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Álvaro J.

Medina G

ESE ALGUIEN
o el ángel inadvertido
ESE ALGUIEN

M iientras Domingo termina de recoger


el cubierto del desayuno, Dulce baja de su
magnífico departamento en el ascensor
privado. Ante su presencia, el sistema de
seguridad le abre las puertas de acceso a la
calle de la exclusiva unidad residencial. Sus
piernas ágiles con prontitud dejan atrás las
escalinatas.
Alfin, su conductor, con semblante
circunspecto y firme como un soldado
frente a su comandante, la aguarda con la
puerta del AMG abierta. La cierra una vez
Dulce entra en el vehículo, y pasa a tomar
la dirección del mismo. Dice para sí:
«Tiene esta mañana el aura insufrible». Se

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abstiene de cualquier comentario. Sabe qué
acontece. Observa en el visor del vehículo
las coordenadas de asistencia vial y lo pone
en marcha. Dulce, entretanto, se acomoda
en la silla. Enciende su MultiAgenda con la
que ha permanecido en las últimas horas en
contacto directo con la Escuadra Holtenia.
Así llama al equipo de rescate de Orquídea.
Abstraída en la intimidad de sus
pensamientos insiste en obtener un dato a
partir de la reconstrucción Jáver para
rescatar a Orquídea. «¡Insólito!», no ha
dejado de exclamar para sí desde cuando
sobrevino el acontecimiento. Insólito,
porque en el microsegundo en que se
conducía a Orquídea al contenedor externo
de seguridad desapareció del sistema
matriz. Dulce está ante un nuevo reto
personal complejo y delicado. Luego de la
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exaltación primera de ánimo que le causó el
hecho, se contuvo rápido al evocar el Día
Primero de la Novena de la Paciencia que
aprendió a rezar de Domingo. Se ha visto
de nuevo frente a las consideraciones de la
infinitud de lo pequeño y de lo grande, de la
relatividad del tiempo y del espacio y de la
paradoja de unidad del pasado, del presente
y del futuro que implica alcanzar la
velocidad de la luz. Si bien ya no la
mortifica la situación, aun siente por
instantes una punzada de angustia. No
dejaba de suponer la eventualidad de un
asalto industrial. ¡Con qué alarmante
rapidez fue succionada Orquídea por el
túnel de la nada! Con esa misma rapidez
ella debe llegar esta mañana al laboratorio.
¿Qué pasó? Para comenzar, lo que les
arrebató a Orquídea parece inidentificable y
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carente de antecedentes. Ante ese primer
escollo se encuentra la Escuadra Holtenia,
que dirige Jazmín, lugarteniente de Dulce,
escuadra que entró a operar para investigar
lo sucedido y recuperar a Orquídea, si es
que no ha sido eliminada. Y para rematar,
el avión XLA de Asistencia, asignado a la
Representación Comercial de Alazor,
tendría que estar ya encendiendo los
impulsores con Orquídea a bordo. Si ésta
no es rescatada oportunamente, el prestigio
de Dulce y su lema «trabajar con exactitud
en el detalle para funcionalidad la vida»,
rodaría a los pies de la competencia.
Acababa de informarle Jazmín que está
ella y su equipo cerca de identificar el
«algo» que se llevó a Orquídea, cuando la
velocidad del AMG empieza a disminuir.
Dulce mira interrogante a Alfin. Ve cómo
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el rostro de éste destella preocupación e
infinitas gotas de sudor lo invaden.
―¿Qué pasa Alfin?
―¡No se!... ¡No se! ―la mira con ojos
angustiados.
Dulce siente que pecho y estómago se le
desinflan como un globo que cae en el
vacío. ¿Vértigo y nauseas? «No» ―se
resiste―. Respira rítmica y pausadamente
por unos segundos. Sin embargo, en la
bóveda de su mente resuena: «No puede
ser».
El AMG se detiene definitivamente. Alfin
alcanza a entrar en una bahía de
emergencia. No sale del asombro. Su
desconcierto arrastra consigo preocupación,
angustia y vergüenza. Hace gimnasia
mental para conservar la compostura.
«Claridad, tener claridad», se persuade a sí
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mismo. «Pero ¿qué hacer si sencillamente
no le fluye energía?», se pregunta atónito.
Finalmente precisa:
―Sufrió un infarto cuando ya nadie se
muere del corazón.
Dulce esboza una sonrisa de ironía. De
súbito sus ojos brillan cargados de
suspicacia y picardía. Un ligero alivio se
aloja en su pecho. «Toda dificultad guarda
un tesoro que debemos saber encontrar». Es
la máxima con que Domingo no ha dejado
de animarla. Siente ahora más curiosidad
que responsabilidad por aclarar y
solucionar lo que le está aconteciendo no
obstante hallarse en juego tanto su prestigio
como la confiabilidad de su empresa. Si la
transacción comercial no se verifica ahora,
la situación no pasaría de ser un incidente
que se resolvería amigablemente entre
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jurisconsultos. Pero si Orquídea no es
rescatada, el proyecto quedará sin el
soporte científico. Pasarían algunos años
antes de reconstruirlo. Quizá entonces sería
inútil. El virus es ahora una actualidad.
Atacó por primera vez en la época de las
subversiones siniestras. Causó estragos y
desapareció con la rapidez con que se
revelaban las partículas fundamentales. Una
peculiaridad del mismo la inspiró para su
trabajo de doctorado, cuyas implicaciones
no remontaban entonces los niveles
teoréticos. Con el transcurso del tiempo los
efectos prácticos que antaño sólo intuía,
fueron arrojando resultados aislados en la
activación de los biochips de defensa. Ya
estando consolidado su prestigio
profesional, tras persistentes años de trabajo
investigativo y en ocasiones desalentadores
