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presentamos a usted el cuento

el apoderado de
batonga
tal como la escribio con lingo de
nad-sat batuchka

ruy xoconostle w.
en Las Arboledas, Estado deMéxico, en el año de dos mil tres

para el volumen titulado

mi lle r & g im e n e z


Mientras estaba sentado en el tribunal, le mandó un re-
cado su mujer: No te metas con ese justo, porque he
sufrido mucho hoy en sueños por causa de Él.

MATEO, 27.19
2003
EL BATONGA ERA UN ANFITEATRO DE PIEDRA BLANCA construido
para albergar a varios cientos de personas y adaptado de tal modo
que en su interior se llevaran a cabo transmisiones en vivo del
fido y la radio. El Batonga había sido concebido por una y sólo
una razón: enjuiciar y condenar a muerte a los enemigos de la fe
católica. A veces, el apoderado de Batonga –quien no podía ser
otro que el gobernador– decidía que los criminales ameritaban
una muerte de cruz, a veces que tenían que ser electrocutados en
una primitiva silla eléctrica fabricada en Tulsa, Oklahoma. En
ciertas ocasiones (las menos, hay que decirlo), la balanza se incli-
naba hacia la lobotomía. El único día realmente especial era la
Pascua. Durante dicha festividad, el Batonga procesaba a dos
hampones, y la audiencia tenía derecho a decidir, mediante el
voto electrónico, cuál de los dos podía salir libre y exonerado de
toda culpa. Viernes al mediodía. Día de Pascua de 2003.
El Avocado abandonaba las instalaciones del Batonga, cantu-
rreando de felicidad. Se subió a su coche y tomó su teléfono
portátil. Tecleó un correo:
Todo listo. Junior Junior ha sido condenado a morir achi-
charrado en la silla. La procesión del Batonga al dauntaun co-
menzará en unos cuarenta y cinco minutos. Calculamos que
habrá muerto para las seis de la tarde. Estén alertas.
El Avocado envió el mensaje. Por primera vez en años se
sintió relajado.

***

EL SR. TIC TAC vestía una túnica carmesí, ligera, quizá de lino. Ra-
pado a coco, con una larguísima uña en el dedo meñique izquier-
do se rascaba la comisura del labio. Enfrentaba un ventanal, el
cual ofrecía una espectacular vista del puerto de Veracruz.
Se notaba tenso.
Del otro lado del escritorio, El Avocado esperaba paciente-
mente una respuesta.
“Esta gente es mi responsabilidad”, dijo el Sr. Tic Tac, dán-
dole todavía la espalda a su interlocutor. “Eso es algo que la
compañía no entiende.”
“Se equivoca. La compañía entiende sus necesidades y las de
estos chelovecos.” El Avocado era un veco diminuto, disfrazado
con guayabera, caquis y bucket hat. Hablaba con voz rasposa. “El
único problema es que no merecen nuestras preocupaciones.”
“¿Por qué? ¿Porque son católicos?”
“Ajá. Porque son católicos.”
El Sr. Tic Tac suspiró.
“Pero son seres humanos”, recuperó la conversación y fi-
nalmente se volteó para tomar asiento.
“No, Batuchka Gobernador. Son católicos. Y nuestro objeti-
vo es muy claro.”
“¿Cuál objetivo? ¿Matar inocentes? ¿Destruir a los católicos
a como dé lugar?”
“Paroleado sea con todo respeto, creo que usted está per-
diendo el piso”, El Avocado encendió calmadamente un cancro.
“El objetivo de la compañía es instituir la religión yajudi y de
paso enviar un mensaje de salvación. Evidentemente, para lo-
grar ese fin tenemos que derrocar al catolicismo. ¿Destruirlo? Si
es necesario, que así sea.”
El Sr. Tic Tac se movió nervioso en su silla.
“Además, no entiendo su preocupación”, prosiguió El Avo-
cado. “Queremos que Junior Junior muera. Eso es todo. Y Ju-
nior Junior ni siquiera es católico. Es un buen yajudi; de hecho,
el mejor de todos.” El Avocado sonrió socarronamente. “Lo que
le quiero decir, Batuchka Gobernador, es que no le estamos pi-
diendo la golová de uno de sus adorados católicos, sino todo lo
contrario.”
El Avocado fumó.
“Ustedes no entienden nada. Nunca entienden nada”, paroleó
el Sr. Tic Tac con frustración.
“Supongo que debe ser difícil manejar este tipo de contradi-
cciones. Sobre todo después de pasar tanto tiempo entre seme-
jantes bestias.”
“Yo no estoy aquí para defender a un bando o a otro. Yo es-
toy aquí para impartir justicia.”
“¿Y algo de lo que hemos paroleado no le parece justo?”
“¡Junior Junior es inocente!”, el Sr. Tic Tac golpeó la mesa
con la mano abierta.
El Avocado fumó de nuevo. Casi al mismo instante, sonó su
teléfono móvil.
“Permítame un segundo.” Tomó el aparato: “¿Bueno?”
Aunque respiraba pesadamente, el Sr. Tic Tac trató de cal-
marse. La verdad es que lo exasperaba más la falsa tranquilidad
del veco del otro lado de la mesa.
“Jaudi, tich”, paroleó El Avocado con la mirada perdida. “Sí,
todo bien. Empezamos en veinte. Pero dile a tus simios que en
diez para que tengan todo listo... sí... sí... acá los esperamos...
adiós.”
Clic.
“¿En qué estábamos?”
“¿Quién era? ¿Ése Pellier?”
“Ajá.”
“¿No sabe nada?”
“Na. Estos católicos pendejos creen que los estamos ayu-
dando. Creen que somos parte de su grasña campaña para
deshacerse de Junior Junior. No son capaces de videar la cons-
piración adentro de la conspiración, por supuesto”, El Avocado
se encogió de hombros. “¿En qué estábamos?”, urgió.
“En que no voy a condenar injustamente a un inocente. Sim-
plemente no lo voy a hacer.”
“Vaya”, El Avocado se ajustó el cuello de la guayabera.
“Tich, voy a tratar de ser lo más persuasivo que sea posible. Por
favor dígame si me paso de la raya.”
“Lo haré, no se preocupe.”
“Estamos en medio de una gran operación. La más grande en
la historia de la compañía. Somos...”, El Avocado pareció bus-
car las palabras exactas con las manos, “...circuitos integrados a
un gran procesador que, número uno, siempre tiene la razón y,
número dos, siempre funciona apropiadamente y a tiempo”.
El Sr. Tic Tac elevó las cejas en señal de desaprobación.
“Ahora bien, la compañía espera que todos los circuitos tra-
bajen funcionalmente. Si uno no lo hace, es sustituido.”
“¡Bien! Por mí mejor. No quiero participar en esto.”
“Desgraciadamente, no es tan simple, Batuchka Goberna-
dor”, paroleó El Avocado con rapidez. “Estamos contando con
usted. No hay tiempo para hacer cambios de última hora.”
El Sr. Tic Tac miró su reloj. Las manecillas hicieron tic tac.
“Pues lo tendrán que implementar.”
“Cuando me pidieron que viniera para acá y me explicaron
la situación, pensé en la precisa manera en que esta operación
ha sido orquestada. Años de preparación para un solo fin de se-
mana. Justo este fin de semana. Allá afuera tengo un jején de
acarreados, se ha sobornado ya el canal del fido y dos de nues-
tros mejores agentes se han encargado de crear un caso en el
que Junior Junior resulte... inequívocamente culpable.”
“¿Y?”
“Usted sólo tiene que apretar el botón, tich.”
“Y no lo voy a hacer. En serio. Digan lo que digan, no lo voy
a hacer. No me importa a cuántos agentes negros como usted
envíen para amedrentarme”, el Sr. Tic Tac se cruzó de brazos y
la uña del meñique se recargó contra el bíceps derecho. “Lo
siento.”
El Avocado apretó los dientes.
“Usted tiene un trabajo qué hacer y una responsabilidad con
la compañía”, se levantó de la silla y apagó el cancro en el piso.
“En un rato enjuiciará a Junior Junior, lo condenará a ser freído
en la silla y el resto del equipo se encargará de que resucite el
lunes según está escrito en El Libro.”
“No lo haré. Y es mi última palabra.”
“¡Sí lo hará!”
“¡No!”
“¡Que sí con una chingada!”
“¡Puede besarme el culo!”
Pasaron varios minutos en silencio. El Avocado sacó de nuevo
el teléfono móvil. Lo puso sobre la mesa. Rompió el silencio:
“Sólo tengo que hacer una llamada, Batuchka Gobernador.”
El Sr. Tic Tac, que había pasado todo ese rato sentado, con la
mirada perdida en una de las paredes de su oficina, pareció re-
vivir de su sopor.
“¿Perdón?”
“Dije que sólo tengo que hacer una llamada.”
“¿Me está amenazando?”
“Le estoy avisando.”
El Sr. Tic Tac tragó saliva.
“¿Exactamente qué sucederá si... hace su llamada?”
“Alguien va a morir.”
“¿Yo, supongo?”
“No. Alguien cercano a usted.”
Rabiando, el Sr. Tic Tac trató de lanzarse contra El Avocado,
pero una terrible sensación en el pecho, un ardor y una opre-
sión, lo detuvieron y lo obligaron a hundirse en la silla. Después
de un minuto, el dolor terminó, y el Sr. Tic Tac se vio respiran-
do pesadamente, y mirando de soslayo a El Avocado.
“¿Por qué hacen esto?”, preguntó el Sr. Tic Tac con un aire
de desesperación. “¿Por qué?”
“El plan divino es más grande que usted y yo, Batuchka Go-
bernador. Y también que su esposa.” El Avocado recogió el telé-
fono. “¿Tenemos un trato?”
“Mi esposa es inocente. Ella no sabe nada”, desvarió el Sr.
Tic Tac. “Justamente hoy en la mañana...”
Ring ring. Era la secretaria desde afuera de la oficina.
Ring ring. Ring. Ring.
“¿No va a contestar?”
Con una gota de sudor corriéndole por la frente, el Sr. Tic
Tac apretó el botón.
“¿Si?”
“Lo busca el grupo del Oba Pellier.”
El Avocado asintió con la golová.
“Que pasen”, paroleó el Sr. Tic Tac. Un instante después, se
abrió la puerta. La nutrida comitiva, integrada por dos superieu-
res, uno encima de una silla mecánica y otro a pie, un enano y
un cheloveco de traje gris, se instaló en el espacioso cuarto.
“Oba Pellier”, saludó El Avocado sin levantarse. “Justamente
estaba cerrando un trato con el Batuchka Gobernador”, sonrió
macabramente. “¿Porque tenemos un trato, cierto?”
El Sr. Tic Tac se pasó la mano por la frente sudada. Volteó a
videar a El Avocado primero, y luego, con una profunda triste-
za, al Oba Pellier.
“Sí. Tenemos un trato. Un buen trato.”

