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Introducción
Dentro de lo que se puede considerar como un fuerte ambiente filosófico, podemos decir
que durante el siglo XX se desarrollaron paralelamente dos formas de pensar
fundamentales, conocidas como la fenomenología y la filosofía del lenguaje. La primera, en
manos de Husserl, influenciando a Heidegguer, Levinas y Sartre, entre otros. La segunda en
manos de Frege, influenciando a Carnap, Russell, Wittgenstein y también a otra alta gama
de pensadores. Por un lado, resumiendo grotescamente, la fenomenología hace hincapié en
las vivencias dadas a una conciencia. En efecto, la tarea de esta filosofía es lograr describir
la experiencia de un fenómeno tal como se da y a la manera como se da en un ser lanzado,
dado al mundo. Por otro lado, la filosofía del leguaje, que encontrando una correspondencia
entre el mundo y la estructura formal del lenguaje, aplica análisis a este mediante la
matemática.
Ante estas cosmovisiones, se han dado debates que contraponen una corriente de otra y han
surgido nuevas problemáticas –más exactamente las relacionadas con el feminismo, la
inclusión y el género-, que desde la visión tradicional, no es posible pensar con toda
propiedad. Por lo dicho, y con ganas de vencer esa dicotomía entre analítica y
fenomenología, nos preguntamos: qué dialogo se puede interpretar entre el llamado
segundo Wittgenstein, que se centra en cómo se usa el lenguaje en un juego en concreto y
la filosofía existencialista del Simone de Beauvoir, influenciada por la fenomenología
sartreana; pues en su libro El segundo sexo (1949), la filósofa expone una máxima
defendiendo que el género es una imposición social, en efecto: “uno no nace mujer, sino
que llega a serlo” (Beauvoir, 2008, p. 283). Así las cosas, por nuestra parte, queremos tener
en cuenta en un primer momento a Wittgenstein como piedra angular, pues, desarrolló sus
trabajos a través de dos etapas distintas: la primera, en la que escribió el Tractatus Logico-
Philosophicus (1921) y expone el significado en la estructura lógico-formal
correspondiente al mundo; y la segunda, en la que escribió las Investigaciones Filosóficas
(1953), donde muestra que el significado es solamente un juego respecto de su uso. En
ambos trabajos, Wittgenstein se centró en la relación entre el lenguaje y la realidad, pero en
la segunda etapa adoptó una postura más crítica y se centró en la comprensión de cómo el
lenguaje se usa en la práctica cotidiana. Por segundo momento, queremos tener en cuenta la
influencia fenomenología de Sartre en Simone de Beauvoir, pues al ser uno responsable de
su propia libertad en la propia determinación, tiene aquella responsabilidad de la que
hablaba Wittgenstein a la hora de entrar en un juego del lenguaje ajeno al propio, para no
caer en, por así decirlo, un error categorial e incluso la mala fe. Por último, se plantea
brevemente el devenir de las distintas ontologías dados los nuevos juegos del lenguaje y las
nuevas formas de vida que suscitan. Dando a lugar una metafísica de la nada o de la
libertad.
Wittgenstein y el Lenguaje
Según el filósofo del lenguaje, partiendo ahora de la proposición agustiniana, concibe que
todas las palabras tienen un significado, ya que el significado es el objeto al que se refiere
la palabra. Es decir, que las palabras se utilizan para designar objetos, ya sean concretos o
abstractos. Sin embargo, el significado de las palabras no se encuentra en una definición
precisa, sino que depende u obedece a una forma primitiva del lenguaje dada e impartida
desde la niñez.
Respecto de esta forma primitiva del lenguaje que conforma el sentido de las palabras,
Wittgenstein nos dice que se aprende en una enseñanza ostensiva de las palabras. Los
infantes, en el adiestramiento del lenguaje, emplean esa forma primitiva del leguaje al
hablar y relacionarse con las palabras que crea una conexión asociativa entre ‘palabras-
cosas’. En este sentido, podemos comprender cómo el significado de las palabras no es algo
fijo o inmutable, sino que puede cambiar con el tiempo y con el uso que se haga de ellas.