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resultados, ahora que el virus reaparece y se
expande cuando se creía que era una
curiosidad de laboratorio y de catálogo,
logra los ajustes que configuraron la
«última piecilla» de su vacuna biocuántica
contra él. Y la memoria digital conteniendo
su codificación debe pasar en las próximas
horas de manos de la representación
comercial encargada a Alazor, a poder de
Omega. com., el laboratorio estadounidense
bioinformático que cuenta con la tecnología
para producir el chip cargado con la
vacuna. El acto de entrega de la memoria
digital, implicaría una emisión bancaria
correspondiente al ochenta por ciento de la
nómina ejecutiva de su Compañía por el
equivalente a diez años. Monetariamente
eso es lo que el «algo» se engulliría si no se
rescata a Orquídea.
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Dulce reflexiona un instante. «¿Ese
algo?». Inconscientemente repite el
calificativo que Jazmín le da al asaltante
que les arrebató a Orquídea. Tiene que
llegar definitivamente pronto al laboratorio.
Hace unas cuantas digitaciones en su
agenda para solicitar un servicio ejecutivo
de transporte personal. En el acto le aclaran
que debido a una obturación en un
empalme de la pista se retardará la
prestación del servicio. En ese momento
todo le parece irreal, cree no tener los pies
en la tierra, ser una ilusión. Abre la puerta
del AMG para que entre la brisa de la
mañana. Respira profundamente. En un
instante de complacencia y sin recato deja
al sol acariciar sus piernas. Cavila.
Alfin avanza una y otra explicación de la
muerte por infarto del AMG. En esas, entra
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en la bahía de emergencia un V3, amarillo
mostaza, de capota negra mate. Es un
modelo pasado, pero atractivamente
conservado. A Dulce le parece más una
curiosidad de exposición que un servicio
ejecutivo. «Pero en fin», se dice. Tiene que
salir de allí.
―Soy Copo ―se presenta el conductor
del V3 tras apearse de éste―. ¿Problemas?
―pregunta a continuación con desenfado,
pero con cierto acento y ademán de
coquetería.
A Dulce le parece ridículo el nombre de
Copo, e irónica la pregunta. En su cadena
de absurdos la presencia de un conductor
coqueto con aires de clarividente no está
fuera de esa línea en tales momentos.
Alfin se apresura a decir: «Sin energía».
Copo repite: «¿Sin energía?». Sus palabras
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no revelan el asombro que Alfin espera ver
en él. Copo toma de las manos de Alfin la
llave holográfica y procede a deslizarla por
el lector del AMG. Este permanece tan frío
como sus palabras: «sin energía». Luego de
una pausa lo intenta de nuevo. Esta vez
desliza la llave suavemente, como si
captara con la mano el interior del AMG.
«El módulo de fusión», afirma. Alfin mira a
Dulce y hace un guiño de aprobación. Su
diagnóstico del infarto está siendo
confirmado. Copo con acento afable se
dirige a Dulce: «Bueno, a su merced bella
señora». Ella avanza altiva y con aire
molesto hacia el V3. Alfin, muy diligente,
le abre la puerta trasera. Él se acomoda
junto a Copo en la parte delantera. Copo,
generoso en el timbre de su voz, pregunta:
«¿Destino?». Alfin se apresura a darle la
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coordenada. Observa discreto como Copo
la introduce en el programa de asistencia
vial. El V3 procesa un sistema de
coordenadas seguro y actualizado, repara
Alfin. La confianza que siente se la trasmite
a Dulce. Ella se recuesta en el espaldar de
la silla e intenta relajarse. El V3 en tanto
gana velocidad sale de la bahía de
emergencia. El entorno exterior va
desapareciendo a los ojos de Dulce. Su
mente persiste en fundamentarse en el
método reconstructivo Jáver para retornar a
este mundo a Orquídea; pero vuelve a
recordar el último mensaje de Jazmín. Si
fue «algo» lo que arrebató a Orquídea, el
método Jáver sería inoperante para
rescatarla. Se aviva en ella una intuición.
Piensa en los «enoer», su distracción
especulativa de física eidética que comparte
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con la mente fantástica de Jazmín, y que les
ha propiciado alucinantes prácticas
experimentales de laboratorio.
―¡Ea! ¿Y ustedes qué venden?
―pregunta socarronamente Copo―. Todos
vendemos o compramos algo ―canturrea a
continuación―. «Soy vendedor, vendedor
de ilusiones...».
Alfin lo mira extrañado, Dulce lo hace con
curiosidad. La atención de ella la atrae el
repicar de la agenda. La agencia del
servicio ejecutivo le recaba confirmación
de su solicitud. El móvil enviado en su
auxilio encontró en la bahía de emergencia
el AMG sin sus ocupantes. «¡Carajo! No
verificamos la reseña del vehículo ―se
reprocha en silencio―. ¿Ahora en qué
estoy metida?». De reojo detalla recelosa a
Copo. La asaltan pensamientos temerosos.
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En últimas percibe en él un hálito de
confianza. «¿Realmente ―piensa― es un
vendedor dispuesto a hacer de cada
circunstancia una ocasión de venta?». Lo
cierto es que no viaja en un servicio
personal ejecutivo. Es el ítem que adiciona
a su lista de incomprensibles. Sin salir aún
de su sorpresa, Jazmín entra en
comunicación con ella. Con palabras casi
atropelladas, Jazmín le precisa que han
identificado al agente devorador de
Orquídea. La espera cuanto antes en la sala
de trabajo.
—Vendo videojuegos —insiste Copo. Ya
el visor de coordenadas viales indica el
punto de llegada. Copo remata:
—Servida con gusto señora. Primer favor
del día ―remata en suave tono.

