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La sospecha

Una vez, un hombre perdió una de sus herramientas de trabajo, y se le ocurrió


que el ladrón había sido uno de los hijos de su vecino. Durante días, no podía dejar de
mirar su forma de caminar, que le parecía que era la de un ladrón, y también su forma
de comportarse. Al final, todo lo que hacía le parecía propio de un delincuente.

Días después, encontró sus herramientas en un camino del bosque, y desde


entonces todos los gestos de su vecino le parecieron completamente normales.

La Tristeza y la Furia

En un reino encantado donde los hombres nunca pueden llegar, o quizás donde
los hombres transitan eternamente sin darse cuenta...

En un reino mágico, donde las cosas no tangibles, se vuelven concretas...


Había una vez... un estanque maravilloso.

Era una laguna de agua cristalina y pura donde nadaban peces de todos los
colores existentes y donde todas las tonalidades del verde se reflejaban
permanentemente...

Hasta ese estanque mágico y transparente se acercaron a bañarse haciéndose mutua


compañía, la tristeza y la furia.

Las dos se quitaron sus vestimentas y desnudas las dos entraron al estanque.
La furia, apurada (como siempre está la furia), urgida -sin saber por qué- se bañó
rápidamente y más rápidamente aun, salió del agua...
Pero la furia es ciega, o por lo menos no distingue claramente la realidad, así
que, desnuda y apurada, se puso, al salir, la primera ropa que encontró...

Y sucedió que esa ropa no era la suya, sino la de la tristeza...

Y así vestida de tristeza, la furia se fue.

Muy calma, y muy serena, dispuesta como siempre a quedarse en el lugar


donde está, la tristeza terminó su baño y sin ningún apuro (o mejor dicho, sin
conciencia del paso del tiempo), con pereza y lentamente, salió del estanque.

En la orilla se encontró con que su ropa ya no estaba.


Como todos sabemos, si hay algo que a la tristeza no le gusta es quedar al desnudo, así
que se puso la única ropa que había junto al estanque, la ropa de la furia.

Cuentan que desde entonces, muchas veces uno se encuentra con la furia,
ciega, cruel, terrible y enfadada, pero si nos damos el tiempo de mirar bien,
encontramos que esta furia que vemos es sólo un disfraz, y que detrás del disfraz de la
furia, en realidad... está escondida la tristeza.

Del libro de Jorge Bucay: “Cuentos Para pensar”

Obstáculos

Voy andando por un sendero.

Dejo que mis pies me lleven.

Mis ojos se posan en los árboles, en los pájaros, en las piedras. En el horizonte se
recorta la silueta de una ciudad.
Agudizo la mirada para distinguirla bien. Siento que la ciudad me atrae.

Sin saber cómo, me doy cuenta de que en esta ciudad puedo encontrar todo lo
que deseo. Todas mis metas, mis objetivos y mis logros. Mis ambiciones y mis sueños
están en esta ciudad.

Lo que quiero conseguir, lo que necesito, lo que más me gustaría ser, aquello a
lo cual aspiro, o que intento, por lo que trabajo, lo que siempre ambicioné, aquello que
sería el mayor de mis éxitos.

Me imagino que todo eso está en esa ciudad. Sin dudar, empiezo a caminar
hacia ella. A poco de andar, el sendero se hace cuesta arriba. Me canso un poco, pero
no me importa.

Sigo. Diviso una sombra negra, más adelante, en el camino. Al acercarme, veo
que una enorme zanja me impide mi paso.

Temo… dudo.

Me enoja que mi meta no pueda conseguirse fácilmente. De todas maneras


decido saltar la zanja. Retrocedo, tomo impulso y salto… Consigo pasarla. Me repongo y
sigo caminando.

Unos metros más adelante, aparece otra zanja. Vuelvo a tomar carrera y
también la salto. Corro hacia la ciudad: el camino parece despejado. Me sorprende un
abismo que detiene mi camino. Me detengo. Imposible saltarlo.

