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Reflexión crítica sobre el documento

Hospedar la diversidad
Lo que Jesús hace con todas las personas
de Andrea Sánchez Ruiz

Escrito por Alejandro Hoese1


2 de julio de 2023

Contexto

El documento a colación se propone a los participantes del Seminario


Interdisciplinar sobre Pastoral de la Diversidad Sexual organizado por el
Seminario de la Arquidiócesis de San Juan, a realizarse los días 26 al 28 de julio
de 2023, como una forma de preparación al mismo. Por lo tanto debo suponer
que el Seminario asume como válidos los planteamientos y conclusiones de
dicho documento.

El documento es un paper publicado en la Revista Teología2, Tomo LVIII, N° 134,


Abril 2021: 109-132 por la Lic. Andrea Sánchez Ruiz (ISSN 0328-1396). Según la
nota editorial3, el documento forma parte de un conjunto de “doce aportes
teológicos a la hospitalidad” publicados en diversos números de la revista. En
particular, el documento apunta a mostrar una relación estético-teológica, “que
pone al descubierto el complejo entretejido que implica pensar la hospitalidad
hoy”. Para ello, sigue el editor, la hospitalidad se analiza “en torno a tres claves
de lectura que son transversales a todos los artículos, a saber: herida, alteridad y
comunión.”

En este sentido, el editor afirma que la propuesta de Sánchez Ruiz de “hospedar


la diversidad” plantea una herida “que se vincula con la urgencia de reconocer la
alteridad como camino para construir identidades abiertas al tú y al nosotros… en
referencia a las venas aún abiertas de seres humanos en construcción…”

Solicito al lector atienda a –y recuerde– esta última frase del editor, que se
convierte en una clave de análisis del documento: “las heridas… de seres humanos
en construcción”. También apuntar que, según el editor y en referencia a la
hospitalidad: “Sobre la base de una antropología teológica relacional, tras las huellas del
estilo de la santidad hospitalaria de Jesucristo, la vida se recibe como viene”.

1
Ingeniero, Master en Ciencias por la Univ. Kaiserslautern, Doctor en ingeniería por la UNSJ.
2
Publicación cuatrimestral de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica Argentina de
Buenos Aires (sin referato), de la cual la Lic. Sánchez Ruiz es docente. El paper puede obtenerse del
siguiente link: https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/7908645.pdf.
3
Puede accederse a la nota editorial en el siguiente link:
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/7908644.pdf

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Durante el análisis del documento aparecerá más claro a qué se refiere el editor
con la frase “…la vida se recibe como viene”, que implica una actitud cristiana de
acogida del otro independientemente de su condición. Este punto, que por cierto no
merece ningún reproche y caracteriza la praxis relacional cristiana, debe también
tenerse en cuenta en clave de interpretación del artículo que analizaré a
continuación.

Antropología relativista y evolucionista4

En primer lugar se advierte en la autora un posicionamiento relativista que


imperará sobre el conjunto del documento. Para ello, la autora se sitúa al
comienzo del artículo con una posición de aparente humildad frente a la
problemática a tratar:

“No abordaré una temática. No estudiaré un objeto: la transexualidad.


No abriré juicios morales. La complejidad de la situación demanda una reflexión teológica
y antropológica que no será en esta ocasión más que un balbuceo…”

Debo aclarar que el mandato divino (Lucas 6, 37) y moral de no juzgar, se refiere a
la persona y a sus intenciones, cosa que solo debe dejarse a Dios. Y esto es claro por
cuanto el hombre no posee la totalidad de los datos para poder realizar un juicio
positivo de causa-consecuencia sobre ellos (persona e intenciones), ni mucho
menos un juicio ontológico. Sin embargo este “no juzgar” no puede ni debe
ampliarse hasta los actos humanos (cit. “No abriré juicios morales”). Por el
contrario, es necesario realizar juicios éticos y morales basados en la verdad
fáctica si no se quiere opacar la inteligencia para caer en el relativismo. Este juicio
positivo es el que nos permite, por ejemplo, realizar el propio discernimiento, la
corrección fraterna5 y, en última instancia, la investigación científica.

En segundo lugar la autora soslaya la imposibilidad de realizar un esfuerzo


intelectual sobre el “ser” y el “deber ser”, para posicionarse frente a la imposición
de lo fáctico y su variabilidad. De este modo –asumiendo una posición filosófica
“líquida”, materialista, evolucionista y voluntarista– determina que no es
cognoscible la identidad humana y que la teología y antropología de la Iglesia
(basada en el dato de la Revelación) es insuficiente para explicarla:

