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«Lo único permanente es el cambio», dice una frase popular actual, que
parece haber reemplazado a aquella que rezaba «mejor es viejo
conocido que nuevo por conocer», y que hoy nos suena casi arcaica, no
por una simple cuestión de moda generacional, sino porque las
modificaciones en nuestras formas de vida son lo suficientemente
significativas como para marcar una discontinuidad histórica frente a
etapas pasadas (1).
Para muchos, este escenario cambiante y progresista es ideal para el
desarrollo del hombre, sin embargo, la sicóloga clínica Laura García
Agustín señala: «Los cambios continuos como los que vive la sociedad
actual, son una de las principales circunstancias que desencadenan
diversos grados de estrés, la gran mayoría de las personas… los
perciben como una amenaza y dejan de sentir que dominan y controlan la
situación»(2). Es interesante notar que en este enfoque el acento no está
en las actividades sino en la capacidad de control de las situaciones. De
manera natural y simplista creemos que una forma de resolver el estrés
es poniendo límite a una multitud de actividades que lo causan y exceden
nuestra capacidad para desarrollarlas. Esto no deja de ser cierto, y así ha
sido en otros tiempos, pero hoy adquiere un mayor peso otro componente
del estrés: la insuficiente capacidad de control de las situaciones. Es
entonces paradójico ver cómo con todo nuestro desarrollo tecnológico, en
cierta forma regresamos a experiencias propias del hombre primitivo,
aquel que se sentía indefenso ante su entorno natural por su poca
capacidad de controlarlo. Nuestro mejor esfuerzo se queda corto.
¿Tenemos alternativas o estamos condenados a sufrir el estrés y la
ansiedad de la vida moderna, así como el hombre primitivo estaba
limitado por los fenómenos naturales que se sucedían a su alrededor?
Podemos tomar el camino de la autosuficiencia y el fatalismo pensando
que no hay salida y que solo nos queda sobrellevar estas situaciones y
tratar de «arrancarle a la vida» lo más que podamos mientras existimos.
Sin embargo, Dios tiene propósitos más elevados para sus criaturas. Él
dice en su Palabra que está dispuesto a acompañarnos e intervenir:
«Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo; cuando cruces los ríos, no
te cubrirán sus aguas; cuando camines por el fuego, no te quemarás ni te
abrasarán las llamas»(3). Pero para esto, nos plantea un cambio de
óptica, como lo entendió el Rey David, quien escribió exhortándonos en
base a su vida de experiencias con Dios: «Sepan que Él, el Señor, es
Dios; Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos» (4) «Pon tu vida en
Sus manos, confía plenamente en Él, y Él actuará en tu favor» (5).
Fernando Gazco