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Ética y moral
Ética y moral son dos vocablos complementarios que tienen significados muy diferentes.
La moral conforma el marco básico en un nivel práctico del comportamiento personal, influyendo
en las normas de conducta de las personas.
La ética, objeto de estudio de la filosofía, es un estudio conceptual, racional y de reflexión de los
valores morales, no es una práctica sino que se encarga de enmarcar de modo científico las
costumbres y modos de actuar en la sociedad.
El origen etimológico de los vocablos también es diferente. Moral proviene del latín morales que
significa “relacionado con las costumbres“. En cambio ética es de origen griego “ethos” que se
traduce como “forma de ser”.
Ética y Moral tienen en común el ocuparse de nuestro comportamiento y accionar en el sentido de
calificar si nuestras costumbres son correctas o incorrectas, buenas o malas.
Mientras la Moral se ocupa de dictar normas de conducta, la Ética respalda y fundamenta con
valores morales esas normas que guían el comportamiento humano.
En la práctica cotidiana, el propósito de Moral y Ética es similar, ya que ambas construyen la base
que será la guía de la conducta humana, determinando su modo de comportamiento en sociedad.
RECONOCE LOS USOS Y LAS COSTUMBRES SOCIALES COMO PARTE DE UNA COMUNIDAD – ÉTICA Y
VALORES
Debemos entender que cada pueblo, cada comunidad y hasta cada sociedad ha heredado
muchas tradiciones y ha construido diversas y nuevas costumbres, entonces tenemos que los
usos y costumbres de una comunidad son las características que le proporcionan identidad y
las distingue de otras comunidades o sociedades.
Debemos mencionar y comprender que los usos y costumbres pueden variar según:
El contexto geográfico
La herencia cultural
El medio ambiente
Las estructuras comunitarias basan su funcionamiento de la idea de beneficiar y coadyuvar
al desarrollo:
Económico
Cultural
Político
Educativo
Institución: I.E.S: “Mercedes Lamberti de Parra”
Carrera: Profesorado para la Educación Secundaria en Matemática.
Unidad curricular: Formación En Derechos Humanos, Ética Y Ciudadanía
Es importante conocer e identificar las principales acciones que se conocen como usos y
costumbres:
Con esto podemos decir que cada comunidad tiene sus propios conceptos para describir
el entorno donde vive, y a partir de estos se puede entender los distintos comportamientos
y formas de vida de cada ser humano.
Los usos y costumbres en algunas ocasiones funcionan como principios rectores para
formular leyes y constituciones, afectando las formas de tomas decisiones.
Consideremos que las formas que se organizan las distintas comunidades pueden ser
heredadas de generaciones, o en algunos casos son originadas por la propia comunidad
buscando un mejor funcionamiento, las teorías éticas han tenido una gran influencia en las
formas de vida de la sociedad actual.
Las malas o buenas acciones dependen siempre del lugar en el que se desarrolla cada ser
humano, este espacio ubicado territorialmente hace coincidir en sí, bajo creencias
similares y convencionales, a las diferentes formas de pensar.
Hay que considerar que los usos y costumbres son, en el ámbito de la ética, el punto de
partida común que da confianza y seguridad a los miembros de una sociedad.
También existen comportamientos, actitudes y formas de vida que son para algunos más
deseables que otras:
Tener dinero
Autos
Propiedades
Ser buena persona
Ser amables
Ser atentos
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Estas formas de actuar son ejemplos de vida en muchas comunidades o sociedades, pero no
en la mayoría. En el mundo existen sociedades que viven la vida en comunidad y donde los
usos y costumbres se fomentan en función de favorecer la vida en comunidad.
Existes algunas comunidades indígenas en donde se practican los derechos colectivos, por
ejemplo:
Las formas en que los usos y costumbres de una comunidad se pueden ver afectados por:
Proceso de aculturación: Es un proceso por el cual la cultura de una sociedad se impone a otra
que termina por hacer suyas las prácticas de aquella sociedad de manera involuntaria. Ejemplo:
Las colonizaciones en todo el mundo.
Los usos y costumbres se pueden cambiar, dependiendo del medio ambiente de la sociedad o
comunidad, actualmente, existe un ejemplo a nivel mundial, la migración es un fenómeno
social muy importante que ejemplifica la modificación de usos y costumbres.
esperan del profesionista en tanto que experto o especialista, porque constituye la manera en que
aporta un beneficio a la sociedad.
Estos aspectos que encierra la responsabilidad muestran que la ética profesional fortalece y
enriquece la formación, ya que la formación en la responsabilidad profesional no se limita a
proporcionar principios y valores morales, sino que también involucra la preparación rigurosa y de
calidad en las competencias profesionales para que el futuro profesionista pueda asumir esa
responsabilidad hacia las demandas y necesidades sociales con el nivel de capacitación adquirido.
