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Todos deberíamos ser transhumanos. Si podemos ser mejores, ¿por qué no serlo?

Como especie llevamos años lidiando con las imperfecciones que presenta nuestra raza:
todo tipo de guerras y batallas, y el poco aprecio que se le tiene a una vida humana. Es
más, podríamos aprovecharnos de esta falta de sensibilidad y experimentar con muchos
de nosotros, porque superar cifras como las de la Segunda Guerra Mundial o las de La
Rebelión de An Lushan resulta complicado. Cambiar unas vidas por otras, sacrificar a
los vivos y hacer una inversión de futuro con esos gametos que se están creando. Porque
objetivamente, no perdemos nada ¿verdad? Seríamos capaces de comenzar una nueva
era, en la que nuestros hijos y nietos se fusionen con las máquinas creando una nueva
especie. Una especie sin ningún cabo suelto, que de principio a fin esté programada y no
dependa de factores como el envejecimiento o los sentimientos. Tenemos que aspirar a
la perfección. Pulir cada detalle. Hay que crear una especie que esté capacitada para
sustituirnos, aunque nos dé miedo perder el poder que tenemos sobre el resto de seres
vivos. El ser humano será un nuevo animal, al que los cyborgs podrán visitar en un zoo
y hasta adorar, por haber sido su creador.

Además, deberíamos empezar cuanto antes, aunque nuestros científicos no estén


preparados, porque la única manera de ganar experiencia es trabajando. Desarrollar
teorías, experimentar con humanos y si no funcionan, probar otra. Así, hasta dar con la
clave. Si hablamos de alcanzar la perfección, esta es la única manera posible. De todos
modos, si todo sale bien, las ganancias serán mucho mayores a las pérdidas; por lo que
en ningún momento podrá recaer sobre la conciencia de generaciones futuras el haber
experimentado con personas; y, si no es así, los podríamos modificar, para que no
tengan ese tipo de pensamientos y lleguen a ser verdaderas máquinas que ejecutan a la
perfección cualquier orden. Con este cambio podríamos deshumanizar a los humanos,
hacer que piensen de manera objetiva, y que no antepongan sus sentimientos sobre la
idea de bien que podamos crearles.

Por lo tanto, nos saltamos todos nuestros principios; pero como mencioné
anteriormente, en este caso el fin justifica con creces los medios. Si echamos la vista
atrás, prácticamente no se han vivido grandes periodos históricos en los que el mundo
haya estado en paz. No hemos sido capaces de aprender de nuestros errores, y son
muchos los casos en los que se han repetido patrones de conducta hacia cierto tipo de

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persona o en circunstancias particulares. A pesar de saber que actuábamos mal, lo
hemos seguido haciendo. Entonces, ¿merece la pena conservar nuestra existencia?
¿Hacernos mejores? Porque es posible que lo que entendemos como “mejor” o
“beneficioso” en realidad nos esté perjudicando. Nadie nos ha asegurado que al mejorar
cualidades físicas o psíquicas podamos conseguir la idea que tenemos de perfección.
Por eso, debemos acabar con estos miles de años de imperfección. Cortar por lo sano,
sin ningún tipo de remordimiento. Así, ponemos fin a la especie humana que siempre se
ha preocupado por ser mejor, más rápida, más fuerte, más guapa. Siempre hemos tenido
esa ambición, esa necesidad de cambio, una actitud inconformista que ha desembocado
en el transhumanismo del que a día de hoy, todos hemos oído hablar.

Con todos estos antecedentes, puede resultar lógico nuestro exterminio, y los
métodos utilizados; pero, si queremos empezar con el cambio, tenemos que replantear
todo lo que hasta la anterior oración parecía coherente. Aunque de momento no
podamos ser transhumanos y estar dotados de cualidades extraordinarias, tenemos
muchas maneras de instaurar un transhumanismo respetuoso con todo el mundo y que
asegure el bienestar de esta y las próximas generaciones.

