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Maestro: Alfonso Ayala Villareal

Alumno: Isvec Jonathan Alan Gonzalez Garay


Matricula: 1794727

Materia: Argumentación Jurídica Grupo: 021

Evidencia
“Resumen”
Capitulo Quinto
LA ARGUMENTACION JURIDICA
La argumentació n, entendida en uno u otro de los sentidos “fuerte” y
“débil” que se analizaron en el primer capítulo de esta investigació n, ha
estado siempre unida, de una u otra forma, a la tarea del jurista.

El ejercicio de la argumentació n es, pues, primordial para la tarea del


jurista, pero también, a su vez, el ejercicio del derecho, a lo largo de la
historia, ha resultado muchas veces decisivo para el desarrollo del arte de
la argumentació n; como ejemplo de esto ú ltimo se ofrece enseguida un
breve recorrido histó rico por la Antigü edad clá sica, donde se muestra
có mo las características y exigencias propias de las tareas del abogado
propiciaron, en aquella época (al igual que en muchas otras), el desarrollo
y expansió n del estudio y ejercicio del arte de la argumentació n. De ahí
que no sea casual el hecho de que muchos de los má s grandes oradores
(representantes prototípicos de la argumentació n retó rica) hayan sido
también personajes destacados en el mundo del derecho.

En el mundo de la antigua Grecia, la relació n entre derecho y


argumentació n fue muy estrecha, y puede apreciarse con gran claridad,
debido a que las circunstancias políticas, econó micas y sociales de aquel
entonces propiciaron una gran demanda de expertos en litigios y en el
tratamiento de los asuntos pú blicos, y esta demanda, a su vez, dio lugar a
uno de los periodos de mayor desarrollo y propagació n de la
argumentació n llamada “persuasiva” o “retó rica”.

Es de imaginar que en una situació n así, la habilidad argumentativa de los


litigantes, su capacidad persuasiva, resultaba decisiva para lograr el
triunfo en el litigio, y fue así como el arte retó rico fue convirtiéndose en
un instrumento cada vez má s poderoso en el mundo del derecho y, por
ende, comenzó a cultivarse cada vez má s.
Algunos de los mejores rétores que ha tenido la humanidad se iniciaron
como logó grafos o ejercieron este oficio en algú n momento de su vida.

Ahora bien, el centro de la política de esos tiempos lo constituían las


Asambleas pú blicas, y, en ellas, el instrumento má s necesario y poderoso
era el arte de la persuasió n; la virtud fundamental de un hombre de
Estado era la virtud de la palabra, el dominio del arte retó rico.

En este contexto histó rico de una creciente demanda de educació n sur-ge


la figura de los sofistas, un conjunto de pensadores má s o menos
independientes entre sí, cuyas ideas principales muchas veces difieren
notablemente de uno a otro, pero que reciben el mismo apelativo porque,
aunque no sostuvieran la misma doctrina, tenían ciertas características
comunes. Entre estas características se encuentra, por ejemplo, la de
compartir su principal tema de interés: el hombre y la cultura (a
diferencia de los filó sofos anteriores, llamados “físicos”, que se habían
dedicado al estudio de la naturaleza en su sentido má s amplio); coincidían
también los sofistas en el cobro por sus enseñ anzas (cosa mal vista en
aquella época), así como en la orientació n prá ctica de las mismas (a
diferencia de la orientació n teó rica de los primeros filó sofos), la cual
llevaron hasta tal extremo que, si bien su pragmatismo les trajo un rá pido
éxito, también los condujo a su fin, como dice Grimberg(1983,222) de los
sofistas: “la utilidad fue siempre el fundamento de su actividad. En ello
radicaba, por una parte, la fuerza de este movimiento, pero por otra, la
causa principal de su decadencia”.

El tipo de retó rica que Aristó teles llama “forense” o “judicial” trata de
asuntos “del pasado”, es decir, que ya ocurrieron, por ejemplo, un crimen
que se cometió o cualquier otra acció n que se llevó a cabo.