4
Las tesis darwinianas preparan el terreno para el surgimiento de una nueva antropología, una nueva
concepción en el modo de concebir la relación del hombre con su mundo y, en consecuencia, un nuevo
modelo de educación. Ante la pregunta por el origen del hombre, Darwin sostiene que el hombre es efecto
de "generación" (el hombre procede del animal). Sin embargo, ha habido evolucionistas que han llevado al
extremo esta afirmación, transformando la tesis darwiniana sobre el devenir (el hombre procede del animal
por cambios graduales) en una tesis constitutiva del ser: el hombre es (sólo) animal, identificando, pues, las
afirmaciones genéticas con afirmaciones ontológicas. El hombre es, en suma, un animal, que está, sí, en la
cúspide de la pirámide biótica, un animal optimizado, pero un animal, al fin y al cabo, en proceso
evolutivo.
5
En el sacramento de la Penitencia y Reconciliación, el confesor impone una penitencia que “debe tener en
cuenta la situación personal del penitente y buscar su bien espiritual. Debe corresponder todo lo posible a la
gravedad y naturaleza de los pecados cometidos” (Catecismo, n. 1460). Por lo tanto, el confesor no puede
imponer una penitencia adecuada si no realiza un juicio ético, moral y espiritual sobre los pecados
confesados.

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“…preguntas que nos interpelen a pensar cómo Dios se revela en tales
circunstancias, cuál es su Rostro en sus rostros, qué antropología podemos
imaginar para incluir identidades
que desbordan los límites de lo conocido y aprendido.”
“…nos interpelan a aceptar y promover, «el desafío de la hospitalidad, la
cultura del encuentro», nos ofrecerá el camino para un abordaje teológico y
antropológico en proceso y por tanto, inacabado.”

Para la autora, al igual que para el editor (ver el apartado “Contexto”), el hombre
es un “ser humano en construcción”. De esta manera se socava de entrada la
posibilidad que nos brinda la Revelación –manifestada en la Sagrada Escritura y
en la Tradición– de conocer la identidad humana tal y como Dios la creó, de
conocer el fin de esta creación y por tanto el modo de llevarlo a cabo. En efecto,
en la cita número 8 (pág 113) se lee una crítica a la “antropología que enseña la
Iglesia” por no “encajar” en los planteos transexualistas. El documento citado (y
criticado) del Vaticano6 menciona claramente en el punto 2:

“Esta ideología (gender) lleva a proyectos educativos y directrices legislativas


que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente
desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer. La identidad
humana viene determinada por una opción individualista, que también
cambia con el tiempo.”

Básicamente la autora busca poner en duda la validez de la antropología católica,


y presenta al transexualismo no como una promoción ideológica (que sería la
crítica del documento antes citado) sino como una realidad fáctica que se nos
impone por la verdad de los hechos. Considerando al hombre como un ser en
construcción, no es posible emitir juicios ontológicos definitivos7. El
transexualismo y la diversidad de género serían entonces hechos “que desbordan los
límites de lo conocido y aprendido”, y que por tanto requieren de una corrección de
la antropología católica fundada en la Verdad revelada.

Además, citando al Papa Francisco y a la “antropología por demanda”, Sánchez


Ruiz quiere inocular en el lector la idea de que –ante la problemática humana en
general– solo es posible tomar una posición de “escucha y aceptación”.

Bajo esta premisa, la misión de la Iglesia cae en abstracto, ya que la predicación


evangélica y el juzgamiento ético y moral de los actos humanos bajo la óptica del
6
“Varón y mujer los creó” de la Congregación para la Educación Católica (2019)
https://www.vatican.va/roman_curia/congregations/ccatheduc/documents/rc_con_ccatheduc_doc_2019020
2_maschio-e-femmina_sp.pdf
7
Según esta postura ideológica, la condición de persona no se hereda, sino que se realiza a través de la
acción y el contacto con los demás. Para la antropología católica, la persona humana es criatura de Dios
(Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia n.108 y ss.), no es por tanto una condición sino una
creación amorosa que tiene un fin determinado. Por ser creado a imagen de Dios, el ser humano tiene
dignidad de persona, no es solamente algo sino alguien. Mientras que una persona ciega, sorda y muda
sigue siendo persona para el cristianismo, no lo sería para la ideología relacionista hasta tanto pueda actuar
y relacionarse con los demás. Esta ideología relacionista está en la base de la ideología gender (de género).

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Evangelio no sería más que una imposición de la Verdad que invadiría la libertad
individual: no estaríamos “escuchando y aceptando” al otro. La autora se
posiciona así confrontando la filosofía y antropología católica basada en la verdad
del ser dada por Dios al hombre, para dar paso a una “antropología de aceptación”,
una filosofía de lo factible y, en consecuencia, una teología antropocéntrica que
relega a Dios a un segundo lugar. Esto último lo expresa con el ambiguo
neologismo “teoantropología”, el cual encierra un oxímoron en sí mismo.

J. Ratzinger8 explicaba ya en 1968 este posicionamiento filosófico moderno de la


siguiente manera:

“De aquí en adelante la verdad es la factibilidad. Esto es, podemos afirmar que
la verdad con la que el hombre tiene que ver no es ni la verdad del ser ni, a fin
de cuentas, la verdad de sus acciones, sino la verdad de la transformación y
configuración del mundo…”

“La realidad nos demanda”.

Lo manifestado por Ratzinger en 1968 se pone sugerentemente de manifiesto en


el título que sigue en el documento: “La realidad nos demanda”.

