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Álvaro J. Medina G.

HOMO PERDITAS
—el alma extraviada—
La universidad, esa institución nacida en la
Edad Medina, es el espacio en que se van a
suscitar acontecimientos inesperados,
chocantes e insólitos, que sacuden mental y
emocionalmente a sus actores, quienes
finalmente les encontrarán explicación
más allá del entendimiento convencional
con que se asume la existencia.

HOMO PERDITAS
—el alma extraviada—

L is toma, en un gesto de caricia,


las manos de Tomás. Este trata de
retirarlas, pero cede al contacto cálido
de ella. Han transcurrido un par de
horas de una conversación de altibajos
emocionales para Tomás. Lis se
sostiene en su propósito de no dejarse
afectar por el oleaje anímico de él;
también tiene el cuidado, sin ser

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condescendiente, de argumentar sus
ideas tratando de contrariarlo lo menos
posible. La entristece ver cómo, por
instantes, la mirada de Tomás se
extravía en oscuros laberintos y se
ausenta del mundo como si algo
irrumpiera en su mente arrebatándolo
hacia las profundidades de un abismo
interior de sombras y fantasmas; la
acongoja verle aflorar a continuación
un malestar de desazón y conflicto
interior. Esa bruma emocional de
Tomás viene enturbiando en él su
carácter entusiasta y jovial que la
cautivó, y si no se disipa, parece
anunciar en el alma del mismo una
tormenta futura. Esto provoca en Lis
preocupación, tristeza y una punzada
de terror.
—Se argumenta que espacio y
tiempo surgieron con la «Gran
Explosión» de energía comprimida
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que originó el Universo, ocurrida entre
13.761 y 13.835 millones de años —
afirma Tomás continuando con la
conversación—. Si este tiempo se
reduce a la magnitud de los doce
meses del año, en los primeros
instantes de enero se produjo la
explosión, en septiembre se formó
nuestro sistema solar, en octubre
surgió la vida y en los últimos
segundos de diciembre apareció el
hombre.
—Me gusta la imagen —anota Lis
—. Tú eres de septiembre y yo de
octubre —destellos de picardía
irradian sus ojos—. Si el espacio y el
tiempo se originaron en la Gran
Explosión, ¿ninguna dimensión
espacial contenía a esa energía? ¿El
más allá de los bordes de la misma,
como los del universo que se expande,
es un impensable? Si para entonces no
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existía vida consciente, ¿el tiempo es
independiente de la conciencia
humana que lo experimenta?
—Lis, cuestionar denota aspiración
al saber, pero también puede ser una
manifestación de desdén al
conocimiento. ¿Preguntas en pos de
respuestas o con el sentido de la
inutilidad del saber? —la enfrenta
Tomás.
Ella hace un ligero ademán de
desconcierto que inhibe rápidamente.
Le extraña que Tomás dude de su
verdadera intención.
—Amor, hace tiempo me sacudí de
la pereza mental y de la comodidad de
mi situación personal. Con agrado
quiero ascender la montaña del saber.
Se que el camino puede ser a veces
escarpado y árido y que serán muchas
las respuestas que no encuentre.

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Quiero escalarla contigo. ¿Me
acompañas?
Tomás decide dar por concluido el
incidente, congraciándose con ella: «Si
ello te hace feliz, sí», y continúa con el
tema central:
—Antes de expandirse esa energía,
en relación con ella no podemos decir
nada que involucre los conceptos de
tiempo y espacio —aclara Tomás.
—Pero sí predicar de la misma —
puntualiza Lis— el atributo de la
existencia. ¿Esa energía, antes de
explotar, siempre existió? Si se
sostiene que todo efecto tiene una
causa, no pudo surgir de la nada; por el
contrario, si no fue creada y siempre
existió como lo afirma la teoría de la
Gran Explosión, no todo efecto tiene
una causa; además, si no se destruye,
sino que se trasforma, debo aceptar la
idea de eternidad.
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Lis hace una pausa y concluye:
—Tomás, me asombra esa
concepción científica: Aunque no lo
quiera, sienta el dogma de la eternidad
de algo; mas como lo eterno escapa a
la comprobación de la ciencia, según
conviene ella misma, funda su
cosmogonía en un supuesto
indemostrable; además constriñe la
conciencia a esa única verdad al dar
por inútil toda consideración que la
trascienda.
En tanto Lis habla, Tomás se hunde
en la profundidad de su mente, que le
absorbe la luz de sus ojos. Aparta las
manos de entre las de Lis, y sin darse
cuenta, aprieta entre los dedos, hasta
deformarla, la flor que esa tarde le
obsequió a ella. Lis, de manera
inadvertida para él, rescata la flor de
sobre la mesa y la lleva al bolsillo de

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su chaqueta. Entre tanto Tomás
sostiene enfático:
—El Universo es auto
comprensivo. Para la ciencia no hay ni
un afuera, ni un antes, más allá de él.
La tuya es una imagen metafísica que
no admite magnitudes con las que se
pueda extraer variables para construir
ecuaciones.

Lis piensa, para sí, que los límites


de esa ciencia son tanto y quizá más
ignorantes y carentes de imaginación
que concebir la tierra plana e inmóvil,
rodeada de abismos poblados de
monstruos y demonios; que la tal auto
comprensión del universo es el reflejo
de la impuesta autolimitación de ese
razonamiento conceptual científico
erigido como un muro a la
inteligencia; que tal razonamiento
conceptual recurre a lenguajes tan

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peculiares y pedantes como
rebuscados, sólo comprensibles entre
sus cultores; que pretensioso se jacta
de descubrir y desentrañar verdades
ocultas y distantes para manipular la
realidad; que se inflama, prepotente,
de poder para dominar fuerzas y
energías poderosas; y que cuando
desciende para pretender darse a
entender, para ser accesible, sencillo y
sin presunciones, se maquilla de
esforzado y modesto. Mas Lis se
abstiene de darle a conocer a Tomás
sus apreciaciones.
—Perdona, pero debo aceptar que
el nivel intelectual de mis estrógenos
aún precisa de la sapiencia de la
testosterona para ubicarme en las
coordenadas del universo… ¿o los
universos?... En este momento sólo
tengo una certeza. Te quiero, Tomás.

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Tomás sonríe. El acento afable,
delicado y noble de las palabras de Lis
desvanece toda ironía en ellas, y
propicia que la sonrisa de Tomás esté
acompañada de una mirada sincera y
acariciadora.
—La observación, la
experimentación y la comprobación,
me hacen vaticinar que eternamente
serás hermosa —concluye Tomás
generoso.
El rostro de Lis se ilumina. Con su
acento encantador aclara:
—Debó empezar a preparar mi
próxima exposición, y tú debes
acompañar a Catalina al aeropuerto.
Vamos ya.
Mientras se levantan de la mesa,
Tomás le recuerda a Lis:
—No olvides que tenemos
pendiente la visita a la exposición
holográfica de Ginandro.
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—Ya la veremos con el suficiente
tiempo para degustarla —Lis concluye
sus palabras obsequiando un sabroso
beso a Tomás; éste lo saborea con
gusto.
Como de costumbre, es nutrida la
asistencia a clase. El sol de la mañana
irrumpe por el ventanal del salón
incidiendo en diagonal en el espacio
de la cátedra. El ambiente es fresco.
No se ha terminado de disipar el frio
sabanero de la mañana. Se percibe en
los estudiantes el entusiasmo del
comienzo del día. Ginandro detiene
sus mesurados pasos de expositor
frente al ventanal. Cierra los ojos
dejando que los rayos del sol golpeen
su rostro. Su mente se ausenta de la
inmediatez del salón. Desde la
profundidad intelectual en que se
sumerge, brotan sus palabras,
esperadas en silencio por los alumnos,
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con que suele concluir sus
disertaciones.
—En resumen: Se ignora, y
seguramente se ignorará siempre, lo
acontecido en esa millonésima de
millonésima de segundo subsiguiente a
la Gran Explosión de energía que dio
origen a nuestro universo, fracción de
segundo que suele anotarse como 10 a
la menos 43: Cero y coma seguida de
cuarenta y dos ceros antes del uno
final. Es el llamado tiempo de Planck.
Al respecto, sólo se formulan
conjeturas. Se cree que en esa fracción
de tiempo se creó la materia, el tiempo
y el espacio. Cuando el universo tenía
10 a la menos 35 segundos de
nacimiento, expandió su tamaño 10 a
la 25 veces más en 10 a la menos 32
segundos —Ginandro no oculta su
gusto por las cifras—. En esos micro
instantes se constituyeron los átomos,
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las moléculas, los cuerpos celestes, y
el universo quedó regido por las
fuerzas gravitatoria, electromagnética,
nuclear fuerte y débil… Con el
transcurso del tiempo, reacciones
químicas devinieron en complejos
sistemas y estructuras, hasta constituir
el ácido desoxirribonucleico o ADN,
llamado la molécula de la vida. Se
calcula que esta molécula surgió hace
unos 3.500 o 4.000 millones de años.
Es común a todos los seres vivos. El
número de encadenamientos entre las
moléculas de ADN para constituir un
cromosoma, varía según la
complejidad de la especie. Un gen o
gene, es un segmento de la cadena de
moléculas de ADN que integran el
cromosoma. El gene puede estar
constituido por unos pocos o muchos
enlaces de esa cadena, según la
cantidad de información que contenga
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y transmita a través de las proteínas.
Finalmente, cada célula humana,
integrada por 46 cromosomas, está
conformada por 6.000 millones de
enlaces de ADN. Esos 6.000 millones
de combinaciones, mis pequeños
demonios —se dirige Ginandro con
cierta sonrisa burlona al auditorio—,
están a la base del cálculo
computacional del mapeo del genoma
humano, que tardó casi 10 años
realizarse por allá en la década de los
noventa del siglo XX..., proyecto que
por demás fue dirigido por un hombre
que al terminarlo perdió la objetividad
científica —en sus labios se delinea
una imperceptible sonrisa irónica.
—¡Guau! —exclama una de las
admiradoras de Ginandro.
Este hace un silencio prolongado,
se detiene de nuevo frente al ventanal.
La mañana es radiante, con un cielo
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azul totalmente despejado. En el
oriente se alza ondulante la cadena
montañosa de la cordillera de los
andes colombianos que contornea la
extensa sabana de la capital. Ginandro
gira sobre los pies y anuncia:
—La próxima clase es el turno de
Lis para que de inicio a su exposición
hablando de la energía y de la
termología… Hemos concluido por
hoy.
Del aula se van retirando
lentamente los estudiantes entre
comentarios y reflexiones. Ginandro
permanece unos minutos en ella, en
medio de un corro de alumnos; sobre
sale en estatura, con una ligera
inclinación de su torso hacia adelante.
Cuidadoso en el vestir y en sus afeites
personales, irradia pulcritud. Cuando
recoge entre sus dedos de la mano
derecha un mechón de su cabello
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grisáceo, que de vez en cuando se
descuelga sobre su frente, denota un
sutil aire femíneo que matiza su porte
varonil. En general goza de aprecio y
admiración entre los alumnos; es el
encanto de algunas jovencitas. Se
cuida de ser gentil y sabe marcar
distancia sin ser repelente. Tiene un
grupo cercano de estudiantes con el
que interactúa de manera permanente,
a quienes con picardía llama mis
pequeños demonios. Es el director del
Museo de Arte Cinematográfico de la
universidad, y el organizador de la
exposición holográfica que
actualmente en él se exhibe.

Clarea un nuevo día. Mariana ha


trabajado ya un par de horas en su
estudio. Ha terminado de revisar la
prensa cuando entra Tomás a
despedirse.
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—Qué bien luces… Sales temprano
hoy —le dice Mariana con acento
simpático y curioso, y le aclara—:
Acabo de comunicarme con Catalina.
Tuvo buen viaje. No quiso que te
despertara.
—Si abuela. Hoy también madrugó
el sol… Ya hablaré con ella —contesta
Tomás evasivo mientras la besa en la
frente.
Mariana le toma el rostro entre las
manos y le pide:
—Tomás, por favor, mírame
detenidamente a los ojos.
El bosqueja una leve sonrisa y deja
sus ojos a disposición de los de
Mariana.
—Sí abuela, dime.
—Tomás, los ojos nos permiten
percibir el mundo con todo su
esplendor. Recuerda que con la mirada
también lo transformamos. Estés alerta
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y agudiza la vista… ¿Qué se comenta
en la universidad respecto del sabotaje
al sistema de notas? Hace años que la
universidad no sufría esos malestares.
—¿Ya es noticia?... Ha causado
gracia. Áreas, como la de
matemáticas, fueron en su totalidad
atacadas. Por este ataque informático
nadie en ellas reprobó materias. Dicen
los estudiantes que por supuesto se
incrementó el índice de felicidad del
país.
—Son noticia también las gotas
oftálmicas —le aclara Mariana—.
Entérame luego respecto de ellas. Por
ahora ve a tus clases…Un beso a Lis.
—Gracias abuela. Te enteraré.
Repica el intercomunicador de
Mariana.
—Ve que se te hace tarde —insta
Mariana a Tomás a salir.

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Tomás comprende que Mariana
desea hablar en privado. Le besa las
manos que ha tomado entre las suyas,
y sale con un giño de complicidad.
Mariana atiende la llamada con un
saludo afectuoso:
—Rondín, amigo del alma…
Estaba en espera de tu llamada. Sí…
Acaba de salir. Como acordamos,
según marchen los acontecimientos, él
sólo se enterará en su momento… Qué
bien… Estás adelantado… En
ocasiones me asalta el temor por ti,
pero se de tu fortaleza. Vencerás… En
efecto… Es conveniente no hablar más
del tema si no acontece algo
extraordinario en el ínterin… Sí,
ninguna precaución es extrema… Ya
confirmé los contactos. Sólo esperan
que llegue el día… Sí… Qué alegría
escucharte… Eso espero…Ya vendrá
el día que nos encontremos de nuevo y
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nos sentemos a la mesa… Entre tanto
un abrazo.
Después de hablar, Mariana se
recuesta en el espaldar de la silla y
entrecruza los dedos de las manos
como quien ora. Sus sesenta y cinco
años se le llevaron algo de la tersura
de la piel y le argentaron parte del
cabello. Sigue siendo una mujer
esbelta, atractiva, no muy alta, de talle
fino y modales cultivados. Suele decir,
compartiendo cierto pensamiento, que
la mujer tiene una edad en que luce
bella para ser amada y otra en la que
necesita ser amada para estar bella.
Mariana parece gozar de ambos
privilegios. Aclara que quien sabe
amar siempre será hermoso. La
madures de los años da fuerza a su
personalidad revestida de un halo de
simpatía, gracia y radiante franqueza.
Su ser exhala un atractivo encanto.
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Cierra los ojos. En su interior irrumpe
el recuerdo de las palabras de
Leonardo: «Mariana, por favor,
ayúdame». Palabras que fueron un
ruego salido de lo más profundo de su
ser, que le reiteró en dos ocasiones con
la voz agónica de quien cae en las
profundidades de un abismo. Ella vio
cómo Leonardo se fue perdiendo en
este abismo hasta desaparecer. Para
atender ese llamado angustioso de
auxilio de Leonardo, la agudeza de
Mariana, su especial formación
intelectual y espiritual, más esas
circunstancias que a veces convergen
cómplices e inconsultas, la pusieron
sobre la pista de una verdad
escalofriante que debía enfrentar
cautelosa contra todas las corrientes,
pero sin miedo; sin pérdida de tiempo,
pero con prudencia y sin omisiones
negligentes; con resolución, pero sin
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temeridad. Una bruma de tristeza pasa
por el alma de Mariana que, aún
sentada en su silla, suspira entre
recuerdos de los años idos. Rápido se
recompone y retoma la clasificación
del material de su trabajo mientras con
suave voz recita: «Oh suspiro mío,
cómo quisiera hallarme donde te
envío». Afuera, en el vergel de su
casa, en una mañana que empieza a ser
cálida, el oleaje del viento sacude los
ciruelos, los cerezos, los duraznos, el
breval y los sauces.
Cae la tarde. Rondín abandona las
instalaciones del Departamento de
Cinematografía de la Universidad. La
atmosfera está quieta, silenciosa. La
luna, hacia el occidente, se muestra en
cuarto creciente, y apacible parece
seguir al sol en su declinar del día.
Una que otra estrella coquetea con sus
parpadeos destellantes en el
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firmamento. El aroma de los
eucaliptus lo esparce una brisa tenue.
En cuanto termina de salir del edificio,
Rondín se encuentra con Lis y Tomás.
—Lis, te esperan en la sección de
maquillaje. Se grabará en una hora.
Ésta moche será extenuante. Dosifica
bien tu ánimo y resistencia —la
previene Rondín.
Lis apresura su despedida de Tomás
con un beso espectacular y se adentra
en el edificio de los estudios del
Departamento de Cinematografía.
Rondín se aproxima a Tomás:
—Hola Tomás…
Muchos años y experiencias
separan a Rondín de Tomás. Uno al
lado del otro, evidencian dos estilos.
Tomás recoge su negra y larga
cabellera en una cola anudada con
cordeles de colores. Alto y de cuerpo
atlético, derrocha juventud y
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dinamismo que parece no poder
controlar. De rostro agradable, piel
despercudida y nariz señorial y
prominente. Sus ojos negros parecen
estar más en el imaginario futuro que
en el concreto fluir del presente. Su
chaqueta de cuero negro y manga sisa
contrasta con su camisa amarillo
ahumado de tela fina. Viste pantalón
negro bien sostenido a la cintura con
una correa de cuerdas entretejidas y de
chapa en metal artísticamente
concebida. Por entre la manga
entubada del pantalón, como si
formara una sola pieza con éste, se
proyectaban sus botas de tela sintética
impermeable, bien aireadas y de
excelente adherencia al piso. Resulta
una facha que sobre pasa la moda,
pero que presagiaba cierto
conservadurismo, en que el color se
luce más por contraste que por
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armonía. En todo él hay un aire de
informalidad y desenfado por la
realidad cotidiana. A su turno, Rondín,
de mediana estatura, cabello grisáceo
rasurado al rape, piel acanelada
surcada de arrugas de hombre entrado
años, delgado pero bien formado, de
porte firme y sereno, mirada segura y
decidida; en general de aspecto
corriente, pero recio en su fisonomía y
de gestos fluidos. Su interior parece
inconmovible; no obstante, irradia una
nota de bondadosa simpatía.
A pesar de estar en extremos
diferentes de la vida, Tomás siente una
extraña familiaridad con Rondín; no
recuerda haber tenido con él nunca
antes contacto personal. Rondín sabe
bien quién es Tomás; alguna vez lo
alzó en los brazos cuando este era aún
un niño.

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—¿Caminamos? —propone
Rondín tomando a Tomás por un
instante del brazo para que avance a su
lado. Tomás siente que le mide su
fibra muscular con la yema de los
dedos —. Lis, excelente mujer. Ha
trabajado sus personajes con maestría.
Esta noche se grabará «La nave de los
locos» y «La posesión de Danae».
Supongo que estás bien enterado de
qué se trata. La tecnología que estamos
empleando en esta producción ha
hecho de ella una experiencia
maravillosa.
Tomás se interesa; cortés, adecúa su
paso impulsivo al andar mesurado,
casi que calculado pero espontáneo, de
Rondín.
—Fantástico… Es el primer filme
tridimensional que realiza el país. La
Universidad es vanguardia en
grabación de imagen móvil
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holográfica gracias a la banda digital
óptica que en sus laboratorios
desarrollamos y a los avances en las
técnicas de interferometría láser para
optimizar la resolución del color.
—Manejas bien la información —
anota Rondín.
—Es tema de mis estudios con el
director del Museo de Cinematografía,
Ginandro…, el doctor Ginandro —
especifica Tomás mostrando respeto
ante terceros hacia la persona que en
privado trata con confianza—, quien
hizo parte del equipo de profesores y
estudiantes que diseñamos la banda.
—Lograron un meritorio resultado.
La calidad de la banda es óptima, y
plausible el grado de resolución del
color —precisa Rondín.
Tomás levanta la mirada como si
hiciese un ejercicio de memoria para
repasar lo aprendido, y apunta:
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—El laboratorio de física creó los
filtros para la amplificación de luz por
emisión estimulada de radiación, los
llamados rayos láser, con los que se
excitan las estructuras cuánticas que
permiten la proyección tridimensional.
—Observo que estudias…
—Quien no se actualiza se
envejece, cualquiera sea su edad –
sentencia Tomás con aire de noble
sabiduría desde el pedestal de su
juventud.
Rondín sonríe condescendiente.
Dando un giro radical a la
conversación anota:
—A un alumno, como tú, que debe
tener buenas calificaciones porque
estudia, creo que el sabotaje al sistema
de calificaciones no lo favorece. ¿Qué
opinas?
Tomás recuerda la advertencia de
Mariana: «Alerta». Del hombre con
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quien hablaba tiene recuerdos lejanos
de su presencia y sólo sabe que lo une
a Mariana una vieja amistad,
interrumpida por varios años de
ausencia del mismos del país, y que ha
regresado de Asia para realizar, como
productor, un filme en convenio con la
universidad, en la que goza de
influencia, y que ha adelantado
estudios avanzados en informática de
imagen tridimensional. Por tanto, se
abstiene de cualquier comentario
respecto a la pregunta que Rondín le
hace. La prudencia le aconseja a
Tomás reposicionarse en el tema
central de la conversación.
—En la luz como en la energía y en
todas las partículas subatómicas,
subyace una única estructura eidética
dúctil, que al cambiar los factores de
su mecánica, pasa de un sistema a otro
creando nuevas estructuras con leyes
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propias, comportándose en ciertas
circunstancias como onda de variada
longitud, amplitud y frecuencia, y en
otras como corpúsculos de diferente
compresión. De manera que de lo que
se trata ahora es de precisar esa
estructura y conocer sus leyes de
interacción con los estímulos del
agente observador. Por ello, la realidad
estaría dada en función de
interferencias de ondas en relación con
ciertas vibraciones neuronales. Este es
el viraje que debe dar la física atómica,
la relatividad, la mecánica cuántica y
la termología. Así se podrán integrar
en una nueva física. Eso opino.
—¡Eso sí que es
complementariedad! Desafiante. Me
parece que anulas por completo la
separación entre sujeto y objeto, entre
quien conoce y lo que se conoce. Qué
giro de spin haces Tomás —observa
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Rondín recurriendo a una
característica de las partículas
fundamentales—. ¿Y cómo se podría
llamar la física de esa única estructura
cuántica dúctil por desentrañar?
—Física eidética —no dudo Tomás
en responder.
—Genial. ¿De dónde tomaste ese
nombre?
—De un cuento de ficción.
—Para una ocurrencia de ficción —
sentencia Rondín provocando a
Tomás.
—Se sostiene ahora que el límite de
la velocidad de la luz no es absoluto.
La velocidad de desplazamiento de
sectores del universo parece ser
superior a la velocidad de la luz.
Ciertamente, los agujeros negros,
macro y micro cósmicos, más que
vórtices de fuerza gravitatoria que a
atrapan los fotones y la materia, son el
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umbral de senderos en los que el
universo se nueve a velocidades
superiores a la de la luz. De ahí la
ubicuidad de ciertos fenómenos
cuánticos, y la incertidumbre de la
esfericidad del universo. La velocidad
de la luz es el lindero que al ser
traspasado o superado por la
aceleración de un sistema, éste entra
en crisis o colapsa y deviene en otro
sistema con nuevas estructuras y leyes.
Esa compartimentación de sistemas la
ejemplifica la geometría euclidiana,
cuya validez sólo es operante hasta
ciertas dimensiones espaciales. Es
igualmente el caso de la física
newtoniana cuyas nociones de tiempo
y gravedad encuentran sus linderos de
aplicabilidad a determinadas escalas,
después de las cuales no son
funcionales ni operantes. Es también la
situación de la teoría de la relatividad
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que encuentra límites al adentrarse en
el universo subatómico de la mecánica
de las partículas fundamentales. Es el
caso del electrón y su antipartícula, el
positrón, que al colisionar se
transforman sustancialmente en un
fotón; y de un fotón se puede hacer el
proceso inverso. De tal
compartimentación es igualmente
ejemplo la energía transmutada en
materia y la materia en energía. De
manera que tenemos un continuo
fáctico de sistemas en movimiento
yuxtapuestos, descriptible por
secciones y con leyes válidas sólo para
cada una de ellas.…
La mente de Tomás cabalga en
plena expansión de libertad.
Súbitamente se contiene como si una
soga invisible lo hubiese enlazado. Un
velo opaco cubre su memoria e

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inteligencia para entretejer ideas; el
brillo vivaz de sus ojos desaparece.
—Bueno me marcho —anuncia
como si una fuerza interna lo
impulsara contra su voluntad.
—Espera un instante, Tomás –
Rondín lo retiene tomándolo con
cautela del brazo. Queriendo
desenlazarlo de esa soga impalpable
para retornarlo a la luz, le dice:
—Esplendida está la luna. Mírala
Tomás. Como te decía, esta noche
grabamos «La nave de los locos». En
una época se decía que la luna era
amiga de la locura. Leí en un cuento
que Alonso Quijano muere mientras
Don Quijote le entrega su alma a la
Dama de las damas, que la recibe entre
los resplandores de la luna soberana.
En tu planteamiento subyace una
idea asombrosa…

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Una voz que sale inesperada de
entre el ramaje de un árbol, interrumpe
a Rondín. Parece como si el árbol les
hablara; no se ve a nadie. La voz les
susurra: «La amistad es una barca que
en buen tiempo lleva a dos a puerto, y
a uno cuando el tiempo es malo». Ji,
ji, ji, ji —ríe la voz—. Trata de
impedir que tu amigo vaya al abismo,
pero si insiste en arrojarse no te lances
con él… Ji, ji, ji, ji… Grande es el
amor del que da la vida por sus
amigos… ¡Oh Cristo Jesús, sólo Tú!
—¡Santiamén! —exclama Tomás
que alcanza a sobresaltarse.
Entre las sombras del ramaje se
desliza Santiamén hasta el suelo y
desaparece entre la penumbra.
—¿Santiamén? —interroga Rondín
curioso y sorprendido.
—Sí —afirma Tomás—. Es un
personaje vivo y de leyenda de la
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universidad. Nadie le conoce el
verdadero nombre. Todo es fantasía
con respecto a él. Tanto se dice que
fue alumno como profesor de la
universidad que se chifló; que por
enamorarse o no dejarse enamorar de
una compañera, alumna o profesora,
artista, científica o bruja, o todo a la
vez, fue hechizado. Según funcione la
imaginación de cada quien se le
inventa una historia. Nunca se le ha
encontrado en otro lugar fuera de la
Universidad; pero se asegura que lo
han visto en partes diferentes de ésta a
un mismo tiempo. Se ignora dónde
habita. Súbitamente, como ahora,
aparece y desaparece recitando una
sentencia, un aforismo, una máxima,
una proposición, un proverbio una
parábola. Parece que no hay sitio de la
Universidad que desconozca y al que
no pueda acceder. Algún fulano, que
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cometía una irregularidad
administrativa, se atrevió a llamarlo
«Rata» porque le dedicó unos versos
que lo delataron. Ese calificativo fue
una ofensa para la comunidad
femenina en la que goza del mejor
aprecio. Una noche fue el héroe que
impidió una agresión a la integridad de
una estudiante. Ha dado nuestras de
clarividencia vaticinando sucesos. Lo
han visto desplazarse incorpóreo y
diáfano sin posar los pies en suelo, y
traspasar muros. Unos dicen que es un
campo cuántico, otros, que es un sueño
que se escapó de una bella durmiente y
no regresó a ella cuando la misma
despertó. ¿Qué tal? … De manera que
puede ser un personaje para usted.
—Santiamén —Rondín repite el
nombre con acento de incredulidad.

