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EL SERMÓN DE LA MONTAÑA

Evangelio de san Mateo 4,25-5,12


En el evangelio de san Mateo de este
domingo podemos distinguir la
introducción narrativa (4,25-5,2), que
vale para todo el Sermón de la Montaña
(SM cf. Mt 5-7), y las bienaventuranzas
(5,3-12) que son el prólogo o exordio del
Sermón reflejando el gozo por la llegada
del Reino.
La introducción del Sermón de la
Montaña nos presenta el auditorio y el
lugar del discurso. En un primer
momento pareciera dirigido sólo a sus
discípulos, pero en realidad se incluye a
la gran multitud que lo seguía (cf. 4,25).
Para pronunciar su discurso Jesús “subió
a la montaña”. Esta descripción no tiene
sólo un sentido funcional sino teológico.
La montaña remite al Sinaí (Ex 19-20) y
al Horeb (Dt 5) donde Dios ha
establecido su alianza con Israel y
revelado allí su voluntad.
Se le acercan sus discípulos, los que han hecho ya su opción por Jesús y tienen derecho a entrar en la esfera
divina; están con Jesús en ella. Entonces Jesús toma la palabra y proclama las bienaventuranzas, que
son ocho y tienen una estructura común donde distinguimos tres elementos:
1) Un adjetivo en posición predicativa; se presupone el verbo ser: “Felices son...”.
2) Un sujeto con artículo que se refiere a personas caracterizadas por una situación penosa desde el
punto de vista humano (los pobres, los pacientes, los que lloran; los perseguidos) o una actitud
positiva desde el punto de vista divino (los misericordiosos, los que obran la paz, los puros de corazón,
los que tienen hambre y sed de justicia).
3) Una acción divina introducida por un oti (porque) causal que da el motivo de la felicidad. Describe
la forma cómo los hombres son alcanzados por la acción de Dios (pasivos teológicos).
En cuanto al tiempo, en 1) y 2) no viene indicado, y se presupone una situación presente; mientras que en
3) se refiere al futuro escatológico (5,4-9.12); salvo 5,3.10 que están en presente.
Concatenación lógica: 1) es la consecuencia o resultado; 2) la condición; 3) la causa o motivo.
Es decir, la causa o motivo de la felicidad es lo que aparece al final de cada bienaventuranza, que es la
acción de Dios a favor de las personas: darles el Reino, consolarlos, saciarlos, recibir misericordia, etc. El
segundo miembro de cada oración describe la condición o la situación de las personas que se verán
favorecidas por la acción de Dios y, por ello, son Felices, con una felicidad plena, tal el sentido de maka
rioi: se trata de la declaración de un estado actual de felicidad plena. Se trata de una felicidad que viene a
nosotros, no de una felicidad producida por nosotros.
Vale decir que Jesús declara felices a cierto grupo de personas porque reciben el Reino de Dios. Este es el
motivo o causa de la felicidad, la llegada del Reino. Y esta felicidad puede convivir con situaciones penosas
(aflicción, insultos y persecución) y es la recompensa de los que se esfuerzan por sintonizar con los valores
del Reino (alma de pobres; paciencia; hambre y sed de justicia, misericordiosos, corazón puro; trabajan
por la paz).