Para poner en duda el Magisterio, en esta sección del documento la autora va


más lejos y, citando una “reflexión antropológica” de Rita Segato cuestiona al
lector con las siguientes preguntas:

1. ¿Hasta qué punto nos dejamos interpelar por las vidas sufrientes de
quienes no encuentran su lugar en las afirmaciones transmitidas por siglos
acerca de la sexualidad humana en la Iglesia católica?

2. ¿De qué nos hablan aquellos cuerpos que luchan por ser nombrados sin
ambigüedades ni sospechas? ¿Cómo habríamos de escuchar las historias de
vida de quienes han ido descubriendo en su biografía que su identidad sexual
no es coincidente con el sexo consignado al nacer para que nuestros discursos
se vean interpelados?

3. ¿Qué puede ofrecer la reflexión teológica como orientación vital para


quienes quieren seguir a Jesús, allí donde se encuentran?

Estas preguntas en realidad son más bien afirmaciones de la posición ideológica


que se sostiene de trasfondo en el documento. En efecto, en la primera –y cómo
ya hemos visto– se pone en duda la antropología católica. En la segunda se
asume como verdad científica el hecho de que la disforia por la incongruencia
interior entre identidad sexual y sexo biológico es un hecho biológico
determinante, una condición humana congénita tal como la raza, el grupo

8
Joseph Ratzinger, “Introducción al Cristianismo”, pág. 54. Novena edición. Ed. Sígueme, Salamanca,
2023. ISBN 978-84-301-1930-1

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sanguíneo o el autismo. Finalmente, la autora pretende ofrecer una reflexión
teológica que dé respuesta a lo anterior, pero que necesariamente deberá alejarse
de la teología y de la antropología que nos marca el Magisterio.

Para justificar que el transexualismo es una condición congénita, Sánchez Ruiz


cita un caso (anónimo) que interpela “…mis propias convicciones, mi reflexión
antropológica y teológica y mi actuar cotidiano.” Pero no solo interpela las
convicciones de la autora, sino también las de la Iglesia, puesto que estas
personas “desean sentirse recibidos como son, sin cuestionamientos acerca de su
identidad”. Con esta última frase Sánchez Ruiz se posiciona dentro de la ideología
gender, tal como lo manifiesta el documento “Varón y mujer los creó” (también
citado en el documento, aunque no en su contexto). En efecto, el documento
vaticano, en su número 6, diferencia entre las investigaciones sobre el gender (sobre
las que es posible abrirse a escuchar, razonar y proponer) de la ideología gender
que pretende «responder a ciertas aspiraciones a veces comprensibles» pero
busca «imponerse como un pensamiento único». Según estas palabras citadas del
Papa Francisco en el documento vaticano, la pretensión de “sentirse recibidos como
son, sin cuestionamientos acerca de su identidad” puede ser comprensible, dada la
situación que atraviesan estas personas (niños o adultos), pero no necesariamente
es un punto de partida ni mucho menos un punto de llegada válido para las
reflexiones pastorales y/o educativas. La validez o no de dicha pretensión debe
ser juzgada moralmente según la antropología católica basada en una teología
fuertemente cristocéntrica, pues es en Jesucristo donde se nos revela la verdad
sobre Dios y la verdad sobre el hombre:

“Jesucristo sale al encuentro del hombre de toda época, también de nuestra


época, con las mismas palabras: «Conoceréis la verdad y la verdad os librará».
Estas palabras encierran una exigencia fundamental y al mismo tiempo una
advertencia: la exigencia de una relación honesta con respecto a la verdad,
como condición de una auténtica libertad; y la advertencia, además, de que se
evite cualquier libertad aparente, cualquier libertad superficial y unilateral,
cualquier libertad que no profundiza en toda la verdad sobre el hombre y sobre
el mundo. También hoy, después de dos mil años, Cristo aparece a nosotros
como Aquel que trae al hombre la libertad basada sobre la verdad, como Aquel
que libera al hombre de lo que limita, disminuye y casi destruye esta libertad
en sus mismas raíces, en el alma del hombre, en su corazón, en su
conciencia.” (Juan Pablo II, Redemptor Hominis, n. 12)

Si se abandona la antropología bajo la mirada de una teología cristocéntrica, se


cae en la tentación de “ser como dioses, conocedores del bien y del mal” (Gen.
3,5). En definitiva, es caer en una mirada relativista del ser humano, es perder el
fundamento ontológico firme que nos da la Fe en el dato de la Revelación
cristiana. Es cambiar el punto de vista del acontecimiento de Fe basado en la
relación “permanecer-comprender” por la relación “saber-hacer” del pensar
factible, y en definitiva, cambiante por el devenir cultural, histórico y filosófico.
Porque –en palabras de J.Ratzinger– la Fe es:

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“…la forma que tiene el hombre de situarse firmemente ante toda realidad,
forma que no se reduce al saber ni que el saber puede medir… es la
orientación que precede a todo cálculo y a toda acción humana, y sin la que
sería imposible calcular y actuar, porque eso solo puede hacerlo en virtud de
un sentido que lo sostiene”9.

