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SEMINARISTA: ANTONY JOSÉ GUTIÉRREZ ASENCIO.

Matrimonio y familia

HUMANAE VITAE

La ley natural iluminada y enriquecida por la Revelación divina son los principios
de la doctrina moral sobre el matrimonio. Limitar el problema de la natalidad a
perspectivas parciales de orden biológico, psicológico, demográfico o sociológico
no sería correcto, sino que hay que considerarlo a la luz de una visión integral del
hombre y su vocación natural, terrena, sobrenatural y eterna.

El matrimonio es una sabia institución del Creador para realizar en la humanidad


su designio de amor. Mediante su recíproca donación personal, propia y exclusiva
de los esposos, tienden a la comunión de sus seres en orden a un mutuo
perfeccionamiento personal, colaborando con Dios en la generación y en la
educación de nuevas vidas. En los bautizados, el matrimonio reviste además la
dignidad de signo sacramental de la gracia que representa la unión de Cristo con
su Iglesia.

El amor conyugal es ante todo plenamente humano, sensible y espiritual. Es un


amor total, una forma singular de amistad personal en la que los esposos
comparten generosamente el don de sí. Es un amor fiel y exclusivo hasta la
muerte, asumido libremente. Es un amor fecundo, que además de la comunión de
los esposos se prolonga suscitando nuevas vidas, pues los hijos son el don más
excelente del matrimonio y contribuyen al bien de los propios padres.

La paternidad responsable, en cuanto a procesos biológicos, significa


conocimiento inteligente y respeto de las funciones del poder dar vida y las leyes
biológicas que forman parte de la persona humana. Su ejercicio responsable exige
que los cónyuges reconozcan plenamente sus propios deberes para con Dios,
para consigo mismo, para con la familia y la sociedad, en una justa jerarquía de
valores. La misión de transmitir la vida no es una tarea autónoma en los caminos a
seguir, sino que los esposos tienen que conformar su conducta a la intención
creadora de Dios, manifestada en la misma naturaleza del matrimonio y de sus
actos y constantemente enseñada por la Iglesia.

En el respeto a la naturaleza y la finalidad del acto matrimonial, los esposos se


unen en casta intimidad, y a través de los cuales se transmite la vida humana, con
actos honestos y dignos. Dios ha dispuesto con sabiduría leyes y ritmos naturales
de fecundidad que por sí mismos distancian los nacimientos. La Iglesia, enseña
que cualquier acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida.

Esta doctrina fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y que el
hombre no puede romper, entre el significado unitivo y el significado procreador
del acto conyugal. Salvaguardar ambos aspectos esenciales, unitivo y procreador,
es así el acto conyugal conserva íntegro el sentido del amor mutuo y verdadero, y
su ordenación a la altísima vocación del hombre a la paternidad.

SEMINARIO MAYOR SAN JOSÉ DE LA MONTAÑA.


SEMINARISTA: ANTONY JOSÉ GUTIÉRREZ ASENCIO.

No es un verdadero acto de amor en las relaciones entre los esposos con recto
orden moral el acto conyugal impuesto al cónyuge sin considerar su situación
actual y sus legítimos deseos. Usar del don divino de la transmisión de la vida
destruyendo su significado y su finalidad, aunque sea parcialmente, es contradecir
el plan de Dios y su voluntad. Usufructuar el don del amor conyugal respetando las
leyes del proceso generador significa reconocerse no árbitros de las fuentes de la
vida humana, sino más bien administradores del plan establecido por el Creador.
La vida humana es sagrada, desde su comienzo compromete directamente la
acción creadora de Dios.

No es lícito para la regulación de los nacimientos la interrupción directa del


proceso generador ya iniciado, y sobre todo el aborto querido o procurado, aunque
sea por razones terapéuticas. Tampoco es lícito la esterilización directa, perpetua
o temporal del hombre o de la mujer. No es lícita toda acción que en previsión del
acto conyugal poner como fin o como medio la imposibilidad de la procreación. No
es lícito justificar actos conyugales intencionalmente infecundos. Si bien es lícito
alguna vez tolerar un mal moral menor a fin de evitar un mal mayor o de promover
un bien más grande, no es lícito, ni aun por razones gravísimas, hacer el mal para
conseguir el bien.

La Iglesia es la primera que en elogiar y en recomendar la intervención de la


inteligencia en una obra que tan de cerca asocia la creatura racional a su Creador,
pero afirma que debe hacerse respetando el orden establecido por Dios. Para
espaciar los nacimientos por serios motivos, derivados de las condiciones físicas o
psicológicas de los cónyuges, o de circunstancias exteriores, la Iglesia enseña que
es lícito tener en cuenta los ritmos naturales inmanentes en las funciones
generadoras para usar del matrimonio solo en los periodos infecundos y así
regular la natalidad sin ofender los principios morales que hemos recordado. En el
uso de los medios ilícitos directamente contrarios a la fecundación se impiden el
desarrollo de los procesos naturales.

