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Literatura española del siglo XVII

[8.1] ¿Cómo estudiar este tema?

[8.2] La lírica: Luis de Góngora y Francisco de Quevedo

[8.3] La prosa del siglo XVII

[8.4] Referencias bibliográficas

8
TEMA
TEMA 8 – Esquema

Esquema
Literatura española del siglo XVII

La lírica: Luis de Góngora y Francisco de Quevedo La prosa del siglo XVII

Si atendem os a la poesía del siglo XVII se observan las Subgéneros cultivados en el


siguientes tendencias genéricas: período:

▪ Rom acerillos tardíos ▪ La nov ela corta italiana


2

▪ Letrilla culta ▪ La nov ela picaresca


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▪ Lírica culta ▪ El relato lucianesco


▪ Poesía am orosa de carácter petrarquista ▪ La nov ela pastoril
Lírica de inspiración horaciana

La Literatura en la Edad Moderna


▪ ▪ La nov ela bizantina
▪ Poesía m etafísica
▪ Poesía narrativa
▪ Poesía burlesca
▪ Poesía épica
Francisco de Quevedo:
Sátiras
Cultos: Luis de Góngora
Obras históricas y políticas
Conceptistas: Francisco de Quevedo
La Literatura en la Edad Moderna

Ideas clave

8.1. ¿Cómo estudiar este tema?

Para estudiar este tema deberás leer las Ideas clave expuestas a continuación.

En este tema estudiaremos la literatura española del siglo XVII y, en concreto, dos de
sus manifestaciones genéricas: la lírica y la prosa.

Con este objetivo abordaremos el estudio de la obra lírica de dos de los poetas más
significativos de este período:
» Francisco de Quevedo.
» Luis de Góngora.

Posteriormente nos ocuparemos de la prosa. En este lugar ofreceremos un panorama


general de los distintos tipos de prosa cultivados para, más tarde, atender al estudio de
la obra en prosa de
» Francisco de Quevedo.
» Baltasar Gracián.

8.2. La lírica: Luis de Góngora y Francisco de Quevedo

En el tema anterior estudiamos las características principales del Barroco a nivel


europeo; conviene, por tanto, antes de abordar la poesía española del siglo XVII
repasar brevemente cuáles fueron las coordenadas culturales en las que se gestó dicha
lírica.

Las que se mencionan a continuación son las características más significativas y


propias del Barroco español:

» La decadencia socio-política, encarnada en unos monarcas débiles, que delegaban


en los validos las tareas de gobierno, lo que trajo consigo que se acentuara el
aislamiento intelectual de España.

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» La exaltación religiosa, o, más bien, la exaltación de las formas religiosas,


manifestada en la creciente importancia del clero en la vida pública, alentada por el
propio Estado.

» El desengaño vital, común a toda Europa, pero que, en España, por lo


anteriormente dicho, alcanza tal nivel que se convierte en un estilo de
pensamiento, que se plasma en un alejamiento de la realidad social, y en un
eclecticismo filosófico que se expresará en obras como El Criticón, de Gracián, o
Los sueños, de Quevedo.

Por su parte, la sociedad española del siglo XVII presenta los rasgos que a
continuación se ofrecen:

» En la sociedad española de este período siguen vigentes las normas de limpieza de


sangre, motivo que será objeto de numerosas obras literarias, si bien algo más
atemperadas que en los dos anteriores. En todo caso, el hidalgo, el cristiano viejo,
tiene primacía social frente al descendiente de judíos o moriscos.

» La nobleza se aferra a su situación, si bien no deja de llamar la atención que se


promulguen normas por las que se permite mantener la condición de noble y, a la
vez, ser titular de establecimientos textiles. Es decir, se empieza a abrir paso la idea
de que también la nobleza puede trabajar.

» Surgimiento de una nueva clase social: el labrador enriquecido o villano que


pretende ascender por la escala social. Los enfrentamientos entre villanos y nobles
desaprensivos, nótese el contraste entre los villanos, que ascienden, y los nobles,
que empiezan a descender, serán fuente de temas y motivos literarios, sobre todo
en el teatro nacional de Lope y Calderón (Fuenteovejuna, El alcalde de Zalamea,
El mejor alcalde el Rey...).

» No como ideas estrictamente propias del Barroco español, pero sí perfectamente


adaptada a este, pueden señalarse:

o La resignación ante la providencia divina, ya que, como expresará


Calderón, la vida es un sueño, o una ilusión, de la que la muerte, inexorable
pero inopinadamente, nos despertará.

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o La aceptación de las teorías heliocéntricas de Galileo, y la consiguiente


desaparición del antropocentrismo, trae consigo una sensación de pérdida del
dominio del universo: el hombre es un ser realmente desvalido, y, repetimos, en
manos de la providencia.

o Aunque se sigue reverenciando a los clásicos romanos, Virgilio y Ovidio pierden


parte de su influencia, en favor de los estoicos y epicúreos: Séneca, Horacio,
Luciano y Lucrecio encarnan la idea dominante en esta época: el tópico de la
aurea mediocritas, es decir, del conformarse con un puesto secundario, desde
contemplar la vida, sin ambicionar nada extraordinario.

