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Universidad de San Carlos de Guatemala

Centro Universitario de San Marcos CUSAM

Facultad de: Contaduría Pública y Auditoria

Plan: Diario

Área de: Ciencia Política

“Resumen y comentario del libro: Rousseau, el contrato social.”

Nombre: Marissa Dulce Mileny López de León Registro Académico: 202242743

Licenciada: Manuel Gustavo Ixcott Fecha de Entrega: 12/04/2023

Sección: Única
Introducción

Este libro fue uno de los muchos incitadores de la revolución francesa, por sus ideas
con relación a la política, y se habla sobre la buena parte del liberalismo clásico es su
fundamento. El contrato social de Rousseau es el proyecto original más avanzado de
una constitución radicalmente nueva. Así mismo un tratado teórico como un manifiesto
político, y la idea de que un Estado pudiera darse como el resultado de un contrato
basado en acuerdo entre socios con iguales derechos y albergaban, en ese momento,
una enorme fuerza explosiva. Desarrolla una visión tan sorprendente argumentativa y
consistencia radical, hoy ya que se basa en la seguridad de que todo ciudadano tiene
una dignidad natural, hoy se tiene a sí mismo el derecho a la autodeterminación e
igualdad, lo que significa que no necesariamente una igualdad material, sino detener
las mismas oportunidades para un mejor desarrollo. Para que un gobierno pueda
gobernar de una forma justa y para un mejor cambio sólo se puede lograr cuando la
sociedad o ciudadano unen sus fuerzas y el profundo convencimiento voluntarias,
llamando así a la libertad y la responsabilidad ah una aguda crítica a las condiciones
monárquicas existe.
Objetivos

General:

a) Explicar sobre el gran poder que tiene el pueblo para la participación en la


política, así mismo la importancia de los sentimientos frente a la razón, de la
organización de tal modo que haya mejores leyes y el derecho que se tiene
como ciudadano.

Específicos:

a) Aplicar la convivencia de las personas para que dejen sus singularidades dentro
del estado y las leyes.
b) Emplear que el individuo cede parcialmente sus derechos, de poder y propiedad
a cambio de que reciba mucho más.
c) Descubrir como ciudadano soberano que es a la vez gobernante y súbdito y
tiene un interés vital en que se tomen decisiones sensatas.
El contrato Social

La familia como germen de la sociedad

Para ilustrar qué tipo de libertad tiene el hombre para organizarse junto con otros en un
Estado, se puede utilizar el ejemplo de la familia. La familia es la forma más antigua de
sociedad y, al mismo tiempo, la única que ocurre de manera natural. Los integrantes de
la familia están unidos por necesidades y obligaciones naturales; los hijos están
obligados a obedecer a los padres, mientras que estos están obligados a cuidar a los
hijos. Cuando los hijos crecen se vuelven autosuficientes y, al mismo tiempo, los
padres también recuperan su independencia, al dejar de ser responsables de los hijos.
Si ahora la familia sigue unida, ya no es una cercanía natural, sino voluntaria. Este
modelo de acuerdo voluntario también debería ser válido para la sociedad. La más
antigua de todas las sociedades, y la única natural, es la de la familia; sin embargo, los
hijos no permanecen ligados al padre más que durante el tiempo que tienen necesidad
de él para su conservación. Tan pronto como esta necesidad cesa, los lazos naturales
quedan disueltos. Los hijos exentos de la obediencia que debían al padre y éste
relevado de los cuidados que debía a aquéllos, uno y otro entran a gozar de igual
independencia. Si continúan unidos, no es ya forzosa y naturalmente, sino
voluntariamente; y la familia misma no subsiste más que por convención. Esta libertad
común es consecuencia de la naturaleza humana. Su principal ley es velar por su
propia conservación, sus primeros cuidados son los que se debe a su persona. Llegado
a la edad de la razón, siendo el único juez de los medios adecuados para conservarse,
conviértase por consecuencia en dueño de sí mismo.