***

TRES FIGURAS ESPERABAN EN UN HALL DE MUROS BLANCOS. Una


era la de un cheloveco, joven y atractivo, con sotana. Otra, la de
una especie de enano. La última, una araña cuadrúpeda con al-
guien encima. Ese alguien paroleaba en voz baja a través de un
teléfono portátil.
Clic. El Oba Pellier apagó el móvil. La inmensa timba se
acomodó con placidez en el asiento de la mecnosilla, y los plie-
gues de grasa parecían acumularse a la manera de Mr. Bidendum.
“¿Y bien? ¿Qué dijo?”, preguntó el sotanudo.
Las patas de garfio de la mecnosilla se clavaban con seguri-
dad en el parquet.
“¿Qué dijo? ¿Qué dijo?”
En las paredes, una serie de monitores plasmáticos repetía
una y otra vez las imágenes de la entrada de Junior Junior al
Puerto de Veracruz.
“¿Qué dijo? ¡Anda, dime!”
Curiosamente, Junior Junior lo hacía en una mecnosilla simi-
lar a la del Oba Pellier, pero mucho menos sofisticada. En las
imágenes del fido, era custodiado por una valla de chelovecos
agitando palmas.
“Empiezan en diez”, dijo finalmente el Oba Pellier.
En ese mismo instante, el sotanudo, un Oba de nombre Dos-
narices, recibió un correo en su teléfono. Leyó y leyó y enton-
ces, sin darse cuenta, dejó escapar un:
“Andoni.”
Después de apretar un par de botones, guardó el aparato.
“¿Qué fue eso?”, interrogó el Oba Pellier.
“¿Qué fue qué?”
“Eso que dijiste.”
“¿Andoni? Ah, un nuevo restaurante que acaban de abrir en el
Valle. Es una costumbre que tengo, ya sabe, probar nuevos res-
taurantes. Y me llegan mensajes de inauguraciones al teléfono.”
“Cada vez que viene acá alguien del Valle me hacen sentir
como un provinciano”, croó el Oba Pellier. “Quiero un cancro.”
El enano se apresuró a sacar una cajetilla y se apeó junto a la
mecnosilla en movimiento. Encendió el cancro.
El Oba Pellier lo tomó y fumó.
“Tiene muchos yarbles para haber entrado así al Puerto”, pa-
roleó el Oba Dosnarices. “Pero ahora sí no lo dejamos ir.”
“¿Yarbles? Esos no son yarbles. Son mamadas. Pobre hijito
de perra.”
Las imágenes de Junior Junior avanzando con seguridad en
Boca del Río y azuzando a una turba de ciudadanos se inte-
rrumpieron bruscamente.
“Ya era hora. No queremos un mártir.”
En su lugar, apareció un cheloveco rubio con un blazer ama-
rillo huevo. Paroleó:
“Buenas tardes, querido auditorio”, la voz era ligeramente gan-
gosa. “Nos encuentramos ya en las instalaciones del Batonga, cen-
tro de justicia del sector católico del Puerto de Veracruz, donde
nos complace anunciar que el día de hoy tendremos un programa
muy especial, tanto que podemos decir, sin temor a equivocarnos,
que literalmente les arrancará los glasos de la cara.”
“¿Quién es este pendejo?”
“Ese pendejo es el pendejo que conduce el programa.”
“¿Amigo o enemigo?”
“Ni uno ni otro.”
“Dentro de unos minutos, el Sr. Tic-Tac enjuiciará finalmen-
te al peligroso terrorista yajudi... ¡Junior Junior!”, se eslusó un
coro de aplausos sintéticos, “¡Embaucador y hacedor de mila-
gros prefabricados, comunista de pacotilla, predicador de una
falsa doctrina, enemigo de la fe cristiana en el país de Penn y
azuzador de las masas!”
“¿No se está adelantando el pendejo?”
“Na, así es siempre la introducción.”
“¡Pero hay más! Se anexa al show de esta tarde una crimi-
nal que le ha sacado canas verdes a más de uno. Traidora de la
Única y Verdadera Fe, valleíta de nacimiento pero mancorna-
dora en el país de Penn, ¡Veloe Oliñagaralli!”, más aplausos
sintéticos, “ella es la presunta responsable del asesinato del
Oba Fainto el pasado 12 de marzo en el Hotel Delli. ¿Descu-
briremos que esta pérfida ex integrante de la gente bien cristia-
na forma parte de una conspiración horrorosamente más pro-
funda? ¡Quédense con nosotros!”
La imagen se disolvió y empezó una tanda de comerciales.
“¿Quién quedará libre?”, preguntó el Oba Dosnarices.
“¿Tú qué crees, guey?”
“¿La chica O.?”
“Ajá”, el Oba Pellier fumó. “Nuestro contacto me aseguró
personalmente que el gobernador hará todo lo que esté en sus
manos para xoder a Junior Junior.”
“Pero a ese puto le da frío que dejen vegetal a un yajudi.”
“Sí, es un mamón de mierda. Otro camorro yupi que heredó
el puesto de papi.”
“De ahí sacó lo vaclayo.”
“Además, realmente cree en la justicia ciega y toda esa mier-
da. Tic Tac. Tic Tac mis yarboclos.”
“Entonces el pedo vale verga si al putito se le hinchan los
yarbles de no xoder a Junior.”
“Pero no se le van a hinchar. Lo tenemos xodido por todos
lados. No se le pueden hinchar.”
“¿Y si se le hinchan? ¿Y si le da un ataque de ética a medio
juicio?”
“Sí, sé más de un caso de un pendejo hijo de perra que se
jamba en la noche un pedazo de pizza y en la madrugada le cre-
ce una conciencia.”
“O sea que puede suceder.”
“Si eso pasa, hacemos trampa. Lo amenazamos. Raptamos a
su esposa y la encerramos con los Millonarios de Cristo para
que le quiten lo rosado de la cara a punta de cogidas. Y si todo
sale mal, no importa: el Procurador de Justicia es nuestro.”
“¿En serio? ¿Quién es él?”
“De hecho ahi viene.”
Un flaco cheloveco de apariencia amanerada, disfrazado con
traje gris, corbata negra y anteojos de cristales rojizos, se acercó
a la mecnosilla.
“Batuchka Oba Pellier”, hizo una caravana.
“¡Speculatorum Miller! Justo hablábamos de usted.”
“Espero que no me esté metiendo la verga a mis espaldas.”
“No se me ponga de culo nomás.”
“Hey, así perdió el diablo.”
Risitas pringosas.
“Oba Dosnarices, le presento al Speculatorum Miller.”
“Speculatorum, bienvenido al infierno.”
Más risitas pringosas.
“El placer es mío.”
“Y... ¿cómo está mi pendejo favorito?”, paroleó el Specula-
torum Miller sacando vulgarmente la yasica. “Bueno, tenemos a
la rata de mierda lista y esperando en el Batonga. ¿Vamos?”
“A eso venimos.”
“Sólo quiero hacer antes una parada en la oficina del gober-
nador”, pidió el Oba Pellier. “Una vesche de nada.”
“Me encanta la idea.”
Los cuatro emprendieron el camino. Cuatro figuras caminan-
do apresuradamente por el pasillo de parquet y muros blancos.
El Oba Dosnarices se sonrió al dirigirse al Speculatorum
Miller.

