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Cristian Javier Alonso García

Docente: Andrés Mauricio Buriticá


Modulo: Filosofía del Lenguaje/Analítica
Maestría en Filosofía Contemporánea
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Universidad de San Buenaventura, Bogotá D.C.

De las formas de vida a la Nada del feminismo

Introducción

Dentro de lo que se puede considerar como un fuerte ambiente filosófico, podemos decir
que durante el siglo XX se desarrollaron paralelamente dos formas de pensar
fundamentales, conocidas como la fenomenología y la filosofía del lenguaje. La primera, en
manos de Husserl, influenciando a Heidegguer, Levinas y Sartre, entre otros. La segunda en
manos de Frege, influenciando a Carnap, Russell, Wittgenstein y también a otra alta gama
de pensadores. Por un lado, resumiendo grotescamente, la fenomenología hace hincapié en
las vivencias dadas a una conciencia. En efecto, la tarea de esta filosofía es lograr describir
la experiencia de un fenómeno tal como se da y a la manera como se da en un ser lanzado,
dado al mundo. Por otro lado, la filosofía del leguaje, que encontrando una correspondencia
entre el mundo y la estructura formal del lenguaje, aplica análisis a este mediante la
matemática.
Ante estas cosmovisiones, se han dado debates que contraponen una corriente de otra y han
surgido nuevas problemáticas –más exactamente las relacionadas con el feminismo, la
inclusión y el género-, que desde la visión tradicional, no es posible pensar con toda
propiedad. Por lo dicho, y con ganas de vencer esa dicotomía entre analítica y
fenomenología, nos preguntamos: qué dialogo se puede interpretar entre el llamado
segundo Wittgenstein, que se centra en cómo se usa el lenguaje en un juego en concreto y
la filosofía existencialista del Simone de Beauvoir, influenciada por la fenomenología
sartreana; pues en su libro El segundo sexo (1949), la filósofa expone una máxima
defendiendo que el género es una imposición social, en efecto: “uno no nace mujer, sino
que llega a serlo” (Beauvoir, 2008, p. 283). Así las cosas, por nuestra parte, queremos tener
en cuenta en un primer momento a Wittgenstein como piedra angular, pues, desarrolló sus
trabajos a través de dos etapas distintas: la primera, en la que escribió el Tractatus Logico-
Philosophicus (1921) y expone el significado en la estructura lógico-formal
correspondiente al mundo; y la segunda, en la que escribió las Investigaciones Filosóficas
(1953), donde muestra que el significado es solamente un juego respecto de su uso. En
ambos trabajos, Wittgenstein se centró en la relación entre el lenguaje y la realidad, pero en
la segunda etapa adoptó una postura más crítica y se centró en la comprensión de cómo el
lenguaje se usa en la práctica cotidiana. Por segundo momento, queremos tener en cuenta la
influencia fenomenología de Sartre en Simone de Beauvoir, pues al ser uno responsable de
su propia libertad en la propia determinación, tiene aquella responsabilidad de la que
hablaba Wittgenstein a la hora de entrar en un juego del lenguaje ajeno al propio, para no
caer en, por así decirlo, un error categorial e incluso la mala fe. Por último, se plantea
brevemente el devenir de las distintas ontologías dados los nuevos juegos del lenguaje y las
nuevas formas de vida que suscitan. Dando a lugar una metafísica de la nada o de la
libertad.

