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Programa Trabajo Social Mocoa

Cátedra de Humanismo Cívico


Profa. Mª Auxiliadora Álvarez

Las Confesiones de San Agustín: Vigencia de una búsqueda y un encuentro dentro de


nosotros mismos
(María Auxiliadora Álvarez de Rodríguez)

Leer las Confesiones de San Agustín en estos tiempos del Postmodernismo, es una
experiencia extraordinaria.
Agustín nos hace participar con su estilo vehemente y auténtico, en su búsqueda, que en
el fondo, es la de todo hombre y mujer, que intente dar sentido a su vida, y no quiera dejarse
atrapar por las redes de la loca carrera del tiempo y las acciones disgregadas, sin una coherencia
interna.
Siguió un principio, que ya Sócrates había hecho suyo: “Conócete a ti mismo”, “Busca la
verdad dentro de ti”. A él le llegó por medio de dos vías, como nos manifiesta en su libro, a
través de las palabras de Cicerón en el Hortensius y la filosofía de herencia platónica.

“Cayó en mis manos un libro de un tal Cicerón, cuyo lenguaje casi todos admiran,
aunque no así su fondo. Este libro contiene una exhortación a dedicarse a la filosofía, y se
llama el Hortensius. Semejante libro cambió mis afectos, y mudó hacia ti, Señor, mis súplicas
e hizo que mis votos y deseos fueran otros. De repente, apareció como vil ante mis ojos, toda
vana esperanza, y con increíble ardor de mi corazón, suspiraba por la inmortalidad de la
sabiduría, y comencé a levantarme para volver a ti...
¡Cómo ardía, Dios mío, cómo ardía en deseos de remontar el vuelo de las cosas
terrenas hacia ti, sin que yo supiera lo que entonces obrabas en mí! Porque en ti está la
sabiduría. Y el amor a la sabiduría tiene un nombre en griego, que se dice filosofía, al cual me
encendían aquellas páginas. (Conf. III, 5,7-8)
Este fue el primer paso en su búsqueda de la verdad, como una primera conversión, mas
no descansaría hasta hallar la verdad más grande e íntima: Dios habita en lo más profundo de
nosotros mismos, y no estamos tranquilos hasta descubrirlo.
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“¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que tú
estabas dentro de mí, y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como estaba me lanzaba
sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Me
retenían lejos de ti, aquellas cosas que, si no estuviesen en ti no serían. Llamaste y clamaste, y
rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y acabaste con mi ceguera; difundiste tu
fragancia, e inhalé y suspiro por ti; te saboreé, y siento hambre y sed de ti; me tocaste, y quedé
ardoroso en tu paz”. (Conf. X, 27,38)

Este hermoso texto es el relato sublime de un encuentro maravilloso, de la experiencia


mística, que abarca todos los sentidos y los supera, de la Verdad que envuelve a toda la persona,
y la subyuga con la fuerza del amor, que da auténtica felicidad. Agustín no desprecia los sentidos
como Platón, cada uno de ellos queda subsumido en la unidad de todo el ser, y cada uno lo lleva
a Dios en una percepción extraordinaria de su Creador.
Las Confesiones no son entonces, el relato autobiográfico de una sucesión de hechos
temporales, sino que como el autor sinceramente manifiesta, es la alabanza agradecida a Dios, y
el testimonio de un amor que comienza mucho antes de que Agustín pudiera darse cuenta.

“¡Grande eres, Señor, y digno de alabanza; grande tu poder, y tu sabiduría no tiene


límites! ¿Y pretende alabarte el ser humano, pequeña parte de la creación, precisamente este
ser, que revestido de mortalidad, lleva consigo el testimonio de su pecado, y el testimonio de
que resistes a los soberbios? Con todo quiere alabarte el humano, pequeña parte de tu
creación. Tú mismo lo incitas a ello, haciendo que se deleite en alabarte, porque nos has
hecho para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. (Conf. I, 1,1)

Estamos, además, ante un proceso pedagógico muy bien estructurado, para que otras
personas, también puedan llegar a descubrir la verdad que habita en su interior. Tal vez, por esta
razón, a veces a su autor se le va un tanto la mano, al describirse como el más vil pecador.1 De
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“Quiero recordar mis pasadas fealdades y las carnales inmundicias de mi alma, no porque las ame, sino por
amarte a ti, Dios mío. Por amor de tu amor hago esto, recorriendo con la memoria, llena de amargura, aquellos
mis caminos perversísimos, para que tú me seas dulce, dulzura sin engaño, dichosa y eterna dulzura, y me

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esta forma, quiere animar a cualquier ser humano, sin importar su condición, a iniciar la
búsqueda de la única y verdadera sabiduría capaz de otorgar la felicidad.

