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Verdad, reparación y justicia para Colombia: algunas reflexiones y

recomendaciones - Uprimny y Lasso


«A. El punto de partida: inexistencia de fórmulas únicas satisfactorias.
«En sus reflexiones en torno al perdón y al castigo, y su relación con la condición humana,
Hannah Arendt parece expresar una trágica impotencia del ser humano para hacer frente a
eso que Kant llamaba el “mal radical”, y una de cuyas manifestaciones más claras son las
violaciones masivas a los derechos humanos2. Arendt decía que no éramos capaces ni de
castigar ni de perdonar esas ofensas. Y, según su criterio, esa situación deriva del hecho de
que los seres humanos “son incapaces de perdonar aquello que no pueden castigar y son
incapaces de castigar aquello que se ha revelado imperdonable».
«En particular, los desarrollos en los últimos años plantean una tensión entre, de un lado,
los imperativos jurídicos, que tienden cada vez más a postular la necesidad del castigo de
los responsables de las graves violaciones y, de otro lado, las restricciones derivadas de las
realidades políticas, que hacen difícil, o incluso imposible, la imposición de esas sanciones,
debido a que éstas podrían impedir el proceso de paz, o dificultar la reconciliación. A pesar
de que es posible y deseable buscar vías para reducir esas tensiones, no es posible
ignorarlas, y por ello, no existen fórmulas únicas satisfactorias. Todas las estrategias de
justicia transicional, incluso las más exitosas y elogiadas, como la de
Sudáfrica, pueden ser criticadas, por sacrificar alguno de los valores en
tensión».
«…por lo que cada sociedad debe diseñar su propia fórmula para enfrentar los problemas
de verdad, reparación y justicia, pues las relaciones de fuerza entre los actores son distintas
y las posibilidades de compromiso diversas».
«En el caso colombiano, esa necesidad de intentar encontrar fórmulas propias –sin
perjuicio de aprender de las virtudes y deficiencias de otros procesos- es mayor, debido a
obvias particularidades de nuestro conflicto armado: existencia de múltiples procesos de
paz previos, que parecen marcar precedentes; presencia de diversos actores armados, lo
cual significa que las formas de justicia transicional tendrían lugar, mientras la guerra
continúa, lo cual sugiere incluso abandonar el uso de la categoría “justicia transicional” en
Colombia, al menos en la actual coyuntura, puesto que no estaríamos ni siquiera en una
transición a la paz».
« Las anteriores consideraciones nos llevan a plantear las reflexiones y recomendaciones
partir de tres ejes: (i) la toma en consideración del contexto, pues la incertidumbre
colombiana, así como la multiplicidad de actores, sugieren la necesidad de trabajar
propuestas en distintos escenarios; (ii) la formulación de recomendaciones sobre el
proceso de diseño de esas fórmulas, pues en esta materia el contenido de las
fórmulas de verdad y justicia puede ser tan importante como el proceso social en el que
éstas son adoptadas; (iii) pero en todo caso, es necesario buscar fórmulas sustantivas
que concilien lo mejor posible las exigencias de justicia y las necesidades de
lograr la paz».
«Los contextos y los escenarios

«…tres variables tienen particular importancia: (i) el grado de paz que se esté logrando,
(ii) el grado de movilización interna a favor de la búsqueda de justicia y verdad, y (iii) los
apoyos internacionales a las búsquedas nacionales de verdad y justicia. Combinando esas
tres variables, puede uno tener una multiplicidad de escenarios, más o menos favorables a
la búsqueda de verdad y justicia».
«Es obvio que en un escenario tipo I, que parece haber vivido un país como Sudáfrica, las
posibilidades de obtener verdad y justicia son mayores, pues existen apoyos sociales
importantes a favor de esos reclamos, que pueden limitar las pretensiones de ciertos
actores de imponer el perdón y el olvido; en cambio, en un escenario tipo VIII, dichas
posibilidades son más escasas, pues los apoyos internos y externos son bajos, y la lógica de
la guerra suele congelar los reclamos de verdad y justicia».
«Ahora bien, como Colombia parece situarse actualmente en los escenarios menos
favorables (tipo VII y VIII), parecería razonable formular recomendaciones modestas en
términos de logros en verdad y justicia, pues sólo ellas serían realistas y viables en la
presente coyuntura. Pero creemos que esta postura es un error. Es preferible pensar
primero en fórmulas de negociación de la paz lo más adecuadas posibles en términos de
verdad, justicia y reparación, para luego discutir cuáles adaptaciones son necesarias al
contexto colombiano actual. De esa manera, podemos contar con unos estándares ideales,
que son útiles para valorar críticamente las propuestas que se formulan en el actual
contexto».
«Además, la concreción de las formas de justicia transicional no es un ejercicio técnico ni
políticamente neutro, sino que es en sí mismo un proceso político, lleno de transacciones y
compromisos. La justicia transicional es también, y en gran medida, una justicia
transaccional. Por ello es deseable que el Estado colombiano, y en especial el gobierno,
proponga inicialmente estándares altos en términos de verdad, justicia y reparación, y sólo
admita una reducción de esas metas cuando sea claro que las condiciones políticas impiden
alcanzarlas».
«Teniendo en cuenta lo anterior, este documento comienza formulando recomendaciones
(tanto sustantivas como relativas al proceso) de justicia transicional para un escenario
favorable a los reclamos de verdad y justicia, en un proceso de transición a la paz, que
fuera el fruto de una negociación global con los distintos actores armados».
«C. El proceso en contextos favorables: el diseño y la ejecución de la justicia
transicional debe ser participativo, buscar consensos y tener apoyos
internacionales.
En la medida en que toda fórmula de justicia transicional es contestable y polémica, su
legitimidad depende en gran medida de la manera cómo ésta es elaborada. Y si uno analiza
los procesos conocidos, puede uno distinguir al menos cuatro tipos de casos:
- -La justicia impuesta por un soberano o por la parte victoriosa, como sucedió en
Nuremberg o en Bosnia, y que no parece viable en Colombia.
- Las auto-amnistías de los victimarios, como exigencia para permitir la transición,
tal y como lo hicieron los militares argentinos y chilenos, que es hoy no sólo
éticamente inaceptable sino además inviable política y jurídicamente.
- Los perdones recíprocos concedidos por los actores armados, al final de un proceso
de paz y de una guerra civil, que parece el modelo seguido por Centroamérica, y
que, en cierta medida algunos defienden para Colombia5, pero que parece
insuficiente, pues en relación con el esclarecimiento de la verdad y la sanción a los
responsables, los actores armados no tienen exactamente los mismos intereses que
las víctimas y la sociedad en general. Los actores armados están interesados en
lograr seguridad en la transición, mientras que las víctimas reclaman verdad,
justicia y reparación.
