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Sebastián Escudero Sexualidad

INSTITUTO CATÓLICO SUPERIOR


CARRERA: Psicopedagogía
ESPACIO CURRICULAR: Teología I – Pastoral Familiar
CURSO: Primer año
PROFESOR: SEBASTIÁN ESCUDERO
NÚMERO DE HORAS SEMANALES: 3 (TRES) HORAS
UNIDAD Nº 3: LA PASTORAL FAMILIAR

1. EL A B C DE LA SEXUALIDAD

Lo primero que considero necesario aclarar a la hora de hablar de


sexualidad es que existen tres principios que son fundamentales y que
constituyen la base de la sexualidad cristiana:
A: El sexo es muy bueno
B: Con el pecado original quedó herida la sexualidad
C: Con la redención de Jesús la sexualidad fue ennoblecida

A: El sexo es muy bueno


El sexo es una invención de Dios, es él el que creó el sexo. La Biblia
enseña que desde el principio Dios pensó en el sexo como algo conveniente y de
bendición para los seres humanos: “Dijo Yahvé Dios: “No es bueno que el
hombre esté solo; le haré una ayuda adecuada” (Gen 2, 18). Vemos que la
diferencia de sexos es querida por Dios; todos los seres humanos somos seres
sexuados, nadie escapa de esta realidad, somos varones o mujeres, y el sexo que
tenemos determina nuestra conducta y nuestro modo de enfrentar la vida.
En el otro relato de la creación podemos observar cómo el escritor
bíblico, inspirado por el Espíritu Santo, va recorriendo una a una las obras de
Dios en el transcurso de seis días. Al final de cada día de la creación dice: “Y vio
Dios que todo esto era bueno” (Gen 1, 12.18.25). Sin embargo, luego de crear al
hombre y a la mujer dice: “Dios vio que todo cuanto había hecho era muy
bueno” (Gen 1, 31). ¿Sabes por qué? Porque el hombre y la mujer son queridos
por Dios, y son el sentido de la obra de Dios. Dios se complació en crear al ser
humano como un ser sexuado: “Y creó al ser humano a su imagen. A imagen de
Dios lo creó. Varón y mujer los creó” (Gen 1, 27). Más aún, Dios los bendijo con
el don de entregarse mutuamente a través de las relaciones sexuales.
Cuando en mis conferencias o prédicas sobre este tema pronuncio esto,
mucha gente se queda asombrada, se escandaliza de estas palabras; pero sin
embargo, eso es lo que está diciendo la Palabra de Dios cuando declara: “Dios
los bendijo, diciéndoles: “Sean fecundos y multiplíquense”” (Gen 1, 28). Y es
evidente que Dios les está indicando que se unan sexualmente; pues ¿de qué
otra manera pueden ser fecundos y multiplicarse sino a través de las relaciones
sexuales? No es con miradas, ni por simplemente desearlo. Existen ciertas
especies en la creación de Dios que no necesitan del otro sexo para reproducirse,
tienen una reproducción asexual; tal es el caso de las esponjas, las amebas, etc.
Pero en su sabiduría Dios creó a los seres humanos con una reproducción
sexual; porque le pareció maravilloso que de la unión de dos personas que se
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aman nazca la vida humana. Por eso dice la Biblia que los bendijo, es decir, que
las relaciones sexuales son una bendición de Dios. Claro que dentro del orden
por Él establecido, es decir, el matrimonio.
Y más aún, tener relaciones sexuales en el matrimonio se convierte en
una orden, en un mandamiento…el primer mandamiento que le da a la raza
humana. Siempre, al predicar este tema a mis alumnos, les pregunto “¿Cuál es
el primer mandamiento que Dios nos dio?” Y todos concluyen en lo mismo:
“Amar a Dios sobre todas las cosas”. Pero esa no es la respuesta correcta; el
primer mandamiento es “Sean fecundos y multiplíquense”; esas son las
primeras palabras que Dios le dirige al hombre antes que cualquier otra cosa.
Porque Dios lo considera algo maravilloso; algo muy bueno.

