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En el internado el internado el Padre organizaba a los alumnos en dos bandos, uno de «peruanos» y otro de«chilenos» y lo hacía enfrentar en el

campo , también se menciona a una joven demente, la opa Marcelina, que solía ser abusada sexualmente por los alumnos mayores.

Los ríos profundos Resumen y Análisis Capítulos IV-VI


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Resumen
Capítulo IV: La hacienda
Este capítulo comienza con la descripción de las costumbres de las haciendas en tiempos de fiesta. Los hacendados de los pueblos pequeños
contribuyen a las fiestas con vasijas de chicha. La chicha es una bebida alcohólica derivada del maíz fermentado sin destilar. Esta contribución
de los hacendados es un modo de demostrar el alcance de su poder: se dice que un hacendado no puede agasajar al pueblo menos que la
indiada.

Usualmente, estos hacendados, que vigilan a los indios, piden más de lo que es justo y, cuando creen que es necesario, les dan a los pobres un
puntapié y los mandan a la cárcel. En los días de fiesta todo es diferente. Van vestidos de gala, y obligan a sus caballos a trotar con elegancia.
Cuando se emborrachan, les clavan las espuelas a los animales hasta hacerlos sangrar.

Abancay es un pueblo cercado por las tierras de la hacienda Patibamba. Ernesto recuerda haber visitado una vez la casa-hacienda, silenciosa y
aparentemente vacía. Allí las mariposas vuelan libremente entre los frutales. Un corredor comunica la casa con la fábrica de azúcar. Durante
muchos años, el bagazo acumulado, es decir, los restos de la caña una vez extraído el jugo azucarado, formó un montículo ancho y blando. El
olor a aguardiente de ese bagazo hirviendo al sol es penetrante y característico del lugar.

Ernesto insiste en querer comunicarse con los indios “colonos” de la zona, pero estos no quieren hablar con forasteros. Las mujeres lo miran con
temor y desconfianza. Ernesto piensa que esos indios han perdido la memoria, que lo desconocen por haber olvidado el lenguaje de los ayllus
(las comunidades de indios). Vuelve al Colegio frustrado cada domingo, luego de estas caminatas muy largas en las que intenta encontrar algo
de la ternura que otrora sintió entre los indios. El Padre Director se burla cuando lo ve volver de estas peregrinaciones; le dice “tonto vagabundo”
cuando entra al patio cubierto de polvo.

Ernesto se resguarda en la memoria del canto de las indias que lo refugiaron hace tiempo, cuando su padre era perseguido y tuvo que dejarlo al
cuidado de unos parientes. El joven huyó de estos parientes crueles y pidió misericordia en un ayllu. Allí lo cuidaron quienes hoy recuerda como
sus protectores, y a quienes invoca en momentos de soledad: Pablo Maywa y Víctor Pusa.

Más adelante, el capítulo se enfoca en el Colegio. Las misas del Padre Director, sobre todo en presencia de los dueños de las haciendas,
comienzan con elogios a la Virgen pero siempre terminan en una exaltación patriótica y un ensañamiento con Chile, el país vecino. El deber de
los jóvenes es alcanzar el desquite, dice.

Ernesto tiene una percepción dual del Padre: por un lado, le teme; se le presenta como un pez que persigue a los pececitos en la orilla de un río.
Por otro lado, otros días siente cariño por él, como sintió por Pablo Maywa.

Capítulo V: Puente sobre el mundo


Ernesto va a las chicherías del único barrio alegre de la ciudad, Huanupata, tratando en vano de encontrarse con los indios de la hacienda. Allí al
menos se alegra escuchando huaynos de todas las regiones, que los forasteros les piden a gritos a los músicos de turno.

El resto de los barrios le resultan hostiles. Allí viven los comerciantes, las autoridades, familias antiguas empobrecidas y algunos terratenientes.
Cerca del río y la Plaza de Armas de Abancay hay un baldío donde el Padre Director hace que los estudiantes se enfrenten a patadas y puñetazos
en una batalla entre dos bandos, “peruanos” y “chilenos”. Siempre deben ganar los “peruanos”. Entre los “chilenos” se encuentra el Añuco, un
estudiante temible. Descendiente natural de terratenientes empobrecidos, este joven fue adoptado por los Padres. Su protector es Lleras, un
estudiante que ha repetido varias veces de año en el Colegio, por lo cual es mayor que el resto. Lleras es abusivo, hosco y caprichoso. Ernesto les
teme a ambos.

Por las noches, algunos estudiantes tocan huaynos con la armónica. El que mejor toca es Romero, un joven de Andahuaylas. Ernesto, que
conoce muchos huaynos diferentes, canta. Otros jóvenes se dirigen, cada noche, al campo de juego del Colegio, adonde van en busca de una
ayudante de cocina demente. Se pelean por tumbarla; se enfrentan incluso con más furia que en las guerras diurnas.

Palacios es el interno más humilde; no comprende el castellano bien y es el único de todo el Colegio que procede de un ayllu de indios. Padece
el colegio más que ninguno, pero su padre insiste en que debe educarse allí. Una noche se escucha a Palacitos gritar. Lleras lo ha llevado a la
fuerza al patio y pretende que se eche sobre la mujer demente, que lo llama desnuda con las manos. Todos los jóvenes acuden al campo de
juego. Palacios pide auxilio a gritos hasta que dos Padres se acercan al patio. La mujer demente huye y Lleras acusa a los demás estudiantes de
querer golpearlo entre varios. Romero desafía a Lleras una vez en la habitación, pero no hay ocasión de pelear. Con el correr de los días, Romero
va perdiendo su coraje, pero Lleras también olvida el duelo pendiente, y cesa en sus abusos por un tiempo. Palacios se convierte en un buen
amigo de Romero.

La mujer demente no vuelve por un tiempo a ir al patio y uno de los jóvenes, Peluca, se impacienta. Los estudiantes buscan atosigarlo con
insultos, pero él responde con juramentos que exponen las miserias de todos los que lo rodean y saca a colación las actividades más impúdicas
de los que concurren al patio de juegos. Los estudiantes lloran e incluso uno, el Chauca, se autoflagela con furia. Ernesto siente que el patio es
un lugar dominado por el demonio y la demente le causa una gran lástima.

Es constante la lucha entre las experiencias tormentosas del Colegio y la memoria de la imagen maternal del mundo que en otro momento acunó
a Ernesto. Los recuerdos son un refugio, pero a veces no son suficientes. Las visitas al río Pachachaca son también un modo de contrarrestar esta
fuerza oscura. Ernesto concurre frecuentemente a contemplarlo y luego regresa al pueblo renovado, vuelto a su ser. Conversa ment
almente con sus amigos lejanos.

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