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Capítulo 7
Dios es omnisciente

“Y oirán tu voz; e irás tú, y los ancianos de Israel, al rey de Egipto, y le diréis: Jehová el Dios de los
hebreos nos ha encontrado; por tanto, nosotros iremos ahora camino de tres días por el desierto,
para que ofrezcamos sacrificios a Jehová nuestro Dios. 19 Mas yo sé que el rey de Egipto no os
dejará ir sino por mano fuerte” (Éxodo 3:18-19).

“Y el corazón de Faraón se endureció, y no los escuchó, como Jehová lo había dicho” (Éxodo 7:13).

“Y Daniel habló y dijo: Sea bendito el nombre de Dios de siglos en siglos, porque suyos son el
poder y la sabiduría. 21 El muda los tiempos y las edades; quita reyes, y pone reyes; da la sabiduría
a los sabios, y la ciencia a los entendidos. 22 El revela lo profundo y lo escondido; conoce lo que
está en tinieblas, y con él mora la luz. 23 A ti, oh Dios de mis padres, te doy gracias y te alabo,
porque me has dado sabiduría y fuerza, y ahora me has revelado lo que te pedimos; pues nos has
dado a conocer el asunto del rey” (Daniel 2:20-23).

“La santa pareja eran no sólo hijos bajo el cuidado paternal de Dios, sino también estudiantes que
recibían instrucción del Omnisciente Creador. Eran visitados por los ángeles, y se gozaban en la
comunión directa con su Creador, sin ningún velo obscurecedor de por medio. Se sentían
pletóricos del vigor que procedía del árbol de la vida y su poder intelectual era apenas un poco
menor que el de los ángeles. Los misterios del universo visible, “las maravillas del Perfecto en
sabiduría” (Job 37:16), les suministraban una fuente inagotable de instrucción y placer. Las leyes y
los procesos de la naturaleza, que han sido objeto del estudio de los hombres durante seis mil
años, fueron puestos al alcance de sus mentes por el infinito Forjador y Sustentador de todo. Se
entretenían con las hojas, las flores y los árboles, descubriendo en cada uno de ellos los secretos
de su vida. Toda criatura viviente era familiar para Adán, desde el poderoso leviatán que juega
entre las aguas hasta el más diminuto insecto que flota en el rayo del sol. A cada uno le había dado
nombre y conocía su naturaleza y sus costumbres. La gloria de Dios en los cielos, los innumerables
mundos en sus ordenados movimientos, “las diferencias de las nubes” (Job 37:16), los misterios de
la luz y del sonido, de la noche y el día, todo estaba al alcance de la comprensión de nuestros
primeros padres. El nombre de Dios estaba escrito en cada hoja del bosque, y en cada piedra de la
montaña, en cada brillante estrella, en la tierra, en el aire y en los cielos. El orden y la armonía de
la creación les hablaba de una sabiduría y un poder infinitos. Continuamente descubrían algo
nuevo que llenaba su corazón del más profundo amor, y les arrancaba nuevas expresiones de
gratitud” (Elena G. de White - PP 32-33).

“Caín se había envilecido tanto en el pecado que había perdido la noción de la continua presencia
de Dios y de su grandeza y omnisciencia. Así, recurrió a la mentira para ocultar su culpa” (Elena G.
de White - PP 63).

“Dios, el Ser infinito y omnisciente, ve el fin desde el principio, y al hacer frente al mal trazó planes
extensos y de gran alcance” (Elena G. de White - PP 64).

“El que gobierna en los cielos ve el fin desde el principio. Aquel en cuya presencia los misterios del
pasado y del futuro son manifiestos, más allá de la angustia, las tinieblas y la ruina provocadas por
el pecado, contempla la realización de sus propios designios de amor y bendición. Aunque haya
“nube y oscuridad alrededor de él: justicia y juicio son el asiento de su trono.” Salmos 97:2. Y esto
lo entenderán algún día todos los habitantes del universo, tanto los leales como los desleales. “El
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es la Roca, cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son rectitud: Dios de verdad, y
ninguna iniquidad en él: es justo y recto.” Deuteronomio 32:4 (Elena G. de White - PP 22-23).

“El Señor conocía las malas influencias que rodearían a Jacob y los peligros a que estaría expuesto.
En su misericordia abrió el futuro ante el arrepentido fugitivo, para que comprendiese la intención
divina a su respecto, y a fin de que estuviese preparado para resistir las tentaciones que
necesariamente sufriría, cuando se encontrase solo entre idólatras e intrigantes” (Elena G. de
White - PP 183).

“Se le ordenó entonces a Moisés que tomase cenizas del horno y que las esparciese hacia el cielo
delante de Faraón. Este acto fue profundamente significativo. Cuatrocientos años antes, Dios
había mostrado a Abrahán la futura opresión de su pueblo, bajo la figura de un horno humeante y
una lámpara encendida. Había declarado que visitaría con sus juicios a sus opresores, y que sacaría
a los cautivos con grandes riquezas. En Egipto los israelitas habían languidecido durante mucho
tiempo en el horno de la aflicción. Este acto de Moisés les garantizaba que Dios recordaba su
pacto y que había llegado el momento de la liberación” (Elena G. de White - PP 272).