- Gobierno, esclavitud y el derecho del más fuerte

Puesto que ningún hombre tiene por naturaleza autoridad sobre su semejante, y puesto
que la fuerza no constituye derecho alguno, quedan sólo las convenciones como base
de toda autoridad legítima sobre los hombres. Algunos autores argumentan que, así
como un individuo puede renunciar a su libertad y convertirse en esclavo de un señor,
también un pueblo puede despojarse de su libertad y convertirse voluntariamente en
súbdito de un rey. El holandés Hugo Grocio, por ejemplo, expresó tales ideas. Del
hecho de que el vencedor de una guerra tiene el derecho de matar a los derrotados,
estos autores deducen que también tiene el derecho de someterlos a la esclavitud. Sin
embargo, este tipo de argumentación debe rechazarse con firmeza. El constructo del
“derecho del más fuerte” se basa en un círculo vicioso; de hecho, no existe nada
semejante. Porque si el débil cede ante el fuerte, lo hace por pura necesidad, por
precaución en el mejor de los casos, pero no por su propia voluntad. Tan pronto como
se da el caso de que el poder triunfe sobre la ley, la causa y el efecto se invierten.
Puesto que, supuestamente, el más fuerte siempre tiene la razón, todos tratarán
siempre de ser los más fuertes. Alguien que es físicamente inferior y se ve obligado a
obedecer, no obedece por deber ni por convencimiento. Ambos desempeñan un papel
decisivo en la legitimidad. Someterse a alguien más fuerte es una regla sin sentido,
porque no puede uno oponerse.

Aun admitiendo que el hombre pudiera enajenar su libertad, no puede enajenar la de


sus hijos, nacidos hombres y libres. Su libertad les pertenece, sin que nadie tenga
derecho a disponer de ella. Antes de que estén en la edad de la razón, puede el padre,
en su nombre, estipular condiciones para asegurar su conservación y bienestar, pero
no darlos irrevocable e incondicionalmente; pues acto tal sería contrario a los fines de
la naturaleza y traspasaría el límite de los derechos paternales. Sería, pues, necesario
para que un gobierno arbitrario fuese legítimo, que a cada generación el pueblo fuese
dueño de admitir o rechazar sus sistemas, y en caso semejante la arbitrariedad dejaría
de existir. Es evidente que el concepto de derecho en combinación con el concepto de
poder no adquiere un significado nuevo; la expresión el “derecho del más fuerte” no
tiene sentido. Asimismo, es absurdo hablar de cualquier tipo de derecho en relación
con la esclavitud; ambos términos son mutuamente excluyentes. Si se mira desde un
punto de vista jurídico, la esclavización es un contrato que se establece totalmente a
favor de una de las partes y en perjuicio de la otra. Un contrato, que una de las partes
puede respetar tanto tiempo como quiera, mientras que la otra debe respetarlo sin
intervenir, es simplemente absurdo.
- El pacto social

a los hombres llegados al punto en que los obstáculos que impiden su conservación en
el estado natural superan las fuerzas que cada individuo puede emplear para
mantenerse en él. Entonces este estado primitivo no puede subsistir, y el género
humano perecería si no cambiaba su manera de ser. Ahora bien, como los hombres no
pueden engendrar nuevas fuerzas, sino solamente unir y dirigir las que existen, no
tienen otro medio de conservación que el de formar por agregación una suma de
fuerzas capaz de sobrepujar la resistencia, de ponerlas en juego con un solo fin y de
hacerlas obrar unidas y de conformidad. ¿Cómo podría verse, en cambio, un verdadero
contrato que sirva como fundamento de una sociedad? Se caracteriza, sobre todo,
porque las personas que lo contraen renuncian voluntariamente a determinados
derechos para ganar otros. Lo decisivo en la sociedad creada por semejante contrato
consiste en que es más que la suma de sus partes. Se gana tanto como se cede a los
demás, pero también se obtiene una fuerza adicional que solo es inherente a la
comunidad. En esencia la condición fundamental del pacto social podría formularse de
la siguiente manera:

• “Quiero investigar si dentro del orden civil existe alguna regla administrativa
legítima y segura, cuando se considera a los hombres como son y a las leyes
como pueden ser””.
• “Cada uno de nosotros pone juntos su persona y todo su poder bajo la directriz
suprema de la voluntad general; y en la sociedad, también recibimos a cada
miembro como parte indivisible del todo.”

Este acto de unión implica una obligación tanto del individuo frente a la sociedad como
también de la sociedad frente al individuo. Este tipo de comunidad, esta figura pública,
creada por la unión de todos, fue llamada polis en la Antigüedad griega; nosotros lo
llamamos república.