- Y, finalmente, la adopción de las medidas de transición no sólo por negociación
entre las cúpulas de los actores sino de discusiones sociales amplias, e incluso de
formas de consulta a la ciudadanía, que fue el esquema adoptado por Sudáfrica y,
en parte, por Irlanda del Norte y por Uruguay».
«Ahora bien, la mayor parte de los autores coinciden en que una de las fortalezas de la
transición sudafricana fue precisamente la amplia discusión social que precedió y
acompañó la adopción de las fórmulas de justicia transicional, centradas en torno a la
Comisión de Verdad y Reconciliación, que permitió no sólo aprender de los errores y
virtudes de los procesos precedentes, como el de Chile y Argentina, sino además generar
unos apoyos sociales básicos en torno a esas fórmulas».
«Además, la ejecución misma de la justicia transicional fue también muy participativa,
pues los distintos comités realizaron audiencias públicas en todo el país, que fueron
ampliamente divulgadas en los medios de televisión, lo cual aumentó considerablemente el
efecto de estos mecanismos para divulgar la verdad de los crímenes del apartheid y
construir una narrativa social sobre ese período».
«Por lo anterior, consideramos que el diseño y ejecución de la justicia transicional debe
ser participativa, buscar consensos sociales, y tener apoyos internacionales, en especial de
la ONU y de la Comisión Interamericana, que no sólo fortalezcan políticamente el proceso,
sino que además brinden asesoría técnica en ciertos aspectos10. Podría pensarse en que las
fórmulas sean elaboradas, luego de una amplia discusión social, por una mesa de
concertación, en donde no sólo participen las fuerzas políticas y los actores armados en
negociación, sino además órganos internacionales de derechos humanos (…)
organizaciones sociales nacionales, en especial grupos de víctimas».
«La idea es que la presencia de órganos internacionales de derechos humanos y grupos
de víctimas y de derechos humanos limite la tendencia de las fuerzas políticas y de los
actores armados a buscar acuerdos de paz, aunque éstos se traduzcan en impunidad. Por
decirlo de alguna manera, los actores armados, las fuerzas políticas y ciertos mediadores
tienden a anteponer las exigencias de la negociación y la paz a los reclamos de justicia
frente a las atrocidades del pasado; por el contrario, los grupos de víctimas y las
organizaciones nacionales e internacionales de derechos humanos operan con la lógica
opuesta; tienden a privilegiar los reclamos de justicia frente a las exigencias de las
negociaciones de paz. (…) para que de esa forma pudieran integrarse las “dos ópticas de tal
manera que la justicia no impida alcanzar la paz y la paz no implique renunciar a la
justicia».
«Las fórmulas propuestas por esa mesa de concertación podrían entonces ser sometidas
a un referendo constitucional. De esa manera, al acuerdo entre los principales implicados
(actores armados, víctimas, fuerzas políticas, organizaciones de derechos humanos y
mediadores internacionales) seguiría una aprobación por el Congreso, órgano de expresión
popular, una revisión constitucional por la Corte Constitucional y una aprobación
ciudadana».
«D. La búsqueda de una fórmula sustantiva: perdones, pero únicamente
con verdad, reparación, y si son perdones “responsabilizantes”.
«A pesar de la diversidad de formas de transición, creemos que esquemáticamente es
posible clasificar los distintos procesos en algunos tipos básicos, según la manera como las
negociaciones de paz, o la transición a la democracia buscan un mayor castigo a los
responsables y un mayor respeto a los derechos de las víctimas, o por el contrario incluyen
dosis mayores de perdón a los victimarios y de olvido de los hechos ocurridos. (…) a saber
dos modelos radicales (I y IV) y dos tipos intermedios (II y III)».
«Además, las transiciones no deben ser vistas estáticamente; algunos países, al
comenzar una transición, pueden preferir una cierta vía, pero pueden terminar en otro
proceso. Por ejemplo, Argentina, al comienzo del gobierno Alfonsín, parecía encaminarse a
una transición punitiva, pues los miembros de la junta militar, fueron condenados, y
parecía que iban a ser juzgados muchos otros oficiales involucrados en crímenes atroces;
pero luego ese país tendió a seguir el modelo III, debido a las presiones de los militares y a
los retrocesos de los gobiernos civiles, que llevaron a la expedición por el gobierno Alfonsín
de las leyes de punto final y de obediencia debida; finalmente, el indulto, por Menem, de
los jefes de la junta llevó al país a una transición tipo II, pero es posible que los desarrollos
recientes encaminen al país hacia mayores castigos».
«Nosotros creemos que en Colombia los modelos radicales (I y IV) son inviables
políticamente e indeseables ética y jurídicamente».
«Pero incluso si eso ocurriera, de todos modos el modelo IV no parece viable, pues éste
supone que la voluntad triunfante que impone los tribunales es suficientemente limpia
para castigar legítimamente a los vencidos, lo cual no ocurre en Colombia, en donde todos
los actores, incluyendo al Estado, están involucrados en crímenes atroces, pues vivimos
una barbarie simétrica».
«…si se intenta castigar a todos los implicados, serían necesarios juicios interminables,
con detenciones prolongadas de los imputados, lo cual terminaría por deslegitimar los
procesos mismos15. Por ello, parecería necesario admitir al menos perdones para mandos
inferiores, a fin de concentrar el castigo en los mandos superiores; pero eso significa un
abandono, al menos parcial, del paradigma estrictamente punitivo».
«En algunos puntos existen solamente “principios emergentes”18; sin embargo, en
otros aspectos puede hablarse de estándares normativos consolidados, como el
reconocimiento de un deber de sanción de ciertos comportamientos, que se encuentra
incorporado en normas convencionales claras al respecto, como la Convención sobre el TPI
o la Convención contra la tortura. Por ello actualmente, a pesar de las controversias, es
claro que los derechos de las víctimas y los deberes del Estado de sancionar las violaciones
de derechos de las víctimas limitan las posibilidades de perdón y olvido de las más graves
violaciones a los derechos humanos».
«Lo anterior muestra la fragilidad jurídica y política de un proceso de paz fundado en
las premisas de perdón y olvido, pues no sólo el TPI podría intervenir en muchos asuntos
sino que, además, otros casos podrían ser investigados por jueces de otros países, en virtud
del principio de jurisdicción universal que cubre muchos de esos crímenes internacionales,
como el genocidio, la tortura, o la desaparición forzada, y en virtud del cual, esos
comportamientos pueden ser juzgados y sancionados por cualquier Estado, en nombre de
la comunidad internacional».
«Directamente ligado a lo anterior, políticamente tampoco ese tipo de amnistías parece
posible, pues existen presiones internas e internacionales importantes en contra de ese
tipo de medidas. Un proceso de paz fundado en esos perdones amnésicos sería muy frágil
tanto jurídica como políticamente. Pero además, ese tipo de transiciones no es ética ni
políticamente deseable, por la manera como oculta la verdad y las responsabilidades, y
sacrifica los derechos de las víctimas, lo cual dificulta la reconciliación y es el germen de
violencias futuras».
