Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Va a descubrir porque ahora no quiero pensar Esa voz vuelve, y parece que le quita libertad a su locura,
Esto no es joda, voy avisando Expresión en el estribillo de todo lo emotivo del resto de
Me pongo malo y estoy de atar la lírica, a modo de bronca.
Solo te cuento que estoy tratando Pero sabe: no es algo malo lo que le pasa, lo que busca.
De ya no perderme nunca más
Esto no es joda sigo gritando
Voy caminando y quiero volar Busca trascender, ser libre, alegre.
Solo te digo que voy tocando
La rabia de los demás No solo es algo de él, le pasa a los demás, cotidiano.
San Agustín tuvo esta experiencia y dice que cuando probamos una cosa,
y luego otra, estamos buscando algo que en nuestro interior deseamos, y que esto
es la felicidad. El lo expresa en sus Confesiones hablando de una de las partes
del alma: la memoria. Lo comentaremos a continuación1
Reconocer algo que si nos acordamos qué es
1
Yo recuerdo también haber buscado y encontrado muchas cosas perdidas; y sé
esto porque cuando buscaba alguna de ellas y se me decía: «¿Es por fortuna esto?»,
«¿Es acaso aquello?», siempre decía que «no», hasta que se me ofrecía la que buscaba,
de la cual, si yo no me acordara, fuese la que fuese, aunque se me ofreciera, no la
hallara, porque no la reconociera. Y siempre que perdemos y encontramos algo sucede
lo mismo.
¿Y qué cuando es la misma memoria la que pierde algo, como sucede cuando
olvidamos alguna cosa y la buscamos para recordarla? ¿Dónde al fin la buscamos sino
en la misma memoria? Y si por casualidad aquí se ofrece una cosa por otra, la
rechazamos hasta que se presenta lo que buscamos. Y cuando se presenta decimos:
«Esto es»; lo cual no dijéramos si no la reconociéramos, ni la reconoceríamos si no la
recordásemos. Ciertamente, pues, la habíamos olvidado. ¿Acaso era que no había
desaparecido del todo, y por la parte que era retenida buscaba la otra parte? Porque la
memoria sentía no revolver conjuntamente las cosas que antes conjuntamente solía, y
como cojeando por la truncada costumbre, pedía que se le devolviese lo que le faltaba:
algo así como cuando vemos o pensamos en una persona conocida, y, olvidados de su
nombre, nos ponemos a buscarle, a quien no le aplicamos cualquier otro distinto que se
nos ofrezca, porque no tenemos costumbre de haberle pensado con él, por lo que los
rechazamos todos hasta que se presenta aquel nombre con que, por ser el acostumbrado
y conocido, descansamos plenamente.
Pero este nombre, ¿de dónde surge sino de la memoria misma? Porque si alguien
nos lo sugiere, el reconocerlo surge de aquí, de la memoria. Porque no lo aceptamos
como cosa nueva, sino que, recordándolo, aprobamos ser lo que se nos ha dicho, ya que,
si se borrase plenamente del alma, ni aun advertidos lo recordaríamos.
No se puede, pues, decir que nos olvidamos totalmente, puesto que nos
acordamos al menos de habernos olvidado y de ningún modo podríamos buscar lo
perdido que absolutamente hemos olvidado.
¿Pero acaso no es la vida feliz la que todos apetecen, sin que haya ninguno que
no la desee? Pues ¿dónde la conocieron para así quererla? ¿Dónde la vieron para
2
amarla? Ciertamente que tenemos su imagen no sé de qué modo. Yo no sé cómo han
tenido conocimiento de ella, y, consiguientemente, ignoro qué noción tienen de ella,
sobre la cual noción deseo ardientemente saber si reside en la memoria; porque si está
en ésta, ya fuimos en algún tiempo felices. Oímos este nombre y todos confesamos que
apetecemos la realidad misma.
Porque cuando te recordaba, por no hallarte entre las imágenes de las cosas
corpóreas, traspasé aquellas sus partes que tienen también las bestias, y llegué a aquellas
otras partes suyas en donde tengo depositadas las afecciones del alma, y ni aun allí te
encontré. Y penetré en la misma sede que mi propia alma tiene en mi memoria —
porque también el alma se acuerda de sí misma—, y ni aun aquí estabas tú; porque así
como no eres imagen corporal ni sentimiento vital, como es el que se siente cuando
nos alegramos, entristecemos, deseamos, tememos, recordamos, olvidamos y demás
cosas por el estilo, así tampoco tú eres alma, porque eres el Señor Dios del alma, y
todas estas cosas se mudan, mientras que tú permaneces inconmutable sobre todas
las cosas, habiéndote dignado habitar en mi memoria desde que te conocí.
Pero ¿por qué busco el lugar de ella en que habitas, como si hubiera lugares allí?
Ciertamente habitas en ella, porque me acuerdo de ti desde que te conocí, y en ella te
encuentro cuando te recuerdo.
