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Sigo pensando en las palabras del Doctor Baines dos días después,
cuando estoy haciendo mi turno en la cafetería. Llevo casi dos años
trabajando en Hot Beanz y la dueña, Jen, siempre ha sido amable conmigo.
No me preguntó por mi currículum casi en blanco el día que entré aquí, ni
me presionó por el hecho de que no tuviera referencias. Supongo que me
echó un vistazo, y a la lamentable bolsa con mis únicas pertenencias, y
decidió que necesitaba un respiro en la vida. No sabe nada de mi pasado,
salvo que no me gusta hablar de el. No puedo, es demasiado duro revivir el
trauma, y por suerte ella y mis otros compañeros de trabajo han llegado a
entenderlo.
Hoy es Halloween, lo que significa que el ajetreo de la mañana está
lleno de peticiones con temática de calabaza y pedidos de las galletas caseras
de calavera de Jen que fueron un gran éxito para nosotros el año pasado.
En eso es en lo que debería estar centrada, en preparar las bebidas de la
gente y reponer el armario de golosinas. Pero no es así porque para mí no es
sólo Halloween, también es el aniversario del día en que asesiné a mi padre.
Mi padre era un miembro honrado de la sociedad, tenía amigos en
todos los sitios adecuados y era mimado por haber enviudado de mi madre.
Por fuera era visto como un padre cariñoso, guapo, encantador, perfecto.
Tan perfecto que ninguna de las personas que lo adoraban habría
sospechado jamás que me había arruinado por completo.
La casa en la que crecí no estaba llena de amor y seguridad, no había
cuentos de hadas ni finales felices imaginados por mi parte. No me pasaba
los días montando en bicicleta o jugando con muñecas. No, lo único que
conocía era el dolor y cómo encubrir las mentiras de mi padre. Toda mi
infancia fue fría, cruel, inhumana. Estaba llena de odio, de fuerza brutal y
de espectáculos de los que ningún niño debería ser testigo. Y no olvidemos
a los hombres, tantos hombres.
Al principio todo empezó por lo bajo, con pequeñas cenas en las que
mi padre me vestía con mis mejores trajes de fiesta y me hacía sentir como
una princesa. Me decía que me sentara en el regazo de sus amigos y ellos
me hacían cosquillas en el costado y me contaban chistes que yo no
entendía. Pensé que era divertido, pensé que estaba a salvo, pensé que mi
padre me protegería. Después me sentí confusa, sucia, violada, como si
debiera haberlo sabido. Hasta que no empecé la terapia no me di cuenta de
que sentirme estúpida estaba mal. Se suponía que no debía saberlo, era sólo
una niña.
Sufrí en silencio durante casi cinco años. Cinco años de hombres y
fiestas, y de mi padre queriéndome como ningún hombre debería querer a
una niña, hasta que una noche, cuando tenía catorce años, me volví loca.
Para entonces ya sabía que estaba mal, que se suponía que los padres no
debían tocar a sus hijas de esa manera, que no debían hacerles daño, dejar
que sus amigos se las follaran, y no iba a permitir que ocurriera ni una
noche más.
Halloween siempre es una noche para que los monstruos salgan a
jugar, pero de lo que la gente no se daba cuenta es de que yo vivía con un
monstruo que quería jugar todas las noches. Que me perseguía, me
destrozaba y se alimentaba de los pedazos de mi dolor hasta que no era más
que un caparazón que podía utilizar a su antojo. Nunca lo vio venir, nunca
sospechó que me defendería. ¿Por qué iba a hacerlo? Yo era su niña perfecta
que obedecía cada una de sus palabras.
Hasta esa noche, por supuesto.
Lo que más recuerdo ahora es la sangre. Había tanta sangre, más de
la que imaginaba que podía caber en un cuerpo humano, y más de la que
yo podría haber controlado jamás. Estaba por todas partes, salpicaba la isla
de la cocina, se derramaba por el suelo y cubría cada centímetro de piel que
tenía a la vista después de que él me arrancara el disfraz con disgusto. Aún
recuerdo el brillo maligno de sus ojos, el que me decía que haría que me
doliera, como a él le gustaba. El que me decía que si no lo detenía, sería yo
quien acabaría muerta, igual que mi madre.
Fue ese pensamiento el que me hizo tomar el cuchillo. Ese terror me
hizo patalear y gritar mientras lo clavaba en su cuerpo una y otra vez. Un
golpe por cada hombre que había dejado entrar en mi cama, y más por todas
las veces que él mismo había estado allí también. Cuando llegó la policía,
me había desplomado de cansancio y lo único en lo que podía concentrarme
era en su mirada fría y muerta clavada en la mía.
Ojalá pudiera decir que fue la última vez que me hizo daño, que desde
el momento en que murió se llevó consigo todo ese dolor y esa tortura, pero
sería mentira.
Esos ojos aún me persiguen.
Aún veo a esos hombres como si estuvieran aquí ahora, y aún
recuerdo la plata del cuchillo al apuñalar a mi padre repetidamente y
pintarla de rojo. Mi dolor no murió con él como yo creía, y el sufrimiento que
me impuso aún me envuelve como una enredadera de la que no puedo
escapar.
Tras su muerte, me enviaron a una unidad de salud mental para
adolescentes con problemas. El dinero y los contactos de mi padre seguían
asfixiándome incluso cuando ya no estaba, y allí me quedé hasta que me
dieron el alta, cuando cumplí dieciocho años. El día que salí de allí no tenía
nada, ni dinero, ni ropa, ni perspectivas, y mi asistente social no fue de
mucha ayuda. Lo único que hizo fue conseguirme una plaza en un centro
de reinserción y un documento de identidad para ayudarme a encontrar
trabajo. Sólo llevaba allí un par de semanas cuando apareció el primer
hombre con sus amenazas. Y cuando uno se convirtió en tres, hice lo único
que podía hacer.
Huir.
Huí y nunca miré atrás, no quería volver a vivir a la sombra de mi
padre.
De eso hace ya siete años, y mi vida sigue controlada por los
fantasmas de mi pasado. Sí, ahora tengo un trabajo, compañeros a los que
consideraría amigos y una pequeña casa de alquiler a la que sigo llamando
mía, pero él siempre está ahí, existiendo en el fondo de mi vida y
recordándome que nunca seré libre. El único amor que he conocido está
manchado por el abuso. El único contacto que he sentido está empapado de
dolor, y la única libertad que se me ha permitido fue la que necesité para
matar a mi padre.
Por eso, los consejos del doctor Baines dejaron tras de mí una
hoguera, y cada vez que intento distraerme, lo único en lo que puedo pensar
es en esas persistentes palabras que quedaron entre nosotros.
Hay muchas formas de explorar tus necesidades, la mayoría de las
cuales se pueden hacer desde tu propia habitación.
No soy ingenua, sé exactamente lo que insinuaba, lo que cree que
debería hacer, pero ¿cómo puedo explorar mis necesidades si ni siquiera sé
cuáles son?