“Lo videé en el fido”, le dijo.


“¿Ah, sí?”
“Hasta leí su pinche libro. Atacando al rabino. Muy impre-
sionante.”
“Mmm.”
“Es raro que Hollywood no lo haya llamado.”
“Uh.”
“Podrían hacer una mejor película que Serpico.”
El Speculatorum Miller rió fingidamente. Echó algo en su
boca. Un cacahuate. O una nuez.
“Le digo, Speculatorum Miller”, empezó el Oba Dosnarices,
“en todos los años que llevo en la iglesia católica y vaya que no
es poco tiempo, aunque me videe como un mocoso...”
“No, no.”
“... este Junior Junior es sin duda el cabrón más depravado y
degenerado que he tenido el disgusto de conocer.”
El Speculatorum Miller echó otro cacahuate en su boca. O
nuez.
“Junior Junior es la muestra fehaciente de lo pendejamente
xodido que está el sistema”, carraspeó el Oba Dosnarices.
“No me dé cuerda Oba, no me dé cuerda”, dijo el Specu-
latorum Miller.
“Dosnarices, llámeme Dosnarices.”
“¿Cuánto lleva usted en el caso, Speculatorum Miller?”
“De hecho, soy nuevo.”
“Ah, nuevo.”
“Pero no se preocupe, odio al vaclayo. Me caga su demago-
gia. Me cagan, en general, las mamadas que hace. No hay nada
peor que un jipi mezclado con yupi que expulsa demonios, re-
sucita a los muer- tos y arrastra a las masas.”
“¿Supo del empresario que revivió?”
“¿Lazar O.? Pura faramalla. Puro teatro.”
“¿Y con un toque burgués, no?”
“Ah sí, ese Junior Junior se las da de veco educado. También
me cagan los ricos, por si se lo preguntaban.”
“Yo soy rico, Speculatorum”, rió el Oba Pellier, “así es que
no me esté chingando”.
“No me caga lo rico sino lo fino”, ladró el Speculatorum Mi-
ller, “y usted no tiene finas ni las tetas que le cuelgan hasta las
rodillas”.
El Oba Pellier rió estridentemente, y un pequeño riachuelo
de saliva se escapó de su boca. Mientras se limpiaba con el bra-
zo, comentó entre dientes:
“Ese estuvo bueno.”
“Sólo por curiosidad”, paroleó el Oba Dosnarices, “siempre
he pensado que la figura del speculatorum no existe en el país
de Penn. ¿Estoy en lo correcto?”
“Totalmente”, respondió el Speculatorum Miller con un ex-
traño aire docto, “acá tienen marshalls, no speculatorums”.
“¿Y usted puede operar acá?”
“Bueno, estamos en la mitad católica del Puerto. Técnica-
mente, este territorio pertenece al Pretor Grandeur.”
“Junior Junior será juzgado bajo las leyes del Valle”, intervi-
no el Oba Pellier.
“Interesante.”
“Y se va a poner mejor. Le vamos a meter la verga por el
culo”, babeó el Speculatorum Miller al echarse otro cacahuate o
nuez a la rota (al parecer los tomaba de una bolsa de su saco).
“Se la vamos a meter tan adentro que le van a tener que pasar
una cuchara para que no se muerda la yasica. Se la vamos a me-
ter tan adentro que no se va a poder sentar de aquí a que lo frían
en la silla.”
“Es bueno videarlo motivado”, tosió el Oba Dosnarices.
El enano, vestido con payasito de licra y zapatillas negras,
exclamó:
“Pachis. Pachis!”
“Cuéntele, Speculatorum Miller, cuéntele al Oba Dosnarices
como piensa...”
“¿Meterle la verga por el culo a Junior Junior?”
“Exactamente.”
“Bueno, tenemos audio y video de los hechos. Horas y horas de
pietaje sobre cómo se llevó a cabo el asesinato del Oba Fainto.”
“Pero...”, interrumpió el Oba Dosnarices.
“¿Qué?”
“¿No va a ayudar eso a que se condene a la chica O. y se
libere a Junior Junior?”
“¿La chica O.? ¿Esa jamba de quinta con piel de oveja de
clase alta?”
“La misma.”
“Nop. Ni madres. A ella la trajimos para distraer al jurado.”
“Ah, ya veo.”
“Esto es lo bello del asunto: nuestras cintas muestran que la
chica O. y Junior Junior trabajaron juntos en el asesinato del
Oba Fainto. Y lo que es mejor, que la rata de mierda fue el autor
intelectual.”
“¡Maravilloso!”
“Ella quedará como una pobre postadolescoiteante manipu-
lada para fines perversos. Él, como el líder del Frente de Libe-
ración Jóvenes Rábanos.”
“¿Y es cierto?”
El Speculatorum Miller se cruzó de brazos:
“¿A quién chingados le importa? Lo que la audiencia quiere
es que frían a un culero y suelten a otro”, el Speculatorum Mi-
ller se hurgó la nariz. “Así se estila en la Pascua.”
“¿Van a mostrar ese material en la corte?”
“A huevo. Lo cedimos al canal.”
“¿Lo cedieron al canal?”
El Speculatorum Miller escupió.
“Yep. Va a ser un buen programa.”
“Qué agradable sorpresa”, dijo el Oba Dosnarices.
“¿No es grandioso el amor?”, exclamó el Oba Pellier y todos
rieron.
“¡Esa es la verdad!”
“Es como esa otra mentira”, paroleó el Oba Dosnarices, “esa
de ‘el amor mueve al mundo’”.
Todos volvieron a reír y luego el Oba Dosnarices se dirigió
al Speculatorum Miller: “¿Cómo fue que un buen veco como
usted se especializó en psíquicos y maquiladores de milagros?”
“Bueno Dosnarices, suelo recomendar que tu amá pierda la
vida por culpa de uno, así le agarras un interés muy especial al
tema.”
“¿Qué pasó?”
“Nací en Coahuila y pasé la primer parte de mi vida allá.”
“No tiene el acento.”
“Es que no quiero hablar como esos pendejos.”
“Hey, mi madre era de Coahuila.”
“Me refiero los otros pendejos, los Monterrellenos.”
El Oba Dosnarices puso cara de “ah”.
El Speculatorum Miller continuó:
“En fin, yo tenía ocho años y mi amá me llevó a la Alameda.
Fue el mismo día que Gingiamén Pectórideo subió a la torre del
Tecnológico de Saltillo y empezó a estallarle la golová a la gente.”
“¿El pendejo psíquico?”
“El mismo.”
“¿Y usted estaba con ella?”
“Oh sí.”
Después de una pausa, el Speculatorum Miller prosiguió:
“Lo curioso es que no eslusé nada. Estoy con mi amá y de re-
pente... su pecho explota. Cae al pasto y yo sólo la estoy vi-
deando. Su brazo se desprende del tronco, su cadera explota y
yo no esluso nada... ¡PUM! Su pecho explota.”
Una lágrima corrió por el rostro del Oba Dosnarices.
“Me pasé el resto del día en el pasto, comido vivo por las
hormigas, preguntándome ‘¿qué le pasó a mi amá?’, sabe...”
El Oba Dosnarices asintió.
“Desde entonces tengo una fuerte opinión sobre la mierda
que permite que surjan estos psíquicos enfermos en la cultura
fast-food mexicana. Pero no la expreso por una cosa ahí rara de
autodisciplina.”
El Oba Dosnarices pasó su brazo por los hombros de Miller.
“Y lo haces muy bien, Miller. ¿No te molesta que te hable de
tú?”
“Para nada”, el Speculatorum Miller tragó otro cacahuate o
nuez. “No soy bueno”, se chiveó, “sólo hago lo que tengo que
hacer. Aunque a veces parezca que me la estoy mamando”.
“¿Aunque involucre agresión?”
“Hey, usted es un veco religioso, así es que le puede costar
trabajo entenderlo, pero si hay que echar mano de la violencia
para hacer bien las vesches, lo hago.”
“Interesante.”
“Este gordo mamón me conoce”, bromeó el Speculatorum
Miller picoteándole el ombligo al Oba Pellier, y el superieure se
carcajeó. “Él puede contarte.”
“Mejor cuéntame tú, Miller.”
“Está Twinkle Kotzwinkle, por ejemplo.”
“¿Twinkle Kotzwinkle?”
“Un hitman. Especializado en trabajos íntimos.”
“¿Me podrías explicar qué chingados es un trabajo íntimo?
Recuerda que soy un veco religioso.”
Todos rieron. Hasta el enano eructó un “pachis pachis!” ner-
vioso.
“Trabaja cuerpos. Desfigura rostros, sabe provocar parálisis,
destrozar órganos internos sin que se note en el exterior. Ade-
más, es un experto en tortura dental.”
“¿Tortura dental?”
“Sí, tortura dental. ¿Sabe lo que es eso?”
El Oba Dosnarices arqueó las cejas y paroleó:
“No sé... ¿como hacer una endodoncia sin anestesia?”
Sonriendo, el Speculatorum Miller le pegó al Oba Dosnari-
ces en el pecho. “Ea, el sotanudo sabe lo suyo.”
De nuevo: risitas pringosas.
“Pero platíquenme que hacen ustedes para detener el alud de
hacedores de milagros, curanderos y psíquicos que abarrota el
país de Penn”, pidió el Speculatorum Miller.
“Bueno, lo usual es que el Batonga los procese como enfer-
mos mentales”, explicó el Oba Dosnarices. “Tenemos un ejérci-
to de chrins aquí. Culeros que hablan de manía, esquizofrenia,
multifrenia y obsesiones. Personalmente, me cagan los yarbles.
Todo es orgullo, arrogancia, pura cala.”
Los cuatro llegaron al final del pasillo. Un pequeño escrito-
rio de acero inox con una ptitsa sentada en él, era lo único que
contrastaba con la blancura del mesto.
“¿Les puedo ayudar en algo?”, preguntó la ptitsa.
“Venimos a videar al gobernador”, paroleó el Oba Pellier
desde su mecnosilla.
“¿A quién anuncio?”
“Al grupo del Oba Pellier”, intervino el Oba Dosnarices.
“Un segundo”, la ptitsa apretó un botón. Silencio. En el Pro-
gramusic sonaba No Surprises de Radiohead en versión MIDI.
“¿Si?”
“Lo busca el grupo del Oba Pellier.”
“Que pasen.”
“Pueden pasar”, paroleó la ptitsa. “Pachis, pachis.”
La pared inmaculada pareció rasgarse en dos. Una enorme
puerta neumática se abrió, y de inmediato una docena de robots
escaneó a los cinco con glasos mecánicos. Después de la minu-
ciosa revisión, abrieron otra puertecilla. Ahí estaban el Sr. Tic
Tac, con su túnica carmesí, y El Avocado, con guayabera y
bucket hat. La mecnosilla, haciendo scrinch scrinch, fue la pri-
mera en entrar.
“Oba Pellier”, saludó El Avocado sin levantarse.