Durante el siglo XVII la lírica española ofrece diversas manifestaciones que son
fruto de la evolución de subgéneros anteriores; así, tal y como han explicado Pedraza
Jiménez y Rodríguez Cuadros (1980, pp. 131-138): del romancero tradicional se llega a
los ‘romancerillos tardíos’; del villancico tradicional a la letrilla culta; por otra parte se
cultiva lírica culta en metros castellanos; también poesía amorosa de carácter
petrarquista y lírica de inspiración horaciana; poesía metafísica, poesía narrativa y
descriptiva, poesía burlesca y, finalmente, poesía épica.

Si bien son muchos, por tanto, los estilos que conviven en el contexto literario español
del siglo XVII, resulta de enorme importancia entre todos ellos llamar la atención sobre
la «inclinación, más o menos generalizada, por lo que se ha denominado el arte de la
dificultad, que se concreta en el exagerado cultivo de los conceptos y en la estética
cultista» (Pedraza y Rodríguez, 1997, 120).

Cultos y conceptistas

Tradicionalmente, se ha querido catalogar la literatura del siglo XVII español, y no solo


la lírica, en dos categorías contrapuestas. Serían estas la de los culteranos y la de los
conceptistas.

» Los primeros serían aquellos poetas empeñados en encontrar figuras brillantes


y sorprendentes basadas en una brillantez cultista. Luis de Góngora, cuya
obra estudiaremos más tarde, sería su principal representante.

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» Por su parte, los conceptistas preferirían el concepto desnudo, para elaborar


imágenes mediante juegos ingeniosos basados en la polisemia, el oxímoron y la
metáfora imposible. Francisco de Quevedo representaría esta tendencia.

Entre medias, se situarían los escritores denominados llanos, apegados a la claridad,


como son Lope de Vega o Tirso de Molina.

Dos estilos, sin embargo, para una única idea motriz: el concepto como centro de la
literatura del siglo XVII, entendiendo por concepto la relación intelectual establecida
entre dos conceptos no relacionados en principio, pero que acaban unidos por la fuerza
del ingenio. A pesar, no obstante, de que ambas tendencias están vinculadas
directamente con el concepto, existen algunas diferencias entre ambos estilos tal y
como se explica a continuación. Así, el conceptismo se caracteriza por:

» La concisión y economía de palabras. Por ejemplo, en el célebre soneto de


Quevedo A una nariz, se dice de ella que «érase un elefante boca arriba», lo que
puede interpretarse en dos niveles: en el de la imagen grotesca del animal dado la
vuelta; o que la nariz, encima de la boca del narigón (boca arriba) se parecía, por
lo grande, a un elefante.

Érase un hombre a una nariz pegado,


érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un peje espada muy barbado.
Era un reloj de sol mal encarado, 5
érase una alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado.
(Quevedo y Villegas, 2002, s. p.)

» La condensación de significados, como acabamos de ver en el ejemplo de


arriba, y la creatividad basada en un estilo lleno de figuras retóricas al servicio del
ingenio, supone un reto intelectual al lector, cuya dificultad se acrecienta por el
laconismo y la tendencia a suprimir los nexos y las oraciones copulativas.

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En cuanto al culteranismo, se caracteriza por estas notas:


» El exceso verbal salpicado de latinismos y cultismos y apoyado en la mitología.
» El uso de figuras retóricas de acumulación: la metáfora, el hipérbaton, la perífrasis,
el paralelismo.

Aclarada la cuestión del conceptismo, nos centraremos ahora en la obra de dos de los
grandes poetas barrocos: Góngora y Quevedo. Enemigos irreconciliables, se dedicaron
uno al otro, versos envenenados, de un indiscutible ingenio: Góngora se reía de
Quevedo por su aspecto físico (era cojo y corcovado); y Quevedo acusaba a Góngora de
borracho, jugador y judaizante y atacaba durísimamente su estilo adornado y retórico.

Luis de Góngora y Argote (1561-1627)

Nació en Córdoba en el seno de una familia hidalga. Estudió Derecho en Salamanca y


recibió órdenes menores (diaconato). Posteriormente, se ordenó y llegó a ser capellán
de Felipe IV. Cuando falleció el Duque de Lerma, su mecenas, y perdidas las esperanzas
de salir de sus penurias, muchas veces causadas por el juego, se retiró a Córdoba, donde
murió.

La obra de Góngora es el triunfo del intelecto y de la racionalidad, usada para


sorprender al lector mediante imágenes insospechadas. La metáfora, el hipérbaton
violento, el símil inesperado y el empleo de cultismos, neologismos y recursos de la
mitología caracterizan toda la obra de Luis de Góngora.

En una primera etapa el poeta huyó del petrarquismo y, por consiguiente, también de
Garcilaso y Herrera, ya que consideraba el modelo agotado. No obstante, se observa
cómo en su soneto que comienza «Mientras por competir con tu cabello» hace uso
todavía de aspectos de la literatura renacentista en combinación con temas
propiamente barrocos, como el pesimismo.