Justo cuando pienso eso, suena el timbre de la puerta, señal de otro
cliente, y tomo una taza de café de la estantería para prepararme. Cuando
levanto la cabeza dispuesta a ofrecerles mi sonrisa perfectamente
practicada, me paralizo por completo. Un hombre se acerca a grandes
zancadas al mostrador con la confianza que sólo puede dar el haber crecido
con dinero y haberse librado de los peores delitos, ¿y cómo lo sé? Porque no
es un hombre cualquiera, es uno de los hombres de mi dormitorio.
Jeff Reacher.
—Café grande, solo —ordena, sus ojos ni siquiera levantan la vista de
su teléfono mientras mi mundo se desmorona ante él.
No sé cuánto tiempo pasa, pero cuando no respondo, levanta los ojos
y veo que el interés los cruza antes de pasar al reconocimiento. Tener el
rostro de mi madre y los ojos de mi padre es una maldición con la que me
veo obligada a luchar cada día.
—Bueno, bueno, bueno, ¿qué tenemos aquí? —empieza con un tono
arrogante, y sus ojos recorren ahora todo mi cuerpo de una forma que me
resulta demasiado familiar—. Pequeña Alora Parker, sí que has crecido bien
—añade, y yo me quedo helada, el único movimiento disponible es mi
garganta mientras trago la bilis que amenaza con escapar.
Estoy tan distraída que todos los demás a nuestro alrededor se
desvanecen. Escucho el tintineo de la campana, más órdenes a Imogen, que
trabaja a mi lado, y a Jen avisando desde la cocina de que hay más galletas
listas, pero lo único que veo es a él. Su rostro sobre el mío, su cuerpo
inmovilizándome, sus manos tocándome en lugares que nunca he
disfrutado.
Sus ojos vuelven a mirar su teléfono.
—Espera a que les diga a los demás dónde te has estado escondiendo,
Cooper está aquí en la ciudad conmigo. —Sonríe, sus dedos vuelan por su
teléfono, y el miedo que se apodera de mí me hace sentir como la misma
inocente niña de nueve años que asistió a aquella primera fiesta con su
vestido de princesa.
Cuando vuelve a fijar su mirada en la mía, se guarda el teléfono en el
bolsillo y me mira fijamente.
—¿Me has echado de menos?
Cuatro palabras y estoy de vuelta al dormitorio de mi infancia, su
aliento caliente contra mi pequeño cuello mientras tomaba lo que me ofrecía
mi padre. La taza que tengo en la mano resbala, haciéndose añicos a mis
pies, y lo único que puedo hacer es retroceder, sin apartar los ojos de los
suyos y sin que su sonrisa se ensanche a cada paso. Siempre le ha gustado
mi miedo.
Jen viene corriendo desde la parte de atrás para evaluar la conmoción
y no escucho lo que me dice, apenas siento su toque reconfortante en mi
brazo, pero sí veo sus ojos en blanco, su mirada pasando de mí a ella. Sólo
entonces me libero de mi pánico.
—Imogen prepárale un café solo para llevar —ordena Jen, y puedo
sentir las miradas de ambos mientras se mueve rápida y silenciosamente
para hacer lo que dice, y cuando Imogen lo desliza hacia él, Jen añade—:
Invita la casa, ahora vete y no vuelvas.
Jeff sonríe satisfecho, toma lentamente un sorbo de su café y gime en
voz alta.
—Mmm, sabe tan dulce como lo recordaba —ronronea, tendiéndome
la taza en señal de alegría—. Hasta pronto, princesa Alora. —Luego se da la
vuelta y camina hacia la puerta, la fila de gente que tiene detrás se separa
para dejarlo pasar, justo cuando una figura encapuchada se lanza delante
de él.
No me muevo ni un milímetro hasta que desaparece de mi vista.
Entonces veo cómo Imogen se apresura a limpiar rápidamente mi desastre,
y Jen aparece delante de mí y me dirige hacia su despacho hasta que
estamos aisladas y solas.
Nos sentamos en silencio hasta que acaba suspirando:
—Sé que no debo preguntar qué te pasa, Alora, pero necesito saber si
estás bien.
¿Estoy bien? ¿Cuántas veces me han hecho esa pregunta? Me lo
preguntaron los policías aquella noche, me lo preguntaban a diario los
médicos de la residencia de niñas, me lo preguntaban todos mis terapeutas
en cada sesión, y todas las veces les daba la misma respuesta.
—Estoy bien —respondo débilmente, y tengo que aclararme la
garganta para intentar dar más fuerza a mis palabras y hacerlas creíbles—
. De verdad, estoy bien.
Jen me mira fijamente y sé que no se traga ni un segundo de mis
palabras, pero vuelve a suspirar:
—¿Por qué no te vas pronto? Vete a casa y prepárate para esta noche,
todavía vienes, ¿verdad?
La fiesta de Halloween al otro lado de la ciudad en el club de su novio,
casi lo había olvidado. Lleva semanas rogándomelo y por fin el otro día cedí
y acepté ir. Quiero decirle que no, quiero correr a casa y encerrarme, o mejor
aún, huir de esta ciudad en la que me encontró y no volver la vista atrás,
pero en lugar de eso me encuentro asintiendo y ella grita.
—Yayyyy, vamos a pasar la mejor noche, y te prometo que olvidarás
todo lo que acaba de pasar ahí afuera.
Lo único que puedo hacer es ofrecerle una sonrisa y asentir, pero si
de algo estoy segura es de que no es tan fácil olvidar tu peor pesadilla.
Jacob
Las lágrimas corren por sus mejillas mientras me mira trabajar, y para
cuando tiro el corazón, para que se siente junto al resto de lo que queda de
los dos hombres que contribuyeron a arruinarla, creo que por fin lo
entiende. No hay nadie a quien no mataría por ella, y no dejaré que nadie
vuelva a hacerle daño. Su rostro está teñido de una mezcla de emoción y
muerte, y nunca ha tenido un aspecto más perfecto, ni siquiera cuando
duerme. Sus ojos se desvían de los órganos, hacia donde Cooper aún cuelga
encadenado, y juro que veo cómo se le quita de encima el peso de su
presencia ya muerta.
Me acerco a ella, apartando la basura con los pies mientras tomo la
cuerda que tiene alrededor del cuello y tiro de ella hasta que sus ojos se
dirigen a los míos.
—Ellos te quitaron, así que yo les quité a ellos. Les quité su libertad,
su placer y su vida. —Cada palabra va acompañada de una caricia, mis
manos la exploran libremente mientras ella me mira sin comprender. Su
piel nívea es ahora una mezcla de rosa y rojo que la hace increíblemente
hermosa—. Mira lo seguro que hago el mundo para ti, mi muñequita —
ronroneo acariciándole el cuello y el pecho, saboreando el latido de su
corazón bajo mis palmas.
