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TRAS LA HUELLA DEL DOCUMENTAL“EL CHAZO JARA:

MEMORIA SONORA”

https://eljardindelaiguana.blogspot.com/2010/01/tras-la-
huella-del-documentalel-
chazo.html

Jotaprócel

Empecé a trabajar el documental


tras la invitación de Vicente Poma
(el Historiador Vicente A. Poma
Mendoza), que está al frente de la
Unidad de Patrimonio, Historia y
Culturas del Gobierno Provincial
Autónomo de El Oro. Como
institución había planificado el
seguimiento de la memoria viva de José Antonio “El Chazo” Jara
Aguilar, y yo me encargaría del documental. Planificamos el viaje a
Zaruma, ciudad natal del cantante y compositor orense que había
iniciado su trabajo a mediados del siglo pasado, con tal intensidad y
virtuosismo que lo llevaron a la grabación de discos y recorridos a
nivel nacional; la intensión era una entrevista con el Dr. Gonzalo
Rodríguez Calderón.
La entrevista con el Dr. Rodríguez Calderón comenzó de pronto.
Habíamos llegado con Vicente a la cooperativa T.A.C. de Zaruma y
vi que de pronto él empezó a subir las escaleras hacia las oficinas.
Ahí saludó con alguien que luego me enteré que era el Dr.
Rodríguez. Yo había, desde muchacho, leído algo de su autoría
sobre anécdotas y leyendas de Zaruma, y sabía de la existencia de
este hombre preocupado por conocer y recoger los rastros
patrimoniales de su pueblo, pero no tenía ninguna referencia de su
rostro. Luego del saludo empezó la entrevista, de sopetón, con
tiempo apenas de encender la filmadora y buscar dónde ubicarla.
Por eso algunas tomas salen a contraluz, con gran contraste. Al
principio renegué un poco, porque incluso el micrófono capta los
ruidos de la calle, el pito del bus que llega al terminal y luego se
estaciona a esperar turno, capta incluso el canto de un gallo. Ante
esos “ruidos” la tecnología de los programas de edición de audio o
de vídeo, nada puede hacer porque están insertos en el discurso.
Sin embargo, luego advertí que esos supuestos errores eran parte
de los recursos del documental: Quien reniegue, como yo al
principio, de esos “ruidos” no capta lo espontáneo de la información
de primera mano que nos ofrece el Dr. Gonzalo Rodríguez
Calderón, el sonido ambiental de la ciudad rural, donde nació y vivió
el más grande músico y compositor de nuestra provincia. Él nos
permite comprender el sueño del niño José Antonio, de la ciudad
que lo vio crecer.
El Dr. Rodríguez Calderón nos da pistas sobre cómo ubicar a
Manuel Orellana, con quien Antonio Jara hizo uno de los dúos
famosos de la época, y con quien graba la primera versión de
“Olvidarte Jamás”, porque luego, el mismo tema, lo adaptaría para
el Coro del C.D. El Trébol. Tomamos una camioneta de alquiler,
estacionada al frente de la Cooperativa de Transporte, cuyo chófer
tenía misión de llevarnos donde “El Peto”, como lo conocen en su
pueblo a Manuel Orellana. Camino al Cerro Gordo, al que el dúo
Jara Orellana, con la orquesta Los Bemoles, le dedicara un tema,
mientras hacía una toma del empedrado de una calle, que en el
documental es el fondo sobre el cual se inicia la titulación, el chófer
de la camioneta observó que el viejo cantante estaba saliendo de
casa, ubicada en el cerro de al frente. “Ya lo traigo”, dijo y se
marchó, luego de unos minutos nos presentó al hombre sencillo,
bien entrado en años, con el cual “El Chazo” Jara había hecho
inmortal una de sus inspiraciones. En realidad fue muy poca la
información proporcionada verbalmente, pero nos entregó con sus
gestos, con su silencio, con su memoria y desmemoria sonora, la
parte más emotiva del documental:
Nos invitó a su humilde casita, levantada entre la carretera y el
barranco, para mostrarnos algunas fotos; pero apenas llegamos,
mientras intentaba registraba las fotos, menciones y diplomas que
colgaban de las paredes, Don Manuel colocó el disco pirata de
portada negra donde está como primer tema “Olvidarte Jamás”;
quizá por la sordera de sus años, la música sonó a alto volumen por
lo que apenas escuché a Vicente que me llamaba para que registre
cómo don Manuel se sentaba y con los ojos en un punto perdido de
su memoria, nos regalaba la imagen más conmovedora de la
impotencia ante el tiempo, se sacaba la gorra y la botaba a un
costado como quien vota la última carta en una partida en la que
todo está en juego, y se abandona a perder. Eso me conmovió.
Cerca de la cámara, sobre una mesita de centro, una foto en blanco
y negro de una orquesta donde está cantando Manuel Orellana, me
ofrecía la posibilidad de hacer un flashback con fotos de la época,
así que desplacé la cámara ligeramente desde la imagen de Manuel
Orellana hacia la foto. Con la cámara encendida iba persiguiendo
