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Cómo el neoliberalismo reinventó la democracia

Entrevista a Niklas Olsen

Desde la crisis de 2008, el «neoliberalismo» ha sido denunciado desde todos los


ángulos, se lo culpa por la explosión de desigualdad y por la crisis misma. Pero
el concepto sigue siendo vago.
¿Cómo define usted «neoliberalismo» y «consumidor»?

Entiendo el neoliberalismo como el producto ideológico de procesos en los que


quienes se autodefinen como liberales, desde el periodo de entreguerras,
intentaron renovar el liberalismo como una ideología que dice promover órdenes
sociales basados en mercados libres y libertad individual. La noción positiva del
Estado –y de otras instituciones políticas– como garante de un orden competitivo
es crucial para la manera en que estos neoliberales buscaron distinguir su
proyecto de la economía política del llamado «liberalismo clásico».
¿Qué significa para el consumidor ser «soberano»? ¿Fue la forma de reemplazar la
soberanía del Estado por la del consumidor? Usted también habla de dar al
neoliberalismo «un nuevo modo de soberanía». ¿A qué se refiere con eso?

Aquí tenemos que volver a comienzos de la década de 1920, cuando el economista


austríaco Ludwig Von Mises inventó el concepto de «consumidor soberano»,
convirtiéndolo en un nuevo símbolo de autoridad que explica y justifica la particular
organización política del liberalismo. Dicha autoridad. respondía solo a deseos
individuales y a la libertad formal de las leyes y los mercados. Se puso en primer plano al
consumidor soberano para debilitar la soberanía del Estado, a quien se suponía
autoritario. el consumidor soberano denotaba una sociedad de mercado esencialmente
individualista pero democrática, eficiente y bien ordenada.
¿En qué sentido esta noción de «consumidor» era cualitativamente
diferente de otras definiciones anteriores?

El consumidor soberano siempre ha servido como una figura clave en la


legitimación del proyecto neoliberal, quien es a la vez un agente que es capaz de
prescribir la producción económica y conducir la actividad política. Describieron
la elección diaria en el mercado como el auténtico motor de la representación y la
participación individual en la sociedad.

La diferencia crucial son las fuertes implicancias políticas y morales que los
neoliberales asignaron a esta figura y a las formas en que ella legitima el orden
político neoliberal.
Usted también explica cómo esta figura se utilizó para reinventar el
mercado como lugar democrático por excelencia, donde el sistema de
precios se convierte en un mecanismo para registrar una «elección
continua», como afirma Mises. Al leer esta historia, es difícil no pensar en
el razonamiento de Wendy Brown sobre cómo la racionalidad neoliberal
deshace la democracia, cómo transforma la democracia en un mercado

En este proceso, los neoliberales han evidentemente cuestionado (y algunos


directamente rechazado) los sentidos tradicionales de la democracia que ponen
énfasis en la deliberación pública y la votación de mayoría como fuentes
primarias de legitimidad en el proceso de toma de decisiones políticas.
Pero también es necesario entender el neoliberalismo como un programa
positivo que, en buena medida, concitó gran apoyo popular apelando a la
legitimidad democrática. El punto es que el neoliberalismo rehabilita y vuelve a
dotar de encanto al mercado y sus virtudes en nombre de los espacios
tradicionales de la democracia, mientras le da primacía a lo económico por
encima de lo político.
Su descripción nos ofrece una comprensión fascinante de por qué tantos
economistas neoliberales, como Mises o Milton Friedman, apoyaron a
regímenes autoritarios o incluso fascistas en diferentes momentos de sus
carreras. Preservar el mercado era más importante que preservar la
democracia, ¿verdad?

Es también bastante claro que las medidas políticas que aprobaron para
sostener un orden económico «democrático» solían involucrar medidas
fuertemente antidemocráticas y en- foques antiparlamentarios frente a reclamos
de participación política y social.
Usted menciona que Mises escribió que nadie es «espontáneamente liberal» a menos
que se vea «forzado a serlo». Pero ¿cómo podría ser liberal un orden si la gente está
«forzada» a ser liberal? ¿Qué significa para Mises? ¿Era una concepción compartida
ampliamente entre los neoliberales?