Veo que a un costado hay maderas, clavos y herramientas. Me doy cuenta de


que están allí para construir un puente.

Nunca he sido hábil con mis manos… Pienso en renunciar. Miro la meta que
deseo… y resisto.
Empiezo a construir el puente. Pasan horas, o días, o meses. El puente está
hecho. Emocionado, lo cruzo. Y al llegar al otro lado… descubro el muro. Un gigantesco
muro frío y húmedo rodea la ciudad de mis sueños…

Me siento abatido… Busco la manera de esquivarlo. No hay caso. Debo escalarlo.


La ciudad está tan cerca… No dejaré que el muro impida mi paso.

Me propongo trepar. Descanso unos minutos y tomo aire… De pronto veo, a un


costado del camino un niño que me mira como si me conociera. Me sonríe con
complicidad.

Me recuerda a mí mismo… cuando era niño.

Quizás por eso, me animo a expresar en voz alta mi queja: -¿Por qué tantos
obstáculos entre mi objetivo y yo?

El niño se encoge de hombros y me contesta: -¿Por qué me lo preguntas a mí?

Los obstáculos no estaban antes de que tú llegaras… Los obstáculos los trajiste
tú.

Jorge Bucay

Quiero

Quiero que me oigas, sin juzgarme.


Quiero que opines, sin aconsejarme.
Quiero que confíes en mí, sin exigirme.
Quiero que me ayudes, sin intentar decidir por mí.
Quiero que me cuides, sin anularme.
Quiero que me mires, sin proyectar tus cosas en mí.
Quiero que me abraces, sin asfixiarme.
Quiero que me animes, sin empujarme.
Quiero que me sostengas, sin hacerte cargo de mí.
Quiero que me protejas, sin mentiras.
Quiero que te acerques, sin invadirme.
Quiero que conozcas las cosas mías que más te disgusten,
que las aceptes y no pretendas cambiarlas.
Quiero que sepas, que hoy,
hoy podés contar conmigo.
Sin condiciones.

Poema de Jorge Bucay de «Cuentos para pensar»

El portero del prostíbulo

No había en el pueblo un oficio peor conceptuado y peor pago que el de portero


del prostíbulo. Pero qué otra cosa podría hacer aquel hombre?

De hecho, nunca había aprendido a leer ni a escribir, no tenía ninguna otra actividad ni
oficio. En realidad, era su puesto porque sus padres había sido portero de ese
prostíbulo y también antes, el padre de su padre.

Durante décadas, el prostíbulo se pasaba de padres a hijos y la portería se pasaba de


padres a hijos.

Un día, el viejo propietario murió y se hizo cargo del prostíbulo un joven con
inquietudes, creativo y emprendedor. El joven decidió modernizar el negocio.
Modifico las habitaciones y después cito al personal para darle nuevas instrucciones.

Al portero, le dijo: A partir de hoy usted, además de estar en la puerta, me va a preparar


una planilla semanal. Allí anotara usted la cantidad de parejas que entran día por día. A
una de cada cinco, le preguntara como fueron atendidas y que corregirían del lugar. Y
una vez por semana, me presentara esa planilla con los comentarios que usted crea
convenientes.

El hombre tembló, nunca le había faltado disposición al trabajo pero.....

Me encantaría satisfacerlo, señor, balbuceo, pero yo... yo no sé leer ni escribir.

Ah! Cuanto lo siento! Como usted comprenderá, yo no puedo pagar a otra persona para
que haga esto y tampoco puedo esperar hasta que usted aprenda a escribir, por lo
tanto...

Pero señor, usted no me puede despedir, yo trabaje en esto toda mi vida, también mi
padre y mi abuelo...

No lo dejó terminar.

Mire, yo comprendo, pero no puedo hacer nada por usted. Lógicamente le vamos a dar
una indemnización, esto es, una cantidad de dinero para que tenga hasta que
encuentre otra cosa. Así que, lo siento. Que tenga suerte.