«Esta lógica se ha mantenido en períodos posteriores, como lo muestra la historia
personal de muchos miembros de actores armados, que explican que una de las razones
esenciales para ingresar a la guerra fue la idea de vengar atropellos contra él o su familia.
Por ello en Colombia, las amnistías amnésicas han perpetuado las violencias».
«No siendo posibles los modelos extremos, todo indica que una justicia transicional en
Colombia debería aproximarse a alguno de los tipos intermedios, que buscan un cierto
equilibrio o proporcionalidad entre los imperativos de castigo, los derechos de las víctimas,
y las dinámicas de las negociaciones y de los procesos de reconciliación. Estos modelos
intermedios se mueven entonces en la siguiente lógica: intentan realizar procesos de
transición y formular propuestas de negociación de la paz que tomen en cuenta los
derechos de las víctimas; o, visto de otro lado, formulan pretensiones de justicia que no
impidan las negociaciones de paz. Sin embargo, entre esos modelos intermedios existen
diferencias significativas».
«Así, el modelo II de “perdones compensadores” es insuficiente en el contexto
colombiano, pues supone que los derechos a la verdad, la reparación y a la justicia de las
víctimas (con las correspondientes obligaciones del Estado) pueden ser intercambiados, de
suerte que puede haber un “trade-off” entre ellos, de tal manera que si un Estado avanza
mucho en reparación y verdad, no tendría por qué castigar a los responsables. Sin
embargo, tanto desde el punto de vista jurídico como ético y político, esta tesis es
problemática».
«De un lado, las obligaciones estatales de justicia, verdad y reparación tienen una cierta
autonomía, por lo que no es suficiente para justificar un perdón a los responsables de
graves crímenes que el Estado busque establecer la verdad de lo sucedido y reparar a las
víctimas. La individualización de los responsables y su castigo es una exigencia
independiente establecida por el derecho internacional, por lo que una amnistía general de
esos comportamientos, a pesar de que el Estado se comprometa a establecer la verdad y a
reparar las víctimas parece incompatible con el derecho internacional vigente».
«De otro lado, la individualización de los responsables de esos crímenes atroces y su
castigo no es una simple expresión de la venganza sino que cumple funciones esenciales en
una transición a la paz y a la democracia, como son, entre otras, las siguientes: evitar el
sentimiento de impunidad y cinismo en la población, que derivaría de no castigar al menos
a los principales responsables de esas atrocidades; revalorizar a las víctimas, y a sus
familiares, que ven que la sociedad toma en serio sus necesidades; condenar políticamente
esos comportamientos, a fin de marcar la transición de una situación de desconocimiento
de la dignidad humana a un nuevo orden basado en el respeto de los derechos humanos;
limitar las posibilidades de acción de los principales violadores de derechos humanos en el
nuevo régimen político, y disuadir a futuros victimarios de incurrir en esos
comportamientos».
«Por todo ello, creemos que las transiciones más compatibles con los derechos de las
víctimas y los principios democráticos son aquellas que admiten únicamente “perdones
responsabilizantes” y, por ello, defendemos una justicia transicional de ese tipo para
Colombia».
«Entendemos por “perdones responsabilizantes” formas de negociación de la paz que
toman seriamente los derechos de las víctimas y los deberes del Estado de establecer la
verdad, reparar a las víctimas y sancionar a los responsables (…) por lo que no sólo el
Estado debe establecer mecanismos para satisfacer la verdad –como comisiones de
verdad- y reparar a las víctimas, sino que además no son admisibles amnistías o perdones
generales por crímenes de lesa humanidad o de guerra, aunque obviamente son factibles
perdones para otros delitos asociados al conflicto armado».
«Por ello, en este tipo de procesos, la concesión de perdones debe ser excepcional,
individualizada y regida por el principio de proporcionalidad en materia constitucional y
de derechos humanos, esto es, debe estar plenamente justificada por la necesidad de
alcanzar la paz y la reconciliación, en la medida en que otros medios para lograr ese
propósito resulten inviables.(…) el perdón será legítimo únicamente cuando sea necesario
para el logro de la paz, o cuando el perdón aparezca claramente superior –en términos
éticos- al castigo; pero incluso en estos casos, es necesario prever otros mecanismos para
responsabilizar a los victimarios ante la sociedad».
«De los casos que conocemos, la transición sudafricana es tal vez la que más se
aproxima a ese esquema. En ese país, se abandonaron los modelos extremos, pues los
acuerdos de paz y la llamada constitución transitoria tomaron en consideración los
derechos de las víctimas pero también autorizaron formas de amnistía, por lo que fue
creada una comisión de verdad y reconciliación, dividida a su vez en tres comités: uno que
escuchó a las víctimas para reconstruir la verdad sobre los crímenes del apartheid; otra que
tramitó las amnistías, y una tercera que formuló recomendaciones para las reparaciones».
«Un punto decisivo fue, entonces, que no hubo una amnistía general sino que cada
victimario que quería obtener el perdón debía hacer una confesión pública de sus crímenes
ante el comité de amnistía, y podía obtener el perdón únicamente si se trataba de un
crimen político, había realmente confesado todo los hechos relevantes del crimen, y existía
una cierta proporcionalidad entre el hecho de violencia y el propósito político perseguido.
Y obviamente el perdón sólo cubría el delito confesado».

«Pero se buscó minimizar la impunidad que podía derivar de esos perdones. Así,
únicamente los crímenes confesados en un período podían ser perdonados, mientras que
los otros podrían ser castigados».
«Además, es obvio que ese proceso tiene particularidades que sólo son explicables en el
contexto de ese país, por lo que sus fórmulas no pueden ni deben ser trasladadas
mecánicamente al caso colombiano. Sin embargo, esa transición ilustra que es posible
esforzarse por lograr un equilibrio entre las necesidades de justicia y las necesidades de
negociar la paz, bajo la forma de perdones responsabilizantes, por lo que consideramos que
ese tipo de transición sería la más deseable para Colombia».
«Una transición fundada en “perdones responsabilizantes” no sólo logra un equilibrio
básico entre las exigencias de justicia y las restricciones impuestas por los procesos de paz
sino que, además, parece “blindada” jurídicamente, pues resulta compatible con el derecho
internacional, ya que los perdones concedidos –bajo la forma de indultos individuales, o de
subrogados penales que permiten rebajas de penas - son proporcionados y se encuentran
justificados por los intereses de la paz».
« E. Violencias verticales y horizontales, y las posibilidades de perdón: una
digresión sobre justicia restaurativa y justicia retributiva, y la relación entre
justicia transicional y el tipo de conflicto a ser superado.
