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historia, la filosofía, la geografía, la psicología, el arte, la arquitectura, la sociología, la política,

la literatura, la antropología y el derecho

Son numerosas las definiciones que se han formulado sobre la ciudad dependiendo del
elemento constitutivo sobre el que se fijara la atención. Unos autores han destacado el
elemento material (la pavimentación, el cierre amurallado, los equipamientos), mientras que
otros han atendido a las relaciones sociales o a visiones utópico-filosóficas del fenómeno
urbano.

Con carácter general, los estudiosos han venido distinguiendo las ciudades según dos
criterios: las épocas en las que se han consolidado (criterio histórico) y el tipo de cultura en
que éstas se han desarrollado (criterio antropológico). Desde estas perspectivas se suele
distinguir entre la ciudad antigua, la ciudad medieval, la ciudad barroca o, la ciudad
precolombina, la ciudad islámica, la ciudad anglosajona, la ciudad mediterránea, etc.

En su acepción vulgar, el término ciudad hace referencia a aglomeraciones humanas que


realizan actividades distintas de las agrarias. Aquí, la distinción entre ciudad y campo, de
amplia tradición en el pensamiento urbanístico, se establece en función del tipo de
actividades. Por un lado están las actividades relacionadas directamente con la agricultura
que se desarrolla en los núcleos rurales y, por otro, las actividades distintas de las agrarias
(industria, servicios, etc.) que tienen lugar en los núcleos urbanos donde las relaciones
humanas son más refinadas y complejas, y el aparato administrativo del Estado está más
cerca del ciudadano.

La Geografía humana, a la hora de estudiar el fenómeno urbano, pone de relieve aspectos


como la organización social, los índices de población, el tipo de cultura o la especialización
funcional. Por su parte, la Sociología, sin desdeñar estos elementos, centra el estudio de la
ciudad en las causas que dan lugar a las transformaciones o cambios sociales que se
producen en el mundo urbano.

El ordenamiento del espacio debía ser coherente con la cosmogonía y la


orientación astrológica de cada cultura.

en el siglo III a.C. se elaboró en el mundo griego la célebre lista de


las Siete Maravillas de la Antigüedad. El catálogo experimentó algunas
variaciones a lo largo del tiempo, pero uno de los monumentos que
nunca faltó fue el templo de Ártemis en la ciudad de Éfeso, en la costa
de Asia Menor (la actual Turquía). De hecho, para algunos autores la más
impresionante de las siete maravillas era justamente la de Éfeso.

Así, en el siglo II a.C. el poeta Antípatro de Sidón escribía: "La muralla


accesible a los carros de la rocosa Babilonia y el Zeus del Alfeo (en
Olimpia) he contemplado; y los Jardines Colgantes [de Babilonia] y el
Coloso del Sol (en Rodas); y el descomunal trabajo de las altas
pirámides [en Gizeh, Egipto] y la extraordinaria tumba de Mausolo (en
Halicarnaso); pero cuando vi la mansión de Ártemis alzándose hasta las
nubes, aquéllas palidecieron y me dije: 'Mira, aparte del Olimpo, el Sol
no ha contemplado nada parecido'

Quienes lo contemplaron consideraban que el templo


de Artemisa superaba "a todas las construcciones
humanas" o que "el Sol no ha contemplado nada
parecido".

ntípatro no fue el único en extasiarse. En el siglo II d.C., el viajero griego


Pausanias escribió a propósito del santuario: "Tres cosas contribuyen a
su fama: la magnitud del templo, que supera a todas las
construcciones humanas, el esplendor de la ciudad de Éfeso y el
renombre de la diosa". Por desgracia, hoy quedan muy escasos restos
materiales de aquel monumento, y las fuentes antiguas transmiten una
información muy parcial y teñida a menudo de elementos legendarios.

El templo fue construido por el arquitecto Quersifronte de Cnosos,


que inició las obras con la ayuda de su hijo. Pero fueron dos arquitectos
locales, Demetrio y Peonio, quienes lo terminaron siguiendo los planes
de construcción que Quersifronte había dejado por escrito. En época
romana, el escritor y naturalista romano Plinio el Viejo indicó las
enormes proporciones del templo –115,1 metros de largo por 55, 1
metros de ancho– que superaba a todos los conocidos hasta entonces, y
dijo que su construcción llevó 120 años. En el templo se alzaban nada
menos que 127 columnas, un verdadero bosque inspirado en los
grandes templos de Egipto que posiblemente el arquitecto Quersifronte
había visto. La construcción de un monumento de estas dimensiones
representó todo un desafío para la ingeniería de la época.

https://explorandoelmundo.com/2015/11/18/visitando-ciudades-
legendarias-de-turquia-troya-pergamo-y-efeso/
El Artemisio, como se denominó el templo, fue en su tiempo una institución muy poderosa. El
terreno a su alrededor estaba marcado con mojones que indicaban que era propiedad de la diosa,
por lo que era inviolable y en él se aplicaba el derecho de asilo. Asimismo, el templo poseía
extensas propiedades rurales y numerosos esclavos, y como estaba protegido por su carácter
sagrado funcionaba como un banco: custodiaba depósitos, cambiaba moneda y hacía préstamos.
Sabemos que el filósofo Heráclito, que era natural de Éfeso, depositó allí su libro buscando la
seguridad que ofrecía.

La diosa, conocida como Ártemis o Diana Efesia, aunaba en sí misma elementos griegos y
orientales. Su estatua de culto mostraba unas hileras de protuberancias en el torso que se han
tomado tradicionalmente como senos (en relación con su carácter de diosa madre), pero que
actualmente se interpretan como testículos de toro, un elemento que se ofrecía a la diosa en
sacrificio y que tiene que ver también con la fuerza generadora. Una vez al año la diosa salía en
procesión a contemplar sus dominios, según la costumbre oriental.

Incluido en la lista de maravillas, el Artemisio atrajo a un turismo


religioso que debió de ser también una gran fuente de ingresos para la
ciudad. Sabemos que los plateros de Éfeso se ganaban la vida
fabricando pequeñas réplicas de la estatua y del templo de Ártemis para
los numerosos peregrinos. Cuando el apóstol cristiano Pablo de Tarso se
afincó en la ciudad y predicó que no eran dioses los que estaban hechos
con las manos de los hombres, los plateros provocaron un motín al grito
de «Grande es la Ártemis de los Efesios».

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