Y sin más, se dio vuelta y se fue.

El hombre sintió que el mundo se derrumbaba. Nunca había pensado que podría llegar
a encontrarse en esa situación. Llego a su casa, por primera vez desocupado. Qué
hacer?

Recordó que a veces en el prostíbulo, cuando se rompía una cama o se arruinaba una
pata de un ropero, el, con un martillo y clavos se las ingeniaba para hacer un arreglo
sencillo y provisorio. Pensó que esta podría ser una ocupación transitoria hasta que
alguien le ofreciera un empleo.

Busco por toda la casa las herramientas que necesitaba, solo tenía unos clavos oxidados
y una tenaza mellada.

Tenía que comprar una caja de herramientas completa.

Para eso usaría una parte del dinero recibido.

En la esquina de su casa se enteró de que en su pueblo no había una ferretería, y que


debía viajar dos días en mula para ir al pueblo más cercano a realizar la compra. Qué
más da? pensó, y emprendió la marcha.

A su regreso, traía una hermosa y completa caja de herramientas. No había terminado


de quitarse las botas cuando llamaron a la puerta de su casa. Era su vecino.

Vengo a preguntarle si no tiene un martillo para prestarme.

Mire, si, lo acabo de comprar pero lo necesito para trabajar... como me quede sin
empleo...

Bueno, pero yo se lo devolvería mañana bien temprano.

Está bien.
A la mañana siguiente, como había prometido, el vecino toco la puerta.

Mire, yo todavía necesito el martillo. Por qué no me lo vende?

No, yo lo necesito para trabajar y además, la ferretería está a dos días de mula.
Hagamos un trato, dijo el vecino. Yo le pagare a usted los dos días de ida y los dos de
vuelta, más el precio del martillo, total usted está sin trabajar. Qué le parece?.

Realmente, esto le daba un trabajo por cuatro días...

Acepto. Volvió a montar su mula.

Al regreso, otro vecino lo esperaba en la puerta de su casa.

Hola, vecino. Usted le vendió un martillo a nuestro amigo?

Si..

Yo necesito unas herramientas, estoy dispuesto a pagarle sus cuatros días de viaje, y
una pequeña ganancia por cada herramienta. Usted sabe, no todos podemos disponer
de cuatro días para nuestras compras.

El ex-portero abrió su caja de herramientas y su vecino eligió una pinza, un


destornillador, un martillo y un cincel. Le pago y se fue.

No todos disponemos de cuatro días para compras, recordaba... Si esto era cierto,
mucha gente podría necesitar que el viajara a traer herramientas.

En el siguiente viaje decidió que arriesgaría un poco del dinero de la indemnización,


trayendo más herramientas que las que había vendido. De paso, podría ahorrar algún
tiempo de viajes. La voz empezó a correrse por el barrio y muchos quisieron evitarse el
viaje.

Una vez por semana, el ahora corredor de herramientas viajaba y compraba lo que
necesitaban sus clientes. Pronto entendió que si pudiera encontrar un lugar donde
almacenar las herramientas, podría ahorrar más viajes y ganar más dinero. Alquilo un
galpón.

Luego le hizo una entrada más cómoda y algunas semanas después con una vidriera, el
galpón se transformó en la primer ferretería del pueblo. Todos estaban contentos y
compraban en su negocio. Ya no viajaba, de la ferretería del pueblo vecino le enviaban
sus pedidos. Él era un buen cliente.

Con el tiempo, todos los compradores de pueblos pequeños más lejanos preferían
comprar en su ferretería y ganar dos días de marcha.

Un día se le ocurrió que su amigo, el tornero, podría fabricar para él, las cabezas de los
martillos.

Y luego, por qué no? las tenazas... y las pinzas... y los cinceles.

Y luego fueron los clavos y los tornillos.....

Para no hacer muy largo el cuento, sucedió que en diez años aquel hombre se
transformó con honestidad y trabajo en un millonario fabricante de herramientas.

