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María Emilia López - 17 de nov de 2020 en

https://www.jardinlac.org/post/lecturar

Lecturar
María Emilia López, escritora, investigadora, activista cultural, directora del jardín maternal de la Facultad de
Derecho-Universidad de Buenos Aires. comparte unos pensamientos sobre el verbo "lecturar".

En estos días me descubro pensando en algunos temas que siempre me rondan, como parte de las problemáticas
contemporáneas insistentes, entre ellos lo que llamo el “sufrimiento del lenguaje”: la oralidad rostro a rostro
que se desvanece en la vida cotidiana, las interacciones cada vez más mediatizadas por los aparatos
tecnológicos, la ausencia de los cuerpos con sus aromas, sus movimientos, sus vibraciones construyendo
significados sutiles en la conversación, la no-conversación. Y pensar en estas mutaciones del lenguaje humano
(que no solo son afectaciones de la pandemia) me lleva, claro, a los bebés y a los niños pequeños, que ocupan
gran parte de mi vida profesional.

Pienso en el lenguaje y pienso en la lectura, que en este tiempo de distanciamiento, sin escuelas ni centros
infantiles, se convirtió más que nunca en una aliada para el encuentro, intentando recuperar las voces amadas en
las grabaciones que enviamos a las familias, produciendo experiencias transicionales entre los afectos del jardín
de infantes y los de los hogares, abriendo ventanas para viajar lejos, para imaginar, aunque estemos encerrados
en sesenta metros cuadrados.

Los niños pequeños aprenden a sincronizar con los otros humanos gracias al lenguaje oral y corporal, así
ingresan en la intersubjetividad. Las interacciones de lenguaje también facilitan el apego, por eso podemos
pensarlas como fuentes de supervivencia psíquica (y no solo con los niños: cuántos adultos se han preguntado
por su equilibrio y bienestar psíquico en estos tiempos en los que muchos no tuvieron con quién conversar).

Y hablando de lenguaje y de lecturas, quisiera compartir hoy la definición del verbo


“lecturar”. Es una nominación que me nació hace un tiempo, mientras leía con un grupo de
bebés, en ese ambiente tan particular que se construye cuando estamos entregados al vaivén
de juego y vida, historias y poesía, haciendo traducciones de gestos mínimos, capturando
significados e intenciones apenas perceptibles, intentando ofrecernos íntegros a esa aventura
de la conversación literaria con seres tan exquisitos y sensibles como son los bebés.

¿Y por qué lecturar? No alcanza con “leer”, al principio necesitan de la lectura de otros hacia ellos, entonces
allí hay algo más que el acto de “leer”.

No alcanza con “dar de leer”, porque ese “dar de leer” no da cuenta de algunas sutiles implicaciones subjetivas
de ese proceso en quien recibe. A la vez, cada experiencia de lecturar contiene marcas propias de la
subjetividad de quien lectura: sus formas personales de decir, de relacionarse con las palabras, con el juego, con
el tiempo, con la ternura, con la ficción, su amabilidad y su riqueza.

Lecturar es, para mí, producir ese baño narrativo, lingüístico, poético, que tiene carácter de iniciación, y que
pone en acción profundos procesos psíquicos, intelectuales, afectivos, simbólicos, de los que depende en gran
parte el acontecimiento de convertirse en lector.

Lecturar reúne algo del verbo leer y algo del verbo amar. Algo así como trasvasar amorosamente a los otros el
equipaje y las habilidades iniciales para construir, cada vez con mayor autonomía, la experiencia plena y
emancipatoria de la lectura. Por eso lecturar supone una relación de compromiso e intimidad entre quien
lectura y quien se lectura, como condición misma de la experiencia.
Sobre lecturados y lecturadas
¿Qué habilidades lectoras tienen los bebés lecturados, a los cinco meses, a los ocho, al año? En mi experiencia,
compartiendo la lectura con diversidad de familias y en variedad de contextos, observo con insistencia que
tempranamente diferencian dibujo de escritura, reconocen desde muy pequeños el significado a través de las
ilustraciones, comprenden secuencias narrativas, pueden anticiparse y buscar la página preferida con facilidad.
Memorizan relatos, tienen autonomía para elegir el libro que desean, seleccionan libros por autores favoritos.
Balbucean cuando leen, ponen protopalabras acertadas y proponen una cadena de ritmos y melodías. Tienen
muy buena concentración; siguen con sus deditos la escritura y cambian las entonaciones de acuerdo a lo que
ofrezca la escena ilustrada, reconocen preguntas y exclamaciones. Se divierten, se conmueven, se consuelan,
eligen leer entre muchas otras opciones de juego.

