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Introduccion Teorica a los Estudios Literarios

1º Grado en Lenguas Modernas y sus Literaturas

Facultad de Filología
Universidad Complutense de Madrid

Reservados todos los derechos.


No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra. Queda permitida la impresión en su totalidad.
Sumario │

1
UNIDAD
DIDÁCTICA

LOS GÉNEROS
LITERARIOS

Objetivos de la unidad

1. Introducción

2. Definición de «género literario»

3. Definición histórica de los «géneros literarios»

3.1. Teoría clásica


3.2. Teoría romántica
3.3. Teorías modernas (s. XX)

4. Delimitación de los géneros literarios: poesía, narrativa, teatro y ensayo

4.1. Géneros poético-líricos


4.2. Géneros épico-narrativos

4.2.1. De los géneros épicos de la Antigüedad a la novela moderna


4.2.2. Los géneros narrativos modernos: la novela y el cuento literario

4.3. Géneros teatrales o dramáticos

4.3.1. La tragedia y la comedia

4.4. Géneros didáctico-ensayísticos

5. Elegir el género

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Distancia de Madrid, UDIMA, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de
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LITERATURA Y CREACIÓN LITERARIA

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1. INTRODUCCIÓN

En un manual dedicado a la literatura y a la creación y teoría literarias, resulta casi


obligado comenzar por la definición y delimitación de los distintos géneros. El plan-
teamiento del que habitualmente se parte es la división entre lírica, épica y dramática
(o poesía, narrativa y teatro); sin embargo, no resulta tan sencillo establecer con exac-
titud los rasgos que definen a cada término, como tampoco resulta tan sencillo estable-
cer qué determinadas formas se incluyen en uno u otro. Antes, además, cabe empezar
por el concepto de género literario, es decir, por establecer con qué determinadas cua-
lidades debe contar un género para que sea considerado como tal. Han sido muchas las
teorías al respecto a lo largo de los siglos, desde que Aristóteles planteó esta cuestión
en su Poética (s. IV a. C.). Algunos estudiosos siguieron la línea aristotélica, la cono-
cida como teoría clásica; fue el caso de los teóricos del siglo XVI y, sobre todo, de los
neoclásicos del XVIII. Otros, sin embargo, se opusieron a ella: así ocurrió con las tesis
románticas de Hegel en el XIX y, especialmente, con las teorías del siglo XX, mucho
menos preceptivas que las teorías clásicas. De todo ello es de lo que nos vamos a ocu-
par en esta primera unidad.

2. DEFINICIÓN DE «GÉNERO LITERARIO»

Desde la Poética de Aristóteles (s. IV a. C.) la división que ha regido los géneros
literarios ha sido la tríada lírica-épica-dramática, o expresada de un modo más actual,
poesía-narrativa-teatro. Esta es la clasificación que se enseña en los colegios, que eligen
los suplementos culturales al recoger sus reseñas y, sobre todo, que un escritor tiene en
mente al enfrentarse a la composición de una obra. A la hora de crear, la disposición, la
intención y la forma de escritura diferirán dependiendo de que se quiera dar vida a una
comedia o a una novela. Ahora bien, aunque parezca obvio, previamente ha tenido que
definirse qué es una «comedia» y qué es una «novela», y ha tenido además que quedar
clara la pertenencia de la primera a los géneros dramáticos y la de la segunda a los géne-
ros narrativos; tuvieron que existir una primera comedia y una primera novela a partir
de las cuales se definió el «género».

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Banco de apuntes de la
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M. Garbisu Buesa Los géneros literarios

La definición de los «géneros literarios» ha sido un asunto extensamente tratado por


críticos y estudiosos a lo largo de la historia. Las teorías han sido muchas y muy diversas,
y todas han tenido que superar los diferentes problemas que surgen a la hora de abordar

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esta cuestión. Algunos de estos problemas son los que siguen:

• El concepto. Digamos que, por ejemplo, la tragedia es un género dramático;


sin embargo, cabría la siguiente pregunta: ¿es la tragedia un género o un
subgénero? Bien podría afirmarse que el género es la dramática o el teatro,
y la tragedia, uno de sus subgéneros; lo mismo que podría afirmarse que la
épica o narrativa es un género que cuenta con la novela como subgénero,
o que la oda es un subgénero del género de la lírica o poesía. Cómo acotar
los conceptos es la primera pregunta que cabe responder en el asunto de los
géneros.
• La propia definición del «género». Se trata ahora de responder a cuáles son
los criterios que han de seguirse al definir un «género»: ¿criterios formales?,
¿criterios temáticos? Como dice Gregorio Torres Nebrera (1997-1998, p. 293):

«[...] si decimos de un texto dado que es un soneto lírico o un


cuento de hadas, no solo los ubicamos dentro de dos códigos genéri-
cos distintos (cuales son poesía o relato), sino que aludimos también
a dos marcas de identificación textual diferente: una organización for-
mal en el primer caso y una intención comunicativa en el segundo,
de orden semántico».

• La dimensión histórica o la vigencia en el tiempo de un género que, en


algunos casos, se limita a una época determinada. Piénsese, por ejemplo,
en el poema épico medieval, vinculado a la figura del juglar y, por tanto,
impensable hoy día; o en el entremés del teatro clásico español, cuyo fin era
representarse en el entreacto para entretenimiento del público espectador,
también impensable en la actualidad. A ello añadamos el efecto contrario,
esto es, las innovaciones que algunos autores han aportado en formas ya
existentes, provocando la variación en la definición del «género» en cues-
tión; por ejemplo, Ulises, de James Joyce, fue definida como novela, pero
cuando se publicó, en 1922, no había existido una creación previa similar.
Hubo que incorporar a la novela esta nueva creación.

Estos son los problemas fundamentales a los que los estudiosos se han tenido que
enfrentar en la definición de los «géneros literarios». Una vez planteados, veamos ahora
las posibles salidas.

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LITERATURA Y CREACIÓN LITERARIA

Al primer problema, el del concepto, el profesor Claudio Guillén intenta darle una
solución estableciendo una clara distinción entre estos cuatro términos:

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• Los primeros, los que él denomina cauces de comunicación o cauces de
presentación, serían los tres grandes grupos, esto es, la lírica, la narrativa y
el teatro. Dicho en palabras del estudioso:

«En primer lugar, siguen destacándose lo que llamaré unos cau-


ces de presentación [...] o cauces de comunicación, si se prefiere,
como los tres que Goethe calificaba de "naturales", a saber, la narra-
ción, el poema cantado y la representación o simulación mimética»
(Guillén 2005, p. 156).