Wittgenstein y el Lenguaje

Como se mencionaba, podemos caracterizar a Wittgenstein en dos momentos. Por ahora


centrémonos con brevedad en el primero. De su Tractatus, podemos sacar brevemente
algunas tesis fundamentales respecto de la realidad. El Wittgenstein que apenas amanecía,
concebía, al igual que cierta tradición filosófica, que la realidad estaba compuesta de
hechos, como relaciones de objetos simples. Y el lenguaje, representando esta realidad en
proposiciones, corresponde las palabras y los objetos.
En este sentido, bajo la influencia del matemático y filósofo Bertrand Russell, quien le da
gran impulso para arrancar su tarea filosófica, toma la lógica como una herramienta
propicia para analizar el lenguaje, los hechos, y en ultimas, la realidad. Por su puesto,
pretendiendo la objetividad de la ciencia, rehúye de los aspectos metafísicos y éticos, dando
cuenta de los límites del lenguaje. Dado que su propuesta trata de una filosofía que analiza
el lenguaje a partir de la lógica, pero dado que no puede ir más allá de su estructura,
finalmente opta por ‘callar de lo que no se puede hablar’.
Ante esta concepción de la realidad, el primer Wittgenstein argumenta que el lenguaje se
corresponde con la realidad de una manera precisa y que el significado de las palabras está
determinado por su relación con los objetos del mundo. Cristalizando, por así decir, la vida,
pues se concibe de manera objetiva.
En efecto, al poner en situación esta manera de pensar, el feminismo aquí objetaría que
incluso a nivel académico e investigativo, las mujeres parecen quedarse en la penumbra, ya
que no se les reconoce muy propiamente como voceras de un pensamiento que se eleva al
nivel del status quo objetivado. Así, eventualmente, se formalizarían las epistemologías
feministas y otras fuertes corrientes como críticas a estos sistemas de pensamiento
herméticos.
En el mismo Tractatus, Wittgenstein llega a reconocer la paradoja de la teoría de los tipos
del lógico Russell, pues nos dice en su numeral XX, del 3.323 hasta el 3.33 en Confusiones
en el lenguaje común y necesidad de una ideografía mejorada, que:
En el lenguaje común a menudo sucede que la misma palabra tiene modos diferentes de
designación –por lo que pertenece a diferentes símbolos- o que dos palabras que tienen dos
modos de designación diferentes son empleadas en proposiciones en lo que parece ser el
mismo modo. (…) Es así como fácilmente surgen las confusiones más fundamentales (de
las que está llena la filosofía). Para evitar estos errores tenemos que emplear un sistema de
signos que los excluya, no usando los mismos signos para símbolos diferentes ni usando
signos que tienen modos de designación diferentes en lo que aparentemente es el mismo
modo. O sea, un sistema de signos regulado por la gramática lógica –por la sintaxis lógica.
(La notación de Frege y Russell es un sistema así, aunque en verdad no evita todos los
errores). Para reconocer el símbolo en el signo se debe tomar en cuenta cómo se le usa en
forma significativa. Un signo determina una forma lógica solo junto con su aplicación
lógico-sintáctica. Si un signo no es empleado, entonces carece de referencia. Ese es el
sentido de la navaja de Ockham. (Si todo funciona como si un signo tuviera una referencia,
entonces tiene una referencia) (Wittgenstein, 2000, p. 11).

Haciendo estas primeras connotaciones, podemos volver nuestra mirada al atardecer de la


vida de Wittgenstein, pues es importante ver su concepción de la realidad respecto a un
juego concreto o contextual del lenguaje. Por lo que se ha mencionado y por lo que el
filósofo refiere, el lenguaje hace parte de un juego dentro de una comunidad específica, así
que prescindiendo de aquella objetivación cristalizadora de las palabras en el mundo, estas
ya no tienen un significado fijo, sino que dependen de la forma en cómo se usan dentro del
margen de un contexto.
Para esta instancia, da cuenda de que el lenguaje no es un sistema cerrado, sino que más
bien es un sistema abierto que se desarrolla en sus variaciones a través de la práctica social.
De este modo, Wittgenstein en sus Investigaciones Filosóficas (1953), Wittgenstein
propone esta vez aafirma que la filosofía como es una actividad descriptiva que se centra en
el análisis del Uso del lenguaje. Poniendo sobre la mesa la definición de lenguaje empleada
por Wittgenstein, traigamos a colación la concepción de San Agustín de Hipona respecto a
la naturaleza del lenguaje humano es sus confesiones; nos dice inicialmente:
Cuando ellos (los mayores) nombraban alguna cosa y consecuentemente con esa apelación
se movían hacia algo, lo veía y comprendía que con los sonidos que pronunciaban llamaban
ellos a aquella cosa cuando pretendían señalarla. Pues lo que ellos pretendían se entresacaba
de su movimiento corporal: cual lenguaje natural de todos los pueblos que con mímica y
juegos de ojos, con el movimiento del resto de los miembros y con el sonido de la voz
hacen indicación de las afecciones del alma al apetecer, tener, rechazar o evitar cosas. Así,
oyendo repetidamente las palabras colocadas en sus lugares apropiados en diferentes
oraciones, colegía paulatinamente de qué cosas eran signos y, una vez adiestrada la lengua
en esos signos, expresaba ya con ellos mis deseos (Wittgenstein, 1953, p. 6).

