Posner-La Economía de La Pena de Muerte

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La economía de la pena de muerte

(Economists’ Voice, marzo 2006)

Richard Posner

[traducción provisoria para ayudar a la lectura del original]

La reciente ejecución por parte del estado de California del asesino serial Stanley “Tookie”
Williams ha reavivado la controversia sobre la práctica de la pena de muerte, una práctica que se
ha abolido en aproximadamente un tercio de los estados federales y en la mayoría de las naciones
que Estados Unidos considera como pares; la Unión Europea no admite como miembro a ninguna
nación que posea la pena de muerte.

Desde el punto de vista económico, las consideraciones principales para evaluar la cuestión de
conservar la pena de muerte son el efecto disuasorio incremental de ejecutar asesinos, la tasa de
falsos positivos (es decir, la ejecución de inocentes), el costo de la pena de muerte en comparación
con la prisión perpetua sin excarcelación (la alternativa más habitual hoy en día), la utilidad que los
retributivistas y los amigos y familiares de la víctima (o, en el caso de Williams, víctimas) del
asesino obtienen de la ejecución, y la desutilidad que experimentan los opositores fervientes de la
pena de muerte, junto con la de los amigos y familiares del acusado. La comparación de la utilidad
parece un punto muerto, y voy a ignorarla, a pesar de que el hecho de que casi dos tercios de la
población de Estados Unidos apoya la pena de muerte es una evidencia que parece inclinar la
comparación, aunque es débil (porque no mide la intensidad de la preferencia).

El temprano análisis empírico realizado por Isaac Ehrlich encontró un efecto disuasorio
incremental importante de la pena de muerte, un descubrimiento que coincide con el sentido
común de la situación: es extremadamente raro que un acusado que pudiera elegir que prefiera
ser ejecutado a ser encarcelado de por vida. La obra de Ehrlich fue criticada por algunos
economistas, pero estudios más recientes de los economistas Hashem Dezbakhash, Paul Rubin y
Joanna Shepherd apoyan fuertemente la tesis de Ehrlich; estos autores encotraron, luego de un
análisis econométrico cuidadoso, que una ejecución disuade 18 asesinatos. A pesar de que esta
proporción puede parecer implausible, dado que la probabilidad de ser ejecutado por haber
cometido un asesinato es menos del 1 por ciento (la mayoría de las ejecuciones se realizan en
estados sureños (50 de las 59 en 2004), los cuales ese año tuvieron un total de casi 7000
asesinatos), la probabilidad es confundente, porque sólo un sub-conjunto de los asesinos son
candidatos para ser ejecutados. Además, aun un 1 por ciento o la mitad del 1 por ciento de
probabilidad de morir no es algo trivial; la mayoría de las personas pagaría una cantidad apreciable
de dinero para eliminar esa probabilidad.

En cuanto al riesgo de ejecutar a una persona inocente, es excesivamente pequeña, especialmente


cuando se distingue entre inocencia legal y fáctica. Algunos asesinos son ejecutados por error en el
sentido de que podrían haber tenido una buena defensa legal en contra de ser sentenciados a
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muerte, tales como haber sido impedido de ofrecer evidencia mitigante, por ejemplo, haber
nacido en circunstancias terrible que hicieron difícil para ellos resistirse a la tentación de llevar una
vida criminal. Pero estos no son inocentes de asesinato. El número de personas que son
ejecutadas por asesinatos que no lo cometieron parece ser extremadamente pequeño.

Es tan pequeño, sin embargo, en parte por la enorme atracción que tiene el litigio de casos de
pena de muerte. La cantidad promedio de tiempo que un acusado pasa en prisión antes de ser
ejecutado es de aproximadamente 10 años. Si el acusado es inocente, el error es altamente
probable que se descubra dentro de ese período. Sería diferente si la ejecución se produjera una
semana después de la apelación del acusado. Pero el retraso en la ejecución no solamente reduce
el efecto disuasorio (aunque quizá sólo levemente), sino que también hace a la pena de muerte
bastante costosa, dado que hay un costo sustancial de encarcelamiento, además de los
importantes costos de litigación, con sus interminables recursos de apelación antes y después de
la condena.

A pesar de que parece despiadado decirlo, la preocupación con la ejecución errónea parece
exagerada. El número de personas ejecutadas en 2004 fue, como dije, sólo 59 (el número no ha
excedido los 98 desde 1951). Supongamos que, si no fuera por el enorme retraso en las
ejecuciones, el número hubiera sido 60, y que la persona adicional ejecutada hubiera sido
fácticamente inocente. El número de personas en Estados Unidos que mueren cada año en
accidentes es más de 100.000; muchas de esas muertes son más dolorosas que la muerte por
inyección letal, si bien no son tan humillantes y normalmente no están previstas, lo cual agrega un
aspecto particularmente desagradable a la ejecución. Además, por lo que parece ser una razón
psicológica (la “heurística de la disponibilidad”), la muerte de una única persona identificada,
parece tener más relevancia que la muerte de un número más grande de personas anónimas. Tal
como se dice que Stalin dijo en broma, una única muerte es una tragedia, un millón de muerte es
una estadística.

Pero así es la psicología; hay un argumento económico para acelerar la ejecución de la pena de
muerte a los condenados por asesinatos elegibles para ello; la ganancia en disuasión y la reducción
de los costos es probable que excedan el incremento en la muy pequeña probabilidad de que se
ejecute a una persona fácticamente inocente. Más aún, asignando más recursos a la litigación de
casos de pena de muerte, la tasa de error podría mantenerse al actual nivel, muy bajo, aun cuando
se redujera el retraso en las ejecuciones.

Sin embargo, aun con el retraso existente, que es excesivo, la evidencia reciente sobre el efecto
disuasorio de la pena de muerte provee un apoyo importante para resistir el movimiento
abolicionista.

Una consideración final me hace volver al caso de “Tookie” Williams. El argumento más
importante que se hizo a favor de la clemencia fue que él se había reformado en la prisión y, más
importante, se había convertido en un crítico influyente del tipo de violencia con armas en la cual
él había participado. ¿Debería este argumento haberse impuesto? Por un lado, si los asesinos
saben que, al “reformarse” en la cárcel, tuvieran un buen argumento para la clemencia, el efecto
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disuasorio de la pena de muerte se reduciría. Por otro lado, el tipo de activismo en el que Williams
se involucró tiene probablemente algún valor social, y cuanto más probable sea que ese activismo
le haga obtener clemencia, más habrá de ese tipo de activismo; la clemencia es la moneda por la
que se compensa ese tipo de actividades y, por lo tanto, se las incentiva. Presumiblemente el
otorgamiento de clemencia sobre esta base debería ser excepcional, dado que probablemente
habría una disminución rápida de la ganancia social, junto con una disminución de efecto
disuasorio, como resultado de una menor cantidad de ejecuciones. Pues cuantos más asesinos
condenados a muerte denuncien públicamente el asesinato y otros crímenes, menor será la
credibilidad de esas denuncias.

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