Entreabre la boca como si quisiera decir algo, pero lo único que veo
son sus labios manchados de sangre. Aún recuerdo el aspecto que tenían
cada noche mientras dormía, entreabiertos y fruncidos, incluso en su estado
de relajación. Recuerdo cómo su aliento caliente rozaba mi miembro, cómo
su boca acariciaba la punta de mi polla. Cómo la marcaba como mía con mi
semen incluso mientras dormía, y ahora puedo quedármela para siempre.
Así que la miro, contemplando su piel perfectamente estropeada y el
plateado brillante de su cabello, ahora oscuro por el barro y la sangre. La
polla me pesa contra la cremallera mientras pienso en todas las formas en
que quiero jugar con ella, y sé que ha llegado el momento. Hora de forzar
sus límites, de explorar sus necesidades, de hacerle ver cómo será vivir aquí
conmigo. Quiero escuchar sus gemidos, sentir su coño apretarse alrededor
de mi polla, saber cómo suena cuando grita mi nombre.
Noche tras noche me colaba en su dormitorio y bailaba al borde de su
placer, buscando sólo el mío, pero ahora está aquí, es mía, y puedo hacer lo
que quiera con ella. Por eso, con la boca abierta, no vacilo. La agarro por el
cuello, tirando de ella hasta que hace fuerza contra la cuerda, y entonces
pego mis labios a los suyos, deslizando mi lengua en su boca antes de que
intente siquiera luchar contra esto que hay entre nosotros. Responde al
instante, perdida por la conmoción de mi intrusión, y su lengua chasquea
contra la mía, encontrándola golpe a golpe, pero entonces mi determinación
se quiebra y gimo en su boquita caliente y necesitada, y se paraliza.
Siento cómo todo su cuerpo se tensa y retuerce mientras intenta
resistirse, intenta negar que me desea tanto como yo a ella, pero entonces
mi muñequita recuerda lo dura que es. Siento el primer roce de sus dientes
contra mis labios, e imagino cómo se sentirá cuando sea mi polla, hasta que
me muerda la lengua con tanta fuerza que me haga sangrar. Mi gruñido de
dolor se desliza contra sus labios antes de separar mi boca de la suya y
jadear para recuperar el aliento.
Su pecho sube y baja rápidamente mientras me mira triunfante, pero
no se da cuenta de con quién está jugando. Creía que le había mostrado la
bestia que acecha bajo mi piel, pero, al parecer, quiere que salga y la arruine
aún más. Por eso no le quito los ojos de encima mientras le meto la mano
por la cintura y le subo la falda, dejando al descubierto su coño cubierto de
encajes. Intenta y no consigue cerrar las piernas, apartarme, pero no sabe
que ni siquiera una puerta cerrada y un sueño profundo podrían detenerme
antes. Cuando quiero algo, se convierte en mío, sin hacer preguntas, y ella
no será la excepción.
—Dime que eres mía —le exijo, metiéndole la mano por debajo de la
falda y partiéndole la ropa interior en dos hasta dejarle el coño libre.
—¡Nunca! —escupe, mientras sigue agitándose y luchando, mientras
mi polla gotea bajo mis pantalones, suplicando salir a jugar. Me río y
extiendo la mano para agarrarle la garganta una vez más, con el pulgar
rodeando el punto del pulso mientras escupo en los dedos de la otra mano
y los meto entre sus muslos—. No, por favor —suplica, y suena tan dulce
como esperaba, y con una mezcla de saliva y sangre acaricio la línea de su
coño hasta que la siento húmeda contra las yemas de mis dedos.
Entonces los empujo más allá de sus labios en busca de su clítoris y
jadea, todo su cuerpo empieza a temblar mientras se atraganta:
—He dicho que no —jadea en un medio gemido mientras deslizo uno
de mis dedos profundamente dentro de ella.
—Te he escuchado —digo entre dientes, mirando hacia abajo para ver
cómo mi dedo vuelve a hundirse lentamente en su interior—. ¿Pero sabes
qué más he escuchado? —pregunto, acercando el pulgar a su clítoris y
presionando hasta que vuelve a jadear—. El sonido de tu corazón, que se
acelera. —Aprieto la mano alrededor de su garganta mientras me inclino y
pronuncio las siguientes palabras contra su boca—. Pulsa contra mi mano,
igual que tu dulce coñito. —Intenta sacudir la cabeza y morderse los labios,
pero eso no detiene el gemido que le arranco de la garganta.
—Oh, Dios —grita totalmente derrotada, sin darse cuenta de que sus
caderas empiezan a encontrarse con el movimiento de mi mano, sobre todo
cuando añado otro dedo dentro de ella y presiono círculos más fuertes
contra su clítoris.
—Aquí no hay ningún Dios, Alora, sólo yo, el hombre que haría
cualquier cosa en este mundo para hacerte feliz. —La follo con los dedos,
acercándola cada vez más al límite, mientras sus ojos se desvían hacia el
cadáver de Cooper y se ensanchan con asombro y placer cuando acerco mi
boca a su oreja—. ¿Quieres que pare? —pregunto, dejando que el silencio
que sigue a mi pregunta se prolongue, para que pueda oír el húmedo
golpeteo de mis dedos al follarle el coño con fuerza y rapidez—. No, no
quieres que pare, ¿verdad? —me burlo de ella, con el pulgar frotándola cada
vez más fuerte—. Quieres que te folle con mis dedos así, ¿verdad? Quieres
mirar los pedazos muertos de los hombres que te hicieron daño y correrte
mientras gritas mi nombre en agradecimiento por habértelos llevado por ti.
—Oh, Dios, para, por favor, deja que esto acabe —grita, y es casi
patético lo desesperadamente que miente, mientras su coño se aprieta
alrededor de mi mano y su cuerpo se estremece debajo de mí.
—¿Parar? —pregunto riendo, apartándome y acercando mi frente a la
suya hasta que nuestras miradas se cruzan y nuestros labios casi se rozan
mientras hablo—. No hay fin para ti y para mí, Alora, no existo sin ti, todo
lo que hago, todo lo que soy, es todo tuyo. —Vuelvo a acercar mis labios a
los suyos y, cuando me retiro, ella sigue mirándome con una mezcla de
miedo y asombro. Dejo caer mis propios ojos y añado—: Creo que puedes
soportar otro dedo.
No espero su respuesta, añado un tercer dedo a su coño y dejo que
me invadan los gemidos de su placer cuando por fin reclamo su coño como
mío. ¿Cuántas noches he imaginado esto? ¿Cuántas veces la he visto dormir
sintiéndome completamente desesperado por follármela duro? Y ahora está
goteando contra mis dedos mientras la hago gemir de asco y placer.
—Doctor Baines —aprieta entre dientes, intentando
desesperadamente no sentir placer, y reprimo un gruñido en el fondo de la
garganta al escuchar ese nombre. Se da cuenta al instante y, cuando me
alejo, deja caer la cabeza sobre la mía y suplica contra mis labios—. Jacob
—gime—, creo, creo que voy a... —Se interrumpe, sin querer decir las
palabras, sin querer admitir el efecto que estoy teniendo en su cuerpo.