Si estudiamos el conjunto de su obra observaremos dos tendencias en su obra


poética:

» Por una parte, el cultivo de la poesía popular ejemplificada en numerosas


letrillas satíricas o cómicas y en sus romances. Recuérdese el comienzo de la
célebre letrilla que a continuación se reproduce:

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Ándeme yo caliente
y ríase la gente.
Traten otros del gobierno
del mundo y sus monarquías,
mientras gobiernan mis días
mantequillas y pan tierno,
y las mañanas de invierno
naranjada y aguardiente,
y ríase la gente.
(Góngora y Argote, 2013a, s. p.)

» Por otra, la poesía culterana con la que inaugura una nueva forma de expresión,
como ejemplo traemos un fragmento de la Fábula de Polifemo y Galatea:

Donde espumoso el mar sicilïano 25


el pie argenta de plata al Lilibeo
(bóveda o de las fraguas de Vulcano,
o tumba de los huesos de Tifeo),
pálidas señas cenizoso un llano
-cuando no del sacrílego deseo- 30
del duro oficio da. Allí una alta roca
mordaza es a una gruta de su boca.

Guarnición tosca de este escollo duro


troncos robustos son, a cuya greña
menos luz debe, menos aire puro 35
la caverna profunda, que a la peña;
caliginoso lecho, el seno obscuro
ser de la negra noche nos lo enseña
infame turba de nocturnas aves,
gimiendo tristes y volando graves.
(Góngora y Argote, 1999, s. p.)

Esta forma de entender la poesía hizo que se viera envuelto en polémicas literarias,
sobre todo con Lope y Quevedo. Entre los tres se entabló una dura pugna por el
dominio del idioma y del ingenio, que, con frecuencia, llegó a lo personal y tuvo su
reflejo en numerosas composiciones poéticas.

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La Literatura en la Edad Moderna

Góngora murió en el pináculo de la fama; sin embargo, cayó rápidamente en el olvido


por el arribo de la Ilustración. No será hasta 1927, cuando los poetas de la Generación
del 27, entre los que se encontraban García Lorca, Alberti, Salinas, Guillén, Dámaso
Alonso, quienes veían en sus metáforas y en su exuberancia a un precursor de su idea
literaria, lo homenajearon en Sevilla con motivo del tercer centenario de su muerte.

Como antes se ha señalado, Luis de Góngora escribió poemas populares, haciendo uso
de versos cortos; dos obras extensas ejemplo de su tendencia culterana: la Fábula de
Polifemo y Galatea; las Soledades; y otros dos poemas largos: Panegírico del Duque de
Lerma y Fábula de Píramo y Tisbe. Además, compuso algo de poesía religiosa y unos
ciento cincuenta sonetos de los cuales se ofrece la siguiente muestra, ejemplo
paradigmático de la poesía amorosa de la época:

Mientras por competir con tu cabello


oro bruñido al sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;

mientras a cada labio, por cogello,


siguen más ojos que al clavel temprano,
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello;

goza cuello, cabello, labio, y frente,


antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,

no solo en plata o víola troncada


se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
(Góngora, 2013b, s. p.)

En el contexto de la poesía popular de Góngora ha de recordarse la importancia de las


letrillas por su agudeza, para cuya composición el poeta parte de un estribillo que
desarrolla. Suelen tener carácter satírico.

En cuanto a sus dos poemas extensos, la Fábula de Polifemo y Galatea es obra que lo
consagró y con la que Góngora consolida su estilo.

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El tema del poema está tomado del Libro XIII de las Metamorfosis de Ovidio y se
inspiró directamente en el poema Acis y Galatea de Carrillo y Sotomayor.

El poema está compuesto por setenta y tres octavas y en él abundan las metáforas
ascendentes y descendentes y las hipérboles, los encabalgamientos, las anáforas, y, en
general, todas las figuras retóricas acumulativas, ya que el objetivo de Góngora fue
legar a la originalidad por la amplificación y la exageración.

Por su parte, las Soledades es un poema inconcluso. Góngora pretendió en principio


escribir cuatro, pero solo compuso entera la Soledad primera, en la que se relata la
llegada de un náufrago a una isla y su asistencia a la boda de unos pastores, y dejó
inconclusa la segunda. Frente al Polifemo, las Soledades ofrece menos alusiones
mitológicas, pero su interpretación resulta más compleja y en ella abundan los
contrastes de carácter filosófico. Recordemos el comienzo del poema:

Era del año la estación florida


en que el mentido robador de Europa
(media luna las armas de su frente,
y el Sol todos los rayos de su pelo),
luciente honor del cielo, 5
en campos de zafiro pace estrellas,
cuando el que ministrar podía la copa
a Júpiter mejor que el garzón de Ida,
náufrago y desdeñado, sobre ausente,
lagrimosas de amor dulces querellas 10
da al mar, que condolido,
fue a las ondas, fue al viento
el mísero gemido,
segundo de Arïón dulce instrumento.
(Góngora y Argote, s.f., s. p.)

Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645)

Cristiano viejo y descendiente de nobles, vivió siempre cerca del poder, ya que su
madre era dama de corte y su padre escribano real. Estudió Artes en Alcalá, carrera que
incluía estudios de lenguas clásicas o modernas, lo que explica la buena formación del
escritor para las traducciones.

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La Literatura en la Edad Moderna

En 1601 conoció al duque de Osuna y, bajo su mecenazgo, empieza su carrera


literaria. Fiel a su mecenas, lo acompañó a Italia, donde residió siete años. Pero la caída
del duque lo alcanzó, y fue encarcelado en la Torre de Juan Abad. Esta etapa de su vida,
en la que se juntó el desengaño de la vida de corte, en Italia, llena de intrigas y
cuestiones políticas, y la prisión, coincide con su producción más crítica con el poder y
la sociedad.

El 1621, coincidiendo con la muerte de Felipe III y el advenimiento al poder de su hijo,


Felipe IV, Quevedo se vuelve a introducir en los círculos cortesanos, aunque este
periodo estará marcado por sus enfrentamientos con el conde duque de Olivares. Se le
acusó de conspiración, y en 1639 se le confinó en el convento de San Marcos, en León.
La prisión duró, esta vez, cuatro años, durante los cuales el escritor suplicó al rey varias
veces por su libertad. Cuando salió de su confinamiento, en 1643, se retiró a Villanueva
de los Infantes, donde morirá dos años más tarde.

Quevedo tuvo un carácter plural y apasionado, y ello le permitió abordar toda


clase de temas en distintos registros literarios. Era un sincero creyente, pero le
obsesionaba la idea de la muerte, un tema recurrente en su obra. También lo es el
antisemitismo y el patriotismo melancólico, barroco al fin, que le lleva a añorar el
pasado imperial de España, que contrasta con la decadencia política y social que le tocó
vivir.

Desde el punto de vista filosófico, Quevedo es un neoestoico. Conforme a la doctrina


de Séneca, propugna la aceptación serena de los acontecimientos de la vida, inevitables,
por otra parte. Esta doctrina, es, además, coherente con el cristianismo. Sin embargo,
como hemos dicho, esta serenidad no siempre acompaña a la obra de Quevedo, como se
observa en el existencialismo amargo que destilan muchas de sus obras, incluso las más
humorísticas.

La obra de Quevedo es ingente, tanto en cantidad como en calidad, pues cultivó todos
los géneros.

En lo que se refiere a su obra poética, nunca llegó a publicarla en vida y, si no hubiera


sido por la dedicación de don Pedro Aldrete, su sobrino, se hubiera dispersado por
completo.

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Al fin, en 1648, bajo el nombre genérico de El Parnaso español, cumbre en dos montes
dividido con las nueve musas, se publicó la primera parte; y en 1670, la segunda,
titulada Las tres Musas últimas castellanas: segunda parte del Parnaso español.

La poesía de Quevedo está marcada, como la prosa, por la agudeza conceptual y la


hondura de sus reflexiones. Luego la forma representa el triunfo del ingenio
barroco, conseguido mediante el equívoco, la polisemia, las metáforas, las hipérboles....

La poesía de Quevedo se agrupa en distintas corrientes:


» Poemas metafísicos.
» Poemas religiosos y morales.
» Poemas amorosos.
» Poemas satíricos y burlescos.

En lo que se refiere a los metafísicos, los temas principales son, obviamente, la muerte,
el paso del tiempo, el aprovechamiento de la vida concebida como un camino (tópico
del homo viator, el hombre viajero), y el desengaño barroco, que hace que la vida, en
realidad, sea algo sin demasiado valor, porque es la vida ultraterrena la que merece la
pena vivirse.

Ven ya, miedo de fuertes y de sabios,


dirá la alma indignada con gemido
debajo de las sombras, y el olvido
beberán por demás mis secos labios.

Por tal manera Curios, Decios, Fabios


fueron: por tal ha de ir cuanto ha nacido;
si quieres ser a alguno bien venido,
trae con mi vida fin a mis agravios.

Esta lágrima ardiente con que miro


el negro cerco, que rodea mis ojos, 10
naturaleza es, no sentimiento.

Con el aire primero este suspiro


empecé, y hoy le acaban mis enojos,
porque me deba todo al monumento.
(Quevedo y Villegas, 2002, s. p.)

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La Literatura en la Edad Moderna

También hace Quevedo uso del tópico horaciano del beatus ille, ya visto en el
Renacimiento, pero que aquí se carga con la negatividad funeraria del Barroco.

» La poesía religiosa se expresa en forma de soneto o silva, y su tema central es el


arrepentimiento y la bondad de Dios.

» La poesía amorosa de Quevedo nos revela un autor seguidor del petrarquismo,


corriente que, sin embargo, «altera y desautomatiza con su desmesura, su violencia
expresiva, la incorporación de léxico extrapoético, el arrebato de una pasión
desolada, que no revela ninguna realidad objetiva y verificable (…) pero sí la
angustia de la soledad» (Pedraza y Rodríguez, 1997, 135), cuestiones que han
quedado reflejadas en todos sus sonetos.