• “El hombre nació libre, y en todas partes se encuentra entre cadenas””.

Este paso tan importante para el individuo lo pasa del estado natural al estado civil. Un
cambio que tiene consecuencias importantes: el individuo permite que, en lugar del
instinto, la justicia gobierne sus acciones y, de esta manera, se presta a una moralidad
de la que antes carecía. Es verdad que con esto pierde su libertad natural, así como el
derecho ilimitado a alcanzar sus objetivos personales, pero también gana la libertad
civil, así como la copropiedad del patrimonio público y, además, la libertad moral que
hace que el humano solo sea dueño de sí mismo. La soberanía que distingue a la
comunidad así provista es inalienable e indivisible.

Además, efectuándose la enajenación sin reservas, la unión resulta tan perfecta como
puede serlo, sin que ningún asociado tenga nada que reclamar, porque si quedasen
algunos derechos a los particulares, como no habría ningún superior común que
pudiese sentenciar entre ellos y el público, cada cual siendo hasta cierto punto su
propio juez, pretendería pronto serlo en todo; en consecuencia, el estarlo natural
subsistiría y la asociación convertirías necesariamente en tiránica o inútil. En fin,
dándose cada individuo a todos no se da a nadie, y como no hay un asociado sobre el
cual no se adquiera el mismo derecho que se cede, se gana la equivalencia de todo lo
que se pierde y mayor fuerza para conservar lo que se tiene.

“La sociedad más antigua de todas y la única natural es la familia. Pero los hijos solo se
quedan con el padre mientras sea necesario para su bienestar. Tan pronto cesa esta
finalidad, el vínculo natural se disuelve”. El ciudadano de tal Estado es súbdito del
Estado y, al mismo tiempo –en su calidad de soberano–, también es el propio Estado.
Así, es parte contratante de sí mismo. La reciprocidad de este vínculo implica que, al
cumplir su deber, el individuo no puede trabajar para otro sin, al mismo tiempo, trabajar
para sí mismo. Aquí, esta construcción se ajusta a la esencia natural del hombre, ya
que es natural que todos quieran estar de acuerdo con una situación que beneficia a
cada uno en lo personal, así como a los demás.

- El ejercicio del poder soberano

Preciso es hacer notar también que la deliberación pública, que puede obligar a todos
los súbditos para con el soberano, a causa de las dos diferentes relaciones bajo las
cuales cada uno de ellos es considerado, no puede por la razón contraria, obligar al
soberano para consigo, siendo por consiguiente contrario a la naturaleza del cuerpo
político que el soberano se imponga una ley que no puede ser por él quebrantada. No
pudiendo considerarse sino bajo una sola relación, está en el caso de un particular que
contrata consigo mismo; por lo cual se ve que no hay ni puede haber ninguna especie
de ley fundamental obligatoria para el cuerpo del pueblo, ni aun el mismo contrato
social. Esto no significa que, este cuerpo no pueda perfectamente comprometerse con
otros, en cuanto no deroguen el contrato, pues con relación al extranjero, conviértase
en un ser simple, en un individuo.

El hombre, como miembro de un Estado, se encuentra de nuevo en un doble papel: por


un lado, en el de soberano que ejerce el poder en el Estado y, por el otro, en el de
ciudadano que está sujeto a la voluntad del soberano. Si el soberano reclama ciertos
servicios del ciudadano, este debe proporcionárselos. El soberano no puede agobiar a
los súbditos con demandas que perjudiquen a la comunidad. Puesto que las acciones
del soberano afectan directamente a los ciudadanos, en circunstancias normales, se
garantiza que no se hace nada contra las leyes de la naturaleza y la razón. El ejercicio
del poder en tal sociedad no es un acto del superior frente al inferior, sino que hay que
imaginarlo como algo similar a la manera en que un cuerpo controla sus miembros
individuales, que obedecen voluntariamente las órdenes del cuerpo y que nunca harían
nada para lastimarse a sí mismos, al igual que tampoco el cuerpo se los pediría.

