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PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DEL ECUADOR

ESCUELA DE TEOLOGÍA
TEOLOGÍA BÍBLICA
ESTEBAN AGUILERA

Mt 5,1-12: "Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le


acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de
espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque
ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán
consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán
saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los
que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los
perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase
de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa
será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores
a vosotros."

1. Analizar las bienaventuranzas con respecto a la visión nueva que Cristo plantea
sobre la dignidad humana.
Las bienaventuranzas la primera parte de lo que conocemos como el sermón de la
montaña, en el que Jesús, al igual que como lo hacía Moisés cuando se dirigía al pueblo
para comunicarle lo que Dios decía y quería para ellos, sube al monte para dirigirse a
aquellos que lo seguían. Lo que hace y dice Jesús en este sermón, es renovar las promesas
hechas a los Israelitas.
Podemos encontrar en las cuatro primeras bienaventuranzas (vv. 3-6) una relación muy
específica. Las cuatro expresan la misma dependencia de los fieles respecto a la gracia de
Dios. Todas ellas están dirigidas a aquellos que buscan la justicia de Dios. Son para
aquellos que sufren la opresión y el desánimo por seguir a Dios y mantenerse en su
voluntad.
En las cuatro primeras bienaventuranzas nos encontramos con una definición, que
describe a aquellos que buscan a Dios: “los pobres de espíritu”, que tiene sus sinónimos:
los mansos; los que tienen hambre y sed de justicia; y, por último, los misericordiosos.
Los pobres de espíritu son aquellos que esperan de Dios la liberación. En esta se da el
anuncio de la Buena Noticia y se dirige a ellos: el Reino de Dios se ha hecho presente, y
les pertenece.
La segunda bienaventuranza, v. 4, continúa con la misma tónica. Aquí se usa el término
mansos en lugar de pobres de espíritu. En esta segunda bienaventuranza se anuncia que
el Reino ha llegado y es de ellos. Poseer en herencia la tierra es una figura de lo que
significa experimentar el dominio justo de Dios heredando el Reino.
La tercera bienaventuranza, está dirigida a los que lloran, que son los que siguen con la
espera del Reino. esta bienaventuranza es un consuelo para ellos, porque el Reino de Dios
es una realidad realizada en Jesús, y ellos serán consolados. Ya no habrá para ellos ni
opresión ni aflicción.
La cuarta bienaventuranza se vincula con aquellos que esperan la justicia de Dios, que no
es otra cosa que el cumplimiento de las promesas hechas por Dios. Esta bienaventuranza
los invita a saciarse, porque dicha realización de la justicia se hará realidad.
A partir de aquí nos adentramos en una serie de bienaventuranzas que se relacionan con
aspectos de la justicia humana con respecto a la de Dios.
La quinta bienaventuranza es dirigida a los misericordiosos, que son los que pueden hacen
obras de misericordia con aquellos que sufren. Quienes realizan la misericordia son los
que alcanzarán la misericordia de Dios. Esta bienaventuranza se realiza plenamente en
Jesús, que es quien realiza la misericordia en todo su esplendor, ya que es por misericordia
que realiza los milagros a aquellos que se lo piden.
La sexta bienaventuranza, se relaciona con los limpios de corazón, que son los que, según
el pensamiento judío, pueden ofrecer un culto agradable a Dios. Un corazón puro es la
cualidad más fuerte de aquellos que buscan a Dios incansablemente; la limpieza de
corazón implica por tanto la rectitud de intención. La visión de Dios comienza a realizarse
en la comunión con Jesús, que permite experimentar la filiación divina.
Bienaventurados los que trabajan por la paz dice la séptima bienaventuranza. Son
dichosos quienes no dudan en poner en peligro su propio bienestar con tal de restablecer
la paz entre quienes están enfrentados; se trata, por tanto, de una forma de misericordia.
Trabajar por la paz, es trabajar por la edificación del Reino de Dios. La recompensa es
ser llamados hijos de Dios, que es una expresión que muestran el don del reino y que se
cumple en Jesús.
La última bienaventuranza va dirigida a aquellos que son perseguidos por causa de la
justicia, porque son fieles a la alianza y son pobres de espíritu, mansos, misericordiosos,
limpios de corazón y quienes trabajan por la paz. Estos son los mismos de los que habla
la primera bienaventuranza: “los pobres de espíritu”, por eso la recompensa es la misma,
el Reino de los Cielos.
Los vv. 11-12, son una actualización de estas bienaventuranzas. Es Jesús quien realiza
estas bienaventuradas, por eso será perseguido, y aquellos que sigan su ejemplo también,
pero serán bendecidos.
Desde la perspectiva de la nueva visión de la dignidad planteada por Cristo, estas
bienaventuranzas tienen una profundidad especial. Primero que nada, vemos que en todas
las bienaventuranzas se da una recompensa a quienes ellas van dirigidas, y dicha
recompensa viene de Dios. Estas recompensas son el fruto de haber seguido el ejemplo
de Jesucristo, el manso y humilde de corazón por excelencia.
Las bienaventuranzas le dan al hombre, además del cumplimiento de la palabra de Dios,
una dignidad que nadie le puede dar, que es la dignidad de ser hijos de Dios y coherederos
de Cristo. Pero esta dignidad es para aquellos que quieren seguir a Dios y hacer su
voluntad, entrando en su misericordia.

