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PENSAMOS EN LA COMUNICACIÓN…
De este modo, hoy diríamos: no más emisores y receptores, sino EMIRECS; no más locutores y
oyentes sino, interlocutores
1 . Destacamos que la comunicación humana no estaría dada por un emisor que habla y un
receptor que escucha, sino por seres o comunidades humanas que intercambian y comparten
experiencias, conocimientos, sentimientos e información. La comunicación es una actividad
simbólica, basada en convenciones sociales. A través de los intercambios que establecemos,
vamos generando relaciones entre unos y otros, nos vamos comunicando y al hacerlo
interactuamos con otros, entre otros, con la posibilidad de generar experiencia compartida. La
interacción es la acción recíproca entre dos o más personas. En la interacción siempre hay una
modificación de las personas que participan en esta. Hacemos hincapié en que la interacción la
entendemos como un espacio intersubjetivo enmarcado en una temporalidad, en el devenir y
en la historia que permite pensar a un sujeto con subjetividad, es decir un sujeto singular con
una forma peculiar de vínculo de sí mismo con el mundo. También en el sujeto están lo
objetivo y la capacidad de objetivar que le permiten vivir en sociedad. Entonces cuando en el
desarrollo de la materia, hacemos referencia a la subjetividad, la pensamos atravesada por lo
histórico, por la cultura, por lo social y por lo político y no sólo como producto del pisquismo.
Lo intersubjetivo supone la interacción, pero va más allá, trabaja en el “entre”, en lo
transicional, en lo intermediario, en lo vincular en tanto espacio donde las dimensiones de lo
social, lo histórico, lo político, lo moral, lo psíquico, lo corporal se entrecruzan. En la
comunicación interpersonal; la configuración que se establece es de “cara a cara” en la que
siempre se da una doble dirección y hay proximidad entre los participantes en el proceso de
interacción, hay un contacto personal que no requiere de mediaciones técnicas
Un código es un conjunto de signos que deben ser compartidos por el emisor y el receptor de
un mensaje a fin de que éste sea comprendido. En otras palabras, un código es una
combinación de signos que, dentro de un sistema establecido, tiene un determinado valor.
Ferdinand de Saussure, el padre de la lingüística moderna, lo definió en los siguientes
términos: Para que la comunicación tenga lugar, es decir, para que el signo sea comprendido,
éste debía formar parte de un código, de una serie de convenciones preestablecidas comunes
a emisores y receptores. Veamos algunos ejemplos: La luz verde de un semáforo, en nuestra
sociedad, funciona como un signo. Es una cosa (una luz verde) que está en lugar de otra cosa
(la indicación de avanzar) para indicar algo (que alguien tiene prioridad de paso). Este signo
forma parte de un código (las señales de tránsito) que no es sino un sistema en donde cada
uno de sus componentes (como las luces del semáforo o la señalética diseñada para tal fin)
tienen asignado un valor, un significado. Dominar este código implica conocer el significado
asignado a cada signo. Si alguien desconociera el valor asignado a la luz verde en nuestra
sociedad, estaría incapacitado para realizar la traducción que toda decodificación implica y
tendríamos como resultado una comunicación frustrada (y un accidente de tránsito,
factiblemente). En esta línea, el gesto del pulgar para arriba, una palabra o una melodía
determinada pueden también entenderse como signos.
De esto podemos deducir, asimismo, que el lenguaje verbal, es sólo un código entre tantos.
Justamente fue al estudio de ese código, en su modalidad oral, al que más se dedicó Saussure.
