Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
El Apoderado de Batonga
El Apoderado de Batonga
el apoderado de
batonga
tal como la escribio con lingo de
nad-sat batuchka
ruy xoconostle w.
en Las Arboledas, Estado deMéxico, en el año de dos mil tres
mi lle r & g im e n e z
ჶ
Mientras estaba sentado en el tribunal, le mandó un re-
cado su mujer: No te metas con ese justo, porque he
sufrido mucho hoy en sueños por causa de Él.
MATEO, 27.19
2003
EL BATONGA ERA UN ANFITEATRO DE PIEDRA BLANCA construido
para albergar a varios cientos de personas y adaptado de tal modo
que en su interior se llevaran a cabo transmisiones en vivo del
fido y la radio. El Batonga había sido concebido por una y sólo
una razón: enjuiciar y condenar a muerte a los enemigos de la fe
católica. A veces, el apoderado de Batonga –quien no podía ser
otro que el gobernador– decidía que los criminales ameritaban
una muerte de cruz, a veces que tenían que ser electrocutados en
una primitiva silla eléctrica fabricada en Tulsa, Oklahoma. En
ciertas ocasiones (las menos, hay que decirlo), la balanza se incli-
naba hacia la lobotomía. El único día realmente especial era la
Pascua. Durante dicha festividad, el Batonga procesaba a dos
hampones, y la audiencia tenía derecho a decidir, mediante el
voto electrónico, cuál de los dos podía salir libre y exonerado de
toda culpa. Viernes al mediodía. Día de Pascua de 2003.
El Avocado abandonaba las instalaciones del Batonga, cantu-
rreando de felicidad. Se subió a su coche y tomó su teléfono
portátil. Tecleó un correo:
Todo listo. Junior Junior ha sido condenado a morir achi-
charrado en la silla. La procesión del Batonga al dauntaun co-
menzará en unos cuarenta y cinco minutos. Calculamos que
habrá muerto para las seis de la tarde. Estén alertas.
El Avocado envió el mensaje. Por primera vez en años se
sintió relajado.
***
EL SR. TIC TAC vestía una túnica carmesí, ligera, quizá de lino. Ra-
pado a coco, con una larguísima uña en el dedo meñique izquier-
do se rascaba la comisura del labio. Enfrentaba un ventanal, el
cual ofrecía una espectacular vista del puerto de Veracruz.
Se notaba tenso.
Del otro lado del escritorio, El Avocado esperaba paciente-
mente una respuesta.
“Esta gente es mi responsabilidad”, dijo el Sr. Tic Tac, dán-
dole todavía la espalda a su interlocutor. “Eso es algo que la
compañía no entiende.”
“Se equivoca. La compañía entiende sus necesidades y las de
estos chelovecos.” El Avocado era un veco diminuto, disfrazado
con guayabera, caquis y bucket hat. Hablaba con voz rasposa. “El
único problema es que no merecen nuestras preocupaciones.”
“¿Por qué? ¿Porque son católicos?”
“Ajá. Porque son católicos.”
El Sr. Tic Tac suspiró.
“Pero son seres humanos”, recuperó la conversación y fi-
nalmente se volteó para tomar asiento.
“No, Batuchka Gobernador. Son católicos. Y nuestro objeti-
vo es muy claro.”
“¿Cuál objetivo? ¿Matar inocentes? ¿Destruir a los católicos
a como dé lugar?”
“Paroleado sea con todo respeto, creo que usted está per-
diendo el piso”, El Avocado encendió calmadamente un cancro.
“El objetivo de la compañía es instituir la religión yajudi y de
paso enviar un mensaje de salvación. Evidentemente, para lo-
grar ese fin tenemos que derrocar al catolicismo. ¿Destruirlo? Si
es necesario, que así sea.”
El Sr. Tic Tac se movió nervioso en su silla.
“Además, no entiendo su preocupación”, prosiguió El Avo-
cado. “Queremos que Junior Junior muera. Eso es todo. Y Ju-
nior Junior ni siquiera es católico. Es un buen yajudi; de hecho,
el mejor de todos.” El Avocado sonrió socarronamente. “Lo que
le quiero decir, Batuchka Gobernador, es que no le estamos pi-
diendo la golová de uno de sus adorados católicos, sino todo lo
contrario.”