—Eso es, amor, dámelo, no te contengas, disfruta de su dolor, siente
tu placer —la insisto, follando y frotando su coño, mientras aprieto nuestras
cabezas y mantengo nuestros ojos fijos en una mirada íntima.
Parece asustada. Excitada, sí, pero también petrificada. Asustada de
mí, de nosotros, de todo lo que podríamos llegar a ser, y es con ese
pensamiento en mente cuando la empujo hasta el límite. Su clímax la
atraviesa y hace que todo su cuerpo se convulsione; su delgado cuello se
tensa contra las cuerdas deshilachadas mientras echa la cabeza hacia atrás,
exponiéndome su garganta. La agarro por la barbilla para mantenerla en su
sitio, deslizo la boca a lo largo de la columna y dejo que mis labios perciban
cada gemido y cada vibración mientras se derrumba debajo de mí.
Jodidamente perfecto.
Sólo cuando he agotado todo su placer, me detengo, retiro mis dedos
chorreantes y me los llevo directamente a la boca, donde los chupo hasta
dejarlos secos. Sabe dulce, inocente, pura, completa y absolutamente como
mía, y cierro los ojos y gimo mientras la lamo hasta dejarla limpia de mi piel.
Me muero de ganas de enterrar la cabeza entre sus muslos y ahogarme en
ella, de rendir culto al altar de la perfección que es Alora Parker, pero todo
a su tiempo.
Cuando abro los ojos, me está mirando, con la mirada perdida en un
aturdimiento lleno de lujuria, como si no pudiera creer que acabara de hacer
que se corriera. Antes de que pueda pensar en nada más, me pongo de
rodillas, me tomo el cinturón y la cremallera, saco mi polla dura como una
roca y la acaricio al instante. Escucho su respiración agitada cuando me
libero, y el sonido es casi tan excitante como su mirada que baja para
contemplar mi grueso miembro. La acaricio de arriba abajo y gimo cuando
ella vuelve a jadear, completamente concentrada en mi placer.
—¿Tienes idea de cuántas veces me he follado el puño sólo de pensar
en ti, Alora? —pregunto, sin buscar realmente una respuesta, y su mirada
sigue sin romperse—. No, ¿por qué ibas a hacerlo? Pero pronto, mi amor,
pronto verás cuánto te necesito.
Estoy tan excitado, y con su sabor aún fresco en mi lengua, y la visión
de sus muslos abiertos, su coño aun goteando, no va a pasar ni un minuto
antes de que explote. Me follo el puño con fuerza, observando cada
centímetro de su piel expuesta y ensangrentada, e imagino lo pronto que
voy a hundirme en su húmedo calor. Mis pelotas se tensan a medida que mi
orgasmo corre hacia mí y le suplico:
—Dime que eres mía.
Sus ojos bailan hasta los míos y su boca se abre como si fuera a
decirlo, pero sé que no lo hará, que no está preparada. En lugar de eso,
suspira casi en silencio: “Jacob”. Y es suficiente para ponerme al límite.
Me corro con fuerza, derramando gruesos chorros de esperma sobre
sus muslos desnudos y su coño hasta quedarme sin aliento, sin dejar de
acariciarme lentamente la polla mientras se ablanda. Una vez más, sus ojos
se posan en mi polla satisfecha (por ahora), la emoción tiñe su rostro y
empieza a sacudir la cabeza. Mi pulgar atrapa la lágrima que se escapa de
sus pestañas antes de que se deslice por su mejilla, y cuando su cuerpo
empieza a temblar por otro motivo, me alejo y corto las cuerdas que la
sujetan.
—Vamos, amor, ha sido una noche ajetreada y necesitas descansar.
—La desato con cuidado, recojo su cuerpo magullado y ensangrentado en
mis brazos y me dirijo a la casa principal. Tendré que volver y ocuparme de
Cooper, pero ella es lo único que importa ahora.
Llueve a cántaros cuando salimos y nos empapamos en el corto
trayecto entre los dos edificios, pero mi muñequita ni siquiera se da cuenta.
No, sus ojos siguen fijos en mí, incluso después de bajar la cabeza hasta mi
hombro, algo de lo que no sé si se da cuenta, pero yo me he dado cuenta,
claro que sí. La sensación de sus brazos a mi alrededor, su peso en el mío,
su aliento caliente contra mi cuello, todo ello me vuelve completamente loco
mientras nos conduzco a su dormitorio.
Cuando llegamos, un zumbido de excitación me recorre la espalda.
Este es el momento que he estado esperando, buscando, el momento con el
que he soñado durante más de un año, y ahora por fin lo estoy haciendo
realidad. Abro la puerta sin dejarla en el suelo, pero una vez que estamos
dentro y la puerta está bien cerrada, dejo que se levante sobre unas piernas
temblorosas. El silencio es exasperante, pero sé que necesita un momento
para asimilar lo que acaba de ocurrir entre nosotros.
Sus ojos miran a todas partes, con miedo y asombro en su rostro,
mientras contempla el dormitorio, que es casi un reflejo del suyo. Hay
algunas diferencias, claro, no he conseguido que coincida del todo, pero se
parece lo suficiente. Todos los recuerdos que he robado durante el último
año contribuyen a mejorarla, pero no creo que a mi muñequita le guste tanto
como esperaba.
—¿Qué? —jadea, con la cabeza girando en todas direcciones—. ¿Qué
es esto, no lo entiendo? —Ahora está llorando a lágrima viva, pero cuando
intento dar un paso hacia ella para calmarla, levanta los brazos—. No te
acerques a mí —me advierte con tono furioso, y yo alzo los brazos en señal
de derrota y retrocedo hacia la puerta mientras ella escupe—: ¿Qué
demonios es esto?
Dejo que inspeccione el dormitorio un par de veces más, ya que todo
me resulta familiar y nuevo al mismo tiempo. Por supuesto, las ventanas
son falsas y las paredes y puertas están reforzadas con acero para que no
pueda escapar, pero aparte de eso, creo que he hecho un gran trabajo. Está
claro que necesita espacio para asimilarlo todo, así que abro la puerta y
salgo, no sin antes decir:
—Este es tu dormitorio, Alora, bienvenida a casa.
El portazo amortigua sus gritos, y me gustaría poder retirarme a mi
propio domitorio y verla en mis cámaras, pero eso tendrá que esperar un
poco. Tengo un desastre en la casa de invitados que debo limpiar primero,
luego podré volver y jugar con mi muñequita.
Alora
La agarro por las caderas y le doy la vuelta para que se ponga boca
abajo. Le paso la palma de la mano por las nalgas y ardo de necesidad al ver
la marca roja que le dejo y el grito que se le escapa de la garganta. Luego le
levanto el culo y me dejo caer para empezar a deleitarme con ella una vez
más. La lamo de orificio en orificio, sin dejar ni una parte sin tocar, mientras
mi lengua explora cada centímetro de ella hasta que gotea sobre mi rostro.
Me empuja contra la boca y espero que pueda sentir mi sonrisa en su piel
mientras le meto dos dedos en el coño y presiono con el pulgar su apretado
agujero trasero.