El principio de responsabilidad de la ética profesional contribuye también a la realización práctica
profesional eficaz puesto que el compromiso de hacer bien las funciones y/o prestar un servicio
desarrollando al máximo las capacidades profesionales deviene en el logro de los productos y/o
resultados que la sociedad o el cliente esperaban obtener con la intervención de un profesionista.
La ética es también necesaria en la formación profesional porque constituye un soporte del
desarrollo de la personalidad y del carácter del sujeto que actualmente se consideran componentes
estructurales de las capacidades profesionales.
En la sociedad contemporánea, la noción de calificación profesional como conjunto de
conocimientos y habilidades asociadas a un puesto de trabajo y a la realización de tareas específicas
está caducando, y en su lugar aparece una noción de competencias profesionales que incluyen no
sólo conocimientos y destrezas, sino también el comportamiento, las actitudes, los valores y todas
aquellas cualidades personales que le permitan al profesionista actuar con capacidad de autonomía,
de juicio y de responsabilidad profesional y social.
Este conjunto de cualidades, que dependen en gran medida de la personalidad y del carácter del
profesionista, han adquirido el rango de calificaciones profesionales y son altamente valoradas en
el mundo del trabajo ya que tienen la misma importancia que el dominio de conocimientos y
habilidades.
En este sentido, la ética coadyuva a moldear la personalidad y el carácter del profesionista al dotarlo
de principios y valores morales que norman su comportamiento y que posibilitan un proceder ético
en su quehacer profesional. Asimismo, le proporciona el criterio y el juicio ético que también
contribuyen a fortalecer sus capacidades profesionales, puesto que tienen un papel activo en la
toma de decisiones.
Las características que distinguen a la ética profesional para complementar y enriquecer las
capacidades profesionales.
Tiene un doble cometido: utiliza en la actividad profesional criterios y principios de la ética básica y
aporta criterios o principios específicos. Su objetivo es proporcionar los elementos que se requieren
para estructurar un proceder ético habitual en el mundo del ejercicio profesional. Se
alimenta de dos fuentes:
Ética de las profesiones y criterios profesionales que aportan las disciplinas científicas, no le incumbe
propiamente solucionar casos concretos, sino diseñar los valores, principios y procedimientos que
los afectados deben tomar en cuenta en los diversos casos. Se trata de un marco reflexivo para la
toma de decisiones.
Este marco reflexivo en el que se traduce la ética profesional refuerza la capacidad de respuesta del
profesionista al proporcionarle principios, procedimientos y valores éticos que contribuyen a
mejorar la elaboración de criterios y juicios propios, así como la elección y toma de decisiones,
puesto que constituyen un referente necesario para discernir, valorar, ponderar y optar por
alternativas de respuesta o de solución a las problemáticas propias de su profesión. El criterio y el
juicio éticos como componentes de este marco reflexivo, contribuyen en gran medida a orientar la
práctica profesional hacia la búsqueda y formulación de respuestas que sean posibles y viables de
tener impacto en las condiciones de vida de la sociedad.
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La formación profesional no debe perder de vista que este marco reflexivo es expresión de una
racionalidad que dota de sentido el hacer profesional, sin el cual el ejercicio profesionales puede
devenir en una práctica estrecha y limitada que se oriente al desempeño en sí mismo y se centre
sólo en asegurar las acciones y ejecuciones. La ética profesional fortalece las capacidades
transformadoras del profesionista, pero esto requiere de la integración de conocimientos,
habilidades y destrezas, así como de actitudes y valores éticos.
La articulación de la ética con la formación profesional resulta un reto, sin embargo, en el campo
educativo se pueden reconocer diferentes perspectivas desde las cuales lograr esta integración.
Perspectivas para articular ética y formación profesional
a) La visión integral de los contenidos de enseñanza: Las actuales propuestas metodológicas de
diseño curricular han integrado la formación en competencias profesionales y la ética a través de
una nueva visión de los contenidos de enseñanza que recupera las tres dimensiones que estructuran
a la formación integral:
b) la dimensión conceptual y cognitiva (saber), la dimensión de aplicación y uso de los conocimientos
(saber hacer), y la dimensión valorativa y actitudinal (ser).
La visión común y tradicional de los contenidos de enseñanza que consideraba como sustancia de
la misma sólo los conocimientos científicos denominados teóricos y/o conceptuales, ha sido
desplazada por una visión que reconoce como contenidos de enseñanza “todo aquello que el medio
escolar ofrece al alumno como posibilidad de aprender” (Botía, 1993).