- La vida y la muerte

La cuestión de la vida y la muerte, es decir, el límite extremo de la validez del poder


está sujeta a las mismas reglas que todo lo dicho anteriormente. El que quiere
conservar su vida a costa de los demás, también debe darla por otros en caso
necesario. Esto significa que todos deben luchar por la patria si está amenazada, pero
nadie tiene que luchar por sí mismo. De esta manera el individuo le devuelve a la
comunidad la seguridad que ha reclamado a través de su protección. Este es
básicamente el mismo contexto que el de la pena de muerte para los delitos capitales:
la protección ante un asesino se basa, entre otras cosas, en que el castigo para este es
la amenaza de muerte. Esto significa que uno acepta morir según la ley si llega a
convertirse en asesino. Fundamentalmente, esta relación de reciprocidad se basa en la
libre voluntad y el convencimiento. Además, hay que tener en cuenta algo fundamental:
un alto número de ejecuciones es una señal segura de un gobierno débil.

- El objetivo de la legislación

El pacto social tiene el objetivo de mejorar el bienestar de todos los miembros de la


sociedad. ¿Cómo se podría expresar más estrictamente este bienestar común? Se
trata, sobre todo, de los ámbitos de la libertad y la igualdad. La libertad del individuo es
indispensable, porque las dependencias individuales le quitan energía al organismo
estatal. La igualdad es igualmente indispensable, porque sin ella, la libertad no perdura.
Sin embargo, la igualdad no significa que todos posean exactamente lo mismo o que
tengan exactamente el mismo poder, sino que cualquier tipo de poder renuncia a
recurrir a la violencia y la posesión y solo se ejerce sobre la base de las funciones de la
ley. Esto supone de nuevo que los propietarios deben restringir la influencia económica
y sus recursos financieros en este sentido, mientras que, al mismo tiempo, exigen que
los menos acomodados moderen su envidia y su avidez.

- La separación de poderes

La persona y la función de legislador se caracterizan por una contradicción


fundamental: el legislador desempeña el cargo más importante de la república, y solo a
través de él se convierte en república. Debe disponer de algún tipo de razón superior y
de una fuerza y sabiduría idealmente sobrehumanas, pero no debe tener ningún poder
que pueda ejercer. La función del legislador y el ejercicio de la ley deben estar
estrictamente separados. En muchas ciudades griegas de la Antigüedad, era
costumbre encomendar a los extranjeros la elaboración de las leyes. Y la antigua Roma
experimentó una tiranía cada vez más dura cuando los poderes legislativo y ejecutivo
se unieron en una misma persona.
- Los tipos de leyes

Básicamente se deben distinguir tres tipos de leyes:

En primer lugar, la que regula el gran conjunto es la constitución del Estado, es decir,
sobre todo, la relación del soberano con el Estado. Este tipo de leyes se llaman leyes
estatales o fundamentales.

Después, hay que regular la relación recíproca entre los ciudadanos individuales. El
ciudadano individual debe vivir con la mayor independencia posible de todos los demás
ciudadanos, pero, al mismo tiempo, con la mayor dependencia del Estado. Estas dos
relaciones son mutuamente dependientes, porque solo cuando el Estado es fuerte
puede garantizar la independencia de todos sus miembros. Estas son las leyes civiles.

El tercer tipo de leyes es el que regula la reacción al desacato a la ley, así que la
desobediencia se responde con el castigo; estas son las leyes penales. Estas pueden
verse menos como algún tipo de leyes aparte que como la confirmación de todas las
demás.

“El más fuerte nunca es lo suficientemente fuerte para dominar siempre si no


transforma su fuerza en derecho y la obediencia en deber””.

Pero luego hay todavía un cuarto tipo de leyes y, en cierto sentido, este es más
importante que cualquier otro. No está en los libros de leyes, sino en los corazones de
los ciudadanos. Surge de la opinión y la discusión libres de los usos y costumbres, del
hábito y la vida cotidiana. Debe confirmarse de nuevo todos los días y constituye la
verdadera alma del Estado. Y si todo funciona bien, con el tiempo se reemplaza
imperceptiblemente el poder del Estado con el poder de la costumbre.

- Unanimidad y mayoría

El pacto social, por su naturaleza, debe ser aceptado por unanimidad. Cualquier otra
cosa sería absurda en un contrato cuya característica constitutiva es la libre voluntad.
Por supuesto, no se puede descartar que haya quienes se opongan a los términos del
pacto social; sin embargo, estos no invalidan el contrato, sino que solo consiguen no
participar en él: permanecen ajenos.

“Renunciar a su libertad significa renunciar a su calidad humana, a los derechos


humanos e incluso a sus deberes. Para el que renuncia a todo, no hay compensación
posible. Semejante renuncia es incompatible con la naturaleza del hombre””.