Para el autor, las palabras poseen:
1) el interpretante: se define como el valor que el signo tiene para alguien. Podríamos asociar
este concepto al del significado saussureano;
3) el fundamento: el referente. Por ende, para Peirce, un signo es algo (un representamen) que
está en lugar de alguna otra cosa (el fundamento) para alguien que le asigna determinado
valor (interpretante). El representamen, por ende, es el aspecto material del signo. Podría
tratarse de una imagen, el sonido de una palabra, un aroma…
El significado individualizado del signo, que se basa en todas las connotaciones y asociaciones
que determinada persona realiza sobre el signo, se llama significado connotativo Por ejemplo:
una bandera roja cerca de una cantera, puede interpretarse como un signo denotativo de
peligro para aquellos que están enterados de que el rojo significa peligro. En un contexto
diferente, y para quienes tienen un determinado tipo de entorno y cultura, la bandera roja
podría interpretarse como un signo del partido comunista y de la antigua Unión Soviética. La
misma bandera roja en la cumbre de un castillo de arena infantil en una playa, puede ser
interpretada como signo de victoria o de euforia, o sencillamente como un adorno infantil.
Para algunas personas, rememorando su propia juventud, la bandera roja puede evocar
sentimientos de nostalgia, y para ellos el signo podría tener adscrito un significado connotativo
muy especial e individual. Entonces, en cada caso hasta qué punto adscribimos al signo uno o
muchos significados posibles depende de dónde lo veamos y de nuestras asociaciones pasadas
con el objeto a que el signo hace referencia. Posiblemente la bandera roja en la cantera haya
sido colocada por alguien con la intención deliberada de comunicar un significado concreto, la
bandera en el castillo posiblemente no, no sabemos si el niño lo hizo con la intención de
comunicación, aunque para nosotros, como observadores del signo, le hayamos dado un
significado. Por lo anteriormente dicho, cobra relevancia también la interpretación en relación
con determinado signo. Existen signos que para algunas personas pueden ser irrelevantes,
conscientemente no le asignan ningún significado. Cuando esto sucede se puede decir que
existe el signo sin significado para esas personas, en ese momento no le adscriben ningún
significado. Es de importancia resaltar que no hay una única interpretación “correcta” de un
mensaje. Obviamente es necesaria para la vida diaria que la interpretación que pretende en
este caso quien puso la bandera roja, o sea el emisor, sea compartida al menos parcialmente
por el receptor. Si alguien coloca la bandera roja como signo de peligro, es importante para la
supervivencia que quienes lo ven lo interpreten como peligro y reaccionen adecuadamente. Es
posible, sin embargo, que algunas personas puedan interpretar el signo como peligro, pero
extraer de él un significado más profundo y considerar la palabra “peligro” como un signo que
traducir como “reto”. Entonces, la conducta adecuada para estos sujetos puede ser aceptar el
reto y ver si pueden entrar en la zona de peligro y salir sin daño. En este caso, se comparte el
significado denotativo en un nivel. La intención de que la bandera significara peligro ha sido
transmitida al receptor. Pero en un nivel más profundo, no se comparte el significado emitido,
puesto que el concepto referido – en este caso “peligro”- se toma a su vez como signo y se
interpreta de manera diferente por parte del receptor
3 . Este recorrido que realizamos a través del ejemplo nos muestra las diferentes
interpretaciones posibles más allá de cómo se haya transmitido una señal y de la
intencionalidad de quien la emita. Para Peirce esta cadena de significación constituye un
proceso que él denominó “semiosis infinita”. Una significación no es nunca una relación entre
un signo y lo que el signo significa (su objeto). La significación resulta de la relación triádica. En
esta última, el interpretante cumple una función mediadora, de información, de interpretación
o incluso de traducción de un signo por otro signo. Por ejemplo: ¿los alimentos pueden
considerarse un signo? Roland Barthes (filósofo, escritor, ensayista y semiólogo francés) dirá
que sí. De hecho, fue el primero en plantear la idea de que todo lo que nos rodea tiene un
significado; de que todos los elementos de la cultura pueden ser pensados como significantes
portadores de sentido. Barthes trataba de establecer un paralelo entre esos sistemas de
significación y el sistema de la lengua aludiendo la relación que hay dentro de este último
entre lengua y habla. Ejemplo: Lo que come una persona o la ropa que usa, nos aporta
información sobre el gusto, sus referentes culturales, su status socio-económico, etc. Para
concluir este punto podemos decir que toda sociedad confecciona los sistemas de
significación.