La anterior presentación de los tipos de transición debe ser complementada con la
discusión de su relación con el tipo de situación que se quiere superar. Y la razón es la
siguiente: para determinar cuál de las modalidades de transición es la más adecuada
algunos autores, como Iván Orozco29, insisten con razón en que es necesario tomar en
cuenta cuál es el tipo de estado de cosas que se quiere superar, pues no son iguales las
lógicas y las posibilidades de perdón en la transición de una dictadura estable a una
democracia, que en el caso de una transición de una guerra civil a la paz».
«…de un lado, los casos de dictaduras o regímenes totalitarios, como el nazismo o las
dictaduras del Cono Sur, caracterizados por una victimización o barbarie vertical o
asimétrica, en donde la distinción entre victimarios y víctimas es bastante clara, pues unos
ejercen la violencia y otros la padecen. De otro lado, las guerras civiles y los conflictos
armados, en donde la barbarie es más simétrica u horizontal, y la distinción entre víctimas
y victimarios es mucho menos clara, ya que cada actor armado (con sus respectivas bases
sociales de apoyo) es al mismo tiempo víctima (pues padece los ataques del enemigo) pero
también victimario (pues infringe violencia al otro actor armado y a sus bases sociales)».
«Ahora bien, a partir de esta distinción, Orozco sugiere la tesis de que los perdones son
no sólo más legítimos, sino que incluso parecen políticamente más viables y adecuados
cuando se trata de la transición de una violencia horizontalidada a la paz, que suele ser una
“doble transición”, que cuando se trata de una transición de una dictadura estable a una
democracia, que es una transición “simple”31. Aun cuando Orozco reconoce que las
evidencias empíricas en esta materia distan de ser concluyentes, considera que es
razonable suponer que en una doble transición, a partir de una violencia horizontalizada o
barbarie simétrica, es más plausible (e incluso legítimo) recurrir a formas de perdones,
tanto por razones normativas como fáctica»
«Con todo, autores como Orozco no plantean que estas formas de perdón, en los
contextos de doble transición, impliquen una falta de individualización de responsables;
sin embargo, parecen plantear que esa responsabilización debe operar más dentro del
marco de formas de justicia restaurativa. Eso significa que uno podría distinguir en los
tipos de transiciones fundadas en perdones responsabilizantes, aquellas que se basan más
en visiones retributivas y otras más fundadas en criterios más restauradores»
«los perdones responsabilizantes prioritariamente retributivos son más propios de las
transiciones simples, mientras que en las transiciones dobles, derivadas de violencias
horizontales, la estrategia más adecuada sería los perdones responsabilizantes pero
prioritariamente restauradores. (…) Esto muestra que el debate que opone el
paradigma de la justicia restaurativa a aquel de la justicia retributiva, que en
los últimos años se ha desarrollado en el ámbito de la política criminal en
muchos campos, tiene también una incidencia importante en las discusiones
en torno a la justicia transicional».
«En efecto, de manera explícita, la exposición de motivos invoca el paradigma de la
justicia restaurativa como un criterio que inspira las regulaciones propuestas, tesis que ha
sido también defendida por el Alto Comisionado de Paz, Luis Carlos Restrepo, quien
afirmó que ese proyecto “promueve la aplicación de una justicia restaurativa, dejando atrás
el esquema de justicia retributiva que se limita a imponer una pena de cárcel al condenado
sin que simultáneamente se estén desarrollando acciones de reparación individual y
social»
«La llamada justicia restaurativa hace referencia a un movimiento de crítica a la idea de
castigo o retribución como la forma adecuada de enfrentar los crímenes. Este enfoque, que
ha adquirido una cierta fuerza en los últimos veinte años, es muy diverso y variado, pues se
alimenta de muchas fuentes culturales y religiosas, por lo que puede tener significados
diversos para los distintos autores y grupos que lo defienden».
«… la idea básica de este enfoque es que, en caso de un crimen, la sociedad debe
centrarse en la víctima y en el daño ocasionado, más que en el delincuente y en la
infracción de la ley».
«Estos enfoques critican entonces el castigo retributivo, pues consideran que la
imposición de una pena suele no tomar en cuenta las necesidades y sufrimientos de la
víctima ni logra restablecerla convivencia pacífica, ya que no permite una adecuada
reintegración a la comunidad del ofensor. Por ello, los paradigmas restauradores, a
diferencia de lo que hace el sistema penal, se centran más en el futuro que en el pasado; lo
importante no es tanto evaluar la culpa pasada del ofensor para imponerle un castigo sino
que la comunidad y el Estado deben buscar mecanismos para que el ofensor comprenda el
daño que provocó, reconozca su responsabilidad e intente reparar ese daño».
«Uno de los instrumentos típicos de intervención es entonces la llamada mediación
entre víctima y ofensor (Victim Offender mediation); la idea básica es reunir a la víctima
con el ofensor, con la participación de un mediador, para que se establezca una
comunicación que permita que el victimario comprenda el daño que ocasionó, y las partes
involucradas decidan cuáles son las mejores salidas para reparar el daño. Y en ese
escenario, es posible que exista una cierta reconciliación, pues la dinámica tiende a llevar
al victimario a solicitar perdón, que puede ser otorgado por la víctima».
«Sin embargo, es muy importante recordar que esos enfoques restauradores fueron
pensados originariamente para hacer frente a la violencia derivada del crimen ordinario,
que es una violencia puntual e intersubjetiva. Por ello su utilización mecánica, como
paradigma dominante para enfrentar las violaciones masivas y graves a los derechos
humanos en Colombia, resulta problemática, al menos por cuatro razones, dos
comunes a todos los procesos de transición, y dos específicas a Colombia, al
menos en la actual coyuntura».
«De un lado, las transiciones de la guerra a la paz deben enfrentar una violencia masiva,
en donde es muy difícil localizar a aquellas víctimas y victimarios que deben participar en
los procesos de mediación interpersonal, que posibiliten un perdón y una reparación, qu
reconstruya a su vez la convivencia y reafirme las reglas y valores que fueron afectados po
el crimen. Así, en un delito ordinario –como una agresión de un joven a un anciano-,
víctima y victimario están delimitados y pueden entrar en una mediación. Pero, ¿cómo
trasladar ese modelo para hacer frente a estrategias deliberadas y sistemáticas de
exterminio masivo, como las de las dictaduras del Cono Sur, o como la que sufrió la Unión
Patriótica en Colombia? En una situación de esas, ¿quién debe pedir perdón?».
«“las disculpas oficiales luego de atrocidades masivas carecen de la conexión directa
entre ofensor y víctima que ayudan a poner en marcha las dimensiones sociales de la
reparación»
«De otro lado, la atrocidad de los delitos de lesa humanidad y de los crímenes de guerra
también pone en cuestión el uso dominante de los instrumentos restaurativos como
esquema dominante, puesto que estaríamos frente a comportamientos, en principio,
imperdonables. Por consiguiente, la exigencia de castigo retributivo de esos
comportamientos atroces no es una búsqueda de venganza sino la necesidad de condenar
públicamente y excluir esas conductas de la sociedad que se pretende fundar. Por ello, el
uso privilegiado de instrumentos restaurativos frente a crímenes de lesa humanidad es
muy problemático».
