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Hospedar la diversidad
Lo que Jesús hace con todas las personas
de Andrea Sánchez Ruiz
Contexto
Solicito al lector atienda a –y recuerde– esta última frase del editor, que se
convierte en una clave de análisis del documento: “las heridas… de seres humanos
en construcción”. También apuntar que, según el editor y en referencia a la
hospitalidad: “Sobre la base de una antropología teológica relacional, tras las huellas del
estilo de la santidad hospitalaria de Jesucristo, la vida se recibe como viene”.
1
Ingeniero, Master en Ciencias por la Univ. Kaiserslautern, Doctor en ingeniería por la UNSJ.
2
Publicación cuatrimestral de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica Argentina de
Buenos Aires (sin referato), de la cual la Lic. Sánchez Ruiz es docente. El paper puede obtenerse del
siguiente link: https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/7908645.pdf.
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Puede accederse a la nota editorial en el siguiente link:
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/7908644.pdf
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Durante el análisis del documento aparecerá más claro a qué se refiere el editor
con la frase “…la vida se recibe como viene”, que implica una actitud cristiana de
acogida del otro independientemente de su condición. Este punto, que por cierto no
merece ningún reproche y caracteriza la praxis relacional cristiana, debe también
tenerse en cuenta en clave de interpretación del artículo que analizaré a
continuación.
Debo aclarar que el mandato divino (Lucas 6, 37) y moral de no juzgar, se refiere a
la persona y a sus intenciones, cosa que solo debe dejarse a Dios. Y esto es claro por
cuanto el hombre no posee la totalidad de los datos para poder realizar un juicio
positivo de causa-consecuencia sobre ellos (persona e intenciones), ni mucho
menos un juicio ontológico. Sin embargo este “no juzgar” no puede ni debe
ampliarse hasta los actos humanos (cit. “No abriré juicios morales”). Por el
contrario, es necesario realizar juicios éticos y morales basados en la verdad
fáctica si no se quiere opacar la inteligencia para caer en el relativismo. Este juicio
positivo es el que nos permite, por ejemplo, realizar el propio discernimiento, la
corrección fraterna5 y, en última instancia, la investigación científica.
4
Las tesis darwinianas preparan el terreno para el surgimiento de una nueva antropología, una nueva
concepción en el modo de concebir la relación del hombre con su mundo y, en consecuencia, un nuevo
modelo de educación. Ante la pregunta por el origen del hombre, Darwin sostiene que el hombre es efecto
de "generación" (el hombre procede del animal). Sin embargo, ha habido evolucionistas que han llevado al
extremo esta afirmación, transformando la tesis darwiniana sobre el devenir (el hombre procede del animal
por cambios graduales) en una tesis constitutiva del ser: el hombre es (sólo) animal, identificando, pues, las
afirmaciones genéticas con afirmaciones ontológicas. El hombre es, en suma, un animal, que está, sí, en la
cúspide de la pirámide biótica, un animal optimizado, pero un animal, al fin y al cabo, en proceso
evolutivo.
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En el sacramento de la Penitencia y Reconciliación, el confesor impone una penitencia que “debe tener en
cuenta la situación personal del penitente y buscar su bien espiritual. Debe corresponder todo lo posible a la
gravedad y naturaleza de los pecados cometidos” (Catecismo, n. 1460). Por lo tanto, el confesor no puede
imponer una penitencia adecuada si no realiza un juicio ético, moral y espiritual sobre los pecados
confesados.
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“…preguntas que nos interpelen a pensar cómo Dios se revela en tales
circunstancias, cuál es su Rostro en sus rostros, qué antropología podemos
imaginar para incluir identidades
que desbordan los límites de lo conocido y aprendido.”
“…nos interpelan a aceptar y promover, «el desafío de la hospitalidad, la
cultura del encuentro», nos ofrecerá el camino para un abordaje teológico y
antropológico en proceso y por tanto, inacabado.”
Para la autora, al igual que para el editor (ver el apartado “Contexto”), el hombre
es un “ser humano en construcción”. De esta manera se socava de entrada la
posibilidad que nos brinda la Revelación –manifestada en la Sagrada Escritura y
en la Tradición– de conocer la identidad humana tal y como Dios la creó, de
conocer el fin de esta creación y por tanto el modo de llevarlo a cabo. En efecto,
en la cita número 8 (pág 113) se lee una crítica a la “antropología que enseña la
Iglesia” por no “encajar” en los planteos transexualistas. El documento citado (y
criticado) del Vaticano6 menciona claramente en el punto 2:
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Evangelio no sería más que una imposición de la Verdad que invadiría la libertad
individual: no estaríamos “escuchando y aceptando” al otro. La autora se
posiciona así confrontando la filosofía y antropología católica basada en la verdad
del ser dada por Dios al hombre, para dar paso a una “antropología de aceptación”,
una filosofía de lo factible y, en consecuencia, una teología antropocéntrica que
relega a Dios a un segundo lugar. Esto último lo expresa con el ambiguo
neologismo “teoantropología”, el cual encierra un oxímoron en sí mismo.
