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Los Cuadernos de Arte

Edward Hopper. «Portrait of Or!eans», 1950.


HOPPER: LA MIRADA Oleo sobre tela. 66 x 101,6 cms. Colección privada.

URBANA mericana. No hay que olvidar que aún después


de la sonora exposición de 1913, la Armory
Show (primera muestra de pintura «moderna»
Ana Cueto en los Estados Unidos) se mantuvieron en la

N
pintura aspectos más o menos tradicionales en
o hay duda de que Hopper representó relación con la American Scene. Benton partici­
como nadie el tema de la soledad con­ paría de esta corriente, tan cargada de naciona­
temporánea. Pero tal vez lo que más lla­ lismo propiamente norteamericano. No obstan­
me la atención al revisar toda su obra, te, el contenido difiere enormemente de la pro­
sean los espacios elegidos para introducir en ducción de Hopper. Por otra parte, en relación
ellos el elemento solitario y profundamente de­ con esos espacios (lo escenarios?) es casi obliga­
solador. Habría que preguntarse si, efectivamen­ do citar a Charles Sheeler. En una etapa a la que
te, eligió esos escenarios por solitarios, o bien lo se ha definido como The Machine Age (1) no
son porque Hopper los quiso como tales. Creo sorprende encontrarse con una Factoría en River
que la segunda opción sería la más lógica. A fin Rouge (Sheeler, óleo de 1932) o con un puesto
de cuentas, lqué puede haber de soledad en una de Mobi Gas en la curva de una carretera cerca­
sala de cine? ly en el interior de un vagón de na a Cape Cod (Hopper, 1940). No es que ambos
metro? lo en el hall de un hotel? sean simples cronistas de su época; ni siquiera
El marco temporal de entreguerras en el que tendría sentido en un momento en el que el de­
vivió el pintor neoyorquino es sin lugar a dudas sarrollo de los medios de comunicación no ha­
un período en el que el clima de crisis, de aisla­ bía hecho más que empezar. Lo único que ha­
miento, consecuencia del Crack del 29, tiene un cen es pintar estos escenarios porque allí esta­
reflejo en los movimientos culturales del mo­ ban, porque los veían habitualmente, o bien,
mento que se traducen en una recuperación del porque eran conscientes del nacimiento de una
realismo. Este realismo hopperiano (extraño en nueva estética; eso sí, no sin dejar de sorpren­
un momento en que la abstracción se vuelve derse por el surgimiento de una nueva era marcada
protagonista) no es sino el eco de esta situación. por aspectos e ideales bien diferentes a los conoci­
Hopper sin embargo no estará solo en esta dos hasta el momento. Es más, quizá sea ahora
«oposición» a la incipiente vanguardia nortea- cuando la máquina se eleve a categoría de arte.
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Los Cuadernos de Arte

Edward Hopper. «Two on the Is/e», 1927.


Del mismo modo que resulta chocante en­ Oleo sobre tela. 102,2 x 122,5 cms.
contrarse con un surtidor de gasolina (que tanto The Toledo Museum of Art. Ohio.
recuerdan a esas macizas máquinas de Coca Co­
la modelo años cincuenta), sorprende también
convertirse en directo espectador de los perso­ Urbano es también el tema de la oficina; pero
najes de «Phillies» (Nighthaws, 1942) o en pa­ oficina nocturna que no deja de ser una excusa
seante por las inmediaciones del Circle Theatre escenográfica para la inclusión de uno o dos per­
(1936). No obstante, la única justificación para sonajes solitarios.
todos estos elementos es su mera contempora­ La elección de un interior tal como el de un
neidad con el propio artista. El interés por la va­ desangelado despacho de los años cuarenta es
riedad de la vida urbana ya lo había tenido el algo totalmente innovador y, en cierto sentido,
primer grupo de artistas organizado oficialmente revelador. El estudio del artista, tema que a mu­
en América, conocido favorito de Hopper y, en­ chos pintores había interesado incluso siglos an­
tre otros, Arthur B. Davies y John Sloan. Pero la tes, puede tener cierta relación e incluso servir
mirada urbana de éstos y la de Edward Hopper de remoto precedente al del bureau de Hopper.
es bien diferente: mientras él sólo es un obser­ En Office in a Small Town, Hopper utiliza un
vador de la escena («la visión de la ciudad desde punto de vista muy extraño al elevarse a la altu­
arriba» como apuntó Gail Levin), en Sixth Ave­ ra de, quizá, un décimo piso, que es donde se
nue Elevated at Third Street, de Sloan, pintado en encuentra el oficinista. La novedad temática (y
1928, el autor parece participar plenamente en la espacial) no puede entenderse en este caso sin
escena, llena de gente riendo, moviéndose den­ tener en cuenta el momento histórico en que
tro del más puro estilo felices años veinte. Sólo estos cuadros fueron pintados: años en los que
dos años separan esta tela de Early Sunday Mor­ América se afana concienzudamente por salir de
ning y la calle se ha quedado vacía. la pos-depresión y el aislamiento, años en los
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Los Cuadernos de Arte

Edward Hopper. «Ground Swelb>, 1939.


