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Estar a punto de irte, y volver

"Nunca he conocido a una persona, sin


importar su condición,
en quien no pudiera
ver posibilidades. No me importa cuánto pueda
una persona considerarse fracasada.
Creo en ella porque puede cambiar lo que
está mal en su vida en el momento en
que esté lista y preparada para
hacerlo.
Cuando desarrolla el deseo, puede remover de su vida
aquello que le derrota. La capacidad para
reformarnos y cambiar yace dentro de
nosotros."
Preston Bradley

Aquella era la última vez que realizaba ese camino, la última vez que cruzaba las
mismas esquinas, que veía los mismos escaparates y que paraba en los mismos
semáforos. Aquella era la última vez que iba a desahogar sus pensamientos y
emociones en grupo, y pasaba a vivir, a seguir viviendo, en solitario. Y es que, en la
vida nadie te enseña a andar solo, a afrontar los baches sin una mano a tu lado que te
sostenga en un momento de tambaleo. Nadie te enseña a vivir por ti y para ti, y
aquella era la tarea más difícil que se le presentaba después de un año entero
apoyándose en los demás.

Se había querido vestir de manera diferente, no especial, pero si diferente. Porque


aquella no era una ocasión cualquiera, aquella iba a ser la segunda despedida más
difícil de su vida, que casualmente había sido provocada por la búsqueda desesperada
por olvidar la primera.

No lo había conseguido, porque otra de las muchas cosas que nunca te enseñan es a
olvidar. Pero sí que había conseguido a convivir con el dolor, a asumir que estaba
ahí, a reconocerlo, a dominarlo y, sobre todo, a no permitir que ese miedo se hiciese
dueño de su vida, como ya lo hizo en aquella ocasión.

Por lo tanto, esa mañana había abierto el armario y el olor a suavizante le había dado a
entender que ese día, debería vestirse diferente. Pasó la mano con delicadeza por todas
las prendas colgadas, acariciándolas, como si de reliquias se tratasen, y recordó la
primera vestimenta que llevó a la primera vez que se encontraron, realmente ese día se
había levantado con el pie izquierdo, porque consiguió combinar su camiseta más fea
con sus pantalones más horteras, formando una apariencia desastrosa, quizá como se
encontraba en su interior. Pero aquel día, aquel último día de aquella etapa, se había
levantado amarilla, no amarilla de piel, si no que se había levantado con el espíritu
amarillo, amarillo chillón, de ese amarillo que lo ves y piensas “no hay otro amarillo
más intenso que este”. Pues de ese. Y, como no podía ser de otra forma, tras acariciar
cada una de sus prendas y sentir cada una de sus texturas, paró delante de una. Su
vestido amarillo. Ese vestido que no se había puesto nunca, más que el día que lo
compró en la tienda para probárselo. Ahora entendía por qué nunca se lo había puesto,
y es que nunca se había sentido amarilla.

Lo cogió, lo colocó delicadamente encima de su cama, bien extendido. Era precioso


aquel vestido, típico de los años 50, como si fuese sacado de la famosa película
Grease, con escote, ceñido de la cintura y con algo de volante a partir de ahí, ni muy
cortito ni muy largo, justo por las rodillas. También sacó de su cajón de
complementos una cinta de color blanco, para combinarlo con sus manoletinas del
mismo color, que se la anudaría en forma de lazo y a la vez de diadema, en el pelo.
Realmente aquel día estaba diferente, realmente aquel día sería diferente. Aunque
ella, aún, no sabía hasta qué punto aquel día iba a cambiarle la vida.

Giró la última esquina, cruzó el último paso de cebra y anduvo los últimos pasos por
aquellos cuadrados de piedra. Llamó al timbre, también por última vez, y espero
paciente a que le abrieran la puerta. Al escuchar el sonido, empujó la puerta hacia
adentro, y después al entrar la cerró tras de si. Anduvo por aquel pasillo largo,
amplio y luminoso y después saludó a Gladys, que estaba detrás del mostrador,
como todos los días.

-Buenos días, señorita Macarena – sonrió – ya es el último día.

-Sí, ya se acaba – suspiró y luego sonrió.

-Mucha suerte.

-Gracias – agradeció con muchísima sinceridad.