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—Bueno. Ahora sí lo dejo. Que le
rinda la noche. Adiós —y sin más,
Tomás se retira.
—Gracias Tomás —se despide
Rondín. Lo ve alejarse.
Rondín levanta el rostro para recibir
todo el aire de la noche; lo respira
suave pero profundamente. Tras un
corto paseo por entre los senderos de
los bosques y prados de la universidad,
regresa a los estudios del
Departamento de Cinematografía.
Es un día más de octubre, despejado
y cristalino, en que el rector de la
universidad inicia sus tareas más
temprano de lo usual en razón a los
últimos y extraordinarios
acontecimientos. De espaldas al
amplio escritorio y arrellanado en la
silla ligeramente inclinada hacia atrás,
su mente y sus ojos juguetean con la
luna plena de la mañana que no
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termina a aún de esconderse. La voz
delicada de su asistente personal,
todavía algo aterida por el frio de la
madrugada, le deshace el encanto que
por unos segundos ha cautivado su
mente.
—Ya están reunidos los decanos y
los directores en el salón de
conferencias, señor rector.
—¿Sin falta de ninguno, Martha?
—Todos.
—Anúncieme por favor. Gracias
El rector se viste la chaqueta de
paño y ajusta ligeramente el nudo de la
corbata. Se dirige al salón de reuniones
de su despacho. Es hombre elegante en
el vestir; cuidadoso en su
acicalamiento personal; de carácter
afable pero categórico; de pensamiento
lúcido y fina agudeza; preciso en sus
observaciones; hábil argumentador; de
respetuoso humor y sutil sarcasmo en
39
las controversias. Hace pocos meses
fue destacado a la rectoría de la
universidad. De los contados cambios
de mobiliario que ordenó al asumir el
cargo, estuvo la sustitución de la mesa
redonda del salón de reuniones de su
despacho, por una rectangular
contorneada en sus ángulos. Ante la
pregunta de algún curioso observador
de porqué ese cambio, comentó: «El
rey Arturo legó la enseñanza de la
poca y nada conveniencia que los
hombres se sienten a la mesa en
situación de igualdad. Esa tolerancia le
hizo perder al rey, no sólo el reino de
Cámelot, sino también a su amada,
pues Lancelot se tomó igual licencia
para compartir el lecho regio». El
rector, además, refirió a su
interlocutor: «No obstante, le
recuerdo, estimado señor, que cuando
Sancho Panza se negó rotundamente a
40
ocupar la cabecera de la mesa que el
Príncipe le cedió para distinguirlo, éste
le obligó a aceptar ese honor
aclarándole que donde fuese que él, el
Príncipe, se sentare, seguiría siendo el
Príncipe».
El rector ingresa al salón. Antes de
sentarse a la mesa del conversatorio,
previo su gesto habitual de tocar la
punta de su perfilada, sobresaliente y
aguda nariz con la yema del índice
izquierdo, y de reflexionar un instante,
dice:
—Les agradezco la atención a mi
llamado —hace una ligera venia con la
cabeza y toma asiento—. Dos hechos
me asisten para esta convocatoria
extraordinaria. Primero, oficializarles
que, en efecto, el sistema informático
del área de calificaciones de la
universidad fue vulnerado; el ataque
afectó la memoria de seguridad. Sólo
41
cuando se reconstruya el programa
matriz destruido, se podrá tener acceso
a los archivos externos de seguridad.
Este es un problema menor a pesar de
que estamos en vísperas de las
evaluaciones finales. La situación se
hace delicada por la amenaza
inminente de ataques selectivos y
escalonados a otras áreas de
información. La estrategia de defensa,
seguridad y previsión informáticas,
para contrarrestar esta agresión, ya
está en curso. A cada decanato llegará
en el transcurso de la mañana las
directrices a seguir. Considérenlas y
aplíquenlas con detenimiento y
diligencia. Mañana, a esta hora,
presenten por escrito las observaciones
que consideren pertinentes. Cada uno
de ustedes oriente a su cuerpo de
profesores —el rector hace una pausa,
lleva la yema del dedo índice
42
izquierdo a la punta de la nariz y
medita un instante antes de continuar
—: Segundo, el Director del
Consultorio de Psicología de Bienestar
Universitario me ha enterado de un
hecho que merece nuestra atención…
Doctor, por favor, ilustre a la Mesa.
El Director del Consultorio de
Psicología se acomoda los anteojos
que tenía descolgados a media nariz, y
tras aspirar y espirar una línea de aire
para apartar cierta timidez, expone:
—Un par de semanas atrás fuimos
consultados por alumnos que
presentaban ausencia reiterada de
sueño y la consiguiente alteración de
sus ritmos vitales. En tanto se
efectuaba el seguimiento a estos casos,
aumentaron las consultas con los
mismos síntomas. Apreciados en su
conjunto, se evidenció que todos
adolecían de una perturbación
43
adicional del ánimo consistente en
exaltaciones moderadas de
irascibilidad, episodios de angustia,
desolación, apatía, odios y
resentimientos infundados, impulsos
incontrolables a asumir actitudes
hipócritas, a mentir, a ser burlones e
irónicos, marcadamente pesimistas,
destructivos y deshonestos… Se
observó también una tendencia al
enfriamiento de la ternura y de las
expresiones amorosas, y a la
disolución de las relaciones de pareja.
Los casos se han incrementado.
Personal docente ya solicitó consulta
por la misma afección…
Entre la colegiatura de decanos y
directores se suscita un intercambio de
miradas picarescas y sonrisas
suspicaces. La colegiatura está a punto
de estallar en una risotada, pero logra
inhibirse. El Director del Consultorio
44
de Psicología mira por encima del
marco de las antiparras a sus colegas y
sin perturbarse continúa:
—Se ha descartado tanto el efecto
secundario de alguna sustancia
alterante de la conciencia, como la
incursión de un virus o bacteria… Uno
de los pacientes refirió que a sus
manos llego un colirio, que al
aplicárselo regularmente le hizo
recobrar el sueño, pero siempre
acompañado de imágenes oníricas de
arrebatamiento sexual complaciente.
Al describirlas, dijo que lo menos que
ha soñado es haber estado muy
activamente en «El jardín de las
delicias». El colirio, que por demás
parece ocasionar dependencia, ya se
difundió entre los afectados. Por ahora
se ha logrado mantener la situación al
margen del dominio público… Es
todo.
45
Las ocurrencias de humor que
afloraron en las mentes ingeniosas de
Decanos y Directores, se disipan. En el
conversatorio hay un silencio unísono,
con acento de gravedad. Comprenden
que la universidad está en dificultades.
El Decano de la Facultad de Derecho
se apresura a preguntar:
—¿Qué áreas se han visto más
afectadas?
—Los primeros casos se registraron
en el Departamento de Física; más
tarde las consultas provinieron de
Arquitectura, de Filosofía, de Ciencias
Morales y de Artes, donde se han
incrementado… Ninguna consulta ha
provenido de la Facultad de Derecho,
parece que fuese en ella un estado
corriente —precisó el Director del
Consultorio Psicológico con dejo de
mofa.

46
El Rector se apresura a tomar la
palabra:
—Como se sabe, el ataque al
sistema informático ya es de
conocimiento público. Respecto del
segundo hecho, la prensa mencionó el
colirio haciendo una vaga alusión a sus
efectos alucinógenos, pero sin
mencionar los casos psicológicos
antecedentes. Sin menoscabo del
derecho de opinión, el personal
docente y administrativo deberá
proteger el derecho a la intimidad de
los afectados. Como los casos
planteados comprometen la
universidad como institución, sus
organismos y miembros deberán
expresar sus consideraciones por los
conductos oficiales, llegado el caso de
opinar. Cada Decano y Director debe
ilustrar y alertar al personal docente y

47
administrativo de su área para evitar
conflictos con el estudiantado.
Por último, el rector imparte un
marco general de instrucciones a su
colegio de Decanos y Directores y les
da las gracias de antemano por la
colaboración inteligente, precisa y
oportuna con que lo asistan para el
manejo y resolución satisfactoria de la
situación.
Terminado el conversatorio, el
rector, discreto y amable pide a
Ginandro que le brindara unos minutos
en privado. Se encamina con él a la
Rectoría propiciando un dialogo
informal y agradable, habilidad que
manejaba con exquisita solvencia.
—Siéntate —convida a Ginandro a
una de las sillas de la pequeña sala de
visitas—. ¿Café?
—Sí, gracias —acepta Ginandro
complacido.
48
«Martha, obséquianos con tu
amable atención dos tazas de café, por
favor», pide el Rector por el
intercomunicador. Luego se dirige a
Ginandro:
—Se trata de una atención muy
especial de tu parte. Te solicito le
concedas una entrevista al productor
que nos visita, Rondín. Para ello
reserva en tu agenda tiempo a partir
de las seis de la tarde de hoy. Como
bien sabes hacerlo, atiende con
generosidad sus deseos, que sé, son
medidos. Es de interés para la
universidad que el proyecto
cinematográfico que él realiza sea
exitoso. Así se consolidaría la posición
de primer orden que la universidad ha
alcanzado en avances de grabación
holográfica cinética; además para el
Museo que diriges sería muy
satisfactorio incluir en su catálogo la
49
primera realización holográfica
animada del continente de excelente
factura… —el rector hace una pausa
para luego rematar con ese acento de
aprecio y admiración hacia su
interlocutor, con que finamente sabe
alagarlo—, y con tu nombre e imagen
en los créditos. Ya Rondín te precisará
los detalles —y toma, paladeado, un
sorbo de café
No obstante lo insólito de los
hechos que motivan al rector a hacerle
este requerimiento a Ginandro, su
incredulidad respecto a la índole de
ellos y los riesgos que conllevan para
su carrera profesional, tiene sus
razones personales para involucrarse
en los mismos. Debe asegurar la
colaboración de Ginandro para que
acceda sin cortapisas a las solicitudes
de Rondín. Es una condición necesaria
para el éxito del plan. Por eso, hace
50
entender a Ginandro que no le está
pidiendo un favor, sino que le está
impartiendo una orden.
Con el sol, rápido la mañana se ha
tornado brillante; la atmósfera está
quieta; el calor seco, sofoca. La
luminosidad de los colores hace
parecer que todo el ambiente fuese el
reflejo de un límpido espejo sin
contornos. Los alumnos ascienden por
las escalinatas hacia el salón de clases,
más deseosos de estar chapoteando en
las aguas de una piscina, de un
riachuelo o golpeados por las olas
refrescantes del mar, que sentados en
el aula de clase. Ginandro ingresa a
ella. Aun con el sabor deleitoso del
exquisito café, explica, según la
termodinámica, qué es un sistema
aislado, un sistema complementario y
un sistema intermedio de estructura

51
disipativa. A continuación, convida a
Lis a pasar adelante:
—Lis, es tuya la clase.
Ella avanza resuelta pero aplomada.
El sistema de aire acondicionado del
salón se regula automáticamente para
mantener la temperatura ideal; sin
embargo, el calor corporal de Lis está
algo por encima de su nivel normal.
No logra aclimatarse. El temor de
enfrentar el auditorio, de llegar a ser
interpelada por Ginandro, de no poder
mantener la coherencia expositiva, de
ser precaria en la dicción, etcétera, se
encendió con la chispa de su timidez, y
la llama reverbera agitada por ese
torbellino de emociones. Retira el
sudor de su frente con el pañuelo. Sus
mejillas irradian un rubor de manzana
madura; así mismo es el humor que
exhalaba. Sin preámbulos introduce el
tema con voz suave, firme y audible.
52
—La termología es hija de la era
industrial y nace hacía el siglo XVIII.
Ella es la ciencia del calor. Todo
movimiento, todo cambio, todo
proceso, está regido por la acción de la
energía, y el calor es una
manifestación de ella. Al interior del
Universo nada está en reposo absoluto
o que no esté sometido a una fuerza
que lo afecte. El ser humano siempre
se ha interesado por las fuerzas o
energías de la naturaleza. Se ha valido
de la energía del agua para mover la
noria del buque, la rueda de los
molinos o las turbinas generadoras de
electricidad en las represas: es la
energía hidráulica. Se ha aprovechado
de la fuerza del viento a través de los
velámenes de los barcos, de las aspas
de los molinos y de las turbinas aéreas
para producir corriente eléctrica: es la
energía eólica. El fluido de una
53
corriente de electrones le ha permitido
crear campos magnéticos de atracción
y repulsión para mover motores y
trenes de alta velocidad: es la energía
electromagnética. Al sondear las
profundidades de la materia, encontró
que entre el núcleo y el electrón rige
una fuerza que denominó nuclear
débil, y que al protón y al neutrón,
partículas que integran el núcleo del
átomo, los une una fuerza nuclear que
llamó fuerte y que liberó en la fisión
nuclear con resultados «satisfactorios»
con la bomba atómica. De las
reacciones químicas también se ha
valido para producir energía, como en
la combustión, en los motores, de los
derivados del petróleo. Al estudiar el
movimiento de los planetas postuló la
fuerza gravitatoria, cuya naturaleza
aún no se ha precisado bien, por la que
los cuerpos se atraen mutuamente.
54
Lis hace una pausa. Renueva su
aliento aspirando un hilo de aire fresco
que penetra por el ventanal del aula.
Prosigue hilando e ilando sus ideas:
—La energía hidráulica, eólica,
química o atómica, se puede
transformar en otras energías como la
cinética, la térmica o la eléctrica, y
ésta en fuerza electromagnética. La
energía trófica o de la alimentación,
genera energía química. Se distingue
entre energía potencial, que es la
contenida por un objeto y que no se la
ha liberado, de la energía cinética o de
la que conlleva un objeto en
movimiento. En este proceso de
generación y transformación de
energías, y en general en toda
actividad, trabajo o proceso de
modificación de la naturaleza, hay un
gasto de energía que se disipa. Esta
energía se denomina energía inútil.
55
Como es un principio de la
termodinámica, el primero, que la
energía del universo es constante, este
principio comprende tanto a la energía
útil existente en el universo, como a la
energía inútil o disipada. Así, energía
útil más energía inútil es igual a la
energía total. De aquí pasamos la
fórmula «Energía total – Energía
gastada = Energía libre». Cuando toda
la energía del universo era útil, éste se
manifestaba más caliente. En tanto se
ha utilizado esa energía por los
procesos naturales o por la acción del
hombre, la energía inútil ha aumentado
y el universo se ha enfriado tendiendo
a su fenecimiento. Este fenómeno se
denomina entropía, que se asocia con
una tendencia al caos. Este es el
segundo principio de la
termodinámica: la entropía del
universo crece constantemente.
56
Tras un instante de silencio, Lis
anota:
—El frio y el calor también son
causados por estados psicológicos, por
las emociones, como el miedo, el
temor o el amor .Y por último, una
nota al margen de la fuerza
gravitatoria: la tierra se sostiene por la
voluntad de Dios.
Con tomo de voz pausado y sereno,
Lis da por terminada su exposición y
agradece la atención del auditorio.
Regresa satisfecha a su puesto por
haber cumplido con precisión, claridad
y brevedad su intervención. Un sutil
hálito tibio la atraviesa con la
velocidad de un taquión que se
descompone en destellos de alegría.
—Hago una acotación —Ginandro
escribe en la hoja electrónica de su
escritorio una fórmula que aparece

57
amplificada en la pizarra óptica del
salón—: «F = E – TS».
El tic del ojo izquierdo de Ginandro
acompaña su ademán de recoger el
mechón grisáceo que le descuelga de
la cabellera sobre su amplia frente.
Aclara:
—Energía libre (F) igual a energía
total (E) menos la energía ya gastada,
que se enuncia como el producto de la
temperatura absoluta (T) por la
entropía (S). Si bien esto no es de
interés para el objetivo de nuestra
materia, tal es la expresión matemática
de la acertada exposición de Lis. Y
finaliza:
—En su próxima intervención, Lis
nos presentará una perspectiva de la
vida humana a partir del desarrollo de
la materia, precisando la estructura del
ADN, a la que ya aludí. Agotado ese
tema, hablaremos del sistema
58
neurológico humano, en especial en lo
atinente al ojo, para posteriormente
finalizar el módulo que venimos
desarrollando, con la teoría de la luz y
el color.
Ya fuera de del salón, Lis se
encuentran con Tomás en la cafetería
de la universidad. Verse con él por
unos minutos les resulta gratificante.
—Hoy no tengo más clases, amor.
Mariana me aguarda a la entrada de la
universidad. Como sabes, saldremos
de paseo de amigas. Acompáñame a
encontrarla —le pide Lis a Tomás
mientras lleva a su boca el vaso de
agua para refrescar sus labios carnosos
y bien contorneados, que están
ligeramente secos y sedientos.
—Corazón, estoy sobre el tiempo
para la práctica de interferometría.
Haremos pruebas de
microprocesadores ópticos.
59
—En la próxima clase debo
terminar mi exposición —le comenta
Lis—. Deseo aclarar previamente
algunas dudas. ¿Puedes obsequiarme
tiempo mañana en la mañana?
—Puedo. Sabes que mi tiempo es
tuyo —le responde él, y sonriente la
acaricia en la mejilla.
«Mariana ya debió llegar», prevé
Lis. Se levantan de la mesa y se
disponen a salir. «Chao», se despide
ella retribuyendo a Tomás la caricia
con un beso
En tanto Lis se aleja, Tomás da
media vuelta, se encamina a la facultad
de Física, ingresa al baño, refresca su
rostro con agua recogida en la cuenca
de las manos, mira el reloj. Está dentro
del tiempo. Extrae de su morral de
estudiante un pequeño frasco de colirio
y se lo aplica. Se encamina al
laboratorio.
60
Tomás conoció a Lis a través de
Mariana cuando esta fue profesora de
aquella de Historia de Arte Dramático.
Ahora son grandes amigas.
Conforme a lo convenido, Lis y
Mariana se encuentran a las afueras de
la universidad comenzando la tarde,
que será para ellas y que las invita a la
frivolidad.
Ni vehículos ni transeúntes se
apuran. El tiempo parece recogerse en
un presente sin término, como para
que la vida goce con placidez cada
instante del hecho de existir sin
sobresaltos ni expectativas. Lis y
Mariana gustan de estar juntas. Sus
ánimos se hallan dispuestos a
compartir unas horas de esparcimiento.
De los ratos que se dedican saben
hacer un paréntesis, con puntos
suspensivos a lado y lado, en el texto
cotidiano de los días. Almuerzan,
61
visitan un par de centros comerciales a
paso despreocupado y hacen algunas
compras. Entre sorbo y sorbo de una
cálida bebida tónica, conversan,
conversan, conversan… y ríen con sus
almas abiertas y desprevenidas. La
medida subjetiva de este movimiento
fascinante de ociosa frivolidad, el
tiempo, no despliega en ellas su
conmensuración.
—Mariana, tu amigo del alma va a
quedar encantado con el regalo —
comenta Lis, acentuando sus palabras
con un aire afable de picardía.
—Sí que lo es del alma —precisa
Mariana—. Ya sabrás quién es —
remata mirando a Lis. Sabe que a ésta
le espera una sorpresa.
—Mira, Lis —Mariana reduce la
velocidad del auto—. En esta iglesia
me case… ¿Si te casaras lo harías por
la iglesia?
62
Segura de sí, Lis le responde:
—A los hombres no les daría
cuenta de mis asuntos de amor. A Dios
sí.
Mariana aprecia la actitud de Lis.
Sonríe con admiración, y comenta:
—Qué gratos momentos hemos
tenido.
—Gracias Mariana por tu tiempo.
Aprendí de ti que lo más apreciado que
le puede obsequiar una persona a otra
es su presencia, que es su existir.
—Tú me brindas generosa la tuya,
Lis.
Mariana hace cambio de velocidad,
y el auto se pierde suavemente en la
perspectiva de la vía. Entre tanto, el
juego cotidiano de las luces de la
ciudad empieza a decorar el ambiente.
Como una obra de arte al natural, que
cautiva a las dos amigas, se cierra la
tarde entre cambiantes arreboles.
63
Una vez termina de grabar las
escenas de la «Nave de los locos»,
Rondín se dispone a entrevistarse con
Ginandro. Bien sabe que será una
conversación decisiva. Debe ser
cauteloso y preciso. En este caso la
sorpresa es definitiva para el éxito del
plan. Tiene a su favor la autoridad del
rector, por lo que podrá ser categórico
en su solicitud a Ginandro. A esta
ventaja se suma su conocimiento
detallado de Ginandro, que se basa en
información obtenida de fuentes
confidenciales y periféricas a éste,
mientras que Ginandro ignora quién es
él y cuál es su objetivo. Esta
superioridad debe mantenerla hasta el
final, libre de sospechas que agudice la
suspicacia de Ginandro. Por eso no
puede darse ninguna confianza.