—Jacob —jadea ante la intrusión, y juro que podría oírla pronunciar
mi nombre eternamente, hasta que fuera el último sonido que escuchara.
La follo con la mano, empujando los dedos cada vez más adentro,
hasta que sus gemidos son una mezcla de placer y dolor, justo como me
gusta. Entonces retrocedo, alineo mi polla con su coño, le meto una mano
en el cabello y hago lo que llevo esperando casi un año. Me abalanzo sobre
ella bruscamente, haciéndola caer de bruces sobre el colchón y
manteniéndola allí mientras la follo con fuerza. Dejo que el sonido de sus
gritos ahogados y el chasquido húmedo de mis caderas contra su culo me
estimulen aún más. Su coño no se parece a nada que haya sentido antes,
caliente, húmedo, apretado, jodidamente perfecto, y sé que voy a usarla
hasta que no pueda caminar.
—Esto, Alora —aprieto los dientes—. Esto es lo que he esperado, lo
que he anhelado, lo que he estado desesperado por darte durante meses y
meses. —Ralentizo mis embestidas, sacando la polla fuera de ella para que
pueda sentir cada centímetro de mí, antes de volver a entrar de golpe—.
Quiero hacerte sentir bien hasta que no puedas ver, respirar ni sentir nada
excepto a mí.
No importa que me acabe de chupar la polla hasta dejarla seca y que
tenga un aspecto jodidamente perfecto, ya puedo sentir ese cosquilleo de
placer en mis pelotas cuando chocan contra ella. Con mi polla enterrada en
su coño y mi mano en su cabello, mientras sus caderas me embisten, como
si su cuerpo estuviera hecho para mí, esto no va a durar tanto como me
gustaría.
—Tócate —le ordeno, y escucho una exclamación ahogada contra la
almohada, pero me limito a follarla con más fuerza—. He dicho que te
toques, Alora, disfruta como te he dicho. —Pero sigue sin moverse, así que
la agarro del cabello y la arrastro hacia mí hasta que su columna choca
contra mi pecho y mi boca encuentra su oreja—. No querrás enfadarme,
¿verdad? —le pregunto, machacando su pequeño y codicioso coño mientras
tiembla en mis brazos—. No creo que te guste cuando me enfado —añado, y
juro que sonríe.
—No creo que me gustes ahora —jadea, moviendo las caderas para
recibir cada una de mis embestidas.
—Oh, creo que los dos sabemos que eso no es verdad, amor, puedo
sentirte goteando por mi polla como una sucia putita. —Llevo mi mano libre
a su cuello, disfrutando del rápido golpeteo de su pulso contra mis dedos—
. Ahora toca ese coño goloso y haz que se corra en mi polla como mi dulce
muñequita. —Vuelve a dejar caer su cabeza contra mi hombro, el mismo en
el que me apuñaló, y arrastro mi lengua por su cuello mientras mueve una
de sus manos entre sus muslos—. Eso es, juega bien para mí.
—Joder —maldice al contacto, y una emoción me recorre cuando la
maldición cae de sus labios—. Dios mío, qué bien me sienta —añade en un
gemido quejumbroso que es lo más sexy que he escuchado nunca.
Dejo caer más besos sobre su cuello mientras ronroneo:
—Creía que ya te lo había dicho, aquí no hay ningún Dios, Alora, solo
yo. —Ciertamente me siento como un Dios follándola, poseyendo su placer
tan completamente que me vuelve loco de necesidad aún más—. Dime,
amor, ¿cómo se siente mi polla dentro de ti? Qué húmedo está tu coño
mientras gotea sobre tus dedos y pide más.
Con cada una de mis palabras, mueve su mano más rápido, frotando
su clítoris aún más fuerte hasta que siento que empieza a contraerse,
apretando mi polla como un vicio del que nunca quiero escapar.
—Sí, sí, sí, no pares, justo ahí, me corro, me corro. —Sus palabras se
derraman en un largo gemido, y siento que mi propio orgasmo se acerca
mientras la suelto del cabello y la empujo de nuevo contra el colchón.
Montándome en ella, la penetro lo más rápido posible, disfrutando de
cada apretón de su coño a lo largo de mi polla, que entra y sale hasta que
me derramo dentro de ella en un largo gemido. Entonces me derrumbo sobre
ella, con el calor y el sudor de su piel tan agradables como los míos, mientras
los dos intentamos recuperar el aliento. No sé cuánto tiempo nos quedamos
así, pero cuando mi polla está completamente blanda y vacía me aparto de
ella. Ruedo sobre mi espalda y me llevo la mano al pecho mientras un
profundo dolor fluye por él.
—Jacob —respira, y me doy la vuelta para encontrarla mirándome con
asombro. Una especie de sonrisa de satisfacción se dibuja en la comisura
de sus labios, hasta que su mirada baja hasta donde descansa mi mano y
sus ojos se encienden de pánico—. Dios mío, estás sangrando. —Dejo caer
la mirada hacia mi pecho y compruebo que tiene razón, la sangre de la
herida que me ha infligido ha empapado las vendas de mi hombro, y me
pregunto cómo se sentirá ahora que ya no estamos en el calor del momento.
Un pensamiento que debe resonar en mi rostro porque susurra—: ¿Tienes
un botiquín?
Veinte minutos después, los dos estamos recién duchados en el cuarto
de baño principal, donde me indica que me siente en la silla del rincón. En
la encimera hay un montón de material de primeros auxilios y ella lo
inspecciona meticulosamente, antes de tomar una solución limpiadora y un
algodón y empaparlos. Luego se inclina y lo aplica directamente sobre mi
herida abierta. Me escuece, pero la visión de sus tetas cuando miro por
debajo de su top alivia el ardor.
—¿Te duele? —pregunta en voz baja, y sonrío al chocar nuestras
miradas.
—No es la primera vez que me apuñalan, cariño —respondo, y veo
cómo sus ojos recorren el resto de mi piel, observando las múltiples
cicatrices y frunciendo el ceño. Me pregunto si le molestan, si mi piel
marcada por una vida de la que preferiría no hablar le resulta desagradable.
Pero entonces veo algo en su mirada que me hace añadir—: Aunque es la
primera vez que me apuñala una mujer. —Una vez más, nuestras miradas
se cruzan y, de algún modo, sé que eso es lo que quería escuchar. Arrastro
la mano por el brazo que me aprieta el hombro hasta rodearle el cuello—.
Te lo dije, sólo existes tú.
Se separa de mí rápidamente, demasiado agobiada por mi afecto y lo
que significa para ella, tira el algodón, ahora manchado de rojo, a la basura
y toma las vendas. Enrolla parte de la tela y busca algo con lo que cortarla.
He guardado las tijeras en el bolsillo para este momento, para esta prueba,
y cuando saco el cuchillo de mi cinturón y se la ofrezco, se queda paralizada.
—Para cortarlas a medida —le digo inocentemente, señalando las
vendas que tiene entre los dedos.