“De aquí en adelante la verdad es la factibilidad. Esto es, podemos afirmar que
la verdad con la que el hombre tiene que ver no es ni la verdad del ser ni, a fin
de cuentas, la verdad de sus acciones, sino la verdad de la transformación y
configuración del mundo…”
1. ¿Hasta qué punto nos dejamos interpelar por las vidas sufrientes de
quienes no encuentran su lugar en las afirmaciones transmitidas por siglos
acerca de la sexualidad humana en la Iglesia católica?
2. ¿De qué nos hablan aquellos cuerpos que luchan por ser nombrados sin
ambigüedades ni sospechas? ¿Cómo habríamos de escuchar las historias de
vida de quienes han ido descubriendo en su biografía que su identidad sexual
no es coincidente con el sexo consignado al nacer para que nuestros discursos
se vean interpelados?
8
Joseph Ratzinger, “Introducción al Cristianismo”, pág. 54. Novena edición. Ed. Sígueme, Salamanca,
2023. ISBN 978-84-301-1930-1
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sanguíneo o el autismo. Finalmente, la autora pretende ofrecer una reflexión
teológica que dé respuesta a lo anterior, pero que necesariamente deberá alejarse
de la teología y de la antropología que nos marca el Magisterio.
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“…la forma que tiene el hombre de situarse firmemente ante toda realidad,
forma que no se reduce al saber ni que el saber puede medir… es la
orientación que precede a todo cálculo y a toda acción humana, y sin la que
sería imposible calcular y actuar, porque eso solo puede hacerlo en virtud de
un sentido que lo sostiene”9.
Claro está que esta fecundidad bien puede realizarse hoy en día mediante la
tecnología, deshumanizando así al hombre aún más. Pero ésta es una
consecuencia inmediata de aquello: quien opta por aceptar que la tendencia es en
realidad una condición, no puede más que deshumanizar al hombre y apartarse
de Dios.
Es por esta razón de Fe (que todos los hombres estamos sometidos a esta
tendencia concupiscente) por lo que una patología congénita (o un vicio habitual)
puede ser causa de una tendencia homosexual o transexual. Y aunque la
tendencia nos aleja de Dios, la gracia del Resucitado, por los méritos de su Pasión
9
Ibídem, pág. 61.
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y Cruz, nos rescata para volver a Él, pues “donde abundó el pecado,
sobreabundó la gracia” (Rom. 5,20-21, Catecismo n.412 y ns. 2514 a 2533).
Como resultado de esta reflexión, el documento de Sánchez Ruiz deja claro que
se parte de una visión antropológica no cristiana (según la doctrina católica) basada
en una teología antropocéntrica protestante y en una antropología materialista-
evolucionista, imponiendo así un falso presupuesto de aceptación de la
transexualidad como condición congénita o evolutiva y por lo mismo rechazando
que la misma sea una tendencia (con o sin causas congénitas) que se aparta de la
verdad del ser humano.
De esta manera, la autora cuestiona el documento “Varón y mujer los creó” por
“no abordar una antropología capaz de incluir a quienes no responden experiencial,
identitaria y corporalmente a ese registro” (la diferencia complementaria de los
sexos). Y este cuestionamiento surge de la aceptación ideológica –ya que no es
comprobable ni justificable científicamente– de que la transexualidad (y también
deberíamos incluir aquí la homosexualidad) es una condición innata, congénita,
y por tanto no rechazable. Por ello, la autora nos cuestiona diciendo: “¿Qué
imagen de Dios nos transmite una enseñanza que no abraza toda realidad humana
en la realización enderezada de la vocación a la que estamos llamados/llamadas?”. En
efecto, la visión ideológica asume como presupuesto que la transexualidad y la
homosexualidad son realidades humanas equiparables a la de varón y mujer, y
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por tanto biológicamente justificadas. Es interesante destacar también el uso de la
dualidad del lenguaje inclusivo, que trasunta la visión ideológica de la autora.
¿Podría alguien, seriamente hablando, pensar que un niño de dos años busque por
su propia voluntad ropa femenina, se deje el pelo largo, juegue con muñecas, etc?