Aceptar por tanto que la disforia que lleva al transexualismo y a la


homosexualidad es una condición congénita, y no una tendencia (que puede ser
congénita o no, si es posible correlacionar esta tendencia con alguna patología
congénita como el autismo) solo se puede realizar mediante el abandono de la Fe.
Es necesario sacar a Dios como nuestro único fundamento, para convertir al
hombre en el fundamento de sí mismo (Mateo 10, 37-39). Y esto es así porque la
aceptación de una condición congénita supone que el dato de la Revelación sobre
la naturaleza del hombre y su sexualidad está equivocado. Al teorizar sobre una
separación radical entre género (identidad sexual) y sexo (identidad biológica),
con la prioridad del primero sobre el segundo, se dinamita el fundamento judeo-
cristiano del hombre como persona por ser criatura de Dios, creado “a su imagen;
lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer.” (Gen. 1,27). Y esta distinción
biológica del relato del Génesis es fundamental en cuanto sirve directamente a
su fin: “Y los bendijo, diciéndoles: «Sean fecundos, multiplíquense, llenen la
tierra y sométanla; dominen…” (Gen. 1,28). En efecto, sin la distinción de sexos
no podría ser factible la fecundidad dentro de la familia, que procrea nuevos
hombres para “llenar la tierra y someterla”.

Claro está que esta fecundidad bien puede realizarse hoy en día mediante la
tecnología, deshumanizando así al hombre aún más. Pero ésta es una
consecuencia inmediata de aquello: quien opta por aceptar que la tendencia es en
realidad una condición, no puede más que deshumanizar al hombre y apartarse
de Dios.

Si por el contrario aceptamos, siguiendo toda evidencia científica, que el


transexualismo y la homosexualidad son tendencias (congénitas o no), entonces la
aproximación antropológica es completamente diferente. Pues es doctrina de
siempre que la concupiscencia es una tendencia o inclinación al mal, es una herida
producto del pecado original, contra la cual el cristiano debe luchar ayudado por
la gracia de Dios (Catecismo n. 405, 418, 420). De hecho, es el protestantismo en el
s.XVI el que identificó el pecado original (condición) con la concupiscencia
(tendencia), herejía rechazada por el Concilio de Trento en el año 1546 (Catecismo
ns. 406 y 419) y que ahora resurge con este planteamiento ideológico.

Es por esta razón de Fe (que todos los hombres estamos sometidos a esta
tendencia concupiscente) por lo que una patología congénita (o un vicio habitual)
puede ser causa de una tendencia homosexual o transexual. Y aunque la
tendencia nos aleja de Dios, la gracia del Resucitado, por los méritos de su Pasión

9
Ibídem, pág. 61.

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y Cruz, nos rescata para volver a Él, pues “donde abundó el pecado,
sobreabundó la gracia” (Rom. 5,20-21, Catecismo n.412 y ns. 2514 a 2533).

Como resultado de esta reflexión, el documento de Sánchez Ruiz deja claro que
se parte de una visión antropológica no cristiana (según la doctrina católica) basada
en una teología antropocéntrica protestante y en una antropología materialista-
evolucionista, imponiendo así un falso presupuesto de aceptación de la
transexualidad como condición congénita o evolutiva y por lo mismo rechazando
que la misma sea una tendencia (con o sin causas congénitas) que se aparta de la
verdad del ser humano.

La metodología que propone para argumentar a favor de su posición es también


cuestionable (no podría ser de otra manera), ya que parte de:

“… una inversión del orden consabido, por cuanto supone hacernos


disponibles frente al rostro del otro escuchando las preguntas que nos llegan,
en lugar de responder con discursos elaborados a priori, lo que suponemos
acerca de quienes interrogan… realizando una reflexión antropológica
«atenta e interpelada por lo que esos sujetos nos solicitan como conocimiento
válido que pueda servirles para acceder a un bienestar mayor».”

En otras palabras, la escucha se propone con el fin de reflexionar antropológicamente


en aras de dar una respuesta para que estas personas accedan a un bienestar mayor.
De esta manera, la reflexión antropológica parte de la interpelación, y no de la
verdad del ser y su fin último, en “una inversión del orden consabido”. Lo contrario,
es decir, la visión antropológica cristiana fundamentada en la verdad del ser y la
verdad de sus acciones, se califica como incapaz “de pensar y proponer un mensaje
encarnado”. Y esto por cuanto el mensaje tradicional no estaría en consonancia
con “los desafíos del tiempo presente”. Cabe aquí preguntarse si realmente es posible
afirmar que la transexualidad o cualquier otra tendencia moral, afectiva y sexual
desviada de la verdad ontológica del hombre es un “desafío del tiempo presente”.
¿Quiere tal vez la autora proponer que esta problemática solo aparece en el
tiempo presente, o en los últimos siglos? ¿O tal vez propone que el tiempo presente
nos exige cambiar nuestra mirada respecto de la verdad Revelada y enseñada por
la Iglesia durante dos mil años?