Observo con impaciencia cómo sus dedos se cierran en torno al
mango, preguntándome ligeramente si va a apuñalarme de nuevo, y mi polla
se endurece al pensarlo. Algo que no disimulan mis sudores grises, y sus
ojos bajan hasta donde el grueso contorno vuelve a ser claramente visible.
—¿No tienes miedo? —susurra, mirando entre el cuchillo y mi polla,
con la indecisión dibujada en sus facciones.
—No, cariño, sólo estoy esperando a ver si me apuñalas o me la
chupas otra vez, porque has hecho muy bien las dos cosas —le digo
sonriendo, echándome hacia atrás y separando los muslos.
—Si lo hubiera hecho bien, ¿no estarías muerto? —replica, y yo estoy
a punto de volver a castigar a esa sabelotodo. Pero intercambiar insultos es
casi igual de divertido.
—Estoy demasiado obsesionado contigo para dejar que algo tan
voluble como la muerte me detenga, Alora, creía que lo sabías. —No aflojo
la mirada, asegurándome de que ve la verdad en cada palabra.
Al cabo de unos segundos, levanta el cuchillo y corta la venda
mientras murmura:
—Empiezo a darme cuenta. —Luego se arrodilla y me coloca el brazo
de modo que pueda envolverlo con la venda, asegurándola perfectamente en
su sitio.
El aire se llena de expectación mientras sus dedos bailan sobre mi
piel, comprobando meticulosamente los bordes de su trabajo, como si no
fuera la primera vez que ha curado heridas sangrantes. Un pensamiento que
hace que la ira recorra mis venas porque conozco demasiado bien las
heridas que lleva su cuerpo. He visto las cicatrices, tanto físicas como
mentales, por eso está aquí, es una de las cosas que la atrajo hacia mí, y a
mí hacia ella, pero eso no lo hace mejor. Fue herida, violada, se
aprovecharon de ella esos hombres repugnantes y pervertidos, y ninguno de
ellos se preocupó por ella, ni siquiera su propio padre. No eran como yo, no
querían ayudarla, lo único que querían era su dolor, pero estoy haciendo
que se olvide de ellos con su placer.
Me pierdo en esos oscuros pensamientos sobre los hombres que la
lastimaron cuando siento el primer roce de su mano contra la longitud de
mi polla, y me paralizo. Desvío los ojos hacia ella, pero no me mira a mí,
sino a mi regazo, con la mano apenas rozando el contorno de mí ya
palpitante polla. Mirando, esperando, prácticamente suplicándome que
haga algo, pero no lo haré, no esta vez. Vi su rostro antes, vi lo desesperada
que estaba por fingir que no elegía esto, que no me elegía a mí. Quería que
fuera duro, quería que le robara, como hicieron ellos, pero eso ya lo hice
anoche, esta mañana, esta tarde. Esta vez, tiene que ser todo ella.
—Si quieres algo, Alora, vas a tener que tomarlo, no te lo volveré a dar
—le digo, y por fin se encuentra con mi mirada.
—No puedo —susurra, las dos palabras me golpean directamente en
el pecho, y la empujo hacia atrás y me dejo caer de rodillas para ponernos
frente a frente.
—Eres poderosa, amor, más poderosa de lo que puedas imaginar. Las
cosas que has soportado, las cosas a las que has sobrevivido, y mírate, eres
tan jodidamente perfecta —respiro, atrayendo su cuerpo contra el mío—.
Arruinaría a todos en este mundo por ti, o armaría un infierno intentándolo,
para que tú puedas, Alora, tú puedes.
Sus ojos buscan en los míos cualquier rastro de deshonestidad, pero
no lo encuentra, y cuando abro la boca para volver a hablar, me interrumpe,
pegando sus labios a los míos. Su sabor, su dominio, su mera presencia
consume cada centímetro de mí, desde su lengua en mi boca hasta sus
manos en las mías. Es mía y yo soy suyo, hasta el final.
Mis manos agarran su cintura y empiezo a levantarme, levantando su
cuerpo con el mío y llevándonos a mi habitación hasta que puedo caer de
nuevo en la cama, llevándola conmigo. Sin embargo, nuestro beso nunca se
rompe, es áspero y desesperado, como si ambos pudiéramos ahuyentar
nuestros demonios con el, y cuando meto la mano bajo su camisa en busca
de su piel, retrocede y me permite arrancársela por encima de la cabeza.
Luego va un paso más allá y se quita el top, mostrándome sus tetas, y
cuando se inclina hacia atrás para volver a unir nuestras bocas, casi me
corro al sentir sus pezones fruncidos rozándome el pecho.
Le subo las manos por la espalda para enredárselas en el cabello e
intensifico el beso hasta que gime en mi boca. El sonido es mi perdición, y
me muevo por instinto, poniéndola boca arriba y tirando hacia arriba para
quitarle los leggings y mi sudadera, antes de caer de nuevo entre sus muslos
abiertos y deslizar mi polla por su húmedo centro.
—¿Tienes idea de lo débil que me pones? —murmuro en la base de su
garganta, lamiendo y chupando su dulce piel mientras hablo—. ¿Tienes idea
de lo bien que sienta tener mi polla dentro de ti? Que te abriera y sintiera tu
pequeño coño apretándome con tanta dulzura. —Le acaricio la entrada con
mi polla, sin empujarla nunca, pero disfrutando de cada gemido que sale de
sus labios.
—Jacob, por favor —grita desesperada, levantando las caderas y
tratando de obligarme a que la penetre de nuevo. Mi muñequita sigue sin
escuchar.
Dejo caer una de mis manos y arrastro los dedos por su raja, bañando
mi mano en el calor resbaladizo de su coño, que ya está jodidamente
empapado. Su clítoris se hincha bajo mis caricias y tengo que contenerme
para no meterle la polla hasta el fondo hasta que me suplica que pare. En
lugar de eso, me conformo con hundirle dos dedos en el coño, sin darle
tiempo a adaptarse antes de empezar a meterlos y sacarlos de su interior.
—Creí haberte dicho, Alora, que si quieres algo, ven a buscarlo.
Alora
Me saca los dedos del coño y se deja caer contra el cabecero, en medio
de la cama, dejándome vacía y deseosa. Cuando inclino la cabeza hacia atrás
para mirarlo, me encuentro con que ya me está mirando, esperando a que
haga mi siguiente movimiento. No, esto no es lo que quería. Quería que me
forzara, que me arrebatara, que me hiciera olvidar el bien y el mal, y que
simplemente bailara con él en el gris. No quiero enfrentarme a mis deseos,
a mis verdades, quiero olvidar, quiero que el placer borre mi dolor.
—Quieres esto, mi muñequita, ¿por qué intentas negarlo? —sisea,
empuñando la base de su polla y acariciándola suavemente, obligándome a
girar mi cuerpo por completo para mirarlo—. Soy tuyo, Alora —jadea—. Me
haces tan jodidamente débil, así que ven y toma lo que te pertenece. —Cada
una de sus palabras acaricia mi piel como un movimiento de su lengua, y
me muevo antes de darme cuenta, pero me detiene con la mano—. Ah ah,
arrástrate hacia mí, despacio, amor.