Cerrar podrá mis ojos la postrera


sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;

mas no, de esotra parte en la ribera,


dejará la memoria en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría
y perder el respeto a ley severa.

Alma a quien todo un dios prisión ha sido,


venas que humor a tanto fuego han dado,
medulas que han gloriosamente ardido,

su cuerpo dejará, no su cuidado,


serán ceniza, más tendrá sentido,
polvo serán, mas polvo enamorado.
(Quevedo y Villegas, 2002, s. p.)

Por último, la poesía burlesca de Quevedo es variada en temas y formas. Se


encuentran sátiras de oficios, parodias extraordinarias de temas mitológicos, como
los de Hero y Leandro, Apolo y Dafne, o el poema Las necedades de Orlando,
donde se burla de la epopeya de Ariosto. También jácaras caracterizadas por sus
exageraciones del vicio y su humor negro.

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La Literatura en la Edad Moderna

Veamos el comienzo de una de sus jácaras:

Jácara donde refiere Mari Pizorra honores suyos y alabanzas


Con mil honras, vive cribas,
me llaman Mari Pizorra,
y en Jerez me azotaron,
me azotaron con mil honras.
Por lo menos no me vieron 5
en las espaldas corcova,
ni dije esta boca es mía,
al levantar de la roncha.
Tres amas a quien serví
de lo que llaman fregona, 10
dijeron que les vaciaba
en su servicio las joyas.
Si fue verdad, Dios lo sabe,
no quiero apurar historias;
basta que el chillón no dixo, 15
hechicera, ni coroza.
(Quevedo y Villegas, 2002, s. p.)

Además de Góngora y Quevedo, es conveniente destacar, asimismo, a tres poetas


barrocos de gran importancia: Sor Juana Inés de la Cruz, Juan de Tassis y Peralta y
Lupercio Leonardo de Argensola.

» Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695), nació en México y es la primera poeta


en la Nueva España. Abrazó la profesión religiosa desde los dieciséis años, lo que
no fue obstáculo para que destacara por su amplia formación humanista y
filosófica. A pesar de sus votos, cultivó, curiosamente, la poesía amorosa, y llegó a
ser denominada ‘la décima musa’. Su estilo literario la acerca al culteranismo.
Su obra más célebre es un poema en verso corto, y forma de redondilla, en el que
defiende los abusos de los hombres sobre las mujeres; asimismo cultivó excelentes
sonetos.

» Juan de Tassis y Peralta, conde de Villamediana (1582-1622) fue un


excelente poeta también culterano. Cultivó también el drama, aunque son sus
sonetos los que la han mantenido en la fama poética y fue, además, un gran
epigramista.

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La Literatura en la Edad Moderna

» Lupercio Leonardo de Argensola (1559-1613), el menor de los Argensola,


cultivó teatro además de poesía, satírica y existencial. Algunos de sus sonetos
figuran entre los grandes del Barroco español como el titulado Al sueño o Imagen
espantosa de la muerte.

8.3. La prosa del siglo XVII

Tal y como han explicado Pedraza y Rodríguez (1997, 149), «el siglo XVII es el
momento clave para la creación de la novela moderna» que, en efecto alcanzará su
cumbre con El Quijote tal y como se ha estudiado en el tema anterior.

Son varios los subgéneros novelísticos que se cultivan a lo largo del siglo:
» La novela corta italiana.
» La novela picaresca.
» El relato lucianesco.
» La novela pastoril.
» La novela bizantina.

En este sentido puede mencionarse la importancia de la figura de Quevedo, quien


escribió una extensa obra en prosa y cultivó varios de los géneros mencionados:

» Sátiras (Origen y definición de la necedad; Desposorios entre el casar y la


juventud; Gracias y desgracias del ojo del culo; Cartas del Caballero de la
Tenaza...)

» Obras históricas y políticas, entre las que destacan la importante Política de


Dios y gobierno de Cristo y la Vida de Marco Bruto o sus textos a favor del
patronato de Santiago.

Al hilo de esta cuestión ha de recordarse que, tras la canonización de Santa Teresa de


Jesús en 1622, reviven en España los intentos de proclamarla patrona de España junto
con Santiago Apóstol. Pocos años después, en febrero de 1626, Felipe IV redacta una
Carta en la que propone a las Cortes el compatronato de Santa Teresa; los procuradores
de Cortes lo conceden y se imprime testimonio de ello en 1627; el 21 de julio de ese
mismo año, una Breve de Urbano VIII sanciona dicho compatronato (Azaustre, 1997,
105).

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La Literatura en la Edad Moderna

En este estado de cosas, comienzan a aparecer diversos escritos a favor de una y otra
parte (Rey, 1985, 104-105); así surge, en primer lugar, el Memorial por el patronato de
Santiago, impreso en enero de 1628 y, unos meses más tarde, en mayo, Su espada por
Santiago, el segundo memorial de Quevedo destinado a persuadir a Felipe IV en el
delicado asunto político y religioso del compatronato de España; en él solicita al rey
una revisión de su decisión de apoyo al compatronato. El efecto que pretendía Quevedo
no se logró de inmediato y la derogación del compatronato no se consiguió hasta 1630,
probablemente gracias a otros argumentos y pruebas diferentes a las esgrimidas por
Quevedo. La publicación del primer memorial provocó su destierro y el segundo su
prisión por orden expresa del conde duque de Olivares, firme defensor de Santa Teresa,
que, tras recibir el texto de Su espada por Santiago, lo devuelve al mismo Quevedo
(Fernández Mosquera, 2005, p. 189-190).