¿Es acaso autosuficiente como para vestirse solo, cortarse o no cortarse el pelo,
comprar autitos o muñecas? Dejo la reflexión de esta situación al lector. Quienes
hemos sido padres, sabemos perfectamente que la vestimenta, el aseo personal,
los modos y juegos de un niño recién nacido, y de por lo menos hasta los tres
años, es completamente dependiente de la elección y educación que le brindan
sus padres. Pero, por supuesto, esta educación que afirma la identidad del niño
con su sexo biológico es absolutamente inadmisible para Sánchez Ruiz, ya que
para ella:
“Este engranaje simbólico que diferencia el modo en que se conciben la
identidad y los comportamientos, el modo de ser y estar en el mundo de
varones y mujeres en un momento histórico y social determinados, es
denominado género… Los roles de género no son fijos ni en las sociedades ni
en las personas. Pueden cambiar a lo largo de la historia y de la vida.”
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binaria”. Indudablemente a Sánchez Ruiz le molesta el punto 25 del documento
“Varón y mujer los creó”, que no es citado en su trabajo:
Una vez más nos preguntamos ¿de dónde un niño saca disfraces y pelucas? ¿No
son acaso provistos por sus padres, hermanos o tutores? ¿Les resultaba graciosa
tal vez esta actitud, y el niño comprendió que, actuando de ese modo, tenía
mayor atención?
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“Escuchar las voces de los testigos recorriendo este abanico de conceptos
ayuda a percibir la complejidad de la situación que atraviesan. Habrá palabras
que dejarán de usarse y se elegirán otras nuevas para dar sentido al nuevo
rumbo que toma la vida familiar.”
En definitiva, Sánchez Ruiz nos dice que ésta es una realidad que hay que
asumir, nos guste o no nos guste. Y a los católicos, se nos impondrá de una
manera o de otra. Para ello será necesario tergiversar el Dato Revelado, falsificar
la Teología, cambiar la antropología cristiana, enmendar las Escrituras y aguar el
Magisterio vigente, que nos enseñan exactamente lo contrario: “los creó varón y
mujer”.
“…nos dijo algo relacionado con Jesús. Que si nosotros la respetamos a ella y
la queremos, estaríamos haciendo lo que hace Jesús con todas las personas.”
En cuanto a “lo que hace Jesús con todas las personas” debemos decir que es:
exhortarlas a la conversión (Marcos 1,15), a creer en Él (Juan 14, 1) y en su
Palabra (Juan 6, 68), a abandonar el pecado (Mateo 7, 23) y las situaciones de
pecado (Juan 8, 11).
Claro que, llegados a este punto, para poder seguir con la lógica del documento
debemos eliminar o al menos olvidar lo que dice la Sagrada Escritura en varios
pasajes, e invito al lector a que repase algunos de ellos:
Génesis 1, 27-28
Génesis 2, 20-24
Génesis 18, 20-21. 19, 4-9
Romanos 1, 26-32
1 Corintios 6,8-10
1 Timoteo 1,8-11
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Por supuesto, también será necesario aceptar algunas falsedades, como la
siguiente:
Hablar de releer la Escritura desde una identidad de género que la Biblia no explicita
conceptualmente porque las situaciones culturales de los tiempos antiguos no son las
nuestras, es básicamente afirmar que en la antigüedad no existía la “identidad de
género”. Claro, porque la “identidad de género” es un eufemismo moderno para
justificar la transexualidad y el homosexualismo, cosas que –como vemos en el
relato del Génesis capítulos 18 y 19– son las mismas aberraciones que causaron la
destrucción de Sodoma y Gomorra. Y en los tiempos de San Pablo tampoco se
hablaba de “identidad de género”, solamente se reprochaba la actitud de los
“afeminados, impúdicos, pervertidos, inmorales, adúlteros, etc.”. Cabría
preguntarse en qué se diferencian las manifestaciones del “Orgullo Gay”
(confirmadas y promovidas por la “identidad de género”) de estas actitudes
reprochadas por la Sagrada Escritura. ¿Habría cambiado San Pablo su parecer, o
el mismo Dios en la destrucción de Sodoma y Gomorra, si les hubiésemos
“explicado” que algún día existiría una “identidad de género”? Es indudable
para Sánchez Ruiz que San Pablo e incluso el mismo Dios tienen mucho que
aprender del hombre posmoderno, conclusión que es inevitable cuando se parte
de una antropología evolucionista.
Conclusión
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Tal vez el problema de fondo radica en querer “ser como dioses, conocedores del bien
y del mal”. Tal vez el problema que aquí se plantea no sea el del transexualismo,
sino el de la falta de Fe. Si, según la autora, hay “…que seguir imaginando nuevos
modos de pensar lo humano que sean capaces de afirmar esa sacramentalidad para todos
los cuerpos e identidades…” entonces la respuesta a mis preguntas está dada.