“¿Por qué cuento yo estas cosas? No te las cuento a ti, Dios mío, sino que ante tu
presencia, las cuento a la humanidad, aquella pequeña porción del linaje humano, que tal vez
deje caer sus ojos en estas ruines letras mías ¿Y esto para qué lo cuento? Para que yo y los
que leyeren esto meditemos sobre de qué profundidades abismales es necesario que clamemos
ti ¿Qué cosa hay más vecina a tus oídos que un corazón que te confiese y una vida que
procede de la fe? (Conf. II, 3,5)

Su procedimiento favorito consiste en un itinerario, que va ascendiendo por grados hasta


llegar a Dios, pasando de lo exterior a lo interior, y de lo interior a lo superior. (Conf. X,
6,27-8,38)
Comienza con las cosas exteriores del mundo sensible, y con bellísimas
personificaciones va preguntando si son ellas el Dios que busca, y todas y cada una le responden:
“No soy yo, pero Él me hizo. No somos tu Dios, el cual es superior a nosotras”. (Conf. X, 6,9)
Dejando la belleza del mundo exterior, penetra en su propia interioridad, analizando sus
facultades en su búsqueda de Dios. Sólo lo encuentra en lo más profundo de su alma, más allá de
los sentidos y la memoria. Dios es íntimo y a la vez trascendente al ser humano. (Conf. X,
27,38). De este modo se ha pasado de las verdades parciales a la verdad absoluta y eterna, a la
cual pueden llegar todas las personas. Se ha logrado la democratización de la verdad, porque ella
está dentro de todos los seres humanos.

recojas de la dispersión en que anduve dividido en partes, cuando apartado de ti, uno, me desvanecí en muchas
cosas”. (Conf. II,1,1)
Estas iniquidades de Agustín se remontan según él mismo nos relata a su infancia, pubertad y adolescencia. Es
célebre el episodio del hurto de las peras (Conf. II, 4,9).
“Escúchame, ¡oh, Dios! ¡Ay de los pecados de los hombres! Y esto lo dice un hombre, y tú te compadeces de él,
por haberlo hecho, aunque no el pecado que hay en él. ¿Quién me recordará el pecado de mi infancia, ya que
nadie está delante de ti limpio de pecado, ni aun el niño, cuya vida es de un solo día sobre la tierra? ¿Quién me lo
recordará? ¿Acaso cualquier chiquito o párvulo de hoy, en quien veo lo que no recuerdo de mí? (Conf. I,7,11)
“Médico mío íntimo, hazme ver claro con qué fruto hago yo esto. Porque las confesiones de mis males pretéritos
–que tú perdonaste ya y cubriste, para hacerme feliz en ti, cambiando mi alma con tu fe y tu sacramento-, cuando
son leídas y oídas, excitan el corazón para que no se duerma en la desesperación y se diga: “No puedo”, sino que
le despierte al amor de tu misericordia y a la dulzura de tu gracia, por lo que es poderoso todo débil, que se da
cuenta por ella de su debilidad”. (Conf. X,3,4)