64
Sereno, seguro de sí, llega Rondín
hasta la fachada del Museo. Se detiene
un instante frente a ella. Distrae la
mente repasando sus líneas
arquitectónicas. Accede a su interior.
Los minutos que faltan para la hora de
la cita los destina a un recorrido por el
museo. Se destaca su orden, pulcritud
y la sopesada distribución y selección
del material exhibido en un ponderado
ambiente de juego de luces y sombras
que dan magnificencia al lugar, pero
que a la vez lo impregna de una
atmósfera misteriosa y extraña que
hace experimentar una sutil ruptura
con la realidad y que proyecta los
sentidos a una dimensión sin tiempo y
espacio. El lugar cautiva, pero a la vez
deja una sensación de lejanía y
vacuidad. No cabe duda de que el
museo está organizado y dirigido por
una mente especial, de talento y poder
65
para crear realidades y penetrar sutil y
profundo en el alma humana. Frente a
los ojos de las cámaras del circuito
cerrado de seguridad, Rondín recorre
pausado y desprevenido los espacios.
Intuye, y no se equivoca, que está en
las pantallas y es observado con
detenimiento. Debe ser natural, sin
atisbo de mayor curiosidad. A la hora
en punto se anuncia en la recepción.
Ginandro, sin preámbulos, ordena que
lo hagan seguir a su despacho, y sale
hacia la puerta a recibirlo.
—Adelante —convida con
formalidad a Rondín a pasar. Lo invita
a sentarse—. Esta es la mejor hora
para conversar sin perjuicio de sus
labores y las mías —y se acomoda en
su silla frente a Rondín—. Estoy a su
disposición.
Ginandro, sin incomodarlo, con
agudeza imperceptible ha comenzado
66
a estudiar la personalidad de Rondín y
a desentrañar su ser. Rápido sabe que
están en orillas opuestas. Capta en él
una fortaleza interior inusual que
pronto hace olvidar su mediana
estatura y perfil de hombre corriente,
sin atributos físicos que destacar y de
contextura recia en un cuerpo más bien
delgado. Percibe en este un aire militar
eclipsado por una simpatía delicada y
natural, y por su formación
evidentemente culta. La serenidad y
aplomo del mismo lo insta a querer
confrontarse con él para medirlo en su
verdadera firmeza. Conoce cuán fácil
puede resquebrajar esos caracteres.
Ginandro recoge el mechón gris que se
le descuelga sobre su frente; al tic de
su párpado que altera la rigidez de su
rostro lo acompaña una tenue sonrisa
maliciosa, que nace de una conclusión
interior: «Rondín… un intruso. ¿A qué
67
juega?». Está dispuesto a enfrentarse
personalmente con él si es del caso. Le
excita el deseo de doblegarlo, de
avasallarle la voluntad, de penetrar su
ser para someterlo a él. No lo evadirá.
Ginandro toma la iniciativa:
—¿Su objetivo, Rondín? —fue
categórico, pero no agresivo.
—Usted, Ginandro, y su museo. El
museo porque me ofrece la
escenografía para las tomas que
permitirán la composición de ciertas
escenas. En el filme será el museo que
alberga una serie de obras pictóricas
que cobran vida. Entre ellas La nave
de los locos, La extracción de la piedra
de la locura, La caída de los ángeles
rebeldes, cierta versión de Atila ante el
Papa, La escuela de Atenas… Usted,
Ginandro, porque deseo tenerlo
prisionero en el primer filme
holográfico tridimensional del país,
68
realizado enteramente con tecnología,
actores e instalaciones de la
universidad, excepto unos
personalísimos colaboradores míos.
Dígame, ¿no teme a las cámaras?
Ginandro, complacido, se siente
desafiado. Acepta el reto.
—El Bosco, Brueghel el viejo,
Rafael. La mente, los espíritus, la
rebeldía, el saber…Interesante y
enigmático. Detalles —pide Ginandro.
Rondín se restringe al objetivo de la
visita.
—No se alterará en nada la actual
disposición del museo. Las
modificaciones que tendrá serán
asunto de edición. Luminotecnia y
emplazamiento de las cámaras de
grabación de estructuras cuánticas por
estimulación interferómetrica, se hará
bajo ese supuesto. La presencia suya,
Ginandro, es simbólica. Su actuación
69
no tendrá dialogo. Se registrarán unas
cuantas tomas de angulaciones de
picado, contrapicado y primer plano de
usted, sentado en una silla que se
ubicará en el centro del salón principal
del museo. No se requieren más
ensayos que una prueba antes de la
grabación. El cronograma es
igualmente sencillo. Viernes treinta de
octubre para emplazar elementos y
sábado treinta y uno para grabar. El
tiempo que le ruego nos aporte para las
tomas no es más de un par de horas.
Requiero su imagen tal como es. Por
tanto el maquillaje será el mínimo en
razón a consideraciones técnicas.
Cuando usted estime oportuno, mi
personal se contactará con el suyo para
que coordinen las actividades del caso.
Este es el guion en lo pertinente —
Rondín se lo entrega—. No es más

70
Ginandro. Su tiempo me ha sido y me
será valioso.
—¿Inflexible el cronograma,
Rondín?
—Sí, de no interferir gravemente su
agenda. Su comprensión a mis
requerimientos es cara a las fases del
proyecto.
—¿Treinta y uno de octubre? ¿Algo
especial? —Ginandro trata de retener a
Rondín; quiere aproximarse más a él
para sondearlo.
—Sí, un motivo personal —
responde Rondín mirándolo con
cortesía, pero queriendo dejarle una
inquietud.
—Es una fecha de contrarios —
insta Ginandro a la conversación.
—Así suele tratársela —corrobora
Rondín.
—Por una parte «El aquelarre» de
Goya, y por otra «Los arrebatos
71
místicos», de Zurbarán —Ginandro
describe con imágenes la víspera y la
fecha.
—Así es…
Rondín considera que es el instante
de una excusa para que Ginandro no
afine su suspicacia ante su reticencia
de prolongar la conversación más allá
de lo necesario y lo planeado:
—Me provoca usted, Ginandro, a
una fascinante plática. Disculpe mi
descortesía; pero no puedo ceder a esa
inteligente tentación. Cuando la
ocasión me sea propicia para ello,
ojalá usted no esté impedido —Rondín
se levanta de la silla dando por
terminada la conversación.
—Lo acompaño, Rondín.
—Gracias.
Son dos voluntades, dos fuerzas que
empiezan a medirse. Rondín conserva
la ventaja de que su objetivo y plan
72
para alcanzarlo permanece en la
sombra y está en proceso de ejecución.
Fue planeado con cuidado en razón al
poder del oponente; se asumieron
todas las precauciones para que no
fuese detectado. Ginandro percibe que
detrás ese aparente hombre corriente,
como a simple vista parece Rondín,
realmente hay una fortaleza firme,
recia de doblegar, difícil de penetrar y
peligrosa. Pero eso mismo lo seduce a
confrontarse con él. Le demostrará su
superioridad. Será complaciente pero
cauteloso con él; dejará a un lado toda
insinuación o alusión que pueda darle
a entender que se ha puesto no solo en
guardia, sino que también está a la
ofensiva.
Ginandro se detiene al terminar de
descender las gradas del museo.
—Rondín, cuente conmigo para que
sus planes se satisfagan. Que nuestros
73
asistentes coordinen lo pertinente. Ya
tendremos el tiempo que usted no ha
podido brindarme hoy para discurrir en
la sabrosa trivialidad de la
especulación. Sólo tengo una
observación: usted es irritantemente
veraz.
—Ginandro, concluyamos nuestras
tareas y tendremos la dicha de
compartir y disfrutar momentos
inteligentes de frivolidad.
Se hablaron, más que mirándose a
los ojos, intentando escudriñar sus
almas con las lentes de sus pupilas.
Ginandro se encontró con un espíritu
protegido por un halo que reflexiona
cualquier haz de luz que intente
sondear su esencia. Rondín atisbó por
una de las pupilas de Ginandro los
abismos fríos y oscuros del universo
con sus solitarias constelaciones,
galaxias, estrellas y planetas, e intuyó
74
el eco de fondo de la radiación de una
conciencia cautiva; por la otra pupila
vio un concierto de radiaciones
lumínicas como si proviniesen de un
caleidoscopio virtual. Ambos tuvieron
la misma sensación ambigua de
atracción y repulsión personal. Sin
darse la mano, se despiden; dan media
vuelta y caminan en sentidos opuestos.
Rondín regresa a los estudios de
grabación.
Ginandro se dirige a sus cuarteles
íntimos a instruir a su legión. Sopla
una brisa fría. La noche es oscura. En
medio de un pequeño bosque de
acacias sabaneras, se detiene. Agudiza
los sentidos. Intuye una presencia
próxima. Escudriña el ramaje de los
árboles. Descubre entre la penumbra
una sombra mimetizada en el follaje
de las ramas, que emite un sucesivo
«chis…, chis…, chis», y cuando está
75
segura que Ginandro fija su atención
en ella, recita a Mateo 6.22: «La
lámpara del cuerpo es el ojo: por tanto,
si tu ojo está sano, todo tu cuerpo
estará lleno de luz; pero si tu ojo está
enfermo, todo tu cuerpo estará lleno de
oscuridad. Y si tu fuente de luz está a
oscuras, ¡cuánta oscuridad habrá!» Es
Santiamén. Este se desliza entre las
ramas del árbol. Colgado de los brazos
se balancea en una de ellas, salta al
césped y huye entre las sombras del
bosque. Ginandro bosqueja una sonrisa
irónica; retoma el paso y se pierde en
la oscuridad de la noche.

La mañana está fresca y clara.


Tomás y Lis, después de asistir desde
muy temprano a sus primeras clases,
se encuentran en la biblioteca. La
cabellera de ella aún exhalaba la fresca
fragancia de su enjuague mañanero.
76
Mientras la abraza, él se deleita
inhalando sus aromas hasta lo más
profundo de sus alveolos.
—Bien Tomás, al tema.
Se sientan a la mesa. Lis tiene lista
su libreta de apuntes. Le presenta a
Tomás una sinopsis del tránsito del
quark al átomo, del átomo a la
molécula y al virus, de la molécula a la
célula, de la célula a la bacteria y los
organismos multicelulares; en fin, de
lo inerte a lo vivo y animado, en el
ciclo del caos caliente del inicio del
universo, al caos frio de su eventual
final. Le expone un bosquejo de la
estructura del ADN, y de su visión del
ser humano como vida consciente.
—Es una síntesis precisa, Lis.
Anticípate, en general, un tris al tema
que sigue. La física se ocupa de
fenómenos ondulatorios-corpuscular,
de partículas y de energías; la química
77
de los elementos, las moléculas y sus
reacciones; la biología de células y
organismos vivos. Estos fenómenos
naturales los percibe el sistema
neurológico humano a través del
sentido cenestésico, del tacto, del
olfato, del oído, del gusto y de la
visión. Las impresiones que esas
percepciones causan en el cerebro, la
conciencia las discierne en las
nociones psicológicas de corporeidad,
de tangible e intangible, de sonido y
silencio, de frio y calor, de oscuridad y
luz, de sabroso e insípido, de oloroso e
inodoro, de vida y muerte. Así,
Ginandro quedará posicionado en el
umbral del sistema nervioso, los
sentidos y el ojo humanos.
—Gracias mi adorado homo
sapiens sapientísimo. De todo esto no
me gusta el frio final de la entropía.
¿No se conservará eternamente al
78
menos un grado de calor de tu amor
por mí?
De súbito el rostro de Tomás se
contrae; parece perdido en la
millonésima fracción de segundo del
inicio del universo. Sorprendida, Lis le
ve parpadear nervioso uno de los ojos.
Le recuerda el tic de Ginandro. Está
desconcertada. Ninguna de sus
palabras tuvo el ánimo de molestarlo.
A la mañana alegre, de súbito se le
atraviesa un nubarrón de malestar.
Tomás se recompone rápido; parece no
tener conciencia de su momentáneo
desfase. Vuelto en sí, como si hubiese
estado ausente, pregunta a Lis:
—¿Decías?
Lis ignora el instante. Lo mira con
sonrisa alegre. Recuerda que un
homos sapiens sapiens como Gödel se
dejó morir de inanición, el físico
Oppenheimer acusaba esquizofrenia,
79
Newton era un obseso cabalista,
Einstein cojeaba al hacer cálculos
matemáticos y se buscó la muleta de la
constante cosmológica e hizo de la
subjetividad del tiempo una realidad
objetiva del universo; y para otros
cuantos científicos la única belleza que
los cautiva es la que encuentran en la
simetría de las ecuaciones o en las
trampas de las especies para sobrevivir
a costa de otras. Por supuesto que su
amado homo sapiens sapientísimo
debe tener alguna manifestación
emotiva de la nebulosa de
inconsistencias mentales de los genios.
Ello la preocupa y afecta porque en
verdad está enamorada. Se niega a
ponerse triste. Se dice, para sus
adentros, que por fortuna Tomás es
ajeno a la política, porque según
Fromm, en la “Anatomía de la
destructividad humana”, Hitler, Stalin,
80
Churchill, entre otros del Siglo XX,
eran psicópatas.
—Sí. Decía con mi corazón que te
quiero. Bueno, Tomás,
reincorporémonos a nuestras tareas.
Gracias por tu atención. Me fue
provechosa. Seguiré tu consejo. He
avanzado harto con tu ayuda.
Tomás mira el reloj.
—Nos quedan un par de minutos,
mi hermosa flor. No te vayas que tu
fragancia me da vida —es un susurro
melódico que se anima el corazón de
Lis.
—Mi bello jardinero, muy a mi
pesar te dejo —corresponde Lis con
acento cadencioso—. Hoy se graba el
encuentro de Atila con el Papa. Tengo
que alistarme.
En los estudios cinematográficos
todos está dispuesto para la acción. A
la orden del director, suena la claqueta:
81
Las huestes de Atila rugen desafiantes,
amenazadoras. El torrente impetuoso
de su sangre parece estallar los vasos
sanguíneos de los ojos oblicuos hunos;
sus achatadas fosas nasales exhalan los
vapores del humor guerrero; sus
pieles, recios y dúctiles pergaminos,
las baña el sudor; la energía de sus
fibras musculares se agita como si el
Volga les tributase su fuerza
desbordada. A su vanguardia está el
altivo, soberbio, arrogante, implacable
e indómito Atila. A horcajadas en la
cabalgadura, extiende su recio brazo.
Las venas le palpitan con el mismo
furor con que se agita su pasión
amando a sus amadas. Su voz truena
en altaico dando a su ejército la orden
de parada; es cortante como su espada,
dura como su carácter, impositiva
como su voluntad. Es la misma voz
que habló en latín siendo Atila
82
príncipe estudiante en Roma. Para
entonces ya tenía el anhelo claro y
decidido de cercenar el Imperio
romano e imponer el suyo. Como rey
soberano, frente a su pueblo guerrero,
está cumpliendo con esa empresa. Ha
adelantado una campaña política,
militar, diplomática y de terror para
expandir su poder desde el Volga hasta
el Danubio, desde el Mar del Norte
hasta los Alpes. Plantado ahora en los
extramuros de Roma, en pie de guerra,
despliega toda su intimidación bélica
frente a un ejército que estima
enemigo. Este ejército, valiente,
arrojado y sin dejarse amilanar por el
bárbaro, no se quedó atrincherado en
sus aposentos, ni se escondió temeroso
bajo el manto de su pompa. Convocó a
sus generales, concitó sus milicias,
vistió con dignidad, decoro y arte sus
mejores y sacras galas y avanzó
83
decidido a la batalla. Para que en la
Ciudad Eterna no quede piedra sobre
piedra, el huno tendría primero que
teñir de sangre la Cruz. Con ella en
alto, como máximo estandarte y arma,
el Papa León I comanda sus huestes
que enfrentan a Atila. La escena es
magnífica, cargada de tensión; insólita
por el contraste de los ejércitos y los
contendores; asombrosa por la bravura
guerrera y amenazante de los hunos,
ansiosos de atacar; admirable por la
firmeza, temple y fuerza espiritual que
irradia la Iglesia en pie de lucha;
desconcertante por las armas que se
confrontan. Atila se desprende de su
séquito y avanza imponente hacia el
Papa sobre su briosa cabalgadura
negra de musculatura recia y
palpitante; León I desmonta de su
corcel y a paso resoluto se adelanta
igualmente hacia Atila. El rey huno
84
empuña su espada, el Papa su
crucifijo. Sopla un viento que se torna
impetuoso en tanto los dos guerreros
se aproximaban. Se hace un silencio
total. Frente a frente, cara a cara,
como extraídos de la realidad, en
medio del vórtice del viento
huracanado, los dos varones generales
se ven guerrear con la palabra. Pasan
minutos eternos. Es impredecible el
desenlace. Hay tensión en los ejércitos.
La columna de viento súbitamente se
parte en dos huracanes destellantes;
parecen arrancarlos del suelo.
Finalmente, batallando contra la fuerza
del viento, Atila da media vuelta en su
cabalgadura y León I sobre sus
sandalias. Los dos huracanes se
disipan en brisa, y dos rayos salidos de
ellos, San Pedro y San Pablo que han
asistido al Papa, se recogen hacia las
infinitas profundidades del cielo azul.
85
Al galope, el rey huno se reincorpora a
sus hombres; espera que el
representante de Cristo se integre a sus
filas. Atila levanta el brazo con la
mano empuñada en sentido horizontal.
Rugen sus huestes. Gira el puño, e
imitando el gesto romano, extiende el
dedo pulgar… hacia el cielo; luego
expande la mano hacia el Papa. En el
otro extremo, León I sonríe y alza
ligeramente su crucifijo; monta su
corcel. En la distancia, se miran por
última vez los dos generales. Se
escucha la voz de mando de Atila. El
ejército huno se abre por el centro
dando paso a su rey. Al llegar a la
retaguardia, Atila desgarra un grito de
repliegue. Cabalga indómito hacia las
estepas madres de su pueblo, para ir a
morir en el campo de batalla de la
pasión, en brazos del amor.

86
Las imágenes se sucedieron una
tras otras en tanto la claqueta se
accionaba para registrar las tomas.
Transcurrieron varias horas de
grabación. Camarógrafos, técnicos en
interferometría laser, de sonido y en
general todo el equipo de filmación,
más que agotados están enteramente
satisfechos. Rondín, el director, no
oculta su satisfacción. Felicita al
equipo de trabajo. Una sensación
intuitiva lo hace mirar hacia el sitio
donde está Ginandro; comprende que
éste lo ha estado observando mientras
se filmaba. Se sonríen corteses
mientras se acercan uno al otro.
—¿Impertinente? —pregunta
Ginandro.
—No —responde Rondín—. ¿Le
agradó la escena?
—No resistí la tentación de
espiarlo. Es un trabajo altamente
87
profesional… ¿Qué cree usted,
Rondín, que hablaron esos dos jefes de
poder? —pregunta Ginandro con un
leve dejo de malicia.
—Como usted lo sabe, es una de
esas conversaciones ignoradas por la
historia.
—¿No estará en los archivos del
Vaticano?
—Es posible… Mas qué hablaron
no interesa tanto como qué fue lo que
aconteció.
Es evidente el ánimo de Ginandro
de propiciar una charla abierta, y el de
Rondín el de ser parco. Para no
parecer huidizo, Rondín anota:
—¿Por qué desistió Atila atacar?, se
suele preguntar.
Ginandro apunta:
—Se dice que se tranzó por una
mujer.

88
—El cuadro de Rafael sugiere otra
razón —replica Rondín—. El caso es
que se midieron dos fuerzas poderosas.
¿Qué hablaron Bolívar y Sanmartín
por lo que éste le cedió el paso al
Libertador? Son secretos del poder.
¿Qué hablan Platón y Aristóteles en
«La escuela de Atenas»? La misma
pintura lo revela. A propósito,
Ginandro, está invitado a la grabación
de esa escena que se hará después del
31 de octubre…Hoy tuvimos un
trabajo arduo pero gratificante…
Ginandro entiende que Rondín
está por concluir la charla y se anticipa
a despedirse.
—Bien Rondín, sé que tiene que
continuar con sus labores y yo debo
retomar las mías. Disfruté el rato.
Perdone mi intromisión.
Se despiden afables. Rondín
comprende que Ginandro ya está
89
actuando. Ginandro por su parte
confirmó que la impenetrabilidad de
Rondín es un muro tras el que se
esconde una intención. ¿Cuál? Ya lo
sabrá. Rondín conserva la ventaja de
tener la mira en el objetico; Ginandro
sigue con la desventaja de tener que
descubrirlo. Por ahora le resultaba
insondable la mente de Rondín. Esto lo
irrita, pero a la vez eso mismo lo hace
sentirse más atraído hacia él. Pronto
hallará la punta del hilo para halar y
deshacer la trama y la urdimbre del
velo. Intuye que será el día de la
filmación en el museo. Para entonces
le estrechará el cerco a Rondín.
Entrada la noche, Mariana y
Tomás, ya en sus piyamas, reposan en
un amplio sofá. Ella lo inquiere:
—¿Has hablado con Catalina?
El noticiero televisivo les atrapa la
atención: «Hoy en horas de la mañana
90
un grupo de estudiantes de la
Universidad realizó un mitin frente a
la rectoría para pedir la suspensión del
proyecto fílmico que se realiza con
personal ajeno a ella, con recursos
técnicos de la misma y promovido con
fines ideológicos oscuros con base en
un guion alienante. Los estudiantes
piden que se investigue el origen de la
producción y de su director. Según un
boletín que circuló entre los
estudiantes, no es clara la utilidad del
proyecto para la Universidad, y sus
ejecutores podrían estar
comprometidos en algunas anomalías
que se han evidenciado al interior de la
institución. Los implicados han
soslayado la crítica estudiantil».
A Mariana el pecho se le oprime al
ver las imágenes televisivas y escuchar
el contenido de la noticia. Mira con
suavidad a Tomás y le pregunta:
91
—¿Qué opinas?
Tomás sonríe con burla y
escepticismo.
—Cacería de brujas, abuela. Para
mí es clara la importancia
cinematográfica de ese proyecto
fílmico para la universidad. Eso lo
sabemos quienes estamos vinculados
al desarrollo de la banda cinética
holográfica en el laboratorio de física.
En cuanto a Rondín, el director de ese
proyecto, prácticamente todo lo
ignoro… Sin embargo él me
simpatiza. No tiene mala energía.
—Estoy confundida.
—Si algo te preocupa por Lis, ella
es sólo una actriz. Desinterésate
abuela.
—Tomás, ¿qué intensión habrá tras
esa noticia? ¿Informar?
—Hay un error de apreciación o un
deseo deliberado de tergiversar los
92
hechos. De otra parte, dudo que en el
equipo de filmación haya infiltrados
que estén saboteando la universidad…
Sin embargo, nunca se sabe.
—Información malintencionada —
susurra Mariana para sí. Suspira
levemente y hace un gesto que Tomás
no sabe interpretar si es de
incredulidad, sorpresa o desconcierto.
—Es tarde. Por mi parte yo iré a
suspirar por Lis en el lecho. Mañana
me comunicaré con Catalina. Buenas
noches abuela.
Tomás se levanta de la silla, besa a
Mariana en la frente, sale del cuarto de
televisión, pasa al baño de su alcoba,
se hace el aseo personal, se aplica el
colirio, se mete en la cama y cierra los
ojos. En verdad suspira por Lis. Recita
en voz baja el verso que aprendió de
Mariana: «Oh suspiro mío, como
quisiera hallarme donde te envío».
93
Mariana, más serena, ya en el
lecho, apaga la lámpara. Con el rosario
en sus manos, reza en la oscuridad e
intimidad de su conciencia. Ruega
porque todo salga bien.