3
El deseo de felicidad puesto por Dios
San Agustín descubre que aquello que nos hace buscar, esa conciencia interior
de la que hablamos al principio que molesta, muerde, rompe, está en nosotros desde
siempre. Sucede porque fuimos creados por el Logos divino, y ello nos ha dejado una
huella que nos atrae hacia el bien y la verdad. Y es el mismo Logos, luz que habita en
nosotros (ahora por gracia), el que nos da respuesta desde lo universal a nuestras
preguntas por la verdad y deseos de felicidad. Aquí entra en contacto lo filosófico y lo
vivencial.
“(…) nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en
ti.”
Agustín cree Dios, cuando lo creó, le puso ese deseo al hombre en el corazón. El
deseo de ser feliz.2 De ahí viene esa inquietud.
Y a ti, Señor, ¿de qué modo te puedo buscar? Porque cuando te busco a ti, Dios
mío, la vida bienaventurada busco. Que te busque yo para que viva mi alma, porque si
mi cuerpo vive de mi alma [espíritu], mi alma vive de ti. No hay absolutamente lugar, y
nos apartamos y nos acercamos, y, no obstante, no hay absolutamente lugar. ¡Oh
Verdad!, tú presides en todas partes a todos los que te consultan, y a un tiempo
respondes a todos los que te consultan, aunque sean cosas diversas (él es el que da
respuesta a todos los pequeños deseos y preguntas en el fondo). Claramente tú
respondes, pero no todos oyen claramente. Todos te consultan sobre lo que quieren, mas
no todos oyen siempre lo que quieren.
4
su voz. Él llama a cada una por su nombre y las hace salir. Cuando las ha sacado
a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz.”
(Juan 10,2-4)
Nosotros lo seguimos, porque reconocemos su voz desde dentro nuestro.
Reconocemos que es verdadera. Reconocemos la verdad, la voz del que nos creó
nos llama: nuestros sentidos, sentimientos, emociones, deseos, pasiones saben y
se dan cuenta cuando están de frente a quien las creó. Eso sentimos cuando
escuchamos la voz de Jesús: que es quien da respuesta a lo mas interior mío, no
es un extraño.
5
Pasos previos (no podemos buscar a Dios, la alegría, con el corazón
oscurecido)
La remoción de obstáculos: Catequesis sobre las bienaventuranzas:
7. Bienaventurados los que tienen el corazón puro:
Hoy leemos juntos la sexta bienaventuranza, que promete la visión de
Dios y tiene como condición la pureza de corazón.
Un salmo dice: «Digo para mis adentros: “Busca su rostro”. Sí, Señor, tu
rostro busco. No me ocultes tu rostro» (27,8-9).
Este lenguaje manifiesta la sed de una relación personal con Dios, no
mecánica, no algo nublada, no: personal, que el libro de Job también expresa
como signo de una relación sincera. Dice así el libro de Job: «Yo te conocía sólo
de oídas, mas ahora te han visto mis ojos» (Jb 42,5). Y muchas veces pienso que
este es el camino de la vida, en nuestra relación con Dios. Conocemos a Dios de
oídas, pero con nuestra experiencia avanzamos, avanzamos, avanzamos y al final
lo conocemos directamente, si somos fieles... Y esta es la madurez del Espíritu.
¿Cómo llegar a esta intimidad, a conocer a Dios con los ojos? Se puede
pensar, por ejemplo, en los discípulos de Emaús, que tienen al Señor Jesús a su
lado, «pero sus ojos estaban retenidos para que no lo conocieran» (Lc 24,16). El
Señor les abrirá los ojos al final de un camino que culmina con la fracción del
pan y que había empezado con un reproche: «¡Oh, insensatos y tardos de
corazón para creer todo lo que dijeron los profetas!». Es el reproche del principio
(Lc 24,25). Este es el origen de su ceguera: el corazón insensato y tardo. Y
cuando el corazón es insensato y tardo, no se ven las cosas. Se ven las cosas
como nubladas. Aquí reside la sabiduría de esta bienaventuranza: para
contemplar, es necesario entrar dentro de nosotros mismos y hacer espacio a
Dios porque, como dice San Agustín, «Dios es más interior que lo más íntimo
mío " (“interior intimo meo”: Confesiones, III,6,11). Para ver a Dios no hay que
cambiar de gafas o de punto de mira, o cambiar de autores teológicos que
enseñen el camino: ¡hay que liberar el corazón de sus engaños! Este es el único
camino.
Es una madurez decisiva: cuando nos damos cuenta de que nuestro peor
enemigo se esconde a menudo en nuestro corazón. La batalla más noble es
contra los engaños internos que generan nuestros pecados. Porque los pecados
cambian la visión interior, cambian la valoración de las cosas, muestran cosas
que no son verdaderas, o al menos que non son tan verdaderas.
Por lo tanto, es importante entender qué es la “pureza de corazón”. Para
ello debemos recordar que para la Biblia el corazón no consiste sólo en los
sentimientos, sino que es el lugar más íntimo del ser humano, el espacio interior
donde la persona es ella misma. Esto, según la mentalidad bíblica.