«En tercer término, en Colombia no es claro que estemos en una violencia horizontal
masiva, con formas de victimización recíproca generalizadas. Sin excluir que esa violencia
recíproca existe y puede ser importante, no creemos que Colombia esté viviendo una
guerra civil con alta movilización ciudadana a favor de los distintos actores en pugna ».
«Finalmente, la dimensión restaurativa adquiere fuerza y eficacia cuando las
comunidades comparten unos valores básicos, que permiten que la solicitud y concesión
del perdón refuercen los valores compartidos y permitan una reconciliación entre el
ofensor y la víctima. En los procesos transicionales, esto supone que exista una cierta
visión compartida del pasado, producto de distintos procesos, como la labor exitosa de una
comisión de verdad (…) En cambio, cuando la sociedad se encuentra aún dividida en torno
al significado del pasado que se quiere superar, el uso de los instrumentos restaurativos y
los llamados a la reconciliación a toda costa, adquieren un sentido muy problemático, por
no decir perverso, pues se tornan en instrumentos de impunidad, ya que en el fondo
tienden a deslegitimar a las víctimas o a los sectores sociales que reclaman justicia, que son
calificadas como personas o grupos sociales que no han sabido superar el sentimiento de
venganza.
«Por todo lo anterior, sin negar el hecho que ciertas dimensiones de la justicia
restaurativa son aplicables a los procesos de transición y serían útiles en Colombia,
creemos que en nuestro país el enfoque adecuado de justicia transicional no puede ser de
una responsabilización fundada primariamente en mecanismos restauradores; los
perdones responsabilizantes no pueden dejar de lado, frente a los delitos de lesa
humanidad, un componente necesariamente retributivo, tal y como lo exige el derecho
internacional».
«F. La concreción de la fórmula de los perdones responsabilizantes
Es indudable que la idea de una transición fundada en perdones responsabilizantes es
todavía muy abstracta y requiere ser especificada. Por ello, en lo que sigue, proponemos y
justificamos los alcances de ese esquema en relación con los derechos básicos de las
víctimas (con las correspondientes obligaciones estatales): verdad, reparación y justicia».
«1. El derecho de las víctimas a la verdad y la obligación de los Estados de
recordar.
Teniendo en cuenta la definición y alcance de los perdones responsabilizantes, es
evidente la necesidad de esclarecer la realidad de los hechos ocurridos, no sólo en términos
colectivos y de reconstrucción cultural sino también en términos individuales (…) En este
punto es menester describir en qué deben consistir esos procesos de reconstrucción de la
verdad, cuáles deben ser sus dimensiones y coberturas y qué compromisos deben exigirse a
quienes participan».
Ya que es obligación del Estado difundir la verdad obteniendo testimonios autorizados
acerca de crímenes y violaciones de derechos humanos, le está vedado permitir el olvido.
Por tanto, no puede aceptar la reinserción -individual o colectiva- de actores armados sin
arrepentimiento, pues su relación con los otros grupos armados y con la sociedad a través
de actos violentos es el resultado de un conflicto suprimido que debe salir a flote a fin de
garantizar el éxito del proceso y facilitar una verdadera reconciliación».
«Resultaría entonces imprescindible, en un momento dado, integrar una comisión de la
verdad40 de alto nivel cuyo trabajo sea público, pues la verdad obtenida judicialmente, por
importante que sea, resulta fragmentaria y no permite tener un panorama de conjunto de
la situación de violencia y de atropellos a la dignidad humana».
«El acompañamiento de las iglesias y la verificación de la comunidad internacional,
resultan importantes, pues debido a la tarea tan delicada que es encomendada a la
comisión, entes representativos, imparciales y con autoridad, generan mayor legitimidad y
pueden apoyar el proceso con sus buenos oficios».
«Es así como desde el momento mismo de la negociación las partes deben considerar la
confesión completa, la clarificación de todos los hechos que se puedan reconstruir y la
identificación de todos los implicados como requisitos indispensables para el éxito del
proceso».
«La comisión de la verdad puede o no tener facultades judiciales o cuasijudiciales. El
diseño de una comisión de la verdad con ciertas facultades judiciales -tales como el
llamamiento de testigos- resulta aconsejable para asegurar al máximo la recolección y
custodia adecuadas de diversas pruebas. Con todo, si ello no es posible, una comisión sin
facultades judiciales también resultaría útil y presentaría ventajas por cuanto permite a la
sociedad enfrentarse con su pasado. Así, podría dedicarse a establecer las causas de la
violencia, los elementos del conflicto, determinar responsabilidades -aunque no sean
penales-, identificar las estructuras de terror, reivindicar la memoria de las víctimas y con
ella la de la sociedad».
«Así, la simple confesión no resultaría válida en cualquier caso: los hechos deben ser
contrastados y constatados -en la medida de lo posible- para evitar informaciones falsas
que distorsionen la verdad, pues se trata de la reconstrucción histórica del país y de un
derecho de víctimas y familiares».
«En cuanto a los casos a ser estudiados, no parece deseable tomar sólo casos
emblemáticos, pues el sentimiento de exclusión y desigualdad demeritaría la labor de la
comisión. Así, en un proceso de desarme y desmovilización total, la competencia de la
comisión sobre hechos específicos no es aconsejable pues excluye a los demás, dejando la
sensación de desprotección de quienes no fuesen cobijados por ella».
«De otro lado, es necesario garantizar la posibilidad de vigilancia y participación
ciudadana. Para tal efecto, la ciudadanía debe tener acceso a información suficiente e
imparcial sobre lo que está sucediendo, sin que ello signifique acceso total e
indiscriminado a cualquier dato».
«La difusión del trabajo de la comisión se convierte en un escenario para discusión y
reconstrucción de valores importantes para la sociedad. Por eso deben adelantarse
audiencias públicas a fin de informar a la ciudadanía. En este punto el Estado debe tener
un papel más activo. No debe dedicarse a promover solamente la desmovilización, sino
también la participación de la sociedad en aquellos asuntos que le incumban».
«Esta propuesta es consecuencia necesaria de aceptar que en un proceso de paz o
desmovilización parcial las partes no son sólo el Estado y las autodefensas o el Estado y la
guerrilla. En cualquier escenario debe vincularse un vocero representativo de la sociedad
cuya elección sea el resultado de su propia organización y decisión».
«Como lo muestra la experiencia sudafricana, la transmisión por televisión y radio de
testimonios, confesiones y juicios y el mantener a la población al tanto de lo que ocurría
indudablemente contribuyó a la interiorización del proceso y ello favorece la inclusión y el
sentido de pertenencia que se requieren para edificar la democracia. Además, hace que la
mayoría de la población participe en la reconstrucción de su propia historia y pueda
asimilarla con miras a una futura democracia».