• Entre los géneros, incluidos dentro de los cauces, nos encontramos con «la
tragedia, el poema épico, la égloga o el ensayo» (Guillén 2005, p. 158). Se
trataría de los géneros propiamente dichos, de las diferentes manifestacio-
nes que a lo largo de la historia de la literatura se han hallado en los gran-
des grupos o «cauces».
• Esos géneros cuentan con unas modalidades o cualidades que definen la
obra desde una perspectiva temática. Para que quede claro, modalidades son
la irónica, la satírica, la alegórica, la paródica o la realista. Así, nos encon-
tramos con una novela realista, un cuento fantástico o un poema satírico.
• Por último, nos encontraríamos con las formas o «los procedimientos tradi-
cionales de interrelación, ordenación o limitación de la escritura» (Guillén
2005, p. 159). Este término recoge el conjunto de conceptos y clasificacio-
nes que ha establecido la teoría de la literatura en cada uno de los géneros
literarios; por ejemplo, las normas métricas en un soneto o la división en
capítulos y los recursos temporales o espaciales en una novela.

Vemos que, según esta terminología, quedan bien delimitados los conceptos: uniendo
cauces y géneros llegamos a afirmar que, por ejemplo, una novela es un género narrativo
o una comedia un género dramático. Asimismo una novela puede tener una modalidad
alegórica, satírica o picaresca; y, en ocasiones, de la unión del género y la modalidad
surge un nuevo género, como es el caso de la novela picaresca.

Resuelto el primer problema, quedan por tratar los dos restantes: la definición y la
vigencia histórica del «género». Estos dos problemas van de la mano, y una de las solu-
ciones más claras al respecto –un clásico en este sentido– es la esbozada por Fernando
Lázaro Carreter. Considerando como «género» el término acuñado por Guillén (la novela

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M. Garbisu Buesa Los géneros literarios

es un género narrativo, la comedia, un género dramático, y la oda, un género lírico), se


trata ahora de responder: ¿qué es lo que ha provocado que la oda, la novela o la comedia
sean considerados «géneros literarios»? Lázaro Carreter (1986, pp. 117 y 118), basán-
dose en las ideas del formalista ruso Boris Tomasevskij, considera que los rasgos que
definen un «género literario» son los siguientes:

• Todo género posee un origen conocido o que puede descubrirse. Ha surgido


porque un genio de la escritura creó una obra con una determinada combi-
nación de rasgos, que otros escritores han repetido.
• Un género se constituye cuando un escritor halla en una obra anterior un
«modelo estructural» para su propia creación.
• Ese «modelo estructural» cuenta con un conjunto de funciones o rasgos que
lo definen.
• Los autores posteriores que cultivan un género ratifican ese «modelo estruc-
tural» aunque supriman, alteren o modifiquen algunas de esas funciones, o
aunque pretendan buscar cierta originalidad mezclando funciones de géne-
ros diversos.
• La pertenencia de varias obras a un mismo género no dependerá de su simi-
litud en el argumento: por ejemplo, Rinconete y Cortadillo, de Miguel de
Cervantes, aunque trate de pícaros no está considerada como una novela
picaresca.
• Cada género tiene un periodo limitado de vigencia, después del cual se trans-
forma o desaparece por causas extraliterarias, como el mayor o menor éxito
que cosecha entre el público lector.

A pesar de la delimitación del concepto, Lázaro Carreter considera que pueden existir
textos que no se adscriban a género alguno, opinión no compartida por estudiosos como
Austin Warren, quien opina que toda obra es susceptible de clasificación:

«¿Va implícito en una teoría de los géneros literarios el supuesto de que


toda obra pertenece a un género? Esta cuestión no se plantea en ninguno de
los estudios que conocemos. Si tuviéramos que contestarla por analogía con
el mundo natural, tendríamos que responder, sin duda, en sentido afirmativo:
hasta la ballena y el murciélago pueden clasificarse; y admitimos la existen-
cia de seres que constituyen un transición de un reino natural a otro» (Wellek
y Warren 2002, p. 272).

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LITERATURA Y CREACIÓN LITERARIA

3. DEFINICIÓN HISTÓRICA DE LOS «GÉNEROS LITERARIOS»

Aunque nos hemos decantado por la definición de Lázaro Carreter, no hay que

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olvidar que este es uno de los muchos intentos de clasificar y acotar los géneros litera-
rios que desde la Antigüedad se han sucedido a lo largo de los años. Se considera que
son tres las grandes líneas teóricas que han marcado la definición de los «géneros» en
la historia de la cultura:

• La teoría clásica, la que parte de lo dicho por Aristóteles en su Poética.


• La teoría romántica, cuyo exponente fundamental es Hegel y su Lecciones
de estética.
• Las teorías modernas del siglo XX, entre ellas la de los formalistas rusos,
en la que se basa la definición de Lázaro Carreter.

3.1. TEORÍA CLÁSICA

Como venimos afirmando desde un principio, al hablar de los géneros literarios


hay que empezar por los clásicos, y fundamentalmente por Aristóteles (384-322 a. C.)
y su Poética. En ella, Aristóteles define la literatura como una forma de mímesis o
imitación:

«Puesto que el poeta es imitador como un pintor o algún otro imaginero,


es necesario que imite siempre de una de las tres formas que hay: o como las
cosas eran o son, o como se dice y parecen, o como es preciso que sean. Y estas
cosas las da a conocer por medio de la elocución en la que también hay pala-
bras raras, metáforas y muchas alteraciones del lenguaje [...]».

Dependiendo, por un lado, del modo en que el autor realice la imitación y, por otro,
del objeto (el personaje) que se imite, la obra resultante se adscribirá a un género lite-
rario u otro:

• Según el modo de imitación, Aristóteles distingue entre un modo narrativo y


un modo dramático. A través del primero (modo narrativo), el autor narra,
o bien en su propio nombre, o bien cediendo la voz al personaje; a través
del segundo (modo dramático), son los propios personajes quienes repre-
sentan directamente la acción.