Después acortó la distancia con la última puerta que debía de cruzar y encontró allí al
resto. Ellos también se habían levantado diferentes, lo notaba. Héctor nunca usaba el
rojo, y aquel día su corbata era roja. Elisa nunca se había permitido verse naranja, y en
cambio lucía una blusa tremendamente naranja. Todos llevaban algo diferente que les
diferenciaba del resto, y del resto de los días también. Inevitablemente la buscó a ella
con la mirada, pero aún no había llegado. Saludó con dos besos a Laura, que le felicitó
por su amarillo.
-Gracias, a ti el verde también te sienta muy bien – sonrió ampliamente.

-Esperanza, ¿no? – suspiró – es lo que hay que tener ahora.

-Y siempre.

Tras unos minutos en los que poco a poco fueron llegando el resto, entró por la puerta
ella. Y una vez más consiguió captar todas sus atenciones. Sonrió porque ella también
era otra diferente aquel día. Y de ella lo sabía más que de nadie, porque en el último
año había dedicado muchos minutos de su vida en observarla, en prestarle atención, de
hecho se había convertido en su mejor entretenimiento. Todos tomaron asiento, cada
uno el que había hecho como suyo durante aquel año. Ella, con paso firme y decidido,
aunque lento, se acercó hasta su silla, en uno de los extremos y de la cual salían las dos
filas en círculo, digamos que su silla cerraba el círculo.

- Buenos días a todos – sonreía ampliamente – hoy es nuestra última sesión. No


crean, para mi también va a ser difícil, y también me he levantado con eso que tenéis
todos en el estómago – se llevó la mano hacia el suyo – hoy cerramos un ciclo, hoy
ponemos fin a una etapa, a un camino. Y hoy, me gustaría que hicieran algo de
memoria – se levantó – pero yo les voy a ayudar, descuiden.

Se acercó hasta la mesa que descansaba detrás del grupo, en la cual había depositado su
bolso al llegar. Abrió la cremallera y sacó de él una grabadora. Después volvió a su
asiento.

- ¿Recuerdan esto? – levantó la mano mostrando la grabadora – sí, es la grabadora que


utilizamos el primer día, el primer día en el que dimos el primer paso hacia adelante –
recordaba con nostalgia – si conseguimos escuchar cada uno nuestra confesión,
nuestra primera confesión, hasta el final, estaremos listos para emprender un nuevo
viaje – no dejaba de sonreír - ¿comenzamos?...

Todos asentimos con la cabeza, algo recelosos y con miedo. ¿Qué pasaba si no
lográbamos escuchar la confesión hasta el final? ¿Qué pasaba si tenía que pararla a la
mitad porque lo que escuchábamos era demasiado doloroso para nosotros? ¿Todo
aquel año no serviría para nada? Pero no, todas esas ideas las acabó echando de su
mente. Porque confiaba en ella, porque ella estaba totalmente segura de ellos y de que
habían conseguido superar todo aquello por lo que llegaron hasta allí. Porque sabía que
confiaba en ella, y porque no iba a defraudarla. Presionó el botón para encenderla y
luego rebobinó la cinta hasta que el aparato comunicó con un sonido que había
terminado su trabajo.
- Héctor, tú fuiste el primero – le habló directamente – por lo tanto hoy también lo
serás. ¿Estás preparado?.

- Sí – contestó con rotundidad, aquella confianza hizo que ella sonriese.

- Pues allá vamos – dicho esto, presionó el botón PLAY, pero antes de que empezase a
sonar nada, lo paró – disculpen, antes me gustaría recordar la pregunta. Nuestra
primera pregunta. – todos la teníamos en mente - ¿Por qué razón, o razones, te
gustaría morir ahora?...- y esta vez sí, le dio al PLAY.

“Me gustaría morir ahora porque así dejaría de preocuparme por el mundo, dejaría
de sentir que soy un pilar fundamental en la vida de las personas que me rodean,
dejaría de sentirme continuamente como si estuviese realizando una prueba, o un
examen…como si a cada paso que diese, hubiesen unos ojos que mirasen atentos mis
zapatos y estuviese dispuesto a criticarme al mínimo error – suspiró y se limpió las
lágrimas – dejaría de estar agobiado, realmente necesito morirme para darme cuenta
de lo que significa el término “estar en paz”. Quiero estar en paz.”
Habíamos permanecido todos en silencio, escuchando aquella confesión. Héctor
estaba nervioso mientras la escuchaba porque no paraba de mover la pierna
izquierda, y no sabía dónde debía colocar sus brazos. Pero lo había conseguido,
había conseguido escucharlo.

- ¿Estás bien? – le preguntó tan amable como siempre.

- Sí – asintió – me ha impactado oírme de aquella forma.

