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3 ¿Los primeros templos eran iguales a los más actuales? ¿Por qué?
5 ¿Cómo eran los templos griegos? ¿Cómo eran sus plantas? ¿Por qué eran así?
Hay templos dedicados a las divinidades tutelares de la comunidad política: el templo griego, de
una estructura arquitectónica claramente definida desde muy antiguo y que va tendiendo hacia
lo alto y lo majestuoso con el desarrollo económico y artístico de la polis, se basaba también en
la idea de delimitación conceptual del espacio. Era un territorio consagrado (temenos) o
delimitado, o más bien «recortado» (del verbo temno) de la comunidad humana, donde se
rendía culto a los dioses: en principio en un simple altar, luego completado por una estructura
con columnas rudimentarias y tejado a dos aguas, progresivamente enriquecida y mejorada a
medida que los griegos fueron prosperando. La presencia de un templo como morada de la
divinidad no era imprescindible en el temenos y sin embargo muy pronto aparecen, a partir de
la época de los poemas homéricos, los primeros templos monumentales en piedra, siguiendo los
órdenes arcaicos, como elemento de identidad colectiva de la ciudad en torno a su divinidad
protectora y a la empresa común de la construcción de su hogar. Conocemos poco del origen del
templo griego y del paso de los santuarios al aire libre, con sus opuestos subterráneos, los
santuarios en roca o grutas —que reflejan cierta taxonomía de la religión griega— en la
configuración del espacio sagrado. En su etapa formativa, que coincide básicamente con la de la
polis entre 1100 y 800 a.C., se empieza a concebir el templo no como lugar de culto para los
fieles, sino como morada del dios. El yacimiento de Lefkandi, en Eubea (siglo x a.C.), tiene
atestiguado uno de los primeros edificios monumentales de culto. Un exvoto del Heraion de
Argos del siglo VIII a.C. guardado en el Museo Nacional de Atenas con forma de templete de
estilo posgeométrico ilumina acerca de cómo podrían haber sido estos primeros templos, con
un porche de entrada, sujeto por dos columnas, y un techo plano sobre el que se levanta un
tejado a dos aguas, anticipando los primeros templos arcaicos. Entre estos hay que mencionar
el hekatompedon o templo de cien pies, como medida sagrada, de Hera en Samos (hacia 800
a.C.), estrecho y rodeado de columnas, que se convertirán en el armazón estético del helenismo.
Entre los siglos VII y VI a.C. toman forma los dos grandes órdenes arquitectónicos, dórico y jónico,
y empiezan a construirse templos que sirven como legitimación política y propagandística de
regímenes de diversas poleis, de signo oligárquico o tiránico. Todas las ciudades que se
enriquecen y pueden costear estos edificios realizan un programa de promoción del culto
religioso y cívico a través de las construcciones de templos. Se potencian también los santuarios
panhelénicos con edificios financiados por cada ciudad para mayor gloria de sus ciudadanos.
Cada ciudad griega, desde la Grecia continental a la Magna Grecia, competirá por construir
templos de grandes dimensiones en honor a sus deidades y colmarlos de tesoros. Así sucede con
los templos de Hera en Argos (el Heraion, uno de sus templos más célebres), en Olimpia o en
Paestum, el de Atenea en Atenas (el hekatompedon de la acrópolis y el prepartenón) o los
templos de Ártemis en Corfú o Éfeso (figs. 10 y 72). El santuario monumental de la deidad tutelar
era un eficaz elemento para crear una identidad para la polis e incluso para ejercer un control no
solo simbólico sino también efectivo sobre ciertos territorios del Hinterland: además,
configuraba el marco del espacio público griego de una manera polivalente. Los templos
funcionaban también como frontera, y había santuarios en las zonas extraurbanas, de periferia
o limítrofes que servían como elemento de cohesión de la comunidad política y a la par
delimitaban su territorio frente a otros griegos o frente a los bárbaros, como se ve en ejemplos
como el templo de Hera en Samos, el Heraion de Argos o el santuario de Apolo en Claros o
Dídima, este último de alta carga simbólica frente a los persas. Los mitos de adjudicaciones de
dioses a cada ciudad griega son reveladores a ese respecto, en la medida en que resultan
definitorios para la formación de la identidad de la comunidad política. Es muy conocido, por
ejemplo, el mito de la disputa entre Poseidón y Atenea por el patronazgo de Atenas, en los
tiempos míticos en que los hombres se organizaban en ciudades. Poseidón y Atenea, con Zeus
como mediador, compitieron por ver cuál sería el patrono del Ática ofreciendo un regalo cada
cual: Poseidón hizo brotar un manantial salado en la Acrópolis y Atenea un olivo, que fue
preferido por la ciudad y los dioses finalmente, conviertiéndose así en el símbolo de Atenas.