Esta concepción, si bien acepta que los contenidos conceptuales son fundamentales en la
formación, no constituye la totalidad de aprendizajes, puesto que el alumno también adquiere
habilidades y destrezas cognitivas y manuales al igual que asimila valores y actitudes que, de manera
implícita o explícita, se transmiten en el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Desde esta perspectiva, los contenidos teóricos no se cancelan, simplemente no priman ni dominan
en el currículo. Asimismo, estos contenidos ya no se conciben como un conjunto de conocimientos
científicos ordenados sistemáticamente para su asimilación y acumulación.
El significado actual de estos contenidos es dinámico porque se conciben el ámbito de la formación
en el saber y, por ello, constituyen el soporte para el desarrollo de competencias cognitivas como
son: el razonamiento lógico, el análisis, la síntesis, la inducción, la deducción, el pensamiento crítico
etcétera.
El aspecto sustantivo de esta visión de los contenidos es que rescata a los valores del ámbito de la
ideología para situarlos como contenidos de la enseñanza que tienen el mismo peso y nivel de
jerarquía que los contenidos teóricos y los de procedimiento. Con ello, se reconoce que los valores,
lejos de distorsionar la formación, coadyuvan a una formación integral y adquieren un carácter
sustantivo porque constituyen el ámbito del desarrollo moral donde se estructura la formación ética
de los sujetos.
Esta formación se asume desde distintas perspectivas que precisa la Educación moral en el sentido
de orientación en principios, normas y criterios morales desde patrones de universalidad (no de
adoctrinamiento); desarrollo de la capacidad de juicio y razonamiento sobre cuestiones y problemas
morales;
“educación en valores” término también muy utilizado, se refiere, en sentido más moralista a la
enseñanza de valores sociales, cívico-políticos, religiosos o estéticos.
Por su parte, “la educación cívica”, en la tradición francesa, tiene el sentido de comprensión y
aceptación de las normas morales, reglas de vida social y costumbres vigentes en una sociedad
(internalización de normas y reglas) ( Botia, 1993).
c) La formación de competencias profesionales en el marco de la ética profesional: La visión integral
de las competencias profesionales es una aportación significativa para lograr la articulación de la
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ética con las otras dimensiones de la formación (la conceptual y aplicativa) porque recupera los
valores como un componente de las capacidades que el profesionista aplica en su desempeño.
Desde “la visión integrada toda competencia se plantea como un complejo de atributos generales
(conocimientos, actitudes, valores y habilidades) requeridos para interpretar situaciones específicas
y desempeñarse en ellas de manera inteligente”.
Otro aspecto relevante de esta visión es que enlaza a la ética con la eficacia, al reconocer que el
desempeño profesional eficiente no descansa sólo en competencias cognitivas y en las habilidades,
ya que la obtención de resultados implica también la puesta en práctica de valores.
Sin embargo, es común que la formación de las competencias profesionales se oriente a la
preparación técnica en las habilidades y destrezas específicas que capaciten al sujeto para la acción
y la transformación, con la intención de que esa capacidad se concretice en un resultado y/o
producto o en la solución de problemas. Se parte de la idea de que la capacidad para obrar se
garantiza con una buena preparación en las destrezas de tipo manual o cognitiva reduciendo con
ello el saber hacer a una actividad técnica.
De esta forma, es en el ámbito de la enseñanza de las competencias donde se establece la división
tajante entre la ética y las capacidades profesionales al desplazar los valores y actitudes que
involucra el desempeño, y reducir la responsabilidad profesional a la realización técnica de las tareas
o funciones profesionales.
Es por ello que resulta pertinente rescatar la visión de Cecilia Bixio (2001) sobre las competencias
profesionales al señalar que la formación de las mismas implica aprendizajes complejos porque
comprende una preparación para “usar y aplicar adecuada, responsable y éticamente los
conocimientos adquiridos”
(Bixio, 2001). En esta línea, la autora considera que la problemática esencial en la enseñanza de los
contenidos de procedimiento no reside tanto en la capacitación en habilidades y destrezas, sino en
la formación de criterios éticos que contribuyan a la aplicación y uso de los conocimientos de
manera responsable.
Para la formación de criterios éticos es preciso el marco reflexivo que proporciona la ética
profesional, en tanto que no sólo ofrece criterios, valores y principios, sino también abre un
horizonte que permite identificar las múltiples dimensiones que encierra el problema al que se
dirige la acción, así como el contexto y/o características de la situación específica y, sobre todo,
permite la toma de conciencia de las repercusiones que acompañan a la acción. Esto es así porque
la ética profesional posibilita una visión integral de la realidad que resulta fundamental para
discernir o emitir juicios, y tomar decisiones.