Una vez que se establece el pacto social, debe quedar claro que, en el futuro, el voto
de la mayoría es obligatorio para todos los demás. Se podría preguntar ahora: puesto
que el humano es libre, ¿cómo puede verse obligado a acatar la opinión de la mayoría?
La respuesta debe ser que la cuestión crucial no es si una ley está de acuerdo con la
voluntad propia, sino si concuerda con la voluntad general. Lo que la voluntad general
es se deriva del número de votos emitidos en una cuestión determinada. Si un individuo
es derrotado en esto, solo significa que estaba equivocado en su apreciación de lo que
la voluntad general tiene sobre la cuestión tratada.

De los diputados o representantes.

Tan pronto como el servicio público deja de constituir el principal cuidado de los
ciudadanos, prefiriendo prestar sus bolsas a sus personas, el Estado está próximo a su
ruina. Si es preciso combatir en su defensa, pagan soldados y quedan en casa; si
tienen que asistir a la asamblea, nombran diputados que los reemplacen. A fuerza de
pereza y de dinero, tienen ejército para servir a la patria y representantes para
venderla. El tráfico del comercio y de las artes, el ávido interés del lucro, la molicie y el
amor a las comodidades, sustituyen los servicios personales por el dinero. Sucede una
parte de la ganancia para aumentarla con más facilidad. Dad dinero y pronto estaréis
entre cadenas. La palabra financie, es palabra de esclavos; los ciudadanos la
desconocen. En un país verdaderamente libre, éstos hacen todo de por sí, y lejos de
pagar por exonerarse de sus deberes, antes pagarían por cumplirlos. Yo no profeso
ideas vulgares: considero las jornadas de trabajo de los tiempos del feudalismo menos
contrarias a la libertad que los impuestos. Cuanto mejor constituido está un Estado,
más superioridad tienen los negocios públicos sobre los privados, que disminuyen
considerablemente, puesto que suministrando la suma de bienestar común una porción
más cuantiosa al de cada individuo necesita buscar menos en los asuntos particulares.
En una ciudad bien gobernada, todos vuelan a las asambleas; bajo un mal gobierno
nadie da un paso para concurrir a ellas, ni se interesa por lo que allí se hace, puesto
que se prevé que la voluntad general no dominará y que al fin los cuidados domésticos
lo absorberán todo. Las buenas leyes traen otras mejores; las malas acarrean peores.
Desde que, al tratarse de los negocios del Estado, hay quien diga: ¿qué me importa? El
Estado está perdido. El entibia miento del amor patrio, la actividad del interés privado,
la inmensidad de los Estados, las conquistas, el abuso del gobierno, han abierto el
camino para el envío de diputados o representantes del pueblo a las asambleas de la
nación. A esto se ha dado en llamar en otros países el tercer Estado. Así, el interés
particular de dos órdenes ha sido colocado en el primero y segundo rango; el interés
público ocupa el tercero. La soberanía no puede ser representada por la misma razón
de ser inalienable; consiste esencialmente en la voluntad general y la voluntad no se
representa: es una o es otra. Los diputados del pueblo, pues, no son ni pueden ser sus
representantes, son únicamente sus comisarios y no pueden resolver nada
definitivamente. Toda ley que el pueblo en persona no ratifica, es nula. En las antiguas
repúblicas, y aun en las monarquías, jamás el pueblo tuvo representantes. Es muy
singular que, en Roma, en donde los tribunos eran tan sagrados, no hubiesen siquiera
imaginado que podían usurpar las funciones del pueblo, y que en medio de una tan
grande multitud, no hubieran jamás intentado prescindir de un solo plebiscito. Y
júzguese, sin embargo, de los obstáculos que a veces ocasionaba la turba, por lo que
sucedió en tiempo de los gracos, en que una parte de los ciudadanos votaba desde los
tejados. Donde el derecho y la libertad lo son todo, los inconvenientes no significan
nada. En ese pueblo sabio todo estaba en su justa medida. Dejaba hacer a sus lictores
lo que los tribunos no hubieran osado llevar a cabo, porque no temía que aquéllos
quisieran ser sus representantes.