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Al afirmar la belleza del mundo exterior, se da una superación del platonismo, así como
de la actitud de desconfianza ante el mundo, porque todo tiene la huella de Dios. (Conf. XI, 7,6)
Dios es principio de todo ser y de todo conocimiento. (Conf. VII, 10,11)
Dios es la verdad suprema y el ser en sí mismo, Creador, Luz y Fuente de toda verdad y
todo ser. (Conf. X, 40,65 – XII, 25,35) Con la creación se distancia de los neoplatónicos que
hablaban de la emanación proveniente por degradación del Nous. Dios crea de la nada en un acto
libre y voluntario con infinita sabiduría y por amor.
Con sólo penetrar en el interior de su alma, el ser humano puede elevarse al conocimiento
de Dios, descubriendo y contemplando la huella de la imagen divina, para lo cual no basta con la
inteligencia humana, sino que se logra gracias a la iluminación divina. (Conf. X 26,37)
Dios es interno y eterno (Conf. IX, 4,10), remoto –por ello lo buscamos- y presente –por
ello lo conocemos- (I, 4,4), lo más excelso y lo más cercano “más íntimo que mi mayor
intimidad, más alto que lo más alto de mí”. (III,6,11). La felicidad es el gozo de la verdad. (X,
23,33)
Cristo es el Mediador de vida, libertad, unidad y salvación para todos los seres humanos.
“El mediador debe estar en medio de los extremos que debe unir, a la vez unido a ellos; entre
Dios justo e inmortal, y los hombres mortales e injustos, debe ser justo y mortal, justo como
Dios y mortal como los hombres”. (Conf. 10,42-43,67-68)
Llega a Cristo en su itinerario pedagógico, gracias a la predicación de Ambrosio y al
contacto con las Sagradas Escrituras, y muy especialmente con San Pablo (Conf. II, 2,2-4;
12,14). De esta forma, la Escritura se convierte en el punto focal de su Teología, y se adentra en
el misterio de la Encarnación, en las vísperas de su conversión definitiva (VII, 19,25).
Lejos habían quedado los días de sus primeros acercamientos en la infancia, por obra de
su madre, y las interpretaciones distorsionadas de los maniqueos, con quienes compartió una
etapa de su vida. (Conf. V, 3,3; 6,10, 8,15)
Vemos en Agustín, el filósofo, el teólogo, el místico y el asceta con los diferentes
testimonios presentes en esta obra, pero además al ser humano sensible como hijo de las
lágrimas de Mónica (Conf. III, 10,1; 11,1; V, 8,15; IX, 10-11-12) a quien inmortalizó por su
perseverancia y tenacidad; como padre lleno de ternura y emoción por el bautismo de su hijo;
como amigo, en la muerte de ‘la mitad de su alma’ en la juventud (Conf. IV, 4,9); con su

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preocupación por su amigo, Alipio, quien en un tiempo se aficionó al cruel espectáculo del circo,
y en el proceso de retiro, catequesis, conversión y bautismo de ambos (Conf. VI, 12, 21; VIII,
8,19-20) inclusive como compañero de la mujer anónima con la que convivió y se retiró,
ofreciendo a Dios la ausencia de su vida:

“Entre tanto mis pecados se multiplicaban, y cuando fue arrancada de mi lado, como
óbice de mi matrimonio proyectado, aquella mujer con quien solía compartir el lecho, mi
pobre corazón se rasgó por la parte que se adhería muy tiernamente, y quedó vulnerado y
corriendo sangre. Y ella se volvió a África, haciéndote a ti la promesa de que ya no conocería
a otro varón, dejándome a mí, el hijo habido en ella”. (Conf. VI, 15,25)2

Asimismo, encontramos en Las Confesiones de San Agustín una importancia capital


para el amor, inclusive como forma de conocimiento, la cual sólo va a ser retomada por Blas
Pascal en los tiempos modernos, y por Max Scheler dentro de la filosofía contemporánea con su
célebre intuición emocional de los valores. Actualmente se está hablando de ‘inteligencia
emocional ´, dándole especial relevancia a estos procesos cognoscitivos.
Por ser una obra de largo alcance y profundidad, no podemos sino llegar a la conclusión
de que sigue llegando a la mente, alma y corazón de todos las mujeres y hombres que la tengan
en sus manos, y que tiene mucho que decir en los actuales momentos, cuando existen muchas
personas que han perdido su rumbo, se encuentran fragmentadas, divididas internamente, y sin
poder encontrar el sentido de sus propias vidas. Éste, como nos dice Agustín, está más cerca de
lo que nos imaginamos, si nos atrevemos a buscar dentro de nosotros mismos. En esa empresa,
él es un verdadero maestro hoy y siempre.

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Queremos dialogar con Agustín, cuando exalta las virtudes del celibato y la continencia. Si bien nos parece una
opción sumamente válida, y como él mismo afirma una fuente de fecundidad en el amor, esto no implicaría
disminuir la profundidad, significado y alcance del amor fiel, fecundo y responsable entre un hombre y una mujer en
el sacramento del matrimonio, que asumen esta unión como un proyecto de vida, inclusive al que Dios los ha
llamado en auténtica vocación, y que tiene como modelo la unión de Cristo con su esposa, la Iglesia, Pueblo de
Dios. (Recordemos algunos textos del Antiguo y Nuevo Testamento, entre ellos Oseas, Cantar de los Cantares,
Mateo, Efesios 5, etc.), consideramos que aún queda mucho por hacer, en el sentido de recuperar la importancia,
significado y vivencia de la familia como imagen de Dios (Comunidad-Trinidad) y verdadera Iglesia Doméstica.

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