Las dos dimensiones del matrimonio


Cuando la sexualidad humana es vivida en el marco matrimonial implica
una doble dimensión: la unitiva y la procreadora. La dimensión unitiva se
refiere a que el primer fin de la sexualidad en el matrimonio es la unión y el
amor entre los cónyuges. Y el segundo fin, prácticamente inseparable del
primero es la apertura a la vida. Estas dos áreas, la afectividad y la paternidad,
son dos tareas ineludibles por lo tanto dentro del matrimonio.
Durante muchos siglos la tradición ha insistido en la primacía de la
procreación de forma exclusiva por sobre la dimensión unitiva. Pero esto es un
error grave. Colocar la procreación como el primer fin del matrimonio es pensar
que Dios quiere de nosotros unas simples máquinas reproductoras. Esto podría
darse si nuestro dinamismo del sexo estuviera regulado de manera instintiva,
como sucede en el mundo animal. Pero nosotros, los seres humanos, tenemos el
don maravilloso de la libertad, que nos permite disfrutar del sexo en el marco de
un amor auténtico, y no siempre buscando la procreación como fin inmediato.
El Magisterio de la Iglesia se expresó sobre esto de manera tajante en la
encíclica de Pablo VI “Humanae vitae”, publicada en el año 1968, y en la cual
expresa clara y explícitamente que los dos significados del acto conyugal son: “el
significado unitivo y el significado procreador” (nº 12). Vemos por tanto el
lugar que le da la Iglesia al sentido procreador: secundario respecto al unitivo.
Invirtiendo de este modo la tendencia que durante muchos siglos se le dio a la
procreación en el acto conyugal.
No obstante, ambos sentidos son inseparables. A tal modo es así, que
cualquier desequilibrio que se produzca entre ambos sentidos va en contra de la
finalidad del matrimonio. Para ser más claros: tener relaciones sexuales en el
matrimonio para tener hijos, pero sin tener amor, nos convierte en máquinas
reproductoras. Y tener relaciones con amor, pero sin querer tener hijos, es
hacernos “árbitros” y “señores” de la vida. Debemos tener en cuenta
indispensablemente ambas dimensiones si queremos hacer la perfecta voluntad
de Dios para nuestras vidas.
Muchos matrimonios olvidan que deben ser “administradores” de la vida
humana, y no “árbitros”, “dueños” ó “señores”. Aquí radica la razón por la cual
el aborto y el uso de anticonceptivos (preservativos: condones, píldoras,
pastillas; D.I.U.: Dispositivos Intra Uterinos, ligadura de trompas, vasectomías,
etc.) pueden atentar contra la vida humana, usurpando el lugar de Dios,
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quien es el único dueño y Señor de la vida en todas sus etapas, incluida


la etapa de planificación de la vida. “Todo acto matrimonial debe quedar
abierto a la vida” (Cf. HV, Nº 11; Pío XI, Enc. Casti Connubii, 1930).
Surge aquí el polémico debate acerca de ¿Cómo hacer entonces para
tener una vida sexual saludable sin tener hijos como un conejo? Más aún
cuando el matrimonio no está en condiciones psicológicas, económicas o de
cualquier índole para poder tener numerosos hijos. Y a esta pregunta, el
Magisterio da una respuesta categórica:
“Si para espaciar los nacimientos existen serios motivos, derivados de
las condiciones físicas o psicológicas de los cónyuges, o de circunstancias
exteriores, la Iglesia enseña que entonces es lícito tener en cuenta los ritmos
naturales inmanentes a las funciones generadoras para usar del matrimonio
sólo en los periodos infecundos y así regular la natalidad sin ofender los
principios morales que acabamos de recordar.