***

EL BATONGA SE ENCONTRABA SILENCIOSO. Los miembros del crú


se movían lentamente de un lado a otro, en un vulgar ballet co-
reografiado del mismo modo, semana tras semana, en la misma
hora y el mismo canal. Gaffers, best boys, extras y un jurado de
pacotilla. Todos parecían sedados.
El Speculatorum Giménez entró por una de las portezuelas
traseras y tomó asiento en el escritorio reservado a los procura-
dores de justicia. Puso el portafolios encima.
En esos instantes, videó una figura familiar. Era El Avocado,
caminando con las manos en los bolsillos. Muy jovial, llegó hasta
su lugar, en donde se arrimó una silla para fumar un cancro. Le
ofreció uno al Speculatorum Giménez, pero éste se negó.
“Como quiera”, fumó. Después de unos segundos, graznó:
“¿Lo sientes, Giménez?”
“¿Qué?”
“El silencio en el aire.”
“Ajá.”
“Es algo que no quieres en un juzgado. Menos en un juicio
que se va a transmitir por el fido. Silencio.”
El Speculatorum Giménez se rascó la oreja izquierda.
“Junior Junior provoca esta atmósfera”, El Avocado se aco-
modó el bucket hat. “Tiene de gulivera a este puto país, te digo.
Armando sermones aquí, devolviéndole la vista a los ciegos allá.”
“Es malo para la estabilidad, supongo.”
“Los católicos creen que el país de Penn es un antro retacado
de psíquicos y chelovecos con poderes mentales pensando vein-
ticuatro por siete cómo meterle la pinga a su ridículo Pretor
Grandeur. Lo que pocos saben es que los psíquicos no sólo son
peligrosos para el Valle, sino para los estados del Golfo.”
“¿No los pueden controlar? ¿Meterlos a cárceles?”
“Las del Valle están al doscientos por ciento de su capacidad.
Y el gomierdo yajudi no ayuda en nada.”
“¿Por qué no?”
“Les gusta, claro. Putos yajudis. Les encanta producir mila-
greros. Es como el deporte nacional jarocho”, El Avocado ca-
rraspeó. “Esto no es un país, es una bomba de tiempo”, añadió.
“Totalmente de acuerdo, tich.”
El Avocado fumó y dijo, muy serio:
“Fríe al culero, Giménez. Fríelo para que todos nos podamos
ir a casa.”
“Batuchka”, el Speculatorum Giménez se acercó a El Avoca-
do, “de nuestra parte todo salió bien. Entiendo que la compañía
lo haya enviado para supervisarnos, pero le puedo asegurar que
no tiene por qué preocuparse. El caso está armado y Junior Ju-
nior va a morir. Eso es un hecho”.
“No lo decía por la compañía, sino a título personal”, El
Avocado exhaló humo. “Llevo mucho tiempo aquí. Ya no lo
soporto. Odio a los católicos y a los yajudis. Encuentro este
conflicto... irrelevante... irritante.”
“Ya veo.”
“Por eso, desde hace tiempo llevo conmigo la fantasía secre-
ta de que una vez que el asunto Junior Junior se acabe, podré
empacar y regresar a casa.”
Ring ring. Sonó el móvil del Speculatorum Giménez.
“¿Bueno? ¿Qué sucede?” Le pasó el aparato a El Avocado.
“Es para usted, tich.”