De esta manera, la autora cuestiona el documento “Varón y mujer los creó” por
“no abordar una antropología capaz de incluir a quienes no responden experiencial,
identitaria y corporalmente a ese registro” (la diferencia complementaria de los
sexos). Y este cuestionamiento surge de la aceptación ideológica –ya que no es
comprobable ni justificable científicamente– de que la transexualidad (y también
deberíamos incluir aquí la homosexualidad) es una condición innata, congénita,
y por tanto no rechazable. Por ello, la autora nos cuestiona diciendo: “¿Qué
imagen de Dios nos transmite una enseñanza que no abraza toda realidad humana
en la realización enderezada de la vocación a la que estamos llamados/llamadas?”. En
efecto, la visión ideológica asume como presupuesto que la transexualidad y la
homosexualidad son realidades humanas equiparables a la de varón y mujer, y

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por tanto biológicamente justificadas. Es interesante destacar también el uso de la
dualidad del lenguaje inclusivo, que trasunta la visión ideológica de la autora.

El apartamiento de la visión antropológica cristiana “de tradición de tendencia


dualista y de configuración binaria” (según lo menciona la autora), se hace patente
en el párrafo siguiente:

“…de modo tal que podamos razonar y proponer vinculando la sabiduría


de la enseñanza eclesial con la vida de las personas para que realmente
puedan vivir la vocación a la que han sido llamadas
dónde y cómo se encuentren, inspiradas en el Evangelio.”

¿Se acepta así, de plano, que la transexualidad y la homosexualidad serían una


vocación a la que algunas personas se sienten llamadas? Una vez más, la autora se
fundamenta en neologismos ambiguos, hablando de “un horizonte
antropoteológico desde donde interpretar las nuevas expresiones de la sexualidad
humana.” Cabría preguntar a Sánchez Ruiz qué entiende por “antropoteología”.

“Un nuevo conjunto de conceptos”

Para afirmar su posición, Sánchez Ruiz presenta un testimonio de padres de un


niño transgénero:

“…Hacia el segundo año de vida empezamos a ver algunas manifestaciones


que nos llamaban la atención, relacionadas con mucha predilección
con todo lo que es el mundo femenino, vestimentas,
pelo largo, sus modales, posturas…”

¿Podría alguien, seriamente hablando, pensar que un niño de dos años busque por
su propia voluntad ropa femenina, se deje el pelo largo, juegue con muñecas, etc?
¿Es acaso autosuficiente como para vestirse solo, cortarse o no cortarse el pelo,
comprar autitos o muñecas? Dejo la reflexión de esta situación al lector. Quienes
hemos sido padres, sabemos perfectamente que la vestimenta, el aseo personal,
los modos y juegos de un niño recién nacido, y de por lo menos hasta los tres
años, es completamente dependiente de la elección y educación que le brindan
sus padres. Pero, por supuesto, esta educación que afirma la identidad del niño
con su sexo biológico es absolutamente inadmisible para Sánchez Ruiz, ya que
para ella:
“Este engranaje simbólico que diferencia el modo en que se conciben la
identidad y los comportamientos, el modo de ser y estar en el mundo de
varones y mujeres en un momento histórico y social determinados, es
denominado género… Los roles de género no son fijos ni en las sociedades ni
en las personas. Pueden cambiar a lo largo de la historia y de la vida.”

En otras palabras, el género es una construcción cultural que puede o no


coincidir con el sexo. Básicamente, la autora se posiciona de lleno en la ideología
gender, rechazando de este modo una educación “dualista y de tendencia

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binaria”. Indudablemente a Sánchez Ruiz le molesta el punto 25 del documento
“Varón y mujer los creó”, que no es citado en su trabajo:

25. El “proceso de identificación” se ve obstaculizado por la construcción


ficticia de un “género” o “tercer género”. De esta manera, la sexualidad se
oscurece como una calificación estructurante de la identidad masculina y
femenina. El intento de superar la diferencia constitutiva del hombre y la
mujer, como sucede en la intersexualidad o en el transgender, conduce a una
ambigüedad masculina y femenina, que presupone de manera contradictoria
aquella diferencia sexual que se pretende negar o superar. Al final, esta
oscilación entre lo masculino y lo femenino se convierte en una exposición
solamente “provocativa” contra los llamados “esquemas tradicionales” que no
tienen en cuenta el sufrimiento de quienes viven en una condición
indeterminada. Tal concepción busca aniquilar la naturaleza (todo lo que
hemos recibido como fundamento previo de nuestro ser y de todas nuestras
acciones en el mundo), mientras que lo reafirmamos implícitamente.

En este punto, el documento vaticano expresa claramente que existe un “proceso


de identificación” que la ideología de género obstaculiza. En la ideología de
género el proceso de identificación, que es estructurante de la identidad
masculina y femenina, se trata de eliminar y se lo justifica con la supuesta
aparición de “niños y niñas que precozmente manifiestan conductas que varían de lo
esperado para su género”. Como vimos, estas conductas traducen que el proceso de
identificación no se está llevando a cabo, a lo que realmente cabría preguntarse si
estas conductas son correctamente corregidas por los padres o incluso si no son
promovidas o al menos tácitamente aceptadas por ellos. En cualquier caso, y aún
aceptando que en ciertas personas exista una mayor dificultad para llevar a cabo
este proceso de identificación, no puede decirse que exista un condicionante
congénito que sea tan absoluto que no resista una terapia médica seria.