- ¿De qué forma?

- Apagado, como sin fuerzas, derrotado – suspiró – mi vida giraba entorno a la vida de
los demás.

- Me alegro de que hayas hecho esa reflexión, después hablaremos sobre ello –
Héctor asintió orgulloso – ahora es el turno de Laura – ahora la miró fijamente a ella
- ¿preparada?

- Cuando quiera – sonrió.

“Me gustaría morirme ahora porque lo malo está por llegar, el calentamiento global
está siendo efectivo y algo peor está por llegar. Además de que con este consumismo
llegaremos pronto a la crisis mundial y tendremos que comernos unos a otros. Y por el
lado militar, con la muerte de Osama Bin Laden y otros fallos políticos
estadounidenses con los que los españoles también nos involucramos, vamos a
alcanzar una tercera guerra mundial de la cual no estemos preparados en absoluto –
hizo una pausa – no quiero seguir viviendo en este mundo de mierda, en el que no
existe ni un ápice de esperanza y nadie hace nada para cambiarlo – las lágrimas
empezaron a adueñarse de sus ojos – estoy cansada de luchar contra el mundo, contra
un mundo que no me ofrece todo lo que yo soy capaz de ofrecerle.”

Los días restantes, entendimos que Laura era una política frustrada, que luchaba por
un mundo mejor y que nadie, absolutamente nadie, estaba dispuesto a apoyar sus
ideas porque eran demasiado ideales y aquello no era lo que realmente vendía. Que si
seguía por aquel camino iba a estrellarse y, lo que es peor, no iba a conseguir nada de
dinero. Los días restantes entendimos que Laura había escogido una profesión para
salvar al mundo y que el mundo se empeñaba día a día en quedarse como está.

- Unas palabras duras, ¿verdad? – comentó con una leve sonrisa.

- Estaba cabreada con el mundo – agachó los brazos – creía que al estudiar políticas
iba a conseguir salvar a la humanidad – esto le produjo una sonrisa sarcástica – no
veía que a quien tenía que salvar era a mi, que me estaba metiendo en un callejón sin
salida.
- Estoy muy orgullosa de ti, Laura – confesó con sinceridad – la siguiente
Me miró fijamente a los ojos y sentí un escalofrío que me recorrió toda la espalda. No
sólo por la mirada, si no por escuchar mi nombre en su voz. Desde la primera vez que
la vi, comprendí que la vida me había concedido a un ángel, y todos y cada uno de los
días siguientes, me he dedicado a admirarla, desde la lejanía y el respeto, porque
estaba claro que no podía aspirar a algo más allá.

-¿Estás preparada? – me preguntó con algo de preocupación al observar mi rostro. Yo


cerré los ojos, suspiré y volví a abrirlos para clavarlos en los suyos.

-Ahora sí – me sonrió, y yo me derretí.

“Ahora mismo cualquier razón sería buena para morir – contestó con
rotundidad – cualquiera – volvió a remarcar – pero sin duda alguna, el motivo o
la razón que más me atrae para llevar a cabo…aquello – le costaba
pronunciarlo.

-El suicidio – escuchó su voz.

-Sí, eso – contestó – es que si me quito del medio, ya nunca volveré a sufrir porque
alguien se vaya, porque alguien me abandone de la noche a la mañana – suspiraba
frustrada – ya no volvería a empeñar mi vida en un proyecto que nunca va a llevarse
a cabo, y no me llevaría tantos golpes. Si me muriese ahora, acabaría con todo, con
todo el sufrimiento, con todos los llantos por las noches, con todas las humillaciones
que yo misma me hago, con toda la culpabilidad – decía con rabia – estoy hasta las
narices de la vida, y creo firmemente que aquel día cometieron un error al salvarme
la vida.”

La recordó, recordó a la que creía sería la mujer de su vida. A medida que iba
escuchando cada palabra, la recordó. Se centró en su sonrisa y en sus ojos de color
miel, en todas las veces que le había susurrado que la quería. En aquel proyecto de
futuro compartido, con casa, jardín, niños y animales. Recordó aquel día, aquel día en
el que ya no pudo decirle nunca más lo preciosa que estaba por las mañanas, porque
ya no la escuchaba.
Recordó cómo la zarandeó, cómo le gritó que despertara, que respirase, que no se
fuese…que no podía dejarla sola, no en ese momento. Y recordó cómo su chica
permanecía inmóvil en la cama, ajena al mundo, ajena a ella. Gritó, lloró, golpeó todo
cuanto se interpuso en su camino. El dolor que sentía era tan profundo, tan intenso
que hasta lo sentía físicamente, le dolía todo, le costaba mantenerse en pie.