En los apartados anteriores se buscó mostrar, por medio de un recorrido


histó rico a través de la Antigü edad greco-romana, la estrecha relació n
entre argumentació n y derecho. Sin embargo, hay que destacar que los
términos de esta relació n no siempre se han dado de la misma manera: el
papel de la argumentació n dentro del derecho se modifica,
evidentemente, segú n la concepció n que de él se tenga; por ejemplo, si
predomina una visió n positivista del derecho, es natural que se considere
como la manera ideal de argumentar la propia del silogismo deductivo.

Si los argumentos son la expresió n de los razonamientos, y éstos son el


objeto de estudio de la ló gica, entonces, en ese sentido, podría, quizá ,
inferirse que el razonamiento jurídico será estudiado por la ló gica
jurídica. Pero ¿qué es la ló gica jurídica? En un primer acercamiento,
responderíamos que solemos utilizar tal expresió n, “ló gica jurídica”, para
designar el conjunto de operaciones intelectuales propias de los juristas.
Sin embargo, con eso no hemos avanzado mucho, pues aú n no hay
consenso respecto a cuá les sean tales operaciones, es má s, aun en los caso
sen que se detectan esquemas argumentativos de un tipo específico,
como, por ejemplo, los llamados argumentos a fortiori, a simili y a
contrario, no hay acuerdo sobre si ellos deban considerarse como
razonamientos propios de la ló gica deductiva o propios de la retó rica o
teoría de la argumentació n.

Sabemos que hay autores para quienes la ló gica, entendida como ló gica
deductiva, juega un papel protagó nico en el derecho.

El primero es el de la “producció n o establecimiento de normas jurídicas”


(tanto en su fase prelegislativa, como en la legislativa, que es donde
propiamente se manejan argumentos jurídicos, mientras que en la
primera los argumentos —segú n Atienza— son má s de tipo político y
moral); un segundo contexto en que se realizan argumentos jurídicos es el
de la “aplicació n de normas jurídicas a la resolució n de casos, bien sea
ésta una actividad que llevan a cabo jueces en sentido estricto, ó rganos
administrativos, en el má s amplio sentido de la expresió n, o simples
particulares”.

Para algunos autores, “el razonamiento jurídico se manifiesta por


antonomasia en el procedimiento judicial” (Perelman, 1988: p. 201), y
esto se debe, en gran medida, a la obligació n de motivar la decisió n. Por
medio de la motivació n judicial, se dificulta el paso al voluntarismo y se
abren las puertas a la razó n: “motivar una decisió n es expresar sus
razones y por eso es obligar al que la toma, a tenerlas. Es alejar todo
arbitrio”.

“La fundamentació n es la expresió n de los argumentos jurídicos en los


cuales se apoya la aplicació n de los preceptos normativos que se invocan
por el juzgador para resolver el conflicto”.

Los asuntos relativos a la justificació n interna normalmente suelen


agruparse con el nombre de “silogismo jurídico”, sin embargo, no debe
pensarse que en la justificació n interna se tratan só lo razonamientos que
siguen el esquema del silogismo categó rico (que es el que primero viene a
nuestra mente al hablar, en la actualidad, de “silogismo”), sino, en general,
razonamientos propios de la ló gica formal, aplicados al campo del
derecho.

En esos casos sería necesario añ adir una o varias premisas má s, por me-
dio de las cuales se pudiera ver claramente có mo se deduce la conclusió n
a partir de las premisas.

Para el aná lisis argumentativo de los textos jurídicos y, particularmente,


para el de los textos propios de las sentencias judiciales, como el que se
analiza en la segunda parte de este estudio, puede ser de gran utilidad
tener identificados cuá les son los principales tipos de argumentació n
usados en los textos jurídicos. En lo que sigue se ofrece una descripció n
de estos tipos de argumentació n o “formas de argumento”, sin pretender
hacer una clasificació n de estos.