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M. Garbisu Buesa Los géneros literarios

¿Y la lírica o poesía?, cabe preguntarse; ¿dónde queda la lírica? La lírica, en


la Poética de Aristóteles, no se trata como género, sino que queda incluida
dentro del modo narrativo. Cuando el autor narra en su propio nombre, la

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narración será lírica; si el autor narra en nombre de otro, entonces la narra-
ción será epopéyica.
• Según el objeto de imitación (o personaje), Aristóteles distingue entre per-
sonajes superiores y personajes inferiores. Si la obra aborda temas de per-
sonajes superiores (reyes y nobles), el autor acudirá a la epopeya o a la
tragedia (género narrativo y dramático, respectivamente); si aborda temas
de personajes inferiores (es decir, de gente común), el autor acudirá a la
comedia (género dramático), a la parodia (género narrativo) o al ditirambo
(género narrativo-lírico).

A todo ello hay que añadir los rasgos estéticos, pues cada género se debe ajustar,
según Aristóteles, a unos recursos estilísticos, estructurales y métricos (no hay que olvi-
dar que entonces todas las obras literarias se escribían en verso). No nos vamos a dete-
ner en el estudio de todos estos recursos, pero, a modo de referencia, por ejemplo, el
drama debía ir siempre en verso yámbico y la epopeya debía arrancar siempre en mitad
de la acción (in media res).

De todo ello se deduce que en la cultura clásica los géneros se definían por unas
reglas muy rígidas que toda obra literaria tenía que cumplir escrupulosamente. No cabía
además la mezcla de géneros. De ahí que afirmemos que esta es una teoría normativa y
preceptiva, es decir, sometida a unas reglas, y que hablemos de pureza de género para
las creaciones de aquella época.

En la época latina, la teoría clásica tuvo su continuación en Horacio (65-8 a. C.),


que expuso su definición de los «géneros literarios» en la Epistola ad Pisones. Si bien no
conoció directamente la Poética de Aristóteles, para construir su teoría debió de basarse
en obras que la habían tenido como fuente.

A diferencia de Aristóteles, en la Epistola ad Pisones, Horacio alude directamente


a los tres géneros (cauces, según Guillén) literarios: lírica, épica y dramática. Considera
que cada género se define en función de la métrica empleada y del tema tratado, aun-
que reconoce que, en ocasiones, no todas las obras cumplen escrupulosamente con los
requisitos de forma y tema.

La teoría clásica es también defendida por estudiosos de los siglos XVI y XVII,
como Minturno o Alonso López Pinciano. Estos autores basan sus principios en las tesis

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LITERATURA Y CREACIÓN LITERARIA

de Aristóteles y Horacio, si bien adaptan sus conclusiones a las nuevas formas literarias
que fueron surgiendo, como, por ejemplo, los relatos de Giovanni Boccaccio, a los que
definen como género narrativo.

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Sin embargo, no podemos olvidar que es en el siglo XVII cuando Lope Félix de
Vega escribe su Arte nuevo de hacer comedias, tratado en el que aboga por una nueva
forma de hacer teatro que rompe, en este género concreto, con las normas de la teoría
clásica: Lope defiende la ruptura de las tres unidades (acción, tiempo y espacio) o la mezcla
de géneros (dando lugar a la famosa tragicomedia), algo impensable anteriormente.

Esta desviación de la norma en el siglo XVII lleva a los teóricos del siglo XVIII
a ser más preceptivos que el propio Aristóteles. Los estudiosos de esta centuria marcan
unas normas muy rígidas en la definición y clasificación de los «géneros»: los dividen
en géneros mayores (tragedia, epopeya) y géneros menores (fábula, farsa). En el caso del
teatro, consideran que toda obra tenía que cumplir las tres unidades y que era inadmisible
la mezcla de géneros. Defienden finalmente que la verosimilitud debía ser un requisito
fundamental en cualquier creación. Algunos de los teóricos de esta época fueron Nicolás
Boileau y el español Ignacio de Luzán.

3.2. TEORÍA ROMÁNTICA

En el siglo XIX, con el Romanticismo, la teoría de los géneros literarios –como toda
la cultura– va a dar un giro de ciento ochenta grados. Dos de los principios que rigen
el pensamiento y la cultura románticas son la subjetividad y la libertad en la creación,
principios muy alejados de normas y preceptos; como se ve, lo opuesto a la objetividad
y racionalidad del siglo XVIII.

Por otro lado, la literatura –y el arte en general– es considerada como un medio para
acceder a un ideal de belleza o belleza absoluta, más allá de la realidad que nos rodea.
Afirma Hegel (1770-1831):

«El objetivo de todo arte consiste en ofrecer a nuestra intuición, en revelar


a nuestra alma, en hacer accesible a nuestra representación la identidad, reali-
zada por el espíritu, de lo eterno, de lo divino, de lo verdadero en sí y para sí a
través de sus manifestaciones reales y sus formas concretas» (citado en García
Berrio y Huerta Calvo 1992, p. 123).

Los géneros literarios no van a quedar al margen de este principio y en sus Leccio-
nes de estética, Hegel, lejos de definirlos de acuerdo con un conjunto de preceptos a los

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que las obras debían ajustarse, los define atendiendo a su capacidad absoluta; esto es, el
filósofo alemán considera que los géneros funcionan como los medios de los que la lite-
ratura se vale para alcanzar un ideal de belleza.

Se trata de una definición mucho más ambigua que la aportada por la teoría clásica.
A pesar de ello, Hegel estableció una rigurosa clasificación entre lírica, épica y dramá-
tica: la tríada, por consiguiente, se mantuvo.

3.3. TEORÍAS MODERNAS (S. XX)

En el siglo XX han sido muchas las tendencias y escuelas de crítica literaria que
han abordado el asunto de los géneros literarios y han llegado, en ocasiones, a conclu-
siones muy diversas. Ahora bien, en una idea coinciden todas ellas: en la superación de
la teoría clásica.