Recordó también el día del entierro, cómo toda su familia se había vestido de negro, y
cómo el negro reinaba en su alma. Cuando acabó el acto, se dirigió hasta su casa con
unas ganas inexistentes de volver, pero tampoco quería permanecer al aire libre,
donde todo el mundo podía observar que era una desgraciada, que su vida se había
deshecho. En cuanto entró en la casa, no pudo soportar la presión de ver todo cuanto
ella había tocado, el sofá, la cocina, los marcos de fotos en las estanterías, y su
perfume aún impregnaba la casa. No pudo soportar el miedo y la angustia que le
producía tener que convivir con todo aquello. Quería morirse, quería irse con ella si
es que se va a algún lugar después. Y no se lo pensó, no dudó. Fue a la cocina, abrió
el armario de los medicamentos y empezó a tomarse todo cuanto veía, todas las cajas,
todas las pastillas de las que disponía. Ni siquiera leía el nombre del medicamento, lo
abría, sacaba todas las pastillas y se las tomaba. Cuando se quedó sin pastillas, se fue
al sofá, empezaba a notarse extraña, tal vez todo ya empezaba a hacer efecto. Y,
después de eso, lo único que recuerda es haberse despertado en el hospital, con su
madre con rostro preocupado a su lado.

Reinó el silencio en la habitación, a la gente se le había cortado la respiración al


volver a escuchar esas palabras tan duras. Maca había permanecido con los ojos
cerrados, y varias lágrimas habían optado por experimentar la libertad. Quiso ser
fuerte, pero le fue inútil, poco a poco más y más lágrimas empezaron a brotar de sus
ojos, y pequeñas convulsiones se estaban adueñando de su cuerpo.

-Está bien chicos, vamos a hacer un descanso.


Todos se levantaron y salieron poco a poco de la sala, hasta que se quedaron ellas dos a
solas. Notó cómo se acercaba a ella, y cómo se sentó a su lado.

-Eres muy valiente – confesó – pocas personas son capaces de escuchar hasta el final
una confesión así…

-No tendría que llorar… - se limpió las lágrimas frustrada – esto no debería estar
pasando…

-Maca – la obligó a mirarla agarrándola de la barbilla con suavidad – llorar no es


malo, en absoluto, llora todo cuanto necesites.

-Pero es la última sesión y no debería de estar llorando, debería haberlo superado –


se culpaba – no ha servido para nada todo este año…

-¿De verdad piensas eso? – quitó la mano de su barbilla y miró hacia el suelo
dolida - ¿de verdad piensas que todo este año no ha servido para nada?...

Maca se quedó en silencio, sabía que sí que había servido para algo, pero era
incapaz de confesárselo, menuda locura. Aunque no terminaba de comprender el por
qué tanto interés en que contestase a esa pregunta.

- Dime – la miró de nuevo - ¿de verdad lo piensas? – insistió.

- N…no – consiguió decir.

- ¿Para qué ha servido entonces?...- la miró como si intentase adentrarse en su mente


y ver qué era lo que estaba pensando en esos momentos.

- Esther, sé que ha servido para mucho – suspiró - ¿pero no crees que no debería
haber llorado?... – intentó cambiar de tema.

- No, no lo creo – contestó rotundamente, dándose por vencida – llorar es de


humanos, y recordar no es fácil, ni siquiera para una persona que ha estado yendo a
terapia durante un año para conseguir olvidar – contestó seria y con profesionalidad.

Se levantó de la silla, anduvo unos pasos dándole la espalda y se paró. Después volvió a
mirarla.

- ¿Podemos reanudar la sesión? – preguntó distante.


Maca asintió, no entendía aquel cambio de actitud tan repentino. Al principio se
había mostrado cercana e incluso hasta cariñosa, y ahora de repente se había vuelto
fría y distante. No entendía nada, así que con el gesto contrariado empezó a ver cómo
sus compañeros volvían a sus asientos para continuar con la última sesión.

Poco a poco fueron escuchando las confesiones de aquel primer día de todos. Maca
había desconectado de todo, no podía dejar de pensar en Esther. La miraba
pretendiendo encontrar algo que desvelara su repentino cambio de actitud, pero nada,
no conseguía nada. Esther sonreía al resto, se mostraba cercana con ellos y, de lo que si
se había dado cuenta es que evitaba mirarla, le evitaba la mirada y aquello sin poder
controlarlo, le dolía profundamente.