***

EL CHELOVECO RUBIO DEL BLAZER AMARILLO HUEVO sujetó con


fuerza el micrófono. Una ptitsa armada con diadema y tableta le
marcó su entrada proxémicamente.
“Buenas tardes, querido auditorio. Nos encontramos ya en
las instalaciones del Batonga, centro de justicia del sector cató-
lico del Puerto de Veracruz, donde nos complace anunciar que
el día de hoy tendremos un programa muy especial, tanto que
podemos decir, sin temor a equivocarnos, que literalmente les
arrancará los glasos de la cara.”
“Dentro de unos minutos, el Sr. Tic-Tac enjuiciará finalmen-
te al peligroso terrorista yajudi... ¡Junior Junior! ¡Embaucador y
hace- dor de milagros prefabricados, comunista de pacotilla,
predicador de una falsa doctrina, enemigo de la fe cristiana en el
país de Penn y azuzador de las masas!”
“¡Pero hay más! Se anexa al show de esta tarde una criminal
que le ha sacado canas verdes a más de uno. Traidora de la Úni-
ca y Verdadera Fe, valleíta de nacimiento pero mancornadora en
el país de Penn, ¡Veloe Oliñagaralli!, presunta responsable del
asesinato del Oba Fainto el pasado 12 de marzo en el Hotel De-
lli. ¿Descubriremos que esta pérfida ex integrante de la gente
bien cristiana forma parte de una conspiración horrorosamente
más profunda? ¡Quédense con nosotros!”
La ptitsa de la diadema corrió con el rubio y tomó el micró-
fono. Un choto se acercó y polveó el litso de la estrellita.
“¿Cómo va?”, les preguntó el rubio.
“Lo hiciste perfecto, maravilloso”, exclamó el choto.
“Celular”, ordenó y la ptitsa se lo dio en el acto.
El rubio marcó un número.
Esperó pacientemente.
“¿Bueno?”
“¿Bueno?”, dijo la voz del otro lado.
“Soy yo de nuevo.”
“Jaudi, tich”, paroleó la voz del otro lado.
“¿Vamos bien?”
“Sí, todo bien. Empezamos en veinte. Pero dile a tus simios
que en diez para que tengan todo listo.”
“Esluse, es importante que tenga mi one-on-one con el Sr.
Tic Tac. Recuerde: un camarógrafo y yo.”
“Sí.”
“¿Es un hecho?”
“Sí... acá los esperamos... adiós.”
El rubio videó con fastidio su teléfono móvil. La ptitsa pre-
paraba de nuevo los dedos: “¡Empiezas en cinco, cuatro,
tres...!”, el dos y el uno se volvieron mudos, y de nuevo la ptitsa
lanzó la señal de entrada.
Más repuesto, el rubio reinició: “Buenas tardes, amigos y
amigas y bienvenidos sean a este programa de variedad y diver-
sión chispeante. El día de hoy el Sr. Tic-Tac enjuiciará a dos
peligrosos criminales, pero sólo uno de ellos morirá en la silla,
crucificado o ba- beará de por vida... ¡gracias un lindo trabajo
de lobotomía! Todo lo que verán es real: si llega hasta ustedes el
olor de la carne achicharrada es porque, efectivamente, ¡están
friendo a un malhechor!”
“Durante la emisión de hoy videarán dramatizaciones de
hechos criminales recreados cui-da-do-sa-mente con base en las
evi- dencias presentadas por la procuraduría del Sr. Tic-Tac;
asimismo, presentaremos entrevistas ex-clu-si-vas con amigos y
familiares de los susodichos, así como una charla con el mismí-
simo Sr. Tic Tac.”
“Y no olviden que aquí el más importante ingrediente ¡es us-
ted! Su voto es vital: opine sobre quién debe irse a la silla y quién
a su casa marcando al 01 800 BATONGA y esluse cuidadosamente
las instrucciones que le dará nuestra operadora sintética, o envíe
un correo a voto@yostisforol.pn, poniendo en el tema el nombre
de pila del acusado que desea tatemar. O si sólo desea comunicar-
se con nosotros y decirle algo a estos esquivos canallas, marque
el 01 800 EN VIVO y pasaremos su llamada al aire.”
“¡Recuerde que todos los votos participarán en la rifa de un
auuuuuuuuuuuuuuto que tan diligentemente custodian nuestras
ede- carnes la Exhuberante Griega Yanine y la Kinki y Rasposa
Paula-Pau! ¡Ya volvemos después de esta pausa comercial!”
Más polvo y lambisconeadas. Y en el fido:

Este programa es traído hasta usted por Mazola con Mazola


no está sola por Jetta todos tienen uno en la golová y por Maes-
tro Limpio tanto limpia que de limpio usted se videa. Le recor-
damos que el costo del voto es de diecinueve coma cincuenta
dólares y la rifa del compacto último modelo es monitoreada
por el Ministerio de Gobernación con permiso ocho ocho trece
diecisiete catorce uno ve chica be grande hache.

Y otra vez:
“¡Empiezas en cinco, cuatro, tres...!”
“Nació de una virgen y su padre es un pajarraco”, inició el
rubio. “Este curioso sujetillo, virtuoso según quienes lo han se-
guido durante los tres últimos años de parranda y disturbios so-
ciales, vicioso por boca de aquellos que finalmente lo han traído
a la justicia, Junior Junior ha conspirado sistemáticamente con-
tra el régimen católico en el país de Penn. Alguna vez declaró
que su ‘reino no es de este mundo’, se considera una especie de
semidiós o hijodediós y se le acusa de planear con macabra
exactitud el asesinato del Oba Fainto. Pero el día de hoy las
huestes del Sr. Tic-Tac, gobernador del sector católico del Puer-
to de Veracruz lo presentan frente a usted, querido fidovidente,
para que decida si es culpable o no. ¡Marque 01-800 BATONGA o
escriba a voto@yostisforol.pn y haga valer su voz!”
En el fido apareció una foto de Veloe O., chiquilla, vestida
como bailarina de ballet, sonriente y feliz:
“Pocos pensarían que detrás de este rostro angelical se encu-
bre uno de los rasudoques criminales más peligrosos del país de
Penn. Veloe Oliñagaralli, miembra de la prominente familia de
los O. del Valle, ha participado en más de trescientos actos terro-
ristas con el Frente de Liberación Jóvenes Rábanos, incluyendo
aquel que recientemente acabó con la vida del querido Oba Fain-
to. ¿Merece morir achicharrada? ¡Marque 01-800 BATONGA o
escriba a voto@yostisforol.pn y decida por usted mismo!”
El rubio respiró hondo. Sudaba copiosamente. El choto se
apresuró a auxiliarlo.
Ring ring.
“¡Celular!”
La ptitsa corrió con el móvil.
“¿Bueno?”
“Estamos saliendo ahora. Sugiero que nos encuentre antes
de entrar a la sala si quiere entrevistar al apoderado de Ba-
tonga, batuchka Rubio. Y no olvide nuestro trato.”
“Pero...”
Clic.
El rubio no lo pensó dos veces:
“¡Necesito un camarógrafo, ahora!”

***

EL SR. TIC TAC SE PASÓ LA MANO POR LA FRENTE SUDADA. Volteó


a videar a El Avocado primero, y luego, con una profunda tris-
teza, al Oba Pellier.
“Sí. Tenemos un trato. Un buen trato.”
“¡Perfecto! Como dicen, es mejor un buen trato que un mal
pleito“, El Avocado aplaudió. “Y ahora, vamos todos al Ba-
tonga.”
“Buenas tardes, yo soy el Oba Dosnarices”, saludó el supe-
rieure extendiendo la mano. “¿Quién es usted?”
“Yo no soy nadie”, replicó El Avocado con desprecio y
caminó afuera de la oficina. Le siguieron el Sr. Tic Tac, el
Speculatorum Miller, el enano y, con un dejo de perplejidad, los
dos obas.
Los seis llegaron al inmaculado pasillo blanco y de inme-
diato un aparato de seguridad formado por diez, quizá doce ro-
bots, se les pegó. Una portezuela se abrió en el piso y apareci-
eron unas escalinatas. Bajaron por ellas y pronto se videaron en
un túnel.
El Avocado se apartó un poco y tomó su teléfono móvil.
Marcó un número.
“¿Nos acompaña?”, paroleó el Speculatorum Miller.
“Ahora los alcanzo”, dijo El Avocado.
“Okey.”
Ring. Ring.
Del otro lado:
“¿Bueno?”
“Estamos saliendo ahora. Sugiero que nos encuentre antes de
entrar a la sala si quiere entrevistar al apoderado de Batonga,
batuchka Rubio. Y no olvide nuestro trato.”
Clic.
El Avocado se reintegró al grupo. Al notar el tenso ambiente,
quiso romper el hielo.
“¿Todo en orden, Batuchka Gobernador?”, preguntó.
“Todo en orden”, repitió el Sr. Tic Tac, con la mirada un
poco perdida.
“Estamos felices de que finalmente Junior Junior haya sido
traido a la justicia”, añadió el Oba Pellier.
“Bueno, para eso estamos aquí. Para hacer de Junior Junior
un caso ejemplar”, dijo el Sr. Tic Tac.
“¿Por qué no lo habían hecho antes?”
“Estaba todo listo pero el culero hacía otro milagro y el pro-
ceso legal tenía que empezar de nuevo”, intervino el Specula-
torum Miller.
“Suena como una hemorroide de la que no te puedes librar”,
dijo el Oba Pellier.
De nuevo caminaron en silencio. Sólo se eslusaban las got-
eras que inundaban el túnel.
“¿Qué será?”, preguntó súbitamente el Oba Dosnarices.
“¿Silla eléctrica? ¿Crucifixión? ¿Lobotomía?”
“Bahía Lobotomía”, instruyó el Speculatorum Miller, “Vege-
talandia, Casa de los Milagreros Locos”.
“Sabía que podíamos contar contigo. Eres una celebridad.
Quince años en la fuerza. Un bestseller agotado en Sanborns”,
sonrió El Avocado.
“Les faltó decir que es todo un Pat Garret moderno”, paroleó
el Sr. Tic Tac.
El Speculatorum Miller sonrió.
Se detuvieron frente a la puerta que llevaba a la corte. El
Oba Pellier le ofreció su mano al Sr. Tic Tac.
“¿Tenemos a nuestro veco?”
La mano en el aire.
Respirando hondo, el Sr. Tic Tac la tomó y asintió con la
golová.
En esos momentos, apareció de la nada el cheloveco rubio
del blazer amarillo huevo, acompañado por un camarógrafo.
“¡Gobernador!”
“¿Qué es esto?”
“¡Sólo un miembro de la prensa libre!”
Antes de que la escolta le cayera encima al rubio, El Avo-
cado intervino. Los robots se engarrotaron al instante cuando
dio un paso hacia ellos.
“Sugiero que el batuchka lo acompañe mientras lo maquil-
lan, Sr. Tic Tac“, paroleó. “Déle cinco minutos, no más.”
“Claro.”
“Yo lo acompaño”, se ofreció el Speculatorum Miller.
“No es necesario”, dijo con fastidio el Sr. Tic Tac.
“Sí es necesario”, paroleó El Avocado levantando las cejas.
“Bien, si usted lo dice”, graznó el Sr. Tic Tac y se desvió por un
pasillo, seguido de los vecos del fido, el Speculatorum Miller y
los robots guarros.
El Avocado se dirigió a los superieures.
“Padrecitos, los videaré más tarde.”
Las puertas se abrieron y el juzgado, aunque hormigueaba
con parroquianos, parecía mantenerse en un extraño silencio
rumoroso. Los obas se despidieron y El Avocado caminó, er-
rante, con las manos en los bolsillos. Poco después, lo detuvo el
Speculatorum Giménez.
“Batuchka Avocado”, saludó respetuosísimo.
“Giménez”, paroleó El Avocado sin voltear a videarlo.
“¿Cuál es su lugar?”
“Por acá.”
Al llegar al escritorio, El Avocado se arrimó una silla y
encendió un cancro. Le ofreció uno al Speculatorum Giménez,
pero éste se negó.
“¿Lo sientes, Giménez? ¿El silencio en el aire?”
“Ajá.”
“Es algo que no quieres en un juzgado. Menos en un juicio
que se va a transmitir por el fido. Silencio.”