El día está despejado. Por el efecto


del calor la pista de aterrizaje parece
ondular. La Capital despide destellos
de plata y oro por los reflejos del sol
en los cristales de su arquitectura. El
verde de los cerros orientales,
majestuosos y apacibles, entrecortan el
límpido azul del cielo. Susana ha
sobrevolado otras ciudades del mundo,
pero a sus ojos, la suya exhibe una
belleza especial. Su desarrollo
urbanístico errático, se reorientó
finalmente, a lo largo de varias
décadas y relevos generacionales, por
novedosos derroteros funcionales y
estéticos. Está ansiosa de caminar sus

94
calles, plazas y parques, de visitar sus
centros culturales y comerciales, de
deleitarse con la fría brisa de la
mañana en la cima de Monserrate y
solazar desde allí su mirada con la
magnífica expansión de la sabana. Ha
tenido la fortuna de estar en los
Pirineos, en los Alpes, en el Himalaya,
pero la hidalguía geológica de los
Andes es única para su gusto. Se
complace de haber nacido sobre ellos.
Ya son varios años sin ver su gente,
sin compartir la informalidad y
espontaneidad de su juventud. Pero al
fin está de nuevo en su ciudad natal.
La aeronave toca pista. El corazón de
Susana palpita alegre; sin embargo en
su pecho viaja escondida una leve
sensación de temor. Contados días la
separan de su primera experiencia en
la clase de misión por la que retorna a
su patria. Sus instructores la han
95
capacitado a conciencia, conoce
puntualmente los manuales y ella no
dejaba de estudiar cuanta literatura e
información trata del tema; mas nunca
ha puesto en práctica sus
conocimientos. Ahora lo hará como
asistente en un caso que puede
desbordar su peligrosidad con
consecuencias cuyo carácter nefasto
bien conoce. La entusiasma trabajar al
lado de un experto que ha templado su
competencia en pruebas difíciles.
Cuando él le comunicó haberla
seleccionado para integrar un equipo
de tres asistentes, se llenó de júbilo
silencioso y se alegró porque sus
esfuerzos para destacarse como
alumna suya en los talleres de
instrucción como parte de su
formación universitaria en cierto país
del septentrión europeo, fueron
fructíferos. La aeronave termina su
96
carreteo por la pista. Ya en la escotilla,
Susana cierra los ojos por un instante y
respira profundo el aire de la
atmosfera capitalina. La tenue brisa le
ciñe al cuerpo la bata informal que
viste. A su recuerdo vienen los
aromas, que deleitan su espíritu, de
pino, eucalipto, durazno, cerezo,
breval, ciruelo y de césped húmedo
recién cortado de su ciudad natal. Se
insta a sí misma: «Adelante». Su
delicado cuerpo desciende las
escalinatas. Los rayos del sol acarician
su amable rostro, de piel tersa como el
durazno, y llenan de esplendor su
cabellera dorada. Pasea despreocupada
por los corredores del aeropuerto.
Nadie la espera en él. Ese fue su deseo
para estar a sus anchas en las primeras
horas de su llegada a la capital. Quizá,
después de cumplir la misión, tendrá
tiempo para compartir con otras
97
personas. Toma el teléfono de entre el
pequeño bolso de cuero que cuelga de
su hombro y cumple con informar a
sus superiores su arribo. Su mínimo
equipaje llegará al hotel remitido por
la aerolínea. Pasarán un par de días
antes de ser contactada en el hotel para
unirse al equipo de trabajo. Entre
tanto, se dará el gusto de ser una
turista en su ciudad y vivirá
desprevenida su «absoluto continuo»,
como suele llamar el decurso de la
vida.
Dos lunas después: En el suntuoso
salón de espera de la recepción del
hotel, Susana aguarda a su contacto.
Lo identifica en el acto al verlo entrar.
Alto, de buena contextura física, de
semblante jovial, sobriamente vestido
de negro e impecable. La busca con la
mirada. Ella se levanta de la silla y se

98
dirige hacia él. Nunca se han visto
pero se intuyen.
—Hola, ¿Susana? —la saluda
afable con acento entre interrogativo y
afirmativo.
—Sí.
—¿Lista?
—Sí.
—¿Vamos?
—Vamos.
Salen del hotel. Afuera una
camioneta blanca los aguarda. El
contacto le abre gentil la puerta
trasera. Él se sube en la parte
delantera, junto al conductor.
—Remberto, uno de tus
compañeros, Susana —los presenta el
contacto—. Después de recoger a
Grillo iremos al sitio de encuentro con
el superior —especifica.

99
—Hola Susana –la saluda
Remberto, sentado en la silla posterior
de la camioneta.
—¡Qué gusto!
Susana no puede ocultar el impacto
que le causa la presencia de Remberto.
Negro como la brea, es un exponente
genuino de su raza. Parece una sombra
en la penumbra de la camioneta.
Susana aguza la vista para detallar sus
rasgos físicos. Joven, vivaz; lo rodea
un aura de sutil inocencia, bondad y
apacibilidad inconmovible. Con el
reflejo de las luces de la ciudad su piel
irradia destellos de iridiscencia
petrolea. La sonrisa le es una constante
de vitalidad existencial que en las
próximas horas le será sometida a
prueba. Su blanca dentadura parece
esculpida en mármol y flotar en la
atmósfera oscura del vehículo. La

100
cadencia sosegada de su voz le ayuda a
Susana a revelar su procedencia.
—¿Del pacífico?
—Sí. De un pueblito, mejor, de un
caserío entre el verde follaje de la
selva chocoana, no muy distante del
mar.
—¿De dónde vienes? –pregunta
Susana, más que por curiosidad,
interesada en conocer a su compañero
de misión.
—De Etiopía
—¡¿De Etiopia?! —más que una
pregunta fue una exclamación de
admiración de Susana.
Ante la sorpresa de Susana, la
esplendorosa sonrisa de Remberto
exhibe a plenitud su casi irreal
dentadura.
—¡Vaya, Remberto, tu dentadura es
maravillosa! —la elogia Susana con
fino acento de admiración.
101
Remberto baja ligeramente el rostro
y guarda un instante de silencio. Su
mente toma impulso y sin más
preámbulo argumenta:
—Según la teoría de la neotenia de
los evolucionistas, el hombre es un
simio inmaduro. En el vientre materno,
en su tránsito de embrión a feto,
comparte formas larvarias afines a las
de un simio, pero se frustra su
desarrollo de tal con un parto
prematuro a los nueve meses de
gestación. Mas en su desarrollo
extrauterino, el hombre se aleja por
completo del simio, al punto de darse
casos insólitos como el mío, que,
siendo negro, de raíces africanas, de
donde se dice que arrancó la evolución
del homo sapiens, se llega a tener una
dentadura que, más que funcional para
una sobrevivencia, resulta de impacto
estético; y qué decir de la versatilidad
102
y finura de la mano. ¿Sabes cómo se
puede concebir al hombre a partir de la
teoría de la neotenia?... Como un
oligopithecus o simio retardado —
Remberto hablaba y no dejaba de
sonreír. Los ojos le brillan como
diamantes tras las pupilas cargadas de
picardía.
—Fenomenal. El ser humano, un
oligopithecus —sintonizada con
Remberto, Susana le sigue la
conversación—. Las paradojas de la
naturaleza. El hombre, por ser un
simio inmaduro, deviene homo sapiens
sapiens, y el simio, por alcanzar su
madurez, se le frustra el desarrollo de
la inteligencia y la conciencia. Esto
equivale a plantear que cualidades
excelsas para vivir, como la
inteligencia y la conciencia, surgen del
retardo o de la ineficiencia, y que la
eficacia o lo más apto para sobrevivir,
103
que sería para el caso la recursividad
instintiva del simio maduro, conduce y
se consolida en la animalidad
inconsciente o brutalidad: el simio
ignora que es simio, el hombre sabe
que es hombre. Los errores de la
naturaleza, ¿o de las teorías?, que
generan los saltos cualitativos del
progreso. Este es el espejismo o
inversión ilusoria de la imagen del
desarrollo. Se plantea que entre más
arcaicas sean las afinidades entre las
especies, más se aproximan a un
tronco común. Esa idea subyace en la
argumentación evolucionista. Pues
bien, en las primeras fases del feto éste
conserva la membrana interdigital, y
antes, como embrión, muestra
características que evocan la fauna
anfibia, por eso infiero que primates,
antropoides, simios y homínidos tienen
como parientes a las aves y a los
104
sapos, que conservan la membrana
interdigital.
—Vaya si son ustedes ociosos —
tercia el contacto, que había estado
escuchando atento pero divertido la
disquisición—. ¿Y las evidencias
fósiles? —pregunta, instigador.
—Ese no es problema nuestro –
acota Remberto—. Es problema de la
paleontología evolucionista. Los
fósiles no son prueba determinante
para tener la certeza clara y manifiesta,
sin duda alguna, que, en el caso del
hombre, su ascendencia es una forma
de vida primaria e inferior, que con el
transcurso del tiempo devino, en un
proceso selectivo de transformaciones,
en el organismo complejo que es el ser
humano, coronado por la conciencia
de la existencia. Y estimo que sea
cualquiera la perspectiva con que se
mire el evolucionismo, siempre habrá
105
ausencia de eslabones perdidos
fosilizados y ramas truncadas. Unos y
otras se distancias de sus puntos de
unión como las galaxias se apartan
unas de otras en tanto se expande el
universo. Con tan ostensible «punto de
quiebre» han vendido el producto.
¡Qué falta de control de calidad! Al fin
y al cabo, oligopithecus.
—Un momento por favor
apreciado Remberto —interpela
Susana—. Yo aspiró a tener también
un mercado para mi idea, si bien ella
igualmente adolece de eslabones
perdidos. No sólo el feto humano se
desarrolla en un medio acuoso y en su
forma más arcaica tiene membranas
interdigitales, sino que además en lo
recóndito de su ser subyace el ansia de
volar, pulsión arcaica que ha logrado
satisfacer. En este sentido ha seguido

106
la línea de las aves…, ¿o tiene algo del
linaje de los ángeles, que tienen alas?
—Susana, espera que recojamos a
Grillo y te doy un escopetazo —la
previene el contacto.
—¿Un escopetazo? Como que tú sí
eres de la línea homopithecus,
caracterizada por las explosiones; y si
no, ahí está la tal teoría de la Gran
Explosión que dio origen al universo,
la bomba atómica, para mencionar
sólo los extremos —replica Susana.
La camioneta orilla junto al andén
de la Plaza del Chorro de Quevedo.
Sentado en un escaño frente a la
capilla está Grillo. Se levanta y camina
hacía el vehículo. Alto, muy alto,
atlético, de piel canela. Su cabellera
color pimienta, recogida en una cola,
cae sobre sus espaldas como si fuesen
las fibras de un gran pincel. Sus rasgos
son genuinos de aborigen
107
norteamericano. Ojos y nariz de
águila; mentón perfilado y firme;
mejillas hundidas. Exhala la serenidad
de un búho. Su ser encierra un arcano
que lo hace enigmático. Avanza por
entre la muchachada que inicia su
noche de tertulia. Camina como un
coloso mítico que remonta tiempos
fantásticos. Se espera que de sus finos
labios salga un saludo en su lengua
nativa, que emergido de las aguas del
Misisipi, volase por entre las montañas
rocosas, se hiciese eco en las paredes
del Cañón del Colorado, remontase los
volcanes mesoamericanos, rasgase las
tempestades del Caribe para penetrar
por entre los pliegues de la trifurcación
de la cordillera andina, planease sobre
la sabana cundinamarquesa para ir a
posarse en las neuronas auditivas de
sus compañeros de misión; pero se
escucha un «buenas noches» en
108
español, enredado en un dejo de
inglés. Su voz es hueca pero
agradable. «¿Quepo?» Pregunta
mientras dobla casi medio cuerpo para
subir a la camioneta. Dentro se
presenta:
—Soy Grillo.
El silencio es total. Grillo parece
otra paradoja de la naturaleza.
—Yo, Susana.
—Y yo, Remberto.
—Grillo —el contacto hace
específica la presentación— es
biólogo, con doctorado en biología
molecular. Susana se licenció en
antropología y Remberto en etnología.
De manera que tienen bien
condecorados los hábitos.
Susana, que había estimado la
camioneta desproporcionada para la
ocasión, ante el tamaño de Grillo y del
mismo Remberto, ahora le parece que
109
no es lo suficiente generosa en
espacio. En medio de ellos, se siente
diminuta.
—¿Nombre de pila? –le pregunta
Susana a Grillo con ademán
respetuoso y amigable.
—Sí, Susana. Primero por el rito
potawatomi y después ratificado por el
rito católico. Cuando nací, en luna
nueva, un grillo saltó sobre el vientre
de mi madre llevando en su lomo a su
cría. En el calendario gregoriano era
un 24 de diciembre.
Susana detalla el rosto del
«algonquino»: Ojos, frente y nariz de
águila; mentón perfilado de hombre;
mejillas, pómulos y entorno del rostro,
de grillo.
—Eres un cuento hermoso, Grillo
—resalta Susana.
—Gracias… Y aspiro a ser una
leyenda —además del inglés y de su
110
lengua nativa algonquina habla el
castellano.
—Grillo, estaba por darle un
trabucazo a Susana —le comenta el
contacto para introducirlo en la
conversación—. Ella sostiene que por
el ansia psicológica que tiene el
hombre de volar, que data de tiempos
remotos, y por las membranas
interdigitales que tiene el feto humano,
su linaje evolutivo es de la estirpe de
las aves. Pero olvida una cosa, el
hombre comparte el 99 por ciento de
su estructura genética con el
chimpancé. Por su parte Remberto
soslaya las evidencias fósiles que
contribuyen a sostener el
evolucionismo. ¿Qué opinas Grillo?
—En realidad, con base en las
supuestas pruebas de los fósiles, es
débil la imputación de la paternidad
del hombre a una línea evolutiva
111
antropomorfa. El vacío de los fósiles
es incontrovertible, aun cuando la idea
más difundida sea la contraria. No hay
nexos paleontológicos entre el
australopithecus, el ramapithecus, el
homo faber y el homo erectus que
conduzcan al homo sapiens sapiens.
Esto dio lugar al cuento del eslabón
perdido de la cadena evolutiva,
entendida como el parentesco en
sucesión lineal continua entre el homo
sapiens y el simio, y para hacer más
entretenido el rompecabezas, se
concibió la evolución antropomórfica,
ya no en forma lineal recta ascendente,
sino de manera ramificada y a saltos
adaptativos discontinuos, lo que hace
nugatorio científicamente hablar del
eslabón perdido. Ni siquiera la
paleontología encontró apoyo en la
biología molecular, que terminó por
ser una vía alterna para tratar de llegar
112
adonde no puedo hacerlo la
reconstrucción evolutiva a partir de los
fósiles. Las indagaciones moleculares
del ADN y las proteínas para
establecer parentesco entre las
especies, ha arrojado resultados
contradictorios con lo que había
establecido el estudio de los fósiles. La
biología molecular ha establecido que
la afinidad de la cadena de proteínas
del hombre y del chimpancé es del 99
por ciento, por lo que se piensa que sus
diferencias genéticas son del uno por
ciento. Por demás, el genoma humano
se diferencia sólo un diez por ciento
del genoma de la rata de alcantarilla.
Mas la distancia que separa al hombre
del chimpancé es abismal al
comparárselos física y mentalmente.
La diferencia física es tan notoria que
los mismos evolucionistas han querido
salvar el abismo con el concepto de
113
neotenia, según el cual, entre otras
cosas, como el hombre tiene rasgos
semejantes al feto del chimpancé, ello
prueba que se frustró su desarrollo
para llegar a ser uno de estos, por lo
que nace con un cerebro retardado en
relación con el de un chimpancé de
poco tiempo de nacido. La distancia
mental es tan abrumadora, que el
hombre habla, ha construido idiomas,
hace e interpreta la historia, es creador.
No se puede ignorar que las fantásticas
realizaciones intelectuales, culturales,
sociales, estéticas y amorosas que
cualifican al hombre, lo hacen único.
Ante ese escaso margen de diferencia
en la afinidad genética, los factores
que hacen al hombre transcienden lo
genético homínido. De manera que,
en general, las semejanzas genéticas,
anatómicas y embrionarias, sólo por
asociación permiten sustentar un
114
pasado antropomorfo evolutivo del ser
humano, que no es más que aparente.
Quizá por eso, desde la perspectiva del
mal, Darwin consignó en uno de sus
cuadernos de notas que «el bisabuelo
del hombre es el diablo en la forma de
mandril», filiación que explicaría por
qué hay hombres que tergiversan,
mienten, odian, difaman, traicionan y
asesinan. En tanto que a veces el homo
sapiens se comporta como simio
inmaduro, eso sí permite sostener un
linaje común entre ellos.
Hay una razón personal por la que
me agrada la posición de Susana y es
que si bien admiro cómo ciertos grillos
llevan sobre su lomo a sus crías de
vuelo en vuelo y de salto en salto,
como mi madre me llevó atado a sus
espaldas, mi alma siempre ha sido de
águila, y recuerden que alguien, de
quien todos nosotros tenemos noticia
115
porque batalló contra el demonio,
decía que «se tiene alas porque se
vuela», esto es, no siempre se vuela
porque se tengan alas. Volar, volar, se
anida allá en lo recóndito de nuestra
esencia. Tal vez mi semblante sugiere
esa verdad. Y anhelo volar más allá de
este mundo terminado mi peregrinaje
en él.
Mientras Grillo habla, la camioneta
se desplaza con la misma continuidad
de sus palabras; avanza despacio por la
vía frente a los predios de la
universidad; ingresa a un barrio
residencial contiguo y estaciona frente
a una casa de fachada amplia y bien
cuidado antejardín, en una calle en
penumbra, tranquila, silenciosa.
—Ah caray, si son ustedes
impenitentes en el tema. Apropósito,
recuerdo unos versos —apostilla el
contacto sonriendo—: «Mi teoría es
116
mejor, sea o no nueva, /Pues la abona
experiencia cotidiana: /Que el germen,
la viciada raza humana, /De toda
clase de animales llena.» El
evolucionismo de antemano sabe
adónde llegar. Por supuesto, todas las
cargas las ajusta en el camino. Eso lo
hace un falaz creacionismo
materialista ideológico — y sentencia
como poniendo punto final a la
conversación—. Bien, hemos llegado
—anuncia—. Esta será su residencia y
cuartel por unos días —puntualiza
mientras los acompaña hasta la entrada
de la casa—. Éxito en la misión. Hasta
aquí llega mi compañía —se despide
después de saludar a quien abrió la
puerta.
El interior de la casa es austero. La
persona encargada de ella, jovial pero
más silenciosa que conversadora. Los
conduce hasta sus habitaciones. Una
117
cama, una silla, una mesa de noche
con su lamparita. Destaca el aseo y el
silencio acompañado de un vacío que
invita al recogimiento o puede
provocar angustia y desolación. Luego
de instalados, Susana, Grillo y
Remberto, son convocados por el
encargado a uno de los salones. Unos
minutos después ingresa Rondín. El
saludo es breve pero fraternal. Rondín
entra directamente al tema:
—De mis registros seleccioné a
cada uno de ustedes por sus especiales
cualidades. Doy fe de ellas por haber
sido mis alumnos. Grillo en
Washington, en la Universidad
Católica de América, Susana en la de
Lovaina, donde Georges Lemaître
planteó la teoría que condujo a la del
Big Bang o de la expansión del
universo, y Remberto en Etiopia. El
estudio del caso que enfrentaremos me
118
reveló la necesidad de asistirme de las
mejores y más lúcidas conciencias y
fuertes voluntades que he conocido en
el curso de mi actividad docente, para
que se enriquezcan con la experiencia
y para que se conozcan a sí mismos en
la acción. Ningún caso es fácil, cada
uno, como saben, tiene sus propios
riesgos y todos exigen igual
responsabilidad, preparación, lucidez y
agudeza para sortear los giros
imprevistos que cada situación toma
inesperadamente. En este caso el
contendor es especialmente fuerte,
hábil y sutil. Para dominarlo, nuestras
fuerzas deben comprometerse sin
reservas. La ventaja que se tiene sobre
él es que no ha detectado nuestro
objetivo. Para asegurar la estratagema,
solo un número recudido de personas,
las estrictamente necesarias, conocen
la misión. Esta ventaja nos permitirá
119
reducir al oponente para propiciar la
confrontación; una vez acepté el reto,
permanecerá en el campo de batalla
hasta el final, que no tiene tregua ni
acuerdos, sólo vencedores y vencidos.
El precio de nuestra derrota lo pagaría,
además de nosotros, una conciencia
que se perdería, el prestigio de
personalidades importantes, con cuyo
conocimiento y aquiescencia se lleva a
cabo la misión, como también la
institución a nombre de la cual
actuamos y para la que vivimos. Ella
sería puesta de nuevo en entredicho y
en descrédito. Sobra recordarles que el
triunfo no será por nuestros méritos,
pues no actuamos en nombre propio.
A continuación Rondín precisa
detalles, día, hora, lugar, persona y
procedimiento de la operación, e
imparte instrucciones menores.

120
—Como pueden apreciar, no hay
nada nuevo ni extraordinario en el
esquema general de la misión. Sólo
que se adapta a las circunstancias
particulares de tiempo, lugar y
personas. En esto consiste el éxito de
la aplicación del manual, en saber
ajustarlo a las exigencias de cada caso
y en estar en condiciones personales
óptimas para realizar el procedimiento.

Sábado 31 de octubre. La tarde es


apacible, la Universidad y sus
alrededores están en aparente calma.
Parece como si nada transcurriera y el
tiempo estuviese suspendido. La
atmósfera, aun tibia, de un día soleado,
recibe los alientos de una tenue brisa
cálida. Subyace una cómplice
expectativa en el ambiente. Para unos
será noche de brujas, sortilegios,
diablos, saboteos e inquisidores; para
121
otros, víspera de la celebración de
todos los santos y de oraciones por las
almas arrebatadas por el mal. El
primero en salir de la residencia es
Grillo, lo sigue Susana y cierra el
grupo Remberto. El encargado de la
casa ajusta la puerta tras ellos. Los tres
escudriñan el cielo con la mirada y
descubren en el oriente a la luna del
atardecer asomarse esquiva. Avanzan
resolutos. Susana en el medio,
extiende al máximo el compás de sus
pasos para ir a la par de sus
compañeros. A lo poco exclama con
voz de ruego: «¡Uf!¡Espérenme!»
Grillo y Remberto se miran. Sonríen
cómplices. Cada uno toma de un brazo
a Susana y con delicadeza la levantan
del suelo. Con ella en el aire avanzan
divertidos unos cuantos pasos. Entre
tanto, el sol, al occidente, con sus
destellos, coquetea tras las
122
edificaciones que proyectan sus
alargadas sombras matizadas por una
pátina dorada, y de las que parece salir
un desfile subrepticio de fantasmas
que se agitan en sinuosas contorsiones,
escurriéndose dentro de la universidad.
Un pequeño grupo de niños
disfrazados llega saltarín hasta ellos y
les hace corrillo entonando versos para
la ocasión. Desprendidos ya de la
chiquillería, acceden a los predios de
la universidad. Todas sus
dependencias se erigen en un
espléndido campus de amplias zonas
verdes, artísticos jardines bellamente
cultivados y pequeños bosques que
oxigenan el espíritu. Aquí y allá, uno
que otro estudiante y docente va y
viene sin apuros. En el ambiente
reposado va penetrando una onda de
desasosiego que se concentra en la
plazoleta de enfrente del Museo.
123
Susana, Remberto y Grillo,
ingresan la iglesia de la universidad
que se yergue independiente en un
solar florido. Dentro de ella, Rondín
los espera. En la soledad apacible del
recinto se recogen en profunda
meditación. Luego, salen. Rondín
avanza al frente. Se adentran por el
sendero de un bosque que conduce al
Museo. Las ramas de un árbol se
agitan fuera de lo normal atrayendo su
atención. Una voz se escucha entre el
ramaje: «Esa clase se expulsa con
oración y ayuno». El grupo se detiene
un instante. En el acto Rondín los
previene:
—Tranquilos, es Santiamén. Ya les
hablaré de él.
Al fondo del sendero se escuchan
consignas de protesta.
«El enemigo ya acecha», musita
Santiamén. Su rostro, enmarcado en su
124
espesa melena negra, se deja ver
sonriendo malicioso, y desaparece al
cerrar el follaje del árbol.
Rondín medita un instante. A través
de su móvil se comunica con un
asistente al interior del Museo y da
algunas instrucciones. A continuación
le precisa al grupo:
—Se está concentrando una
manifestación contra el proyecto
fílmico y contra mí frente al museo.
Máxima alerta a partir de ahora.
Separémonos y esquivemos la
manifestación por la parte posterior del
museo para ingresar por la puerta
lateral derecha que nos espera
entreabierta.
Así, inadvertidos ingresan al
Museo. En él todo está listo. El día
anterior fue de trabajo intenso para
instalar las cámaras de grabación
holográfica y las luces de
125
interferometría láser. Cada integrante
del equipo de filmación ocupa su
puesto. Se denota el orden y la
disciplina. Es evidente la expectativa y
el ansia por entrar en acción. El
personal seleccionado sabe que será
una puesta en escena inusual. Su
profesionalismo hace que se imponga
la serenidad. Es una escenografía
fantástica. Rondín imparte
instrucciones. Susana, Remberto y
Grillo pasan al vestuario antes de
ocupar sus posiciones. El asistente de
dirección verifica datos. Rondín
constata la hora en uno de los relojes.
Falta el protagonista principal. Si el
rector y Ginandro son puntuales, están
por llegar. En efecto, no se hacen
esperar. Afuera se intensifica la
vocinglería de protesta. Pronto
ingresan al museo. Rondín va a su

126
encuentro. El saludo es breve y
cordial.
—Es un ambiente fascinante —
toma la iniciativa el rector—.
Sinceramente espero que todo sea
exitoso a pesar de la inconformidad
que se expresa afuera.
—Saldrá bien señor rector, entre
otras razones, gracias a su decidido
apoyo, y en especial a la buena y
generosa colaboración de Ginandro,
quien ayer nos brindó un ensayo –
puntualiza Rondín.
—Ginandro, insisto en mi
reconocimiento a su amable
colaboración. Quería estar con ustedes
al menos unos instantes… Bien, los
dejo trabajar —se despide y aleja el
rector. En su pecho se agita una
sensación de incertidumbre y
suspenso.