Por esta razón, en el campo educativo han surgido propuestas que cuestionan el modelo de ciencia
positivista que aún prevalece en las universidades, y plantean alternativas importantes para lograr
el vínculo de la ciencia con la ética.
La visión constructivista, recupera los procesos que involucra el aprendizaje significativo de los
contenidos de procedimiento, que incluye la posibilidad de que el sujeto construya sus propios
procedimientos o formas de hacer rescatando el carácter creativo e innovador de las capacidades
profesionales que contribuye, en gran medida, a posibilitar la obtención de resultados. Asimismo,
la formación en el criterio ético para el uso y aplicación responsable de los conocimientos sólo puede
situarse en el ámbito de los procesos que involucra el aprendizaje complejo del saber hacer
profesional.
La formación de las competencias profesionales por ámbitos de conocimientos se traduce en una
especialización reduccionista y excluyente que determina que el estudiante se perfile a dominar una
parcela restringida de conocimiento o un área específica de acción, dejando de lado la interrelación
con otros conocimientos. En esta lógica, la ética profesional permanece como un ámbito de
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conocimiento independiente y ajeno a los otros saberes profesionales y sólo puede funcionar como
un “complemento” añadido a la formación.
Resulta problemático que la ética entronque con el modelo positivista de la ciencia para enriquecer
la formación porque este modelo sustenta la separación de la ciencia y de la ética con base en una
visión unidimensional del conocimiento y de la realidad en donde la ciencia constituye el ámbito de
los hechos, de la objetividad y de la verdad, mientras que la ética queda reducida al ámbito de la
subjetividad, de los valores y principios que cada quien puede asumir de manera personal. En esta
visión, el conocimiento científico es el que nutre las capacidades transformativas del sujeto,
mientras que la ética recrea su espíritu.
Por eso, la articulación de la ciencia con la ética sólo puede ser posible mediante el paradigma del
pensamiento complejo, la trans e interdiciplinariedad que reconoce la interrelación e
interdependencia de las disciplinas y saberes, que une la teoría y la práctica, los hechos y los valores.
Es en este marco donde la ética profesional puede asumir su dimensión interdisciplinaria porque
permite encontrar y articular sus vínculos y relaciones con los otros saberes que conforman la
formación profesional.
Para articular la ética profesional con la formación integral se desarrollan actualmente en el campo
educativo distintas perspectivas que permiten reconocer que cada una de las partes realiza una
aportación significativa.
La visión integral de los contenidos abre el espacio e integra al currículum la dimensión humana y
ética de esta formación con el reconocimiento de los valores y las actitudes como contenidos de
enseñanza.
Con ello contribuye a formalizar e institucionalizar como tarea de la educación la formación ética
perfilada a estructurar y/o moldear la personalidad, el carácter y la conducta del sujeto.
La propuesta de incluir la responsabilidad y el criterio ético como parte de la formación en las
competencias profesionales, vincula directamente a la ética profesional con el saber hacer
profesional.
Hace posible aceptar que el desarrollo de las capacidades profesionales no sólo involucra técnicas,
sino también requiere de normas, principios, pautas que guíen el uso y la aplicación de esas
competencias. El saber hacer no es un quehacer técnico, sino que incluye capacidades para
discernir, valorar, elegir y tomar decisiones para lo cual la ética profesional se nos ofrece como un
marco reflexivo que proporciona los criterios, principios y valores en los que se sustenten las
capacidades transformativas del profesional.
El paradigma de la interdisciplinariedad constituye la opción que plantea las
Condiciones para que los proyectos educativos puedan reconocer y asumir la conexión e
interdependencia de la ética profesional con los otros conocimientos y saberes que conforman esta
formación.
Objeción de la conciencia: Se trata de mirar la objeción de conciencia en sus aspectos éticos y
jurídicos, teniendo en cuenta que es un derecho reconocido por las sociedades democráticas y
liberales y, al mismo tiempo, de evidenciar los posibles límites éticos y jurídicos de su ejercicio, y en
un contexto de una sociedad moralmente plural. Se establecen cuatro grandes partes: unas
reflexiones éticas sobre la objeción de conciencia; la perspectiva jurídica; la objeción de conciencia
en el ámbito de los profesionales de la salud y situaciones de posible conflicto de valores en el
ámbito sanitario, diferentes de la objeción de conciencia.