Valentín, un lecturado
Valentín tiene cinco meses. El libro “Ema en casa”, de Jutta Bauer, es
uno de sus preferidos. Lee solito. Ya ha recibido muchas lecturas
amorosas de parte de su
mamá, de su papá, de su hermana y de sus maestras. Ha construido una
interioridad. Hojea con facilidad, va y viene entre las páginas porque
desea regresar a su preferida: aquella donde aparece el chupete de Ema,
objeto de profundo interés para él mismo. Pareciera que realiza derivas
de sentido cuando lee, que “piensa en voz alta”, repite sílabas, ejecuta
con el dedo no solo señalamientos sino también acciones colaborativas
con el personaje de Ema. Tiene un alto nivel de atención, su lectura
autónoma dura casi veinte minutos. Sostiene una actitud corporal muy
útil para el acto de leer solo.

Fotografía de María José Bruyó, maestra de


Valentín.
Margarita y Arcoíris
Margarita tiene cuatro años de edad, egresó el año pasado del jardín que dirijo; estamos en la distancia de la
pandemia y ella recibe a través de su hermano más pequeño los poemas, los cuentos, los materiales que
elaboramos para las familias vía whatsapp. Margarita es una lectora con mucha experiencia. Hace unas
semanas, su mamá me envió este mensaje por teléfono:

Anoche llegó a casa una gatita que adoptamos. La alegría de Margarita fue deliciosa. El día previo, amaneció
preguntándome: -"¿ma, hoy es mañana?”
Estuvo todo el día pendiente de la gatita, que tímidamente
recorría el nuevo territorio.
Margarita fue pura regulación, porque precisó contener casi
cada impulso al entender que la gatita se alejaba si se la
atosigaba.
Ya tarde nos disponemos para dormir. Vamos al cuarto de los
niños. Oliverio duerme hace varias horas. Acomodamos la
cuchita al lado de la cama de Margarita. Ella elige dos libros
(uno habla de gatos) y nos acostamos a leer. La gatita se
levanta y comienza a explorar el cuarto, los juguetes tirados,
los libros en el suelo, la ropa, los zapatos...
Margarita se vuelve a levantar. –“Esperá mamá, tengo que
Fotografía de Paty, la mamá de Margarita. leerle un libro a Arcoíris”-. Agarra un libro de un sapo y se lo lee.
Inventa una historia. Termina y vuelve a la cama. Ahora es su
turno de que le lean.
Margarita: una lecturada dispuesta a lecturar. A mí me conmueve el relato e invento un poema para Arcoíris
(su nombre ayuda a la inspiración), y se lo envío.

Ayer me contó la mamá que todas las mañanas, como un ritual, cuando Margarita se despierta, y junto con ella
la gata, su primera acción del día es hacerle escuchar el poema a Arcoíris. Ella ya se lo sabe casi de memoria y
lo recita junto conmigo, que estoy tan lejos.

Margarita, además de leer libros, lee gatos, porque cuando su mamá cuenta que está regulándose en las
intervenciones amorosas, nos está hablando de “lectura”. Y esto no es solo un ejemplo simpático, es un síntoma
de la profunda comprensión de la intersubjetividad y del significado de la comunicación, de la riqueza de los
gestos con sus múltiples capas de sentido.

(Cuanto más duro es el presente (y el futuro), más necesario se vuelve leer con sensibilidad de artista la
brumosa y sorprendente realidad que nos marea y desconcierta, a cada paso).