«La mejor opción es acoger un diseño similar al de Sudáfrica, cuya comisión tenía
competencias amplias y un comité por cada aspecto del derecho a la justicia, obviamente
con respeto a las garantías propias del debido proceso. Las audiencias públicas
definitivamente deben ser parte de este mecanismo».
«En la conformación de la comisión debe discutirse y establecerse si debe ser sólo de
nacionales, sólo de extranjeros, o mixta. Una comisión mixta puede ser conveniente ya que
existiría representación de nacionales y extranjeros y de esa forma no sería percibida como
un instrumento manipulable. La presencia de colombianos es valiosa, pero puede no
aparecer como imparcial ante la sociedad o generar riesgos para sus integrantes. En cuanto
a que sea formada sólo por extranjeros, debe recordarse la resistencia que en algunos
sectores existe y la mirada desconfiada frente a la injerencia internacional. Además, los
integrantes colombianos conocerán la historia del conflicto y las particularidades del país».
«. 2. El derecho a obtener reparación.
«Se sugieren dos mecanismos de reparación, que pueden aplicarse alternativamente o
concurrir según los alcances y contenido de la restitución de los derechos de las víctimas
que llegue a convenirse. Son ellos los de la reparación de las víctimas a través de
procedimientos judiciales de naturaleza especial y el de atención a las víctimas
a través de mecanismos de tipo administrativo»
«a) El mecanismo judicial.
Se propone el establecimiento de un mecanismo judicial transitorio tendente a hacer
efectivas las reclamaciones por violación de los derechos humanos e infracciones al
Derecho Internacional Humanitario. Se estima que debe tener carácter judicial para
garantizar independencia e imparcialidad en el proceso de reparación»
«Para materializar estos principios, se debe instituir un grupo de jueces colegiados42,
agrupados en tribunales de primera instancia del nivel departamental y uno nacional de
segunda instancia, a quienes corresponderá aplicar un procedimiento especial de
reparación cuyas características principales se enunciarán más adelante».
«Por su parte, el establecimiento del procedimiento especial requeriría una reforma de
rango legal orientada a i) desarrollar los principios enunciados supra, ii) implementar en
cabeza de dicho mecanismo de jueces la capacidad para derivar responsabilidad por
violaciones del derecho internacional de los derechos humanos y del Derecho
Internacional Humanitario con propósitos de reparación civil, iii) establecer las
características propias de toda justicia independiente e imparcial, como la segunda
instancia y las garantías de estabilidad de los jueces, y iv) posibilitar que pueda ser
reclamada dicha responsabilidad tanto a particulares que en el contexto del conflicto
armado dieron lugar a tales violaciones como a agentes del Estado que obraron del mismo
modo».
«Debe partirse de los rubros sobre reparación previstos por nuestra legislación civil, a
saber, el daño emergente y el lucro cesante46 (ambos relativos a perjuicios materiales47) y
el daño moral (pretium doloris48), de reconocimiento tradicional en nuestra
jurisprudencia, para avanzar luego en extender el concepto de daño a la vida de relación49,
reconocido en Colombia en la jurisdicción de lo contencioso administrativo, similar en
algunos aspectos al daño al proyecto de vida50, desarrollado por la Corte Interamericana
de Derechos Humanos, y a la alteración en las condiciones de existencia, acogido por el
derecho francés».
«Sin embargo, no es justo que las reparaciones provengan exclusivamente de recursos
de presupuesto, pues eso significaría que todos los colombianos estamos pagando los
daños ocasionados por los victimarios, cuando deben ser ellos los primeros en resarcir a
sus víctimas. Por ello, proponemos dos medidas; de un lado, que la concesión de
eventuales perdones esté condicionada no sólo a la confesión de los crímenes sino de
cualquier apropiación ilícita de bienes. Y de otro lado, el establecimiento de una comisión
específica de verdad y reparación sobre despojo de tierras que acudiendo a instrumentos
de la política gubernamental de atención al desplazamiento, relativos a restricciones
impuestas a la transferencia del derecho de propiedad y otras medidas de protección a
poseedores, tenedores y ocupantes de predios rurales70, permitan la restitución de dichos
predios a sus auténticos titulares, arrojando luz, simultáneamente, sobre los actores y
factores que incidieron en la generación del desplazamiento».
«También deben contemplarse otras modalidades de reparación que cuentan con
precedentes en el derecho colombiano, a saber: las simbólicas71 y las de reconstrucción del
tejido social72. La reparación simbólica persigue resarcir las consecuencias del hecho con
respecto a la memoria de las víctimas».
«En tales circunstancias, la reparación pecuniaria resulta insuficiente y por ello se ha
planteado la simbólica, que se materializa en la construcción de monumentos, la
nominación de vías públicas y, en fin, la adopción de medidas que permitan, en general,
recuperar el patrimonio intangible de las personas lesionadas»
«Dicha reparación busca contrarrestar los traumas individuales y colectivos
ocasionados mediante la adopción de programas de atención psicosocial, así como
medidas orientadas a recuperar las cosechas abandonadas o la infraestructura social
básica, vías, escuelas, puestos de salud, que, por razón del desplazamiento, que como
norma general sigue a hechos colectivos de violencia, resultaron afectados por la partida de
sus beneficiarios»
«Un aspecto clave del procedimiento que se propone es el papel que deben jugar la
Procuraduría General de la Nación y la Defensoría del Pueblo en el prohijamiento de las
presuntas víctimas74, de manera que para éstas resulte fácil emprender las acciones de
reparación a que haya lugar. En tal sentido, corresponderá a dichos organismos iniciar
oficiosamente o a petición de parte interesada la acción de reparación así regulada,
obrando en representación de la víctima cuando ello fuere posible».
«Los recursos para alimentar dicho fondo deberían provenir, entre otras fuentes, de la
extinción de bienes procedentes de actividades ilícitas, en particular las provenientes del
patrimonio de los perpetradores de violaciones, y de las diferencias derivadas del descenso
esperado en la asignación de recursos del presupuesto nacional al sector defensa, como
efecto de una negociación global del conflicto armado. En el caso de la Comisión sobre
Despojo de Tierras buena parte de las reparaciones provendría de la adopción de sus
propias decisiones, esto es, de la restitución a los verdaderos titulares de los predios
rurales afectados».
«B. El mecanismo de atención a las víctimas.
Se concibe como un medio autónomo o como complemento del anterior, según fue
reseñado más arriba, sujeto a los alcances que finalmente se convengan en materia de
restitución. Su principal característica es la de constituir un medio de naturaleza
administrativa que atendería a las víctimas a través de dos modalidades: i) la restitución
individual a partir de tarifas o montos estándares de indemnización, e ii) el desarrollo de
programas de atención a las víctimas en consideración a la existencia de grupos
afectados».