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“Un tranvía/tren circula fuera de control y a toda velocidad por una vía, poco antes de un cambio
de agujas. En esta vía hay atadas cinco personas, que morirán si el tren/tranvía les alcanza. Tú te
encuentras delante del cambio de agujas y tienes la posibilidad de hacer que el vehículo se desvíe a
otra vía, pero en el que se encuentra atada una persona.
Desviar el tranvía/tren hará que muera una persona. No
hacerlo, que mueran cinco. ¿Qué harías?”
Este dilema dispone además de múltiples
variantes, pudiendo complicar en gran medida la
elección. Por ejemplo, la elección puede estar en que
puede detener el tranvía, pero ello hará que descarrile
con una posibilidad del 50% de que todos sus ocupantes
mueran (y 50% de que todos se salven). O se puede
buscar más la implicación emocional del sujeto: proponer
que en una de las vías hay cinco o más personas que morirán si no se hace nada y en la otra una,
pero que esta una es la pareja, hijo/a, padre/madre, hermano/a o familiar del sujeto. O bien un
niño.
Algunos de los dilemas éticos antes propuestos son enunciados que pueden antojarse falsos o una
elaboración hipotética a la que jamás vamos a tener que enfrentarnos en la vida real. Pero lo cierto
es que en el día a día podemos llegar a tener que hacer frente a decisiones difíciles, con
consecuencias o implicaciones negativas tomemos la decisión que tomemos.
Por ejemplo, podemos encontrarnos con que un conocido realice
algún acto poco ético. Asimismo podemos observar algún caso de
acoso escolar, o una pelea, en la cual podemos intervenir de
diferentes formas. Frecuentemente nos encontramos con indigentes,
y podemos enfrentarnos al dilema de si ayudarles o no. También a
nivel profesional: un juez por ejemplo ha de decidir si mandar o no a
alguien a prisión, un médico puede enfrentarse a la decisión de
alargar artificialmente la vida de alguien o no o quien debe o no ser
operado.
Podemos observar malas praxis profesionales. Y también podemos enfrentarnos a ellos incluso en
la vida personal: podemos por ejemplo ser testigos de infidelidades y traiciones hacia seres queridos
o llevados a cabo por ellos, teniendo el conflicto de si decírselo o no.
En conclusión, los dilemas éticos son un elemento de gran interés que pone a prueba nuestras
convicciones y creencias y nos obligan a reflexionar sobre lo que nos motiva y cómo organizamos y
participamos en nuestro mundo. Y no se trata de algo abstracto y ajeno a nosotros, sino que pueden
formar parte de nuestro día a día.
Dilemas Educativos
Los dilemas educativos hacen referencia a situaciones que generan alternativas de acción
contrapuestas, ninguna de las cuales es completamente favorable o deseable.
En nuestros sistemas educativos abundan los dilemas de este tipo en sus planteamientos generales.
Por ejemplo, el dilema entre el control que debe ejercer la administración educativa y la autonomía
de los centros escolares. Es evidente, por seguir con este ejemplo, que sin un cierto nivel de control
desde instancias centrales para equiparar el trabajo de las
escuelas haciendo, por ejemplo, que todas desarrollen un plan
de estudios común, se podrían generar enormes desigualdades
entre escuelas.
Existen escuelas mejor dotadas, situadas en mejores contextos
socioeconómicos y que pueden seleccionar a su alumnado. Pero
este control también atentan contra la autonomía de los
centros y sus profesores, contra su libertad para promover
iniciativas innovadoras y, en muchos casos, contra su
motivación para el trabajo. Los profesores más autónomos
tienen que reflexionar más sobre su práctica y buscar formas de
colaboración más estrechas entre sí para llevar sus proyectos adelante.
Los dilemas generan un problema, no siempre bien definido, que debe solucionarse a través de
un proceso de resolución en el que será determinante:
o Decidir quién participará en la toma de decisiones, qué «voces» serán tenidas en cuenta y para
qué
o Analizar qué información se precisa para tomar decisiones.
o Proponer quién dirigirá o coordinará el proceso.
o Establecer cómo se tomará la decisión a adoptar (votación, consenso, acuerdo, convencimiento)
o Cuánto esperar o demorar el proceso antes de tomar una decisión firme.
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Por definición, los dilemas nunca se terminan de resolver. Siempre hay elementos positivos y
negativos en todas las opciones en juego (por eso es un problema). Lo que cabe es resolverlos
puntualmente, “aquí y ahora”, por un tiempo, como resultado de un proceso de toma de
decisiones en el que finalmente se opta por la que tiene más elementos a favor que en contra, o
porque se tiene en consideración aquellos aspectos que son de mayor peso, relevancia o impacto
presente o futuro en la vida de los alumnos.