Las teorías del siglo XX consideran que la delimitación de los géneros se debe esta-
blecer a posteriori, nunca a priori. Defienden que el género se constituye a partir de la
propia creación, concretamente a partir de la repetición de unos rasgos similares en obras
sucesivas, y no al contrario, como decía la teoría clásica, al asegurar que es la creación
la que se debe supeditar a unas rígidas normas que cumplir. Por ello, si la teoría clásica
se consideraba normativa y preceptiva, las teorías modernas se consideran descriptivas.
Así lo explica el profesor Warren:

«La moderna teoría de los géneros es manifiestamente descriptiva. No


limita el número de los posibles géneros ni dicta reglas a los autores. Supone
que los géneros tradicionales pueden "mezclarse" y producir un nuevo género
(como, por ejemplo, la tragicomedia). [...] En vez de recalcar la distinción entre
género y género, le interesa [...] hallar el común denominador de los géneros,
los artificios y propósitos literarios que comparten» (Wellek y Warren 2002,
p. 282).

Esta concepción amplía enormemente las posibilidades de los géneros, pues los con-
cibe como conceptos en constante cambio, evolución y enriquecimiento.

Una de las teorías modernas más certeras es la del formalista ruso Tomasevskij,
en cuyos principios sabemos que se basó Lázaro Carreter para establecer su definición
de «género» (la que nos sirve de referencia). ¿Cuándo se termina de definir un género

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LITERATURA Y CREACIÓN LITERARIA

específico? Esta es la pregunta a la que el ruso responde. Tomasevskij considera que


toda obra se caracteriza por una serie de rasgos de género relacionados con la forma, el
tema o el destinatario; una vez que estos rasgos han sido repetidos –y, por tanto, se han

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perpetuado– de un autor a otro, se habrá creado un nuevo género.

Tomasevskij piensa igualmente que no se puede hacer una preceptiva o clasifica-


ción rígida de los géneros literarios, ya que nuevas formas pueden nacer y morir cons-
tantemente a lo largo de la historia. Considera, en este sentido, que hay que estudiar los
géneros de un modo histórico y descriptivo, y no desde la perspectiva normativa o pre-
ceptiva de la teoría clásica.

Otra teoría moderna especialmente rompedora es la del italiano Bendetto Croce,


quien desdeñó toda división de los géneros literarios. Croce abogaba por estudiar cada
obra individualmente, estudiar su estilo individual, al margen de rígidas inclusiones en
uno u otro grupo.

4. D
 ELIMITACIÓN DE LOS GÉNEROS LITERARIOS: POESÍA,
NARRATIVA, TEATRO Y ENSAYO

Una vez estudiado el concepto de «género literario» y analizada su evolución a


lo largo de la historia, tratemos en el presente epígrafe de delimitar y definir los géne-
ros correspondientes a cada uno de los tres grandes cauces: lírica, épica y dramática. A
ellos vamos a añadir, como propone el profesor Javier Huerta Calvo, la didáctica. De
este modo hablaremos de:

• Géneros poético-líricos.
• Géneros épico-narrativos.
• Géneros teatrales o dramáticos.
• Géneros didáctico-ensayísticos.

Hay que tener en cuenta que, aunque se tenderá a dar características generales, es
imposible delimitarlos rígidamente por el motivo tantas veces expuesto: los cambios y
variaciones que se han dado y se siguen dando a lo largo de la historia en la creación y
evolución de los géneros. Tanto es así que en ocasiones han visto la luz géneros híbri-
dos, esto es, formas que participan de rasgos de más de uno de los cauces.

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4.1. GÉNEROS POÉTICO-LÍRICOS

Para definir los géneros poético-líricos, vamos a seguir a la profesora Mercedes

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Rodríguez Pequeño en su ensayo Los formalistas rusos y la teoría de los géneros lite-
rarios. De un modo esquemático, los rasgos que definen a los géneros poético-líricos
podrían resumirse en los siguientes:

• Carecen de trama, es decir, carecen de una estructuración de hechos y de una


sucesión temporal y causal de motivos o acontecimientos. Por el contrario, se
caracterizan por desarrollar un tema a través de, generalmente, motivos estáticos.
• Están escritos en verso y habitualmente no tienen una extensión demasiado
amplia.
• Su brevedad en la extensión está condicionada por el carácter emotivo que
los define. Como decía Hegel, la lírica satisface la necesidad «de expresar
lo que sentimos y contemplarnos a nosotros mismos en la manifestación de
nuestros sentimientos». Es decir, mediante los géneros poéticos, como se
daba a entender desde la Poética de Aristóteles, el autor habla desde un «yo».
Sin embargo, no se debe pensar que todas las composiciones líricas tienen
una temática sentimental. Al hablar del carácter emotivo de la lírica, lo que se
quiere dar a entender es que estos géneros se alejan de una presentación narrada
o representada, en la que es obligada la sucesión de unos acontecimientos.
• El lenguaje adquiere una dimensión puramente estética y no referencial. El
objetivo del poeta no es «relatar» unos acontecimientos valiéndose de pala-
bras con un sentido puramente denotativo (si así fuera acudiría a la narrativa
o al teatro); el lenguaje poético cuenta, por el contrario, con una dimensión
simbólica y connotativa, proclive a la sugerencia y a desarrollar al máximo
las posibilidades expresivas de las palabras.
• Toda creación poética debe contar con un ritmo. Sin ritmo y sin musicali-
dad, la poesía carece de sentido; y el ritmo se vincula directamente con la
métrica (el número de sílabas del verso, la estrofas que los versos confor-
man) y la rima (consonante, asonante o ausencia de rima).
• No hay que negar a los géneros líricos un valor trascendente: el objetivo
último del poeta es alcanzar un ideal de belleza, que va más allá de la rea-
lidad que nos rodea.

Estos son los rasgos que definen a los géneros poético-líricos. Revisemos ahora
algunos de los géneros líricos que se han cultivado a lo largo de los siglos.

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Distancia de Madrid, UDIMA, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de
esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)".
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LITERATURA Y CREACIÓN LITERARIA

En la Antigüedad señalemos el himno, género destinado al canto, que contenía,


según la definición de Rafael Lapesa, «sentimientos e ideales religiosos, patrióticos,
guerreros, políticos, etc., de una colectividad» (citado en García Berrio y Huerta Calvo

Reservados todos los derechos. No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra. Queda permitida la impresión en su totalidad.
1992, p. 153); o la oda, composición de extensión larga y temática diversa, recuperada
en diferentes momentos de la historia.