Según el filósofo del lenguaje, partiendo ahora de la proposición agustiniana, concibe que
todas las palabras tienen un significado, ya que el significado es el objeto al que se refiere
la palabra. Es decir, que las palabras se utilizan para designar objetos, ya sean concretos o
abstractos. Sin embargo, el significado de las palabras no se encuentra en una definición
precisa, sino que depende u obedece a una forma primitiva del lenguaje dada e impartida
desde la niñez.
Respecto de esta forma primitiva del lenguaje que conforma el sentido de las palabras,
Wittgenstein nos dice que se aprende en una enseñanza ostensiva de las palabras. Los
infantes, en el adiestramiento del lenguaje, emplean esa forma primitiva del leguaje al
hablar y relacionarse con las palabras que crea una conexión asociativa entre ‘palabras-
cosas’. En este sentido, podemos comprender cómo el significado de las palabras no es algo
fijo o inmutable, sino que puede cambiar con el tiempo y con el uso que se haga de ellas.
Por ello, el significado de las palabras no es ni fundamental, ni necesario, puesto que es el
uso quien determina su función. “Cuando se dice que la palabra designa, no se ha
designado nada, a menos que se muestre que distinción se desee hacer. En ultimas, el modo
en cómo se organizan las palabras y los tipos de palabras depende de la finalidad de tal
clasificación- y de nuestra inclinación“ (Wittgenstein, 1953, pp. 13-17). En suma, es propio
resaltar este proceso del uso de las palabras y la actuación que se tome respecto de ellas en
su contexto, ya que hacen parte, precisamente, de los denominados juegos del lenguaje.
Respecto a estos podemos escuchar a Reguera en su estudio introductorio sobre las obras de
Wittgenstein, donde explica que:
“El lenguaje se parece a un juego en tanto que es una actividad con palabras dirigidas por
reglas, las reglas gramaticales. E igual que en el ajedrez el significado de una figura es la
suma de las reglas que determinan sus posibles movimientos en el juego, así sucede con el
significado o uso de las palabras. En el lenguaje hay innumerables juegos, es decir,
procedimientos para el uso de signos. Los juegos de lenguaje son contextos reales de acción
y constituyen la forma de vida de una cultura en la cual, a su vez, están inscritos” (Reguera,
2009, p. CXVII).

Con la analogía anterior, ahora podemos pensar en los diferentes puntos de vista en los que
se pueden clasificar las piezas de ajedrez por los tipos de formas. Así, representar un
lenguaje supone representar una forma de vida, puesto que en la diversidad de juegos del
lenguaje encontramos innumerables géneros diferentes de uso de todo lo que llamamos
signos. Recordemos que el significado es solo el uso y las palabras no están definidas
respecto a las cosas que designan –ni por el mundo exterior, ni por los pensamientos que
uno pueda asociarle, sino más bien por cómo se las usa en la comunicación ordinaria-.
Escuchemos qué dice de nuevo Reguera respecto de este Wittgenstein tardío, ya que este:
“Analiza el lenguaje corriente, con sus innumerables usos y juegos diarios, buscando el
sentido de las cosas en él mismo, tal como es, como acción humana sometida a un
entrenamiento reflejo dentro de una forma concreta de vida sujeta a condiciones naturales,
sociales y culturales, en una imagen concreta del mundo” (Reguera, 2009, p. XX).

