No se niega que, en cierto sentido, el individuo nace con una facultad
de lenguaje así como nace con la facultad de caminar. Pero sí se destaca que el papel del entorno social es determinante en el proceso de adquisición del lenguaje. Los bebitos de Rwanda cuyos padres murieron y que fueron adoptados por familias argentinas desarrollarán el "arte de caminar" más o menos de la misma forma como lo hubieran desarrollado en Rwanda. Pero aprenderán el castellano, y no la lengua de la cultura de sus padres biológicos. Los ejemplos en este sentido pueden ser innumerables. A partir de esta comparación entre la facultad del lenguaje y las otras facultades, Sapir presenta su conclusión sobre la "facultad del lenguaje". Capacidades humanas como las de caminar no varían en lo fundamental de una comunidad a otra. Sin embargo, el lenguaje es una actividad humana "que varía sin límites precisos en los distintos grupos sociales, porque es una herencia puramente histórica del grupo, producto de un hábito social mantenido durante largo tiempo" (Sapir 1921: 10). En síntesis, caminar es un ejemplo de una función orgánica que, como respirar, comer, dormir y tantas otras, el ser humano comparte con los demás animales. El lenguaje, en cambio, es una función adquirida, determinada por la cultura.
1.2. Características esenciales del lenguaje
Sapir no niega explícitamente que el lenguaje sea una función biológica: de hecho, reconoce que, "en cierto sentido el individuo está predestinado a hablar" (1921: 9). Pero, según Sapir, la función del entorno cultural del individuo constituye un hecho imprescindible y por eso no se puede elaborar una definición del lenguaje sin tener en cuenta la cultura en la que el individuo se desarrolla. En efecto, el valor determinante de la cultura obliga a dejar de lado cualquier definición que considere que el lenguaje es una actividad de "base instintiva". Un grito de dolor, que es instintivo, no constituye una manifestación lingüística porque el grito no es una expresión simbólica como la emisión Eso duele. Al igual que de Saussure, Sapir considera que el lenguaje es un sistema convencional de signos. (Sapir emplea el vocablo símbolo, que puede identificarse en términos generales con el signo saussuriano porque, para Sapir, el símbolo es arbitrario. Según de Saussure, los símbolos son aquellos representantes que tienen un carácter motivado. Para evitar confusiones terminológicas, se usa directamente la palabra signo). Entonces, las expresiones del lenguaje tienen el carácter de signo convencional. El grito es un indicador directamente ligado al dolor o la emoción, pero no es un signo convencional del dolor. Tampoco hay que confundir las interjecciones como ¡oh!, ¡auch! o ¡ah! y las onomatopeyas como tictac con los gritos instintivos o los sonidos en sí mismos. Las onomatopeyas e interjecciones son signos convencionales de realidades naturales. Son justamente representaciones. Se relacionan con su original de la misma manera que una foto con el paisaje que representa. Además, se cuentan entre los elementos menos importantes de cualquier lenguaje porque constituyen una parte muy reducida y funcionalmente insignificante del vocabulario de las lenguas. Expresiones como bichofeo (pajarito cuyo sonido es similar a su nombre) o miau (imitación del maullido) son creaciones del espíritu humano: aunque están sugeridos por la naturaleza, no brotan de ella. El lenguaje las incorpora y les da un carácter arbitrario. Por otra parte, las imitaciones de los sonidos naturales no parecen estar estrechamente ligadas al "origen" del lenguaje. En efecto, las lenguas de los pueblos "primitivos" no se destacan por la abundancia de palabras imitativas como onomatopeyas o interjecciones. Sapir señala que las lenguas de las tribus más primitivas de América del Norte apenas tienen palabras imitativas o directamente carecen de ellas. En cambio, en lenguas de culturas más "refinadas", como el inglés o el alemán, se emplean numerosas onomatopeyas. El lenguaje tiene entonces función adquirida y carácter no-instintivo. Estos