Pero el “testimonio” continúa diciendo:

«Veíamos que tenía tendencia a vestirse, a disfrazarse y usar pelucas y


pensábamos que íbamos a tener un hijo gay.”

Una vez más nos preguntamos ¿de dónde un niño saca disfraces y pelucas? ¿No
son acaso provistos por sus padres, hermanos o tutores? ¿Les resultaba graciosa
tal vez esta actitud, y el niño comprendió que, actuando de ese modo, tenía
mayor atención?

De aquí en más el documento es un mero instrumento de divulgación de la


ideología de género. Acepta como “dato revelado” el hecho de (i) la construcción
social del género, (ii) la condición de diversidad de género y finalmente (iii) cita
la ley de género vigente en nuestro país. Nos aclara (¿?) que existe una
“identidad de género”, que hay un “sexo asignado”, que existen personas
“cisgénero”, “transgénero”, “intersex”, etc. Asume, además, que dicha ideología
será (más temprano que tarde) impuesta a la sociedad:

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“Escuchar las voces de los testigos recorriendo este abanico de conceptos
ayuda a percibir la complejidad de la situación que atraviesan. Habrá palabras
que dejarán de usarse y se elegirán otras nuevas para dar sentido al nuevo
rumbo que toma la vida familiar.”

En definitiva, Sánchez Ruiz nos dice que ésta es una realidad que hay que
asumir, nos guste o no nos guste. Y a los católicos, se nos impondrá de una
manera o de otra. Para ello será necesario tergiversar el Dato Revelado, falsificar
la Teología, cambiar la antropología cristiana, enmendar las Escrituras y aguar el
Magisterio vigente, que nos enseñan exactamente lo contrario: “los creó varón y
mujer”.

Por supuesto, la OMS (¡cuando no!) ya se ocupó en el año 2018 de eliminar de la


lista de enfermedades a la transexualidad. Cosa esperable, ya que es la
herramienta más activa de las imposiciones ideológicas globalistas para la
consecución de la Agenda 2030. Recordemos que la OMS es la principal
impulsora del aborto, la eutanasia, la eugenesia, la ideología de género y (¿aún
no lo podemos comprobar?) de las pandemias, entre otros tantos males sociales
que buscan dividir las naciones y las familias, la identidad nacional y personal.

“Te he llamado por tu nombre…”

El toque emotivo e infaltable lo da Sánchez Ruiz con la última parte del


“testimonio”. Una vez “aceptado” que su hijo varón es en realidad una niña, la
frase final es una verdadera teofanía:

“…nos dijo algo relacionado con Jesús. Que si nosotros la respetamos a ella y
la queremos, estaríamos haciendo lo que hace Jesús con todas las personas.”

En cuanto a “lo que hace Jesús con todas las personas” debemos decir que es:
exhortarlas a la conversión (Marcos 1,15), a creer en Él (Juan 14, 1) y en su
Palabra (Juan 6, 68), a abandonar el pecado (Mateo 7, 23) y las situaciones de
pecado (Juan 8, 11).

Claro que, llegados a este punto, para poder seguir con la lógica del documento
debemos eliminar o al menos olvidar lo que dice la Sagrada Escritura en varios
pasajes, e invito al lector a que repase algunos de ellos:

 Génesis 1, 27-28
 Génesis 2, 20-24
 Génesis 18, 20-21. 19, 4-9
 Romanos 1, 26-32
 1 Corintios 6,8-10
 1 Timoteo 1,8-11

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Por supuesto, también será necesario aceptar algunas falsedades, como la
siguiente:

“…los cuestionamientos existenciales de todas las épocas, latentes y presentes


en los textos bíblicos y sus respuestas, también habrán de alcanzar a quienes
leen la Escritura desde una identidad de género
que la Biblia no explicita conceptualmente porque las situaciones culturales
de los tiempos antiguos no son las nuestras.”

Hablar de releer la Escritura desde una identidad de género que la Biblia no explicita
conceptualmente porque las situaciones culturales de los tiempos antiguos no son las
nuestras, es básicamente afirmar que en la antigüedad no existía la “identidad de
género”. Claro, porque la “identidad de género” es un eufemismo moderno para
justificar la transexualidad y el homosexualismo, cosas que –como vemos en el
relato del Génesis capítulos 18 y 19– son las mismas aberraciones que causaron la
destrucción de Sodoma y Gomorra. Y en los tiempos de San Pablo tampoco se
hablaba de “identidad de género”, solamente se reprochaba la actitud de los
“afeminados, impúdicos, pervertidos, inmorales, adúlteros, etc.”. Cabría
preguntarse en qué se diferencian las manifestaciones del “Orgullo Gay”
(confirmadas y promovidas por la “identidad de género”) de estas actitudes
reprochadas por la Sagrada Escritura. ¿Habría cambiado San Pablo su parecer, o
el mismo Dios en la destrucción de Sodoma y Gomorra, si les hubiésemos
“explicado” que algún día existiría una “identidad de género”? Es indudable
para Sánchez Ruiz que San Pablo e incluso el mismo Dios tienen mucho que
aprender del hombre posmoderno, conclusión que es inevitable cuando se parte
de una antropología evolucionista.