Me quedo inmóvil, preguntándome hasta dónde llegaría por él, y luego
casi me río de tan ridículo pensamiento. Quiero decir, mira lo que ya he
hecho. Dijo que no hay línea que no cruzaría por mí, y no he dejado de
cruzarlas desde el momento en que lo apuñalé. Los dos estamos tan
trastornados como el otro, y si esto es lo que se siente al perder la cordura
y caer libremente en otro reino de la realidad, entonces voy a disfrutar del
viaje.
—¿Así? —pregunto, avanzando muy lentamente hasta ponerme de
rodillas al pie de su enorme cama. Sus piernas están ligeramente separadas,
con el espacio justo para mí, y gime, haciendo rodar el puño sobre la punta
de su polla goteante.
—Exactamente así —me escupe, sus ojos recorriendo cada centímetro
de mí—. Tan jodidamente bonita.
Me aarreglo en silencio bajo sus elogios, subiendo lentamente por la
cama y asegurándome de balancear las caderas de un lado a otro mientras
avanzo, disfrutando de la mirada oscura y perversa de sus ojos mientras me
observa. Cuando por fin llego a la mitad de su muslo, con su polla justo
debajo de mí, se me hace agua la boca. Lo quiero por todas partes y lo miro
hipnotizada y desesperada a la vez.
—¿Qué has dicho? —le pregunto con una sonrisa de satisfacción—.
¿Estabas esperando a ver si iba a apuñalarte o a chupártela?
Sus ojos brillan de placer al verme ceder por fin a sus juegos
depravados.
—No empieces con tu boca sabelotodo aquí o te la follaré de rodillas
—amenaza, y odio cómo mi coño se aprieta en respuesta.
—¿Es otra amenaza, doctor Baines? —susurro, y el puño sobre su
polla se detiene mientras me mira fijamente.
—No, es una promesa, señorita Parker. —Me agarra bruscamente,
tirando de mí hasta que estoy encima de su regazo, y puedo sentir su cálido
calor justo debajo de mí—. Ahora me temo que no tengo la compostura para
ser suave, así que por favor perdóname.
Se dispone a tomar de nuevo, y no puedo evitar sentir que he
suspendido algún tipo de prueba, así que antes de que pueda moverse, meto
la mano entre los dos y le meto el puño en la polla, colocándola en mi
entrada. Me la meto entera antes de que ninguno de los dos respire, y gruñe
en respuesta mientras ronroneo:
—Nunca he tenido delicadeza, así que ahora no la necesito.
Entonces empezamos a follar, duro y salvaje, con sus manos
agarrándome las tetas y la cintura, y las mías clavadas en sus hombros
mientras lo cabalgo. Nunca había sentido nada igual, estar aquí, recibiendo
en vez de dando, follando en vez de ser follada. Me siento eufórica, como si
mi pasado y lo que me pasó fueran irrelevantes, insignificantes, como un
subidón del que no quiero bajar nunca. Su polla me castiga, borrando a
todos los hombres que le han precedido, y con cada gemido gutural que sale
de sus labios, lo único que puedo hacer es follarlo más fuerte.
Mis piernas están a ambos lados de las suyas, a horcajadas sobre sus
caderas, mientras nuestra follada se vuelve frenética. Jacob me aprieta el
culo con tanta fuerza que sé que me dejará una marca, mientras me obliga
a rebotar cada vez más fuerte sobre su polla. La idea me vuelve loca porque
quiero sus marcas y lo sabe, como si se hubiera metido en mi mente y
hubiera leído todos mis pensamientos, y no sólo los que he derramado sobre
su sofá. Y no tiene miedo, no cree que esté rota, cree que soy poderosa, y
quiere que me lance a lo desconocido con él.
¿Puedo hacerlo?
Con su polla dentro de mí siento que puedo hacer cualquier cosa.
Me deslizo por él una y otra vez, enterrándolo cada vez más dentro de
mí, hasta que estoy completamente estirada para tomarlo. Y entonces me
penetra aún más, y jadeo, levantándome de nuevo y cubriéndolo con mi
excitación, antes de volver a clavármela hasta la empuñadura.
—Joder —gime, y veo que cada parte de él está a punto de desatarse,
y sé lo que necesita escuchar.
—Toma lo que necesitas, dámelo todo —susurro, y sus ojos buscan
en los míos cualquier duda, pero no la encuentra, no ahora.
Entonces me rodea la garganta con la mano y nos voltea hasta que mi
espalda choca contra el colchón, golpeándome desde arriba.
—Eres una chica tan buena, Alora, tan jodidamente húmeda y
apretada a mi alrededor, te encanta que te follen así, ¿verdad? —gritos salen
de mi garganta, robando cualquier respuesta a sus palabras mientras golpea
mi clítoris con cada chasquido de sus caderas—. Eso es, grita para mí, que
todo el mundo escuche lo fuerte que te hago correrte.
Sus palabras me roban el orgasmo, arrancándolo de mi cuerpo antes
de que pueda darme cuenta de que me ha reclamado. Todo mi cuerpo se
estremece y se sacude bajo él, que mantiene su implacable embestida
mientras le ruego que no pare.
—Jacob, sí, ahí mismo, no pares, por favor, no pares.
Los dedos que me rodean el cuello se tensan, casi me cortan el
suministro de aire mientras machaca mi coño hinchado.
—No he podido parar cuando se trata de ti desde el momento en que
te vi por primera vez. Eras tan hermosa y rota, y ahora mírate, tan perfecta
y poderosa, tomando mi polla como si estuviera hecha para ti y
ordeñándome hasta dejarme seco.
Creo que nunca he visto nada tan poderoso como él, retorciéndose
sobre mí como un Dios, sus músculos flexionándose y el sudor goteando por
su pecho. Sus manos agarrándome el cuello y la cadera, manos que
asesinaron a mis violadores a sangre fría y me suplicaron los nombres del
resto, castigándome ahora de una forma completamente distinta.
—Dime que eres mía —exige, esas cuatro palabras que me resultan
tan familiares y reconfortantes, pero que una vez más me dejan sin habla.
¿Soy suya? ¿Puedo serlo?
Nuestros gemidos y el húmedo roce de nuestros cuerpos llenan
cualquier silencio que mi respuesta pudiera llenar, y antes de que pueda
decir algo más, pega sus labios a los míos. Sus labios me encienden y su
polla me envía directamente al infierno, y todo lo que quiero es arder por él.
Cada parte de nuestros cuerpos se amolda mientras me folla sin descanso,
como si conociera cada parte de mí, como si fuera dueño de cada átomo, y
cuando otro orgasmo empieza a recorrerme en espiral, gruñe contra mi boca.