rasgos definitorios le permiten a Sapir elaborar su definición de lenguaje: El lenguaje es un método exclusivamente humano, y no instintivo, de comunicar ideas, emociones y deseos por medio de un sistema de símbolos producidos de manera deliberada. (Sapir 1921: 14). La definición es evidentemente funcional o comunicativa y contempla además la importancia de la intención. En lo que concierne a la dimensión biológica de los "órganos del habla", Sapir destaca que cada uno de los llamados órganos del habla (pulmones, nariz, dientes, etc.) en realidad se desarrolló para una función biológica indispensable: los pulmones para la respiración, la nariz para el olfato, los dientes para la trituración de alimentos, etc. Luego, cada uno de esos órganos se empleó también para el habla pero cualquier órgano, desde el momento en que existe, es susceptible de ser usado para finalidades secundarias. Por último, el lenguaje no puede definirse en términos puramente psico-físicos aunque la base psico-física sea esencial para su funcionamiento en el individuo. Si se puede considerar el lenguaje como "localizado" de manera definida en el cerebro, es sólo en ese sentido general y sin mucho interés en que se puede decir que están "en el cerebro" todos los aspectos de la consciencia, todo interés humano y toda actividad humana (Sapir 1921: 17). En síntesis, la función adquirida del lenguaje determina estas características esenciales del lenguaje: 1) no-instintivo, 2) intencional, 3) convencional, 4) no exclusivamente psico-físico 1.3. Importancia del concepto de signo Entre las características esenciales del lenguaje (esto es, de todos las lenguajes) se encuentra la de conformar un sistema de símbolos arbitrarios. Cada signo, por ejemplo, la palabra castellana perro, es un hecho lingüístico porque posibilita la una asociación automática y simbólica de la expresión [perro] con la idea de lo que es un perro. Esa asociación de expresión y de idea conforma un signo, y los signos permite que el mundo de nuestras experiencias sea simplificado y generalizado. Gracias a esto, los hablantes pueden llevar a cabo un inventario simbólico de las experiencias; "y ese inventario es indispensable si queremos comunicar ideas" (Sapir 1921: 19). En efecto, los signos (y, a través de ellos, el lenguaje) simplifican la experiencia y permiten pensar la realidad. Mi perro, el perro cuya foto figura en la definición de perro en el diccionario, el perro de mi vecino, Lassie, Mendieta, Diógenes y todos los seres "reales" y ficticios que podamos imaginar se clasifican bajo el rótulo perro porque tienen un número suficiente de rasgos esenciales comunes, a pesar de las grandes y palpables diferencias de detalle. En efecto, hay perros grandes, medianos y chicos; peligrosos e inofensivos; de raza y callejeros, etc. Pero todos son perros. Gracias al lenguaje podemos, entonces, organizar la experiencia; no es exagerado decir que gracias al lenguaje podemos pensar. Tengamos en cuenta lo que le pasaba al conocido personaje de Borges, "Funes el memorioso", quien no podía olvidar, absolutamente, nada. Por eso para Funes el signo perro era algo incomprensible: No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente) (Borges 1974: 490). En la ficción borgeana, Funes no manejaba los signos de de Saussure y Sapir. Como no conocía signos genéricos, Funes "no era muy capaz de pensar". Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos (Borges 1974: 490). Como la utilización de signos conlleva la capacidad de pensar (de obviar diferencias) se llega a la conclusión de que el lenguaje está, como mínimo, estrechamente ligado al pensamiento. Precisamente a esta vinculación, la del lenguaje y el pensamiento, nos referiremos en el próximo apartado. 2) Lenguaje y pensamiento Muchas veces se ha planteado la cuestión de si es posible el pensamiento sin el lenguaje. Para responder esta cuestión, Sapir provee una serie de definiciones. 