La escasa o nula efectividad que corrió Su espada por Santiago, así como su inmediata
devolución al autor, hace que el texto se conserve únicamente en el manuscrito
probablemente original de letra del amanuense de Quevedo con la firma autógrafa del
autor.

Asimismo, cultivó la traducción glosada de la contenida en las Vidas paralelas de


Plutarco; obras filosóficas (La cuna y la sepultura); de crítica literaria contra los
culteranos (La culta latiniparla o La aguja de marear cultos...).

Es posible llamar la atención de forma particular sobre El Buscón, como ejemplo de


obra picaresca, y sobre Los Sueños, como ejemplo de relato lucianesco.

La primera es una obra de juventud de Quevedo, escrita no después del 1608. Se la


considera novela picaresca, aunque, en rigor, no lo sea, ya que le falta algo esencial de
este subgénero: la intención moralizante. Se puede decir que Quevedo aprovechó la
horma de la novela de pícaros para escribir una novela única.

No obstante, sí hay numerosas coincidencias: el protagonista escribe en primera


persona; es de baja extracción social; se establece un paralelismo entre el episodio y la
glosa de lo que acaeció... Cuenta las aventuras de Pablos, un joven que lucha sin éxito,
aunque siempre con malas artes, por elevarse de su categoría social, y alcanzar el
estatus de la clase noble, es decir, la honra, como es propio de la novela picaresca.

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La Literatura en la Edad Moderna

En esta obra Quevedo no pretendió trazar ningún relato moral, ni hacer crítica social.
En realidad, su punto de vista es el oficial, el propio de la clase alta, para la que la vida
de los demás es solo un juego.

Por su parte, Los Sueños es un conjunto de alegorías en prosa, integrado en otra obra,
titulada Juguetes de la niñez, y publicada, que no escrita, en 1631. Consta de cinco
sueños: El sueño de las calaveras; El alguacil alguacilado; Las zahúrdas de Plutón; El
mundo por dentro y La visita de los chistes. Estos títulos no son los originales, sino los
que resultaron de la censura eclesiástica que modificaron los que a continuación se
mencionan: Sueños del Juicio Final, El alguacil endemoniado, El Sueño del Infierno,
El mundo por dentro (este conservó su nombre) y El sueño de la Muerte.

Todos tienen en común el hecho de ser una alegoría burlesca, su intención moralizante
y su ambientación ultraterrena. Son, además, un resumen de los grandes temas
quevedescos: crítica de costumbres, de oficios, de la hipocresía, de los hidalgos
empobrecidos...

» El alguacil endemoniado. En este texto la crítica va a parar a los clérigos. La


novedad de este Sueño es su forma dialogada: un exorcista entabla conversación
con el demonio exorcizado, conversación que Quevedo aprovecha para satirizar a
los eclesiásticos.

» El Sueño del infierno. Aborda el tópico de las dos sendas: la difícil, que conduce a
la salvación; y la fácil, que conduce al infierno. Quevedo fustiga a todas las clases
sociales que caminan por el camino fácil, y, una vez en el infierno, transmite, con
gran fuerza expresiva, la sensación de deformidad, violencia y caos con la que lo
concibe. Este Sueño es el que tiene más hondura moral, además de ser un alarde de
erudición humanista y teológica.

» El mundo por dentro. Desarrolla el tópico barroco del escepticismo -nada se sabe:
nihil nescitur- y del desengaño. Un hombre joven se ve orientado por el
Desengaño, un hombre mayor, mientras contemplan un desfile de tipos que pasan
por la calle de la Hipocresía.

TEMA 8 – Ideas clave 17 © Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)


La Literatura en la Edad Moderna

» El Sueño de la Muerte. Es un relato en el que predomina el desengaño y la


melancolía. En él, el narrador se duerme y sueña con una representación teatral,
que mezcla entre sus actores personajes reales y de ficción, de los que se sirve
Quevedo para demostrar la corrupción del reino, y exhortar a Felipe IV a
regenerarla. Presenta este Sueño una innovación literaria, que consiste en
introducir personajes folclóricos -Pero Grullo, Diego Noche, Agrajes- como
arquetipos literarios. También contiene el célebre alegato contra los abogados.

Durante el siglo XVII proliferan, además, en el contexto del género prosístico, la prosa
didáctica, que abordaremos en las páginas que siguen; la prosa histórica, los diálogos
misceláneos y, por último, los textos costumbristas.

La prosa didáctica se cultivó durante todo el Barroco español en una triple dirección:
sermones y reflexiones religiosas, consejos políticos y de gobierno, y de enderezamiento
de costumbres. Quevedo cuenta, por ejemplo, con una producción importante en este
ámbito.