Los dilemas educativos no se resuelven “en vacío”, sino condicionados por una serie de factores
a tener en cuenta y que están en interacción dinámica :
o Las concepciones o creencias implícitas de los actores educativos, sobre el contenido en conflicto
y sus valores individuales.
Los valores sociales y las ideologías mayoritarias presentes en el contexto en el que se dan.
Las políticas educativas que las administraciones centrales o locales mantienen o promueven.
La diferente influencia o “poder” que tienen particularmente el profesorado (debido a su estatus,
antigüedad, cargo) entre sí.
Los recursos económicos, humanos, didácticos o tecnológicos que, en cada caso, puedan estar
especialmente relacionados con la situación dilemática.
Los hechos anteriores confieren a los dilemas un fuerte componente emocional, vinculado a las
dificultades de la comunicación humana, las tensiones y las insatisfacciones que siempre se van a
generar en los participantes (más en algunos que en otros, más en los que consigan ver su posición
aceptada que en los que la vean rechazada) y que de no canalizarse adecuadamente pueden
degenerar en animadversión, rechazo, apatía, emociones negativas que pueden quedar en el
contexto y dificultar procesos o acciones futuras.
Finalmente, y por lo general, los elementos anteriores pueden generar decisiones
relativamente poco innovadoras, pues la tendencia a
«contentar a todos» atempera la posibilidad de tomar
decisiones riesgosas.
Visto desde el proceso de toma de decisiones, cualquier
situación dilemática que se realice desde una Amplía
participación de todos los implicados, a través de un
procedimiento bien dirigido y coordinado, en el que se cuiden
las relaciones y la comunicación, y se dialogue en profundidad
para buscar argumentos de valor en los que sustentar la
decisión (y no sólo argumentos de poder por quien lo ostente en un momento dado) serán buenos
procesos de toma de decisiones. Las decisiones que se alcancen por esa vía, si bien pueden no ser
perfectas, tendrán un apoyo definitivo entre quienes las acuerden. Es fácil imaginar cursos de
acciones más negativas y seguro que tienes experiencias sobre estas cuestiones. Es un buen
momento para recordarlas y tratar de sacar conclusiones al respecto.
A partir de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, (10 de diciembre de 1948 en París),
así como de los dos Pactos de Naciones Unidas sobre los derechos civiles y políticos y los derechos
económicos, sociales y culturales,(16 de diciembre de 1966 y entró en vigor el 3 de
enero de 1976), en sus respectivos Preámbulos se reconoce que la dignidad es inherente a todas
las personas y constituye la base de los derechos fundamentales, por lo que se ha convertido en el
valor básico que fundamenta la construcción de los derechos de la persona como sujeto libre y
partícipe de una sociedad.
De modo similar a lo que sucede con los citados instrumentos internacionales, la dignidad humana
se ha incorporado a los ordenamientos jurídicos nacionales de los Estados, predominantemente en
el marco de un reconocimiento general como principio fundamental, es decir, en los textos de
naturaleza constitucional.
Aún y cuando el concepto de dignidad humana tuvo su inicial conformación en el cristianismo, con
el tiempo también ha ido adquiriendo un carácter histórico, y por ende, en sectores como el político
y jurídico se le ha vinculado con otros conceptos, como la autonomía, la libertad y la igualdad, que
en su conjunto han constituido “valores básicos superiores”, que sirven como referente a la hora de
inspirar normas básicas de Derecho, en específico, aquellas que van a reconocer derechos esenciales
de la persona, tanto en el ámbito nacional como internacional.
Dada la importancia del reconocimiento de la dignidad humana como fundamento de los derechos
en el contexto de la norma constitucional y los documentos internacionales, es preciso establecer
una aproximación a su concepto.
convertirla en una expresión vacía. Esto significa que en nombre de la dignidad se puede llegar a
soluciones radicalmente contrarias sobre temas fundamentales que hoy día son de relevancia, ya
no sólo para el individuo, sino para la sociedad misma, entre las que se encuentran las formas de
provocación y manipulación genéticas, el aborto, la disponibilidad de órganos humanos, los
experimentos médicos con personas y la eutanasia.
Si bien las posturas ideológicas sobre la dignidad son muy variadas, en el contexto de los Derechos
Humanos, y desde una perspectiva doctrinal, la noción de dignidad constituye el valor de cada
persona, el respeto mínimo de su condición de ser humano, lo cual impide que su vida o su
integridad sean sustituidas por otro valor social.
De ahí que la dignidad humana se erige como principio esencial de los valores de autonomía, de
seguridad, de igualdad y de libertad. Valores estos que fundamentan los distintos tipos de derechos
humanos.
El concepto de dignidad puede abordarse desde dos ópticas.