los cuadros de las paredes, hasta que Vicente otra vez me llama y
capto a Orellana intentando coger el ritmo con maracas ficticias en
cada mano y entonces canta uno, dos, tres versos, y luego la
memoria lo abandona. Pero no se deja y sigue persiguiendo con su
voz gastada la voz de otro Manuel Orellana, el de hace casi medio
siglo atrás. Eso también me conmovió. Cuando se acabó el tema,
en el silencio de unos tres segundos, transcurre un mundo en el que
Orellana abre lo brazos como diciendo “eso fue todo. Todo se
acabó” y se acomoda la correa, y yo entiendo: “Estoy sobreviviendo,
carajo” Quizá una lectura errada, pero que me sobrecoge; bajo la
cámara y veo a Vicente, con sus gafas negras que no logran ocultar
las lágrimas que tiene en las mejillas. Habíamos asistido a una
batalla desigual del hombre contra el tiempo; nos habíamos
asomado a una dimensión donde era posible ver que el tiempo era
implacable y que el hombre en ocasiones lo vence, cuando se
entrega con pasión en lo que hace, en lo que cree, en lo que ama,
aunque esa entrega sea sólo un instante, como una mirada, un
beso furtivo, un querer imposible capaz de anularnos. De eso habla
la canción, lo había entendido recién, aunque guardo su letra y su
ritmo desde los tiempos de mi adolescencia. Si la toma sube y baja
en ese momento, es porque en ese instante me siento haber librado
esa batalla, y también estoy llorando frente al momento poético que
crea la impotencia ante el tiempo, pero que es vencido por la
canción que nos hace partícipes de la angustia de amar. Los
últimos versos “aunque me cueste la vida, olvidarte jamás” fue
desde entonces una sentencia cumplida: el amor que ha logrado, en
la canción, sobrevivir a los amantes.
Bajando del Cerro Gordo encontramos, ya cerca del centro, una
tienda de discos donde en cuatro volúmenes se ofrece la música de
“El Chazo”, una edición pirata casera que rinde homenaje al más
grande músico orense.
Frente al parque, en el restaurante de Norman Ortega, encontramos
algunas fotos de parte de la historia de Zaruma pegadas en la
pared, de donde tomamos algunas que salen en el documental, al
igual que algunos discos de carbón, los primeros, grabados por
José Antonio Jara. En el mismo restaurante Jorge González Reyes
nos da información de que Daniel Pinos, del grupo Los Aztecas y
luego de Cancioneros El Oro, vive en Cuenca y es dueño de Radio
Cuenca.
Y al día siguiente estoy en Cuenca y logro una entrevista con él,
luego de esperar cinco horas, porque, aunque es un hombre de
avanzada edad, aún se mantiene fuerte y dirige, de lunes a viernes,
un programa de comentarios y entrevistas en vivo. Dos viajes se
realizaron a Cuenca, para entrevistar a Daniel Pinos, quien durante
todo este tiempo ha logrado seguir cultivando su inspiración poética,
la cual fue musicalizada, en su tiempo por “El Chazo”.
Daniel abunda en datos. Por él sabemos de la manera de escribir,
componer y grabar. Sus recuerdos nos remontan al José Antonio
Jara humano. Nos permiten ver al hombre, al creador.
El documental está segmentado en partes claves que nos permiten
comprender al ambiente, la atmósfera de la ciudad donde nace y se
desarrolla el músico: Desde la visión de la influencia de la
conquista, el mestizaje y la relación de factores importantes,
decisivos, como son la presencia de la compañía minera
norteamericana, con todo el movimiento social, tecnológico y
económico que significaba, así como la presencia de maestros de
música lojanos; también hay un espacio para el humor, las
anécdotas del “Cacito” y, claro, el desenlace fatal de su último viaje.
El documental evita, en lo posible, la vida íntima o familiar del
artista. Más nos interesaba acercarnos al artista, a su propuesta, a
su trabajo.
En una sociedad donde el chisme se ha institucionalizado en los
medios de comunicación, creo que conocer del trabajo ferviente de
este artista es el mejor homenaje que se le puede hacer a la
provincia, a las futuras generaciones: poner en evidencia la
capacidad de nuestra gente y desmantelar los viejos sistemas de
las instituciones culturales que han negado nuestros valores por
modelos que no nos identifican.

Creo que este trabajo es parte de los nuevos conceptos de


cultura y arte por el que a nivel nacional se ha estado trabajando:
memoria patrimonial que nos identifique, que nos ayude a construir
nuestra identidad. Creo que la tarea recién empieza y que esto es
sólo un borrador. Deben venir, es necesario, que, tras esta
propuesta, vengan otras que nos ayuden a comprender cuáles son
los presupuestos de lo que somos.

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