La Iglesia es coherente consigo misma cuando juzga lícito el recurso a


los periodos infecundos, mientras condena siempre como ilícito el uso de
medios directamente contrarios a la fecundación, aunque se haga por razones
aparentemente honestas y serias. En realidad, entre ambos casos existe una
diferencia esencial: en el primero los cónyuges se sirven legítimamente de una
disposición natural; en el segundo impiden el desarrollo de los procesos
naturales. Es verdad que tanto en uno como en otro caso, los cónyuges están
de acuerdo en la voluntad positiva de evitar la prole por razones plausibles,
buscando la seguridad de que no se seguirá; pero es igualmente verdad que
solamente en el primer caso renuncian conscientemente al uso del matrimonio
en los periodos fecundos cuando por justos motivos la procreación no es
deseable, y hacen uso después en los periodos agenésicos para manifestarse el
afecto y para salvaguardar la mutua fidelidad. Obrando así ellos dan prueba
de amor verdadero e integralmente honesto.”
Humanae Vitae Nº 16
Dicho en otras palabras: la gran diferencia entre usar los períodos
infecundos y usar preservativos es que en el primer caso se está abierto a la
intervención de Dios como Señor de la vida; ya que este método deja un gran
porcentaje de posibilidades de embarazo. De esta manera la pareja queda
abierta a la vida, aún cuando la búsqueda del hijo no sea la intención primaria.
Lo que necesitará indispensablemente la pareja, para mantenerse fieles a
la voluntad de Dios, es la castidad matrimonial, para poder lograr la continencia
necesaria en ciertos períodos:
“Una práctica honesta de la regulación de la natalidad exige sobre todo
a los esposos adquirir y poseer sólidas convicciones sobre los verdaderos
valores de la vida y de la familia, y también una tendencia a procurarse un
perfecto dominio de sí mismos. El dominio del instinto, mediante la razón y la
voluntad libre, impone sin ningún género de duda una ascética, para quelas
manifestaciones afectivas de la vida conyugal estén en conformidad con el
orden recto y particularmente para observar la continencia periódica. Esta
disciplina, propia de la pureza de los esposos, lejos de perjudicar el amor
conyugal, le confiere un valor humano más sublime.”
Sebastián Escudero Sexualidad

Humanae
Vitae Nº 21

Ahora bien, sin duda alguna no se trata de aplicar así nomás el mismo
criterio en todos los casos; habrá situaciones conflictivas, que luego de hablarlo
con la autoridad espiritual adecuada, quedarán a juicio de conciencia. “Excluir
la procreación no es una acción ilícita, cuando tal acto no se quiere ni se debe
realizar, pues la persona tiene derecho a impedir las consecuencias graves de
un gesto que se le impone por la fuerza y en contra de su voluntad. Semejante
situación podría darse aún dentro del matrimonio, si la mujer no tuviera otra
forma para defenderse de los abusos del marido, cuando ella tampoco quiere,
ni puede, ni debe ofrecerse a un nuevo embarazo y no es posible evitarlo por
otro camino. Sería también la defensa contra una maternidad involuntaria e
indebida” (López Azpitarte, E. “Amor, sexualidad y matrimonio” Ed. San
Benito, 2001; Capítulo 10, punto 12: La esterilización indirecta).
También sobre estas situaciones conflictivas se expresó claramente la
Iglesia: “La contracepción no puede ser nunca un bien. Siempre es un
desorden, pero este desorden no siempre es culpable. Se da el caso,
efectivamente, de que los esposos se encuentran en un verdadero conflicto de
deberes…” (Gaudium et spes, nº 51).

Lo mismo aplica para el caso del uso del preservativo como


modo de evitar enfermedades de transmisión sexual. Si bien no se
está cumpliendo el “ideal” de Dios en la sexualidad, se está evitando
el mal peor, y ese criterio de conciencia queda entre Dios y la
persona. En todo asunto sexual hay que tener en cuenta lo que “se
debe” y lo que realmente “se puede”, conforme a la historia
personal, contexto social, desórdenes afectivos, características
psicológicas, etc. Todas cosas que solo Dios conoce con precisión, y
que dejan al margen, por lo tanto, todo juicio moral sobre los actos
morales “en general”.