Por ello, el significado de las palabras no es ni fundamental, ni necesario, puesto que es el
uso quien determina su función. “Cuando se dice que la palabra designa, no se ha
designado nada, a menos que se muestre que distinción se desee hacer. En ultimas, el modo
en cómo se organizan las palabras y los tipos de palabras depende de la finalidad de tal
clasificación- y de nuestra inclinación“ (Wittgenstein, 1953, pp. 13-17). En suma, es propio
resaltar este proceso del uso de las palabras y la actuación que se tome respecto de ellas en
su contexto, ya que hacen parte, precisamente, de los denominados juegos del lenguaje.
Respecto a estos podemos escuchar a Reguera en su estudio introductorio sobre las obras de
Wittgenstein, donde explica que:
“El lenguaje se parece a un juego en tanto que es una actividad con palabras dirigidas por
reglas, las reglas gramaticales. E igual que en el ajedrez el significado de una figura es la
suma de las reglas que determinan sus posibles movimientos en el juego, así sucede con el
significado o uso de las palabras. En el lenguaje hay innumerables juegos, es decir,
procedimientos para el uso de signos. Los juegos de lenguaje son contextos reales de acción
y constituyen la forma de vida de una cultura en la cual, a su vez, están inscritos” (Reguera,
2009, p. CXVII).
Con la analogía anterior, ahora podemos pensar en los diferentes puntos de vista en los que
se pueden clasificar las piezas de ajedrez por los tipos de formas. Así, representar un
lenguaje supone representar una forma de vida, puesto que en la diversidad de juegos del
lenguaje encontramos innumerables géneros diferentes de uso de todo lo que llamamos
signos. Recordemos que el significado es solo el uso y las palabras no están definidas
respecto a las cosas que designan –ni por el mundo exterior, ni por los pensamientos que
uno pueda asociarle, sino más bien por cómo se las usa en la comunicación ordinaria-.
Escuchemos qué dice de nuevo Reguera respecto de este Wittgenstein tardío, ya que este:
“Analiza el lenguaje corriente, con sus innumerables usos y juegos diarios, buscando el
sentido de las cosas en él mismo, tal como es, como acción humana sometida a un
entrenamiento reflejo dentro de una forma concreta de vida sujeta a condiciones naturales,
sociales y culturales, en una imagen concreta del mundo” (Reguera, 2009, p. XX).
Con esto lingüista, como crítica a su obra temprana, nos dice claramente que las
definiciones no corresponden a nuestros conceptos y que en el lenguaje el significado
presupone la habilidad de emplear significados. Por lo que no se trata de la imposibilidad
de definir algo, sino que no tenemos una definición y no la necesitamos, puesto que ya lo
usamos exitosamente. En último término, las definiciones son aquellas formas de vida que
participan de los juegos del lenguaje, de modo que las palabras no poseen significado
independiente de su uso en un juego lingüístico.
Como efectos de su obra, aquellos temas de los que no se podía hablar, como los ámbitos
de la metafísica y la ética, inclusive, la estética, vienen a ser parte de los diferentes juegos
del lenguaje, permitiendo lo que podría interpretarse, dentro de un marco feminista, como
inclusivo –en tanto que condición fenomenológico-existencial, que se abre a otras formas
de vida o de concebir el mundo desde el lugar en que se anuncia-.
Cristian, creo que hay una intuición muy interesante, pero, más allá de mencionar que la
tesis de de Beauvoir puede acercarse a la de Wittgenstein, no veo un argumento robusto que
la sustente. Creo, en todo caso, que se puede formular (usted plantea un camino muy
interesante).
Nota: 4.5
Bibliografía
Beauvoir, S. d. (2008). El Segundo sexo. Buenos Aires: Siglo XXI.