La idea de los representantes es moderna; nos viene del gobierno feudal, bajo cuyo
sistema la especie humana se degrada y el hombre se deshonra. En las antiguas
repúblicas, y aun en las monarquías, jamás el pueblo tuvo representantes. Es muy
singular que, en Roma, en donde los tribunos eran tan sagrados, no hubiesen siquiera
imaginado que podían usurpar las funciones del pueblo, y que en medio de una tan
grande multitud, no hubieran jamás intentado prescindir de un solo plebiscito. Y
júzguese, sin embargo, de los obstáculos que a veces ocasionaba la turba, por lo que
sucedió en tiempo de los gracos, en que una parte de los ciudadanos votaba desde los
tejados. Donde el derecho y la libertad lo son todo, los inconvenientes no significan
nada. En ese pueblo sabio todo estaba en su justa medida. Dejaba hacer a sus lictores
lo que los tribunos no hubieran osado llevar a cabo, porque no temía que aquéllos
quisieran ser sus representantes.

La institución del gobierno no es un contrato Una vez bien establecido el poder


legislativo, debe establecerse de igual modo el ejecutivo, porque este último, que no
obra sino por actos particulares, y que es de naturaleza distinta, debe estar separado
de aquél. Si fuese posible que el soberano, considerado como tal, tuviese el poder
ejecutivo, el derecho y el hecho serían de tal suerte confundidos, que no se podría
saber lo que era una ley y o que no era; y el cuerpo político, sí desnaturalizado, sería
en breve presa de la violencia contra la cual había sido instituido. Siendo todos los
ciudadanos iguales por el contrato social, todos pueden prescribir lo que es deber de
todos, pero ninguno tiene el derecho de exigir a otro que haga lo que él no hace. Es
éste propiamente el derecho, indispensable para la vida y movimiento del cuerpo
político, y que el soberano otorga al príncipe al instruir el gobierno. Muchos han
pretendido que el acto de esta institución representa o constituye un contrato entre el
pueblo y los jefes que se da, contrato en el cual se estipulan entre las dos partes
condiciones por medio de las cuales la una se obliga a mandar y la otra a obedecer. Se
convendrá, estoy seguro, en que es una extraña manera de contratar. Pero veamos si
esta opinión es sostenible.

De la institución del gobierno ¿Cómo debe, pues, considerarse el acto por el cual se
instituye el gobierno? Observaré para comenzar, que este acto es complejo o que está
compuesto de dos más: el establecimiento de la ley y su ejecución. Por el primero, el
soberano estatuye que habrá un cuerpo de gobierno establecido bajo tal o cual forma:
este acto es evidentemente una ley. Por el segundo, el pueblo nombra los jefes que
deben encargarse del gobierno establecido. Siendo este nombramiento un acto
particular, no es una segunda ley, sino consecuencia de la primera y como tal una
función del gobierno. La dificultad estriba en comprender cómo puede haber un acto de
gobierno antes de que éste exista, y cómo el pueblo, que no es sino soberano o
súbdito, puede llegar a ser príncipe o magistrado en ciertas circunstancias. Aquí se
descubre una de esas sorprendentes propiedades del cuerpo político, por las cuales
concilia operaciones contradictorias en apariencia, puesto que esto se efectúa por una
súbita conversión de la soberanía en democracia, de suerte que, sin ningún cambio
sensible y sólo por una nueva relación de todos a todos, los ciudadanos, convertidos en
magistrados, pasan de los actos generales a los particulares y de la ley a la ejecución.
Este cambio de relación no es una sutileza de investigación sin ejemplo en la práctica:
sucede todos los días en el Parlamento inglés, cuya cámara baja, en determinadas
ocasiones, se convierte en gran comité para facilitar las deliberaciones,
transformándose así de corte suprema, en simple comisión, de tal suerte que se da
cuenta a sí misma como Cámara de los Comunes, de lo que acaba de resolver como
gran comité, y delibera de nuevo bajo un título lo que ya ha resuelto bajo otro.