El Avocado fumó.
“Ustedes no entienden nada. Nunca entienden nada”, paroleó
el Sr. Tic Tac con frustración.
“Supongo que debe ser difícil manejar este tipo de contradi-
cciones. Sobre todo después de pasar tanto tiempo entre seme-
jantes bestias.”
“Yo no estoy aquí para defender a un bando o a otro. Yo es-
toy aquí para impartir justicia.”
“¿Y algo de lo que hemos paroleado no le parece justo?”
“¡Junior Junior es inocente!”, el Sr. Tic Tac golpeó la mesa
con la mano abierta.
El Avocado fumó de nuevo. Casi al mismo instante, sonó su
teléfono móvil.
“Permítame un segundo.” Tomó el aparato: “¿Bueno?”
Aunque respiraba pesadamente, el Sr. Tic Tac trató de cal-
marse. La verdad es que lo exasperaba más la falsa tranquilidad
del veco del otro lado de la mesa.
“Jaudi, tich”, paroleó El Avocado con la mirada perdida. “Sí,
todo bien. Empezamos en veinte. Pero dile a tus simios que en
diez para que tengan todo listo... sí... sí... acá los esperamos...
adiós.”
Clic.
“¿En qué estábamos?”
“¿Quién era? ¿Ése Pellier?”
“Ajá.”
“¿No sabe nada?”
“Na. Estos católicos pendejos creen que los estamos ayu-
dando. Creen que somos parte de su grasña campaña para
deshacerse de Junior Junior. No son capaces de videar la cons-
piración adentro de la conspiración, por supuesto”, El Avocado
se encogió de hombros. “¿En qué estábamos?”, urgió.
“En que no voy a condenar injustamente a un inocente. Sim-
plemente no lo voy a hacer.”
“Vaya”, El Avocado se ajustó el cuello de la guayabera.
“Tich, voy a tratar de ser lo más persuasivo que sea posible. Por
favor dígame si me paso de la raya.”
“Lo haré, no se preocupe.”
“Estamos en medio de una gran operación. La más grande en
la historia de la compañía. Somos...”, El Avocado pareció bus-
car las palabras exactas con las manos, “...circuitos integrados a
un gran procesador que, número uno, siempre tiene la razón y,
número dos, siempre funciona apropiadamente y a tiempo”.
El Sr. Tic Tac elevó las cejas en señal de desaprobación.
“Ahora bien, la compañía espera que todos los circuitos tra-
bajen funcionalmente. Si uno no lo hace, es sustituido.”
“¡Bien! Por mí mejor. No quiero participar en esto.”
“Desgraciadamente, no es tan simple, Batuchka Goberna-
dor”, paroleó El Avocado con rapidez. “Estamos contando con
usted. No hay tiempo para hacer cambios de última hora.”
El Sr. Tic Tac miró su reloj. Las manecillas hicieron tic tac.
“Pues lo tendrán que implementar.”
“Cuando me pidieron que viniera para acá y me explicaron
la situación, pensé en la precisa manera en que esta operación
ha sido orquestada. Años de preparación para un solo fin de se-
mana. Justo este fin de semana. Allá afuera tengo un jején de
acarreados, se ha sobornado ya el canal del fido y dos de nues-
tros mejores agentes se han encargado de crear un caso en el
que Junior Junior resulte... inequívocamente culpable.”
“¿Y?”
“Usted sólo tiene que apretar el botón, tich.”
“Y no lo voy a hacer. En serio. Digan lo que digan, no lo voy
a hacer. No me importa a cuántos agentes negros como usted
envíen para amedrentarme”, el Sr. Tic Tac se cruzó de brazos y
la uña del meñique se recargó contra el bíceps derecho. “Lo
siento.”
El Avocado apretó los dientes.
“Usted tiene un trabajo qué hacer y una responsabilidad con
la compañía”, se levantó de la silla y apagó el cancro en el piso.
“En un rato enjuiciará a Junior Junior, lo condenará a ser freído
en la silla y el resto del equipo se encargará de que resucite el
lunes según está escrito en El Libro.”
