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Durante el primer tercio del siglo XX, la enseñanza de idiomas se centra en el estudio de la lengua
escrita, en especial de la literatura. Ciertamente, se lanzan propuestas de aumentar la atención a la
lengua oral, p. ej., desde la Asociación Fonética Internacional (fundada en 1886), que recomienda
aplicar los conocimientos de fonética y fonología a la práctica docente, es decir, instruir a los
alumnos en la pronunciación de la LE. Sin embargo, la mayor parte de esas propuestas no llegan a
cuajar, aunque sí quedan en estado latente. Ahora bien, a partir de la 2.ª Guerra Mundial la
enseñanza de lenguas vivas experimenta un cambio drástico, desplazándose el foco de atención
hacia la lengua oral, sin desatender por ello la lengua escrita. En las últimas décadas se han
producido cambios no menos relevantes, al empezarse a utilizar en el aula de LE una variedad de
textos orales auténticos —diálogos, conferencias, entrevistas, narraciones, cuentos, noticias,
conversaciones telefónicas, etc.— grabados en casete, vídeo, CD, DVD y demás soportes
magnéticos.
Para numerosos estudiantes la expresión oral resulta la destreza más difícil en el aprendizaje de la
lengua meta. De hecho, a muchos nativos les resulta difícil transmitir información en turnos de
palabra largos, p. ej., dar un discurso en público sobre un tema de actualidad; siendo así, es de
esperar que los aprendientes extranjeros experimenten tantas o más dificultades que los propios
nativos en ese tipo de discurso.
En la enseñanza tradicional existen discrepancias sensibles entre la expresión oral de los nativos y el
tratamiento de la destreza en el aula de LE; las diferencias atañen a la forma, al contenido, al motivo,
a la finalidad, a los participantes y al modo de comunicación. Los enunciados de los nativos no
siempre se componen de frases completas y gramaticales, sino que contienen lapsos y elipsis,
hecho que contrasta con la estructuración tan perfeccionista de la lengua presentada
tradicionalmente en los manuales de LE. Habitualmente, los hablantes nativos expresan sus propias
ideas, deseos, etc., centrándose más en el contenido que en la forma del mensaje; son plenamente
conscientes del significado que desean transmitir; tienen un motivo y un interés real en el discurso, p.
ej., pedir un favor. En contraste con esas circunstancias, en el aula tradicional de LE el tema y el
contenido de la comunicación con frecuencia dependen más del profesor y de los materiales
didácticos que de los propios alumnos; éstos hablan porque deben practicar, porque el profesor los
insta a ello, porque desean obtener una buena calificación, etc. No obstante, la situación cambia
considerablemente cuando empiezan a aplicarse modelos didácticos como el Enfoque
comunicativo o el Enfoque por tareas, en los que se procura llevar al aula la realidad externa; de ese
modo, la expresión oral de los alumnos empieza a reflejar las características de la de los nativos.
Cassany, Luna y Sanz (1994) proponen estos cuatro criterios para la clasificación de las actividades
de expresión oral:
En función del nivel de los alumnos y de los objetivos específicos del curso, la evaluación de la
expresión oral puede centrarse en algunas de las siguientes microdestrezas:
Voz: La imagen auditiva tiene un gran impacto para el auditorio. A través de la voz se
pueden transmitir sentimientos y actitudes.
Dicción: El hablante debe tener un buen dominio del idioma. Tal conocimiento involucra un
adecuado dominio de la pronunciación de las palabras, la cual es necesaria para la
comprensión del mensaje.
Estructura del mensaje: Es habitual planear con anterioridad lo que se va a decir y
comprender el tema ya que un buen orador no suele improvisar.
Fluidez: Utilizar las palabras en forma continua
Volumen: Intensidad de voz.
Ritmo: Armonía y acentuación.
Claridad: Expresarse en forma precisa y certera.
Coherencia: Expresarse de manera lógica.
Emotividad: Proyectar sentimientos acordes al tema.
“La comunicación es un proceso esencial de toda la actividad humana, ya que se basa en la
calidad de los sistemas interactivos en el que el sujeto se desempeña, y, además, tiene un
papel fundamental en la atmósfera psicológica de todo grupo humano. La institución
educativa no es una excepción en este sentido”. (F. González, 1995, p: 13) dentro de ella se
ha priorizado la competencia comunicativa que contempla los conocimientos y habilidades,
como instrumentos de actuación y abarca también el área afectiva a partir de sus
motivaciones, emociones, vivencias, expectativas y objetivos profesionales y personales. De
ahí que se coincide en que “(...) trabajar por la competencia comunicativa significa guardar
La voz: Transmite sentimientos y actitudes. Hay que evitar una voz débil, apenas
audible, o unas voces roncas, demasiado chillonas; ambos extremos producirán malestar y
desinterés.
La postura: Es necesario una cercanía con su auditorio. Evitar rigidez y reflejar
serenidad y dinamismo. Si se va a hablar de pie, hay que asumir una postura firme, erguida.
Si es sentado, es preferible asumir una posición ejecutiva, con la columna vertebral bien recta
y la porción inferior del tronco recargada contra el respaldo de la silla.
La mirada: De todos los componentes no verbales, la mirada es la más importante. El
contacto ocular y la dirección de la mirada son esenciales para que la audiencia se sienta
acogida. Los ojos del orador deben reflejar serenidad y amistad. Es preciso que se mire a
todos y cada uno de los receptores.
