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FEDERICO SCHUSTER

Del naturalismo al escenario postempirista (1982)

Con este texto abordaremos la denominada “crisis del consenso ortodoxo”. Tal como se
desprende de los textos de T. Kuhn y H. Miguel, el catalizador de esa crisis fue la publicación de
La estructura de las revoluciones científicas en 1962. Cabe aclarar que siempre que hablemos
de consenso ortodoxo vamos a estar refiriendo al positivismo o perspectiva empirista.
También en los temas anteriores se lo ha denominado como concepción estándar de la ciencia.
Proponemos abordar el texto de Schuster a partir de la identificación de la continua
contraposición que realiza entre empirismo y postempirismo

Un primer elemento es la comparación sobre el lugar y peso de la teoría en el método


científico. Las ciencias sociales estaban en una situación pendular oscilando entre la pura
especulación filosófica y el hiperfactualismo, es decir, desde una escala de teoría muy
abstracta a una acumulación extensa de datos empíricos sin basamentos teóricos para
interpretarlos. Como se verá en el texto, durante el consenso ortodoxo existía una
dependencia absoluta de las consecuencias observacionales a la hora de realizar teorías [ya
sea para verificarlas, confirmarlas o refutarlas] y un descrédito más o menos directo al rol de la
teoría en la investigación científica.

Un segundo punto de comparación es el criterio de demarcación y una visión más amplia de la


ciencia. Mientras el consenso ortodoxo miraba sólo el producto de la actividad científica, el
postempirismo admite el estudio de los procesos científicos a partir de los cuales adquieren
sentido y son controladas esas teorías. La idea de comunidad científica pasa al centro del
estudio y con él el debate acerca de la noción de verdad o falsedad de las teorías.

En tercer lugar, el postempirismo pone en escena un elemento resistido por los empiristas: la
subjetividad. Los investigadores no son meros espejos que reflejan la realidad sino que deben
interpretar los datos. A la vez, y particularmente las ciencias sociales, la idea de interpretación
busca acceder al sentido que los actores le asignan a sus propias acciones y a las acciones de
aquellos con los que interactúan, para así comprenderlas acabadamente. Esta pretensión de
interpretar la realidad compleja por parte del investigador se denomina hermenéutica

La corriente que llamamos anglosajona tuvo algunos de sus desarrollos en la primera mitad del
siglo XX en el centro de Europa: Los Círculos de Viena y Berlín. En las dos primeras etapas de la
filosofía de la ciencia anglosajona, el problema central de esta disciplina podría dividirse en dos
grandes preguntas o claves de análisis. Una, ¿cómo distingo yo lo que son auténticos
enunciados científicos de lo que son en realidad enunciados seudocientíficos con pretensión
científica? Este problema, que algunos llamaron criterio de demarcación entre la ciencia y la no
ciencia, es una de las claves. Otra de las claves aparece en términos de, dentro de lo que
podemos llamar científico, como podemos tener algún criterio o conjunto de criterios que nos
permita asegurar la verdad de los enunciados científicos. Y si no la verdad, por lo menos algo
que se aproxime lo más posible; porque comienza a establecerse como convicción
crecientemente aceptada el hecho de que nunca podemos estar seguros de que un enunciado
sea verdadero, pero si tenemos que poder, por lo menos, distinguir que son claramente falsos
y deben ser abandonados. El eje de la preocupación que domina estos más de cuarenta años
entonces centrado en el conjunto de criterios que permiten distinguir ciencia y no ciencia, y
que permiten distinguir aceptabilidad científica de falsedad o inaceptabilidad de los
enunciados científicos; este conjunto de criterios es lo que se va a llamar metodo cientifico. Las
discusiones en las primeras décadas del último medio siglo en las ciencias sociales estaban
envueltas en lo que se definió como una “situación pendular”. Tales ciencias, se decía,
oscilaban entre dos extremos: la pura especulación filosófica o bien una pura recopilación de
datos, lo que se llamaba el hiperfactualismo. Esto no era reconocido sólo por filósofos de la
ciencia, sino también por politólogos, sociólogos, etc.

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