Los métodos de regulación artificial de la natalidad abrirían el camino fácil y amplio


a la infidelidad conyugal y a la degradación general de la moralidad. Los jóvenes
serían más vulnerables para ser fieles a la ley moral y no se les debe ofrecer
cualquier medio fácil para burlar su observancia. El hombre que se habituase al
uso de las prácticas anticonceptivas podría acabar perdiendo el respeto a la mujer
y, sin preocuparse de su equilibrio físico o psicológico, podría llegar a considerarla
como simple instrumento de goce egoísta, no como compañera respetada y
amada.

Estas enseñanzas, no serán quizá fácilmente aceptadas por todos, pues la Iglesia
es “signo de contradicción”, pero no deja por esto de proclamar con humilde
firmeza toda la ley moral, natural y evangélica como su depositaria e intérprete.
Defendiendo la moral conyugal en su integridad, la Iglesia, defiende la dignidad de
los cónyuges, mostrándose amiga sincera y desinteresada de todos los hombres a
quienes quiere ayudar desde su camino terreno a participar como hijos a la vida
del Dios vivo, Padre de todos los hombres.

SEMINARIO MAYOR SAN JOSÉ DE LA MONTAÑA.


SEMINARISTA: ANTONY JOSÉ GUTIÉRREZ ASENCIO.

La doctrina de la Iglesia en materia de regulación de la natalidad, como todas las


grandes y beneficiosas realidades, exige empeño y muchos esfuerzos de orden
familiar, individual y social. No sería posible actuarla sin la ayuda de Dios que
sostiene y fortalece la buena voluntad de los hombres. Una práctica honesta de la
regulación de la natalidad exige sobre todo a los esposos adquirir y poseer sólidas
convicciones sobre los verdaderos valores de la vida y la familia, y un perfecto
dominio de sí mismos. Esfuerzo continuo que desarrolla la personalidad de los
esposos, aportando a la vida familiar frutos de serenidad y de paz y facilitando la
solución de otros problemas, favoreciendo la atención hacia el otro cónyuge,
ayudando a superar el egoísmo como enemigo del verdadero amor, y enraizando
más su sentido de responsabilidad.

Aviso a los medios de comunicación social que conducen a la excitación de los


sentidos, al desenfreno de las costumbres, como cualquier forma de pornografía y
espectáculos licenciosos, que deben suscitar la franca y unánime reacción de
todas las personas en defensa de los supremos bienes del espíritu humano, sin
buscar justificaciones a estas depravaciones.

La encíclica termina con un llamamiento a:

 Las autoridades públicas (pues los gobernantes son los primeros


responsables del bien común y pueden hacer tanto por salvaguardar las
costumbres morales no permitiendo que se degrade la moralidad de los
pueblos ni aceptando que se introduzca legalmente en la familia prácticas
contrarias a la ley natural y divina)
 A los esposos cristianos (con la ayuda eficaz de la enseñanza de la Iglesia
y de los sacramentos como camino de gracia, esforzándose animosamente
en vivir con prudencia, justicia y piedad en el tiempo, apoyados por la fe y la
esperanza que no engaña porque el amor de Dios ha sido difundido en
nuestros corazones junto con el Espíritu Santo que nos ha sido dado,
realizando la plenitud de la vida conyugal descrita por el Apóstol)
 A los médicos y personal sanitario (perseverando en promover
constantemente soluciones inspiradas en la fe y en la recta razón)
 A los sacerdotes (cuya incumbencia es exponer sin ambigüedades la
doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio, dando ejemplo de lealtad al
Magisterio de la Iglesia en el ministerio, en guardar y promover la doctrina
de Cristo que no vino para juzgar sino para salvar, siendo misericordioso
con las personas, enseñando el camino necesario de la oración, la
Eucaristía y la Penitencia)
 A los Obispos (trabajad al frente de los sacerdotes, vuestros colaboradores,
y de vuestros fieles por la salvaguardia y la santidad del matrimonio para
que sea vivido en toda su plenitud humana y cristiana, con una acción
pastoral en la actividad humana, económica, cultural y social).

Con el llamamiento final a los hermanos, hijos y hombres de buena voluntad, a


observar la moral con inteligencia y amor, ya que el hombre no puede hallar la

SEMINARIO MAYOR SAN JOSÉ DE LA MONTAÑA.


SEMINARISTA: ANTONY JOSÉ GUTIÉRREZ ASENCIO.

verdadera felicidad más que en el respeto de las leyes grabadas por Dios en su
naturaleza.

SEMINARIO MAYOR SAN JOSÉ DE LA MONTAÑA.

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