«La primera modalidad se inspira en los mecanismos existentes en Colombia de
reconocimiento a las víctimas de sumas de dinero por la ocurrencia de hechos de violencia.
Esta modalidad que se inauguró con la Ley 104 de 1993 para atender a las víctimas de los
hechos de “narcoterrorismo” acaecidos entonces, luego se retomó por la Ley 418 de 1997 y
sus prórrogas sucesivas, las leyes 548 de 1999 y 782 de 2002 para atender a las personas
de la población civil que sufren perjuicios en su vida, grave deterioro en su integridad
personal o en sus bienes por razón de atentados terroristas, combates, secuestros, ataques
y masacres en el marco del conflicto armado interno».
«Constituye, según puede apreciarse, una suma significativamente inferior a la recibida
en el marco de un proceso judicial, pero que se entrega con prontitud y que tiene la enorme
ventaja de exigir bajos estándares probatorios».
«La segunda modalidad consistiría en la implementación de programas
gubernamentales orientados a brindar apoyo a las víctimas de la violencia con el fin de
reparar sus secuelas y facilitar las condiciones de existencia y proyección de vida. Tales
programas no partirían de la demostración elemental del daño como ocurre con el
mecanismo anterior, sino que se desarrollarían sobre la base de información estatal
disponible y la brindada por quienes aspiren a convertirse en beneficiarios de tales
programas. La atención se otorgaría por tipología de víctimas v.gr. desplazados, menores,
mujeres, etc., con el objeto de facilitar las formas de asistencia».
«El contenido de la misma consistiría en prestaciones específicas tales como dotación
de tierras, atención psicosocial, becas educativas, financiamiento de formas individuales o
asociativas de generación de ingresos, acciones afirmativas tendentes a la superación de
formas de discriminación, dotación de medios de infraestructura de servicios a
comunidades afectadas, e incorporación al sistema nacional de seguridad social en salud».
«3. El derecho a la justicia, el deber de castigo y los perdones
responsabilizantes: el problema de la proporcionalidad.
El punto más complejo de concretar en el modelo de perdones responsabilizantes es la
relación entre el deber del Estado de castigar y las posibilidades de perdón. Como ya se
explicó, el criterio esencial para lograr ese equilibrio es el juicio de
proporcionalidad, ampliamente desarrollado por el derecho constitucional y por el
derecho internacional de los derechos humanos. Según este análisis de proporcionalidad,
una restricción a un derecho (en este caso el derecho a la justicia) sólo es legítima si
constituye un medio adecuado y necesario (en el sentido de que no existan otros medios
menos lesivos de los derechos constitucionales) para alcanzar un propósito importante en
una sociedad democrática, y siempre y cuando los logros justifiquen claramente la
restricción al derecho»
«Por ello, como ya lo explicamos, la concreción de estos perdones responsabilizantes
supone que frente a los delitos de lesa humanidad y a los crímenes de guerra deberá
imponerse tanto castigo como sea posible y necesario: el perdón será legítimo únicamente
cuando sea necesario para el logro de la paz, o cuando el perdón aparezca claramente
superior –en términos éticos- al castigo; pero incluso en estos casos, es necesario prever
otros mecanismos para responsabilizar a los victimarios ante la sociedad».
«Y esto puede concretarse en algunas máximas básicas: (i) a mayor gravedad del
crimen, menor posibilidad de perdón; (ii) a mayor responsabilidad militar (nivel de
mando) o social del victimario, menor posibilidad de perdón; (iii) a mayor contribución a
la paz, a la verdad y a la reparación, mayores posibilidades perdón. De acuerdo con lo
anterior, en principio no existe ninguna objeción a conceder indultos o exenciones totales
de pena a aquellas personas que sean únicamente combatientes, pues el límite de lo que
puede ser perdonado debe ser el Derecho Internacional Humanitario y la noción de
crímenes de lesa humanidad».
«Por el contrario, los crímenes de lesa humanidad y las infracciones graves a la
normativa humanitaria, en principio, deben estar excluidos de perdones totales; en esos
casos, sólo serían admisibles perdones parciales – bajo formas de disminución de la
sentencia a imponer o de la concesión de subrogados penales, como la libertad
condicional- siempre y cuando exista una contribución a la paz, a la verdad y a la
reparación, que así lo justifique».
«I. Consideraciones finales
En nuestro país, como bien lo ha señalado Gonzalo Sánchez, la rutinización del olvido
ha alimentado la rutinización de la guerra96. La tentativa de lograr la paz, sin esclarecer lo
ocurrido, ni establecer responsabilidades, ni reparar a las víctimas, lejos de permitir una
reconciliación duradera de los colombianos, ha alimentado nuevas violencias, revanchas y
venganzas»
«La pacificación del Frente Nacional se basó en el silencio de las víctimas: no se
quisieron establecer responsabilidades, ni reparar las heridas. Los resultados están a la
vista: muchos de los actores de las violencias ulteriores son hijos del falso realismo que
alimentó esa forma antidemocrática de construir la paz».
«Es cierto que algunos analistas se oponen, y con razones de peso, a cualquier
judicialización de la negociación de la guerra, ya que consideran que se establecen
obstáculos jurídicos crecientes a cualquier solución del conflicto armado, por cuanto
habría impedimentos para amnistiar determinadas conductas. Según estas perspectivas, la
negociación de la paz es eminentemente política, por lo cual la intervención del derecho
debe reducirse al mínimo».
«Esta tesis, basada en un crudo realismo político, tiene en parte razón; es negativa una
excesiva intervención de los jueces en los procesos de paz, que son deliberaciones
eminentemente políticas. Sin embargo, una total desjudicialización del proceso de paz
daría demasiado peso a la razón política y a los intereses exclusivos de los actores armados,
lo cual tiene efectos contraproducentes en el mediano y largo plazo. La construcción de una
paz duradera y democrática no resulta únicamente de la desmovilización de los actores
armados ya que debe partir de unos mínimos éticos, por lo cual no puede olvidar el
derecho a la justicia de las víctimas de la guerra colombiana Los derechos de las víctimas
no pueden entonces ser un componente olvidado en un eventual proceso de paz».
«J. Perdones con verdad, reparación y si son responsabilizantes: resumen y
recomendaciones.
No existen fórmulas únicas satisfactorias sobre cómo debe una sociedad enfrentar las
violaciones a los derechos humanos y las infracciones al Derecho Internacional
Humanitario en un eventual proceso de paz, pues existen tensiones inevitables entre los
reclamos de justicia y las restricciones impuestas por las negociaciones. Además, los
distintos países presentan relaciones de fuerza entre los actores distintas y posibilidades de
compromiso diversas, por lo que cada transición es específica».