1º) El caudal mismo del lenguaje no siempre es indicador de pensamiento. "En la vida ordinaria no nos interesamos tanto por los conceptos en cuanto tales, sino más bien por paricularidades concretas..." (Sapir 1921: 21). Por ejemplo, cuando alguien dice Hoy desayuné bien, no está efectuando un pensamiento laborioso. Para Sapir (y esto parece muy problemático) el pensamiento se puede definir como "el más elevado de los contenidos latentes o potenciales del habla, el contenido al que podemos / llegar cuando nos esforzamos por adscribir a cada uno de los elementos del caudal lingüístico su pleno y absoluto valor conceptual" (Sapir 1921: 21-22). De esta concepción tan "elevada" de lo que es el pensamiento, se sigue que hay manifestaciones lingüísticas que no expresan pensamiento y, por lo tanto, que lenguaje y pensamiento no son coexistentes. 2º) Aunque el uso del lenguaje no sea indicador de pensamiento, se mantiene la pregunta de si el lenguaje determina o condiciona el pensamiento. En este sentido, es posible que el lenguaje haya sido en sus orígenes un instrumento destinado a empleos inferiores al plano conceptual, y que el pensamiento (tal como lo entiende Sapir) haya surgido más tarde como una interpretación refinada de su contenido. Esta interpretación lleva a plantear que el producto (el pensamiento) crece a medida que lo hace el instrumento (el lenguaje). Por ello, es probable que en la práctica diaria el pensamiento no sea concebible sin el lenguaje, de la misma forma que el pensamiento matemático no es practicable sin un simbolismo matemático apropiado. Estrictamente hablando, cualquier clase de pensamiento imaginable puede existir sólo en función de una "correspondencia consciente de un simbolismo lingüístico inconsciente" (Sapir 1921: 24). En conclusión, el pensamiento está determinado por el lenguaje, es decir, no hay pensamiento sin un lenguaje que lo haga posible. En lo que tiene que ver con el espinoso problema del origen, Sapir señala que puede suponerse que el lenguaje surgió "pre- racionalmente". Pero el complejo sistema de signos arbitrarios no puede ser anterior a la conceptualización y el uso de conceptos claramente definidos, i.e., el sistema lingüístico es inconcebible, como tal, sin el pensamiento. Y a su vez, el pensamiento es inconcebible sin el lenguaje. Palabras como libertad, patria o ideales representan pensamientos y esos pensamientos son posibles gracias a las palabras que los representan. La facilidad con que el simbolismo lingüístico puede transferirse es otro hecho que demuestra la poderosa vinculación entre lenguaje y pensamiento. Por ejemplo, el alfabeto o código Morse es la representación de las letras del alfabeto. Por lo tanto, el código telegráfico constituye el signo del signo de un signo. Esta facilidad de transferencia está demostrando que los sonidos del habla, en cuanto tales, no son el hecho esencial del lenguaje. Lo esencial del lenguaje es la clasificación y la fijación de formas. Repitámoslo una vez más: el lenguaje, en cuanto estructura, constituye en su cara interior el molde del pensamiento (Sapir 1921: 30). A propósito de estas consideraciones de Sapir y de otras de su discípulo Whorf se desarrolló la hipótesis de la "relatividad lingüística" o la "hipótesis Sapir-Whorf" (Lavandera 1985: 21). Esta hipótesis sostiene que la estructura de una lengua particular incide en el modo de pensamiento de sus hablantes. Así, por ejemplo, una comunidad cuya lengua tenga una gran cantidad de expresiones para distinguir las diferentes especies de pájaros va a tener una concepción de los pájaros bastente diferente deotra comunidad cuya lengua no proponga esa variedad. En el mismo sentido, una lengua que exprese "conceptos abstractos" parece favorecer la especulación filosófica, mientras que una lengua con una amplia variedad de tiempos en pretérito puede predisponer a la creación de narraciones. Los ejemplos suelen aludir al léxico, pero el planteo de la hipótesis abarca también a la gramática. En fin, la hipótesis Sapir-Whorf ha promovido una polémica importante sobre las "capacidades que promueven las lenguas particulares". La posición que se sostiene actualmente es lo que se llama "la versión débil de