La voluntad general es indestructible En tanto que varios hombres reunidos se


consideran como un solo cuerpo, no tienen más que una sola voluntad relativa a la
común conservación y al bien general. Entonces todos los resortes del Estado son
vigorosos y sencillos, sus máximas claras y luminosas, no existe confusión de interés,
ni contradicción; el bien común se muestra por todos partes con evidencia, sin exigir
más que buen sentido para ser conocido. La paz, la unión, la igualdad son enemigas de
las sutilezas políticas. Los hombres rectos y sencillos son difíciles de engañar, a causa
de su misma sencillez. Las añagazas ni las refinadas habilidades logran seducirles.
Cuando se ve cómo en los pueblos más dichosos del mundo un montón de campesinos
arreglaba bajo una encina los negocios del Estado, conduciéndose siempre
sabiamente, ¿puede uno dejar de despreciar los refinamientos de otras naciones que
se vuelven ilustres y miserables con tanto arte y tanto misterio? Un Estado así
gobernado necesita pocas leyes, y cuando se hace necesaria la promulgación de otras
nuevas, tal necesidad es universalmente reconocida. El primero que las propone no
hace más que interpretar el sentimiento de los demás, y sin intrigas ni elocuencia, pasa
a ser ley lo que de antemano cada cual había resuelto hacer una vez seguro de que los
demás harán como él. La causa por la cual los razonadores se engañan consiste en
que no han visto más que Estados mal constituidos desde su origen, y por lo tanto se
sorprenden de la posibilidad de mantener en ellos semejante política. Ríen al imaginar
todas las tonterías con que un trapacero hábil o un charlatán hubiera sido capaz de,
persuadir al pueblo de París o Londres, y no saben que Cromwell habría sido
encadenado por los berneses, y el duque de Beaufort llamado orden por los ginebrinos.
Más cuando los vínculos sociales comienzan a debilitarse y el Estado a languidecer;
cuando los intereses particulares comienzan a hacerse sentir y las pequeñas
sociedades a influir sobre la general, alterase el interés común y la unanimidad
desaparece; la voluntad general no sintetiza ya la voluntad de todos; surgen
contradicciones y debates y la opinión más sana encuentra contendientes.

De las elecciones Respecto a los nombramientos del príncipe y de magistrados, que


son, como ya he dicho, actos complejos, hay dos maneras de proceder a ellos: por
elección o por suerte. La una y la otra han sido empleadas en diversas repúblicas, y
aún se usan actualmente combinadas en forma muy complicada, en la elección del dux
en Venecia. La elección por suerte dice Montesquieu, 40 es de naturaleza democrática.
En toda verdadera democracia, la magistratura no es una preferencia, sino una carga
onerosa que no se puede imponer con Justicia a un individuo más que a otro.
Solamente la ley puede imponerla a quien la suerte designe, porque entonces, siendo
la condición igual para todos, y no dependiendo la elección de la voluntad humana, no
hay aplicación particular que altere la universalidad de la ley. En la aristocracia, el
príncipe elige al príncipe y el gobierno se conserva por sí mismo, siendo bien usado el
derecho del sufragio. El ejemplo de la elección del dux en Venecia confirma esta
distinción en vez de destruirla; la forma mixta conviene a un gobierno mixto como
aquél, siendo un error considerarlo como una verdadera aristocracia. Si el pueblo no
tiene participación alguna en el gobierno, la nobleza hace sus veces. ¿Cómo una
multitud de pobres barnabotes habría podido jamás desempeñar ninguna magistratura,
si apenas tiene de su nobleza el vano título de excelencia y el derecho de asistir al
Gran Consejo? Este Gran Consejo es tan numeroso como nuestro Consejo General en
Ginebra, más sus ilustres miembros no gozan de mayores privilegios que nuestros
simples ciudadanos. Es cierto que, pasando por alto la extrema disparidad de las dos
repúblicas, la burguesía de Ginebra representa exactamente el patriciado veneciano,
nuestros naturales y habitantes, los ciudadanos y pueblos de Venecia, nuestros
campesinos los súbditos de tierra firme; en fin, cualquiera que sea la manera como se
considere esta república, excepción hecha de su grandeza, su gobierno no es más
aristocrático que el nuestro. Toda la diferencia consiste en que no teniendo nosotros un
jefe de por vida, no tenemos la misma necesidad de elegir por suerte. Las elecciones
por suerte tendrían pocos inconvenientes en una verdadera democracia, en la que,
siendo todos iguales, tanto en costumbres y talentos, como en principios y fortuna, la
selección sería casi indiferente. Pero ya he dicho que no existe una verdadera
democracia.