- Muy bien – despertó de sus pensamientos al escuchar su voz – ahora vamos a hacer
nuestra última confesión – sonrió – Héctor, ¿haces los honores?

- Por supuesto – sonrió también.

- La última pregunta a la que debemos responder es – hizo una pausa - ¿Por qué
razón, o razones, no te gustaría morir ahora? – Héctor suspiró y sonrió.

- Porque estoy con mi pareja en pleno desarrollo, y por nada del mundo quiero
perderme cómo sigue la historia.

Porque acabo de terminar la carrera de medicina, y tanto esfuerzo no puede irse a la


basura. Tengo que verme de cirujano, aunque sea sólo un día – sonrió – porque sí, soy
un pilar fundamental en mi familia, y no me perdonaría dejarles tirados. Porque hay
muchas cosas que quiero vivir, porque me encantaría ser padre y, sobre todo, porque
quiero saber lo que es tener el pleno control de tu vida y libertad para hacer lo que
quieras.

Todos sonrieron felices y le felicitaron, sus razones para vivir eran realmente
buenas, y en ellas se había visto toda su evolución.

- Laura, tu turno – la miró y sonrió.

- Bueno – suspiró – a mi no me gustaría morirme ahora porque me queda mucha vida


por delante, mucho camino por recorrer y muchos baches en los que tropezarme. Esta
vida es una continua fase de reencuentro personal, del cual creo que aún he de hacer
bastantes apariciones. He de conocer a gente, a mucha gente, y perder a otras tantas –
sonrió de lado – Tengo que demostrar y sobre todo, demostrarme, de lo que realmente
soy capaz. Descubrir, inventar, soñar, pelear – enumeraba – y sobre todo, vivir. – hizo
una pausa – No creo que este sea mi momento, pues lo mejor, aún está por llegar.
Y, esta vez, todos rompieron en un sonoro aplauso. Las lágrimas se asomaban a
algunos ojos emocionados, que habían escuchado su relato con atención,
comprendiendo, al conocerla, cada una de sus palabras. Laura en ese año había
aprendido a no rendirse.

Esther carraspeó, sabía a quién le tocaba ahora, Maca también estaba nerviosa, porque
sabía que era su turno.

- Macarena, ¿puede exponernos sus razones? – le preguntó y miró de una forma


meramente profesional. Maca asintió. Cogió aire y con él, fuerzas para lo que estaba
dispuesta a confesar.

- No me gustaría morirme porque he conocido a una persona, que me ha enseñado que


cualquier motivo o razón, sería buena para vivir – contestó con rotundidad –
cualquiera – volvió a remarcar – porque me ha enseñado que si quieres ganar, para
ello tienes que arriesgar y apostar, y que no es tan malo perder, porque con cada
derrota tenemos la posibilidad de encontrar una victoria en otra parte – la miró a los
ojos – porque gracias a ella soy capaz de apreciar cualquier gesto, por simple que sea
– hizo una pausa – y sí, sigo teniendo miedo a perderla, pero el verla cada día
compensa cualquier mal trago que pueda llegar a pasar. – sonrió ampliamente – ahora
agradezco día a día la labor de aquellas personas al salvarme la vida, pero sobre todo
agradezco a esa persona por haberme ofrecido la ilusión para vivirla de nuevo, por
haberme ofrecido una segunda oportunidad. No me gustaría morirme, porque algún
día me gustaría ser capaz de atravesar la barrera del miedo y la timidez y poder decirle
que me encanta.

Había llegado allí por amor, por un amor que le dolía, un amor que ya no iba a poder
avanzar porque su parte complementaria ya no estaba. Había llegado allí por un amor
que la asfixiaba, y ahora iba a salir de allí con un amor que le había devuelto la vida.
No había pasado nada entre ellas, no había habido ni besos, ni caricias, ni palabras de
amor, pero durante aquel año no habían dejado de mirarse, de sonreírse, de hablar de
cualquier cosa con tal de estar cerca la una de la otra. Maca no sabía nada de su vida,
no sabía si le esperaba alguien al salir de cada sesión, no sabía si estaba enamorada, ni
si tenía hijos, ni si se llevaba bien o mal con sus padres, ni siquiera sabía si le
gustaban los hombres, las mujeres o las dos cosas. Pero por el contrario, sabía que le
encantaba su americana negra, y cómo le quedaba con esa camiseta rosa y sus
vaqueros rotos, porque era un modelo que solía elegir muy a menudo. Sabía cuál era
su perfume, sabían cuándo era un buen día y cuando no lo era tanto. Sabía que tenía
diferentes sonrisas, y cuándo estaba de acuerdo con una forma de ver la vida y cuando
no.