“No lo haré. Y es mi última palabra.”
“¡Sí lo hará!”
“¡No!”
“¡Que sí con una chingada!”
“¡Puede besarme el culo!”
Pasaron varios minutos en silencio. El Avocado sacó de nuevo
el teléfono móvil. Lo puso sobre la mesa. Rompió el silencio:
“Sólo tengo que hacer una llamada, Batuchka Gobernador.”
El Sr. Tic Tac, que había pasado todo ese rato sentado, con la
mirada perdida en una de las paredes de su oficina, pareció re-
vivir de su sopor.
“¿Perdón?”
“Dije que sólo tengo que hacer una llamada.”
“¿Me está amenazando?”
“Le estoy avisando.”
El Sr. Tic Tac tragó saliva.
“¿Exactamente qué sucederá si... hace su llamada?”
“Alguien va a morir.”
“¿Yo, supongo?”
“No. Alguien cercano a usted.”
Rabiando, el Sr. Tic Tac trató de lanzarse contra El Avocado,
pero una terrible sensación en el pecho, un ardor y una opre-
sión, lo detuvieron y lo obligaron a hundirse en la silla. Después
de un minuto, el dolor terminó, y el Sr. Tic Tac se vio respiran-
do pesadamente, y mirando de soslayo a El Avocado.
“¿Por qué hacen esto?”, preguntó el Sr. Tic Tac con un aire
de desesperación. “¿Por qué?”
“El plan divino es más grande que usted y yo, Batuchka Go-
bernador. Y también que su esposa.” El Avocado recogió el telé-
fono. “¿Tenemos un trato?”
“Mi esposa es inocente. Ella no sabe nada”, desvarió el Sr.
Tic Tac. “Justamente hoy en la mañana...”
Ring ring. Era la secretaria desde afuera de la oficina.
Ring ring. Ring. Ring.
“¿No va a contestar?”
Con una gota de sudor corriéndole por la frente, el Sr. Tic
Tac apretó el botón.
“¿Si?”
“Lo busca el grupo del Oba Pellier.”
El Avocado asintió con la golová.
“Que pasen”, paroleó el Sr. Tic Tac. Un instante después, se
abrió la puerta. La nutrida comitiva, integrada por dos superieu-
res, uno encima de una silla mecánica y otro a pie, un enano y
un cheloveco de traje gris, se instaló en el espacioso cuarto.
“Oba Pellier”, saludó El Avocado sin levantarse. “Justamente
estaba cerrando un trato con el Batuchka Gobernador”, sonrió
macabramente. “¿Porque tenemos un trato, cierto?”
El Sr. Tic Tac se pasó la mano por la frente sudada. Volteó a
videar a El Avocado primero, y luego, con una profunda triste-
za, al Oba Pellier.
“Sí. Tenemos un trato. Un buen trato.”
***
***
***
Y otra vez:
“¡Empiezas en cinco, cuatro, tres...!”
“Nació de una virgen y su padre es un pajarraco”, inició el
rubio. “Este curioso sujetillo, virtuoso según quienes lo han se-
guido durante los tres últimos años de parranda y disturbios so-
ciales, vicioso por boca de aquellos que finalmente lo han traído
a la justicia, Junior Junior ha conspirado sistemáticamente con-
tra el régimen católico en el país de Penn. Alguna vez declaró
que su ‘reino no es de este mundo’, se considera una especie de
semidiós o hijodediós y se le acusa de planear con macabra
exactitud el asesinato del Oba Fainto. Pero el día de hoy las
huestes del Sr. Tic-Tac, gobernador del sector católico del Puer-
to de Veracruz lo presentan frente a usted, querido fidovidente,
para que decida si es culpable o no. ¡Marque 01-800 BATONGA o
escriba a voto@yostisforol.pn y haga valer su voz!”