127
El rector cuida de mantener una
cordial distancia diplomática de
jerarquía con Rondín y Ginandro.
Sigue creyendo que se ha embarcado
en una locura. De naufragar, tendría
que nadar muy bien para no dejar
ahogar su reputación. Cuando sopesó
los hechos una vez Mariana recurrió a
él en búsqueda de su ayuda, le
resultaron extrañamente persuasivos,
pero no precisamente a la razón. Si
bien sabe dar prioridad a los deberes
de su cargo por sobre las lealtades de
amistad, en este caso coincidieron
unos y otras en el marco de unas
circunstancias que riñen con su
filosofía de entender y explicar la
realidad; también influyó en su
decisión de comprometerse en el caso,
aun cuando en menor medida, el deseo
de derrotar un atisbo de cobardía, que
evidenció en su ánimo, de enfrentar la
128
opción concreta de saber que la verdad
desborda los límites de las
dimensiones en que hasta ahora ha
concebido lo real.
La agudeza en guardia de Ginandro
le hace a éste intuir el malestar del
rector, quien hasta ese instante había
logrado mantenerse insondable. Esto
alerta sus defensas. En el ensayo del
día anterior captó que algo se cierne
inminente contra él. Ahora presiente
que hoy va a ser atacado, pero porfía
para sí de su poder. Mira en derredor;
sonríe burlón. Se dispone a participar
en la escena, confiado, muy confiado
en sus fuerzas para contrarrestar
cualquier ataque sobreviniente.
—Ginandro, ¿listo para la acción?
Ya conoces el libreto en tu parte.
Vamos —lo convida Rondín
categórico y firme, pero gentil—.
Sobran más indicaciones de las que te
129
suministró ayer el asistente de
dirección.
Rondín toma con suavidad del
brazo a Ginandro para encaminarlo al
centro del salón, donde lo espera una
silla que semeja un magnífico trono,
que tanto intimida ocuparlo por su
magnificencia, cuanto cautiva a quien
conoce los simbolismos del poder.
—Siéntate por favor, Ginandro.
Ginandro se detiene un instante y se
solaza con el aire regio de la silla.
—Como te lo indicaron, esta bella
joven te aplicará el colirio para
prevenir la irritación de tus ojos por el
destello de las luces. Entre tanto yo
despejo el área
Rondín activa el micrófono
inalámbrico abrochado en el cuello de
su camiseta. Su voz mesurada invade
el salón:

130
—¡Todos en sus posiciones! A
partir de este instante quedan a
órdenes del director de escena.
Todo está dispuesto. Transcurren
unos instantes de suspenso. El director
de escena, conectado al sistema de
sonido, ordena:
—¡Acción!
Haces lumínicos disparados desde
diferentes ángulos entretejen una red
multicolor a lo largo, ancho y alto del
salón. Ginandro queda encandilado.
Tomado de sorpresa, poderosos
grilletes disparados automáticamente
de puntos clave del trono y anclados a
este, lo sujetaban de brazos y piernas
dejándolo inmóvil. En segundos ha
sido reducido a total impotencia física.
Al menos eso parece. Pasan unos
cuantos segundos antes de que los
haces de luz terminen su centelleo y se
estabilice la luminosidad del salón. En
131
tanto Ginandro recobra la visión va
descubriendo ante sí a Rondín ataviado
de sotana negra, sobrepelliz blanco y
estola al cuello; empuña un crucifijo.
A izquierda y derecha de Rondín,
descubre a Grillo, con hábito de
franciscano, y a Remberto, con
indumentaria blanca y negra de
dominico; detrás, cerrando un
triángulo y convenientemente
apartada, ve a Susana con hábito azul
de hija de la Madre de Dios. Están
impecables. Parte de los técnicos y del
personal de dirección forman una
especie de guardia en la periferia del
salón con rosarios en sus manos.
Comprende que Rondín no mintió. Su
objetivo es «él», y le reconoce su
astucia con que lo ha sorprendido.
Pero la batalla hasta ahora comienza.
La quiere y se regodea de librarla. Se
dispone a ser escurridizo como el
132
reptil, sinuoso como el aceite sobre el
agua, destructivo como una explosión
nuclear. Pronto desgarrará entrañas,
doblegará voluntades, torturará y
aniquilará conciencias y ridiculizará
los hechos y a sus actores. Detalla las
cámaras, todas están grabando.
«Registrarán la derrota de Rondín»,
pavonea en su interior.
Las miradas de Rondín y de
Ginandro se encuentran, chocan,
pugnan por penetrar en lo más íntimo
y profundo de cada ser. Remberto
camina sigiloso en torno a Ginandro
esparciendo sobre él agua bendita con
el hisopo y recitando plegarias,
letanías y salmos en latín. Rondín
proclama el evangelio, hace la
imposición de manos sobre Ginandro y
le enfrenta a los ojos el crucifijo
mientras entona una sucesión de rezos
en latín. Detrás, Susana, como cabeza
133
de un pequeño grupo apostado en línea
posterior, da inicio al rosario con voz
suave, pausada y bien modulada. En la
plazoleta resuena la algarabía exaltada
de la manifestación.
—Rondín —le habla Ginandro con
voz amigable—, te sales del libreto.
De esto no estaba enterado. Desátame.
Me siento violentado, maltratado. Qué
ridículo haces ante las cámaras.
Rondín termina su oración
introductoria ignorando el noble
reclamo de Ginandro. Mirándolo con
firmeza a los ojos, lo conmina:
—Te ordeno, en nombre de Cristo
Nuestro Señor, que me digas tu
nombre.
—Rondín, esto me resulta absurdo.
—Por nuestro Señor Jesucristo, tu
nombre, revela tu nombre.
Ginandro mueve la cabeza de un
lado a otro incrédulo.
134
—Rondín, desátame e ignoraré este
desmán… En lo que quieras te
colaboraré, pero no así, en contra de
mi voluntad.
Remberto representa la imagen de
un inquisidor. A intervalos, continúa
aspergiendo agua bendita sobre
Ginandro sin callar su rezo en latín.
Grillo semeja una escultura en alto
relieve de un friso catedralicio; evoca
pasajes a propósito del Antiguo y
Nuevo Testamento, y entre uno y otro
entona un salmo. Susana es la imagen
de una mística; el santo rosario que
preside invade el recinto como una
radiación celestial de fondo. A
Ginandro el párpado le palpita
incontenible; la piel del rostro se le
tensa al máximo, pareciera que se
rasga; sus poros exhalan el mal humor
de su ira; siente cernirse sobre él una
fuerza que lo impulsa a extremos de
135
exasperación e iracundia; al influjo de
una opresión interior que lo agobia,
estruja el cuerpo queriendo liberarse
de las ataduras.
—Qué violencia es esta, Rondín.
Deja ya esta absurdidad —la voz de
Ginandro va perdiendo su acento
conciliador y adquiere un matiz
imperativo y sutilmente ahuecado. A
la imagen de hombre de buena
compostura se sobrepone la de un ser
que irradia iracundia. Acentuados
rasgos entre simiescos y perversos
desdibujan su porte de caballero.
Ligeros espasmos estremecen su
cuerpo como si lo sacudiera por
instantes descargas eléctricas alternas.
Un incipiente olor desagradable
proviene de él.
—Deja de ocultarte espíritu
maligno. En nombre de nuestro Señor
Jesucristo te exijo que reveles quién
136
eres, que des tu nombre —persiste
Rondín enfrentando el crucifijo al
rostro Ginandro.
—Loco… Pagarás por esta
agresión… Aun es tiempo de que
pares y demuestres que eres un
hombre de paz… Detente ya,
irracional… Darás cuenta de esta
violencia, estúpido… Quita ahora de
mi vista esa cruz, ignorante fanático —
ha dejado de ser el Ginandro de
carácter tolerante y avenido; se le
corre el antifaz de la simulación. Así
lo entiende Rondín, que persiste en
increparlo crucifijo en mano:
—En nombre de Cristo Jesús,
nuestro Señor, espíritu del mal revela
tu nombre; dime por qué has poseído a
Ginandro.
—Esto que haces es irracio-nal, no
es civili-za-do… Estás loco… Me
137
ofendes… Respon-de-rá por este desa-
fu-ero —la voz de Ginandro es ahora
entrecortada; su hedor, repulsivo; sus
espasmos, retorcijones seguidos de
tensiones musculares de tórax, brazos
y piernas para liberarse de la sujeción
a la silla. Parece la imagen dramática
de un torturado en las mazmorras de
los sonsacadores clandestinos de
verdades, que han actuado en la
historia a nombre de todas las
doctrinas.
Rondín da un paso adelante en la
estratagema mientras sus compañeros
perseveran en la oración. El hedor que
exhala Ginandro penetraba en sus vías
respiratorias lacerándolas de manera
mortificante.
—Tú, el verdadero Ginandro,
escúchame por Dios. Es hora que te
opongas al espíritu maligno que te
subyuga. Gana de nuevo tu libertad.
138
Pelea decidido contra él. Sobreponte a
su voluntad avasallante. No lo admitas
más dentro de ti. No le consientas
habitar más en ti. Libérate para que tu
cuerpo sea casa de Dios.
Ginandro lanza una risotada
estridente preñada de burla y
sarcasmo.
—Tú eres el enajenado, crédulo
incauto y estúpido… Ginandro ha sido
siempre Ginandro… Quita esa
despreciable cruz de mi vista. Caya tus
asquerosos y alambicados rezos y deja
de rociarme esa puerca orina —grita
Ginandro como clamando al verdugo
que retire de su cuerpo herido los
instrumentos de tortura.
Las oleadas de olor desagradable y
penetrante que expide Ginandro
revuelven las vísceras estomacales
excitando las náuseas. Su verbosidad
es una ráfaga de insultos cargados de
139
groserías que se entremezclan con su
fétido humor. Su bestialidad se revela
para atacar a su contrario. Rondín
trata de contener la respiración.
Entiende que la confrontación ha
comenzado. Una súbita fuerza externa
le succiona el poco aire que reserva en
sus pulmones. La sensación de asfixia
lo derrota y tiene que aspirar de nuevo
el lacerante hedor. Punzadas de
alfileres hieren sus alveolos y un
hierro candente quema sus entrañas.
Brota de su nariz un hilo de sangre,
rueda sobre sus labios y cae en la
sobrepelliz. El ansia de náuseas le
desgarra el esófago como si se lo
tensaran sobre un potro. Los jugos
gástricos le corroen las paredes
estomacales como hirvientes ácidos.
Intenso frio le invade todo el cuerpo.
Una mente escudriña sus más
recónditos deseos, tristezas, miedos,
140
penas, insatisfacciones, y se apodera
de todo lo que él es. Es una fuerza que
avasalla su conciencia e identidad. Le
parecen vanas e inútiles las jornadas
de ascesis, de ayuno, los votos de
renuncia, los ejercicios de dominio
corporal, las prácticas de asepsia
espiritual, las purgas de limpieza
psicológica para desarraigar
resentimientos, prejuicios, iras,
frustraciones, complejos, inhibiciones,
prevenciones; pierden sentido rezos,
oraciones y plegarias para oponer al
odio amor, a la venganza indulgencia,
al menosprecio respeto, a la
indiferencia caridad, a la desidia
perseverancia, a la envidia solidaridad,
para gozar en la verdad y no alegrarse
en la injusticia. Sus fuerzas
desfallecen; se enerva su vitalidad; el
deseo y voluntad de existir declinan.
Sabe que sus compañeros están
141
experimentando los mismos dolores,
miedos, angustias, agobios y
desesperante desolación. Es la caída en
el abismo oscuro sin fondo de la
despersonalización; la claudicación de
la voluntad y la libertad. No es la
muerte de la conciencia, que alivia tal
tormento; es la pervivencia consciente
en un vacío incorpóreo, de ser y no
ser, de la carencia de identidad. La ira,
la soberbia, la tergiversación, la
mentira, la exaltación sexual agresiva
y un deseo destructivo y de maldad,
como garras afiladas hieren el alma de
Rondín para doblegarlo a la bestia que
lo ataca. Padece la tortura interior del
mal. Fuera de él todo se ha sumergido
en una pasmosa calma con hedor
mortuorio. Por su parte, Ginandro está
inmóvil, inmerso en las profundidades
de una extraña concentración;
bosqueja una sonrisa irónica y
142
malévolamente triunfante. Al igual que
Rondín, Grillo y Remberto
permanecen estáticos, sudorosos,
ausentes de la realidad inmediata, pero
como él, luchan sus almas contra el
mismo tormento y resisten esa
agresión silenciosa, clandestina,
imperceptible desde afuera, oculta a
las miradas del entorno, difícil de
identificar aun cuando sus efectos se
hagan evidentes, porque hábil y sagaz
se mimetiza para desviar la atención
de su origen. Todos los presentes en el
recinto saben de ella, de una u otra
forma, e intuyen la batalla que se está
librando. Susana está pálida; hay algo
de tensión en su semblante; revela una
firmeza decidida. Entre sus delicados y
finos dedos siguen pasando las
avemarías del rosario. Su suave,
melodioso y tierno rezo, como sutiles
rayos de luz penetran la mente de
143
Rondín e iluminan las tinieblas que lo
ciegan. En un esfuerzo liberador del
poder que lo constriñe, Rondín retoma
y se ampara en sus oraciones,
preñando el corazón de su significado.
Siente que el poder invasor se repliega
y un aire de vital esperanza recarga sus
fuerzas. Extiende los brazos con el
crucifijo aferrado entre sus manos, e
impele a Ginandro:
—Por autoridad y en nombre de
nuestro Señor Jesucristo, sea como te
llames espíritu maligno, abandona y
libera el cuerpo y alma que ahora
posees y que pertenecen a Dios
nuestro Padre.
Grillo y Remberto dan muestras de
volver a vivir, de salir del sortilegio
que los atormenta, agobia y petrifica.
La risa de Ginandro, ominosa,
sarcástica, cargada de burla, pero

144
también de rabia, es el anticipo de su
andanada de improperios y blasfemias:
—Estúpido cura, tú y tus acólitos
impúdicos, sugestionados y
desequilibrados, son débiles —su voz
resuena como eco fluctuante en
intensidad entre las paredes de muchos
siglos de historia—. ¿En qué siglo
estás? Ubícate en el mundo real.
Cretino. Intolerante infame. Eunuco
castrado de mente y cuerpo. Célibe por
impotente. Ebrio de credo. Predicador
de mentiras. Embaucador. Sojuzgador
de conciencias. Pirómano fanático.
Pastor de homosexuales tapados,
pederasta y lesbianas. Saqueador de
fortunas y vividor de la miseria ajena.
Juez impudoroso... Vaciaré tu mente y
la de tus secuaces. Caerán postrados
ante mí pidiendo clemencia. Yaceré
con la loba inhibida y traumatizada
que te asiste. Destrozaré su himen
145
entre placeres y dolores. A todos los
haré arrastras sus babosas lenguas
sobre mis intimidades y tragarse
complacidos mis eflujos. Sepultaré tu
horrenda y mentirosa cruz bajo tus
humillados despojos. Antes ahogaré
tus rezos en las blasfemias que
arrancaré de ti entre padecimientos que
te harán apostatar. Te reto a que
primero me rebatas y persuadas con
argumentos inteligentes de tu propio
ingenio. Deja de ser cobarde y
pusilánime, y enfréntame
personalmente sin apoyarte en ese
falso Cristo y te ira mejor. Se valiente
y hazlo por ti mismo. Ya sufriste la
prueba de mi poder. ¿Quieres
confrontación? Te doy confrontación,
pero entre tú y yo, cura cobarde.
Solitario amargado. Apocado ansioso
de méritos y aplausos. Pelele. Peléame
tú, inicuo farsante. Payaso de púlpito.
146
Atrévete tú. Te doy la oportunidad de
dar la cara por la ramera que te
acompaña y que en sueños desfoga
entre sus tullidas piernas su sexo
contenido. Te doy la oportunidad que
salves de la energía y fuerza de mi
poder a ese par de gigantones ridículos
de glándulas atrofiadas, que, negando
la razón, débiles de mente se refugian
enajenados en tu proscrita, inmoral y
nefasta iglesia y doctrina. Te reto a ti.
¿Qué esperas? Te libero por un
instante de mi suplicio para que
arremetas por ti.
Susana cae de rodillas. Está herida,
profundamente herida en sus entrañas.
Su mente ha sido súbitamente sacudida
por un siniestro huracán. Es total su
desolación y abandono. Grillo no ha
retrocedido ni un centímetro; sus pies
están pegados al piso; el sudor le
empapaba el hábito; todo él parece
147
bañado por un chaparrón de lluvia. En
el mismo sitio, su cuerpo se
balanceaba por momentos como si se
fuera a desplomar con la inercia de una
pesada estatua. Da la impresión de que
se sostiene del crucifijo para no caer
de bruces. Remberto está rígido y
resistente como un fuste de ébano,
pero internamente luchaba para que
sus rodillas no se doblen. Un enorme
peso lo aplastaba como si toda la carga
soportada por su raza la tuviese a
cuestas. Un sueño incontenible le
cierra los párpados obnubilándole la
conciencia. Su voluntad y ánimo de
lucha perseveran denodados en sus
letanías. Levantando el brazo con
esfuerzo esparce el agua bendita sobre
Ginandro. La retaguardia también
sigue en el campo de batalla; hincada,
camándula en mano, reza incesante.
Hay agotamiento en uno de sus
148
cuadros, que se lo expresa en tono
bajito al compañero de al lado: «No
resisto. Esto supera mis fuerzas.
Quiero irme. Claudico». Pero recibe
ánimo de él: «Aguanta. Encomiéndate
y abandónate a Jesús. Piensa en El con
la cruz a cuestas. Mira que a nosotros
no nos ha atacado». Recuerda su
enseñanza: “Resistir hasta el final».
«Bien. Intentaré».
—Susana… Grillo... Remberto…
¿Cómo están? —indaga Rondín
buscando sus ojos.
Susana levanta el rostro suplicante.
Es un cuadro de la mortificación, de
Zurbarán.
—Padre, hasta el final.
«Firmes hasta el final», se
pronuncian Grillo y Remberto.
Están golpeados, heridos, pero no
vencidos, y decididos a no retirarse, a
vencer o caer en la lucha, pero no a
149
huir. Rondín suplica en su interior:
«Señor, no dejes que el orgullo domine
a tu siervo. En tus manos y
misericordia estamos. Tuyo es el reino,
el poder y la gloria por los siglos de
los siglos. Postrado ante ti me levanto
contra el adversario de tu Santo
Nombre». Mira a Ginandro a los ojos,
retira el crucifijo y le dice despacio:
—No acepto tu reto y rechazo tu
tentación, espíritu maligno. Te
confronto, no en mi nombre, sino en
nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Las fuentes láser enloquecen en su
radiación. El párpado de Ginandro
descarga incontenible el tic nervioso
que lo afecta. La silla gira con la
violencia de un huracán. Los grilletes
que lo sujetan vuelan en pedazos. La
silla se detiene. Ginandro levanta el
brazo izquierdo con el puño cerrado y
extiende los dedos meñique e índice.
150
Es una representación del príncipe
maligno en su cetro. Se encuentra de
frente con la cruz de Cristo asida con
firmeza por Rondín, que lo conmina de
nuevo con voz imperante, despojada
de afectaciones personales:
—En nombre y por autoridad de
Jesucristo nuestro Señor, espíritu
maligno dame tu nombre, sal de
Ginandro, deja libre su alma y no
regreses más a él.
Entre risotadas macabras Ginandro
le grita:
—¡Estúpido ignorante! —y le
escupe la cara.
—¡Rondín! —una voz grita entre
las luces—. ¡Expulsa a Ginandro y
rescata a Leonardo!
Rondín tiene un instante de
desconcierto y vacilación. Ginandro de
un golpe de su mano izquierda le hace

151
arrojar por los aires la cruz, y vocifera
hacia donde procede la voz:
—¡Puerca y entrometida rata! ¡Te
desollaré!
Un cuerpo se precipita por los aires
y como ave herida en vuelo se estrella
contra el piso. Es Santiamén. Queda
tendido cual muñeco de trapo.
Una fuerza poderosa penetra el ser
de Rondín y lo deja clavado como una
estaca en el piso, sin habla, como si
hubiese sido empalado. Todo su rostro,
boca y garganta evidencia un grito que
se ahoga en un intenso dolor
silencioso.
—¡Experimenta mi poder, cura
idiota! Sigo aquí, no porque me hayas
retenido, sino para que sepas que en
todo soy superior a ti.
Su voz retumba en el recinto. Cada
palabra es un martillazo en el cerebro
de Rondín. En el interior de éste se
152
libra una poderosa batalla de
voluntades. Sus ojos no parpadean.
Un olor a muerte invade el recinto.
En las pantallas holográficas instaladas
en él, se suceden imágenes
espeluznantes de guerras y muertes,
sobrepuestas a un siniestro despliegue
de variedad de armas e instrumentos
de violencia y prácticas de
aniquilación. La guillotina de la
revolución francesa, impulsada por
discursos instigadores y al amparo del
ideario de la libertad, la igualdad y la
fraternidad, ensangrentada sube y baja
incesante cercenando cabezas. La
sinfonía «El emperador», ambienta el
fragor de los cañones de Napoleón en
su conquista de Europa. Las bayonetas
de La Gran Guerra traspasan cuerpos
de soldados que siembran las
trincheras de cadáveres para abonar la
Unión de Naciones. Líderes sicópatas
153
del mundo, de uno y otro bando, en la
Segunda Guerra Mundial, confronta
sus poderes bélicos en rescate de la
humanidad civilizada al precio de
cincuenta millones de muertos
sepultados en el olvido. Declaratorias
de guerra deshonrosas previa agresión
en curso para asegurar la indefensión
del enemigo. Un bombardeo silencia
las campanas de San Benito en
Montecassino. El vómito de fuego de
la bestia atómica, engendrada por la
ciencia, calcina la ciudad conversa de
Nagasaki. Las imágenes de la pantalla
de la historia muestran el avance
militarista e ideológico de la
internacional socialista, que se
insemina con ciento cincuenta
millones de muertos para concebir la
libertad de los pueblos oprimidos, y
termina pariendo, entre los dolores de
voraces e infamantes saqueos de la
154
riqueza del trabajo humano, el
monstruo mimado de las revoluciones
sanguinarias, lideradas por agentes,
maquillados de defensores del
trabajador explotado, que van
despachando de las penurias de este
mundo a las almas que no se hacen
sumisas a sus dictados. A quien no se
doblega se le difama, se le amenaza, se
le mata o se le juzga y condena con la
hermenéutica de la conveniencia y de
los compromisos ajenos a la justicia.
La toga la visten verdugos de la ley.
Confesiones religiosas se disputan a
Dios, su liturgia es la barbarie y se
hacen irreconciliables en la
fraternidad. Las necesidades
insatisfechas y la avaricia abonan el
resentimiento, el irrespeto y la
confrontación violenta entre
desposeídos y poseedores… Las
imágenes se suceden unas tras otras
155
con realismo morboso; las acompaña
un despliegue gráfico apuntalado con
la palabra escrita y hablada maliciosa,
que provoca e induce a la destrucción
de la sexualidad e integridad de la
persona… Y Ginandro no deja de
regodearse, eructando vejaciones,
porque él es agente clandestino del
productor y director de esa macabra
realidad, cuyo principal autor
protagónico es el hombre, ya como
agente activo, ya como agente pasivo,
de la muerte y de la destrucción. El,
Ginandro se ufana, exhibiendo con
sarcasmo su cinismo, por ser secuaz
del guionista saboteador que divide la
persona y la convivencia del hombre…
El ambiente del salón se cubre con el
velo de la desazón, el desconcierto, la
apatía y la desesperanza. Ginandro le
escupe a Rondín sus insultos:

156
—Dime Rondín: ¡¿Dónde está tu
Dios?! ¡¿Cuál es la perfección de su
creación?! ¡¿Dónde está su bondad y
misericordia?! ¡Persuádame con
argumentos racionales, animal, parto
por azar del universo, accidente de la
materia, mutación genética, monstruo
hibrido de razón e instintos,
carnosidad esclava del inconsciente!
¡Responde por ti! ¡Impostor, te vuelvo
a liberar por un instante para que
consciente dobles tu rodilla suplicante
ante mí! ¡Pero antes te dejo desnudo,
simio retardado! ¡Bestia jactanciosa de
espiritualidad, agudiza tu recursividad
de sobrevivencia!
Entre tanto, afuera, como si la
diatriba de Ginandro llegará a sus
oídos soliviantándolos, el grupo de
estudiantes se agita voceando contra
Rondín.