***

EN UNA ESQUINA DEL BATONGA, CON OVEROL COLOR NARANJA,


estaba Veloe O. El rostro desfigurado e hinchado. Encadenada
de pies y manos. En la otra, y en similares condiciones, Junior
Junior, custodiado por dos pretorianos.
“Le damos la bienvenida al interventor del Ministerio de
Gobernación”, anunció un locutor con voz de trombón, “el li-
cenciado Polofox Poyomá, quien dará fe de la legalidad de este
proceso”.
El litso del interventor apareció brevemente en una de las
pantallas gigantes de la corte; el Batonga era una especie de
anfiteatro y estaba rodeado, a manera de paredes y techos, por
piezas de plástico cubiertas con una fina película que se
oscurecía o aclaraba a control remoto. Un graderío de piedra
blanca formaba anillos concéntricos que terminaban en un
ruedo de considerables proporciones. Ahí se levantaba el
pódium del gobernador, los escritorios de los procuradores de
justicia y las cabinas en las que se encontraban los acusados.
Curiosamente, las cámaras del fido estaban abandonadas.
Ningún miembro del staff se videaba cerca del lugar.
“Por favor, todos de pie.”
Con una musiquilla grandielocuente de fondo, surgió el Sr.
Tic Tac, impulsado desde el sótano del ruedo por un elevador.
Se mostró con túnica carmesí, el litso pintado de blanco y los
brazos extendidos. Desde el techo, una máquina le arrojaba
pétalos de rosa. Se eslusó una versión cantada del Padre Nues-
tro y después el locutor paroleó: “Pueden sentarse”, y el Sr. Tic
Tac tomó asiento en el pódium principal.
“Ante esta corte me permitiré, su excelentísimo y magnífico
Sr. Tic Tac”, dijo el Speculatorum Miller, poniéndose de pie,
“llamar al Speculatorum Giménez a fin de que lea la declara-
ción que ha preparado para todos ustedes”.
El Sr. Tic Tac asintió.
“Gracias”, dijo el Speculatorum Giménez, levantándose a su
vez. “Su parabólico, cultísimo y reverendo Sr. Tic Tac, gracia y
campeón del Sindicato Cristiano, ángel que con las huestes del
Señor devastó a los infieles de Chiapas a Tampico, combatiente
de la apostasía yajudi de los últimos días. Señores del jurado.
Hermanos todos.”
“Desde hace más de tres años el Servicio de Inteligencia del
Valle en el país de Penn identificó la presencia del ahora de so-
bra conocido Frente de Liberación Jóvenes Rábanos”, la pan-
talla en paredes y techos se oscureció y en las pantallas gigantes
se desplegaron fotos y escans de archivos confidenciales. “Sus
aberrantes maneras y su exacerbada y vulgar religiosidad impía
le han dado al sacrosantísimo gomierdo del Sr. Tic Tac más de
un dolor de golová. Se trata de una auténtica grosería contra la
hermandad católica que pretende evangelizar las naciones bár-
baras del Golfo.”
“El líder de dicha organización, así como uno de sus princi-
pales miembros se encuentran aquí. Ellos son, según demostra-
remos, los principales responsables del asesinato del Oba Fain-
to, importante superieure de la Iglesia católica.”
En las pantallas empezó a correr un video temblorino y de
baja calidad. El tono del Speculatorum Giménez cambió súbi-
tamente:
“Once de la noche. Los huéspedes del Hotel Delli en el sector
católico se disponen a dormir plácidamente. En eso, plas plas, un
ruido agujera los oídos de los parroquianos. Hay que establecer
que la administración había tenido ya varias quejas sobre ese cu-
rioso plas plas en el piso treinta. El ruido crece del efímero plas
plas a un pedante y horrendo platapás, platapás. Los parroquianos
se quejan de nuevo. El administrador sube sigilosamente y toca
toc toc en el cuarto del que parece provenir el platapás platapás.”
“Por suerte nuestras fuerzas estaban en alerta. El administra-
dor ha tenido la cautela de correr abajo y marcar el asteriscono-
vecientosonce. A estas alturas, el martilleo se había transformado
ya en un degenerado ponko ponko.”
“Así es señores, ponko ponko, ponko ponko. Aterrados, los
parroquianos comienzan a desalojar el piso. Nuestros agentes
arriban al lugar, instigados por un Batuchka Iscariote, quien nos
ha advertido que Junior Junior planea un golpe más en el
inmueble. Tuvimos el temor de convertir el Hotel Delli en otro
Waco, pero la guardia pretoriana, llena de fe en su majestad el
Sr. Tic-Tac y el Pretor Grandeur Angus Forker, fue nuestra ar-
madura. Entramos y subimos. Dos vecos del culto Jóvenes
Rábanos salen a nuestro paso. Armados con taladros automáti-
cos. Uno de ellos le rebana la oreja a uno de los nuestros.”
“Abrimos fuego. Caen seis más de los nuestros, pues los in-
fieles dominan el arte del talado automático. Detenemos, final-
mente, a Junior Junior. El Batuchka Iscariote lo identifica dán-
dole un beso mejilloso. También arrestamos a la pérfida Veloe
O. Pocos minutos más tarde, durante nuestro peritaje, hallamos
el cuerpo sin vida del Oba Fainto, en el mismo piso treinta aun-
que en una habitación diferente. Torturado y mancillado. Nues-
tra investigación nos lleva a la triste pero predecible conclusión:
todo ha sido obra de los malignos Jóvenes Rábanos.”

