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Alejandro Durán, 100 años del primer Rey negro (parte 1/2)

07/03/2019 -

Cuando tenía 24 años, Alejandro Durán, empezó a tocar acordeón, consolidando un estilo propio, de
interpretación pausada y sacándole hermosas melodías que acompañaban sus inspiraciones. De Alejo se
destacan composiciones como ‘La Cachucha Bacana’, ‘Mi Pedazo de Acordeón’, ‘O39’, ‘Fidelina’, ‘Altos del
Rosario’, ‘Güepajé’, ‘Este Pobre Corazón’, ‘Carmencita’, entre muchas otras canciones de su propia autoría y
de otros compositores que se hicieron célebres con su interpretación como ‘Alicia Adorada’, de Juancho Polo
Valencia, ‘El Mejoral’, de Rafael Escalona, a las que anexaba expresiones que lo caracterizaron como ‘Apa’,
‘Oe’, ¡’Ombe’, ‘Sabroso’.

Fueron más de cuatro décadas de trayectoria musical, tiempo en el que Alejandro Durán acumuló el
reconocimiento nacional e internacional como uno de los últimos juglares del folclor vallenato, el cual aún
después de su muerte se sigue vigente, lo que se evidencia este 8 y 9 de febrero que quedaron consignadas
en la Ley 1860 de 2017 para rendirle homenaje por su obra y vida.

Él rompió con todos los esquemas establecidos en una sociedad feudal como la nuestra, que no les daba
chance a las muestras campesinas para ser escuchadas. Es un gigante que cantó con voz sonora de negro
rebelde y que de manera genial se hacia la segunda voz con su inseparable instrumento. Nació en El Paso,
un enclave cimarrón que entre tambores y acordeones fue signando su vida, para lo que habría de ser: un
artista con todas las de la ley.

El 9 de febrero de 1919 nació para el mundo de la música y el 15 de noviembre de 1989 se despidió en


Montería del mundo de los vivos de manera silenciosa como lo hizo siempre.

Por la importancia de la entrevista, el conocimiento del artista y el testimonio que el texto brinda sobre la vida
y obra del “negro” Durán, reproducimos a continuación el encuentro que tuviera hace casi 30 años el escritor,
gestor cultural y periodista Félix Carrillo Hinojosa con el primer Rey Vallenato que tuvo Colombia. Disfrútenla.

Nadie sabía más de su vida que el instrumento, eso sí, cuando no aparecía la imagen de Juana Francisca
Díaz Villarreal, su madre, la mujer que más amó.

Maestro Alejo Durán ¿Nos puede contar su infancia?

Bueno, la infancia mía fue como la de todos los muchachos de mi época. Nosotros crecimos en la hacienda
Las Cabezas, en donde los Gutiérrez de Piñeres, prácticamente eran como unos hermanos nuestros. Allí me
dediqué a las tareas del campo. Hacia los mandados que me correspondía hacer. Fui a la escuela primaria de
mi pueblo, no la terminé, pero si pude aprender a garabatear mi nombre. Mis padres, Juana Francisca y Náfer
Donato, trabajaban ahí y allí fue donde se me metió el sonido del acordeón en las cumbiambas que hacían.

¿Cómo eran esas fiestas?

Estaba muy niño y vi a mi hermano Luis Felipe, a mi papá y mi abuelo tocar el acordeón acompañados de
tambores y muchas parejas que danzaban alrededor de los músicos. Eran noches interminables, en las que
los vencía el sueño. Eso despertó en mí el anhelo de ser acordeonero, porque muchas veces, pese a estar
llevando la comida a los trabajadores, mi pensamiento estaba con el instrumento.

¿Cómo hizo para aprender a tocar?

“Bueno, de oídas. A mí no me enseñó nadie. Mientras los mayores se iban a trabajar y dejaban el acordeón
guindao en un estante, como fuera lo bajaba y empezaba a recorrerlo. Aprendí mayorcito, ya que no tenía
tiempo para eso. Nuestro mundo era el trabajo. Cuando ya entendí fue a finales de los años 40, fue la época
en la que los Gutiérrez de Piñeres me llevaron a Mompox.

¿Por qué un músico como usted nunca tomó trago?


Muy muchacho si tomé, pero me di cuenta de que eso no conducía a nada bueno. Por experiencia familiar
veía que eso lo llevaba a uno a la perdición y me dije: “si quiero salir adelante con mi música, tengo que
decirle no al alcohol”. Ya después que tomé la música como profesión supe de los errores de mis colegas
cuando estaban borrachos y vi que no había necesidad de tomar trago para dejar un mensaje con mi música.
La mayoría de los músicos, cuando se dejan coger del alcohol, terminan degenerados. Y ese es el ejemplo
que nunca quise dar.

¿Cómo logró mostrar su música?

Estaban en su apogeo las grabaciones. Eran una moda. Todos queríamos grabar. Era nuestro sueño. Mi
hermano Luis Enrique ya tenía unos buenos contactos y como tenía una carta para Víctor Amórtegui, decidí ir
donde él. Fuimos donde ese señor, quien fue el primero que me grabó en 1950. Hizo 30 láminas de los dos
temas que grabé, los mismos que toqué en el Teatro de Mompox, me los entregó y me pidió que los vendiera
entre mis amigos, que de ahí sacaría los gastos y lo que quedara lo repartíamos entre los dos.

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