«Los contextos son entonces muy importantes, y existen algunos que son más
favorables al logro de la verdad y justicia; la actual coyuntura colombiana es bastante
desfavorable en este aspecto, pero no nos debe llevar a formular recomendaciones
modestas en términos de verdad y justicia. Es preferible pensar primero en fórmulas de
negociación de la paz lo más adecuadas posibles en términos de verdad, justicia y
reparación, para luego discutir cuáles adaptaciones son necesarias al contexto colombiano
actual».
«Los procesos en contextos favorables.
«En la medida en que toda fórmula de justicia transicional es contestable y polémica, su
legitimidad depende en gran medida de la manera como ésta es elaborada y ejecutada. Por
lo anterior, consideramos que el diseño y la ejecución de la justicia transicional deben ser
participativos, buscar consensos y tener apoyos internacionales, en especial de la ONU y la
Comisión Interamericana, que no sólo fortalezcan políticamente el proceso, sino que
además brinden asesoría técnica «en ciertos aspectos».
«Las fórmulas propuestas por esa mesa de concertación podrían luego ser sometidas a
un referendo constitucional. De esa manera, al acuerdo entre los principales implicados
(actores armados, víctimas, fuerzas políticas y organizaciones de derechos humanos)
seguiría una aprobación por el Congreso, órgano de expresión popular, una revisión
constitucional por la Corte Constitucional, y una aprobación ciudadana».
«El contenido sustantivo de una justicia transicional en un escenario
favorable
En Colombia, los modelos radicales de justicia transicional no son viables políticamente
ni deseables éticamente ni jurídicamente. Así, una “transición punitiva”, fundada en la idea
de castigar a todos los responsables de crímenes de guerra o de lesa humanidad, es
inviable, pues supone circunstancias que no se presentan en el país, en especial la
existencia de una voluntad política capaz de imponer los tribunales, como lo hicieron los
aliados en Nuremberg y en Tokio, o el Consejo de Seguridad en Yugoslavia y Rwanda».
«Una transición basada en “perdones amnésicos”, esto es, en el perdón y olvido general
de los crímenes, no es viable, pues es incompatible con el actual derecho internacional,
difícilmente sería aceptada interna e internacionalmente, y es indeseable éticamente, pues
oculta la verdad y las responsabilidades, y sacrifica los derechos de las víctimas, lo cual
dificulta la reconciliación y es el germen de violencias futuras. La construcción de una
sociedad democrática sobre esas bases es entonces muy endeble».
«Por ello, Colombia debería encaminarse a una transición que admita perdones, pero
“responsabilizantes”, semejante a la desarrollada en Sudáfrica, pero sin pretender copiar
ese esquema, pues cada país tiene sus propias particularidades».
«La concreción de la fórmula: verdad, reparación y “perdón
responsabilizante”
El derecho a la verdad tiene una dimensión individual (que las víctimas y sus familiare
sepan que ocurrió) y, además, una dimensión colectiva, pues la sociedad debe construi una
visión del pasado, y de las atrocidades que ocurrieron, no sólo para recuperar l dignidad de
las víctimas sino además como un elemento para evitar la repetición de eso hechos
atroces».
«El establecimiento de una comisión de verdad resulta ineludible en algún momento dado
pues la verdad obtenida judicialmente, por importante que sea, resulta fragmentaria y n
permite tener un panorama de conjunto de la situación de violencia y de atropellos a la
dignidad humana»
«Para satisfacer el derecho a la reparación, se sugieren dos mecanismos de reparación, qu
pueden aplicarse alternativamente o concurrir según los alcances y contenido de la
restitución de los derechos de las víctimas que llegue a convenirse. Son ellos: (i) la
reparación a las víctimas a través de procedimientos judiciales de naturaleza especial, que
apunta a lograr una restitución de alcance amplio y que es más exigente probatoriamente;
y (ii) la atención a las víctimas a través de mecanismos de tipo administrativo, de alcance
más limitado pero que, por tratarse de reclamaciones de tipo administrativo, es más laxa
en cuanto a las exigencias de carácter probatorio».
«La concesión de perdones es posible, pero únicamente dentro de los criterios d
proporcionalidad indicados al describir el modelo de perdones responsabilizantes, lo cual
significa que, como ya se señaló, deberá imponerse tanto castigo como sea posible y
perdonar únicamente cundo sea necesario para lograr la paz, o cuando el perdón aparezca
claramente superior –en términos éticos- al castigo; pero incluso en ese caso, es necesario
prever otros mecanismos para responsabilizar a los victimarios ante la sociedad».
«Estos criterios de proporcionalidad se concretan en algunas máximas básicas: (i) a mayor
gravedad del crimen, menor posibilidad de perdón; (ii) a mayor responsabilidad militar
(nivel de mando) o social del victimario, menor posibilidad de perdón; (iii) a mayor
contribución a la paz, a la verdad y a la reparación, mayores posibilidades perdón»
«Comentarios sobre el Decreto 128 de 2003 y el llamado proyecto de ley de
alternatividad penal
«Las anteriores consideraciones permiten hacer unas breves observaciones sobre lo
instrumentos normativos desarrollados, o propuestos, por el actual gobierno en este
campo Así, el Decreto 128 del 22 de enero de 2003, que reglamenta la Ley 418 de 1997,
prorrogada y modificada por la Ley 782 de 2002 en materia de reincorporación a la
sociedad civil, es problemático pues se ha convertido en puerta fácil a la impunidad,
porque la regulación estimula que los funcionarios omitan efectuar un examen juicioso
sobre la situación jurídica del desmovilizado y sobre las posibilidades de obtención de
información. En tales condiciones, se sugiere aprovechar en debida forma las posibilidades
que ofrecen los desmovilizados para la investigación penal de los delitos relacionados con
el conflicto armado, adoptando medidas como la conformación de una unidad nacional de
fiscales con sede en Bogotá, adecuadamente descentralizada en los planos operativos y de
recaudo de información, a quien se le confíe una evaluación previa a la toma de decisiones
sobre la concesión de los beneficios jurídicos».
«En cuanto a su contenido, el proyecto se funda en extrapolaciones indebidas y exagerada
de los alcances del paradigma de la justicia restaurativa y del proceso de Irlanda del Norte.
Además, es precario en sus regulaciones normativas concretas, pues no es suficientemente
claro en el alcance del deber de reparación, no asegura mecanismos adecuados de verdad, y
los mecanismos de justicia son demasiado débiles. Una revisión de fondo es necesaria y al
menos los siguientes ajustes deben ser considerados: debe imponerse a quien aspire a los
beneficios de la obligación de informar sobre todos los bienes que sean fruto del desarrollo
de actividades ilícitas. La sanción al incumplimiento de este deber consiste en la
revocación de la libertad condicional. Debe establecer la inhabilidad perpetua para acceder
a cargos públicos pertenecientes a la rama ejecutiva, incluidos los de elección popular, y los
judiciales; conservando la posibilidad de que luego de cinco (5) años de inhabilidad puedan
acceder únicamente a los de elección popular en las corporaciones públicas».

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