Poseidón, como dios marino y poco de fiar, se disputó otras ciudades, perdiendo casi siempre
ante otras divinidades: Corinto ante Helios —aunque conservó poder sobre el istmo—, Naxos
ante Dioniso, Egina ante el propio Zeus, Argos ante Hera. En este último caso, Poseidón,
enfurecido, maldijo toda la región de Argos y secó sus fuentes y ríos. Tanto en el mito como en
la historia, en cualquier caso, el culto a los dioses olímpicos es fundamental para la identidad
helénica y sus templos, santuarios o terrenos consagrados —desde prados santos a ríos o
manantiales— delimitan el espacio conceptual de la polis.
Por cuanto respecta a los extranjeros, hay que tener por extremadamente sagradas las
relaciones con ellos, pues casi todo lo hecho por ellos o contra ellos está mucho más incurso en
la venganza divina que lo tocante a los ciudadanos entre sí. Y ello porque el extranjero, carente
de amigos y de parientes, inspira una mayor compasión a hombres y dioses, y así el que es capaz
de protegerlos despliega un celo mayor en su ayuda, y quien resulta especialmente capaz de ello
no es otro que cada uno de los distintos genios y dioses de la hospitalidad que acompañan a
Zeus. Mucho, pues, debe ser el cuidado con que todo el que tenga la más mínima prudencia
procurará llegar al final sin haber cometido en su vida ninguna falta contra los extranjeros.
Como se ve, la religión griega se configura como un complejo entramado de mito y rito, de esfera
pública y privada, de visibilidad e invisibilidad. Las poleis honraban a los dioses con grandes
festivales, santuarios y templos monumentales en un ritual público, mientras que los particulares
realizaban sus actos de devoción en paralelo a los anteriores y con los mismos rituales, en
privado, que las grandes manifestaciones religiosas cívicas. El tránsito entre la esfera de lo
colectivo y de lo individual se producía bajo la mirada de la todopoderosa deidad, presente en
las vidas pública y privada. El carácter identitario de la religión griega, como se ha dicho, enlaza
de forma indisoluble la práctica religiosa con la política de cada ciudad, sin hacer distinción entre
los asuntos de estado y los asuntos de los templos. El ejemplo de los sacrificios y purificaciones
que precedían a la asamblea política ateniense es clave. Los que eran reputados como enemigos
de las creencias tradicionales podían incurrir en un delito contra el estado, pues se quebraban
las normas de convivencia de la ciudad y se hacía peligrar su seguridad al atentar contra los
dioses patrones de la comunidad política, garantes de su buena marcha. Por ello no sorprende
que hubiera varios procesos contra destacados filósofos que pusieron en duda, aunque fuera
retóricamente, las creencias de la ciudad. Ya se ha mencionado el célebre caso de Sócrates, que
murió condenado por la ciudad en 399 a.C. por «no creer en los dioses que reconoce la ciudad,
tratar de introducir nuevas divinidades y corromper por ello a los jóvenes». También, antes que
Sócrates, otros pensadores habían sido procesados por delito de asebeia («impiedad»), como
les sucedió a Anaxágoras de Clazómene, amigo y maestro de Pericles, Protágoras de Abdera y
Diágoras de Melos. Más tarde, el propio Aristóteles se arriesgó a un proceso de este tipo, pero
abandonó Atenas a tiempo, cuando el descontento con los simpatizantes de Macedonia
comenzaba a cundir.
BIBLIOGRAFIA
HERNANDEZ DE LA FUENTE, David Civilización griega
ROBERTSON, D. Arquitectura griega y romana.