Con esto lingüista, como crítica a su obra temprana, nos dice claramente que las
definiciones no corresponden a nuestros conceptos y que en el lenguaje el significado
presupone la habilidad de emplear significados. Por lo que no se trata de la imposibilidad
de definir algo, sino que no tenemos una definición y no la necesitamos, puesto que ya lo
usamos exitosamente. En último término, las definiciones son aquellas formas de vida que
participan de los juegos del lenguaje, de modo que las palabras no poseen significado
independiente de su uso en un juego lingüístico.
Como efectos de su obra, aquellos temas de los que no se podía hablar, como los ámbitos
de la metafísica y la ética, inclusive, la estética, vienen a ser parte de los diferentes juegos
del lenguaje, permitiendo lo que podría interpretarse, dentro de un marco feminista, como
inclusivo –en tanto que condición fenomenológico-existencial, que se abre a otras formas
de vida o de concebir el mundo desde el lugar en que se anuncia-.

Feminismos y formas de vida


En cuanto entramos al plano del feminismo, es propicio traer a la madame Simone de
Beauvoir, pues como decíamos, es ella quien en El segundo sexo pone sobre la mesa de
juego la idea de que las mujeres nacen para ser subordinadas a los hombres como una
construcción social y no como una verdad biológica. Según la filósofa existencialista, las
mujeres no nacen naturalmente inferiores a los hombres, sino que son socializadas para
serlo a través de la educación, la cultura y las normas de conducta sociales. De esta forma,
la mujer no nace, sino que se hace, es decir, la mujer es un producto de la sociedad y de las
estructuras de un lenguaje que la conforman. Lo que combate precisamente Beauvoir es esa
noción objetual, cristalizada y abstracta, que no permite considerar la experiencia y la
perspectiva de las mujeres, pretendiendo lograr la libertad y la igualdad de género.
Como podemos observar, podemos establecer una conexión, casi que nerviosa, entre la
perspectiva del segundo Wittgenstein y la afirmación de Simone de Beauvoir. Ambos
argumentan que nuestra comprensión del mundo y de nosotros mismos no está determinada
por una esencia fija o inmutable, sino que está moldeada por nuestras prácticas culturales
comunes. En el caso de la existencialista, nos dice que la identidad de género no es algo
con lo que nacemos, sino que es algo que se construye a través de nuestras experiencias en
el statu quo. De manera similar, el segundo Wittgenstein argumenta que el significado de
las palabras no está determinado por una esencia fija, sino que está moldeado por nuestras
prácticas lingüísticas dentro de una forma de vida conformada en una cultura establecida.
Podríamos decir que en efecto, el género que le es asignado a los sujetos, los sujeta
precisamente a ese juego del lenguaje con el que son designados. Ahora bien, aplicando
esto al lenguaje inclusivo, derivado de la crítica de Beauvoir sobre la mujer como ‘otro’ en
relación al hombre, desde la perspectiva del segundo Wittgenstein, el lenguaje inclusivo se
puede comprender como una práctica lingüística que busca reflejar y respetar la diversidad
de las personas y sus identidades. En lugar de tratar el lenguaje como un reflejo de la
realidad, el lenguaje inclusivo se enfoca en cómo el lenguaje puede ser utilizado para crear
y moldear nuestra comprensión de la realidad, y cómo puede ser utilizado para promover la
inclusión y la igualdad.
Por otro lado, aunque estas posturas, pueden llegar a parecer en principio relativistas, es
importante destacar que Wittgenstein no argumenta que todas las formas de vida y prácticas
lingüísticas son válidas. En lugar de eso, como hemos recorrido hasta ahora, él argumenta
que el significado de las palabras y las prácticas lingüísticas están determinadas por su uso
dentro de una comunidad lingüística específica. Por lo tanto, aunque el significado de una
palabra puede variar entre diferentes comunidades lingüísticas, no todas las formas son
igualmente válidas en su uso. En otras palabras, ya que la tarea de la filosofía es
comprender las formas de vida, el segundo Wittgenstein no está argumentando que todo es
relativo, sino que para la comprensión del significado depende, de nuevo, del contexto o el
lugar de enunciación.
Por parte de Beauvoir –y encajando lo previamente dicho-, dado que las mujeres han sido
oprimidas por medio del juego del lenguaje tradicional –el del hombre-, en un análisis de
este se puede poner a la luz la opresión y la discriminación, como la violencia doméstica y
la subordinación política ejercida por la estructura de pensamiento. Además, el feminismo
ha señalado que muchas de las teorías y conceptos desarrollados por la filosofía analítica,
como la teoría de la referencia y la teoría de la verdad, no tienen en cuenta los contextos
sociales y políticos en los que se usan, y que a menudo refuerzan los estereotipos y
prejuicios de género. En respuesta a estas críticas, la filosofía analítica junto con algunos de
sus pensadores, han comenzado a prestar más atención a las cuestiones de género y han
desarrollado nuevas teorías y enfoques que tienen en cuenta la experiencia y perspectiva de
las mujeres.
Suscitando las teorías de la identidad y de la subjetividad, desarrolladas a partir del
feminismo, nuestro Wittgenstein diría que son una forma de construir significados y formas
de vida que permiten una comprensión más completa y precisa de las identidades de
género. Es decir, nuevos modos de comprender y de ser que permiten otros juegos del
lenguaje para tener a su vez nuevas compresiones del mundo.