Esto significa que es la sociedad misma, la que genera estos sistemas que le sirven para
establecer relaciones de comunicación entre sus miembros. En relación con los sistemas de
significación, compartimos con Uds. un fragmento de: “El río sin orillas” (1991) de Juan José
Saer, escritor santafecino. Es que la carne de vaca asada a las brasas, el “asado”, es no
únicamente el alimento de base de los argentinos, sino el núcleo de su mitología, e incluso de
su mística. Un asado no es únicamente la carne que se come, sino también el lugar donde se la
come, la ocasión, la ceremonia. Además de ser un rito de evocación del pasado, es una
promesa de reencuentro y de comunión. Como reminiscencia del pasado patriarcal de la
llanura, es un alimento cargado de connotaciones rurales y viriles, y en general son hombres
los que lo preparan. Además de ciertas partes carnosas de la vaca, prácticamente todas las
vísceras son aptas para la parrilla: intestinos, riñones, mollejas, corazón, ubres de la vaca y
testículos del toro. El asado se cocina a fuego lento y puede llevar horas, pero esa cocción
demorada es menos una regla de oro gastronómica que un pretexto para prolongar los
preliminares, es decir la conversación fogosa, las llegadas graduales de los invitados que,
trayendo alguna botella de vino para colaborar, van cayendo a medida que sus ocupaciones se
lo permiten, incorporándose a la charla animada, no sin pasar un momento por la parrilla para
inspeccionar el fuego o cruzar un par de frases con el asador. Es falta de respeto dar consejos o
mostrar aprensión sobre la autoridad del que esta asando, aunque cada uno de los presentes
tiene su propia teoría sobre cómo deben hacerse las cosas. El asado reconcilia a los argentinos
con sus orígenes y les da la ilusión de continuidad histórica y cultural. Todas las comunidades
extranjeras lo han adoptado, y todas las ocasiones son buenas para prepararlo. Cuando vienen
los amigos del extranjero, cuando alguien obtiene algún triunfo profesional, cuando hace buen
tiempo. Cuando los albañiles están haciendo una casa ponen el techo, atan una rama verde en
el punto más alto de la construcción y hacen un asado. A pesar de su carácter rudimentario,
casi salvaje, el asado es rito y promesa, y su esencia mística se pone en evidencia porque le da
a los hombres que se reúnen para prepararlo y comerlo en compañía, la ilusión de una
coincidencia profunda con el lugar en el que viven. La crepitación de la leña, el olor de la carne
que se asa en la templanza benévola de los patios, del campo, de las terrazas, no
desencadenan por cierto ningún efluvio metafísico predestinado a esa tierra, pero si en
cambio, repitiendo en un orden casi invariante una serie de sensaciones familiares, acuerdan 3
Ejemplo extraído de: Mc Clintock (1993) Teoría y práctica de la comunicación humana. Paidós
Esa impresión de permanencia y de continuidad sin la cual ninguna vida es posible. Al
anochecer, se encienden los primeros fuegos. Un olor a leña, y después de carne asada es lo
que sobresale cuando empieza a oscurecer en el campo, en las orillas del río, en los pueblos y
en las ciudades. Repartido en muchos hogares, no siempre equitativos, el fuego único de
Heráclito arde plácido o turbulento, iluminando y entibiando ese lugar, que, ni más ni menos
prestigioso que cualquier otro, es, sin embargo, único también, a causa de unos azares
llamados historia, geografía y civilización; el fuego arcaico y sin fin acompañado de voces
humanas que resuenan a su alrededor y que van transformándose poco a poco en susurros
hasta que por último, ya bien entrada la noche, inaudibles, se desvanecen.