Obsérvese que, aun cuando en el texto de la sentencia se califica este


argumento como “teleoló gico”, si acudimos a las definiciones de los
estudiosos, en particular a la de Perelman (1979 [1988]), debemos decir
que se trata, má s bien de un “argumento psicoló gico”, por ser una
justificació n de cierta interpretació n de la ley, basada en la investigació n
de la voluntad del legislador “a partir de los datos presentes en los
trabajos preparatorios y documentos que rodean al texto mismo de la ley
en cuestió n”.
Este tipo de argumento permite interpretar la ley conforme a los
precedentes, esto es, conforme a decisiones anteriores.

La base del argumento por el uso de los precedentes lo constituye la


misma noció n de justicia, que contiene la exigencia de “tratar de igual
manera a lo igual”. Por supuesto, como vimos en lo relativo al argumento
Asimili o por analogía, el problema para el cumplimiento de esta
exigencia es que nunca hay dos casos exactamente iguales, por lo cual, es
necesario determinar qué tan relevantes son las diferencias entre ellos
para saber si es aplicable el argumento del precedente, o no lo es.

Alexy complementa esta definició n con la menció n de cuá les son los
principales tipos de enunciado propios de la dogmá tica jurídica. En pri-
mer lugar está n las definiciones de los “genuinos conceptos jurídicos”,
delos cuales cita como ejemplos paradigmá ticos los conceptos de
“contrato”, “acto administrativo” y “legítima defensa”; otro tipo de
enunciados de la dogmá tica jurídica son las definiciones de los otros
conceptos que aparecen en las normas jurídicas, de los que Alexy
menciona como ejemplos “á rea edificada coherentemente” y
“cumplimiento de una operació n”; también pueden ser considerados
como propios de la dogmá tica jurídica “los enunciados que expresan una
norma no extraída de la ley” (Alexy: 2007, p. 248),si bien en éste, como en
los pró ximos dos casos que siguen, el criterio de demarcació n entre lo que
sí es enunciado de la dogmá tica jurídica y lo que no lo es se va tornando
borroso y “por ello, en un amplio campo, el que un enunciado sea
aceptado o no como dogmá tico sigue dependiendo de las convicciones
existentes de hecho entre los científicos del Derecho”.

La siguiente categoría de enunciados dogmá ticos la conforman “las


descripciones y caracterizaciones de estados de cosas a cuya producció n,
eliminació n o conservació n deben servir normas individuales o grupos de
normas” (idem) y, por ú ltimo, las formulaciones de principios, las cuales
“son enunciados normativos de tan alto nivel de generalidad que, por
regla general, no pueden ser aplicados sin añ adir premisas normativas
adicionales”. En cambio, en otras ocasiones los enunciados dogmá ticos se
usan para justificar otros enuncia-dos, pero también son ellos mismos, a
su vez, justificados por otros enunciados dogmá ticos, y así sucesivamente,
hasta que, claro está Como los enunciados dogmá ticos tienen contenido
normativo, estos otros argumentos só lo pueden ser argumentos prá cticos
de tipo general”

Capitulo Sexto
CONSIDERACIONES LINGUISTICAS UTILES EN EL ANALISIS DE
TEXTOS JURIDICOS
Pocas realidades tienen una vinculació n tan estrecha con la palabra, con
el lenguaje, como la tiene el derecho. Al indagar sobre sus ú ltimos
fundamentos, se constata que el derecho no es tal con independencia de la
palabra, sino que el derecho es, en lo má s profundo, un “decir” el derecho.