Pero fue Baltasar Gracián quien elevó el género a su más altas cotas, gracias, sobre
todo, a su obra magna, El Criticón, sin olvidar su excelente Agudeza y arte de ingenio,
donde defiende la poesía gongorina, y, sobre todo, el ingenio como elemento
diferenciador del gran escritor. Tanto una como otra obra constituyen una especie de
ideario ético y estético del Barroco español.

Gracián fue, como Quevedo, cristiano viejo. Profesó en la compañía de Jesús, con cuya
jerarquía tendría siempre una relación tensa, y, de hecho, en 1652 le desterraron, a
causa de que se negó a escribir con el nihil obstat previo del superior de su orden.

Su primera obra, El héroe, la publicó ya en 1637. Es una obra en la línea de El


cortesano, de Castiglione, es decir, de carácter normativo, en la que Gracián establece,
a partir de Aristóteles y san Ignacio de Loyola, qué virtudes deben adornar al héroe
cristiano.

TEMA 8 – Ideas clave 18 © Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)


La Literatura en la Edad Moderna

Portada de Baltasar Gracián, El héroe, Huesca, Francisco de Larumbe, 16371.

Luego publicaría:
» El político (1640), dedicada a Fernando el Católico.
» El discreto (1646).
» Oráculo manual y arte de prudencia (1647).
» Agudeza y Arte de Ingenio (1648).
» El Criticón, por su parte, se publicó en tres partes: en 1651, 1653 y 1657.

El carácter de Gracián marcará su visión del mundo. La vida es lucha sin tregua,
por lo que es recomendable tener recursos con los que manejarse en tal entorno.
Destaca de forma particular la discreción y la prudencia.

Gracián, sobre todo en El Criticón, observa un pesimismo radical, que se manifiesta en


un humor amargo. Pero no significa el pesimismo, en modo alguno, resignación: el
conocimiento de la realidad negra del mundo es lo que justifica la asunción de normas
para enfrentarse a la maldad intrínseca del ser humano. Y ello, desde un punto de vista
antiheróico: para Gracián, la clave de la bóveda es la inteligencia, antes que el valor o la
fuerza. El resultado artístico es una mezcla de expresionismo y realismo.

1
Se maneja el ejemplar conservado en la Biblioteca Nacional de España (R/41684). La portada
se toma del ejemplar reproducido en la Biblioteca Digital Hispánica: http://bdh-
rd.bne.es/viewer.vm?id=0000198112&page=1

TEMA 8 – Ideas clave 19 © Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)


La Literatura en la Edad Moderna

El primero le vale de elemento deformante, tan propio del Barroco; el segundo, para
dotar a sus escritos de referencialidad temporal.

Las fuentes de Gracián son, por una parte, los clásicos, desde Cicerón a Séneca,
pasando por Luciano, Virgilio, Horacio y Ovidio, Esopo, Homero; y, por otra, algunos
contemporáneos: Quevedo, Alemán, Góngora, al que admiraba su ingenio, y por el que
abogó, oponiéndose contra la división entre cultos y conceptistas, que, como ya vimos,
consideraba artificial. También inspiró, sobre todo para su obra primera, Castiglione y
el infante don Juan Manuel.

En cuanto al estilo, Gracián emplea el conceptismo más puro, recogido en su famoso


adagio de lo conciso: «Lo bueno, si breve, dos veces bueno». Su objetivo es desarrollar
conceptos inteligentes, que satisfagan al lector. Su estilo se condensa en máximas,
mediante las que, diciendo poco, expresa muchas ideas, o le permite al lector
planteárselas.

En consecuencia, en su prosa prima el sustantivo sobre el adjetivo y abundan las figuras


propias del Barroco. El hipérbaton, la elipsis, el oxímoron, la polisemia, la metáfora
conceptual y la paradoja. Gusta de poner acertijos y de usar perífrasis.

Es, además, un escritor sumamente culto, por lo que emplea con naturalidad latinismos
y neologismos, así como aforismos, máximas y refranes.

Su obra más singificativa, El Criticón, le acarreó grandes conflictos, ya que las críticas
vertidas en él alcanzaban a todos los estamentos y los jesuitas le exigieron que no la
publicara. Su desobediencia le supuso, como se ha mencionado, el destierro.

La obra está dividida en tres partes, y cada parte en Crisis, palabra que en griego
significa juicio o censura. A lo largo de sus Crisis, estructuradas como el camino de la
vida, desde la juventad a la vejez y a la muerte, desfilan personajes reales y ficticios,
aunque la mayoría perfectamente reconocibles, ya sea por su conducta o por los
anagramas que apenas ocultan el nombre: así, Salastona, que encubre a su mecenas,
Juan de Lastanosa.

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La Literatura en la Edad Moderna

Como se trata de una narración alegórica en ella se introducen personajes que, también
por su nombre, indican lo que representan: Argos, Falsirena -palabra compuesta por
Falso y Sirena-; Sofisbella, Sofós es sabiduría en griego, Argos, Vulgacho, que preside el
Consejo General del Mundo, ese mundo en decadencia que Gracián desprecia. Toda la
novela es una crítica profunda, ingeniosa y disolvente, de la vanidad del hombre. Sin
embargo, como hemos dicho, depara una sorpresa: termina con sus protagonistas
cruzando un mar de tinta y entrando en la inmortalidad.