En la época medieval nace la elegía, género para expresar el dolor por la muerte de
un ser querido, pero sin unos rasgos formales específicos; la cansó, de temática amorosa,
en la «que el "yo" lírico del trovador habla de las relaciones sentimentales con su amada,
dentro del convencionalismo del amor cortés» (García Berrio y Huerta Calvo 1992,
pp. 154 y 155); el villancico, de tema rural o villanesco y transmisión fundamentalmente
oral; o el romance, forma típicamente española nacida «a la sombra del poema épico,
del que toma algunas de las recurrencias formales y de sus temas histórico-legendarios»
(García Berrio y Huerta Calvo 1992, p. 161). El romance fue evolucionando a lo largo
de los años: fue perdiendo su carácter épico y ganando en lirismo y variedad temática.
Se escribía en verso octosílabo, el más adecuado al ritmo de la lengua castellana.

Finalmente, no podemos dejar de mencionar el soneto, forma nacida en Italia, que


llega a su máxima expresión con Petrarca; cuenta con unos rasgos formales muy marca-
dos (catorce versos agrupados en dos cuartetos y dos tercetos) y con una temática funda-
mentalmente amorosa. Sirva como ejemplo este bello soneto de Francisco de Quevedo:

«Cerrar podrá mis ojos la postrera


sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora, a su afán ansioso lisonjera;

mas no de esotra parte en la ribera


dejará la memoria, en donde ardía;
nadar sabe mi llama el agua fría,
y perder el respeto a ley severa.

Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,


venas, que humor a tanto fuego han dado,
médulas, que han gloriosamente ardido,

su cuerpo dejará, no su cuidado;


serán ceniza, mas tendrán sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado».

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M. Garbisu Buesa Los géneros literarios

4.2. GÉNEROS ÉPICO-NARRATIVOS

Se puede decir que los géneros épico-narrativos, en su evolución a lo largo de la


historia, han sufrido unos cambios mucho más radicales que los sufridos en la lírica o el
teatro. Se podría incluso distinguir entre géneros épicos, por un lado, y géneros narra-
tivos, por otro. Los primeros se escribían en verso y tenían un carácter más grandilo-
cuente, exaltador de los valores de un personaje; los segundos se escribían en prosa y su
contenido se apegaba a la realidad, presentaban una visión más realista. Sin embargo,
tanto unos como otros tienen un rasgo común que los define: en ellos, el autor se mani-
fiesta a través de un narrador y de unos personajes; ni se reserva todo el discurso para su
persona (como en la lírica) ni se reserva el discurso exclusivamente para los personajes
(como en el teatro). En los géneros épicos y narrativos existe una trama, una sucesión de
acontecimientos que son relatados por un narrador (en verso o en prosa). En definitiva,
la narración de unos hechos es el rasgo básico de estos géneros.

Ahora bien, como se ha adelantado, entre la épica y la narrativa existe una distancia
de siglos y, aunque la condición narrativa subsiste en ambas formas, las diferencias entre
los géneros de una y otra son grandes. Si bien no se pueden establecer unas delimitacio-
nes estrictas, se podría decir que es en la Edad Media cuando se empieza a narrar tam-
bién en prosa (el verso no se abandona del todo) y cuando las formas épicas empiezan
a declinar. En el siglo XVI nos encontramos ya con géneros narrativos, como la novela
de caballerías, la pastoril o la picaresca, pero se considera que es en 1605, con el
Quijote, cuando nace la novela moderna, cuando nace la novela tal y como la concebi-
mos hoy día. Existe, por tanto, una larga evolución desde la épica de la Antigüedad clá-
sica hasta la narrativa de la modernidad; y dista mucho una epopeya del siglo VIII a. C.
de una novela del siglo XX. Estudiar esta larga evolución excede nuestro objetivo, pero
intentemos al menos trazarla a grandes rasgos.

4.2.1. De los géneros épicos de la Antigüedad a la novela moderna

El género épico más significativo de la Antigüedad es indudablemente la epopeya.


Las dos grandes epopeyas de la cultura clásica, escritas por Homero, son La Iliada y
La Odisea, del siglo VIII a. C. En su Poética, Aristóteles definió este género como una
forma que «imita las acciones de la gente noble» a través de la narración. Contaba con
una extensión larga, se escribía con un verso monocorde y una misma serie estrófica y,
como argumento, relataba las peripecias de un héroe.

En la Edad Media este género tuvo su continuación en la epopeya medieval o cantar


de gesta, que asimismo narraba las hazañas del héroe. Un claro ejemplo de esta forma

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LITERATURA Y CREACIÓN LITERARIA

es el Poema de Mío Cid, célebre cantar de gesta castellano sobre el Cid Campeador. Los
cantares de gesta eran recitados oralmente por los juglares en lugares públicos, factor
que ha otorgado a este género un carácter popular. Gracias a los recursos de la tradición

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oral, en la Edad Media algunas formas narrativas empezaron a exponerse y a escribirse,
además de en verso, también en prosa.

De esta época es el mito, la leyenda o el milagro. El milagro narraba la vida de los


santos y se valía de recursos juglarescos para captar la atención de los fieles. Un ejem-
plo de este género son los Milagros de Nuestra Señora, de Gonzalo de Berceo, escritos
en verso.

No es difícil darse cuenta de que todas estas formas breves medievales poco tienen
ya que ver con la epopeya clásica; lejos de la narración de las hazañas de un héroe, estas
creaciones gozan de un carácter doctrinal o tienen como fin la exaltación de un perso-
naje, no siempre un héroe.

Fue en el salto de la Edad Media al Renacimiento cuando el humanista italiano


Boccaccio inauguraba la tradición de la novela corta o novella, con los relatos en prosa
de El decamerón, de diferente extensión, algunos más cortos (cuentos) y otros más exten-
sos (novelas cortas). En El decamerón, Boccaccio dibujó escenas y tipos poco idealiza-
dos, muy reales. Por este motivo, los relatos de Boccaccio no tienen mucho que ver con
un grupo de narraciones de carácter neoplatónico y consiguientemente muy idealizantes
que se cultivaron en el siglo XVI: nos referimos a la novela sentimental, a la pastoril,
a la morisca o a la de caballerías. Relataban o las cuitas sentimentales de sus persona-
jes o las hazañas de un caballero andante, todos ellos personajes irreales, consecuencia
de ese mundo idealizado.