La vinculació n del Jus con la enunciació n o pronunciació n del mismo es


tan estrecha que el verbo derivado de jus, jurare, significa la acció n
de“repetir la fó rmula pronunciada”. En efecto, Tamayo y Salmorá n explica
que para llevar a cabo la acció n de jurare, prestar juramento, en la antigua
Roma eran necesarios dos participantes: el que praeit verbis (el que
pronuncia el jus) y el que jura, el cual repite la fó rmula que se llama jus
jurandum: la fó rmula que fija en términos solemnes el texto del
juramento, es decir, que el primero de estos participantes enunciaba el
texto para que el compromitente (el que iba a jurar) lo repitiera palabra
por palabra. Con la “enunciació n” de esta fó rmula precisa era como el acto
podía tener los efectos que se pretendían.

Para Ferdinand de Saussure (1916 [1945], p. 129), el signo lingü ístico es


una entidad de dos caras: “la combinació n del concepto y de la imagen
acú stica”, a los cuales prefiere llamar significado y significante,
respectivamente. En el signo lingü ístico, el concepto (significado) se
presenta necesariamente unido a un sustrato material (significante) y
viceversa: “estos dos elementos está n íntimamente unidos y se reclaman
recíprocamente” (idem).
La unió n entre un significado y un significante concretos no seda de
manera necesaria o natural, sino de modo arbitrario (en el sentido de
“inmotivado”); así, el que en españ ol la palabra (ya sea oral o escrita)
mesa vaya unida al concepto «mesa», no es algo necesario, pues bien
podría ir unida a otro significante, esto es, podría “decirse” de otra
manera.

Es el sistema lingü ístico (la lengua) lo que es invariable en el lenguaje y


compartido por todos los hablantes de una comunidad lingü ística; en
cambio, el habla es el uso que cada persona hace, concretamente, de ese
sistema, es decir, el comportamiento lingü ístico de cada individuo, el cual
—por supuesto— tiene un cierto rango de variació n entre un individuo y
otro. Haciendo una analogía muy ilustrativa, dice Saussure: “La lengua es
al habla lo que una sinfonía a su ejecució n” (ibidem).

No cabe duda de que tradicionalmente se le ha dado má s importancia a la


funció n representativa o simbó lica de los signos frente a las otras dos
funciones, es decir, ha predominado la consideració n del signo lingü ístico
como instrumento para hablar sobre el mundo, para representar los
objetos y relaciones que en él observamos.

Al lado de estas funciones principales del signo lingü ístico se han


destacado también otras funciones secundarias, entre las cuales se
encuentran: la funció n fá tica (que consiste en establecer y mantener
contacto comunicativo y sirve para establecer nexos sociales entre
personas), la funció n poética(que se refiere al uso creador de la lengua, no
só lo en poesía, sino en todos los usos que emplean la “materialidad” de la
lengua, de tal modo que se funden la forma y el significado para dar lugar
a un producto) y la funció n meta lingü ística (gracias a la cual la lengua
puede hablar sobre sí misma, como cuando decimos “¿qué significa
arritmia?” o “bien es un adverbio de modo”, ejemplos estos en que no se
usan, sino só lo se mencionan, los términos arritmia y bien.

Es comú n encontrar textos donde se usan indistintamente los términos


“oració n”, “enunciado” y “proposició n”. Sin embargo, es indispensable
distinguir nítidamente entre una y otra, como se verá a continuació n.
Primeramente, se dará una descripció n de lo que se entiende por cada
una de estas nociones.

Una oració n es una estructura constituida por un sujeto y un predicado,


es una unidad sintá ctica. Algunos la describirían como “una cadena de
palabras gramaticalmente completa que expresa un pensamiento
completo”.

Una proposició n es el contenido referencial de un enunciado, es la parte


del significado de un enunciado declarativo que describe un estado de
cosas. La proposició n es una unidad de la semá ntica formal y de la ló gica.
Para que una proposició n sea tal, debe ser susceptible de recibir un valor
de verdad, ya sea verdadero o falso.