***

EL RUBIO ESTABA EN EL SUELO, perfectamente muerto, con la


golová bañada en sangre. La escolta atendía frenéticamente al
Sr. Tic Tac, también en el piso, junto a una silla tirada. La pin-
tura blanca en su litso se corría por las lágrimas. Miró de so-
slayo la cámara del fido en el suelo. El camarógrafo era ama-
gado por tres robots.
El Speculatorum Miller, con la Colt humeante, tomó su te-
léfono móvil y marcó apresuradamente.
Ring ring.
“¡Gimoteo!”
“¿Bueno? ¿Qué sucede?”
“¡Pásame al Avocado, guey, rápido!”
Una pausa, y luego:
“Miller...”
“¡Tenemos un chivato, repito, tenemos un chivato!”
“¿Qué pasa contigo? Parolea despacio.”
“El veco del fido se volvió loco y quiso matar al gober-
nador.”
“¿Qué? ¿El Rubio?”
“Sacó una pistola de la nada y le apuntó con su cuete.”
“¿Cómo está?”
“Bien, no le pasó nada. Me chingué al güero antes de que hi-
ciera algo.”
“Caraxo. Voy para allá.”
“Esto está muy extraño. Dijo que era de los Rábanos.”
“¿Me repites lo último?”
“Que dijo que era un Rábano.”
“No puede ser. Yo mismo lo contacté. Todo estaba arre-
glado.”
“Pues tenemos un chivato o algo.”
“Quédate ahí. Voy para allá.”
Clic.
El Speculatorum Miller regresó con el Sr. Tic Tac, quien
lloraba como un lepe.
“¿Cómo se siente?”, le preguntó.
“Cómo cree que me siento”, el Sr. Tic Tac sollozaba.
“Por suerte yo estaba aquí”, el Speculatorum Miller sorbió
un moco y se acomodó los anteojos. “Ya deje de chillar.”
“¿Qué vamos a hacer ahora?”
“Esperar.”
“¿Esperar qué?”
“Al jefe, claro.”
Silencio.
Ring ring.
El Sr. Tic Tac tomó su teléfono portátil. Levantándose lasti-
mosamente, se pegó a un rincón. El Speculatorum Miller lo ob-
servó con interés. Trató de eslusar con atención, pero sólo llega-
ron hasta él los lloriqueos y las siguientes ocho frases:
1. ¿Bueno?
2. Sí. Fue muy rápido.
3. Todo se echó a perder.
4. Lo sé.
5. Me parece que sí.
6. No video por qué.
7. ¿Y ahora?
8. Yo también lo siento mucho.
Como si algo lo llamara, dejó de espiar y volteó hacia la
puerta de entrada del cuarto de maquillaje. Ahí estaba El Avo-
cado, empujando a quien se interpusiera en su camino. Había
arribado con el litso duro y los colmillos de fuera. Encaró al
Speculatorum Miller:
“¿Dónde está?”
“Allá, en el rincón. Hablando por teléfono.”
Los sollozos del Sr. Tic Tac se apagaron cuando El Avoca-
dose paró frente a él.
“¿Por qué llora, Batuchka Gobernador?”

***

LOS PALEROS LLENABAN EL GRADERÍO del Batonga y murmura-


ban vesches entre ellos.
“Todos de pie, su graciosísimo y voluptuoso Sr. Tic Tac
tomará la palabra.”
“Gracias, pueden sentarse”, paroleó el Sr. Tic Tac, la cara
completamente pintada de blanco.
“Llamo al estrado a Junior Junior, alias el Rey de los Yajudis.”
Junior Junior se acercó, demacrado y lastimoso.
“¿Respondes al nombre y alias por los que te he nombrado?”
“Respondo”, dijo Junior Junior.
“Es evidente, dadas las pruebas presentadas por el procura-
dor de justicia del Sacrosanto Gomierdo Católico de Veracruz,
que eres culpable de haber participado en actos ilícitos contra la
fe cristiana y de dirigir una asociación criminal, sin contar el
asesinato de un importante Oba de la Iglesia católica. Es una
larga lista.”
“Si así lo dice.”
“Todos tus compañeros murieron en el operativo del Hotel
Delli, han sido encarcelados o están a punto de ser atrapados”
“No me molesta en lo absoluto.”
El Sr. Tic Tac esperó un segundo antes de continuar.
“Lo que quiero decir es que el culto de los Jóvenes Rábanos
ha desaparecido y jamás volverás a videar a tus mamarrachos
compinches. ¿Eso no significa nada para ti?”
“No.”
Un silencio incómodo. El gobernador carraspeó.
“Puedo exonerarte, Junior”, el Sr. Tic Tac pareció dudar, y
los glasos de El Avocado, desde abajo, lo atravesaron. “Puedo
exonerarte si te arrepientes. Darte la oportunidad de empezar
una vida normal. Hacer tus compras en Target, atascar tu
estómago en Burger King los domingos, ir a misa y comulgar y
comer hot dogs en el estadio.”
Los paleros se movieron nerviosos en su lugar. Junior Junior
permanecía en silencio.
El Sr. Tic Tac cerró los glasos y prosiguió:
“¿Te arrepientes del mal que le has creado a la buena gente
católica en el país de Penn? ¿De haber participado en un culto
demoniaco?”
“¡Ni aunque me vuelvan a torturar!”
“¡Renuncia ahora!”, gritó el Sr. Tic Tac.
“¡Nunca!”, gritó Junior Junior.
“¡Arrepiéntete!”, dijo el Sr. Tic Tac.
“¡Puede besar mi culo!”
“¡Arrepiéntete o muere!”
“¡Haga de su culo un volantín!”
El gobernador apretó los dientes.
“Batuchka”, empezó más calmado, “tu caso es difícil. Los
católicos te quieren muerto por sedicioso, y tampoco tienes muy
contentos a los yajudis por andar diciendo que eres su rey. ¿Por
qué?”
“Mi reino no es de este mundo.”
“¡Entonces lárgate a ese lugar y no xodas aquí! ¡Arrepiéntete
y sálvate!”
Junior Junior frunció el seño. La muchedumbre en el Ba-
tonga continuó su murmullo.
“Dime, con un caraxo: ¿te consideras el Rey de los Yajudis?”
“Usted lo dice: yo soy rey.”
“¡Estás loco!”
Comenzaron los abucheos. El Sr. Tic Tac enfrentó al gentío:
“¡Este cheloveco no ha hecho nada malo!”
“¡Fríelo en la silla!”, gritó alguien desde el jején.
“¿Pero qué mal ha hecho?”
“¡Fríelo!”, decían unos, y otros: “¡Lobotomía! ¡Crucifixión!”
“Pero, pero...”
“¡Votos, votos, votos!”
El Sr. Tic Tac se hundió en su silla. Cubrió su litso con sus
manos. Cuando volteó, una de las edecanes se acercaba car-
gando la urna patrocinada por Mazola.
“¿Qué es esto?”, ladró, enfurecido. “¿Qué es esto?”
“Son los votos de la fidoaudiencia, Batuchka Gobernador”,
paroleó el Speculatorum Miller.
“¡A la cala!”, el Sr. Tic Tac manoteó como un loco y tiró la
urna al suelo. La edecán huia despavorida. “¡Ni siquiera ha
habido programa!”
Los abucheos continuaron, y las exigencias del jején se in-
crementaron.
“¡Idiotas! ¿Ven a alguien en las cámaras? ¿Y en dónde está
el jóst?”
La voz de trombón pidió orden en el Batonga. Poco a poco,
el griterío se extinguió. El Sr. Tic Tac sudaba copiosamente.
Con un ademán, llamó a un robot y le paroleó algo al oído. El
mecanoide salió a toda velocidad. Cuando al fin hubo silencio,
volteó a videar a El Avocado, quien lo observaba con placidez.
Encima de la mesa estaba el teléfono. El Avocado lo seña-
laba con las cejas.
“Ni siquiera ha habido programa”, repitió el Sr. Tic Tac, tem-
bloroso y guardó silencio.
Un largo silencio. Imágenes, flashazos del litso de su esposa
pasaron por su golová. El Sr. Tic Tac respiró hondo. El respeta-
ble público que abarrotaba el Batonga esperaba ansiosamente
sus palabras.
“Es costumbre que la gente decida cuál de los dos sediciosos
va a ser liberado”, paroleó al fin.“Así es que permitiré que uste-
des lo hagan.”
De nuevo el silencio. Sepulcral.
“¿A quién quieren que suelte? ¿A Veloe o a Junior Junior?”
Un segundo después, comenzaron los gritos, y la decisión
fue unánime:
“¡A Veloe! ¡Liberen a Veloe!”
El Sr. Tic-Tac respiró profundamente. El robot regresó suje-
tando una charola con unos sobrecillos plásticos. Tomó uno.
“Soy inocente de la sangre de este justo”, paroleó el Sr. Tic
Tac mientras rasgaba uno de los sobrecillos. De su interior ex-
trajo una toalla antibacterial, la cual desenvolvió tranquilamente
y usó para lavarse las manos. “Su sangre caerá sobre ustedes y
sobre sus hijos.”
En ese momento, Veloe fue liberada y dos guardias pretoria-
nos arrastraron a Junior Junior lejos del estrado.
El Avocado guardó el teléfono y caminó, con las manos en
los bolsillos, lejos del Batonga.