El empresario más poderoso de la región. Tan poderoso era, que un año para la fecha
de comienzo de las clases, decidió donar a su pueblo una escuela.

Allí se enseñaría además de lectoescritura, las artes y los oficios más prácticos de la
época.

El intendente y el alcalde organizaron una gran fiesta de inauguración de la escuela y


una importante cena de agasajo para su fundador. A los postres, el alcalde le entrego
las llaves de la ciudad y el intendente lo abrazo y le dijo:

Es con gran orgullo y gratitud que le pedimos nos conceda el honor de poner su firma
en la primera hoja del libro de actas de la nueva escuela.

El honor seria para mí, dijo el hombre. Creo que nada me gustaría mas que firmar allí,
pero yo no sé leer ni escribir. Yo soy analfabeto.

Usted?, dijo el intendente, que no alcanzaba a creerlo.

Usted no sabe leer ni escribir?, usted construyo un imperio industrial sin saber leer ni
escribir?

Estoy asombrado. Me pregunto, que hubiera hecho si hubiera sabido leer y escribir?

Yo se lo puedo contestar, respondió el hombre con calma.

Si yo hubiera sabido leer y escribir... seria portero del prostíbulo!

La mirada del amor

El rey estaba enamorado de Sabrina: una mujer de baja condición a la que el rey
había hecho su última esposa.
Una tarde, mientras el rey estaba de cacería, llegó un mensajero para avisar que
la madre de Sabrina estaba enferma. Pese a que existía la prohibición de usar el
carruaje personal del rey (falta que era pagada con la cabeza), Sabrina subió al carruaje
y corrió junto a su madre.

A su regreso, el rey fue informado de la situación.

– ¿No es maravillosa? -dijo-. Esto es verdaderamente amor filial. No le importó


su vida para cuidar a su madre!!! Es maravillosa!

Cierto día, mientras Sabrina estaba sentada en el jardín del palacio comiendo
fruta, llegó el rey. La princesa lo saludó y luego le dio un mordisco al último durazno que
quedaba en la canasta.

– ¡Parecen ricos!- dijo el rey.

– Lo son- dijo la princesa y alargando la mano le cedió a su amado el último


durazno.

– ¡Cuánto me ama! -comentó después el rey-, Renunció a su propio placer, para


darme el último durazno de la canasta ¿no es fantástica?

Pasaron algunos años y vaya a saber por qué, el amor y la pasión desaparecieron
del corazón del rey.

Sentado con su amigo más confidente, le decía:

– Nunca se portó como una reina… ¿acaso no desafió mi investidura usando mi


carruaje? Es más, recuerdo que un día me dio a comer una fruta mordida.
El Maestro Sufí

El Maestro sufí contaba siempre una parábola al finalizar cada clase, pero los
alumnos no siempre entendían el sentido de la misma…

– Maestro – lo encaró uno de ellos una tarde. Tú nos cuentas los cuentos pero
no nos explicas su significado…

– Pido perdón por eso. – Se disculpó el maestro – Permíteme que en señal de


reparación te convide con un rico durazno.

– Gracias maestro.- respondió halagado el discípulo

– Quisiera, para agasajarte, pelarte tu durazno yo mismo. ¿Me permites?

– Sí. Muchas gracias – dijo el discípulo.

– ¿Te gustaría que, ya que tengo en mi mano un cuchillo, te lo corte en trozos


para que te sea más cómodo?…

– Me encantaría… Pero no quisiera abusar de tu hospitalidad, maestro…

– No es un abuso si yo te lo ofrezco. Solo deseo complacerte…

– Permíteme que te lo mastique antes de dártelo…

– No maestro. ¡No me gustaría que hicieras eso! Se quejó, sorprendido el


discípulo.

El maestro hizo una pausa y dijo:

– Si yo les explicara el sentido de cada cuento… sería como darles a comer una
fruta masticada.
Codicia

Cavando para montar un cerco que separara mi terreno del de mi vecino, me


encontré enterrado en mi jardín, un viejo cofre lleno de monedas de oro.