Úrsula, entre el jardín de voces y el silencio interior


Entre las intervenciones culturales novedosas que nos dejó la
pandemia estuvo nuestra feria virtual de libros. Todos los años
realizamos una feria de tres días, en julio y en diciembre, un
gran banquete de cerca de tres mil libros para leer, hojear,
escuchar, disfrutar y, quien quiera y pueda, comprar. Pero esta
vez no había cómo encontrarnos físicamente ni entre nosotros ni
con los libros. Pensé entonces en la posibilidad de crear una
feria virtual. Seleccionamos libros preferidos, videograbamos
lecturas en voz alta de cuentos, poemas, álbumes, historietas,
novelas. Para niños y para adultos. Construimos categorías,
carpetas de drive que funcionaban como “estanterías”. Y lo más
interesante fue que se sumaron como lectores muchos de los
niños y niñas egresados que ahora tienen entre seis y trece años.
Fotografía de María, la mamá de Úrsula. Ese estante, el de las lecturas realizadas por los egresados, fue sin
dudas el más hermoso y emocionante de todos. Tantos lecturados
ofreciendo sus voces, sus habilidades lectoras, sus saberes y su amor a los demás.

Úrsula, que tiene seis años, fue una de esas lectoras; nos regaló “El punto”, de Peter Reynolds. Pero lo más
asombroso fue lo siguiente: su mamá me contó que pasó varios días pegada al televisor, viendo y escuchando
más y más lecturas de la feria. En medio de ese proceso tomó una libretita y comenzó a anotar allí los títulos de
los libros que ya había leído/escuchado, para revisar las carpetas/estanterías y no perderse ninguno. Cuando
terminó de leer todo lo que le interesó, se encerró en su cuarto y puso este cartel en la puerta: “No pasar. Úrsula
leyendo sola”.

A partir de ese momento comenzó a leer y releer libros de su propia biblioteca, en silencio, con la necesidad de
construir una intimidad, alejada de los otros. Pasó varios días ocupada en esa tarea solitaria y profunda. Leía en
la cama, como muestra su ilustración. Una lecturada, lecturándose.

Benito y Magdalena
Un registro de estos últimos días, de parte de una familia en la que la lectura vive profundamente desde que los
hijos eran bebés. La mamá de Benito, de nueve años, y Magdalena, de seis, es maestra; trabaja desde su casa
muchas horas por día. Me cuenta que hace unos días sus dos hijos aparecieron con un reclamo contundente: le
dicen que están celosos porque pasa mucho tiempo con sus estudiantes, y que no les gusta tanto eso de tenerla
al lado pero no poder contar con ella, no interrumpirla, no jugar, no hacer ruido. Para remediar ese hecho, le
piden o más bien le exigen que de aquí en adelante les deberá leer cinco libros cada noche (le ponen una
penalidad). La mamá acepta, pero está tan cansada que se va quedando dormida luego del segundo o tercer
libro. A sus hijos no les importa; cuando la mamá se duerme, se reparten los libros que quedan entre ellos,
Benito algunos y Magdalena otros. Eso sí, ella elige los que sabe de memoria, porque aún no lee letra
minúscula.
Y ya no importa que su mamá se haya quedado dormida mientras ellos leen, porque han logrado su principal
objetivo: atraparla entre sus garras amorosas y tenerla para ellos, bañada en cuentos; detener el tiempo laboral
abrasivo de la pandemia y retirarse a un bosque donde ellos son los dueños de la alegría.
(Es una suerte, para sus vidas pandémicas, su condición de lecturados).

Lecturar se me ha vuelto un concepto imprescindible. Alguna vez pensé en escribir un abecedario de palabras
imprescindibles (amo los abecedarios ilustrados). Lecturar podría ocupar la “L” de ese abecedario.

Susana, o quién lectura a quién


Hace unos meses, en un taller que coordiné en un Foro de Lectura, introduje el concepto de lecturar. Unos días
después recibí un correo de Susana, fonoaudióloga y profesora de formación docente, quien había asistido al
taller. Su correo se llamaba “Lecturarme para poder lecturar”. Hacía alusión a su práctica y a tantas patologías
(ciertas e inventadas, aclara Susana) que se van instalando por la ausencia del lenguaje entre padres e hijos, por
la falta de una estimulación amorosa.