la hipótesis Sapir-Whorf" (Lavandera 1985: 22). A partir de esta versión moderada, la lingüística admite que la estructura de una lengua particular (su léxico y su gramática) condiciona (pero no determina) la forma de pensar de sus hablantes. Esto quiere decir que los hablantes de la lengua X pueden poseer ciertas habilidades lingüísticas que los hablantes de la lengua Z no tienen, lo que les permite manejarse mejor en ciertos tipos de pensamiento. Pero la situación también es inversa cuando se considera algún aspecto del pensamiento en el que los hablantes de la lengua Z se manejen mejor que los de la lengua X. Lo fundamental es que esta predisposición no dice nada respecto de la capacidad o inteligencia de los individuos. Es posible que, por ejemplo, el alemán favorezca la especulación abstracta, pero eso no dice nada de la capacidad mental de los hablantes nativos de alemán y, por otra parte, las ideas expresadas originalmente en alemán pueden trasladarse a las otras lenguas. Otro aspecto de gran importancia en este sentido es que tampoco hay un parámetro objetivo para determinar predisposiciones superiores e inferiores. Nada permite asegurar que la predisposición para el tipo de reflexión filosófica que (aparentemente) favorece el alemán sea "superior" a otros aspectos. Nada permite asegurar que los hablantes de alemán o de la lengua que se nos ocurra sean "más capaces" o "menos capaces" que los hablantes de otras lenguas. Para Sapir, en verdad, todas las lenguas manifiestan una similitud esencial: reconoce que, a pesar de la inmensa variedad de idiomas, un chico nacido entre los indios athabaskas puede aprender el inglés como lengua materna si es criado por una familia angloparlante. Ese dato estaría hablando de una capacidad innata, común a todos los seres humanos, de aprender e incorporar las categorías de cualquier lengua particular. A esa similitud esencial (que será definitivamente confirmada en los años por otro norteamericano) nos referiremos en el próximo apartado. 3) La universalidad del lenguaje Sapir destaca que, entre los hechos generales del lenguaje, el más llamativo de todos es su "universalidad" (Sapir 1921: 30). No existen noticias de un solo pueblo que no tenga un lenguaje completamente desarrollado. El más atrasado de los bosquimanos de Sudáfrica se expresa en las formas de un rico sistema simbólico que, en lo esencial, se puede comparar perfectamente con el habla de un francés culto (Sapir 1921: 30). Sapir admite que los conceptos más abstractos y los matices expresivos de la lengua de los bosquimanos no pueden compararse con la amplitud de vocabulario y con la matización de conceptos que ha alcanzado, por ejemplo, la literatura francesa. Sin embargo, Sapir también destaca que esas diferencias son totalmente superficiales. La constitución de un sistema fonológico bien definido, la estructuración en niveles del análisis lingüístico o la asociación de imágenes acústicas e ideas, la capacidad de atender a la expresión formal son aspectos que se hallan en el francés, en la lengua de los bosquimanos y en todas las lenguas conocidas. Muchas lenguas llamadas "primitivas" tienen una variedad de recursos de expresión tan variados que no pueden ser consideradas “inferiores”. Aun en el caso del inventario léxico de una lengua, hay que estar preparado para las más extrañas sorpresas. "Las opiniones que suelen tener la gente en cuanto a la extrema pobreza de expresión a que están condenadas las lenguas primitivas son puras fábulas" (Sapir 1921: 31). La universalidad y la diversidad del habla llevan a una conclusión esencial: el lenguaje es una herencia antiquísima y definitoria del género humano. Casi con seguridad, no hay otro bien cultural tan antiguo como el lenguaje. Yo me inclino a creer que el lenguaje es anterior aún a las manifestaciones más rudimentarias de la cultura material, y que en realidad estas manifestaciones no se hicieron posibles, hablando estrictamente, sino cuando el lenguaje, instrumento de la expresión y de la significación, hubo tomado alguna forma (Sapir 1921: 31).