El lenguaje de la libertad y la Nada del feminismo

Tengamos en cuenta por ahora la influencia sartreana en Simone de Beauvoir. La


fenomenología de Sartre se centra en la experiencia subjetiva de la conciencia humana y en
cómo esta experiencia da forma a la percepción del mundo. Sartre argumenta que la
conciencia, en su existencia arrojada, es libre y que la libertad es una característica esencial
del humano. Así, la conciencia humana es capaz de crear su propia realidad y no está
limitada por las estructuras sociales o culturales preexistentes. En su obra más famosa, El
ser y la nada (1943), el fenomenólogo existencialista explora la idea de que la existencia
humana es una lucha constante entre la libertad y la contingencia, y que la conciencia
humana debe tomar decisiones y elegir su propio camino en la vida, en un mundo que
carece de significado intrínseco.
Como podemos notar, la máxima de Beauvoir, ya expuesta, está en total resonancia con la
tesis sartreana de que el ‘Hombre es nada’ puesto que, estando siempre proyectado y
obligado a tener que decidir, a determinarse eternamente, “el hombre está condenado a ser
libre” (Sartre, 2013, p. 29). El hombre es libre para definirse a sí mismo y crear su propia
identidad, pero también es responsable de las consecuencias de sus elecciones. En este
sentido, la sustentabilidad de que ‘el hombre es nada’ no significa que el hombre no tenga
valor o importancia, sino que el hombre es libre de construir su propia identidad y dar
sentido a su vida. En lugar de tener una esencia fija y predefinida, el hombre debe crear su
propia esencia a través de sus elecciones y acciones. Es en este sentido, superando así
mismo esa dicotomía hombre/mujer, que la mujer llega a realizarse, en la libertad de su
propia determinación, respecto al lenguaje en que fue dirigida su vida.
Ya que Wittgenstein en un primer momento evitaba hablar de cuestiones metafísicas y
éticas, pues estaban más acá, dentro de la denominada communitas , que allá, en la frialdad
formal de la matemática aplicada al lenguaje; no puede negar en un segundo momento, su
función en cuanto a una realidad vivida desde una conciencia afectada por un juego del
lenguaje. Pues el conocimiento de los principios que ordenan el curso de las palabras dentro
de un lenguaje determinado le es esencial para poder acercarse a las cosas que quiere llegar
a conocer. Trayendo a colación el principio ordenador criticado por la existencialista: el
hombre, Si el lenguaje y su significado depende del contexto, entonces un nuevo lenguaje
que se imponga como status quo tendrá que ser aceptado y utilizado por una comunidad
lingüística en particular para que tenga algún significado. Es decir, si un nuevo lenguaje se
impone, es posible que la comunidad lingüística tenga que adaptarse a él y cambiar sus
prácticas lingüísticas y culturales para que tenga sentido.
En cuanto a la teoría de Simone de Beauvoir, ella argumenta que el ser humano no está