Podemos ver, entonces, que aun cuando estas nociones comparten


muchos aspectos importantes, no pueden confundirse unas con otras. Lo
primero que salta a la vista al comparar oració n y enunciado (que son los
dos conceptos má s frecuentemente manejados como sinó nimos) es que el
enunciado implica siempre el “uso” del lenguaje, mientras que la oració n
no. De ahí deriva, por ejemplo, el hecho de que son los enunciados, y no
las oraciones, los que pueden decirse “verdaderos” o “falsos”. Como
ejemplo puede pensarse en la siguiente oració n: “mi hijo está en la
escuela en este momento”.

Mucho se ha hablado acerca de cuá l es el significado de “significado”. Es


un tema muy discutido por filó sofos y lingü istas, de gran importancia
para varias disciplinas, pero que rebasa el propó sito del presente estudio,
sin embargo, hay un aspecto concreto del significado de los enunciados
que interesa mucho destacar aquí. No todo el significado de un enunciado
es forzosamente explícito, sino que cabe hablar también de un significado
implicado o implícito.

Para ilustrar esta distinció n entre lo que se ha “dicho” (en el sentido


utilizado por Grice) y lo que se ha implicado, Grice emplea el siguiente
ejemplo: supongamos que le pregunto a un amigo acerca de có mo le ha
ido a un amigo mutuo en su nuevo puesto como empleado de un banco, y
él me contesta: “Yo creo que le está yendo muy bien; no ha ido a prisió n”

Esta “implicació n” no debe confundirse con una implicació n ló gica, se


trata, má s bien, de una insinuació n o sugerencia para la cual Grice decide
crear un nuevo término, implicature, usualmente traducido al españ ol
como implicatura (manteniendo así la intenció n de crear un neologismo).

La razó n de fondo por la que Grice no incluye a las implicaturas


convencionales dentro de “lo dicho” es que ellas no forman parte del
contenido veritativo del enunciado, es decir, ellas no intervienen en la
verdad o falsedad del mismo, puede ocurrir que la implicatura
convencional que surgió de un enunciado sea falsa y, aun así, el enunciado
que le dio origen sea verdadero.

La implicació n o inferencia así entendida no depende del contenido


lingü ístico de las proposiciones, sino de su estructura formal; de hecho, la
ló gica simbó lica hace abstracció n de los contenidos presentes en la lengua
natural que no tengan relació n con la forma ló gica.

Las inferencias ló gicas, pues, surgen a partir de la estructura formal de los


enunciados, sin considerar los contenidos adicionales que el lenguaje
natural pudiera aportar. Sin embargo, a partir de esos contenidos, tal y
como se encuentran en el lenguaje natural, surgen las inferencias
lingü ísticas, que son inferencias por ser significados que se desprenden
de otros, pero que tienen propiedades distintas de las que caracterizan a
las inferencias de la ló gica, como se verá en las consideraciones
siguientes.

A partir de esta definició n puede verse ya claramente una característica


esencial de la presuposició n, la cual surge con independencia de cuá l sea
el valor veritativo del enunciado de origen, por lo tanto, si se acepta que el
enunciado de origen es verdadero o que es falso, por ese mismo hecho se
aceptaría también la presuposició n.

La característica antes destacada resulta, evidentemente, de gran interés


para el derecho. En concreto, nos interesa considerarla en relació n con el
acto de dictar sentencia judicial. Uno de los primeros considerandos (casi
siempre, el primero) que suele presentarse en una sentencia judicial
consiste en el señ alamiento de que el ó rgano jurisdiccional que pronuncia
el fallo en cuestió n es competente para hacerlo (también es comú n que se
especifique el modo en que se cumplen las otras disposiciones del
procedimiento).

Capitulo Séptimo
ANALISIS AL CASO. SENTENCIAS SOBRE EL AMPARO EN
REVISION DICTADA POR EL PLENO DE LA SCJN. FECHA DE
RESOLUCION: 6 DE MARZO DE 2000.

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