Bueno, todo esto que venimos compartiendo viene como consecuencia de


la primera exhortación que Dios le hace al hombre de Ser fecundos. Y dicho
mandato es dado porque el sexo además de ser una bendición para el ser
humano, es además algo muy bueno.
Ahora bien, si el sexo es algo tan bueno, como estamos viendo, ¿Por qué
razón nos ruborizamos cuando hablamos de estos temas? ¿Por qué razón los
padres no hablan a menudo con sus hijos de temas referidos al sexo? ¿Por qué
se considera en general al sexo como algo sucio, impuro? ¿Por qué cuando
pregunto a mis alumnos cómo se llama el órgano reproductor masculino ellos
no pueden responderme “PENE” sin risas avergonzadas o sentimientos de
culpa? Las respuestas pueden ser variadas; pero lo más probable es que tenga
que ver con la siguiente verdad del A B C de la sexualidad:
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B: Con el pecado original quedó herida la sexualidad

Esta segunda verdad es la mayor explicación de la desvirtuación del sexo.


Vemos en la Biblia que apenas caen en la tentación Adán y Eva “se les abrieron
los ojos y ambos se dieron cuenta de que estaban desnudos. Cosieron, pues,
unas hojas de higuera, y se hicieron unos taparrabos” (Gen 3, 7) Antes de esto,
en el estado de pureza y santidad original ellos estaban desnudos y no sentían
ningún tipo de vergüenza el uno del otro. Esto lo podemos entender observando
a dos niños de pocos añitos de edad cómo se miran cuando se observan
desnudos, sean del mismo sexo o del contrario. En ellos puede haber curiosidad,
asombro, pero jamás impureza, malicia o pudor.

El pudor
El pudor viene como consecuencia del pecado original como un
mecanismo de defensa que Dios puso en nosotros para que no seamos tratados
como “cosas” sino como seres dignos, creados a imagen y semejanza suya. El
pudor viene a hacer las veces de una alarma que lleva el ser humano
incorporado puesta por Dios para que tomemos conciencia en determinadas
ocasiones del valor de nuestra sexualidad. Si de pronto quedamos desnudos
intencionalmente frente a otra u otras personas, lo primero que intentaremos
hacer es tapar nuestras partes íntimas. Porque está funcionando correctamente
nuestra alarma interior, que nos avisa instintivamente que no somos animalitos,
sino seres humanos, cuyos miembros sexuales son sagrados y para un ámbito
matrimonial adecuado. Más aún, en el mismo matrimonio debe haber pudor; no
es que el estar casados nos concede una licencia para andar desnudos por toda
la casa todo el día corriendo al otro con las ropas interiores en la mano.
También existe la castidad matrimonial, por la cual los esposos deben
respetarse pudorosamente y descubrir su desnudez en la ocasión oportuna.
Sin pudor, lo que fue pensado por Dios para ser de bendición para el ser
humano se convierte en algo oscuro, algo que le provoca miedo: “Yavé Dios
llamó al hombre y le dijo: “¿Dónde estás?” Este contestó: “He oído tu voz en el
jardín, y tuve miedo porque estoy desnudo; por eso me escondí”” (Gen 3,
9-10). Lo que debía ser un medio de comunicación en el amor para gozar
mutuamente se convierte en un medio de dominación (Cf. Gen 3, 16). Y desde
entonces el sexo quedó bajo la herida del pecado original. Cuando vemos a
diario la degradación de la sexualidad a través de la pornografía, del adulterio,
de la prostitución, etc., no estamos sino asistiendo a observar las consecuencias
del pecado en la vida del ser humano.
No obstante, gracias al Señor, no todo lo referido a la sexualidad termina
en esta mala noticia; tenemos aún una tercera verdad esperanzadora respecto a
este tema:
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C: Con la redención de Jesús la sexualidad fue ennoblecida