determinado por la biología, sino que está moldeado por la sociedad y la cultura. Si un
nuevo lenguaje se impone como status quo, entonces podría cambiar la forma en que las
personas se ven a sí mismas ya los demás, y podría tener un impacto en la forma en que se
construyen las identidades y las relaciones sociales. En suma, si dejamos de lado la noción
objetivadora del hombre y asumimos la metafísica de Sarte y Beauvoir, en relación al
segundo Wittgenstein, decimos que la aceptación y comprensión de un nuevo lenguaje
dependerá de la condición de las prácticas lingüísticas. Y dado que la condición ordenadora
de la práctica lingüística del feminismo es la libertad, es la Nada del feminismo en su
continua decisión, que puede posibilitar alternativas para estar en el mundo y habitar el ser
con sus variadas formas de vida.
Para agregar, Sartre argumenta que la mala fe es una forma de autoengaño en la que el
individuo se niega a aceptar su propia libertad y responsabilidad, y en su lugar se somete a
las expectativas y normas sociales. Para evitar la mala fe, sostiene que cada individuo debe
tomar responsabilidad por su propia vida y crear su propia identidad a través de sus
elecciones y acciones. Wittgenstein, por otro lado, argumenta que el lenguaje es
fundamental para la forma en que entendemos el mundo y que diferentes formas de vida
están asociadas con diferentes juegos de lenguaje. No hay una única forma correcta de vida,
sino que cada forma de vida está asociada con un juego de lenguaje particular. En este
sentido, el lógico sugiere que la forma de vida de un individuo está determinada por el
juego de lenguaje al que se adhiere, y que no hay una forma universal de vida correcta. En
relación a cómo evitar la mala fe de Sartre, la perspectiva de Wittgenstein sugiere que cada
individuo debe ser consciente de los juegos de lenguaje que están asociados con su forma
de vida y ser crítico con las expectativas y normas sociales que se le imponen. Al
comprender cómo el lenguaje influye en la forma en que entendemos el mundo, y al ser
crítico con las normas y expectativas sociales, el individuo puede evitar la mala fe y asumir
la responsabilidad por su propia vida en un juego lingüuíistico.

Cristian, creo que hay una intuición muy interesante, pero, más allá de mencionar que la
tesis de de Beauvoir puede acercarse a la de Wittgenstein, no veo un argumento robusto que
la sustente. Creo, en todo caso, que se puede formular (usted plantea un camino muy
interesante).
Nota: 4.5

Bibliografía
Beauvoir, S. d. (2008). El Segundo sexo. Buenos Aires: Siglo XXI.

Reguera, I. (2009). Wittgenstein. Estudio introductorio. Madrid: Gredos.

Sartre, J. P. (2013). El ser y la Nada. Buenos Aires: Editorial Losada.

Wittgenstein, L. (1953). Investigaciones Filosóficas. Madrid: U. Atalaya.

Wittgenstein, L. (2000). Tractatus Logico Philosophicus. Madrid: Alianza.

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