La dicción: El hablante debe tener un buen dominio del idioma. Tal conocimiento
involucra un adecuado dominio de la pronunciación de las palabras, la cual es necesaria para
la comprensión del mensaje. Al hablar, hay que respirar con tranquilidad, proyectar la voz y
dominar el énfasis de la entonación.
La estructura del mensaje: Un buen orador no puede llegar a improvisar. El mensaje
debe estar bien elaborado. Planteamiento y justificación del tema, desarrollo de los
argumentos que apoyan la opinión del hablante y síntesis de lo dicho.
El vocabulario: Al hablar, debe utilizarse un léxico que el receptor pueda entender.
Los gestos: Los gestos pueden repetir, contradecir o enfatizar lo que se dice
verbalmente. Los gestos han de ser naturales, oportunos y convenientes. Deben evitarse los
gestos exagerados.
El cuerpo: Es importante, no mantener los brazos pegados al cuerpo o cruzados, tener
objetos en las manos o esconder estas en los bolsillos, ya que ello dificultará la expresión
gestual necesaria que refuerza o acompaña todo discurso.
La construcción oral está conformada por 9 cualidades, las cuales son muy importantes a
seguir y son:
Dicción, fluidez, volumen, ritmo, claridad coherencia, emotividad, movimientos
corporales y gesticulación, y vocabulario.
No es secreto para nadie que las dificultades de construcción oral que se observan
diariamente, ya sea en clases o en los medios masivos de comunicación, son
verdaderamente serias. (Vocabulario poco enriquecido, muletillas, omisión, sustitución,
cambios, alternancia de sonidos, desarrollo incompleto del tema que se discute, dicción
imprecisa, excesiva gesticulación, tono de voz bajo o muy alto, mezcla de ideas, escasa
atención, falta de comprensión en lo que se dice, timidez a la hora de hablar frente a los
demás, falta de fluidez verbal, ideas incoherentes y desorganizadas y ausencia de estrategias
para organizar el discurso) y de ello no escapan los logopedas en formación.
1. La expresión oral
Son diversos los autores que definen la expresión oral y hacen mención de sus características. Por
su parte, Bloom (1980) y Tunmer (1993), afirman que: “La expresión oral es saber captar las
intenciones de los demás, sus deseos y pensamientos, los mensajes no verbales que se transmiten
a través de la cara y los gestos, el doble sentido de los mensajes y metáforas”. Es comprender el
mensaje del otro y comunicarnos de tal forma que el interlocutor interprete lo que se desea expresar.
Macdonough & Shaw (1993) resumen las razones por las cuales hablamos: para expresar ideas y
opiniones; para expresar una intención o deseo de hacer algo; para negociar y/o resolver un
problema particular; para establecer y mantener relaciones sociales y personales. Es decir, estamos
inmersos en el lenguaje y las situaciones cotidianas son las que fortalecen esta competencia
comunicativa, ya que al comunicarnos lo hacemos con un propósito definido.
En el contexto escolar se manifiesta la interacción comunicativa, los estudiantes comparten cierto
tiempo y allí se debe abrir espacios donde se lleve a cabo dicha comunicación, pues es de crucial
importancia brindar a los estudiantes muchas oportunidades de hablar, a distintas audiencias y con
diversos propósitos. Staab (1992). A su vez, Sánchez Cano & del Rio. (1995) plantean que convertir
el aula en escenario comunicativo implica asumir que únicamente con el uso o con estar expuesto al
lenguaje de otros no basta, hace falta una actuación intencional y adaptada por parte de quien
domina el lenguaje en ayuda de quien tiene que adquirirlo. Estas ayudas constituyen estrategias de
intervención.
Estas estrategias de intervención ponen énfasis en la importancia que tiene el hablar y el escuchar a
los otros para la comunicación; la exploración, clarificación y organización del pensamiento; el
desarrollo cognitivo y de la personalidad; la integración social.
Para Núñez (2001) la educación secundaria debe proponer actividades orales que permitan a los
educandos determinar sus propias normas de participación, ubicar y analizar sus formas de
interacción, que puedan reflexionar sobre su propia conducta comunicativa, que utilicen la fuerza de
los argumentos para opinar y tomen conciencia de las actitudes implicadas en la oralidad, a saber: la
tolerancia, el respeto, el escuchar atento, entre otros.
Estas actividades se pueden sistematizar en talleres, entendiendo al taller como una estrategia que
involucra socialmente a los entes del proceso educativo para la construcción del conocimiento, que
permite el intercambio de experiencias, intereses e informaciones en grupo y determina alternativas
para la solución de problemas comunes. En el desarrollo del taller se debe tener cuenta la actitud del
docente Fernández. (1992) plantea que el docente debe convertirse en un coordinador de las
actividades que posibilitan los conocimientos, creencias, afectos y acciones, también replantearse
sus tareas constantemente para que el estudiante proyecte sus ideas y formule proyectos, además
de observar constantemente la actuación del estudiante y ofrecer alternativas hacia la construcción
del conocimiento. Es así, como una forma de fortalecer la expresión oral en los estudiantes es con el
diseño de talleres que tengan que ver con sus intereses y cotidianidad, actividades que los confronte
y los hagan reflexionar acerca de su forma de hablar y expresarse ante los demás.
Adjunto enlace de documento con estrategias para fortalecer la expresión oral, el mismo que adjunté
en el chat.
https://repositorio.uptc.edu.co/bitstream/001/2345/1/TGT_995.pdf