Está en la página 1de 6

El hombre de las babosas

Eric Kandel

A Ángel Poveda

El molusco más famoso en Neurociencia es una babosa marina llamada Aplysia, un


gasterópodo gigante que se encuentra en las costas de numerosos mares y océanos. En
el siglo I antes de Cristo, Plinio el Viejo escribe sobre Aplysia en su Historia Naturalis y
la denomina liebre de mar, porque cuando está inmóvil y contraída parece un conejo. La
utilizada en Neurociencia es Aplysia californica una especie que tiene una distribución
que va desde el norte de California hasta el norte de México y también en las playas de
Florida. Pueden llegar a pesar 7 kg y medir 75 cm.

Como son tan grandes y tienen productos


tóxicos en su cuerpo, casi no tienen predadores. Aplysia se alimenta de rodofíceas, algas
rojas, y su cuerpo va tomando un color rosado-rojizo por la que no se le distingue
apenas en las praderas de algas en las que se alimenta.

El interés para la Neurociencia de Aplysia es que tiene un encéfalo muy sencillo, con
solo unas 20.000 neuronas, algunas de las cuáles son enormes, alcanzando 1 milímetro
de diámetro. La mayor parte de esas neuronas están
agrupadas en diez ganglios cada uno de los cuales controla varias respuestas simples y
participa en comportamientos sencillos. Cada una de las neuronas se puede identificar,
nombrar y encontrar en cualquier otro animal de la misma especie. Puedes conocer el
patrón completo de conexiones entre ellas, puedes establecer los circuitos y puedes ver
los comportamientos que esos circuitos modulan. Además, cada célula se puede
diseccionar para realizar un análisis bioquímico y de cada una puede obtenerse
suficiente ARNm para generar una biblioteca de ADN complementario. Chip Quinn,
uno de los investigadores que estudió el comportamiento en Drosophila dijo en broma
que el animal ideal para estudiar el aprendizaje

“…no debe tener más de tres genes, debe ser capaz de tocar el violonchelo o al menos
de recitar griego clásico, y debe poder hacerlo con un sistema nervioso que conste
solamente de diez neuronas grandes, de colores diferentes y fácilmente reconocibles”.

Aplysia debe ser lo más parecido que existe a ese sueño de Quinn.

La persona que supo ver el enorme potencial de Aplysia para la investigación fue Eric

Kandel. Kandel decía que uno de los


aspectos más llamativos del comportamiento de una animal era la habilidad de
modificar ese comportamiento mediante el aprendizaje, una habilidad que alcanza su
culmen en los seres humanos. Si lo pensamos, es lo más maravilloso que tenemos: esa
capacidad de adquirir nuevas ideas a partir de las experiencias y de retenerlas en la
memoria. De hecho, mucho de lo que somos, de lo que pensamos, de lo que sentimos se
basa en lo que hemos aprendido y lo que recordamos al respecto.
Kandel se preguntó sobre los cambios que ocurren en el cerebro cuando aprendemos y
sobre cómo, una vez que hemos aprendido algo, guardamos esa información en el
cerebro en forma de memoria. La ventaja es que frente a otros procesos mentales como
el pensamiento, el lenguaje o la consciencia, en el aprendizaje y la memoria podemos
tener modelos muy sencillos, accesibles a nivel molecular y celular y de los que
tenemos una comprensión básica desde los trabajos de Ivan Pavlov al comienzo del
siglo XX.

Kandel buscó en su babosa gigante un


comportamiento sencillo que se modificara tras el aprendizaje. Vio un reflejo defensivo
sencillo: la retirada de la agalla tras la estimulación del sifón. La agalla es un órgano
respiratorio situado en el dorso de la babosa y que cuando el animal está relajado, está
cubierta por una capa de piel que termina en un tubo carnoso: el sifón. Cuando se toca
levemente el sifón, la babosa encoge el sifón y la agalla para protegerlo como hace un
caracol cuando le tocamos un tentáculo. Kandel se basó en los experimentos que Pavlov
había hecho con perros y utilizó tres perfiles de estimulación para generar tres análogos
del aprendizaje: habituación, sensibilización y condicionamiento clásico.

En la habituación, se le hace a la babosa un estímulo sensorial débil o neutro y Aplysia


aprende que el estímulo no es importante y lo pasa por alto.