Y, pensando en ella, no se dio cuenta de que la sesión ya había terminado, porque


todos empezaron a aplaudir, a aplaudirla a ella, y ella se estaba emocionando. Maca
tenía un nudo en la garganta, no iba a volver a verla, si no se lanzaba, no iba a volver a
verla. Se levantaron poco a poco todos, y se despedían de ella con dos besos y un
abrazo, y salían por la puerta. Maca se quedó la última, Esther fue hasta su bolso
pensando que ya habían salido todos y empezó a rebuscar algo en él. Maca respiró
hondo y se acercó a ella.

- Esther… - ella se giró.

- Pensé que ya te habías ido sin despedirte – sonrió de lado.

- ¿Me crees capaz de hacer algo así?

- No lo sé – levantó los hombros – de ti ya no sé qué esperarme. – se giró y volvió con


su bolso.

- Esther – le tocó el brazo – no quería ofenderte antes, de verdad…- Esther giró la


cabeza y miró su mano apoyada en su brazo – todo este año me ha salvado…y claro
que tus sesiones han servido para algo…no quería decir lo que dije…

- Bueno Maca – se giró y Maca apartó la mano de su brazo – da igual, ya no nos vamos
a volver a ver, así que…
- se acercó a ella y le dio dos besos – espero que te vaya todo bien con la persona esa
que has conocido – sonrió falsamente.

Maca frunció el ceño. Esther se giró, se colgó su bolso y después de un “adiós”


empezó a andar hasta la puerta. Maca notaba a cada taconeo que su corazón se iba
rompiendo poco a poco, que aquella grieta que durante todo ese año había estado
cerrándose, volvía a abrirse. Cerró los ojos intentando contener el dolor. Hasta que
dejó de escuchar el ruido de los tacones de Esther, que hizo que los abriese de
repente. Se giró rápidamente y ya no la vio. No podía ser. Empezó a correr en la
dirección en la que se había ido, llegó a la puerta y la vio de lejos, y siguió corriendo.
Esther salió a la calle y fue en busca de su coche. Maca salió también y vio que estaba
cruzando un paso de cebra. Volvió a correr y cuando llegó el semáforo se puso en
rojo. No se lo pensó, cruzó corriendo aprovechando que los coches que llegaban
estaban relativamente lejos. Y por fin, llegó a ella y le agarró del brazo.

- Espera – dijo intentando recuperar un poco el aliento – espera…


- Maca, ¿qué haces? – la miraba atónita.

- Que no te puedes ir…- la miró a los ojos.

- ¿Cómo que no me puedo ir? ¿Qué estás diciendo? – no entendía nada.

- Que te quiero.

- ¿Cómo?

- Que te quiero, Esther – suspiró – que la persona a la que me refería eras tú, que te
quiero, que no puedo soportar no verte más, que no puedo soportar volver a perder
a alguien, que este año ha servido para volver a enamorarme…

- Esto es una locura, ¡no me conoces! ¡no nos conocemos! – exclamaba - ¿cómo vas a
estar enamorada de mi?

- Ya, ya sé que no te conozco – admitió – pero me encantaría hacerlo…

- Maca, yo…

- ¿Estás con alguien? – le preguntó decepcionada.

- No, no es eso… - suspiró.

- ¿Entonces?

- Esto no es una película, Maca – le tocó el brazo con cariño – en la vida real las
cosas no son tan fáciles, y mucho menos para esto del amor. Es casi imposible
que alguien se enamore de ti correspondiéndote sin ni siquiera conoceros…

- ¿No te gusto?...

- Eres una chica estupenda, de verdad – le acarició la cara – a cualquiera le


encantaría estar contigo, y estoy segura de que vas a encontrar a la persona
correcta – le sonrió – yo no soy esa…

- No lo entiendo…

- No estoy preparada para el amor, Maca – sonrió de lado – te confesaré una cosa –
Maca la miraba expectante – mi pareja me ha abandonado hace poco, me ha dejado
sola y con una niña – tragó saliva con dificultad – no creo en el amor…no estoy
preparada.