A mí no me interesó por la riqueza, sino por lo extraño del hallazgo, nunca he


sido ambicioso y no me importan demasiado los bienes materiales, pero igual
desenterré el cofre.

Saqué las monedas y las lustré. Estaban tan sucias las pobres.....

Mientras las apilaba sobre mi mesa prolijamente, las fui contando.....

Constituían una verdadera fortuna. Sólo por pasar el tiempo, empecé a imaginar
todas las cosas que se podrían comprar con ellas.

Pensaba en lo contento que se pondría un codicioso que se topara con


semejante tesoro.

Por suerte, por suerte...., no era mi caso...

Hoy vino un señor a reclamar las monedas, era mi vecino. Pretendía sostener el
muy miserable que las monedas las había enterrado su abuelo, y que por lo tanto le
pertenecían a él.

Me fastidió tanto que lo maté.....

Si no lo hubiera visto tan desesperado por tenerlas, se las hubiera dado, porque
si hay algo que a mí no me importa son las cosas que se compran con dinero.

Pero, eso sí, no soporto la gente codiciosa...


El foso de las ranas

Dice que había un gran grupo de ranas que siempre iba a divertirse al bosque.
Todas cantaban y saltaban hasta que caía la noche. Permanecían muertas de la risa y
nada las separaba.

Un día, en su salida acostumbrada, fueron a conocer un bosque nuevo. Estaban


en sus juegos cuando tres de ellas cayeron en un profundo foso del que ninguna se
había percatado. Las restantes se conmocionaron. Miraron hacia el fondo del foso y
vieron que era demasiado profundo. “Las perdimos”, dijeron.

Las tres ranas caídas intentaron subir por las paredes del foso, pero era muy
difícil. Apenas avanzaban un metro y volvían a caer. Las demás comenzaron a comentar
que sus esfuerzos eran inútiles. ¿Cómo iban a lograr escalar una pared tan alta? Era
mejor que se resignaran. No había nada que hacer.

Dos de las ranas escucharon esos comentarios y comenzaron a rendirse.


Pensaron que las demás tenían razón.

La tercera rana, en cambio, siguió subiendo y cayendo, pero tras un par de


horas, consiguió salir a la superficie. Las demás estaban asombradas.

Una le preguntó: “¿Cómo lo lograste?” Pero la rana no contestó. Era sorda.

El Bambú Japonés

No hay que ser agricultor para saber que una buena cosecha requiere de buena
semilla, buen abono y riego. También es obvio que quien cultiva la tierra no se detiene
impaciente frente a la semilla sembrada, y grita con todas sus fuerzas: ¡Crece, maldita
sea! Hay algo muy curioso que sucede con el bambú y que lo transforma en no apto
para impacientes:

Siembras la semilla, la abonas, y te ocupas de regarla constantemente.

Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad no pasa


nada con la semilla durante los primeros siete años, a tal punto que un cultivador
inexperto estaría convencido de haber comprado semillas infértiles.

Sin embargo, durante el séptimo año, en un período de sólo seis semanas la


planta de bambú crece ¡más de 30 metros!

¿Tardó sólo seis semanas crecer?

No, la verdad es que se tomó siete años y seis semanas en desarrollarse.

Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú estaba
generando un complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento
que iba a tener después de siete años.

Sin embargo, en la vida cotidiana, muchas personas tratan de encontrar


soluciones rápidas, triunfos apresurados, sin entender que el éxito es simplemente
resultado del crecimiento interno y que éste requiere tiempo.

El elefante encadenado

Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los
circos eran los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la
atención el elefante. Durante la función, la enorme bestia hacia despliegue de su
tamaño, peso y fuerza descomunal…pero después de su actuación y hasta un rato antes
de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que
aprisionaba una de sus patas clavadas a una pequeña estaca clavada en el suelo.