Todo lo que sigue en el texto de Sánchez Ruiz es un intento de justificar el gender


con la “teología contemporánea” que “ha ido superando una concepción dualista del
ser humano y negativa del cuerpo dando paso a una antropología capaz de integrar la
totalidad de lo humano”. Habría que recordarle al autor que no toda teología es
buena teología, por más moderna que sea, y que todas las herejías han tenido una
teología que las justificaba.

Conclusión

Frente a este trabajo académico que se nos propone a consideración, en el marco


de una reflexión pastoral para abordar la evangelización de personas con una
orientación sexual diversa, las preguntas fundamentales que habría que hacerse
son simplemente estas: ¿Creemos en el Dios revelado en Jesucristo? ¿Creemos
que Jesucristo es verdadero Hombre y verdadero Dios? ¿Creemos que la verdad
sobre todo hombre, y por tanto el abordaje de toda problemática humana, se nos
manifiesta en Cristo y en su revelación? ¿Creemos que esa Revelación es un dato
necesario de partida, o más bien que podemos cambiar Sus palabras y el
Magisterio que nos interpreta la Revelación desde hace dos mil años?

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Tal vez el problema de fondo radica en querer “ser como dioses, conocedores del bien
y del mal”. Tal vez el problema que aquí se plantea no sea el del transexualismo,
sino el de la falta de Fe. Si, según la autora, hay “…que seguir imaginando nuevos
modos de pensar lo humano que sean capaces de afirmar esa sacramentalidad para todos
los cuerpos e identidades…” entonces la respuesta a mis preguntas está dada.

De aquí en más solo cabe esperar que las reflexiones y conclusiones del
documento puesto a consideración, si se asumen como verdaderas, lleven a
actitudes equívocas y perniciosas para el logro del fin último de la persona
transexual, que es su identificación con Cristo, verdadero Dios y verdadero
Hombre.

Por el contrario, un abordaje realmente católico a la problemática transexual es


aquél que también es válido para todo cristiano: “Se puede ser libre aceptando
incluso aquello que no se ha elegido”10. Para profundizar esta frase del Padre Jaques
Philippe, recomiendo la lectura y reflexión de su libro “La libertad interior”.
Porque la libertad no es sólo la capacidad de elegir, sino también la capacidad de
aceptar lo que me es dado. Elegir lo que quiero es libertinaje, elegir lo que debo es
verdadero ejercicio de la libertad. Y esto es válido para todo hombre y para todos
los hombres. Y Dios nos ha dado un sexo, y es nuestro deber aceptarlo.

En efecto, si se parte del dato revelado y de la antropología católica que se


fundamenta en que el hombre es criatura de Dios, y que es persona porque es
hijo de Dios, “creado a su imagen y semejanza, varón y mujer”, podemos afirmar
sin dudar que aquellas personas con una tendencia (o una “orientación”) sexual
diversa a la que la Dios –a través de la naturaleza– le ha regalado, solamente
serán felices si aceptan su dato biológico, aunque su tendencia los incline a lo
contrario. En esto no se diferencian en nada de lo que nos sucede a todos los
hombres, inclinados al mal por la concupiscencia, pero que sabemos que
podemos vencer esta inclinación natural al pecado mediante la Gracia que
Jesucristo nos regala a través de los Sacramentos de la Iglesia, y de tantos medios
que sólo Él conoce.

Si, abandonando la postura que la Iglesia nos enseña (y que ha madurado


durante estos veinte siglos de reflexión y comprensión de la Revelación), nos
inclinamos a aceptar estas ideologías que –justamente por ser ideologías– no se
fundamentan ni en la Fe ni el dato científico, solo podemos esperar que los
resultados sean catastróficos, no solo para la liberación verdadera de estas
personas que sufren por su tendencia desordenada, sino para todos los fieles y
para la misma Iglesia. Y esto por cuanto asumir una ideología que nos manifiesta
una visión equivocada del hombre, alejada de la Verdad que Dios mismo nos
enseña, solo puede resultar en su deshumanización y pérdida de identidad,
como la Historia nos enseña11.

10
Jaques Philippe, “La libertad interior”, Ed. Rialp, 20a edición (2003). ISBN 978-8432134555
11
Recordemos los resultados del puritanismo, racismo, nazismo, comunismo y tantas otras ideologías que
se apartan de la verdad sobre el hombre.

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Al afirmar a la persona en su tendencia transexual, (es decir, afirmar al hombre
en su tendencia concupiscente en lugar de ayudarlo a vencerla) se le impedirá
alcanzar los méritos de la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor y
Salvador Jesucristo. Nos encontraremos por tanto en la situación de, queriendo
ser misericordiosos y compresivos con nuestro prójimo, estar abandonando a
quien necesita ayuda en el abismo de su error, en la esclavitud del pecado y, en
definitiva, en un camino que lo aleja de su Fin Último: gozar de Dios en el Reino
de los Cielos, que será definitivo en la Vida Eterna. Y a quienes así actúen, el
mismo Cristo los argüirá: “aléjate de mí, tú que haces el mal, porque no
escuchaste mis palabras ni las pusiste en práctica, porque abandonaste a mis
hijos a los deseos de su corazón” (cfr. Mateo 7,23; Rom 1,24).