- Vale – aceptó – no te estoy pidiendo que me jures amor eterno ahora, sólo
quiero conocerte, que me conozcas…quiero seguir viéndote…

- Está bien – se rindió – pero no te prometo nada…

- Vale – sonrió ampliamente - ¿tienes algo que hacer ahora?


- Tengo que ir a por mi hija al colegio…

- ¿Puedo acompañarte?...

- ¿Quieres sufrir una avalancha de niños? – rió.

- No hay nada que me encantaría más ahora mismo – sonrió.

- Estás loca… - movió la cabeza de un lado a otro sonriendo.

Empezaron a caminar, hablando de todo, empezando a conocerse de verdad. Esther


sonreía mientras escuchaba lo que Maca le contaba, y reía con sus comentarios. Maca
estaba encantada, nadie le aseguraba nada, pero estaba dispuesta a arriesgar, aunque al
final saliese perdiendo. De todas formas, tampoco tenía mucho que perder.

La vida no había sido fácil para ninguna de las dos. Pero en cambio, y sin ellas
saberlo, el haberse encontrado les iba a cambiar la vida por completo. Quedaban a
menudo, compartían anécdotas, y poco a poco se iban conociendo. Maca procuraba
idear planes en los que también la hija de Esther formase parte, detalle que a Esther le
parecía encantador. Iban al parque de atracciones, al zoo, al planetario o a tomar un
helado simplemente. La niña estaba encantada con Maca, ya que siempre que se veían
le traía un regalo. Para Esther todo aquello era un mundo nuevo, nunca nadie se había
preocupado tanto por ella y muchos menos por su hija, la mayoría de las personas que
había conocido desde que su pareja las abandonó iban a lo que iban, y en cuanto se
enteraban de que era madre huían sutilmente. Pero Maca era diferente, Maca estaba
encantada con ambas, y aunque su relación no había pasado de las miradas cómplices
acompañadas de sonrisas tímidas, de la confianza y de las ganas de seguir
compartiendo tardes o días enteros juntas, no se rendía y seguía al pie del cañón.
Nunca intentó forzar nada, nunca se vio obligada a nada, Maca simplemente
permanecía a su lado, esperándola.

Aquel día habían decidido ir a patinar, más que nada para enseñar a la pequeña a
hacerlo. De enseñarle cosas nuevas se encargaba Maca, porque Esther tenía muy
poca paciencia para esas cosas y se desesperaba con facilidad. Pero Maca disponía de
una paciencia infinita, y no le importaba repetir las cosas las veces que fueran
necesarias. Por ello, se puso sus patines y ayudó a la pequeña a ponerse los suyos.

-A ver Paula, abre un poco las piernas y pon la espalda recta – la niña lo intentaba y
lo conseguía – muy bien – sonrió – nunca eches el cuerpo para atrás porque te
caes…

-¿El cuerpo para atrás? – preguntó sin comprender muy bien lo que decía.

-Si mira, así – Maca echó el cuerpo para atrás, provocándose una caída que provocó
la risa de la pequeña – si si, ríete… - reía también mientras se volvía a incorporar –
pues ya sabes lo que pasa…

Esther, sentada en un banco, las miraba atenta, no se perdía detalle de nada, y una
sonrisa tonta se dibujaba en su cara. Miraba a Maca, y la veía alegre, disfrutando de
Paula, disfrutando de estar enseñándole a patinar, la miraba y admiraba la buena mano
que tenía con los niños, cuando estaba con alguno se transformaba, se olvidaba de
cualquier vergüenza que pudiese tener, y se mostraba transparente, como ellos, no le
importaba caerse o hacer el tonto con tal de provocar alguna risa. Era encantadora y en
ese momento, justo cuando Paula estuvo apunto de caerse y Maca llegó a ella
rápidamente y la cogió evitándolo, supo que se había enamorado de ella. Que le
encantaba, que cada vez que llegaba la hora de despedirse notaba que le faltaba algo,
que pensaba en ella todo el día y que deseaba que sonase el teléfono para escuchar su
voz al otro lado proponiéndole un plan.

-¡Mamá! ¡Mira! – gritaba la niña llamando su atención – ¡estoy patinando! – gritaba


contenta.

-¡Muy bien cariño! ¡Lo estás haciendo muy bien! – le respondió contenta.

-Paula, ¿hacemos una carrera? – le propuso a la niña, que no se lo pensó dos veces –
Esther, da la salida.

-Tres…dos…uno… - hizo un poco de suspense - ¡YAAAA! – gritó.