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Dulce, perpleja, comprende que ha
recibido una gentileza Copo, y se dispone a
ser afable. Combina palabras, acento y
ademanes en ese sabroso cóctel que sabe
brindar a quienes manifiesta su
agradecimiento. En gesto de reciprocidad
le extiende a Copo una tarjeta personal
ofreciéndole tiempo en el futuro para
conocer su producto. Copo abre la guantera,
toma un mini-CC, contenedor casi extinto
de informática cuántica, y se lo entrega a
Dulce. Ella lo recibe inhibiendo su
apresuramiento. Pronto accede a las
instalaciones del laboratorio. Las puertas de
vidrio se abren ante su presencia. El
personal le cede el paso en tanto avanza
hacia la sala de trabajo. En ella, Jazmín la
recibe expectante, y le puntualiza: «Lo
tenemos. Está identificado. Está atrapado y
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tiene a Orquídea». Y explica a Dulce que
el asaltante no la eliminó, lo que habría
sido fatal. El voraz la tiene en su barriga,
como el lobo a la abuelita. Es la imagen a la
que recurre Jazmín para describir la
situación. Y le aclara a Dulce:
—Esto lo establecimos a partir del
incremento de energía en el sistema de
densidad cuántica al instante de la
desaparición de Orquídea. Cuando la
perdimos, los lectores de densidad han
debido registrar un descenso en ella. Por el
contrario, marcaron un imperceptible
incremento en su nivel. Una vez rastreada
la posición de esa protuberancia cuántica,
se la ubicó justo en un segmento de
codificación no destinado a albergar
primigeniamente a Orquídea. De allí la
condujimos al carrusel de partículas
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fundamentales donde la confinamos e
identificamos. Se trata de un «enoer»
aleatorio de materia oscura. Lo sondeamos
y la ilusión de nuestra corazonada se hizo
realidad. Tiene en su interior a Orquídea.
Así lo comprobamos detectando la
vibración de la cuerda que se fijó como su
sello de identidad. La cuestión radica ahora
en cómo sacársela al «tragón».
Específicamente en eso estamos trabajando
ya en el marco del método de la
reconstrucción Jáver.
—¡¿Un enoer?! —Dulce sabe que
la situación no es para bromas.
—Sí, Dulce —responde Jazmín—. Un
enoer. Esto es increíble.
—En ese caso el método Jáver es inviable,
Jazmín.