De El Criticón destaca su complejidad estructural, por los cambios de género; la mezcla


de realidad y de ficción, las alegorías... Todo esto rodea a la alegoría principal, que es la
del Homo viator: la vida es un camino. Su intención es clara: hacer una gran alegoría
del desengaño, en el que se cae por la maldad de las personas y la poca fortaleza ante
los vicios. En definitiva, el desengaño procede del propio hombre y las armas las tiene
él también: sagacidad, cautela y prudencia, y aprender de la propia experiencia. De
hecho, Gracián desdobla en Andrenio, el instinto, y en Critilo, la razón, dos argumentos
que considera valiosos, y jamás, por cierto, enfrentados.

8.4. Referencias bibliográficas

Azaustre, A. (1997). Técnicas de argumentación retórica en Su espada por Santiago, de


Francisco de Quevedo. Criticón, 71, pp. 105-115.

Fernández, S. (2005). Quevedo: reescritura e intertextualidad. Madrid: Biblioteca


Nueva.

Góngora y Argote, L. de (2013a). Ándeme yo caliente. Todo Góngora. Barcelona:


Universitat Pompeu Fabra. Recuperado de https://goo.gl/6jAXx2

Góngora y Argote, L. de (2013b). Sonetos. Todo Góngora. Barcelona: Universitat


Pompeu Fabra. Recuperado de https://goo.gl/CyTUzb

Góngora y Argote, L. de (1999). Fábula de Polifemo y Galatea. Alicante: Biblioteca


Virtual Miguel de Cervantes. Recuperado de https://goo.gl/6QD8aE

Góngora y Argote, L. de (s.f.). Soledades. Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de


Cervantes. Recuperado de https://goo.gl/aAVD4H

TEMA 8 – Ideas clave 21 © Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)


La Literatura en la Edad Moderna

Pedraza, F. y Rodríguez, M. (1997). Las épocas de la literatura española. Barcelona:


Ariel.
Quevedo y Villegas, F. de (2002). Antología poética. Ed. Roque Esteban Scarpa.
Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Recuperado de
https://goo.gl/MYGoeV

Rey, O. (1985). La Historiografía del Voto de Santiago. Santiago: Universidad de


Santiago de Compostela.

TEMA 8 – Ideas clave 22 © Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)


La Literatura en la Edad Moderna

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La Literatura en la Edad Moderna

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Página web de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes dedicada al autor y su obra.

Accede a la página web a través del aula virtual o desde la siguiente dirección:
http://www.cervantesvirtual.com/portales/luis_de_gongora/

Bibliografía

Pedraza, F. y Rodríguez, M. (1980). Manual de Literatura española, III. Barroco.


Introducción. Prosa y Poesía. Pamplona: Cenlit.

Rico, F. (Coord.) (1980). Historia y crítica de la Literatura española. Siglos de Oro:


Barroco. Vol. II. Barcelona: Crítica.

Ruiz, P. (2010). El siglo del arte nuevo (1598-1691), en Historia de la literatura


española, vol. 3. Barcelona: Crítica.

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La Literatura en la Edad Moderna

Test

1. El cultivo de los conceptos y la estética cultista…


A. Apenas adquiere importancia en la literatura del siglo XVII española.
B. Se convierte en una inclinación más o menos generalizada en la literatura
española del siglo XVII.
C. Es propia de la poesía del siglo XVII.

2. El exceso verbal salpicado de latinismos y cultismos es propio del…


A. Culteranismo.
B. Conceptismo.
C. Renacimiento.

3. En la poesía de Luis de Góngora se aprecian todavía rasgos propios de…


A. La poesía cancioneril.
B. El petrarquismo.
C. La poesía inglesa del siglo XVI.

4. ¿Qué generación poética recuperará la obra de Góngora ya en el siglo XX?


A. La Generación del 27.
B. La Generación del 36.
C. La Generación del 98.

5. El Libro XIII de las Metamorfosis ovidianas aporta el tema para la obra…


A. Fábula de Píramo y Tisbe.
B. Soledades.
C. Fábula de Polifemo y Galatea.

6. El Parnaso español, cumbre en dos montes dividido con las nueve musas recoge…
A. La obra dramática de Quevedo.
B. La obra lírica de Quevedo.
C. La obra en prosa de Quevedo.

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La Literatura en la Edad Moderna

7. La novela moderna nace en el siglo:


A. XVII
B. XVI
C. XV

8. La Vida de Marco Bruto de Quevedo es una obra de tipo…


A. Satírico.
B. Moral.
C. Histórico.

9. Los Sueños de Quevedo encaja dentro del género…


A. Burlesco.
B. Lucianesco.
C. Picaresco.

10. La obra de Baltasar Gracián debe enmarcarse dentro de…


A. La prosa didáctica.
B. La prosa histórica.
C. La prosa costumbrista.

TEMA 8 – Test 28 © Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)

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