conoció en África. A los indígenas les gustó
tanto como sonaba, que comenzaron a fabricar tambores muy parecidos. Con el tiempo, este
instrumento se hizo muy popular y se extendió por todo el continente. Hoy en día, de norte a sur,
resuenan tantos tambores, que se dice que la Luna escucha sus tañidos y se siente complacida.
A. Acuerdo.
B. Conflicto.
C. Oposición.
D. Desacuerdo.
Panecillos de oso
INGREDIENTES:
1 taza de leche
• 100 gramos de azúcar
• 2 cucharadas de miel
• 120 gramos de mantequilla
• 40 gramos de levadura
• 4 huevos
• 550 gramos de harina
• 1 cucharadita de sal
• Manjar (para el relleno)
PREPARACIÓN:
Colegio Saint Orland N°3. Cerro Navia “Corporación de Educación Nuestro compromiso”
Taller de Lenguaje 4tos. A-B-C
7) Da forma de bola a cada porción y colócala sobre una bandeja de horno en mantequillada . Deja
las orejas separadas medio centímetro de la cabeza, y bastante separadas entre sí ya que se unirán a la
cabeza al crecer, y pueden pegarse entre ellas si las dejas demasiado cerca.
8) Deja crecer los panecillos, hasta que doblen su volumen, aproximadamente media hora más.
9) Pídele a un adulto que precaliente el horno y luego, que introduzca los panecillos en él. Deben
estar ahí por unos 7 minutos. Luego, déjalos enfriar.
Una vez que estén fríos, pídele a un adulto que les haga un pequeño corte, para que puedas
rellenarlos con manjar.
A. Con mantequilla.
B. Con huevo.
C. Con leche.
D. Con miel.
9. ¿Qué sucedería si en el paso 6 las porciones de masa se dividieran en 3 partes del mismo
tamaño?
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La cabra
A. A su suavidad.
B. A su tamaño.
C. A su color.
D. A su olor.
Se perfumaba de malvas
el viento, cuando balaba.
A. Comía.
B. Caminaba.
C. Emitía sonidos.
D. Estaba cansada.
12. Según el texto, ¿qué olor perfumaba el aire cuando la cabra balaba?
A. De albahaca.
B. De retamas.
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C. De toronjil.
D. De malvas.
A. Suelta.
B. Fresca.
C. Aburrida.
D. Agotada.
A. Con la montaña.
B. Con el campo.
C. Con el agua.
D. Con el aire.
El rey Midas
Adaptación
Hace muchos años vivió en un país muy lejano un rey que se llamaba Midas. Era muy rico y se
pasaba todo el día contemplando sus tesoros. Tenía un gran palacio y montañas de monedas de oro.
Pero nunca estaba satisfecho, siempre quería tener más y más riquezas.
Un día, en que estaba cazando por sus campos, perdonó la vida a un hermoso antílope. El antílope era, en
realidad, un mago que en agradecimiento le dijo
̶ Has sido tan bueno conmigo, pídeme lo que quieras, que te lo concederé.
El rey, como era tan avaro, sin pensarlo dos veces le pidió el siguiente deseo:
- Solo deseo una cosa: ¡que lo que yo toque se convierta en oro!
El rey salió a su hermoso jardín, lleno de flores y cogió una rosa. Al momento, la flor se convirtió en oro.
Luego, tocó la rama de un árbol y todo el árbol se convirtió en oro. Después, tocó una piedra y al
momento se convirtió en oro.
Corrió luego hacia sus campos, tocándolo todo. Y todo se iba convirtiendo en oro.
Por último, exhausto pero lleno de alegría, pidió su comida. Los sirvientes le sirvieron un enorme
banquete.
— ¡Oh, qué hambre tengo! —dijo mientras ensartaba un trozo de carne y se lo llevaba a la boca.
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Entonces, Midas se dio cuenta de que, de repente, su deseo no era tan maravilloso como había pensado;
por lo pronto, al morder la carne, ésta se había convertido en oro. Al sentirse debilitado por el temor,
buscó un jarro con agua, pero ¡ay! lo único que sus labios pudieron tocar fue el frío y duro metal. El agua
se había convertido en oro.
— ¡Mago! —Grito levantando las manos al cielo—. ¡He sido un codicioso loco! ¡Deshaz mi deseo!
¡Libérame de mi toque de oro! ¡Ayúdame!
Los sirvientes sentían pena por él, pero no se atrevían a acercársele por temor a quedar ellos también,
convertidos en oro.
Mientras todos se lamentaban, el mago apareció de pronto en el jardín del palacio. Permaneció un
momento en frente del lloroso rey, y luego dijo:
—Levántate, Midas.
El rey Midas se puso de pie con dificultad, y le suplicó que deshiciera el deseo.
—Fuiste codicioso y necio, amigo mío —dijo el mago, pero voy a perdonarte.
Ahora ve lava tus manos en el río y perderás la magia que te hace tan desgraciado.
El rey hizo lo que el mago le indicó y ¡qué maravilla! Todo volvió a ser como antes: las flores, la
comida, las piedras... Desde ese momento, Midas dejó de ser avaro y se volvió más humano,
pensando en los demás y repartiendo sus riquezas entre todos los pobres de su reino.