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SENTIDOS DE LA INCLUSIÓN
Como sostiene la “Convención Internacional sobre los Derechos de las
Personas con discapacidad” (art. 24 - 2006) y entre otras, la Circular Técnica Nº
1/16, la inclusión supone precisamente que los estudiantes de cualquier
comunidad compartan experiencias de aprendizaje desde sus singularidades y
sus diferencias, sin ningún prejuicio de condición, cultura o situación más que
la de ser un niño, un adolescente o un joven…aprendiendo con otros .
En ese entonces, los niños con alguna discapacidad podían aspirar a formar
parte de una institución educativa, siempre y cuando cumplieran con el criterio
de educabilidad. En el auge de la psicometría, se clasificaba a las
PCD intelectual en educables, entrenables y custodiables. La escuela especial
recibía a los educables y el centro de rehabilitación a los entrenables. El
manicomio real y las colonias para enfermos psiquiátricos recibían a las
personas custodiables, aunque siempre fueron opciones marginales con
respecto al confinamiento hogareño, que era la opción mayoritaria.
Por todo el mundo se organizaron asociaciones de padres cuyos hijos e hijas
comparten un diagnóstico.
Estos padres lucharon por la aceptación de sus hijos en un sentido amplio, por
construir algún lugar para ellos en la sociedad, lo cual era verdaderamente
revolucionario.
En esa época, las instituciones para PCDI más severas estaban fuertemente
atravesadas por el espíritu benevolente, por el paradigma del déficit y por el
modelo médico de la discapacidad. Las PCD eran objeto de cuidado.
Para las instituciones, la satisfacción de las necesidades básicas era un
objetivo prioritario. La reclusión era una práctica aceptada para la protección de
la PCD, de amenazas que podrían provenir de sí misma o de la sociedad.
El sistema educativo seguía un modelo bancario, al decir de Paulo Freyre,
institucionalizado desde el siglo
XIX. Ningún alumno, tuviera o no una discapacidad, elegía qué estudiar, ni
existían planteos sobre la utilidad o la
funcionalidad de los conocimientos impartidos. El saber era enciclopédico y así
también era la enseñanza. La cultura general era la de las élites; las normas y
los mandatos, los de las oligarquías dominantes. Los pueblos eran objetos
manipulados por líderes. Los profesionales, guiados por el paradigma del
déficit y el modelo médico, intentaban una cura de la discapacidad a través de
la rehabilitación sin límite de tiempo. Las luces de la inteligencia de los
expertos se apagaban al predecir el futuro de un niño nacido con retraso
mental. El diagnóstico de discapacidad funcionaba como una sentencia de
exclusión comunitaria.
En la década del 60 Bengt Nirje enunció el principio de la Normalización en
Suecia. Tardaría varias décadas en divulgarse en nuestras latitudes. En aquella
década, y por mucho tiempo más, rehabilitar a la PCD era una
meta más arraigada que normalizar sus condiciones de vida, lo cual hubiera
obligado a modificar sus contextos, claramente segregadores.