¿Qué se necesita para poder lecturar?, ¿alcanza con las intuiciones?, ¿hay que tener saberes
sobre los pequeños lectores?, ¿una experiencia propia con la lectura literaria?, ¿un ejercicio
de mediación reflexiva?, ¿una disponibilidad y un deseo especiales?, ¿cómo lecturar con
jóvenes o adultos

También decía que quiere comenzar a trabajar con el lenguaje de los niños desde la panza, que quiere orientar a
las familias, y que “esto de por qué pensar que las madres y los padres tienen que saber de antemano que leer
con sus hijos es tan importante” (esa es una pregunta que les propuse pensar a los participantes) la había dejado
muy movilizada. Susana quiere lecturar, siente que lecturando podrá hacer mucho por los niños y los adultos
que tiene cerca.

Pero agrega: -“necesito lecturarme con alguien que me enseñe a lecturar”. Y entonces surgen nuevas
preguntas: ¿qué se necesita para poder lecturar?, ¿alcanza con las intuiciones?, ¿hay que tener saberes sobre los
pequeños lectores?, ¿una experiencia propia con la lectura literaria?, ¿un ejercicio de mediación reflexiva?,
¿una disponibilidad y un deseo especiales?, ¿cómo lecturar con jóvenes o adultos (¿es lo mismo que con los
niños?)? Cualesquiera sean las repuestas, me gusta advertir, por un lado, ese carácter lectoamoroso también en
la transmisión entre adultos ya lectores, como Susana y yo -y por qué no entre adultos a secas-, así como la
inquietud y el efecto de contagio que nos produce pensar en esta posibilidad de encuentro humano.

Sospechas y elucubraciones
Lecturar es una intervención cultural y afectiva que alimenta la capacidad metafórica de chicos y grandes, una
forma de garantizar el derecho a la poesía, a la conversación, al intercambio, a la cultura escrita,
independientemente de la edad cronológica de los implicados.
Y en estos tiempos tan complejos, quizás gozar de la condición de lecturados proporcione una base simbólica e
intersubjetiva que permite superar parte de las mezquindades del aislamiento, a fuerza de sensibilidad, lenguaje,
un vínculo intrafamiliar más generoso y la continuidad del juego.
Sospecho que estos niños y niñas de las que hablo y muchos otros como ellos, aun con las interferencias de las
mediaciones tecnológicas, están protegidos. Porque saben leer el mundo con sensibilidad de artistas, porque
descubrieron la potencia de tener una interioridad y, a la vez, la creciente habilidad de compartir los estados
mentales y afectivos de los otros (seres reales o ficcionales). Lecturar es, entonces y también, una intervención
sobre la escucha, y la escucha es -probablemente- uno de los bienes en extinción, por los que habrá que pagar
en un futuro.
Lecturar y su hipotético valor político: una deriva
Byung-Chul Han, el filósofo coreano, se pregunta por la escucha como forma de hospitalidad –además de
resaltar su valor comercial inminente- y retorna a Nietzche, a su idea de “el alma sobreabundante”, como
aquella que es capaz de experimentar ternura hacia lo extraño, entre otras amabilidades.
Pienso la escucha como una “ternura hacia lo extraño”, hacia lo desconocido, lo no sabido de los otros. Y si
sumamos la valoración de la heterogeneidad de sentidos que proveen los libros, las diferentes e infinitas
cosmovisiones que aprendemos a amar a través de ellos, ¿será exagerado suponer que un mundo de lecturadas,
lecturados, lecturades (que no es solo gente que sabe leer) sería capaz de hacer avanzar a la sociedad en el
sentido de la empatía humana –que siempre tiene algo de poético-, en la inclusión, en la hospitalidad y en la
alteridad? ¿O será solo una elucubración ingenua y desesperada que, para transformarse en esperanza, disimula
el riesgo de no ser?

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