El Evangelio de Mateo dice: «Si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué
oscuridad habrá!» (6,23). Esta “luz” es la mirada del corazón, la perspectiva, la
síntesis, el punto de lectura de la realidad (cf. Evangelii gaudium, 143).
¿Pero qué significa corazón “puro”? El puro de corazón vive en la
presencia del Señor, conservando en el corazón lo que es digno de la relación
con Él; sólo así posee una vida “unificada”, lineal, no tortuosa sino simple.
6
El corazón purificado es, por lo tanto, el resultado de un proceso que
implica una liberación y una renuncia. El puro de corazón no nace así, ha vivido
una simplificación interior, aprendiendo a negar el mal dentro de sí, algo que en
la Biblia se llama circuncisión del corazón (cf. Dt 10:16; 30,6; Ez 44,9; Jer 4,4).
Esta purificación interior implica el reconocimiento de esa parte del
corazón que está bajo el influjo del mal: —“Sabe, Padre, siento esto, veo esto y
está mal”: reconocer la parte mala, la parte que está nublada por el mal — para
aprender el arte de dejarse siempre adiestrar y guiar por el Espíritu Santo. El
camino del corazón enfermo, del corazón pecador, del corazón que no puede ver
bien las cosas, porque está en pecado, a la plenitud de la luz del corazón es obra
del Espíritu Santo. Él es quien nos guía para recorrer este camino. Y así, a través
de este camino del corazón, llegamos a “ver a Dios”.
En esta visión beatífica hay una dimensión futura, escatológica, como en
todas las Bienaventuranzas: es la alegría del Reino de los Cielos hacia la que
vamos. Pero existe también la otra dimensión: ver a Dios significa comprender
los designios de la Providencia en lo que nos sucede, reconocer su presencia en
los sacramentos, su presencia en los hermanos, especialmente en los pobres y los
que sufren, y reconocerlo allí donde se manifiesta (cf. Catecismo de la Iglesia
Católica, 2519).
Esta bienaventuranza es un poco el fruto de las anteriores: si hemos
escuchado la sed del bien que habita en nosotros y somos conscientes de que
vivimos de misericordia, comienza un camino de liberación que dura toda la
vida y nos lleva al Cielo. Es un trabajo serio, un trabajo que hace el Espíritu
Santo si le damos espacio para que lo haga, si estamos abiertos a la acción del
Espíritu Santo. Por eso podemos decir que es una obra de Dios en nosotros —en
las pruebas y en las purificaciones de la vida— y esta obra de Dios y del Espíritu
Santo lleva a una gran alegría, a una paz verdadera. No tengamos miedo,
abramos las puertas de nuestro corazón al Espíritu Santo para que nos purifique
y nos haga avanzar por este camino hacia la alegría plena.
Video en español:
https://www.youtube.com/watch?
v=jukL_dDEvNs&ab_channel=ROMEREPORTSenEspa%C3%B1ol
Reconocer
3
El CATIC (2653-2659) destaca lugares desde donde “beber” Espíritu Santo para la
oración, en nuestro caso, de discernimiento: La Palabra de Dios, La Liturgia de la Iglesia, Las
virtudes teologales, y el “Hoy”.
8
están orientando en una dirección constructiva o si por el contrario nos están
llevando a replegarnos sobre nosotros mismos.
Esta fase de interpretación es muy delicada: se requiere paciencia,
vigilancia y también un cierto aprendizaje. Hemos de ser capaces de darnos
cuenta de los efectos de los condicionamientos sociales y psicológicos. También
exige poner en práctica las propias facultades intelectuales, sin caer sin embargo
en el peligro de construir teorías abstractas sobre lo que sería bueno o bonito
hacer: también en el discernimiento «la realidad es superior a la idea» (Evangelii
gaudium, 231). En la interpretación tampoco se puede dejar de enfrentarse con la
realidad y de tomar en consideración las posibilidades que realmente se tienen a
disposición.
Para interpretar los deseos y los movimientos interiores es necesario
confrontarse honestamente, a la luz de la Palabra de Dios, también con las
exigencias morales de la vida cristiana, siempre tratando de ponerlas en la
situación concreta que se está viviendo. Este esfuerzo obliga a quien lo realiza a
no contentarse con la lógica legalista del mínimo indispensable, y en su lugar
buscar el modo de sacar el mayor provecho a los propios dones y las propias
posibilidades: por esto resulta una propuesta atractiva y estimulante para los
jóvenes.
Este trabajo de interpretación se desarrolla en un diálogo interior con el
Señor, con la activación de todas las capacidades de la persona; la ayuda de una
persona experta en la escucha del Espíritu es, sin embargo, un valioso apoyo que
la Iglesia ofrece, y del que sería poco sensato no hacer uso.
Elegir
4
Cf. Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, Sínodo de los Obispos
9
10