Para crear una sociedad de mercado, primero es necesario construir un orden de mercado y
segundo, enseñar (u obligar) a la gente a comportarse de acuerdo con los principios
deseables para este orden.

Mises consideraba necesario convencer a la población de las bendiciones del orden


neoliberal y describía al Estado como una herramienta indispensable y poderosa en el
intento de crear y salvaguardar este orden.
La retórica de la elección suele ser engañosa en el discurso neoliberal. Al tiempo
que es virtualmente imposible oponerse a la idea de libre elección para todos, en
la realidad la mayoría de la gente tiene muy poco dinero para gastar y pocos
artículos entre los cuales elegir en una economía dominada por una extendida
desigualdad y grandes empresas monopólicas. Y una vez que esta retórica nos
convence, erosiona nuestra capacidad de hacer demandas colectivas por
derechos sociales
¿Usted sostendría que hablar de una democracia de consumidores es una
manera deliberada de atacar las ideas socialistas? Por ejemplo, la idea de una
democracia de consumidores ¿no es un intento de desafiar la idea socialista de
democracia? Y, del mismo modo, ¿está dirigida la noción de soberanía del
consumidor a desmantelar la crítica de la izquierda según la cual el capitalismo
se caracteriza por la soberanía del productor?

Para obtener la instancia moral suprema, los neoliberales presentaron la no- ción de
democracia de consumidores como una democracia económica real que, en contraste
con el ideal socialista, asegurara efectivamente que todos los miembros de la
sociedad pudieran tener su cuota en el proceso de toma de decisiones económicas, el
poder y la riqueza.
Usted también documenta cómo este modelo del consumidor colonizó el
lenguaje de la izquierda con el nacimiento de la Tercera Vía, redefiniendo el
proyecto de la izquierda como la protección de los consumidores en lugar
de la clase trabajadora y viendo el mercado como el lugar ideal donde
puede prosperar lo individual. ¿Cómo explicaría esta conversión?

Desde mi perspectiva, el ascenso neoliberal a la hegemonía estuvo directamente


relacionado con el hecho de que los partidos de centroizquierda incorporaron en
forma gradual a su ideología y práctica política la idea de que el Estado es
incapaz de responder a las demandas individuales.
Deberíamos recordar que las nuevas políticas de centroizquierda estaban
alineadas con los procesos de la economía de posguerra, que cuestionan cada
vez más el rol del Estado como agente de toma de decisiones colectivas y
planificador social, y elevaban la soberanía del consumo a la categoría de única
norma con la que podría medirse el bienestar social.
Por último, usted parece sostener que en la década de 1960 importantes
figuras de la izquierda adoptaron este discurso contra el Estado.

Sí, realmente creo que la crítica al Estado hecha por la izquierda fue crucial para
el triunfo del neoliberalismo. Se podría decir que esta crítica contribuyó a
reformular los debates contemporáneos sobre cómo crear una distribución justa
de la riqueza y el poder en la sociedad. En lugar de enfocarse principalmente en
desafiar al capitalismo, estos debates pasaron a ocuparse de las promesas
fallidas del Estado de Bienestar y a cuestionar la idea misma de que el Estado
fuera capaz de crear la buena sociedad
Hoy, muchos parecen creer que los desafíos para la buena sociedad radican en las fallas de
las instituciones estatales y en las acciones de la gente que está a cargo de ellas, y no en el
capitalismo.

Esta creencia está fuertemente enraizada en la idea dominante –no solo en el neoliberalismo
sino también en la disciplina económica– de que el interés propio es la fuerza impulsora de
la actividad humana. De acuerdo con esta idea, la gente solo ingresa en instituciones
estatales para maximizar su propia utilidad, y no porque esté comprometida con los ideales
del bien común.

En contraposición a este panorama, economistas y políticos quieren llevar las decisiones


políticas al terreno del mercado, que ellos describen como un sitio de interacción social que
nos proveerá de lo que el Estado no puede ofrecer: eficiencia, libertad, iniciativa y
democracia

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