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Dulce se desploma en una silla. El
carácter maravilloso que los
acontecimientos han tomado, no la deja
permanecer de pies. Los enoer, según su
teoría, son singularidades estructurales de
materia oscura con capacidad de transportar
energía comprimida. Ella los representa
como esa compresión de energía que al
eclosionar habría dado origen a nuestro
universo, según teoría desueta. Con Jazmín
han tratado de aislarlos y direccionarlos con
la idea de hacerlos conductores
inalámbricos de energía. Pero esto no
pasaba de ser una entretención de ellas en el
campo de la física eidética, reservada a sus
privacidades y malabares imaginativos.
Allí, en la silla, y mientras su mente
asombrada desbroza los caminos para salir
de la encrucijada, los ojos de Dulce son
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atraídos por los colores estridentes del
diagrama holográfico que ilustra la cubierta
del miniCC que Copo le obsequió. Se
levanta de un salto y lo toma de la mesa en
que lo depositó desprevenida. Con él en la
mano llama la atención de Jazmín:
—¿Ves?
—Una abstracción del laberinto de Canto
superpuesta al ideograma de las redes
neurales de Jáver ―puntualiza Jazmín.
Sin pensarlo dos veces, Dulce introduce
el mini-CC en el lector inmediato
disponible. El monitor proyecta un par de
alas casi transparentes que se abren. Entre
ellas aparece el rostro agraciado de Copo y
llena la pantalla. «Bienvenidos a “El
Rescate de Ignoto”, un juego para jóvenes
lúcidos. Se juega al interior de un
laberinto...» Al instante Dulce pide la
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presencia de Cúbik, técnico en lenguajes
comparados, adscrito a Holtenia. Presente
en la sala, Dulce le pide que reproduzca la
matriz operacional y la red neural de El
Rescate de Ignoto. Cúbik se ajusta la
exquisita y delicada argolla que lleva en el
anular izquierdo. Digita con rapidez
asombrosa. Con la misma velocidad se
llena la pantalla con la escritura de la matriz
operacional y la red neural: La intimidad
de Ignoto, como dirá Jazmín, quien atenta
al desarrollo de los hechos sabe que a su
disposición quedará el trabajo de Cúbik.
Una vez éste termina, se recuesta un
instante en el espaldar de la silla y mira a
Dulce satisfecho. Enseguida se levanta y
cede el puesto a Jazmín. El tiempo que
llevaba el equipo trabajando integrado en el
laboratorio y las inquietudes investigativas
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que comparten, les permite comunicarse sin
palabras y entender cuando deben relevarse.
Jazmín pasa frente al teclado. Está nerviosa,
pero el desafío que tiene delante agudiza su
sentido de responsabilidad y exalta su
interés por actuar. Su trabajo debe ser
pulcro, preciso. Dulce le pone la mano en
el hombro, afectuosa y firme, como
deseándole éxito. Jazmín sabe qué tiene que
hacer. Su mente procesa las fases por
seguir. Alista las manos sobre el teclado.
Sus dedos empiezan a digitar. No con la
misma rapidez de Cúbik, pero sí con
idéntica exactitud y más gracia que éste. Es
sensual su postura ante la máquina. Sus
movimientos, deliciosos pero impetuosos,
denotan un carácter cultivado. Pronto y con
la fascinación con que juega a las Damas
Chinas, articula la matriz operacional y la
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red neural de El Rescate de Ignoto con el
método reconstructivo de Jáver; abre el
canal de expansión periférico del enoer y lo
conecta al de acceso al área cuántica
asignada a Orquídea. El puente lo establece
a través de una variante novedosa que
contiene la red neural de Ignoto. Hecho
esto, digita la ecuación para que operara el
laberinto de Canto. La pantalla parpadea
imperceptiblemente. Como en un acto de
creación aparece en ella la impronta
figurativa de Orquídea. Jazmín sonríe
complacida. Contiene su dicha en un
ademán de mesura profesional. A Cúbik le
brillan los ojos de gozo. Dulce parece
irradiar un aura de esplendor. La posee un
cálido alivio. El corazón se le llena de
dicha. Ya no observa cómo va apareciendo
en el monitor el contenido de Orquídea. En
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un extraño arrebato íntimo fuera de lugar,
su ser parece diluirse en el sueño del amor.
Evoca el aroma de Domingo, la sensualidad
de su piel, su respiración agitada por el
deleite, su silueta en la penumbra, el furor
de su sangre, la vitalidad de su ser. Un
ligero cosquilleo le hace frotar las piernas
entre sí. Un toque de vergüenza la ubica de
nuevo en la sala del laboratorio. Se
recompone y en tono sereno y agradecido
dice: «Ustedes son maravillosos». Jazmín,
que creyó percibir lo que acaba de
experimentar Dulce, digita una clave y
dirige la mirada a un recuadro de la
pantalla. En efecto, los lectores de densidad
cuántica están nivelados, y en el set de
entidades eidéticas aparece la descripción
de una nueva: es la concreción de un enoer.
Su apreciación y diagnóstico del asunto fue
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correcto. Mas lo sorprendente fue el
hallazgo en El Rescate de Ignoto de la
herramienta para reposicionar a Orquídea,
para arrebatársela al glotón presuponiendo
la existencia de los enoer. Nunca vería un
enoer como entidad corpórea, por teoría lo
sabía, pero por sus efectos los identificaría.
De ellos acababa de quedar demostrada su
capacidad para retener y transportar un
paquete cuántico, su susceptibilidad para
desmontarlo succionándolo con el
generador de vacío direccionado del
laberinto de Canto superpuesto al método
reconstructivo de Jáver. Ya no tenían duda
de la existencia de los enoer, los que hasta
entonces no pasaban de ser una
especulación teorética, sin atisbo de
comprobación empírica. El doctor Rusty los
llamó ―con rebuscado acento cortés pero
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no desprovisto de aire jactancioso― en su
disentimiento académico de la existencia de
los enoer un “juego de niñas” para
descalificar su viabilidad científica cuando
Dulce y Jazmín osaron hablar de ellos en
público. Sin embargo, para ellas, eran los
llamados a ser conductores inalámbricos de
energía, como quedaba demostrado. Con el
rescate de Orquídea, éste era el tesoro
encontrado.