Por un lado, como una determinada forma de comportamiento de la persona, precedida por su
gravedad y decoro. Por el otro, como la calidad que se predica de toda persona, con independencia
de cuál sea su específica forma de comportamiento, pues ni tan siquiera una actuación indigna priva
a la persona de su dignidad.
En tal virtud, la dignidad humana está dentro del ser de cada persona, surge en el preciso
momento en que ésta empieza a existir y se convierte en parte de los valores morales del ser
humano. Esos valores serán los que determinarán su conducta, y al momento de ser el hombre
autónomo, podrá decidir haciendo uso de su libertad.
De lo anterior se desprende que la dignidad, en el contexto de los Derechos Humanos, es la que
posee el hombre al momento en que inicia su desarrollo vital, consolidándose al convertirse en
persona. De ahí que corresponda a todo ser humano y sea exclusiva del mismo, traducida en la
capacidad de decidir libre y racionalmente cualquier modelo de conducta, con la consecuente
exigencia de respeto por parte de los demás.
En palabras de Kant: La dignidad constituye un valor para el que no se puede ofrecer ningún
equivalente, esto es, la dignidad posee un carácter absoluto porque no permite la negociación, La
dignidad de la persona supera cualquier cosa que tenga un precio, y es el valor irremplazable de un
ser con el que nunca se puede negociar.
Añade Kant “la dignidad es el atributo de un ser racional que no obedece a ninguna otra ley que la
que él mismo se da”. Por lo tanto, “la autonomía es el fundamento de la dignidad de la naturaleza
humana o de toda naturaleza racional”, de ahí que el hombre tenga dignidad, no precio. Bajo tal
perspectiva se entiende su Teoría del Imperativo Categórico como regla moral de actuación, pues
indica al ser humano: “obra de tal modo que te relaciones con la humanidad, tanto en tu persona
como en la de cualquier otro, siempre como un fin y no como un medio”.
Por ello, la naturaleza humana y la persona humana son realidades complementarias, donde todos
los hombres somos iguales. Partiendo de la idea de persona, ésta se puede concebir como un ser
libre en su comportamiento y en su capacidad de elección de los fines y metas que se proponga; un
ser que dispone de conocimiento, especialmente en el campo de los valores y que actúa y decide
en función de convicciones íntimas que no afectan las prerrogativas y libertades de otras personas,
en tanto sujeto de derechos y obligaciones.
y develamos a partir de la dimensión espiritual con la que cuenta cada uno de los hombres. Los
valores no se pueden tocar, ni oler, ni mucho menos ver, pues son como una sustancia inmaterial,
siendo ésta una limitación que impone la naturaleza a la persona respecto a los valores, pero lo que
no impide de modo alguno es que se reconozca en su existencia objetiva (en sí) a estos valores
morales. Siendo los valores parte del ser ideal del hombre, tienen una existencia objetiva que los
excluye de la conciencia que los capta. Por ello, solamente existen y están allí, y el hombre penetra
en ellos a partir de su dimensión espiritual. Pues éstos serán los que lo obliguen adecuar su conducta
a ellos, y lo llevarán a la permanente búsqueda de su perfección.
Bajo esta perspectiva, el humanismo, fundamenta el valor de la persona humana en dos
cuestiones; primero, la persona es un individuo; y, segundo, la persona tiene una dimensión moral.
En la primera encontramos cómo la individualidad del hombre es lo que determina que cada uno de
nosotros sea único e irrepetible. Pues esto es lo que le da valor a cada ser humano, siendo ese un
valor único, incalculable e inaccesible.
El valor moral que le da el humanismo al individuo, es por el hecho de que cada hombre vive bajo
su propia responsabilidad moral. Así, cada uno de nosotros está frente a los valores y la
responsabilidad de hacerlos cumplir dependerá de nosotros mismos, puesto que nadie los puede
realizar por nosotros, ni mucho menos cumplirlos bajo nuestra responsabilidad.
La dignidad del hombre es, entonces, originalmente un valor moral y toda persona está capacitada
para su autorrealización. Es por ello que el Estado está obligado a protegerla en el marco de sus
posibilidades.
Al ser los valores morales captados por el hombre a partir de su dimensión espiritual, lo obliga, le
exige, adecuar su conducta a ellos, razón por la cual el ser humano constantemente debe estar en
busca de su perfección. Así, la dignidad de la persona constituye un “prius” respecto de todo
ordenamiento jurídico-positivo, por lo que los derechos que le son inherentes constituyen el
fundamento de toda comunidad humana. De donde se establece que el hombre no existe para el
Estado, sino que el Estado es el que existe para el hombre.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos.