157
De violentos zarpazos, de garras
invisibles, la sotana de Rondín y el
hábito de Susana son rasgados en
jirones. Ambos quedan semidesnudos.
Caen de rodillas rostro en tierra.
Susana ora: «Madre adolorida ante tu
Hijo crucificado, nuestro Señor
Jesucristo, ampáranos; Madre
adolorida con tu Hijo en los brazos
descolgado muerto de la cruz, apiádate
de nosotros; Corazón herido e
inmaculado de María, alívianos». Su
lucha es tenaz para mantener a raya y
hacer retroceder al invasor de su alma
y cuerpo, que manosea lujurioso su
sexualidad. «Virgen santa de Dios,
presérvame; Madre abnegada,
socórreme; Esposa amorosa, apóyame;
Amiga fiel, libérame». Es indómita la
persistencia de fe de Susana. No
desfallece su voluntad de resistencia.
Rechaza con todo vigor de conciencia
158
y convicción la presencia que violenta
los umbrales de su fuero interno para
penetrarla. «Soy sierva de Jesús, mi
Señor santo. Él es mi Príncipe de la
luz, mi liberador; soy su virginal
esposa». En su mente están nítidas las
imágenes del Divino Niño en brazos
de María, en el acto de su
consagración; predicando a los
doctores de la ley; en las bodas de
Caná; en la sinagoga de Nazaret
leyendo a Isaías; expulsando a los
demonios; multiplicando los panes;
caminando sobre las aguas; aplacando
la tormenta para que no zozobre la
nave e increpando a los discípulos por
su falta de fe; arrojando a los
mercaderes del Templo; hablando con
la samaritana; salvando a la adultera;
legando su cuerpo y su sangre en la
transubstanciación del pan y del vino;
en la agonía de la cruz; en la alegría de
159
la resurrección; alentando a los
discípulos camino de Emaús;
ascendiendo al Cielo. Sí, Susana está
allí desnuda, con su límpida, blanca y
tersa piel expuesta al mundo, pero
libre de vergüenza. Maltratada,
ofendida, pero libre de conciencia y
fuerte de voluntad. Manoseada
impudorosamente, pero señora y dueña
de sí. Odiada, vejada, ridiculizada,
pero firme y leal a su misión de amor.
Y la bestia retrocede esputando
obscenas calumnias. Se achica cobarde
ante la fuerza espiritual de la agredida.
Sí, Susana está desnuda y arrodilla,
pero ante Dios, con el alma libre y sin
miedo; desnuda y arrodilla, pero digna,
íntegra, derrotando el mal; con el
rostro en tierra pero su espíritu
revestido de la coraza del amor, con el
corazón trasparente y recio como el
diamante, tierno y delicado como la
160
rosa. Reina al lado de la Reina de las
reinas. Ejemplo de firmeza y
perseverancia como las mujeres que
acompañaron a Jesús. Y la bestia se
aturde y deslumbra por el resplandor y
la fuerza de su belleza. Sí, Susana está
desnuda, de rodillas, rostro en tierra,
reverenciando a Dios y con el templo
de su cuerpo inmaculado, sin poder
profanarlo el agresor. Susana sabe, que
por la gracia de Dios, de Santa María
Virgen, de Jesucristo, por su ayuno,
renuncias y oración, ha impedido que
penetre en ella el espíritu maligno, y lo
ha debilitado.
Rondín sigue doblado, hincado en
el suelo, con las entrañas desgarradas;
su conciencia cada vez se oscurece
más y su voluntad parece no recobrar
fuerzas. Mas, indómito libra su batalla.
Sólo él tiene la facultad de expulsar al
agente de Satán a su antro. También
161
postrados, Remberto y Grillo le
asistían con sus oraciones. Están
ostensiblemente debilitados. Ginandro
permanece en la silla; su color de piel
es entre verdoso y amarillento; tiene la
cabeza descolgada sobre el pecho; su
mano derecha se crispa y expande; su
brazo izquierdo está rígido, con los
dedos internos de la mano recogidos
hacia la palma, mantiene el símbolo
del macho cabrío diabólico. Ligeras
contracciones sacuden su cuerpo. Ha
dejado de vociferar, pero su boca
gesticula como un moribundo que no
puede hablar. Dentro de ese cuerpo se
libra también un duro combate que
está en los límites de la confrontación.
Una segunda sorpresa lo hirió
mortalmente. La fuerza de la belleza
del amor de Susana. No pudo contra
ella.

162
De las pantallas holográficas
desaparecen los cataclismos, las
imágenes de violencia, los discursos
incendiarios, los desenfrenos de placer
orgiásticos, las miserias humanas, los
trabajos humillantes y degradantes.
Ahora, en ellas, una explosión
inaugura el universo entre ígneas
temperaturas, deslumbrantes
radiaciones, recombinaciones y
colisiones de partículas que cambian
del aspecto corpuscular al de ondas de
corta y larga longitud, baja y alta
frecuencia; se proyectan átomos,
electrones, protones, neutrinos,
neutrones, positrones, hadrones,
mesones; en general, se agitan
fermiones y bosones; vibran
filamentos que trastocan su forma, se
proyecta la tabla periódica y el
diagrama del camino óctuple cuántico;
estrellas, planetas, sistemas solares,
163
galaxias y constelaciones que unas
veces se contraen y otras se expanden;
interacciones atómica débil y fuerte,
fuerza gravitatoria, campos
electromagnéticos; ecuaciones: E=hv,
E=me2, y otras más de la física
clásica, de la termodinámica, de la
física relativista y de la física cuántica;
se configuran las efigies de
Anaxágoras, Demócrito, Heráclito,
Pitágoras, Euclides, Platón,
Aristóteles, Copérnico, Galileo,
Newton, Laplace, Francis y Roger
Bacon, Dalton, Lobachevski,
Riemann, Planck, Henri Poincaré,
Einstein, Heisenberg, Gödel,
Heidegger, Schrodinger, Stephen
Hawking, Francis Collins y…, y…,
y… Y finalmente el centelleo alocado
de rayos láser se estabiliza; por aquí,
por allá, se entrecruza uno blanco, uno
verde, uno rojo, uno morado. En una
164
de las pantallas se proyecta
reconstruido el monasterio benedictino
de Montecassino, y en otra el reloj de
Padua de Giovanni di Dondi. Mientras
oscila su péndulo y se balancean sus
pesos, las campanas del monasterio
repican.
Santiamén, descuajado y
descoyuntado por el golpe, se recoge
con dificultad en cuclillas, avanza
hasta Susana y la cubre con su vieja
cobija; luego se acerca sigiloso a
Ginandro, se descuelga una pequeña
campanilla del cuello y le libera su
fino repicar mientras llama en la
profundidad de la conciencia del
cuerpo que tiene enfrente:
—Leonardo. Amigo Leonardo.
Regresa amigo Leonardo. Libérate de
Ginandro. Libérate de Ginandro. El
saber ennoblece y el amor edifica.

165
El fino sonido de su campanilla se
escucha armonioso con el de las
campanas del monasterio benedictino.
Retorciéndose como un androide con
los circuitos descompuestos, y sin
mover casi los labios, de la garganta
de Ginandro sale un ronco, débil,
dificultoso y alargado «Aléjate y
cállate musaraña puerca», y lanza uno
de sus brazos queriendo atrapar a
Santiamén. Este da un salto hacia
atrás. El cuerpo poseso se desgonza,
luego se estremece; el rostro se le
contrae y distiende; abre un ojo
lentamente y busca en torno suyo; su
boca se esfuerza por moverse, logra
abrir los labios y con voz desvanecida
libera un llamado angustioso:
—Gorrión, amigo, ayúdame.
Santiamén sonríe complacido y sin
dejar de hacer sonar su campanilla le
responde:
166
—Leonardo, rechaza a Ginandro.
No lo admitas más en ti. Oponte a su
dominio. Piensa en nuestro Señor
crucificado y aférrate a Él. Atiende el
sonido de las campanas. Hazlo.
En el cuerpo que yace en la silla y
que no se sabe a quién pertenece, se
suscitaba una riña interna.
Estremecimientos y contorsiones
deforman su aspecto humano. El
sonido de las campanas lentamente
penetra en su conciencia, al igual que
en la de Rondín, que combate
denodado en su interior contra la
fuerza debilitada de Ginandro. El
poder de éste se resquebraja y
concentra toda su violencia contra
Rondín, que se aferra, más a un
recuerdo doctrinario de su religión,
que a una convicción de fe; en su alma
hay duda, desazón; en su estómago un
vacío angustioso, un insoportable
167
dolor en el corazón y sensación de
tragedia en su pecho. El sonido de las
campanas gana en intensidad en el
mínimo espacio de lucidez que le
queda, y despierta su conciencia, en la
que penetran las oraciones del rosario
que reza Susana. Rondín regresa a la
fe, no ciega, a la convicción de fe por
revelación. En el universo
multidimensional de su mente, las
palabras del evangelio se transforman
en imágenes que le hacen sentir
verdades que iluminan su conciencia.
Siente que vuelve a existir en la
individualidad de la persona; se
experimenta así mismo; retoma la
conciencia de sí; es de nuevo él,
Rondín. En una extraña e inexplicable
sincronía, en tanto en las pantallas
holográficas del recinto se forman las
imágenes del Cristo en la cruz, de
Anton Raphael Mengs, del Cristo
168
crucificado, de Diego Velásquez, y el
de Goya, en la mente de Rondín las
mismas imágenes toman forma y su
ánimo se vivifica; su voluntad se
fortalece y desplaza la fuerza invasora,
la hace retroceder. Envuelto en lo
jirones de la sotana, la sobrepelliz
colgándole de los hombros en pedazos
y la estola aún al cuello, Rondín se
endereza. Su rostro está cadavérico;
profundas ojeras cercan sus ojos
perdidos en un infinito vacío. Con los
brazos ligeramente alzados en actitud
de súplica, reclama un crucifijo. Grillo
se apresura a recogerlo del suelo y se
lo pone entre las manos. Santiamén le
insiste: «¡Rondín, Leonardo es el
poseído! ¡Expulsa a Ginandro!» Un
carbón litúrgico se enciende en
chisporroteos dentro de un incensario.
El turiferario lo agita a izquierda,
centro y derecha para esparcir el
169
aroma del incienso. Rondín aferra la
cruz entre sus manos. La pone frente a
su rostro y ora. La vida retorna a sus
ojos. Se incorpora por completo. Es
dueño de sí. Entiende el error que
estuvo cometiendo, en apariencia
pueril. Extiende sus brazos hacia
Ginandro con el crucifijo fuertemente
asido, e impele a Ginandro:
—¡Espíritu maligno que te haces
llamar Ginandro, en nombre de
nuestro Señor Jesucristo y de la Santa
Iglesia Católica te ordeno que salgas
del cuerpo de Leonardo y no retornes
nunca a él!
Ginandro hace su última envestida.
Concentra sus fuerzas y se lanza de
nuevo contra el ser de Rondín para
avasallarlo con todo su poder
destructivo, pero ya Rondín está lleno
del Espíritu Santo. Su rostro radia una
sutil luminiscencia. Está revestido de
170
la gracia de Dios. El cuerpo de
Leonardo se sacude en un violento
estremecimiento como si un choque
eléctrico lo hubiese impactado. La
transformación de Rondín es total,
increíble. El sufrimiento, el dolor, la
angustia, la duda, la desesperanza, el
temor, la tensión de la lucha interior,
están desarraigados de su ser. Parece
no necesitar el suelo para mantenerse
en pie. Sereno, envuelto entre los
jirones de sus prendas religiosas,
avanza hacia el cuerpo jadeante de
Leonardo. Con el crucifijo enfrente,
mientras Remberto esparce con el
hisopo agua bendita en el cuerpo
poseído, conmina a Ginandro a salir de
Leonardo y a liberar su alma del
maligno cautiverio. Ginandro lanza,
con su último aliento, una diabólica
sentencia, y a continuación su voz se
escucha como un eco que se pierde en
171
las oquedades y abismos del universo,
mientras retorna a su fosa, más allá de
las dimensiones del tiempo y del
espacio comprensibles:
—Mancillaremos la sotana de tus
secuaces, los haremos soberbios y
altaneros, los envenenaremos con las
mieles del mundo, desacralizaremos tu
eucaristía y nos sentaremos en tu
sede… Cuuu-raaaaaaa iiiiii-rrraaa-
ciii-ooo-naaalllll y-y-y suuu-
peeerrrsss-tiiiii-ciiiii-ooooo-sooooooo.
Se le escucha una risotada de
rabiosa soberbia que se pierde en la
lejanía.
Afuera, a la inicial altanería y el
engreimiento de ser portaestandarte de
la verdad, a la gavilla de agitadores le
sobrevino una explosión de ira que
arrojó como metralla infamantes
insultos, y por último extenuada pierde
sus arrestos y se esparce como el humo
172
de una ignición que ha incinerado la
consigna que la convocó y le sirvió de
combustible. La sigue una estela de
sinsentido porque nada creativo
conlleva.
El cuerpo de Leonardo convulsiona
por última vez y queda desgonzado en
la silla, exánime. Está lívido y frio
como un cadáver. El silencio se
apodera del recinto; reina una quietud
de asombro expectante. ¿En verdad
Ginandro ha sido expulsado? El
engaño es una opción. Todos lo saben.
—¡Leonardo!... ¡Leonardo! —lo
llama Rondín—. Estás libre —sin
retirar el crucifijo, estira su brazo y
persigna a Leonardo en la frente, en la
boca y en el pecho, y le impone la
mano sobre la cabeza y reza una
oración. Al concluirla, le presiona un
hombro con suavidad—. Tu amigo

173
Santiamén, el Gorrión, está aquí
contigo.
Leonardo, aún con la cabeza
desgonzada, abre despacio los
párpados, levanta con dificultad el
rostro. Está retomando su cuerpo. La
debilidad y enervamiento de sus
músculos y sistema nervioso son
totales. Recuesta de medio lado la
cabeza contra el espaldar de la silla.
Tiene una cuenca ocular vacía. En su
interior hay un revestimiento de
circuitos artificiales. Le faltaba el
glóbulo óptico.
—¡Leonardo, soy tu amigo el
Gorrión, Santiamén!
Leonardo lo mira con su único ojo.
Brilla su pupila y sonríe:
—Gracias… amigo.
—¡Leonardo, la barca nos cruzó a
los dos!
—¡Qué mal tiempo mi amigo!
174
—Ya pasó la tormenta.
—Eso siento, Gorrión —la voz de
Leonardo es débil, pausada, con acento
de alivio. Se acomoda en la silla con
dificultad. Recorre el recinto con su
único ojo para ubicarse en el ahora y el
aquí. Fija la vista en Rondín y le
sonríe. Rondín lo intuye sincero.
Nadie se mueve de su lugar. Los
semblantes están extenuados. No
estallan focos, no hay golpes súbitos,
ni desplazamientos violentos de
objetos. Nada ocasiona sobresaltos. El
olor nauseabundo, la presión agobiante
y el frio, se han disipando. Solo se
percibe un delicado olor a incienso.
Preludia un ambiente de serenidad,
sosiego y paz. Los ánimos se relajan
de una intensa tensión. Libre su
espíritu, Rondín se arrodilla, levanta
los brazos con las palmas hacia lo alto,
canta y ora en acción de gracias. Lo
175
secundan sus acólitos. Se levanta y
bendice a Leonardo. El personal
médico, preparado de antemano, entra
y retira con discreción a Leonardo en
una camilla. Rondín, aún en el centro
del salón, dispone:
—¡Corten!
Todos experimentan la sensación de
haber regresado de una existencia
paralela a su realidad cotidiana.
Se hace un instante de silencio
suspensivo que finalmente, como
habiendo vuelto todos en sí, se rompe
con un aplauso espontáneo. Se lo
brindan a Rondín, a Susana, a
Remberto y a Grillo. Las miradas se
estos se cruzan, y en la medida de sus
fuerzas, responden también con un
aplauso brotado de sus corazones. En
las pantallas holográficas una soprano,
Catalina, canta el Avemaría. Ha
concluido la jornada.
176
Afuera, frente al Museo, la
camioneta blanca espera. Rondín,
Susana, Remberto y Grillo salen. Por
unos instantes se detienen en la
magnífica entrada, como si fuesen a
traspasar de un mundo a otro. El telón
de la noche termina de correrse del
todo. El suave resplandor tenue azul
del amanecer, matizado de tiernos
arreboles dorados, se insinúa en el
oriente por entre los cerros de la
ciudad. El aire es fresco y la atmósfera
apacible. El rocío, con destellos
cristalinos de oro y plata, como
delicado velo se extiende sobre el
verde césped. Rondín rodea con su
brazo a Susana; afectuoso la atrae
hacia sí. Ella le recuesta ligeramente la
cabeza en el pecho. Recibe de Rondín
un delicado y profundo beso en la
frente. Susana deja resbalar por sus
mejillas un par de lágrimas, que libres
177
brotan de sus tiernos ojos ámbar.
Abrazados se encaminan al vehículo.
Los siguen Remberto y Grillo.
La camioneta, silenciosa, sale de la
universidad. Dentro del Museo, el
equipo de Rondín termina de cumplir
las precisas instrucciones que impartió
para reacomodar todo como si nada
hubiese ocurrido. Sólo debía quedar
allí una sola cosa: el olvido. El rector
de la universidad, que finalmente no se
resistió a presenciar la escena, se retira
del punto estratégico en donde
permaneció inadvertido. Se aleja sin
que nadie repare en él.