En primer lugar, hay que ser consciente de nuestras limitaciones: a corto plazo no
podemos saber qué consecuencias podría traer consigo el transhumanismo. Por eso,
tenemos que dejar de lado nuestros impulsos más radicales y avanzar poco a poco,
poniendo en primer lugar la dignidad de todas las personas que se prestan voluntarias en
los diferentes estudios. Vamos a ser los beneficiarios de este cambio, todos tenemos el
derecho de vivirlo y experimentarlo si algún día llega a ser posible.

También, tenemos que tener en cuenta qué tipo de cambio queremos hacer, porque
si comenzamos a modificar patrones de conducta o de pensamiento a gran escala,
estaríamos ante un ser que desconocemos completamente. Ya que, si solo se tratara de
cambios físicos, podemos prever cómo van a socializar y no supondría ningún cambio a
nivel social, sin tener en cuenta las desigualdades que las distintas capacidades puedan
ocasionar. Sin embargo, alterar y dar más capacidad a nuestro cerebro hará que cada vez
haya más personas con altas capacidades y, aunque dependa del tipo, estas suelen tener
una manera de relacionarse algo distinta a la nuestra porque suelen ser más introvertidos

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y tímidos. Esto podría ocasionar un choque de personalidades que a día de hoy, no
sabemos resolver.

En lo que se refiere a la biología, el auge del transhumanismo hará que se produzca


una nueva revolución científica, tanto en el mundo sanitario como en el estético.
Respecto a la medicina, resultan incalculables los beneficios que puede traer consigo
esta revolución; porque, aparte de la mejora de órganos y la curación de enfermedades,
se podrá alargar nuestra vida. ¿Es necesario? Aparentemente, suena excitante poder
desafiar a nuestro organismo y vivir en La Tierra durante más tiempo.

¿Estamos preparados? ¿Lo está nuestro planeta? No creo. Nuestra sociedad se ha


vuelto impulsiva, parece que “llega tarde” a todos sitios, queremos las cosas en el
mínimo tiempo posible y sin hacer demasiados esfuerzos. Tener una vida más larga
podría desencadenar dos situaciones distintas: en la primera, vivir más tiempo hará que
nos relajemos porque se nos ha asegurado un tiempo determinado en La Tierra, que
resulta poco probable por la naturaleza propia del ser humano en esta época; en la
segunda, nuestra actitud no sufrirá ningún cambio porque, como sociedad viviríamos de
la misma manera que lo hacemos hoy. En el último caso, vamos a estar sometidos a
periodos de estrés prolongados que no son sanos, lo que hace que sea contraproducente
que hayamos alargado nuestra vida.

Por eso, si queremos provocar un cambio en nuestra sociedad y estar preparados


para recibir al transhumanismo tenemos que modificar ciertos aspectos de nuestra
rutina, nuestro pensamiento y nuestro estilo de vida. Para empezar, hay que tener en
cuenta que vivimos en un planeta que se está quedando sin recursos, de nada sirve vivir
más tiempo si la Tierra no puede soportarlo. También, tendría que haber un control de
los nacimientos, aunque suene propio de una dictadura, es el precio que debemos pagar
por durar más tiempo; porque, con su paso, convivirán más generaciones. Por otro lado,
es necesario reducir el nivel de contaminación lo máximo posible y tener en cuenta que
nos vamos a quedar sin espacio en el planeta. A lo mejor vivir más tiempo no es
siempre una ganancia.
Por todo lo expuesto anteriormente, el transhumanismo se está enfocando de
manera errónea, sin ningún tipo de orden, siguiendo el comportamiento que tantos años

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llevamos arrastrando. Para poder progresar, hay que dejar atrás nuestro lado más
impulsivo, y ser conscientes de las consecuencias que nuestras ilusiones más
imaginativas pueden ocasionar. Entonces, ¿la idea de ser mejores no la vamos a
encontrar en el transhumanismo?

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