En el fido apareció una foto de Veloe O., chiquilla, vestida
como bailarina de ballet, sonriente y feliz:
“Pocos pensarían que detrás de este rostro angelical se encu-
bre uno de los rasudoques criminales más peligrosos del país de
Penn. Veloe Oliñagaralli, miembra de la prominente familia de
los O. del Valle, ha participado en más de trescientos actos terro-
ristas con el Frente de Liberación Jóvenes Rábanos, incluyendo
aquel que recientemente acabó con la vida del querido Oba Fain-
to. ¿Merece morir achicharrada? ¡Marque 01-800 BATONGA o
escriba a voto@yostisforol.pn y decida por usted mismo!”
El rubio respiró hondo. Sudaba copiosamente. El choto se
apresuró a auxiliarlo.
Ring ring.
“¡Celular!”
La ptitsa corrió con el móvil.
“¿Bueno?”
“Estamos saliendo ahora. Sugiero que nos encuentre antes
de entrar a la sala si quiere entrevistar al apoderado de Ba-
tonga, batuchka Rubio. Y no olvide nuestro trato.”
“Pero...”
Clic.
El rubio no lo pensó dos veces:
“¡Necesito un camarógrafo, ahora!”
***
***
***
***
***
CLIC.
“Ahora vengo”, anunció El Avocado.
“¿Qué pasó?”
“Alguien trató de matar al Batuchka Gobernador.”
“¿Cómo? ¿Quién?”
“El Rubio. Y dijo que era Rábano. Lo cual quiere decir que
tenemos un chivato. Ya sea en el canal del fido. O en la com-
pañía.”
Francamente perturbado, El Avocado tomó sus cancrillos de
la mesa.
“¿Qué vamos a hacer ahora?”
“El juicio sigue. Pero todos esos culeros se me salen”, señaló
al staff del fido. “El programa se cancela.”
“Pero...”
“Hazlo, Giménez”, ordenó El Avocado con fuego en sus gla-
sos. “Cuando regrese no los quiero videar aquí.”
“A la orden.”
El Avocado desapareció. El Speculatorum Giménez respiró
hondo. Tomó su teléfono portátil. Marcó un número.
“¿Bueno?”
“¿Miller se metió?”, preguntó rápidamente el Speculatorum
Giménez.
“Sí. Fue muy rápido.”
“Lo siento, no conté con eso.”
“Todo se echó a perder.”
“Tranquilícese, tich. Lo necesito entero. El Avocado va para
allá. Está hecho una furia.”
“Lo sé.”
“¿El Rubio le dijo que era Rábano? Es decir, ¿lo paroleó
frente a todos?”
“Me parece que sí.”
“Eso es un problema.”
“No video por qué.”
“Los Jóvenes Rábanos son un invento de la compañía. Sólo
los miembros de la compañía sabemos eso. El Avocado sospe-
cha.”
“¿Y ahora?”
“Lo siento mucho. Se hizo lo que se pudo.”
“Yo también lo siento mucho.”
“Le deseo suerte, gobernador. Adiós.”
Clic.
No bien había apretado el botón de end, cuando el Sr. Tic
Tac volteó y videó la figura mínima de El Avocado.
“¿Por qué llora, Batuchka Gobernador?”
“Por el susto.”
“Marica. Parece que es porque no se le hizo que lo mataran.”
“Ganas no me faltan”, el Sr. Tic Tac se limpió los mocos de
la nariz con la palma de la mano.
“Bueno, termínenlo de maquillar que se nos está haciendo
tarde.”
“¿Y cómo piensa hacer el programa sin jóst?”
“Bueh, no vamos a tener programa.”
“Pero...”
“Deje de quejarse y póngase listo”, El Avocado le dio una
cachetada cariñosa. “En este show usted es la estrella.”
***
***
������������������������������������������������������������������
������������������������
����������������������������������������������
���������������������������������������������
����������������������������������������������������������������
�������
�����������������������������������������������������������
����������������������
�����������������
�������������������������������������������������
�������������������������������������������������
��������
�����������������������������������������������������������
������������������������������������������������������������
ჶ Copyright Rodrigo Xoconostle Waye, ®2003-2011
hackingrainbows.com
paiki.org
Esta obra está bajo una licencia Atribución-No comercial-No Derivadas 3.0 Unported de
Creative Commons. Para ver una copia de esta licencia, visite
http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/ o envie una carta a Creative Commons,
171 Second Street, Suite 300, San Francisco, California 94105, USA.