Sin embargo, la estaca era solo un minúsculo pedazo de madera apenas


enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me
parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza,
podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir.

El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye? Cuando


tenía 5 o 6 años yo todavía en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún
maestro, a algún padre, o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me
explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado. }

Hice entonces la pregunta obvia: -Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo me olvide del
misterio del elefante y la estaca… y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros
que también se habían hecho la misma pregunta.

Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo
bastante sabio como para encontrar la respuesta: El elefante del circo no se escapa
porque ha estado atado a una estaca parecida desde muy, muy pequeño. Cerré los ojos
y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel
momento el elefantito empujó, tiró, sudó, tratando de soltarse. Y a pesar de todo su
esfuerzo, no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió
agotado, y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía…
Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se
resignó a su destino.

Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no se escapa porque


cree -pobre- que NO PUEDE. Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella
impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a
cuestionar seriamente ese registro. Jamás… jamás… intentó poner a prueba su fuerza
otra vez…

Cuentos para pensar de Jorge Bucay

Acuérdate de soltar el vaso

Un psicólogo, en una sesión grupal, levantó un vaso de agua. Todo el mundo


esperaba la típica pregunta: “¿Está medio lleno o medio vacío?” Sin embargo, preguntó:
– ¿Cuánto pesa este vaso? Las respuestas variaron entre 200 y 250 gramos.

El psicólogo respondió: «El peso absoluto no es importante. Depende de cuánto


tiempo lo sostengo. Si lo sostengo un minuto, no es problema. Si lo sostengo una hora,
me dolerá el brazo. Si lo sostengo un día, mi brazo se entumecerá y paralizará. El peso
del vaso no cambia, es siempre el mismo. Pero cuanto más tiempo lo sujeto, más
pesado, y más difícil de soportar se vuelve.»

Y continuó: «Las preocupaciones, los pensamientos negativos, los rencores, el


resentimiento, son como el vaso de agua. Si piensas en ellos un rato, no pasa nada. Si
piensas en ellos todo el día, empiezan a doler. Y si piensas en ellos toda la semana,
acabarás sintiéndote paralizado, e incapaz de hacer nada.»

¡Acuérdate de soltar el vaso!


Busca Dentro de ti

Cuentan que un día estaba Mullah en la calle, en cuatro patas, buscando algo,
cuando se le acercó un amigo y le preguntó:

– Mullah, ¿qué buscas?

Y él le respondió: – Perdí mi llave.

– Oh, Mullah, qué terrible. Te ayudaré a encontrarla.

Se arrodilló y luego preguntó: – ¿Dónde la perdiste?

– En mi casa.

– Entonces, ¿por qué la buscas aquí afuera?

– Porque aquí hay más luz.

Aunque les parezca cómico, ¡eso es lo que hacemos con nuestra vida! Creemos
que todo lo que hay que buscar está ahí afuera, a la luz, donde es fácil encontrarlo,
cuando las únicas respuestas están en el propio interior. Salgan a buscarlas afuera, que
jamás las hallarán…

Leo Buscaglia, libro: «Vivir, amar y aprender».


Ni tú ni yo Somos los Mismos

El Buda fue el hombre más despierto de su época. Nadie como él comprendió


el sufrimiento humano, así es como desarrolló la benevolencia y la compasión. Entre sus
primos, se encontraba el perverso Desvadatta, siempre celoso del maestro y empeñado
en desacreditarlo e incluso dispuesto a matarlo.

Cierto día que el Buda estaba paseando tranquilamente, Desvadatta, a su paso,


le arrojó una pesada roca desde la cima de una colina, con la intención de acabar con
su vida. Sin embargo, la roca sólo cayó al lado del Buda y Desvadatta no pudo conseguir
su objetivo.

El Buda se dio cuenta de lo sucedido y permaneció impasible, sin perder la


sonrisa de los labios. Días después, el Buda se cruzó con su primo y lo saludó
afectuosamente. Muy sorprendido, Desdavatta preguntó:

- ¿No estás enfadado, señor?