Los alumnos van ingresando al


salón de clases. Se muestran vivaces
como la mañana. El fin de semana y el
asueto festivo del lunes siguiente, les
ha restaurado el entusiasmo. Leonardo
está sentado circunspecto, meditativo,
178
en la silla de la cátedra, que le usurpó
Ginandro. Un aire de ausencia denota
que su mente, más que reflexionar,
divaga. Demora algunos momentos en
iniciar la clase.
—¿En qué quedamos?
Un semblante de extrañeza le es
inocultable. Los alumnos reparan lo
inusual de la actitud del profesor y se
sorprenden del parche que cubre la
cuenca vacía de uno de sus ojos. Se
impone un silencio prudente.
—En que estoy exponiendo,
profesor —precisa Lis dándole
continuidad a la clase y mostrándose
desprevenida de la situación que lo
afecta.
—Continúa, pues, con lo que te
corresponde.
—Gracias —Lis se adelanta
diligente y continúa desarrollando su
tema—. El ser humano es un sistema
179
biológico que se originó tras el
violento parto energético del universo,
conocido como la Gran Explosión.
Una vez se produjo ésta, surgieron,
entre altas presiones y temperaturas,
corpúsculos elementales o quarks. El
número de éstos ha resultado
incalculable, y los estudia y clasifica la
mecánica cuántica. Su
comportamiento ha trastocado las
formas convencionales de entender la
realidad. Principios lógicos, como el
de que algo no puede ser de cierta
manera y de otra al mismo tiempo, o el
de que algo no puede estar en dos
sitios diferentes a la vez, no se
cumplen estrictamente en relación con
ellos; tampoco es factible precisar
conjuntamente su posición y
velocidad, ya que si se determina la
una se modifica la otra por influencia
del observador, por lo cual la
180
diferencia entre sujeto, quien conoce, y
objeto, lo que se conoce, no tiene
límites discernibles. Esta
imposibilidad se conoce como el
principio de incertidumbre. En el caso
de la luz, en ciertas circunstancias se
comportan, ya a la manera de ondas,
ya a la manera de corpúsculos; tal
ambivalencia se denomina el principio
de complementariedad. Los quarks
integraron los electrones, los protones,
los neutrones y en general las
partículas constitutivas de los átomos.
Los átomos se estimaron en una época
como la parte última indivisible de la
materia. Al enlazarse éstos entre sí, se
generaron las moléculas y con ellas los
productos químicos. De las
combinaciones de cuatro productos
surgió una estructura molecular
denominada ácido desoxirribonucleico
o ADN. Esos cuatro productos, o
181
bases, son la adenina, la timina, la
citosina y la guanina. Se suelen
enunciar con las letras A, T, C y G. El
de la A sólo se enlaza con el de la T, y
el de la C con el de la G; cada par se
une entre sí con un azúcar
(desoxirribosa) y un fosfato, dando
lugar a los nucleótidos. De estas
combinaciones resultan cuatro de
estos. Cada nucleótido es la unidad
básica o grafema de la escritura del
lenguaje químico de la vida. El enlace
de los mismos por los extremos libres,
forma la cadena espiral y
tridimensional característica del ADN
o molécula de la vida. Ella es el
fundamento de las células que integran
los organismos vivos o que tienen la
facultad de auto reproducirse. Tales
organismos se constituyeron de una
sola célula, los unicelulares, como las
bacterias, y de varias células, los
182
pluricelulares, como las plantas, los
animales o el hombre. La
combinación y longitud del
encadenamiento de los nucleótidos,
varían de organismo a organismo.
Cuando una fracción de esa cadena
contiene información para transmitir
una característica especifica del
organismo, se denomina gen o gene.
Determinada sucesión de genes
conforma los cromosomas. Estos se
localizan en el núcleo de la célula y
tienen un número fijo para cada
especie. En el hombre son 46
cromosomas, 23 transmitidos por el
espermatozoide y 23 por el óvulo…
En este punto —anota Lis resaltando
sus palabras con mayor acento— debo
hacer claridad que el ADN
mitocondrial, que es una parte
estructural de la célula llamada
organelo que se encuentra fuera del
183
núcleo de ésta, se transmite a través
del ovulo. Tal ha sido el fundamento
para hablar de un linaje femenino
único o de una línea evolutiva que
arranco de una sola hembra. Esta
característica se condensa en la idea de
la Eva mitocondrial… —y tras una
leve pausa, prosigue—. Se estima que
la célula humana contiene unos 6 mil
millones de enlaces de A, T, C, G., que
conforman el mapa del genoma
humano. En él está insertada toda la
información para que las células se
posicionen en el sitio que les
corresponde a fin de crear estructuras
jerarquizadas y superpuestas que
colaboran y se determina entre sí para
el desarrollo y funcionamiento del
organismo humano en sus fases de
mórula a blástula, de blástula a
embrión, de embrión a feto, de feto a
niño, de niño a adulto, de adulto a
184
anciano, de anciano a cadáver… Este
proceso bien pude asociarse al tránsito
de la potencia al acto, esto es, la
entelequia en sentido aristotélico —
anota Lis con cierta timidez mirando a
Leonardo—. La estructura de mayor
preponderancia es el sistema nervioso,
cuya cima es el cerebro. En éste
convergen los sentidos cenestésico,
táctil, gustativo, auditivo y visual; se
anidan las facultades volitiva,
cognoscitiva y emotiva, y es donde
reside el atributo de la conciencia. En
razón de ésta, el ser humano sabe que
existe, y discierne, además de sus
vivencias emocionales y apreciaciones
valorativas, los efectos psicológicos
generados por la estimulación de los
sentidos a causa de la vibración,
energía, temperatura y reacción de los
objetos; así, el sonido es el efecto
psicológico de las vibraciones del aire
185
que impresionan el oído, ocasionadas
por una fuente sonora; los colores lo
son de las ondas de cierta longitud de
radiaciones electromagnéticas que
percibe el ojo; el calor lo es de la
agitación, a cierto nivel, de los átomos,
que afecta térmicamente la
sensibilidad corporal; lo sabroso o
insípido, lo oloroso o inodoro, lo son
de las reacciones químicas que
estimulan las papilas gustativas y el
olfato; el tiempo lo es de la secuencia
de las fases o movimiento de los
procesos. En resumen, la historia de
las primeras moléculas de la vida, que
arrancó unos tres o cuatro mil millones
de años atrás, se corona con el sistema
biológico del ser humano. Con éste, el
universo empieza a recorrer el camino
hacia la percepción consciente del
mundo. En ese tránsito de partícula
fundamental a cadáver, de quark a
186
despojo mortal —en el contexto de un
universo que, quizá inmerso en otros
universos o paralelo a ellos, se
expande, se enfría y tiende al caos o
entropía, o que puede llegar a
contraerse y comprimirse al punto de
colapsar en una nueva explosión— el
ser humano, desde la perspectiva
termodinámica de los sistemas, se
entiende como un sistema biológico
que absorbe energía de su entorno para
su proceso vital. En el curso de este
proceso, una parte de ella se disipa en
energía inútil y otra se transforma en
acciones destructivas o constructivas,
en acciones de odio o de amor, en un
variado espectro de manifestaciones
entre unos y otros extremos. El punto
de crisis del sistema biológico
humano, procesador de energía, es la
muerte, con la que fenece la
consciencia; después de la muerte, se
187
argumenta, para el hombre individual
no hay nada.
Lis hace una pausa y aclara:
—Esta es, en líneas generales, la
perspectiva científica. Ahora, para ser
consecuente conmigo misma, expongo
mi visión —refresca sus sabrosos
labios con el sonrosado y húmedo
ápice de la lengua—. El ser humano es
el más alto grado de configuración de
la vida, en tanto vida consciente. Mas
la consciencia de la existencia, ese
sentir o saber que se siente y que se
piensa, no me responde quién soy, por
qué y para qué existo. Estas son
preguntas o para mortificarnos o para
salir del aburrimiento o para
encaminarnos hacia nuestra identidad,
según sean nuestros gustos,
sensibilidades o inquietudes. Yo, Lis,
sé que existo como individualidad
humana en un aquí y un ahora; soy
188
vida que percibe el mundo en forma
consciente. Eso ya me diferencia del
animal: el chimpancé no sabe que es
chimpancé, él no se nombra, esa es su
brutalidad. ¿Soy consciente sólo para
constatar mi dependencia a unas leyes
físicas y biológicas o a unos
determinismos culturales, económicos
o sociales? Si es así, que triste saber
que existo sólo para confirmar que soy
esclava de la naturaleza o un apéndice
social, cultural o económico. Tal sería
la aberración de la conciencia. Pero
no. Entre la conciencia de la existencia
y la conciencia de mí misma, hallo el
espacio espiritual de la creación. En él
me formo a través del ejercicio de mi
voluntad, insertada en la trama y
urdimbre de las voluntades que hacen
el tejido social, político y económico.
Con mi recursividad puedo crear
opciones de vida u optar por ellas;
189
puedo ser agente del poder o víctima
de él. Aquí encuentro el fundamento
de mi libertad. Para que mi poder
creador estimule la vida, debo
ejercerlo con mansedumbre, que no es
la sumisión del débil, sino la virtud del
fuerte para que el poder sirva al bien
de todos: la vida. En esto finco el
sentido de la igualdad. Para ello, el
contenido de conciencia empático,
sensitivo, que debe guiar el ejercicio
de mi voluntad, es el amor, a cuya
base pongo el respeto. Y si bien la
conciencia reside en el cerebro, el
amor se anida en el corazón; en él
germina para ascender a aquélla. En
tanto vida consciente de la existencia,
discierno la luz de la oscuridad, lo
bueno de lo malo para la vida, lo bello
de lo feo, tengo noción de mi fuero
interno, de ese ámbito o espacio
interior íntimo y moral en que cosecho
190
los frutos de mis obras. Para cerrar
este punto, cito a la abuela que me
enseñó: «Tengo un camino que seguir.
Madre celestial, se tu mi luz para optar
por el mejor».
Lis guarda unos instantes de
silencio, que son un paréntesis de
ánimo antes de concluir:
—Se ha establecido que los
sistemas, en la dinámica de sus
procesos, colapsan. Superado este
punto crítico, se trasforman en nuevos
y más complejos sistemas en los que
operan leyes diferentes a las de los
sistemas precedentes. Este proceso
¿finaliza en el hombre al morir? La
razón conceptual de la ciencia, con sus
destellos iluministas y la gran
explosión de sus logros, encandiló y
cegó al simio retardado u homo
sapiens, y lo confinó en el ciclo que va
del nacimiento a la muerte; además,
191
decretó que ni antes ni después de
estos extremos, tiene sentido racional
hablar de la individualidad consciente
del ser humano. En la oscuridad de
esta caverna y prisionero en ella, el
homo sapiens no ve la luz de la
transcendencia humanan que irradia de
un hecho positivo, tangible, probado:
la resurrección de Cristo. Los destellos
de éste maravilloso acontecimiento,
cuando irrumpen en su conciencia, ya
conformada con la oscuridad, los
estima un espejismo, los escamotea de
mentirosos, y solo admite el tenue y
frágil hilo de luz de su razón
conceptual abalada por la observación,
la experimentación y la verificación,
que terminan siendo los grilletes con
que se encadena a su caverna. Ese
homo sapiens, con su ciencia, ha
querido domeñar la gravedad ; Jesús,
por su parte, caminó sobre las aguas;
192
con su ciencia, se obstina en la
clonación; Jesús multiplicó los panes y
los peses; con su ciencia, se empecina
en perpetuar la vida individual; Jesús
sano enfermos y resucitó al muerto;
con su ciencia, plantea universos
alternos con leyes propias; Jesús se
transfiguró en otra dimensión,
descendió al infierno y ascendió al
Cielo en cuerpo y alma; con su
ciencia, pretende transmutar los
elementos; Jesús transformó el agua en
vino y obra la transustanciación del
pan en su cuerpo y el vino en su
sangre; con su ciencia, brega por crear
vida artificialmente, Jesús resucitó;
con su ciencia, aspira sonsacarle a la
naturaleza sus leyes para estructurar
una teoría consistente explicativa del
todo; Cristo es, por su parte, el
principio y el fin: la plenitud. Ante la
transcendencia del hombre, probada
193
por Jesucristo, el razonamiento
conceptual de la ciencia es un estadio
primario de la fe. Ésta, como
convicción de la verdad revelada, nos
saca de la caverna en la que nos
pretende confinar el razonamiento
científico. El ser humano transciende
la muerte; tiene la opción de la vida
eterna en la individualidad
consciente… Para terminar, hago mías
las palabras de la virgen de
Fontebranda, Catalina de Siena,
«permanezcan en la dulce dilección
del Señor. Jesús dulce, Jesús amor».
Gracias. Es suya la clase profesor
Ginandro.
Leonardo consulta el programa
académico que tiene entre sus manos.
Se incorpora de la silla y anota:
—Ustedes calificarán la exposición
de su compañera; sin embargo, yo me
reservo el derecho de valorar esa
194
calificación… De otra parte, les
comunico que he pedido una licencia,
por unas cuantas semanas, para
ausentarme de la cátedra por
circunstancias personales de recién
ocurrencia. Para continuar
desarrollando el programa en los temas
de óptica y física del color, la
universidad ha designado como
pasante a Tomás. Su excelente
promedio de calificaciones en estas
materias, cuando las tomó, y su
destacado aporte al desarrollo de la
interferometría láser y la banda de
registro holográfico cinético, lo
ameritan para ello… Por último, en
razón a motivos personalísimos
inherentes a la «propiedad intelectual»
—lo dijo en son de mofa—, he
decidido dejar el seudónimo de
Ginandro, con el que de tiempo atrás
pedí se me tratara. Concito su generosa
195
amabilidad para que a partir de ahora
piensen en mí por mi nombre de pila,
Leonardo. Por tal, pueden llamarme
con toda confianza. Mientras nos
volvemos a ver, orden y disciplina,
que conducen a la libertad; pero sean
benévolos consigo mismos. De la
exposición de Lis puede concluirse
que el conocimiento sin amor es
soberbio, altanero y tirano.
Recuérdenlo… ¡Ah, Lis!, a futuro no
olvides al final citar la bibliografía.
Hasta pronto jóvenes.
Leonardo recoge con la mano el
mechón plateado de su cabello que se
ha descolgado sobre su amplia frente.
Lo hace sin el ademán sutilmente
afeminado que afectaba a Ginandro.
Sale del aula. Fuera del edificio de la
facultad Tomás lo espera.
La mañana es transparente, vivaz,
despierta la vitalidad. Juntos, cruzan
196
entre el flujo animado de estudiantes y
se adentran en un sendero. Cuando
están por acceder al Museo se escucha
un «Chis, chis» que viene de la terraza,
y a continuación una voz que llama:
—¡Leonardo!
Leonardo y Tomás descubren en lo
alto a Santiamén. El sol a sus espaldas
solo deja ver su silueta.
—¡Gorrión!... Estoy deseando
saludarte con un abrazo.
—Gracias amigo… ¡Recibe! —
Santiamén le arroja una pequeña
bolsita—. Ya nos veremos —y
desaparece tras el muro de la terraza.
Leonardo toma la bolsita en el aire.
Corre el hilo que la cierra y extrae su
contenido. Es el ojo perdido.
Complacido lo lanza ligeramente al
aire y vuelve a recibirlo en la mano.
Hasta ellos llega la música de «La
condenación de Fausto», de Héctor
197
Berlioz, que se toca cerca de allí, en el
conservatorio.
—¡Vamos! —le dice Leonardo a
Tomás.
Entran a paso rápido al Museo.
Nada evidencia lo acontecido en él tres
noches atrás. Pasan al despacho del
director y de este a una sala contigua.
Leonardo se sienta, se retira el parche
e inserta el ojo en la cavidad ocular.
Con la rapidez de un sueño, en la
pantalla neuronal de su cerebro
discurre una sucesión de información
que su mente no alcanza a discernir.
Gira la silla y se posiciona frente a un
ordenador cuántico. Lo activa. Con la
yema de uno de sus dedos manipula
los controles desde la membrana de
comando. La información contenida en
los microchips del ojo discurre esta
vez en la mente de Leonardo a su
antojo. Su memoria la encuentra
198
trasladada al ojo virtual, extraída de
sus neuronas. En él están todos sus
recuerdos, la parte suya que siente
ausente y le ocasiona la sensación de
cercenamiento mental. Su conciencia
experimenta que se llena el vacío de su
memoria que lo agobia y que lo hace
sentir ausente del mundo. Es como si
despertara de un sueño de olvido que
le hubiese arrebatado parte de su ser.
—¡Tomás, esto es insólito! Puedo
revivir imágenes y emociones —
Leonardo guarda un instante de
silencio—. Aquí hay una sección en la
que siento que no soy yo… Haber
retrocedo… —su dedo se desplaza
sobre la membrana de comando
buscando información—. En esta
parte, hacia el pasado, vuelvo a
encontrarme conmigo mismo.
Recuerdo sueños. En ellos se hace
recurrente la extraña presencia de una
199
voluntad que parece no pertenecer a
nadie en concreto. Hay algo en ella
que me desagrada, que me incomoda,
pero me inspira ideas. Las evoco en
mis estados de vigilia y me resultan
afortunadas para mis investigaciones y
pruebas de laboratorio… Son años
pasados de mi vida… Empiezo a
interesarme en la presencia de esa
voluntad… Adelantemos un poco…
En esta sección la encuentro de
nuevo… Ya le he admitido que entre
en mí; si no viene, la llamo en mis
sueños, aun cuando no me acomode a
lo que hay en ella que me desagrada.
Me resulta útil por las ideas que me
proporciona; siento que llena en mí un
vacío, que satisface mi ansia de
develar los secretos del universo y de
la vida. Entonces, recuerdo a los
griegos, a Sócrates y sus diablos
inspiradores, intermediarios entre los
200
dioses y los hombres. Como no creo
en dioses, este parecer socrático lo
juzgo como la expresión mitológica de
un período del hombre precientífico,
que no ha conquistado aún la razón
conceptual; sin embargo, me resulta
paradójico que ahí en medio esté
Sócrates, el padre del concepto.
Estimo que la aparición de esa
voluntad es el resultado del residuo de
mi mente arcaica de hombre primitivo,
que subsiste en mi subconsciente y se
libera en mis sueños. La bautizo el
fantasma de mi prehistoria psíquica…
Rectifico… No puedo confundir el
sustantivo con el adjetivo: Como me
aporta ideas útiles, esa voluntad es la
forma onírica que adopta un proceso
creativo subconsciente de mi psiquis, y
“diablo” o “fantasma” es el nombre
dado por falta de una explicación
racional y científica al fenómeno…
201
Avancemos más… Ha transcurrido
mucho tiempo... He perdido
prácticamente mi identidad. Consentí
que esa voluntad se posesionara de mí.
Ahora, con una fuerza irresistible me
domina en sueños y despierto.
Dormido, me veo entre ginandras que
se enredan en mí y me inyectan con
sus estambres y pistilos sustancias
viscosas embriagadoras. Por un deseo
incontenible adopto el seudónimo de
Ginandro. Obtengo triunfos y
reconocimientos, pero no los estimo
propiamente míos. Tengo episodios de
nostalgia, otros de irascibilidad; me
asalta la envidia, el egoísmo; odio la
felicidad ajena, quiero ver el mundo
destruido, me complace el fracaso
humano; no quisiera existir; dejo de
ser cariñoso, afectuoso, tierno; amar es
insulso; se me debilita la sexualidad,
pero también tengo períodos de
202
exaltaciones obscenas y morbosas de
promiscuidad…
Leonardo hace silencio por unos
instantes. Parece estar leyendo sobre
un texto invisible. La yema de su dedo
se mueve en diferentes direcciones
sobre la membrana digital de comando
del procesador. Su aspecto abotagado
da la impresión de acentuarse en tanto
por su mente van y vienen imágenes y
sensaciones. Prosigue:
—Estoy cautivo, dominado,
oprimido dentro de mi propio cuerpo
por esa voluntad. La conciencia se me
cubre de sombras que no me dejan ver
el mundo por mí mismo. Ya no sé
cuándo actúo yo o lo hace la voluntad
que me sojuzga. No controlo mi
conducta… ¡Oh Tomás…! Qué triste,
Catalina, tu madre, deja de ser la mujer
admirada y se diluye mi amor hacia
ella. Peor, le pierdo respeto. Nos
203
separamos… Eres aún jovencito… Ni
amor paterno se enfría. Pasar a ser uno
más de quien Ginandro se puede
servir. Me mortifica la soledad; esta no
es un remanso de paz y meditación.
Trabajo compulsivamente. Dormir no
me descansa. Tiempo y espacio ya no
me son coordenadas de ubicación en la
realidad. Mi existencia es lúgubre,
carece de sentido. Ya no quiero estar
en ninguna parte, ya no quiero ser. Mi
cerebro es una caja de resonancia de
murmullos que se escapan de un
abismo oscuro. Necesito ayuda; sin
embargo, una barrera de orgullo me
impide pedirla. ¿Yo, un trastornado
mental? Hago un esfuerzo por
superarla. «¡Ayúdame Mariana!
¡Ayúdame Mariana!». Recurro a ella
desde mi sombrío y agobiante
cautiverio… Aquí, en esta sección,
estoy frente a un espejo… Me miro en
204
él y escudriño en mis propias pupilas.
Quiero viajar a través ellas y
desembocar en otro universo donde
esté libre de esta opresión. Recojo el
mechón que se descuelga sobre mi
frente. Lo hago con un ademán
afeminado que no es mío. Mi mano
izquierda se tensa y contrae. Adopta
ligeramente la forma del signo del
macho cabrío satánico. Mi rostro en el
espejo se distorsiona. No soy yo. La
imagen me mira y sonríe irónica. Mi
conciencia, voluntad y deseos han
quedado atrapados… No se
manifiestan más al mundo… Estoy
derrotado… Ginandro posee mi cuerpo
y subyuga mi alma… He sido poseído
por un espíritu maligno, y en cierta
forma finalmente lo he consentido.
Avancemos —Leonardo busca hacia
adelante en la memoria—. Una voz me
llama: «Leonardo, Leonardo, amigo…
205
Se que estás ahí…», y recita: «El
espíritu del Señor está sobre mí. Me ha
ungido para que de la Buena Noticia a
los pobres. Me ha enviado a anunciar
la libertad a los cautivos, la vista a los
ciegos, a poner en libertad a los
oprimidos, a proclamar el Año de
Gracia del Señor». «Rata, aléjate de
mí». Vocifera desde mi interior
Ginandro…
Tras prolongado silencio durante el
cual sigue recorriendo la memoria
insertada en el ojo virtual, Leonardo
suspende la manipulación de la misma.
Agotado, pero con una expresión de
satisfacción y alegría de haberse
reencontrado, se recuesta en la silla.
Mira a Tomás y le dice:
—El resto es un plan
desestabilizador, a gran escala, del que
era agente Ginandro. Su estrategia y

206
estratagemas, sus secuaces e
infiltraciones, lo verás tu directamente.
Leonardo gira sobre la silla y dirige
su mirada al procesador. Un fino haz
luminoso se dispara desde la pupila del
ojo artificial hasta el lector óptico del
procesador y le traslada la información
contenida en los microchips de
memoria del ojo. Leonardo graba la
información en una memoria portátil
convencional que le confía a Tomás:
—Extrae lo pertinente para
conocimiento del rector de la
universidad. Es material de extrema
reserva.
Salen del Museo. Mientras transitan
por el sendero contiguo al
conservatorio, se escucha una sinfonía.
—¿La distingues? —afectuoso le
pregunta Leonardo a Tomás.
Tomás agudiza el oído. Sí:

207
—La Resurrección, de Gustav
Mahler.
A la mañana siguiente Rondín,
Leonardo y Tomás salen de la rectoría
de la universidad. Dialogaron un par
de horas con el rector y le hicieron
entrega de dos memorias informáticas.
Una concerniente a la posesión de
Leonardo y la otra contentiva del plan
desestabilizador de Ginandro. Ya solo,
el rector da media vuelta en la silla. De
frente a la ventana mira hacia la lejanía
del firmamento. No está asombrado
por los hechos referidos por Rondín,
Leonardo y Tomás, pero si conmovido
por los acontecimientos en sus
fundamentos de entender el universo,
el mundo, el hombre y la vida. Esto le
hace experimentar una extraña
sensación de incertidumbre. Quiéralo o
no, está enfrentado a tener que revisar
las concepciones de la ciencia, de la
208
religión, del poder, de la realidad, de la
verdad, y por tanto la forma de tratar y
relacionarse con el hombre. Él no es
persona para conformarse con un
pragmatismo simplista de existencia
que le brinde comodidad mental; su
carácter no le permite que por estar
tuerto deba volverse ciego. Escudriña
las profundidades del cielo que tiene
ante sus ojos. Es hermoso su límpido
azul. Pero «hermoso» y «azul» sabe
que sólo están en su interior, que de
alguna manera, al cerrar los ojos,
dejaran de existir. Entrecruza los
dedos de las manos, excepto los
índices cuyas yemas lleva a la aguda
punta de la nariz. Cierra los ojos y su
mente se sumerge en las profundidades
de la reflexión. Viaja por todos los
recovecos de la física, de la química,
de la biología, de la genética, de la
neurología, de la psicología, de la
209
psiquiatría, se introduce por los
senderos de la antropología, de las
ciencias sociales y de la historia,
asciende y desciende por los sinuosos
terrenos de la filosofía, llega en su
viaje a los bordes mismos de la
multiplicidad de universos concebidos,
a los límites de la existencia y
deambula en sus alrededores. Intuye
un más allá a esos confines que le son
infranqueables con la razón, un más
allá que ya no es una simple sensación
psicológica o una dimensión
puramente fantástica o un espejismo.
No encuentra conceptos para
enunciarlo, es una vivencia interior e
íntima personalísima de esa realidad
transcendente. Se la demuestra el caso
Ginandro. Escéptico al comienzo para
aceptar que se trataba de una posesión
en cambio de un eventual desorden
disociativo o trastorno de posesión,
210
ahora debe admitirlo, y en silencio
para no pasar por iluso, crédulo e
ignorante. ¡Qué paradoja! Adquiría en
él sentido la verdad revelada, pero
indemostrable bajo los parámetros de
la ciencia, válidos para la
demostración de otros fenómenos.
Pensó en San Pablo, a quien siempre
apreció como un exaltado místico, y su
revelación de Jesús. Tenía ante su
conciencia la validez de la fe como
convicción de la verdad. Respiró
profundamente, abrió los ojos. Al
mirar la inmensidad del firmamento
recordó uno de los versos que
dedicaba a su amada esposa: «Por los
caminos áridos del mundo voy
peregrino voy vagabundo tras de las
huellas de un amor feliz. Hoy un cielo
hermoso se ha abierto ante mí». Y en
efecto, ante su mirada estaba el
espléndido cielo azul inmaculado, y
211
sin quererlo, descubrió suspendida en
él y como recortada de un copo de
algodón, a la luna diurna.
El repicar de su intercomunicador
privado le interrumpió sus
cavilaciones.
—Presidente, me honra su
llamada… Sí…Personalmente deseo
entrevistarme con usted… Gracias por
tan generosa atención para conmigo
señor Presidente. Le agradezco ese
espacio en su agenda.
Presidente y rector sabían que la
amistad en cambio de dar paso al
debilitamiento del mutuo respeto y
consideración, debía consolidarlos.
Entre otras cosas, esto los hacía dos
ejemplares personas.
Terminada la conversación, el
rector toma entre su mano derecha la
memoria informática concerniente al
plan de Ginandro para propiciar la
212
desestabilización de la nación. La
guarda en una pequeña caja fuerte.
Contiene un plan encaminado a
generar zozobra, inseguridad, división,
enfrentamientos y desconfianzas a lo
largo y ancho del territorio nacional,
penetrando los centros neurálgicos de
desarrollo, defensa, cohesión de la
persona, la sociedad y el Estado. Es un
plan escalonado que incluye desde
atacar la inocencia infantil, hasta
deteriorar la firmeza moral del adulto,
pasando por debilitar la intimidad de la
familia, apocar la cultura, deteriorar la
sociedad y hacer inoperante el Estado.
Para ello se resquebrajará el respeto
dando paso a la permisibilidad,
sustentada en la tolerancia a todo
relativismo; se instará a la violencia, se
promoverá la insidia, la calumnia, la
injuria, la tergiversación, la ofensa, el
menosprecio; se sembrará la apatía, el
213
desinterés, la frustración, la
insolidaridad; a la simpatía se opondrá
la maledicencia; el desorden de
apetitos insaciables se le confundirá
con la vida plena emotiva; el orden y
la disciplina se tendrán como
retardatarios para el disfrute del
bienestar, la felicidad y la alegría; se
inculcarán doctrinas perniciosas y
justificativas de relativismo sexual,
amoroso, moral y de prácticas políticas
violentas; se hará sentir a la persona
débil ante la necesidades y
subordinada a ellas para manipularla
con el chantaje y el soborno; se
estimulará la imprudencia, la
negligencia, como expresiones de
espontaneidad. Se amedrentará con el
miedo; la ambición devoraría las metas
excelsas, y en la inversión de valores
los medios ya no cualificarían los fines
si no que los fines justificarían la
214
perversidad de los medios. En fin, está
toda la estrategia y estratagemas para
inocular el mal con mentira, odio,
terror y miedo, y para destruir a
quienes se opongan. Y el complot se
había iniciado en la universidad y
llegaría hasta la presidencia de la
nación. En esa memoria encontró el
rector la explicación al sabotaje del
sistema de notas de la universidad,
como al origen del incremento de las
afecciones psicológicas de los
estudiantes, sucesos que tan solo
parecían acontecimientos anecdóticos,
minimizados en su gravedad por un
aire de humor negro; además estaban
los nombres de las personas y sectas
que ya habían sido enroladas al
complot. Le causó desaliento hallar
entre ellas conocidos. Constató que, en
nombre de la verdad, el progreso, la
autónoma determinación del individuo
215
y la defensa de los marginados, se
cometerían los más indignos,
destructivos y soterrados ataques y
agresiones contra el hombre. Tras esos
estandartes se encubría la maldad; tras
el credo de la tolerancia se escondía el
irrespeto y la hipocresía. El mal iba a
golpear duro. El rector tenía en sus
manos la evidencia, y no podía
ocultársela a su conciencia. La
situación no admitía ambivalencias: o
aquí o allá, caliente o frio, sí o no. Esto
le significaba replantear muchas de sus
ideas y actitudes. Por ahora, entregaría
al presidente la memoria informática y
dispondría lo pertinente para que la
universidad retornara a la normalidad.
Por su parte el presidente sabría
neutralizar los focos del complot,
desarticulado al haberse desterrado a
Ginandro. El rector presintió

216
sobrevenir la tranquilidad, no sin antes
librarse una batalla.