—Sí, eso es, dulce niña, córrete para mí, joder, sí. —Exploto en torno
a sus palabras, sintiendo cada centímetro de su polla mientras entra y sale
de mí, antes de que se derrame profundamente dentro de mí con un gruñido
ahogado, sus dientes hundiéndose en mi hombro.
Su cuerpo cae sobre el mío, su respiración entrecortada me acaricia
el hombro mientras su lengua lame las marcas de dientes que sin duda ha
dejado, y lo único que siento es placer. Estoy contenta. Ninguno de mis
demonios me nubla la mente, y siento una satisfacción enfermiza cuando
me doy cuenta de que me siento segura con él. Ha matado a mis monstruos
y quiere los nombres del resto, y si se los doy, sé que también los matará.
Sé que es una locura pensar así, pero llevo mucho tiempo sola. ¿Es
tan malo querer compartir mi carga con otra persona?
Jacob arrastra su lengua por el cuello hasta llegar a la oreja y me
susurra:
—He sangrado por ti, he matado por ti y moriría por ti, Alora, dime lo
que quieres y te lo daré.
Mil deseos se agolpan en la punta de mi lengua mientras sus dedos
se clavan en mis caderas, y puedo sentir su semen goteando de mí,
reclamándome, pero cuando por fin hablo todo lo que puedo decir es:
—Tengo hambre. —Siento la derrota en su cuerpo mientras sus
hombros caen ligeramente antes de que se eche hacia atrás y sonría.
—Voy a asearme —suspira, saca la polla de mi coño y se levanta de la
cama para ir al baño. Ni siquiera me he movido cuando vuelve con un paño
húmedo y vuelve a sumergirse entre mis muslos. Justo cuando creo que
está a punto de limpiar nuestro desastre, se agacha y utiliza dos de sus
dedos para recoger su semen y volver a metérmelo, y jadeo—. No querríamos
que se desperdiciara. —Sonríe guiñándome un ojo, rodeando mi agujero y
esparciendo su semen por todo mi cuerpo.
Cuando termina, se inclina y me besa en los labios, haciéndome
estremecer. Con solo ver su cabeza entre mis muslos, me olvido de nuevo de
mi hambre y otra necesidad empieza a aflorar en mi interior, pero se retira
casi tan rápido como vino y se va a vestir. Vuelve a ponerse su sudadera
gris, que no deja nada a la imaginación, sobre todo cuando sé lo bien que
se siente dentro de mí.
Dudo unos segundos antes de tomarlo y le doy las gracias en voz baja
mientras me lo pongo por la cabeza. De algún modo, después de todo lo que
hemos hecho, esto es lo más íntimo. La camisa está limpia, pero de algún
modo sigue oliendo a él, y me envuelve como un consuelo que nunca he
conocido. De nuevo dudo, porque nunca he tomado la mano de nadie, no
desde que tengo memoria, y lo sabe, lo hemos hablado en las sesiones. Le
dije lo sagrado que sería para mí hacer algo tan sencillo como esto, y aquí
está él, una vez más, ofreciéndome todo lo que nunca he tenido. Amor,
seguridad, aceptación, intimidad, y sin pensarlo, extiendo la mano y coloco
mis dedos temblorosos en los suyos, entrelazando nuestras palmas hasta
que se amoldan.
Bajamos las escaleras y me lleva a la misma silla en la que me senté
ayer, y esta vez la tomo sin mirar siquiera a la puerta principal. Luego me
paso la siguiente hora observándolo mientras pica y corta, asa y hierve,
hasta que nos damos un festín de filete, papas y un surtido de verduras, a
cada cual más deliciosa. La comida es increíble, y la delicadeza con la que
cocina aún más, y me encuentro deseando saberlo todo sobre él. Quiero
diseccionar toda su vida como ha hecho con la mía hasta que no quede ni
un solo secreto entre nosotros.
—Tengo algo para ti —interrumpe mis pensamientos, observándome
atentamente, antes de levantarse de la mesa y dirigirse hacia una gran caja
que hay en un rincón y a la que no había prestado atención.
Cuando la coloca en la mesa delante de mí, por primera vez juro que
noto los nervios que irradia, y me pregunto qué habrá dentro, pero cuando
alargo la mano para levantar la tapa, la pone encima, deteniéndome. Luego
da la vuelta a mi silla y se coloca frente a mí, arrodillándose a mis pies.
—Ya sabes que no hay nada que no haría por ti, Alora, y esto no es el
final, sólo espero que ahora podamos estar juntos en esto, porque nunca te
dejaré marchar.
Palabras, simples palabras que deberían asustarme, pero que me
hacen sentir viva, vista, deseada, y mi corazón late contra mi caja torácica
mientras asiento, volviendo mi atención de nuevo a la caja. Cuando levanto
la tapa, lo primero que veo es la parte superior de un montón de tarros, lo
que me confunde durante un segundo hasta que meto la mano dentro y
levanto uno. La bilis se me agolpa en la garganta al encontrarme frente a
frente con un corazón humano, el de Cooper, eso espero y supongo. Cuando
vuelvo a mirar a Jacob, me observa atentamente y ya puedo ver el contorno
de su polla, que vuelve a engrosar bajo sus pantalones.
El frasco no le molesta lo más mínimo, se inclina hacia mí y me rodea
el cuello con una de sus manos.
—Eres poderosa, eres libre, y voy a regalarte cada uno de sus
corazones en un tarro hasta que todos estén muertos.
Sus palabras son dulces y psicóticas a la vez, y por primera vez
extiendo la mano y lo toco, algo que lo sobresalta un poco, ya que coloco mi
mano tentativamente contra su mejilla, antes de posar mis labios
suavemente contra los suyos, un suave picotazo, antes de apartarme y
perderme en su mirada maníaca.
—Estoy lista —susurro, y sus ojos brillan de placer.
—¿Lista para decirme que eres mía? —pregunta esperanzado, pero
niego y frunce el ceño.
—No —digo en voz baja, pasándole el pulgar por los labios—. Este
gesto es... —Me detengo mientras señalo con la cabeza la caja, luchando por
encontrar las palabras—. Es un poco depravado y asqueroso, pero supongo
que así eres tú, y por muy psicótico que sea —meneo el tarro antes de volver
a meterlo en la caja—. Estoy lista para darte la lista —añado, observando y
esperando a que entienda.
Tarda un segundo, y entonces todo su comportamiento cambia, sus
ojos se vuelven negros, y el agarre de mi garganta se aprieta hasta robarme
el aliento. Entonces sus labios se posan en los míos, duros e insistentes,
como si me poseyera, agachándose y obligándome a rodearle con las piernas
antes de levantarme de la silla y estamparme contra la pared.
No sé si libera su polla o lo hago yo, pero en cuestión de segundos está
en mi entrada y empujando dentro de mí, follándome brutalmente hasta que
grito pidiendo más. Hay dientes y uñas, mordiscos y arañazos, besos y sexo,
tocamientos y reclamaciones hasta que ambos jadeamos completamente sin
aliento, y sólo entonces me sonríe.
—Entonces vayamos de caza, mi muñequita.
Jacob