***

CLIC.
“Ahora vengo”, anunció El Avocado.
“¿Qué pasó?”
“Alguien trató de matar al Batuchka Gobernador.”
“¿Cómo? ¿Quién?”
“El Rubio. Y dijo que era Rábano. Lo cual quiere decir que
tenemos un chivato. Ya sea en el canal del fido. O en la com-
pañía.”
Francamente perturbado, El Avocado tomó sus cancrillos de
la mesa.
“¿Qué vamos a hacer ahora?”
“El juicio sigue. Pero todos esos culeros se me salen”, señaló
al staff del fido. “El programa se cancela.”
“Pero...”
“Hazlo, Giménez”, ordenó El Avocado con fuego en sus gla-
sos. “Cuando regrese no los quiero videar aquí.”
“A la orden.”
El Avocado desapareció. El Speculatorum Giménez respiró
hondo. Tomó su teléfono portátil. Marcó un número.
“¿Bueno?”
“¿Miller se metió?”, preguntó rápidamente el Speculatorum
Giménez.
“Sí. Fue muy rápido.”
“Lo siento, no conté con eso.”
“Todo se echó a perder.”
“Tranquilícese, tich. Lo necesito entero. El Avocado va para
allá. Está hecho una furia.”
“Lo sé.”
“¿El Rubio le dijo que era Rábano? Es decir, ¿lo paroleó
frente a todos?”
“Me parece que sí.”
“Eso es un problema.”
“No video por qué.”
“Los Jóvenes Rábanos son un invento de la compañía. Sólo
los miembros de la compañía sabemos eso. El Avocado sospe-
cha.”
“¿Y ahora?”
“Lo siento mucho. Se hizo lo que se pudo.”
“Yo también lo siento mucho.”
“Le deseo suerte, gobernador. Adiós.”
Clic.
No bien había apretado el botón de end, cuando el Sr. Tic
Tac volteó y videó la figura mínima de El Avocado.
“¿Por qué llora, Batuchka Gobernador?”
“Por el susto.”
“Marica. Parece que es porque no se le hizo que lo mataran.”
“Ganas no me faltan”, el Sr. Tic Tac se limpió los mocos de
la nariz con la palma de la mano.
“Bueno, termínenlo de maquillar que se nos está haciendo
tarde.”
“¿Y cómo piensa hacer el programa sin jóst?”
“Bueh, no vamos a tener programa.”
“Pero...”
“Deje de quejarse y póngase listo”, El Avocado le dio una
cachetada cariñosa. “En este show usted es la estrella.”

***

DOS FIGURAS EN LA OFICINA DEL GOBERNADOR. Una, la del propio


Sr. Tic Tac, parado frente al ventanal con su túnica carmesí
(ligera, quizá de lino), rapado a coco y la larguísima uña en el
dedo meñique izquierdo. Otra, la del Speculatorum Giménez,
quien llevaba un buen rato sentado del otro lado del escritorio.
“¿Estás seguro de que pueden revivirme?”, preguntó.
“Tich, tenemos todos los medios para tapizarlo de plomo y
resucitarlo en quince minutos”, fue la parca respuesta del
Speculatorum Giménez.
“¿Va a doler?”
“Morir duele.”
El Sr. Tic Tac extendió los brazos como si quisiera abrazar la
vista del puerto de Veracruz en el ventanal.
“Esta gente es mi responsabilidad.”
“Esluse, tich”, el Speculatorum Giménez se sobó la barbilla
y desenroscó la tapa de un botellín de Pellegrino que llevaba en
las manos. “Está haciendo lo correcto, créame.”
“Yo lo sé”, paroleó el Sr. Tic Tac.
“¿Y tú?”
“¿Yo qué?”
“¿Sabes por qué lo haces?”
El Speculatorum Giménez se cruzó de brazos.
“No.”
“¿Por qué estás traicionando a la compañía?”
“No lo sé.”
“No te creo.”
“Hace unas semanas”, empezó el Speculatorum Giménez,
“regresando de Perote, algo pasó”.
“¿Qué pasó?”
“Algo. Lo importante es que me hizo sentir diferente. Eso es
todo. Quería retirarme. Recorrer la Tierra.”
“¿A qué te refieres con recorrer la Tierra?”
“Usted sabe, como Cane en Kung-Fu.”
“¿Y entonces?”
“Me pidieron ayuda. Para una última misión”, ironizó la últi-
ma frase. “Y cuando esto acabe, me endilgaran otra y así suce-
sivamente.”
El Sr. Tic Tac guardó silencio. Luego lo rompió:
“¿Y si falla?”
“¿El asesino? Na, el Rubio es bueno. Cuando menos se lo
espere va a estar en el piso, con dos agujeros en el pecho.”
Ring. Ring.
Sonó el teléfono en la oficina.
“¿Si?”
“Llaman de recepción. Que si autoriza un cajón de estacio-
namiento para un Batuchka... Avocado.”
Los dos conspiradores se voltearon a ver. El Sr. Tic Tac asin-
tió con la golová al tiempo que decía: “Sí por favor, que pase.”
“Gracias.”
Clic.
“Ya va a llegar el agente negro. Será mejor que me vaya.”
“Sí, está bien. Lo acompaño.”
En silencio, el Sr. Tic Tac caminó junto al Speculatorum
Giménez hasta la puerta. Una vez ahí, paroleó:
“La Sra. Tic Tac soñó con Junior Junior”, se mordió el labio.
“Hoy en la mañana, antes de salir de casa, antes del yogurt, an-
tes de la papaya y el café y el jugo, antes de la regadera y el
abrazo que nos damos a la puerta, me dijo: ‘Jóni, ten cuidado.
Ese cheloveco me persigue en sueños. No hagas nada
estúpido’.”
El Speculatorum Giménez le dedicó una mirada melancólica
al gobernador.
“Mire, tich, quisiera decirle que esas vesches pasan. Quisiera
decirle, ‘ea, batuchka, esas vesches pasan’. Pero la verdad es
que no es simplemente que esas vesches pasen. Y no sabe cómo
me gustaría pensar que esto es una gran y ridícula coincidencia.
No tiene idea de la enorme paz que eso me daría.”
El Speculatorum Giménez cerró la puerta detrás de sí.

***

EL BATONGA ERA UN ANFITEATRO DE PIEDRA BLANCA, construido


para albergar a varios cientos de personas y adaptado de tal
modo que en su interior se llevaran a cabo transmisiones en
vivo del fido y la radio. El Batonga había sido concebido por
una y sólo una razón: enjuiciar y condenar a muerte a los ene-
migos de la fe católica. A veces, el apoderado de Batonga –
quien no podía ser otro que el gobernador– decidía que los
criminales ameritaban una muerte de cruz, a veces que tenían
que ser electrocutados en una primitiva silla eléctrica fabricada
en Tulsa, Oklahoma. En ciertas ocasiones (las menos, hay que
decirlo), la balanza se inclinaba hacia la lobotomía. El único día
realmente especial era la Pascua. Durante dicha festividad, el
Batonga procesaba a dos hampones, y la audiencia tenía dere-
cho a decidir, mediante el voto electrónico, cuál de los dos
podía salir libre y exonerado de toda culpa. Viernes en la
mañana. Día de Pascua de 2003. El Speculatorum Giménez en-
traba al Batonga, canturreando de felicidad. Se sentó en un es-
critorio y tomó su teléfono portátil. Tecleó un correo:
Vamos a tratar de matar al Sr. Tic Tac antes de que empiece
el juicio. Sin embargo, aunque mi contacto es un veco capaz, es
muy probable que le sea imposible. Si observa que el Sr. Tic Tac
se presenta en el Batonga, tendrá que proceder con el robo del
cuerpo. No olvide, Batuchka Dosnarices, que me será imposible
acompañarlo o auxiliarle en su misión, por lo que de antemano
le deseo toda la suerte del mundo. Una vez que Junior Junior
sea freído en la silla, van a mantener el cadáver en la funeraria
de Mocambo. El dueño es un cheloveco de nombre Andoni. Él
le dará toda la asistencia que necesita y le ayudará a cruzar la
frontera. La compañía va a resucitar a Junior Junior el lunes
por la tarde, así es que tiene que apresurarse. Recuerde: An-
doni. Apréndase ese nombre y borre este mensaje de inmediato:
Andoni. Andoni.
El Speculatorum Giménez envió el mensaje.
“La rueda se ha echado a andar”, pensó. “Comienza la vida
nueva.”

Fin de “El apoderado de Batonga”


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ჶ Copyright Rodrigo Xoconostle Waye, ®2003-2011

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