No ocurre lo mismo con la novela picaresca, narración también del siglo XVI,
de carácter autobiográfico y mucho más apegada a la realidad. Nació en España con el
Lazarillo de Tormes. El Lazarillo pretendía mostrar la vida tal cual es, de ahí que esta
obra se convirtiera en el origen de la novela realista. Es así como llegamos a la novela
como la entendemos en la actualidad, la llamada «novela moderna», que comienza con
el Quijote de Cervantes.

4.2.2. Los géneros narrativos modernos: la novela y el cuento literario

Con el Quijote nace la novela moderna, que tantos estudios e intentos de definición
ha acarreado. ¿Qué es lo que aleja al Quijote de la senda anterior? En primer lugar, su
carácter realista (como en el Lazarillo), que cierra un ciclo de narraciones idealizantes;

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M. Garbisu Buesa Los géneros literarios

en segundo lugar, la inclusión del humor, que inevitablemente acerca la trama a la rea-
lidad; en tercer lugar, el empleo de nuevas técnicas literarias inexistentes hasta enton-
ces (que derivan de otros géneros literarios), así como de una amplia variedad de temas

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y personajes.

Se ha hablado de la multiformidad del Quijote, de su capacidad de aglutinar rasgos


de todos los géneros y todas las formas, ideas y personajes. Esta particularidad del Quijote
se hizo extensible, a partir de entonces, a otras creaciones similares; en este sentido, el
estudioso Mijail Bajtin decía que la novela era un género, además de intertextual, «alta-
mente polifónico, plurilingüístico y dialógico: en su denso tejido se imbrican enunciados
y formas de enunciación oriundas de otros géneros escritos y también de modulaciones
variopintas de la oralidad y el coloquio» (citado en Chillón 2011, p. 24).

Por esta multiformidad, por esta riqueza, la novela ha evolucionado tanto desde la
época de Cervantes y ha dado origen a creaciones diferentes, algunas de ellas alejadas
incluso de su carácter épico de narrar una acción. Formas muy diversas entre sí son la
novela de Cervantes, la novela histórica romántica, la novela realista y naturalista del
XIX o la novela de Marcel Proust y James Joyce en el siglo XX. Por no hablar de los
subgéneros nacidos a su amparo, como la novela policiaca, la novela lírica o la dialo-
gada. A pesar de su diversidad, lo cierto es que todas son novelas.

Por todo ello, resulta difícil hablar de normas estrictas y concretas para este género;
cada autor ha ido incluyendo novedades temáticas, estructurales y formales en sus obras
narrativas, novedades que han ido enriqueciendo el género según han ido pasando los siglos.

Dentro de la modernidad, no podemos dejar de mencionar otro género narrativo,


más breve en extensión y menos complejo que la novela, pero con enorme importancia.
Nos referimos al cuento literario.

El primer antecedente del cuento literario es el cuento folclórico, narración breve sur-
gida de la tradición oral y vinculada con el folclore de las diferentes tradiciones. El cuento
literario se generaliza en el siglo XIX. De carácter mucho más sofisticado que el
cuento folclórico, se define, en palabras de Anderson Imbert, como una «narración breve
en prosa que, por mucho que se apoye en un suceder real, revela siempre la imagina-
ción de un narrador individual» (citado en García Berrio y Huerta Calvo 1992, p. 178).
Al contrario que la novela, tiene una estructura más definida: el cuento, por su exten-
sión limitada, no se puede presentar como un suceder infinito de acontecimientos; suele
contar con una estructura cerrada y con una presentación de los hechos in media res.
Mientras la novela es un proceso acumulativo infinito, el cuento tiene un carácter finito.

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LITERATURA Y CREACIÓN LITERARIA

Los cuentos literarios más célebres son los cuentos maravillosos, normalmente des-
tinados a los niños, si bien a menudo tienen ciertas connotaciones que un crío no logra
ver. Autores célebres de cuentos maravillosos han sido Charles Perrault, Hans Chris-

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tian Andersen o los hermanos Grimm. Junto a los cuentos maravillosos, cabe señalar
los cuentos de terror, cuyo máximo exponente es el estadounidense Edgar Allan Poe. Al
margen de estas modalidades, el cuento literario ha sido muy cultivado en el siglo XX
por numerosos novelistas; célebres son los cuentos de los escritores del boom latinoame-
ricano, como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa o Carlos Fuentes.

4.3. GÉNEROS TEATRALES O DRAMÁTICOS

Podemos considerar el término «drama» desde dos puntos de vista: o bien como un
género teatral específico (que después trataremos), o bien, y en un sentido más amplio,
como sinónimo de «obra teatral». De ahí que hablemos de géneros teatrales o dramáticos.

Para definir los géneros dramáticos, hay que partir del carácter especial que define
al teatro, que lo diferencia de la novela o la poesía. Toda creación teatral ha sido escrita
no para ser leída, sino para ser vista y representada; ello no es óbice para que esa crea-
ción se publique después como volumen de lectura, si bien no ha sido este su fin primero.
En el texto dramático, el autor cede todo el peso de la obra a los personajes, quienes
representan (viven) una sucesión de acontecimientos; la figura del narrador, por consi-
guiente, no existe. Teniendo todo esto en cuenta, los rasgos que definen a estos géneros
se podrían resumir en los siguientes:

• Dado ese carácter especial que los singulariza, los géneros teatrales cuen-
tan, además de con un texto (con unos diálogos que intercambian los per-
sonajes), con otros componentes propios de la puesta en escena, como la
decoración, las luces o el vestuario. En este sentido no se puede olvidar la
importancia de los actores, que dan vida a los personajes, y del director, que
en la representación cuenta con libertad para introducir modificaciones en
la versión del autor.
• Si una creación teatral es publicada, el volumen resultante constará de dos
partes: la parte textual o literaria, es decir, los diálogos mantenidos por
los personajes, y las acotaciones o indicaciones escénicas incluidas
por el autor para la representación (suelen marcarse en grafía cursiva).
Véase el siguiente ejemplo del acto cuarto de Un marido ideal (1895), de
Oscar Wilde:

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M. Garbisu Buesa Los géneros literarios