El Papa Francisco nos advierte claramente: “Yo siempre distingo lo que es la pastoral
con las personas que tienen orientación sexual diversa de lo que es la ideología de género.
Son dos cosas distintas. La ideología de género, en este momento, es de las
colonizaciones ideológicas más peligrosas” 12. Asumamos entonces, no una pastoral de
la diversidad sexual, sino una pastoral para personas con orientación sexual diversa, tal
y como lo dice el Papa. Porque lo primero (diversidad sexual) surge de asumir
como punto de partida la ideología de la diversidad, la ideología de género, la
perspectiva de género, la visión inclusiva, o como queramos llamar eufemísticamente
a lo que es esencialmente lo mismo: una visión errónea del hombre, su esencia,
su naturaleza, su vocación y su Fin último.

A modo de resumen, el documento que se propone para “reflexión” preparatoria


para este Seminario parte de las siguientes premisas erróneas:

(i) Una visión teológica antropocéntrica y protestante.


(ii) Una antropología evolucionista.
(iii) La aceptación de una condición congénita como causa de la transexualidad,
apartándose así del dato Revelado: “varón y mujer los creó”.

Si el Seminario Interdisciplinar organizado por nuestra Iglesia de San Juan parte


de estas mismas falsas premisas, es evidente que llegará a las mismas
conclusiones equivocadas. Se equivocará así tanto en la visión de la problemática
como en la praxis pastoral para abordarla. De este modo, no se puede esperar
que esta praxis pastoral pueda llevar el mensaje liberador del Evangelio, sino -
por el contrario- que, al afirmar a la persona en su tendencia transexual, se le impida
alcanzar los méritos de la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor y
Salvador Jesucristo.

Propuesta

Respetando el dato de la Revelación y la doctrina perenne de la Santa Iglesia, y


con el afán de llevar un mensaje concreto a todos los agentes de pastoral que se
sienten llamados a llevar el Evangelio a las personas con orientación sexual
12
https://www.lanacion.com.ar/el-mundo/entrevista-de-la-nacion-con-el-papa-francisco-la-ideologia-del-
genero-es-de-las-colonizaciones-nid10032023/

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diversa, me permito recordar los pasos que todo cristiano debe dar en su proceso
continuo de conversión. Un proceso que es válido para todos: niños, adultos y
ancianos, con o sin orientaciones sexuales que divergen del dato biológico, y que
resumo en cinco pasos:

1. Aceptarme como soy, con mis defectos, mis malas tendencias, mis
miserias. Pero también con mis virtudes y mis fortalezas. Aceptar incluso
aquello que no hubiese elegido para mí, porque soy criatura de Dios:
¡Todo me ha sido dado por Dios!
2. Creer en el Amor de Dios, “que me amó primero” y “dio su Vida” para
rescatarme del pecado. Creer que Dios me quiere así, como soy, con mis
miserias y virtudes.
3. Amar a Dios, mi Creador y Redentor, y porque lo amo intensamente,
querer serle más grato. Porque aunque ese Dios-Amor me ama como soy,
quiere que llegue a la perfección de los hijos de Dios: “sean perfectos como
es perfecto el Padre que está en el Cielo” (Mateo 5, 48).
4. Confiar en Dios, y saber que, con la ayuda de su Gracia y creyendo en el
Evangelio, puedo “convertirme”: combatir mis defectos, mis malas
tendencias y miserias, que me alejan de ese ideal al que Dios me llamó al
crearme. Confiar especialmente cuando fracaso en ese intento de enderezar
mis tendencias desordenadas, en ese intento de abandonar el pecado, las
situaciones de pecado y las situaciones próximas de pecado.
5. Saber que mi tendencia concupiscente nunca desaparecerá, pero que la
Virtud del Espíritu Santo, que es “santificador y dador de Vida”, me irá
transformando poco a poco en “otro Cristo”.

De él (Jesús) aprendieron
que es preciso renunciar a la vida que llevaban,
despojándose del hombre viejo,
que se va corrompiendo por la seducción de la concupiscencia,
para renovarse en lo más íntimo de su Espíritu
y revestirse del hombre nuevo,
creado a imagen de Dios
en la justicia y en la verdadera santidad. (Efesios 4,22-24)

Ruego a María Auxiliadora, Madre nuestra, “Bastión invencible de la Iglesia, que


destruyes la fragua del error, aplastas el error que se arrastra y enredas las
tramas del embaucador” 13, que impida que la ideología gender sea asumida por
nuestros pastores de almas, de la mano de las viejas herejías disfrazadas con
nuevas formas y de la filosofía posmoderna.

Alejandro Hoese

13
Cfr. Himno Akathistos (s.VII)

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