Esta es la Buena Noticia (en gr. Evangelio) que nos trae Jesús respecto a
la sexualidad. Así como la naturaleza humana, herida por el pecado original fue
reestablecida, restaurada y ennoblecida por la gracia de la Redención de Jesús,
de la misma manera, la sexualidad del hombre, que forma parte de su
naturaleza, fue redimida por la gracia de Jesús.
Esta redención de Jesús le da al cuerpo humano y a las expresiones de
sexualidad una mayor cuota de dignidad que la que tenía en su antiguo estado
de simplemente creación. Ahora, por el bautismo, no sólo somos creación de
Dios, sino también “creación redimida por Jesús”. Cuando entendemos esto
nuestra visión de nuestra sexualidad tiene que cambiar irremediablemente; no
puedo jugar con mi cuerpo, no puedo usarlo para libertinaje…somos los hijos de
Dios, somos príncipes y princesas. No podemos abusar de este don precioso. No
podemos dar rienda suelta a nuestros apetitos sexuales en cualquier momento
como si fuéramos animales. Tampoco podemos dejar que otro abuse de
nosotros, que nos manoseen, que nos falten el respeto.
Más aún, cuando entendemos lo que significa la redención de Jesús –que
fuimos comprados por su propia sangre- alcanzamos a considerar que nuestro
cuerpo, nuestros miembros no nos pertenecen más, sino que le pertenecen a
Dios. Debiéramos pedirle permiso a Él para hacer uso de nuestros miembros.
Esto es lo que les quiere decir San Pablo a los corintios cuando les indica:
“¿No saben que sus cuerpos son miembros de Cristo? ¿Puedo, entonces, tomar
sus miembros a Cristo para hacerlos miembros de una prostituta? ¡Ni pensarlo! Pues
ustedes saben muy bien que el que se une a una prostituta se hace un solo cuerpo con
ella. La Escritura dice: Los dos serán una sola carne. En cambio, el que se une al
Señor se hace un solo espíritu con él. Huyan de las relaciones sexuales prohibidas.
Cualquier otro pecado que alguien cometa queda fuera de su cuerpo, pero el que tiene
esas relaciones sexuales peca contra su propio cuerpo. ¿No saben que su cuerpo es
templo del Espíritu Santo que han recibido de Dios y que está en ustedes? Ya no se
pertenecen a sí mismos. Ustedes han sido comprados a un precio muy alto; procuren,
pues, que sus cuerpos sirvan a la gloria de Dios.”
1 Cor 6, 15-20

El auxilio de la gracia

Ahora bien, le es imposible al hombre poder vivir una correcta sexualidad


sin la gracia de Dios. Es precisamente esta gracia, la que le otorgará al hombre la
posibilidad de superar su permanente inclinación al mal y poder vivir una vida
de santidad, honrando su cuerpo, que ya no le pertenece y permitiendo “que sus
miembros sean como armas santas al servicio de Dios” (Rom 6, 13).
Sebastián Escudero Sexualidad

Pero no es sólo un trabajo de la gracia actuando en el hombre; será


menester la cooperación del hombre para no caer en las trampas sexuales, que
son una de las tentaciones más fuertes que la naturaleza humana tendrá que
enfrentar para mantenerse fiel a su Dios. Esto convierte el asunto en un
verdadero combate…el combate de la pureza; que como veremos más adelante
precisará de una vida de oración y disciplina. La oración busca el auxilio de Dios
sabiendo que sólo es imposible guardarse puro; pero la disciplina nos ayuda a
cooperar con esta gracia haciendo la parte que nos corresponde.

Conclusión

Entonces, para resumir estas tres verdades acerca de la sexualidad


podemos afirmar que:
A. El sexo fue creado por Dios como algo muy bueno
B. El hombre pecó, y desde entonces su naturaleza herida quedó
inclinada al mal, incluida, obviamente su sexualidad.
C. Jesús vino a redimir al hombre, y junto a su naturaleza, ennobleció su
sexualidad humana otorgándole el regalo de la gracia, con la cual
puede alcanzar la santidad que Dios le propone en el nivel sexual, no
sin la ayuda de su libre cooperación personal.
Es preciso entender estos principios, que son el fundamento de los temas
que veremos a continuación.

Sebastián Escudero

Agosto de 2020

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