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Pedagogía de la Literatura

Quizá la inclusión de esta disciplina entre las Ciencias Literarias requiera una
justificación por las siguientes razones: en primer lugar, la Pedagogía de la
Literatura no suele considerarse parte del campo debido a que se considera una
actividad meramente instrumental, como si la Pedagogía se redujera simplemente
a enseñar lo que las otras disciplinan “descubren” sobre la Literatura. Todo lo
contrario, se trata de una disciplina que hace aportes sustanciales al conocimiento
de la Literatura. En segundo lugar, por el solipsismo en que suelen operar los
saberes en nuestras instituciones educativas debido a la fragmentación de la
enseñanza. En muchas ocasiones los teóricos, los historiadores y los críticos de la
Literatura toman distancia de los pedagogos por considerarlos como simples
transmisores o repetidores de saberes cristalizados.

En contra de esta lógica, vemos la Pedagogía de la Literatura como un


espacio de diálogo interdisciplinar que hace posible la instrumentación didáctica
de su objeto de estudio en sus posibilidades de contribuir de manera sustantiva a
la formación del ser humano. Sus principios y pautas no los deriva de una
pedagogía abstractamente concebida sino de las prácticas concretas de
confrontación de la teoría con los textos. Este carácter la legitima para aportar
saberes a las demás disciplinas del campo propio y de otros. Si bien su objeto de
estudio específico es la educación literaria, este forma parte del fenómeno literario
realizando así el sentido social de la Literatura.
Distintas sociedades han comprendido desde hace tiempo las potencialidades
didácticas de la Literatura. En efecto, sociedades políticamente organizadas como
Grecia basaron su sistema educativo en varias de las que hoy denominamos
obras clásicas. De hecho, Platón y Aristóteles, fundadores de las Humanidades,
ven en el estudio de textos, principalmente de la Ilíada y la Odisea, el medio más
auténtico de formación moral e intelectual de los ciudadanos; de ese modo, los
griegos se vuelven los pioneros de una potente concepción pedagógica de la
Literatura que llega, bastante debilitada, a nuestros días.

El siglo XX supuso un serio cuestionamiento a los enfoques y métodos


tradicionales de enseñanza de la Literatura cuyo efecto fue la renovación de
buena parte de estos. No obstante, la idea atomística y tecnocrática del currículo
termina por imponerse y el espacio para el abordaje de las humanidades se
reduce sensiblemente en varios países.

En el caso salvadoreño la reforma educativa de 1968, sin abandonar su


impronta conductista, incorpora novedades como la Televisión Educativa, libros de
texto más sofisticados, pero mantiene la Literatura como asignatura en el
bachillerato. Sin embargo, durante la reforma educativa de los noventa bajo un
enfoque general constructivista y uno específico para la enseñanza de la
Literatura, el enfoque comunicativo, calcado de la reforma española, mezcla (que
no integra) los campos Lengua y Literatura. A nuestro entender esta mezcla
reduce significativamente el potencial pedagógico de los textos literarios al
convertirlos en meros instrumentos del uso de la lengua.

Para los escépticos nada más queda remitirse a los resultados de la PAES en
la materia de Lenguaje y Literatura o a la corroboración empírica de una pequeña
muestra de alumnos sobre su nivel de lectura. También pueden consultarse los
resultados de un trabajo de investigación realizado sobre el papel de la Literatura
en el desarrollo del pensamiento crítico en estudiantes de educación media en el
cual se aborda detenidamente esta cuestión (Aguilar Ciciliano, 2012).
La pregunta que surge es ¿tienen alguna importancia las transformaciones
curriculares que experimenta la Literatura como saber cultural, antropológico,
social y estético sobre el ser humano? Desde nuestro punto de vista sí. Los
estudios literarios no deberían limitarse a construir modelos explicativos o postular
principios que muestren el derecho y el revés de los textos literarios. También
deberían preocuparse por explicar cómo sus hallazgos se relacionan con el aula;
cómo pueden enriquecerla y enriquecerse con ella.

Hay dos razones que conducen a esta conclusión: uno,

1. la escuela es uno de los principales espacios de socialización y de


aproximación de las personas al hecho literario y a las obras. De ahí
que en países como el nuestro, buena cantidad de estudiantes, una vez
salen de bachillerato nunca más volverán a tener un encuentro ni
siquiera ocasional con los textos literarios.
2. Dos, si las Ciencias Literarias llevan años ocupándose de la Literatura
como su objeto de estudio es lógico que haya dentro de ellas una
disciplina que se interese en cómo se lee en la escuela; de las
condiciones, los principios pedagógicos, las mejores estrategias para
abordarla, y de instrumentar todo su complejo repertorio conceptual y
categorial de manera adecuada y enseñable. Una disciplina que articule
los saberes literarios de orden teórico, histórico y crítico al currículo en
sus distintos niveles de concreción. Que se ocupe de su tratamiento
pedagógico y didáctico1.

1
Una aproximación interesante a estos asuntos la encontramos en un libro editado por José Antonio Álvarez
Amorós titulado Teoría Literaria y Enseñanza de la Literatura (2004). Barcelona: Otro texto esclarecedor es
La Literatura como Exploración (1938/2002) de Luise M. Rosenblat. México: Fondo de Cultura
Económica.
En este punto López Casanova y Fernández (2005) después de hacer un
diagnóstico no muy alentador de la enseñanza de la Literatura en Argentina,
verifican la intrincada relación de solidaridad entre la Pedagogía Literaria y las
demás disciplinas de las Ciencias Literarias. Dicen:

Si la organización y el abordaje del objeto literario fallan ahí donde


no se tiene en cuenta su epecificidad, resulta claro que lo que se
requiere es una didáctica que reúna el conocimiento sobre el objeto
a enseñar con el de los modos de enseñarlo. Esos modos no deben
prevenir – solamente- de las ciencias de la educación [pues] la
Teoría Literaria debe ser directriz porque es desde ahí donde
puede entenderse lo propio del objeto (pág. 31).

En resumen, si la Teoría Literaria contribuye al desarrollo de categorías,


principios e hipótesis generales; si la Crítica Literaria genera pistas sobre las ideas
objetivadas en las obras concretas; si la Historiografía Literaria desarrolla criterios
y procedimientos para situar las obras en su historicidad, contexto de producción y
de recepción, y si la Literatura Comparada despliega métodos y estrategias
propias del estudio comparado de distintas literaturas nacionales o regionales, la
Pedagogía Literaria aporta herramientas pedagógico-didácticas orientadas al
tratamiento de los textos literarios a partir de sus rasgos distintivos esenciales. En
este sentido se justifica su inclusión en el modelo, aunque para gusto de otros
estudiosos se trata de una disciplina fronteriza. Quizá este sea el momento de que
las Ciencias Literarias vayan a la escuela.

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