De aquí en más solo cabe esperar que las reflexiones y conclusiones del
documento puesto a consideración, si se asumen como verdaderas, lleven a
actitudes equívocas y perniciosas para el logro del fin último de la persona
transexual, que es su identificación con Cristo, verdadero Dios y verdadero
Hombre.
10
Jaques Philippe, “La libertad interior”, Ed. Rialp, 20a edición (2003). ISBN 978-8432134555
11
Recordemos los resultados del puritanismo, racismo, nazismo, comunismo y tantas otras ideologías que
se apartan de la verdad sobre el hombre.
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Al afirmar a la persona en su tendencia transexual, (es decir, afirmar al hombre
en su tendencia concupiscente en lugar de ayudarlo a vencerla) se le impedirá
alcanzar los méritos de la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor y
Salvador Jesucristo. Nos encontraremos por tanto en la situación de, queriendo
ser misericordiosos y compresivos con nuestro prójimo, estar abandonando a
quien necesita ayuda en el abismo de su error, en la esclavitud del pecado y, en
definitiva, en un camino que lo aleja de su Fin Último: gozar de Dios en el Reino
de los Cielos, que será definitivo en la Vida Eterna. Y a quienes así actúen, el
mismo Cristo los argüirá: “aléjate de mí, tú que haces el mal, porque no
escuchaste mis palabras ni las pusiste en práctica, porque abandonaste a mis
hijos a los deseos de su corazón” (cfr. Mateo 7,23; Rom 1,24).
El Papa Francisco nos advierte claramente: “Yo siempre distingo lo que es la pastoral
con las personas que tienen orientación sexual diversa de lo que es la ideología de género.
Son dos cosas distintas. La ideología de género, en este momento, es de las
colonizaciones ideológicas más peligrosas” 12. Asumamos entonces, no una pastoral de
la diversidad sexual, sino una pastoral para personas con orientación sexual diversa, tal
y como lo dice el Papa. Porque lo primero (diversidad sexual) surge de asumir
como punto de partida la ideología de la diversidad, la ideología de género, la
perspectiva de género, la visión inclusiva, o como queramos llamar eufemísticamente
a lo que es esencialmente lo mismo: una visión errónea del hombre, su esencia,
su naturaleza, su vocación y su Fin último.
Propuesta
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diversa, me permito recordar los pasos que todo cristiano debe dar en su proceso
continuo de conversión. Un proceso que es válido para todos: niños, adultos y
ancianos, con o sin orientaciones sexuales que divergen del dato biológico, y que
resumo en cinco pasos:
1. Aceptarme como soy, con mis defectos, mis malas tendencias, mis
miserias. Pero también con mis virtudes y mis fortalezas. Aceptar incluso
aquello que no hubiese elegido para mí, porque soy criatura de Dios:
¡Todo me ha sido dado por Dios!
2. Creer en el Amor de Dios, “que me amó primero” y “dio su Vida” para
rescatarme del pecado. Creer que Dios me quiere así, como soy, con mis
miserias y virtudes.
3. Amar a Dios, mi Creador y Redentor, y porque lo amo intensamente,
querer serle más grato. Porque aunque ese Dios-Amor me ama como soy,
quiere que llegue a la perfección de los hijos de Dios: “sean perfectos como
es perfecto el Padre que está en el Cielo” (Mateo 5, 48).
4. Confiar en Dios, y saber que, con la ayuda de su Gracia y creyendo en el
Evangelio, puedo “convertirme”: combatir mis defectos, mis malas
tendencias y miserias, que me alejan de ese ideal al que Dios me llamó al
crearme. Confiar especialmente cuando fracaso en ese intento de enderezar
mis tendencias desordenadas, en ese intento de abandonar el pecado, las
situaciones de pecado y las situaciones próximas de pecado.
5. Saber que mi tendencia concupiscente nunca desaparecerá, pero que la
Virtud del Espíritu Santo, que es “santificador y dador de Vida”, me irá
transformando poco a poco en “otro Cristo”.
De él (Jesús) aprendieron
que es preciso renunciar a la vida que llevaban,
despojándose del hombre viejo,
que se va corrompiendo por la seducción de la concupiscencia,
para renovarse en lo más íntimo de su Espíritu
y revestirse del hombre nuevo,
creado a imagen de Dios
en la justicia y en la verdadera santidad. (Efesios 4,22-24)
Alejandro Hoese
13
Cfr. Himno Akathistos (s.VII)
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