Mientras recorrieron la exposición


holográfica del museo, Lis permaneció
en silencio. Atenta escuchó el relato de
Tomás. Si bien él la previno, su inicial
escepticismo de estar escuchando un
hecho verídico se disipó y su sonrisa
incrédula se fue desdibujando al
tiempo que su rostro tomó un aspecto
circunspecto y evidenció un aire de
temor.
—Es una historia increíble. Gracias,
Tomás, por tu confianza. Entiendo que
es un hecho que debe asumirse con
prudencia, respeto y reserva.
—Yo mismo permanecí ignorando
lo que sucedía. Sólo hasta cuando se
dio su desenlace, tuve conocimiento
del caso. Enterarme, me permitió
entender muchas cosas, como la raíz
217
de la separación de mis padres, su
distanciamiento tan radical y esa
sensación de falta de calidez y ternura
de mi padre, pues sencillamente no era
él. A Ginandro lo sentía un ser extraño
a mí. Esa lejanía afectiva nunca la
suplía su trato deferente. Te confieso
que en mi pecho se anidaba un
malestar de resentimiento hacia él que
me hacía sufrir. Cada vez sentía que su
personalidad sutilmente me avasallaba
más y más y me dejaba una sensación
de despersonalización. Mas persistía
en hacerme mi propia identidad. Me
atraía su admirable talento científico.
Estimaba como desinteresado que
compartiera conmigo muchos de sus
hallazgos creativos; sin embargo,
notaba que todo en él tenía al final un
precio que sabía cobrar en su
momento. Esto me irritaba, pero se lo
justificaba. Si me sentía utilizado se lo
218
atribuía a un reflejo de
desagradecimiento y egoísmo de mi
parte. Todo esto me lo guardaba en
silencio; al fin y al cabo era mi padre y
mi deber filial era comprenderlo.
—Sobre Satanás y la posesión de
espíritus malignos —le comenta Lis—
algo retuve de mis lecturas del Nuevo
Testamento. Después de ser bautizado
por Juan, Jesús fue tentado por
Satanás; luego, liberó a endemoniados;
de María de Magdala, o la magdalena,
expulsó siete espíritus malignos, y
pedía al Padre que a sus discípulos los
librase del Maligno. Juan en su
evangelio anota que Satanás, el
«príncipe de este mundo», «entró» en
Judas. En la biblioteca me tope, sin
quererlo, con algunos escritos al
respecto que descartan la existencia de
Satanás y lo consideran como una
creación de la mente humana, y en los
219
que se argumenta que todo en torno a
él son efectos psicológicos reforzados
socioculturalmente, e incluso
explicables por la parapsicología. Sin
embargo, nunca me detuve a
considerar el tema. Creo que el mal de
alguna manera nos acecha y rechazo
todo aquello que desde la perspectiva
de mis valores estimo que me agrede.
Mi fuente de esos valores es Dios, a
través de su Hijo y su inmaculada
Madre, la Virgen María, y hallo
fortaleza en los santos.
—Yo lo apreciaba como un tema
especulativo, fantasioso, que si algún
interés tenía era para ver en él una
manifestación de la mente
precientífica del hombre, ya superada
en la era de la razón, y como recurso
novelesco y cinematográfico de
ficción. En la biblioteca de Mariana
hay un libro titulado, «Yo expulse a
220
Satanás», pero nunca pase de la
caratula.
—Curioso, Tomás. Observa que la
posesión demoniaca suele asociarse
con manifestaciones espectaculares de
dominio mental a distancia de los
objetos, con hablar lenguas extrañas,
con el despliegue de fuerzas física
inauditas, con actos de violencia
atroces, con distorsiones y
descoyuntamientos insólitos del
cuerpo, acompañados de excreciones
viscosas y asquerosas, y de fríos
intensos en entorno del poseso. Nada
de eso, según me cuentas, hubo en el
caso de Ginandro.
—Algo de todo ello se dio, pero no
hipertrofiado, por lo que pasaba
inadvertido y natural…
—Bueno… Apartándonos de las
manifestaciones corporales, Ginandro
hacía gala de un vocabulario científico
221
ininteligible para nuestras mentes
llanas —las palabras de Liz tomaron
un acento de encantadora picardía—,
solo comprensible entre sus pares. Se
gozaba nuestra perplejidad de
alumnos, y luego, con sus sedosas
actitudes, nos explicaba como un dios
sus conceptos. Yo me dedique a la
tarea de recopilar glosarios de textos
científicos. Y qué decir de su
fascinación por las grandes
explosiones energéticas; por la
interacción a distancia de las fuerzas
atómicas, electromagnética,
gravitatoria, y por la predictibilidad de
la ciencia. La glosolalia o decir
muchas palabras en lenguas
desconocidas o entender al que las
habla, o descubrir objetos distantes y
escondidos, o desplegar fuerzas o
energías poderosas, son características

222
de los posesos. Eso se me grabó muy
bien.
La sonrisa de Tomás encubre algo
de su confusión. El acento de Liz le
dice que en sus palabras hay algo de
humor y no de burla irónica. Como
queriendo sintonizarse con ella, anota:
—La frialdad de Ginandro no sólo
se manifestaba en el final gélido del
universo según la entropía, sino en el
estado de hibernación en que tenía al
amor. Yo lo experimente al tratarlo
como mi padre… Bien ¿qué opinas de
la exposición holográfica?
—Estuve demorada en verla. Algún
obstáculo, compromiso o deber,
siempre me impedía venir… Del arte
rupestre al arte holográfico —Liz
repasa con la vista el interior del salón
de derecha a izquierda de abajo arriba
—. El hombre, un constructor de
techos desde cuando sale de la
223
caverna. Desde entonces no ha dejado
de plasmar en ellos sus visiones y
concepciones del mundo. Tú sabes que
antes de reflexionar sobre el arte, lo
vivo, lo experimento en un contacto
inmediato sensitivo y místico, no
conceptual. Así le encuentro su alma.
La reflexión es ya una especulación
sobre esa esencia vital. El arte nos
habla con imágenes, impresiones y
símbolos. Él no explica, no define, el
revela… en silencio… Es como la
liturgia mística de la misa.
Respondiendo a tu pregunta, me
sorprende el talentoso manejo técnico
holográfico de estas obras, sin
embargo, no encuentro en ellas nada
que me cautive por su estética
estimulante de la vida; me dejan una
sensación de vacío, de incertidumbre,
de desolación; hay en las mismas un
sutil rasgo de rabia, ira y complacencia
224
por el dolor; la llamativa propuesta
inicial de colores vivificantes se
resuelve en una antitética y dramática
agonía que enerva cualquier destello
lumínico vital…
—Yo tampoco vine antes,
esperando verla contigo —aclara
Tomás—. Después de los
acontecimientos, más que nunca
deseaba hacerlo en tu compañía, no
solo para contarte en el escenario
mismo de los acontecimientos lo que
ya sabes, sino porque quería revelarte
algo más. Ginandro, desde aquí,
también inoculaba su veneno. Además
de perpetrar el ataque al sistema
informático de la universidad, con esta
exposición atacaba las mentes. La
información contenida en el ojo reveló
que determinadas combinaciones de la
amplitud, longitud y frecuencia de
ondas radiadas por estas creaciones
225
holográficas, desencadenan una
reacción de la química neuronal del
cerebro que propicia trastornos en el
sueño, ya registrados en número
preocupante por el servicio de
bienestar psicológico de la
universidad. En su momento
estudiaremos en el laboratorio la
configuración y expresión matemática
de esas ondas. Ginandro difundió,
además, un colirio entre los alumnos
que restablecía el sueño y propiciaba
imágenes oníricas de morbosidad
sexual; colirio que causa
dependencia… ¿Qué tal?
—Interesante… y apasionante. Me
entusiasma —responde Lis con
desparpajo y una sonrisita de tierna
malicia y osadía.
—¡Ah!, ¿sí?... ¿Eso te parece? —le
pregunta sorprendido Tomás.

226
—Sí —reafirma Lis con suavidad,
pero categórica.
Tomás, dándose confianza,
introduce la mano en el bolsillo
interior de su chaqueta y extrae un
frasco pequeño de colirio. Lo agita
ligeramente, retira la tapa y se aplica
en cada ojo una gota.
—Deja que te lo aplique. Te
acostumbrarás a él —hay un dejo de
sorna retadora en su voz.
Una oleada de temor frio recorre el
cuerpo de Liz. Sin perder la
compostura, responde con desenfado.
—Por ahora no sufro de insomnio.
—Vamos Lis, no seas tímida. Lo
disfrutarás.
—Antes debo repasar la exposición
concentrando toda mi atención en ella,
para que valga la pena usar el colirio
—evasiva pero desafiante apunta Lis.

227
—Aplícatelo de una vez, niña. Será
más estimulante.
—No —con tomo suave, Lis se
mantiene firme.
Tomás, que ha captado la
preocupación de ella, se detiene y la
enfrenta mientras le sujeta con
suavidad los brazos. Le aclara con
delicadeza:
—Lis, tú lo sabes, este colirio es el
que debo aplicarme en las prácticas de
laboratorio de interferometría láser
para evitar la resequedad del ojo ante
la exposición a los haces lumínicos.
Nada tiene que ver con el colirio de
Ginandro.
Ligeramente sonrojada por haber
pasado por temeraria y a la vez
incauta, Lis respira aliviada, y
mostrándose serena lo toma cariñosa
por la cintura. Sus miradas se buscan
juguetonas. Lis descubre que los ojos
228
de Tomás han perdido ese ligero velo
nubloso que les daba un aspecto
sombrío, y se alegra de verlos destellar
nuevamente de picardía, vitalidad y
deseo.
—Eres mi incontenible y bello
estímulo... ¿Sin prevenciones? —
arrobado susurra él.
—Eres mi excitante colirio… Sin
prevenciones —embelesada conviene
ella.
Sus pupilas se abren, y entre
miradas acariciantes viajan a las
intimidades de sus almas. Cerrando los
parpados, aproximan sus ansiosos
labios para saborear los deleites de la
mutua complacencia. Se funden en leal
abrazo que los estremece de gozo. Lis
siente que está de nuevo con ella el
Tomás suave, cariñoso, tierno,
transparente, apasionado e impetuoso;
intuye que se ha disipado la nefasta
229
bruma que le oscurecía su ser. Lo
aprieta profundamente contra su
pecho, le entrega el corazón y
generosa le brinda con suavidad todo
el pliegue de sus muslos. Quiere
poseerlo a plenitud, para siempre.
Tomás aspira profundamente las
fragancias de Lis, se tensa su fibra
muscular varonil, y, exhalando en un
suspiro su halito de vida, se da todo a
ella. Con su entrega, quiere poseerla,
para siempre. Se diluyen en la
ensoñación de un beso y estrechan el
sensitivo abrazo. El estimulante roce
de sus cuerpos, libera descargas de
sensuales ondas, y de sus intimidades
fluyen lubricantes esencias. En
silencio se dicen «te quiero».
Despacio, dejan atrás la exposición;
una sensación de triunfo compartido
los embarga. Se poseen uno al otro.

230
El sol apenas se anuncia entre la
frondosidad del bosque que tapiza las
montañas orientales. La iglesia del
Señor de Monserrate, que corona la
cima del cerro tutelar de la capital de
la república, se va descubriendo entre
la niebla que se disipa; el rocío de la
noche, congelado aún, se extiende
como un velo cristalino sobre sus
jardines. Sus aposentos parroquiales
han hospedado la noche anterior a
Susana, Remberto y Grillo. Abajo,
sobre la extensa sabana que se pierde
en la lejanía del horizonte, apacible
reposa en domingo la ciudad de
Bogotá al cobijo del sutil manto de
tenue azul celeste que la cubre. Plena
se exhibe la capital a los serenos ojos
de translucido ámbar de Susana, que se
goza de contemplarla desde las alturas
del majestuoso cerro. El frio amanecer
sonroja sus mejillas, e insinuantes
231
reflejos de sol destellan en su ondulada
cabellera dorada, que por debajo del
gorro de lana se descuelga hasta sus
hombros. En el borde de la terraza del
jardín posterior de la iglesia, entre los
ascendentes y fragantes vapores que
exhala su deliciosa respiración, se alza
esbelta y delicada esta hermosa flor
virginal en medio del cielo y la tierra.
La brisa se arremolina en torno suyo
queriendo elevarla hasta el vergel
celestial de las divinas damas. A sus
flancos, dos varoniles y recios
custodios parecen anclarla a la cúspide
del cerro del Señor de los Caídos.
Susana, Remberto y Grillo, desde
antes de que el titilar de las estrellas se
perdiese en el clarear del día, salieron
al jardín a degustar los encantos del
amanecer. Están plenamente
complacidos de gozarlos al ritmo vivo
de la liturgia de la creación y del vuelo
232
sosegado del dialogo de sus almas. El
sol ya reina como bruñido ostensorio y
la atmósfera se entibia. Remberto y
Grillo ofrecen sus brazos amables a
Susana; ella los toma de gancho y se
encaminan joviales por los senderos
que contornean y conducen a la
iglesia. Suena el toque de campanas
para la primera misa dominical del día.
Atraviesan la iglesia a lo largo de la
nave central, pasan el nártex y salen al
atrio; descienden las escalinatas y en
contravía a los feligreses que empiezan
a llegar por el camino empedrado, se
dirigen hasta el teleférico, que junto
con el funicular van conquistan la
cima del cerro transportando la
romería peregrina. Susana, Remberto y
Grillo no visten sus hábitos, pero su
peculiar contraste de fisonomías no
deja de atraer la atención de los
curiosos, para quienes pasa inadvertida
233
la fortaleza y nobleza espiritual que
subyace tras sus inusuales cataduras.
Un peregrino que, en actitud de
recogimiento, esconde su escuálido
rostro y cráneo rasurado tras una
capucha, encuentra su mirada con los
ojos radiantes de ternura de Susana.
Los dos, sin que se conozcan, sienten
que no son extraños. Se saludan en
silencio con un intercambio afable de
suaves sonrisas. El peregrino se retira
la capucha, levanta su rostro iluminado
de alegría al cielo. En su corazón ha
penetrado un nuevo rayo de esperanza.
Susana continua adelante sin mirar
atrás; entona en voz baja y melodiosa:
«Señor, me has mirado a los ojos,
sonriendo has dicho mi nombre, en la
arena he dejado mi barca, junto a ti
buscaré otro mar». Remberto y Grillo
se le unen: «Señor, tú sabes bien lo
que tengo, en mi barca no hay oro ni
234
espadas, tan sólo redes y mi trabajo».
Abordan el teleférico para descender
de la montaña a la gran ciudad. Pronto
terminarán sus días de ocio santo, y
volarán en alas de la tecnología de
regreso a sus sedes.

El día es ideal. La mesa está


exquisitamente presentada; elegante,
pero con el toque de informalidad que
le da la frescura y el colorido de un
almuerzo campestre. La fragancia de
los ciruelos, los duraznos, los brevales,
los papayos y los cerezos, se esparce
delicada perfumando la atmósfera.
Entre suaves melodías que ambientan
el espacio, se insinúan sutiles aromas
de cocina que incitan el apetito.
Mariana revisa que no falte detalle. Su
porte irradia de contento. Al fin suena
el armonioso timbre del portón.

235
—Yo a abro —le anuncia Mariana
al servicio.
Alegre, pero conteniendo su
emoción, se encamina hacia el portón.
Intuye la presencia de su gran amigo.
Lo abre. Es él, con su culta
puntualidad.
—¡Por Dios!, qué dicha, al fin te
vuelvo a ver —lo saluda ella.
—Qué bello llegar a ti —le
corresponde él.
Se entrelazan en emocionante y
sentido abrazo del que parece no
quisiesen salir. Marina lo regala con
un beso en la mejilla que él lo siente
en el corazón. Rondín la obsequia con
un beso en la frente que ella lo vive en
el alma. Juntos no salen de la
ensoñación de un encuentro
largamente esperado. Picaros secuaces
en la infancia, cómplices de aventuras
en la mocedad, actores protagónicos
236
de teatro en el esplendor de la
juventud, mutuos confesores de
secretos en la adultez. En el comienzo
del atardecer de sus días, leales
compañeros en la distancia. Mujer y
varón que tejieron con los hilos del
aprecio, la admiración, la
consideración, la franqueza y la
solaridad, el lazo de respeto que los
une. Indómitos en la entrega a sus
confesiones: El, padre de almas,
consagrado a Dios; enamorado
sublime de la Madre Celestial, novio
casto de las divinas santas del jardín
del cielo. Ella, firme doncella, amante
esposa, amorosa madre, señorial viuda,
pía devota y prestigiosa historiadora de
arte y dramaturga. Uno y otra,
ejemplares y silenciosos triunfos del
espíritu. De nuevo, juntos en presencia
física.

237
Mariana toma de gancho a Rondín
y se recuesta ligeramente en su
hombro. El deja descansar su mejilla
en la cabeza de Mariana. ¿Amigos,
novios, esposos? Amantes espirituales,
son una síntesis de afectos y candor.
En el embeleso del encuentro, avanzan
hasta el interior de la casa; luego
buscan la intimidad del estudio.
—Para ti —con sentido afecto,
Mariana entrega a Rondín el regalo
que le tiene listo sobre el secreter.
—Y para ti —Rondín obsequia a
Mariana con un presente que toma de
entre el pequeño maletín que aún
cuelga cruzado en su torso.
Cada quien descubre con delicadeza
su obsequio, empacados con sencillez
y cariñoso esmero.
—¡Hermoso! —exclama Rondín
con espontaneidad.

238
Entre sus manos y ante sus ojos
admirados, queda expuesto un
pequeño reloj de mesa, en oro, en
forma de espadaña, con una primorosa
campanita que anuncia el cambio de
las horas canónicas. Es una pieza
excelsa de arte de relojería y
orfebrería.
—¡Fantástico, Rondín! —exclama
Mariana verdaderamente complacida,
y aprieta contra su pecho un selecto
compendio musical de las obras de
Matteo Ricci, interpretadas por
músicos y cantores juveniles chinos.
Mientras Mariana se acerca al
reproductor de sonido, Rondín
programa el reloj para que cambie de
hora en los siguientes segundos. Se
muestran como dos jovencitos alegres
que disfrutan sus regalos.
Colocado sobre el secreter, la
campanita del reloj pronto oscila. Al
239
golpecillo del badajo, ella libera su
ensoñador repicar.
—¡Lindo, Mariana!
Termina de tañer la campanilla
cuando comienza a escucharse los
coros en mandarín, acompañados por
instrumentos autóctonos chinos. Voces
e instrumentos embelesan por su
virtuosismo.
—¡Bello, Rondín!
Sentados en el sofá y después de
unos minutos de arrobamiento,
Mariana toma la mano de Rondín.
Mirándolo con ostensible y sincera
gratitud, le dice:
—Gracias… Solo tú podías atender
mi llamado para rescatar a Leonardo…
Gracias.
—Fue la voluntad de Dios. Mi
único honor es que me permitió
servirlo… y servirte… Te confieso,
Mariana: Por la gracia de Susana, con
240
que la regaló el Señor en retribución a
sus santos méritos, estoy en pie. Ella
es la heroína por sus virtudes…Mi
dulce amiga, todos los
reconocimientos terrenos son para
Susana, para Remberto y Grillo, y a
través de ellos a nuestro Señor… Por
el contrario, yo soy el que debo darte
gracias por la confianza que me
brindas y por dejarme seguir viviendo
en tu corazón. Poder disfrutar el suave
rocío de tus amabilidades y
consideraciones, no tengo cómo
agradecértelo… —Rondín hizo una
brevísima pausa para darle un giro a la
conversación—. ¿Ya enteraste a tu
hija?
—Qué encanto de hombre eres…
Sí, ya está al tanto. Continúa de gira.
Su voz de soprano no deja de ser
hermosa… Nos hemos estado
comunicando. Con su usual
241
espontaneidad y jovialidad, asumió
inicialmente el hecho con la misma
incredulidad con que abordó el tema
de la posesión cuando se lo plantee por
primera y única vez. Ante la inicial
incredulidad de Catalina, Tomás tuvo
un apunte que me pareció simpático
proviniendo de él. Le argumento:
«Mamá, ¿brujas?, que las hay, las hay;
¿ángeles?, que los hay, los hay». Ella
le respondió: «Si tú me lo dices, hijo,
te creo». Tras un dialogo detallado
entre ella, Tomás y yo, está dispuesta a
ponerse a disposición, sin
prevenciones, para un paulatino
reacercamiento interpersonal con
Leonardo. Se le aclaró que se trata de
propiciar un reencuentro de personas y
no de pareja… Pide para ello un
tiempo prudencial… A Catalina
también le va a encantar el obsequio
que me has hecho.
242
—Qué bien se siente uno de estar
aquí. Vibra de dulzura tu hogar —le
manifiesta Rondín con delicadeza.
—Es igualmente tu casa. Hay
mucho de ti aquí.
—Tu noble hospitalidad me
honra… «Es sitio de reina y yo sólo
soy tu siervo».
Se miran a los ojos. Sonríen
cómplices, e inician un cortejo de
palabras, como pajaritos que se cantan
en una rama. Es el dialogo de una
representación teatral que no olvidan:
—Eso es lo que te hace más que un
rey en mi corazón.
—Ay, bella mujer. Nunca lo
conquiste por mis méritos, que son
pocos. Me lo brindas por tu
generosidad.
—Siempre buscó anidarse en el
tuyo que es más grande.
—Por el tuyo vive el mío.
243
—Eres el corazón de mi corazón.
—El dulce palpitar de tu ser, es
delicado aleteo que acaricia mi alma –
le susurra él.
—Vuelo, amigo, al tierno nido que
me da cobijo.
—Ansioso, espera a la cálida
paloma que llena el vacío de su
ausencia.
—Ella vence las tempestades y
remonta los riscos porque vuela alegre
para reposar complacida en su cálido
seno.
—Su única dueña lo regala con su
vital presencia.
—Eterno nido en el que he amado y
del que espero algún día nunca partir.
—Amada paloma para quien lo he
tejido.
Se hacen una histriónica venia,
luego se tributan un mutuo y fino
aplauso. En su ensoñador vuelo se
244
sumen en profundo abrazo. Traspasan
el universo. Habitan en la calidez
materno-paternal del cielo. Sin que sus
labios se toquen, sus amantes almas se
besan en las alturas que alcanzan los
que se desprenden del mundo.
De la mano, Lis y Tomás llegan a la
casa derrochando dicha; también se
hacen presentes, Susana, Remberto y
Grillo, cargados de lozana vitalidad.
Luego se anuncia en el portón
Leonardo; exhibe una sonrisa
entusiasta. Lo acompaña al rector de la
universidad, que irradia jovialidad.
En alas de ángeles, en suave planeo,
Mariana y Rondín descienden a las
terrenas dimensiones. Antes de salir
del estudio, Rondín se detiene un
instante ante una fina reproducción de
«La multiplicación de los panes», de
Goya:
—Bello cuadro.
245
—Maravilloso —afirma Martiana.
Del brazo, entre límpidos destellos
de alegría, bajan del estudio al
encuentro de los convidados.
Suena el teléfono. Tras conversar
unos momentos, les anuncia Mariana:
—Un saludo afectuoso para todos,
de Catalina, que anticipó su regreso.
¡Sorpresa!… Viene en camino; está
por llegar. Nos da tiempo de saborear
un copetín…
Ya presente Catalina, tras un ameno
y sabroso aperitivo Mariana invita:
—A la mesa, por favor
Alegres, pasan al comedor
campestre. Mariana lo encabeza, con
Rondín a su derecha. Es un día de
domingo, esplendido, en que los
copetones juegan entre las ramas de
los árboles del jardín. Uno de ellos
vuela a la mesa, revolotea juguetón
mientras gorgotea alegre, y luego alza,
246
vuelo. «¡Santiamén!», exclama
Leonardo.
Los une el fruto maduro del árbol
de la vida: el amor.

FIN

247

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