En 1946 se crea la Comisión de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas,
encomendándosele la redacción de una Carta Internacional de Derechos. En 1948, la Asamblea
General adopta lo que sería la Declaración Universal de los Derechos Humanos, misma que se
convirtió en un documento de interés internacional, puesto que varios Estados comenzaron a
“adherirse” a ella.
La Declaración se funda en la consideración ética de que el Estado, la sociedad y los particulares
están obligados a respetar a los demás como personas.
De esta forma, la dignidad humana se eleva a mandato ético-jurídico del cual se derivan distintos
valores, los cuales serían tutelados por los Derechos Humanos. Por lo que la primera enunciación a
la dignidad se estipula en su Preámbulo, señalando que “la libertad, la justicia y la paz en el mundo
tienen como base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e
inalienables”.
Para lo cual, la Declaración clasifica los valores en individuales y colectivos, es decir, considera al
ser humano en su dimensión particular y como miembro integrante de un grupo social. Siendo los
valores jurídicos relativos a la igualdad, la libertad, y la seguridad jurídica, los que se encuentran
expresados bajo la forma de Derechos Humanos.
Los derechos protegidos por la Declaración son, entre otros, el reconocimiento de la igualdad
en dignidad, pues se afirma que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y
derechos, dotados como están de razón y conciencia, deben comportase fraternalmente los unos y
los otros”.
Institución: I.E.S: “Mercedes Lamberti de Parra”
Carrera: Profesorado para la Educación Secundaria en Matemática.
Unidad curricular: Formación En Derechos Humanos, Ética Y Ciudadanía
La lectura del artículo anterior clarifica que la dignidad y la sana convivencia son la base
fundamental para que pueda existir una sociedad en armonía, y se pueda lograr el pleno respeto de
la persona. Así, de la dignidad humana se desprenden otros valores inherentes al individuo.
Esto es así puesto que la Comunidad Internacional ha reconocido que los derechos
económicos, sociales y culturales están íntimamente relacionados con las prerrogativas civiles y
políticas. En tal virtud, en 1951, la Asamblea General de la ONU, acordó que el sistema para llevarlos
a la práctica tenía que ser distinto, y que los derechos económicos, sociales y culturales debían
conseguirse progresivamente, mientras que los civiles y políticos debían asegurarse
inmediatamente. Por tal motivo, la propia Asamblea General, órgano plenario de las Naciones
Unidas, decidió redactar dos instrumentos convencionales que serían adoptados conjuntamente el
16 de diciembre de 1966, y que se abrirían para su firma por parte de los Estados en la misma fecha.
Las negociaciones de ambos tratados se prolongaron durante quince años esencialmente debido a
la falta de consenso. Finalmente, mediante una Resolución de la Asamblea General de la Naciones
Unidas, se adoptan tanto el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y el Pacto
Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales. Ello significó un notable avance, en
particular para aquellos derechos que incorporaron las necesidades mínimas del ser humano en el
aspecto económico, social y cultural, las cuales traducen exigencias éticas derivadas de la vida de la
persona en sociedad.
El Pacto Internacional sobre Derechos Civiles y Políticos.
El Pacto Internacional sobre Derechos Civiles y Políticos incorpora más prerrogativas que las
reconocidas por la propia Declaración Universal de 1948. Entre otras, garantiza prerrogativas
individuales que no se mencionan expresamente en aquella, como la libertad de no ser encarcelado
por deudas, el derecho de todas las personas privadas de su libertad a recibir un trato humanitario
y con respeto a su dignidad como derecho inherente a la persona humana.
La protección específica de la dignidad se consagra expressis verbis en el artículo 10º, que a la letra
dice: “Toda persona privada de su libertad será tratada humanamente y con respeto a
la dignidad inherente al ser humano”.
Otros derechos previstos son el derecho la vida, (artículo 6º); así como el reconocimiento a su
personalidad jurídica (artículo 16º); la protección para que no sea objeto de injerencias arbitrarias
o ilegales en su vida privada (artículo17º); y, la igualdad de todas las personas ante la ley (artículo
26º). Todos ellos derivados de la dignidad personal.
Queda clara, pues, la mención que se hace a la dignidad del ser humano y la protección que debe
tener por parte de los Estados parte del tratado, no importando la situación en que se encuentre
cada individuo.
potencialidades creativas. El trabajo es fuente del desarrollo del hombre, mismo que preserva y
despliega a la humanidad, debiendo ser reconocido y garantizado en condiciones de igualdad y con
respeto a la dignidad del trabajador.
Referencias bibliográficas:
Benítez, L. (2009). Actividades y recursos para educar en valores. Editorial PCC