***
Cae la tarde y los impulsores del XLA
entran en actividad. En tanto asciende entre
fantásticos arreboles, su sombra se alarga
tras de sí desplegada en la pista sintética del
aeródromo. Desde las alturas, Alazor ve
cómo el sol, que semeja un disco de oro
bruñido, esparce su resplandor sobre la

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ciudad. Le complace definitivamente el
nombre del aeródromo: «El Dorado».
Suspira, aprieta contra su pecho la valija.
Sin mayores pormenores conoce su
contenido. Con él viaja Orquídea, el
programa que el laboratorio Omega de
Norteamérica incorporará al biochip de
implante intradérmico que potenciará y
activará el sistema inmunitario ante la
presencia del virus gélido, causante de la
influenza que tantas incapacidades
laborales —con altos costos económicos—
viene ocasionando en el mundo debido al
debilitamiento físico y a las fluxiones que
adolece quien es invadido, y que
compromete en algunos casos la vida
misma.
Abajo, en coordenadas temporales y
espaciales diferentes, Copo, en el interior
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de su V3, detalla con gracia la tarjeta
personal de Dulce y repara en lo
imaginativo del logotipo que con gusto
luce.
Cuando intenta canturrear su estribillo,
«Soy un vendedor de ilusiones», un
estornudo, acompañado de un calofrío que
se expande por todo su cuerpo, le hace
saltar en trozos las ondas sonoras de la letra
de su canción.
Dulce, en las alturas de su cálido hogar,
con el sabor aún del selecto vino de la cepa
«chalis» de la bodega Estancia Longitud
77º, con que festejó el triunfo, se da a los
brazos de Domingo y lo obsequiaba con
uno de sus mejores besos para comenzar la
noche.
En la terraza de un acogedor restaurante,
la luna llena, como un sabroso queso, se
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refleja en la mesa de vidrio acompañando
las copas del licor espirituoso que Jazmín y
Cúbik llevan a sus húmedos labios. Sus
dedos entretejen una primera caricia que les
hace vibrar todo su ser e incluso los
destellos de sus ojos enamorados.
Alfin, sobre la medianoche, bebe un
digestivo efervescente, libera un prudente
eructo con vaho a whisky, y va dejando una
a una sus prendas diurnas sobre el solterón.
En la cama toma aire y exhala su última
preocupación del día: «Que el aura de
Dulce amanezca el próximo lunes
iridiscente». Apaga el televisor. La
imagen tridimensional se desvanece como
si el universo se vertiera en un agujero
negro.

FIN

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