“El plan de nuestra redención no fue una reflexión ulterior, formulada después de la caída de
Adán. Fue una revelación “del misterio que por tiempos eternos fue guardado en silencio.” Fue
una manifestación de los principios que desde edades eternas habían sido el fundamento del
trono de Dios. Desde el principio, Dios y Cristo sabían de la apostasía de Satanás y de la caída del
hombre seducido por el apóstata. Dios no ordenó que el pecado existiese, sino que previó su
existencia, e hizo provisión para hacer frente a la terrible emergencia. Tan grande fue su amor por
el mundo, que se comprometió a dar a su Hijo unigénito “para que todo aquel que en él cree, no
se pierda, mas tenga vida eterna” (Elena G. de White - DTG 13-14).

“Dios tenía un conocimiento de los sucesos del futuro aun antes de la creación del mundo. No hizo
que sus propósitos se amoldaran a las circunstancias, sino que permitió que las cosas se
desarrollaran y produjeran su resultado. No actuó para causar un cierto estado de cosas, sino que
sabía que existiría una condición tal. El plan que debía llevarse a cabo al producirse la defección de
cualquiera de las elevadas inteligencias del cielo... es el secreto, el misterio que ha estado oculto
desde hace siglos. Y según los propósitos eternos se preparó una ofrenda para que hiciera
precisamente la obra que Dios ha hecho a favor de la humanidad caída” (Elena G. de White -
Comentario bíblico adventista, tomo 6, pp. 1081, 1082).

“Aun cuando Satanás fue arrojado del cielo, la Sabiduría infinita no le aniquiló. Puesto que sólo el
servicio inspirado por el amor puede ser aceptable para Dios, la lealtad de sus criaturas debe
basarse en la convicción de que es justo y benévolo. Por no estar los habitantes del cielo y de los
mundos preparados para entender la naturaleza o las consecuencias del pecado no podrían haber
discernido la justicia de Dios en la destrucción de Satanás. Si se le hubiese suprimido
inmediatamente, algunos habrían servido a Dios por temor más bien que por amor. La influencia
del engañador no habría sido anulada totalmente, ni se habría extirpado por completo el espíritu
de rebelión.
Para el bien del universo entero a través de los siglos sin fin, era necesario que Satanás
desarrollase más ampliamente sus principios, para que todos los seres creados pudiesen
reconocer la naturaleza de sus acusaciones contra el gobierno divino y para que la justicia y la
misericordia de Dios y la inmutabilidad de su ley quedasen establecidas para siempre.
La rebelión de Satanás había de ser una lección para el universo a través de todos los siglos
venideros, un testimonio perpetuo acerca de la naturaleza del pecado y sus terribles
consecuencias. Los resultados del gobierno de Satanás y sus efectos sobre los ángeles y los
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hombres iban a demostrar qué resultado se obtiene inevitablemente al desechar la autoridad


divina. Iban a atestiguar que la existencia del gobierno de Dios entraña el bienestar de todos los
seres que él creó.
De esta manera la historia de este terrible experimento de la rebelión iba a ser una perpetua
salvaguardia para todos los seres santos, para evitar que sean engañados acerca de la naturaleza
de la transgresión, para salvarlos de cometer pecado y sufrir sus consecuencias.
El que gobierna en los cielos ve el fin desde el principio. Aquel en cuya presencia los misterios del
pasado y del futuro son manifiestos, más allá de la angustia, las tinieblas y la ruina provocadas por
el pecado, contempla la realización de sus propios designios de amor y bendición. Aunque haya
“nube y oscuridad alrededor de él: justicia y juicio son el asiento de su trono.” Salmos 97:2. Y esto
lo entenderán algún día todos los habitantes del universo, tanto los leales como los desleales. “El
es la Roca, cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son rectitud: Dios de verdad, y
ninguna iniquidad en él: es justo y recto.” Deuteronomio 32:4 (Elena G. de White - PP 22-23).

“Cristo declaró a sus oyentes que si no hubiese resurrección de los muertos, las Escrituras que
profesaban creer no tendrían utilidad.
Él dijo: “Y de la resurrección de los muertos, ¿no habéis leído lo que os es dicho por Dios, que dice:
Yo soy el Dios de Abraham, y el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob?” Dios no es Dios de muertos, sino
de vivos. Dios cuenta las cosas que no son como si fuesen.
El ve el fin desde el principio, y contempla el resultado de su obra como si estuviese ya terminada.
Los preciosos muertos, desde Adán hasta el último santo que muera, oirán la voz del Hijo de Dios,
y saldrán del sepulcro para tener vida inmortal. Dios será su Dios, y ellos serán su pueblo. Habrá
una relación íntima y tierna entre Dios y los santos resucitados. Esta condición, que se anticipa en
su propósito, es contemplada por él como si ya existiese. Para él los muertos viven” (Elena G. de
White - DTG 558).

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