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Los pobres en el espíritu son aquellos que tienen su espíritu caracterizado por la pobreza, por un estado de
dependencia de los demás para poder vivir y, por tanto, no autosuficiente ni autárquico. Ser pobre en el
espíritu es darse cuenta y ser consciente de la propia pobreza o necesidad delante de Dios ante quien se
recurre como dador de todo Bien. La opinión de la mayoría de los Padres que la entendieron en el sentido
de humildad es del todo correcta.
En cuanto al motivo de la felicidad, hay un marcado contraste pues el Reino de los cielos es el mayor bien
posible y los pobres en espíritu lo poseen. Esta afirmación se repite en 5,10 creando una inclusión en el
cuerpo de las bienaventuranzas y, por tanto, parece ser la más fundamental. Así, las promesas referidas a
las seis bienaventuranzas intermedias en cierto modo explicitarán y concretizarán los efectos de la posesión
del Reino de los cielos. Todavía en 5,3.10 hay una diferencia en relación al resto pues el verbo está en
presente y no en futuro. A la luz de Mt 25,34 ("Entonces dirá el Rey a los de su derecha: "Vengan, benditos de
mi Padre, reciban la herencia del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo”) podemos
distinguir dos tiempos: el Reino ha sido preparado para ellos desde siempre, ellos son los herederos al
presente, pero la posesión efectiva se dará con la venida del Hijo del hombre en la gloria. Por tanto, ya son
los herederos-propietarios, pero la posesión-disfrute plena será en el futuro.
La segunda bienaventuranza es la más paradójica pues declara felices justamente a los afligidos. La
causa o motivo de este cambio de situación es la acción de Dios quien, mediante su presencia y el don de
la comunión personal, abolirá todas las penas. Al llamar consolación a esta acción escatológica de Dios se
subraya su carácter personal y amoroso.
En cuanto a la tercera notemos que en la Biblia la mansedumbre o paciencia viene descrita como un
comportamiento caracterizado por un dominio de las propias emociones, tendencias y deseos; y por el pleno
respeto por la persona del otro en contraposición a todo lo que sea ira, contienda y atropello. La actitud
interior de los mansos es muy semejante a la de los pobres en el espíritu y, por ello, también podría incluirse
en nuestro concepto de humildad. La nota distintiva sería que lo propio del humilde es no irritarse ante las
contradicciones de la vida y saber tener paciencia a la espera de verse colmado por Dios. El manso, por su
parte, es aquel que acepta el tiempo y la manera de obrar de Dios.
En cuanto a la promesa de heredar la tierra es útil notar que el verbo "heredar" aparece sólo 3 veces en
Mateo siendo la herencia o recompensa en los otros dos casos "la vida eterna" (19,29) y "el Reino preparado
por el Padre" (25,34). Por tanto, la herencia del Padre es tener parte en el Reino escatológico.
El hambre y la sed tienen aquí un claro sentido figurado (su objeto es la justicia); e indican más que un
deseo pues se trata de una necesidad natural, elemental y fuerte que procede del interior del hombre. Su
contrario sería la falta de interés, la indiferencia. La justicia cristiana incluye todo lo que los hombres hacen
o deben hacer para agradar al Padre.
El verbo saciar está puesto en futuro pasivo, por tanto, se trata de una acción de Dios escatológica. La
cuestión es si los saciará de justicia, es decir, les dará la posibilidad de ser justos; o se trata más bien de
algo genérico. El hecho que el verbo no tenga objeto nos inclina por algo general. Por tanto, el hambre y
sed de la justicia comprende el querer profundo y vital de hacer todo según la Voluntad de Dios; y el ser
saciado se refiere a toda la plenitud -ser llenado- de Vida.
La bienaventuranza de los misericordiosos tiene la característica de mostrarnos una reciprocidad entre el
obrar humano y el Divino pues en ambos casos se trata de la misericordia. Los misericordiosos son los que
compadeciéndose socorren al necesitado y perdonan al deudor; y esta actitud garantiza la felicidad al ser
alcanzados a su vez por la Misericordia de Dios, o sea, ser socorridos y perdonados por Él.
Cuando en la Biblia se habla de un corazón puro se trata de un corazón recto e inocente, que obra
según Dios y, por tanto, puede acercarse a Él.
Aunque esta vez no tenemos un pasivo teológico, es sabido que el ver a Dios escapa a las posibilidades
humanas (cf. Jn 1,18; 6,46; 1Jn 4,12); por lo que sólo puede ser un don divino.
Esta bienaventuranza complementa la anterior en cuanto el empeño por cumplir la voluntad de Dios abarca
también lo profundo del hombre, el corazón como la sede de sus decisiones, pensamientos y emociones.
Por primera vez se nombra explícitamente a Dios como promesa-premio y, de este modo, resume y asume