2. Comentario personal actualizado.


En una primera instancia, las bienaventuranzas pueden sonarnos a una contradicción,
porque Jesús llama “bienaventurados” a todos aquellos que desde la razón humana son
todo lo contrario, o sea infelices. Para Jesús es todo lo contrario, en bienaventurado,
bendecido, aquel que es pobre, humilde y el despreciado.
El inicio del sermón de la montaña nos muestra la quienes nos los que forman parte del
Reino y cuáles son sus cualidades. Los criterios con los que Dios juzga son exactamente
los opuestos a los nuestros. Reino de Dios y reino del hombre se oponen en la forma de
valorar y de vivir. Son dos modos distintos de ser.
Las bienaventuranzas no tienen que ser una forma de justificar la injusticia. Que los
pobres sean bienaventurados no quiere decir que los ricos no deben cuestionarse sus
actitudes a la luz de las palabras de Dios, sino que los llama a la conversión, a cambiar su
conducta.
El hecho que la bienaventuranza se dirija a los pobres tiene una profundidad inmensa, ya
que quien es pobre es necesariamente humilde, ya que vive de lo que el otro le da. Esta
es la condición del Hijo que recibe todo del Padre, incluso el ser. La pobreza es una
cualidad importancia, ya que simboliza el vacío interior, que está disponible a ser llenado,
y si este vacío es absoluto, puede recibir al Absoluto. La pobreza de espíritu es la
humildad, que es la característica primera del amor.
Entre las bienaventuranzas encontramos una diferencia significativa. La primera y la
última están en presente, mientras que las seis restantes se realizan a futuro. Esto es así
porque el Reino de Dios ya está presente y es de los pobres y perseguidos.
La segunda bienaventuranza nos dice: bienaventurados los mansos. Manso es quien no
hace valer sus derechos y cede antes que adherirse. Es el contrario de quien se piensa
vencedor. El que ama es siempre manso. El manso heredará la tierra, en la que podrá
vivir, y podemos decir que la tierra es símbolo del Espíritu, que es vida.
Bienaventurados los que lloran dice la tercera bienaventuranza. Los que lloran son los
afligidos, son los pobres. La aflicción es una tristeza con llanto, es el desbordamiento de
una pena interna grandísima e incontenible. A ellos es dirigida la bienaventuranza y su
recompensa es el consuelo. El presente es cambiado radicalmente.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia. Hambre y sed son cualidades
del que tiene necesidad de aquello que le da la vida, y la vida es Dios que es justicia,
realizada en Cristo. El amor es la vida de aquel que espera en Dios y serán saciados de
él.
Bienaventurados los misericordiosos continúa diciendo Jesús. Misericordioso es aquel
cuyo corazón se deja tocar del mal de los otros. La misericordia es la forma fundamental
del amor. Es el misericordioso el que encuentra a Dios, que es misericordia, y se hace
hijo en esta característica.
El corazón es el centro de la persona es lo que le permite seguir vivo, y quien tiene un
corazón puro tiene a Cristo en el corazón. Por eso la bienaventuranza dice:
bienaventurados los limpios de corazón, y verán a Dios porque lo tienen dentro de ellos.
La novena bienaventuranza dice: bienaventurados los que trabajan por la paz, que es lo
mismo que decir: bienaventurados los pacificadores, que son aquellos que hacen que entre
los hombres se instale la paz y se cree la hermandad. La recompensa para ellos es ser
llamados hijos de Dios, porque hacer hermanos es la obra de aquellos que ya son hijos.
La última bienaventuranza concluye diciendo: bienaventurados los perseguidos por
causa de la justicia. Quien busca hacer la voluntad de Dios necesariamente se encuentra
con el mal, que es lo que Jesús vivió. Pero el texto continúa diciendo: de ellos es el Reino
de los Cielos, lo que es un consuelo grandísimo, ya que la recompensa es inmensa, pero
se cumple entrando en la cruz, donde la justicia de Dios se cumple.
Referencias
Leske, A. (2003). Mateo. En W. Farmer, Comentario bíblio internacional (págs. 1154-
1156). Navarra: Verbo Divino.

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