Ambas empezaron a patinar de manera rápida, no obstante, Maca se mantenía un


poco detrás de Paula, quien contenta por ver que iba a conseguir ganarla se reía.

-No me vas a ganar – le gritó Maca.

-Si te voy a ganar – le contestó riendo.


Maca la adelantó un poco y eso hizo que Paula patinara aún con más fuerza, Maca
lo notó y volvió a bajar el ritmo, haciendo que la pequeña volviese a adelantarla.
Finalmente, Paula llegó a la meta antes que Maca.

-¿Ves como te iba a ganar? – le preguntó sonriendo victoriosa - ¡Mamá! ¡He ganado!
¿Lo has visto? – le gritó desde casi el otro lado del parque.

Maca y Paula volvieron, esta vez con algo más de tranquilidad y calma, la
carrera las había dejado algo exhaustas. Al llegar, se sentaron ambas a la vez
en el banco, dejando a Esther en el medio.

-¿Están cansadas mis niñas? - preguntó como si nada.

Maca, que estaba recostada en el banco y con los ojos cerrados, los abrió de golpe al
escuchar aquello. También la había incluido a ella en aquel apelativo. No pudo evitar
sonreír y mirarla. Estaba peinando a Paula, colocándole un poco el pelo. Sonreía,
estaba preciosa. Y no pudo evitar pensar que le encantaría presenciar más escenas
como aquella a lo largo de su vida. Se incorporó y se sentó en el banco, luego empezó
a quitarse los patines y a colocarse sus zapatillas.

-Venga Paula, quítate tú también los patines – le dijo Esther.

-Jo…no tengo fuerzas, mamá… - se hizo la remolona.

-Ya se los quito yo – se levantó Maca del banco, e hincó una rodilla en el suelo y
empezó a quitárselos.

Y a Esther le pareció imposible que una persona así existiese, y encima que
estuviese interesada en ella. Tenía que hacerle saber que lo había conseguido, que
había conseguido llamar su atención y no sólo eso, si no que poco a poco había
conseguido enamorarla. Tenía que saber que también la quería…

-Bueno, ¿nos vamos? – preguntó Maca ya de pie sonriendo.

-Claro – le sonrió Esther mirándola a los ojos.

Maca las llevó en coche hasta su casa. Paula asomó la cabeza entre los dos asientos
y le dio un sonoro beso a Maca, para después abrazarla.

-Uy cuánto amor… - rió Maca.


-Muchas gracias – le dio otro beso - ¡ahora ya sé patinar! ¡verás cuando lo cuente en el
cole!

-Si, y cuenta también que has ganado a persona mayor en una carrera, que eso es
muy importante – le comentó seria.

-Es verdad – respondió Paula también seria – bua…van a flipar…

Maca y Esther se echaron a reír, lo que provocó que la niña también las acompañase.

-Anda cariño, ve abriendo la puerta – le dio las llaves y salió corriendo del coche,
no sin antes despedirse de Maca.

-Es un encanto…debo tener una cara de tonta ahora mismo… - comentó Maca
sonriendo.

-Si, si quieres te regalo un babero o algo…- bromeó Esther – estás guapísima…-


confesó mirándola a los ojos.

-Gracias…- no sabía muy bien qué responder ante eso, era la primera vez que Esther
la miraba de aquella forma y le decía algo así.

-Maca, yo…- suspiró – qué difícil es esto… - sonrió avergonzada – que te quiero…-
consiguió pronunciar, ante la expresión de sorpresa de Maca – si…no sé…creo que…
que me he enamorado de ti…- Maca se quedó en silencio - ¿no me vas a decir nada?...

-No sé qué decir…he estado esperando este momento tanto tiempo…y me lo he


imaginado de tantas formas…y ahora…ahora me he quedado en blanco…

Se miraron y ya no hubo necesidad de pronunciar nada más. Acortaron la distancia


que las separaba y se fundieron en un beso. Maca rebosaba felicidad, y Esther estaba
encantada con todo aquello. Ambas habían encontrado, por fin, a la persona correcta.
A la persona con la que compartirían el resto de su vida. Con la que soñarían, se
ilusionarían, y vivirían experiencias únicas e irrepetibles. Habían encontrado, por fin,
a esa media mitad que todo el mundo anda buscando, por el que en el intento de
encontrarlo, muchos sufren, se decepcionan y caen, por el que muchos deciden irse
pero que, al encontrarlo, inevitablemente tienes que volver. Volver para vivirlo, para
sentirlo, y sobre todo, para disfrutarlo.

FIN.

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