«Escena: La misma del acto segundo. Lord Goring está junto a la


chimenea con las manos en los bolsillos. Parece muy preocupado.
LORD GORING. (Saca su reloj, lo mira y toca el timbre). Es un
gran fastidio. No puedo encontrar a nadie con quien hablar en esta
casa. Y yo estoy lleno de interesantes noticias. Me siento como la
última edición de un periódico. (Entra un criado).
JAMES. Sir Robert está todavía en el Ministerio de Asuntos Exte-
riores, milord.
LORD GORING. ¿Lady Chiltern no ha bajado todavía?
JAMES. La señora aún está en su habitación. Miss Chiltern acaba de
llegar de su paseo a caballo.
LORD GORING. (Aparte). ¡Ah! Eso ya es algo.
JAMES. Lord Caversham está esperando desde hace un rato a sir
Robert en la biblioteca. Le dije que el señor estaba aquí.
LORD GORING. Sea tan amable de decirle que me he ido.
JAMES. (Inclinándose). Así lo haré, milord. (Sale el criado).
LORD GORING. Realmente, no quiero ver a mi padre tres días segui-
dos. Es demasiada excitación para un hijo. Espero que no se le
ocurrirá venir. Los padres no debían ser vistos ni oídos. Sería la
mejor base para una buena vida familiar. Las madres son diferen-
tes. Son más cariñosas. (Se deja caer en un sillón, coge un perió-
dico y empieza a leerlo. Entra lord Caversham)».

• Las obras teatrales de duración normal se dividen habitualmente en actos,


que se dividen a su vez en escenas. Dependiendo de las diferentes épocas,
se establecían o cinco o tres actos (que se correspondían con la presenta-
ción, el nudo y el desenlace). En el teatro moderno no siempre se respeta
esta división.
• Los dramas de siglos pasados que se sometían a las reglas de la preceptiva
clásica debían respetar la norma de las tres unidades esbozada en la Poética
de Aristóteles: unidad de tiempo, de espacio y de acción, o lo que es lo
mismo, toda obra teatral tenía que contar con una acción única y desarro-
llarse en un único lugar y en un espacio de tiempo no superior a un día.
En realidad, Aristóteles solo habla explícitamente de la unidad de acción;
fueron los comentaristas italianos del siglo XVI quienes marcaron las uni-
dades de tiempo y espacio, si bien basándose en lo dicho por Aristóteles.

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LITERATURA Y CREACIÓN LITERARIA

Vistos los rasgos que definen los géneros teatrales, revisemos, como venimos
haciendo hasta ahora, sus formas fundamentales.

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4.3.1. La tragedia y la comedia

A la hora de delimitar los diferentes géneros dramáticos, la tarea se simplifica con


respecto a la lírica y la narrativa, ya que, como explica el profesor Huerta Calvo, el tea-
tro es «el que representa una mayor nitidez a la hora de ser clasificado, por reducirse los
géneros naturales o teóricos a dos: tragedia y comedia» (García Berrio y Huerta Calvo
1992, p. 198). A ellos habría que añadir otras formas que, en último término, son deri-
vativas de las dos anteriores, como la tragicomedia, el sainete o el drama. Detengámo-
nos brevemente en cada uno de ellos.

• La tragedia. Para definir el género «tragedia» hay que acudir por fuerza a
los antiguos griegos y específicamente, una vez más, a la Poética de Aris-
toteles. La tragedia es el género que más líneas ocupa en la obra del filósofo
griego.
Son tres los conceptos que definen la tragedia clásica: la mímesis o imi-
tación, la acción o praxis y la catarsis. A grandes rasgos, toda tragedia se
concebía del siguiente modo: un personaje imita (representa, vive) una
acción (o praxis), de tal modo que los espectadores empaticen con él. Esa
acción, que deviene trágica, se fundamenta habitualmente en un mito, en
una historia mítica; de ahí que el personaje suela representar a un héroe,
a un ser encumbrado o ser superior del que se imita su carácter esfor-
zado. La tragedia despierta compasión y temor en el espectador, con el
fin último de provocar una catarsis o purificación de su alma. César Oliva
y Francisco Torres Monreal (2000, pp. 37 y 38) explican de este modo el
concepto de «catarsis»:

«[...] hemos de entender por compasión o piedad la emoción que


el hombre experimenta ante la desgracia del personaje trágico; y por
temor el miedo a que esa desgracia, propia de la condición humana,
pueda acaecernos también a nosotros, los espectadores, hechos de la
misma masa que los personajes de la tragedia. Por ello, aunque estos
ocupen un rango social distinto del nuestro –se trata de personajes
encumbrados–, en lo moral no se distinguen de los demás mortales.
Compartimos todos las mismas virtudes y los mismos defectos. Por

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M. Garbisu Buesa Los géneros literarios

efecto de la mímesis, que ha de pasar al espectador, este sentirá en sí


la desgracia trágica. Pues bien, por efecto de la homeopatía, consis-
tente en curarse una afección experimentando una afección similar,

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la tragedia nos curará del temor y de la compasión».

Aristóteles asentó en su Poética las bases de la tragedia, el género por exce-


lencia de la cultura clásica. Después, la tragedia ha evolucionado a lo largo
de los siglos y, aunque no mantiene el esquema clásico, sí participa de su
espíritu. Ahí tenemos las tragedias de William Shakespeare, las de Pedro
Calderón de la Barca o las del siglo XX: su estructura es distinta, pero,
como en la época clásica, abordan un tema trágico con una fuerte hondura
de contenido.
• La comedia. La comedia es otro de los géneros del teatro por excelencia.
Al contrario que la tragedia, y como su propio nombre indica, trata temas
livianos, alegres, cómicos. En su Poética, Aristóteles también concibe la
comedia como imitación. Ahora bien, en este caso, el personaje imita no
ya al ser superior, al hombre esforzado, como ocurría en la tragedia, sino
que imita al hombre inferior, lo risible que se desprende del hombre infe-
rior. ¿A qué se refiere Aristóteles con lo risible?, cabría preguntarse. A «un
defecto y una fealdad sin dolor ni daño» es la respuesta; «así, sin ir más
lejos, la máscara cómica es algo feo y retorcido sin dolor».
La comedia no fue tan considerada como la tragedia en la cultura griega.
En Roma, la producción de comedias aumentó, no así en la Edad Media,
época en la que el teatro adquirió un claro carácter religioso. Un momento
glorioso de la comedia fue el siglo XVI en Italia, con el nacimiento de la
Commedia dell'arte.