Comentario acerca del libro

Estructura y estilo

El contrato social de Rousseau es un gran éxito tanto en términos de contenido como


de estilo. La fuerza pura y la grandeza filosófica de sus ideas fundamentales, su
potencia lingüística, las metáforas adecuadas, la agudeza analítica y los razonamientos
lógicos contribuyen, sin duda, al tremendo efecto que ha desplegado el libro a lo largo
de muchas décadas. Pero lo más impresionante es la manera en que Rousseau
simplemente da por sentadas ciertas cosas; por ejemplo, el principio de igualdad entre
las personas, el derecho a la autodeterminación y el desarrollo de sus talentos
naturales, el principio de que un acuerdo libre entre iguales es lo que más beneficia a
todos. Su capacidad de persuasión se basa en que sus argumentos parten de una
actitud moral clara y sabe presentarlos convincentemente. La estructura del contenido
es la siguiente: consiste en cuatro “libros”, cada uno de los cuales consta de solo unas
pocas docenas de páginas; cada libro contiene de nueve a dieciocho capítulos que, en
parte, apenas abarcan más de una página. Una ventaja de esta estructura fragmentada
es que los capítulos provistos de un título (“Del estado civil”, “Del dominio real”, “Del
legislador”, y demás) facilitan la claridad. En cambio, los defectos y las contradicciones
formales menores tienen menos importancia. En los libros tercero y cuarto, Rousseau
recurre con mayor frecuencia a ejemplos históricos de la Antigüedad griega y romana
para fundamentar sus argumentos. Estas digresiones dominan considerablemente
algunos capítulos, mientras que otros son más teóricos.

La filosofía del Estado de Rousseau es radicalmente democrática: para él, el pueblo es


inamoviblemente el soberano y no admite ningún gobernante no legitimado. Pero el
individuo solo cuenta en la medida en que se somete al bien común, el cual reconoce
gracias a su razón y convencimiento. Sin embargo, es muy cuestionable si esto
funciona en la realidad, porque muchas personas persiguen evidentemente sus propios
intereses, incluso si estos se oponen al bien común. Rousseau era un filósofo de la
Ilustración, pero en un punto crucial se diferenció de algunos de sus colegas como
Voltaire o Diderot: al insistir en la legitimación de los sentimientos, Rousseau se opuso
a la forma prevaleciente de la Ilustración, que estaba muy influida por el pensamiento
racional y determinístico. Hoy día sería cuestionable si, en el debate intelectual, se
tomara en serio a alguien que apostara a los sentimientos. Algunos críticos se quejan
de que Rousseau no tenía un concepto político claro, pero esa no era su intención. No
previó la revolución que ocurrió en Francia después de su muerte, y le habría
repugnado el derramamiento de sangre. Rousseau no era un revolucionario, estaba
más interesado en un análisis que en la conducción política. La cuestión de qué tan
grande debe ser el poder del Estado sobre el individuo generó la crítica más dura hacia
Rousseau. Porque el poder de disposición del Estado, que Rousseau presenta con el
argumento de que corresponde a la voluntad del público general y, por consiguiente, al
deseo del individuo, contradice el derecho a la libertad.
Conclusión

Ahora que hemos visto todo lo anterior sabemos que el contrato social ha sido fundador
de la democracia en lo que se habla en este libro, al poder saber que el estado debe
concebir como un contrato de lo que establecen los ciudadanos libres por su propia
voluntad, al poder inculcar y a que se aplicara la libertad, la igualdad junto con la
fraternidad. El convencimiento voluntario, al participar de los derechos de cada
ciudadano, a tener poder y propiedad, esto se refiere que al poner en practica esto
recibirá muchas cosas más por el interés que se tome al tomar decisiones sensatas.
Tomando en cuenta que el poder legislativo y ejecutivo deben estar separados, se
habla sobre la voluntad común que se ayuda con votaciones al poder elegir a un
representante del país. El trabajo social tiene una gran responsabilidad ante la
organización, el individuo y la sociedad, en donde el crimen como el lucro y otras
actividades dentro de la profesión van en contra de lo establecido en la ética del trabajo
social. Hoy el desarrollo de las políticas sociales, fundamentalmente que trabajan para
desarrollar las potencialidades de los sujetos, promoviendo procesos educativos
conscientes y reflexivos ante la sociedad y el manejo del comportamiento de la política
en el estado y de cada uno de los derechos que tenemos para poder participar y
promover un buen país.

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