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las promesas anteriores. El motivo o causa de la felicidad es ser admitido en la presencia de Dios, estar en
comunión con El.
El término eivrhnopoioi), (los que trabajan por la paz) aparece en los escritos rabínicos
para referirse a los que se esfuerzan por reconciliar a las personas en conflicto. Designa, por tanto, algo
activo y no la mera disposición a la paz. En Mt 5,9 se referiría, entonces, a aquellos que se empeñan por la
paz, en primer lugar, evitando lo que daña la convivencia con los demás y, luego, promoviendo y
restableciendo la paz donde falte. El considerar a los hombres como hijos de Dios aparece explícitamente
aquí y en 5,45. El pasivo teológico significa que Dios mismo los llamará sus hijos, los reconocerá
públicamente como tales, y los aceptará en su misma vida de Padre que vive con el Hijo y el Espíritu Santo
(28,19).
La causa de la persecución en 5,10 es la “justicia” en el sentido ya visto de obrar según Dios; luego se
precisa que es la vinculación personal con Jesús (5,11) y la aceptación de su palabra (13,21). No se trata de
buscar la persecución, sino que esta sobreviene como consecuencia de la fidelidad en el seguimiento de
Jesús entendido como puesta en práctica de sus enseñanzas que nos transmiten la voluntad del Padre. A su
vez, la persecución aparece como signo de esta fidelidad.
La promesa es la misma de la primera bienaventuranza haciendo inclusión del bloque de las ocho. Un
hermoso comentario a esta bienaventuranza lo tenemos en 1Pe 4,12-19.
En síntesis, como lo revela la estructura de las bienaventuranzas, debemos reconocer la primacía del
obrar de Dios. Es el reinado de Dios que se acerca (4,18) el motivo de la felicidad y la motivación del
obrar humano que se dispone así a recibirlo, a entrar en comunión con Él. Las exigencias están motivadas
por la promesa del don escatológico del Reino, que es la causa última de la felicidad o bienaventuranza
proclamada. Estos dos aspectos, presentes como 2° y 3° miembro respectivamente de cada bienaventuranza,
no pueden separarse.
El orden de las bienaventuranzas tiene también un significado. Las cuatro primeras remiten a la relación
del discípulo con Dios, ponderando la apertura humilde y confiada en Él; el compromiso por vivir la
voluntad del Padre y la aflicción por no poder hacerlo o no verlo en los demás. Las tres siguientes tratan de
la relación con los demás, exaltando la misericordia, la honestidad o integridad y la búsqueda de la paz. La
última describe la consecuencia que puede provocar en los demás -persecución - la fidelidad en el
cumplimiento de la voluntad de Dios. De este ordenamiento podemos deducir que la justa relación con los
demás sigue a una justa relación con Dios.
Nos queda señalar, en una mirada global, la relación de las bienaventuranzas con la ética cristiana. En su
comentario al Sermón del Monte L. Sánchez Navarro ha escrito1: "La moral propuesta por la EM (Enseñanza
de la Montaña) es una auténtica "ciencia de la felicidad". En ella, la primacía pertenece al don, a la gracia; pero eso
no excluye, sino que implica necesariamente, la adquisición de virtudes sólidas". Y A. Rodríguez Carmona, por su
parte, dice: "El Discurso Evangélico presupone la presencia de la salvación de Dios, que ya comienza a reinar. A
este presupuesto quiere remitir el sumario anterior, y está implícito en las Bienaventuranzas con las que comienza.
Dios primero perdona, hace al hombre hijo suyo y hermano de sus hijos, invita a tomar conciencia de esta realidad
con alegría y después nos indica cómo tenemos que actuar. Este presupuesto es básico para no convertir en pura
ética o en pura Ley el contenido del discurso, quitándolo así su carácter de "Evangelio" 2.
También es interesante la opinión de M. Grilli3: “Las bienaventuranzas de Mateo son ante todo la aclamación gozosa
de una «presencia» en medio a categorías humanas que no pertenecen al orden constituido ni a los poderes de este mundo. La
alegría, por tanto, consiste en constatar que Dios todavía una vez más es fiel a su nombre y – en el Mesías Jesús – trastoca los
criterios humanos de pensar y hacer”.

MONS. DAMIÁN NANNINI


COMENTARIO BÍBLICO A LAS LECTURAS DEL CUARTO DOMINGO DURANTE EL AÑO CICLO A

1
La Enseñanza de la Montaña. Comentario contextual a Mateo 5-7 (Verbo Divino; Estella 2005) 23-24.
2
A. Rodríguez Carmona, Evangelio de Mateo (DDB; Bilbao 2006) 60.
3
Il discorso della Montagna. Utopia o prassi quotidiana? (EDB; Bologna 2016) 57.
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