Por ejemplo, con una pipeta se le echa un


poco de agua cerca del sifón. Al principio el animal nota esa perturbación del agua que
le rodea y retrae el sifón y la agalla como estrategia defensiva pero después de unas
cuantas veces, ve que nunca pasa nada y al notar ese leve estímulo, deja de retirarlo: se
ha habituado. Sorprendentemente, algo parecido sucede con el sexo. Cuando a una rata
macho se le pone delante una hembra receptiva, copula con ella seis o siete veces en una
o dos horas pero después, parece agotado y permanece inactivo durante treinta minutos
o más. Pero se trata de un fenómeno de habituación y no de fatiga porque si se le pone
otra hembra distinta, reanuda inmediatamente la actividad sexual. Tenga mucho cuidado
con extraer ninguna conclusión de este experimento ¡los carga el diablo!
El segundo tipo de análogo de
aprendizaje es la sensibilización. En este caso se hace un estímulo intenso, el animal lo
reconoce como algo peligroso y aprende a incrementar sus reflejos defensivos
preparándose para la retirada, de modo que un estímulo inocuo presentado poco después
desencadena una respuesta defensiva intensa. Así, si a un animal se le da una descarga
eléctrica en una pata, cuando se le toca suavemente después la encoge con exageración
y tiene una reacción de huida. En Aplysia es igual. Le daban a la pobre babosa un
calambrazo en la cabeza o en la cola y después un estímulo muy suave aplicado al sifón.
A pesar de que se trataba de algo inocuo, la babosa retiraba agalla y sifón con prontitud
y energía, está sensibilizada. El tercer tipo de análogo del aprendizaje es el del
condicionamiento clásico: en este caso se aplica un estímulo inocuo en paralelo con un
estímulo potencialmente peligroso y el animal aprende a reaccionar ante el estímulo
inocuo como si fuera una señal de peligro al igual que los perros de Pavlov relacionaban
el sonido de la campanita con la llegada de comida.

Kandel y su grupo pudieron ver que al igual que en el sistema nervioso de los
vertebrados, el almacenamiento en la memoria de cada tipo de aprendizaje tenía dos
fases: una memoria transitoria que duraba unos minutos y una memoria duradera que
permanecía días. La conversión de la memoria en corto plazo en memoria a largo plazo
requería una repetición espaciada, al igual que hacemos nosotros cuando estudiamos los
apuntes de la carrera. También vieron que la memoria a largo plazo requería la síntesis
de nuevas proteínas, lo que implicaba cambios bioquímicos en las neuronas
involucradas. Kandel fue capaz de estudiar el fenómeno tanto in vivo, con toda la
babosa, como in vitro, con un ganglio.

Diseccionaba el ganglio abdominal de Aplysia, que consta de unas dos mil células
nerviosas y lo colocaba en una pequeña cámara que contenía agua de mar y donde hacía
pasar aire, como si fuera un acuario diminuto. Insertaba electrodos en el interior de una
célula del ganglio, normalmente R2 que es la más grande y luego registraba su respuesta
ante diversas secuencias de estímulos aplicados en las conexiones que convergían hacia
ella. Para esto último, aplicaba con un electrodo un estímulo débil a un grupo de axones
que terminaban en la neurona R2 y repetía el estímulo durante diez veces. El potencial
sináptico que generaba R2 como respuesta a esas aferencias cada vez era menor.
Cuando se llegaba al décimo estímulo, la intensidad de la respuesta era de
aproximadamente un vigésimo de la respuesta inicial. Ese pequeño circuito neuronal

había aprendido, se había habituado.

La sensibilización es también algo común en los seres humanos. Después de oír un


petardo, nos sobresaltamos cuando oímos un ruido suave o nos tocan el hombro. Para
estudiar la sensibilización, Kandel usaba el mismo modelo, estimulaba R2 una o dos
veces para generar un potencial de acción que le sirviera como medida de referencia y
posteriormente aplicaba una serie de cinco estímulos más fuertes para generar una
impresión nociva o incómoda, a una vía diferente que también convergía sobre R2. El
resultado es que la respuesta sináptica de la célula R2 a la estimulación en la primera vía
aumentaba notablemente lo que indicaba que las conexiones sinápticas en ese circuito se
habían fortalecido, se habían sensibilizado.

Kandel vio que esos procesos funcionaban con tan solo 24 neuronas mecanosensitivas
que inervaban la piel del sifón y hacían sinapsis directas sobre seis células motoras que
se encargaban de retraer la agalla. Lo curioso es que el circuito era igual en todos los
animales con lo que surgió la pregunta en cómo se modificaba tras el aprendizaje esa
red de neuronas. Kandel pudo ver que la memoria del aprendizaje se debía a cambios en
las conexiones sinápticas entre las neuronas, una idea anticipada por Ramón y Cajal en
la Croonian Lecture impartida ante la Royal Society británica en 1894.

Con estos experimentos Kandel consiguió avanzar


enormemente nuestros conocimientos sobre la memoria y el aprendizaje, los dos
procesos a los que dedicó su vida. Él decía:

La memoria siempre me ha fascinado. Piensa en ello. Puedes recordar tu primer día en


el instituto, tu primera cita, tu primer amor. Al hacer eso, no solo recuerdas ese suceso,
sino que experimentas la atmósfera en que ocurrió, las vistas del lugar, la situación
social, la hora del día, el tono emocional… Recordar el pasado es una forma de viajar
en el tiempo.

También podría gustarte