- No, claro que no.

Sin salir de su asombro, inquirió:

- ¿Por qué?

Y el Buda dijo:

- Porque ni tú eres ya el que arrojó la roca, ni yo soy ya el que estaba allí cuando
me fue arrojada.
Afilar el Hacha

En cierta ocasión, un joven llegó a un campo de leñadores con el propósito de


obtener trabajo. Habló con el responsable y éste, al ver el aspecto y la fortaleza de
aquel joven, lo aceptó sin pensárselo y le dijo que podía empezar al día siguiente.

Durante su primer día en la montaña trabajó duramente y cortó muchos árboles.

El segundo día trabajó tanto como el primero, pero su producción fue


escasamente la mitad del primer día.

El tercer día se propuso mejorar su producción. Desde el primer momento


golpeaba el hacha con toda su furia contra los árboles. Aun así, los resultados fueron
nulos.

Cuando el leñador jefe se dio cuenta del escaso rendimiento del joven leñador,
le preguntó:

- ¿Cuándo fue la última vez que afilaste tu hacha?

El joven respondió:

-Realmente, no he tenido tiempo… He estado demasiado ocupado cortando


árboles…
Diferencia Entre Querer y Amar

- Te amo – dijo el principito…

- Yo también te quiero – dijo la rosa.

- No es lo mismo – respondió él…

Querer es tomar posesión de algo, de alguien. Es buscar en los demás eso que
llena las expectativas personales de afecto, de compañía…Querer es hacer nuestro lo
que no nos pertenece, es adueñarnos o desear algo para completarnos, porque en
algún punto nos reconocemos carentes.

Querer es esperar, es apegarse a las cosas y a las personas desde nuestras


necesidades. Entonces, cuando no tenemos reciprocidad hay sufrimiento. Cuando el
“bien” querido no nos corresponde, nos sentimos frustrados y decepcionados.

Si quiero a alguien, tengo expectativas, espero algo. Si la otra persona no me da


lo que espero, sufro. El problema es que hay una mayor probabilidad de que la otra
persona tenga otras motivaciones, pues todos somos muy diferentes. Cada ser humano
es un universo.

Amar es desear lo mejor para el otro, aun cuando tenga motivaciones muy
distintas. Amar es permitir que seas feliz, aun cuando tu camino sea diferente al mío. Es
un sentimiento desinteresado que nace en un donarse, es darse por completo desde el
corazón. Por esto, el amor nunca será causa de sufrimiento.

Cuando una persona dice que ha sufrido por amor, en realidad ha sufrido por
querer, no por amar. Se sufre por apegos. Si realmente se ama, no puede sufrir, pues
nada ha esperado del otro.
Cuando amamos nos entregamos sin pedir nada a cambio, por el simple y puro
placer de dar. Pero es cierto también que esta entrega, este darse, desinteresado, solo
se da en el conocimiento.

Solo podemos amar lo que conocemos, porque amar implica tirarse al vacío,
confiar la vida y el alma. Y el alma no se indemniza. Y conocerse es justamente saber de
vos, de tus alegrías, de tu paz, pero también de tus enojos, de tus luchas, de tu error.
Porque el amor trasciende el enojo, la lucha, el error y no es solo para momentos de
alegría.

Amar es la confianza plena de que pase lo que pase vas a estar, no porque me
debas nada, no con posesión egoísta, sino estar, en silenciosa compañía. Amar es saber
que no te cambia el tiempo, ni las tempestades, ni mis inviernos.

Amar es darte un lugar en mi corazón para que te quedes como padre, madre,
hermano, hijo, amigo y saber que en el tuyo hay un lugar para mí.

Dar amor no agota el amor, por el contrario, lo aumenta. La manera de devolver


tanto amor, es abrir el corazón y dejarse amar.

- Ya entendí – dijo la rosa.

- No lo entiendas, vívelo - dijo el principito.

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