Como sabemos, la preceptiva clásica no permitía la mezcla de géneros, en este caso,


la mezcla de tragedia y comedia. La pureza de género se respetó, más o menos, durante
siglos, hasta que en el XVII el dramaturgo español Lope de Vega en su Arte nuevo de
hacer comedias abogó por fundir en una misma obra elementos trágicos y cómicos, como
la vida misma, que es trágica y cómica al tiempo. Así nació la tragicomedia, género
muy cultivado en ese siglo.

Aparte de estos, encontramos entre los géneros teatrales otras formas como el entre-
més o el drama. El entremés es una forma cómica breve que se sustenta en lo exagerado,
en lo desmesurado, con asunto folclórico y carnavalesco, que en el siglo XVII español
se representaba en el entreacto de una comedia.

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LITERATURA Y CREACIÓN LITERARIA

En cuanto al drama, más allá de su carácter general (drama como obra de teatro),
este término se emplea en un sentido más concreto para designar a aquellas obras con
un contenido trágico y doloroso, pero ambientadas en un entorno más cotidiano y real

Reservados todos los derechos. No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra. Queda permitida la impresión en su totalidad.
que el grandilocuente que caracteriza a la tragedia. Piénsese, por ejemplo, en los dramas
burgueses de Jacinto Benavente.

4.4. GÉNEROS DIDÁCTICO-ENSAYÍSTICOS

Los géneros didáctico-ensayísticos no han sido estudiados por las poéticas tradi-
cionales, por tratarse de formas que se alejan de la ficción. Su contenido no es ficcional,
sino doctrinal, factor que despierta la eterna discusión de su inclusión o no en al arte lite-
rario. Lejos de querer entrar en polémicas, señalamos que algunos de los géneros didác-
tico-ensayísticos más significativos son los que explicamos a continuación.

El ensayo, el que da nombre a este epígrafe y por consiguiente género fundamen-


tal en este grupo. El ensayo se define como aquel texto con temática variada y con un
propósito comunicativo, reflexivo o didáctico, en el que su autor sostiene un punto de
vista propio y subjetivo, valiéndose de una prosa libre «que admite la exposición y
argumentación lógica, junto a las digresiones» (García Berrio y Huerta Calvo 1992,
p. 224). Se considera que este género nació en el siglo XVI con Michel de Montaigne
y sus famosos Essais.

Relacionado con el ensayo, pero unido inevitablemente a la prensa, encontramos


el artículo periodístico. En España, el artículo cuenta con un claro antecedente en el
artículo de costumbres, género del siglo XIX cuyo máximo exponente es Mariano
José de Larra y que, como su propio nombre indica, se centra en la caracterización y
descripción de costumbres y tipos de la sociedad media. Después, el artículo ha abar-
cado todo tipo de temas y reflexiones.

Dentro de los géneros didáctico-ensayísticos, un grupo de ellos se caracteriza por


su vinculación con la persona del autor: se trata de las memorias, la biografía y los
epistolarios.

Con el término memorias nos referimos a aquel género mediante el cual su autor
hace públicos acontecimientos de su existencia, enmarcándolos en una realidad concreta
o un contexto determinado, que debe ser también referido. Huerta Calvo afirma que se
trata de un «género relativamente moderno, propio de sociedades avanzadas que nece-
sitan recuperar su pasado» (García Berrio y Huerta Calvo 1992, p. 227).

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"Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta Unidad sólo puede ser realizada con la autorización de la Universidad a
Distancia de Madrid, UDIMA, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de
esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)".
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Sumario │

M. Garbisu Buesa Los géneros literarios

No es el caso de la biografía, que existe desde la Antigüedad clásica. Un hito de este


género son las Vidas paralelas de Plutarco, que en el siglo I nos desvelaban las entretelas
de una serie de personajes griegos y romanos. Para definir el género de la biografía cabe
escuchar lo que dice el francés André Maurois (gran cultivador de esta forma) en Aspec-
tos de la biografía (1928). Maurois expone que algunos de los rasgos que la caracterizan
son los siguientes: el ritmo de la biografía debe ser siempre cronológico; todo biógrafo
ha de ser un gran documentalista, al tiempo que un buen observador y algo psicólogo;
los personajes elegidos deben convertirse en pequeñas criaturas –pequeños hijos– a los
que el autor conoce hasta lo impredecible.

Una derivación de la biografía es la autobiografía, que es «literalmente la biogra-


fía que el autor hace de sí mismo». Se halla muy cerca de las memorias y del diario,
pero se diferencia de las primeras porque en estas «es prioritaria la exposición de la rea-
lidad exterior y de los otros», y del segundo porque el diario «es una minuciosa consta-
tación de hechos cotidianos», lo que explica que no comprenda una vida en su totalidad
(García Berrio y Huerta Calvo 1992, pp. 227 y 228).

Aludamos finalmente a un último género didáctico-ensayístico: la epístola. Debe


quedar claro que no nos estamos refiriendo a la epístola como forma novelesca o novela
epistolar, que entraría dentro de los géneros narrativos; nos referimos a la epístola con
carácter doctrinal, didáctico o reflexivo. A este género pertenecen, por ejemplo, las
Cartas marruecas, de José Cadalso, una sucesión de misivas entre tres personajes (el
español Nuño Núñez, y los marroquíes Gazel y Ben-Beley), en las que se realiza una
profunda reflexión sobre España. Este sería uno de esos géneros en los que los límites
entre la ficción y la realidad no quedan demasiado claros, ya que el autor se está valiendo
de personajes –criaturas de la ficción– para reflexionar sobre problemas de la realidad,
en concreto de la realidad española del siglo XVIII.

5. ELEGIR EL GÉNERO

Como se ha indicado desde un principio, a pesar de las dificultades de definición y


de los interminables intentos de clasificación que se han sucedido a lo largo de los años,
es evidente que en la mente del autor y del lector pervive una distinción entre unos géne-
ros literarios y otros. En las librerías o en las reseñas y comentarios de los periódicos,
encontramos las novedades editoriales agrupadas en secciones de poesía, narrativa, tea-
tro y ensayo. El lector sabe lo que le depara cuando elige una obra teatral, un poemario
o un libro de memorias; y lo mismo puede decirse en el caso del autor.

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