Oleo sobre tela. 91,4 x 127 cms.
que el trabajo personal de un oficinista «provin­ Corcaran Gal/e,y of Art.
ciano» puede impulsar la recuperación nacional.
El café se convierte con Hopper en un dato
referencial más de la visión humana de la que ello enlaza con los aspectos más tradicionales o
participa. En sus tres estancias en París, Hopper conservaduristas de sus contemporáneos: hay
se había interesado por la obra de los impresio­ en Hopper una modernidad evidente. El mismo,
nistas y de algunos artistas fauves, como Dufy y junto con los «precisionistas» Demuth o Shee­
Marquet. Así, resulta del todo imposible ver ler, plasman en sus obras los motivos que defi­
Chop Suey o Tables for Woman sin acordarse de nirán la progresiva modernización de la cultura
Manet o Degas. Se ha dicho que los lugares de urbana americana. En el sentido más amplio del
Hopper tan sólo existían en su imaginación, que término, Hopper es, pues, un moderno.
eran fruto de su soledad interior; sin embargo, Muchas opiniones coinciden en que Cine en
no creo que esto sea así: sí es cierto que en su Nueva York (1939) es uno de los lienzos más re­
mente se alojaba una perpetua angustia solitaria, presentativos de la obra hopperiana, ya sea para
pero el café es real, es otro elemento urbano los acérrimos defensores del protagonismo ab­
más, otro espacio donde tantos neoyorquinos soluto de la soledad en sus cuadros, como para
como parisinos del momento gastaban sus ratos los que consideran esos «nuevos espacios» co­
libres. mo lo verdaderamente importante. La consabida
Sin olvidar el componente subjetivo, casi in­ influencia que el teatro y el cine (2) ejercieron
dispensable para el entendimiento de una obra en Hopper tiene su reflejo más evidente en esta
pictórica, no hay por menos que resaltar el fuer­ tela, en la que el verdadero protagonismo reside
te contraste que se aprecia al observar el dramá­ no en la sala o la pantalla, sino en la chica del
tico Café nocturno de Van Gogh, medio siglo an­ pasillo. I. Mackoviz ha relacionado este tema
terior, y la frialdad casi inhumana del Autómata con el de Theatre Lobby, del impresionista Jean
de Hopper, donde una sola muchacha se enfren­ Louis Forain (1852-1931) donde la gente que es­
ta a una taza de café, pasando por los frívolos pera en el pasillo, incomunicativa, es el motivo
personajes del mundo de Touluse Lautre. central. Lo secundario y, casi, lo marginal de un
Edward Hopper forma parte de una «dura» evento teatral o cinematográfico es lo que se
tendencia americanista. Sin embargo, no por quiere resaltar.
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Los Cuadernos de Arte

Edward Hopper. «Route Six, Eastham», 1941.


Oleo sobre tela. 68,6 x 96,5 cms.
Y en celuloide quedará convertida House on The Sheldon Swope Art. Gallery Terre Haute, Indiana.
the Railroad de la mano de Alfred Hitchcock
con Psicosis. Un año antes de que fuese pintada,
en 1924, Charles Burchfield, amigo personal de vos más o menos urbanos y modernos es explo­
Hopper, realizaba La Casa del Misterio. Aunque rado en profundidad por Hopper. Reflejo de su
el tratamiento lumínico y espacial es diferente, coetaneidad y novedad, son la excusa espacial
ambos cuadros sugieren lo mismo: aislamiento, para su universo interno, teatral, fantas-
soledad, frialdad arquitectónica ... mal, con un deambular constante de � •a
En este famoso lienzo, que a simple vista pa­ personajes anónimos y espacios deshu- �
rece tan americano, se puede ver cierta influen­ manizados.
cia del fauvista George Dufy en su etapa de
Trouville. El estilo de las construcciones es bas­
tante parecido y, además, no es extraño que
Hopper hubiese conocido la obra del francés. La
victoriana casa de la vía es entonces otro dato
más de la profunda francofilia del pintor, a partir
de la cual desarrollará un estilo propio. Estilo
que se vuelve absolutamente sencillo para re­
presentar lo urbano: no hay más que ver Casa al
Oscurecer, Amanecer en Pensilvania o Ventanas
de Noche para convencerse de ello. Es una sim­
plicidad que puede resultar demasiado «fácil»,
por ello concede una atención especial a las ven­
tanas. Como una cámara de cine, el ojo de Hop­
per se para ante ellas para filmar todo lo que NOTAS
ocurre en su interior. «Cada ventana es un mun­ (1) Nombre de la exposición organizada por el Brooklyn
do» y cada uno de ellos alejado, indiferente de Museum en 1986.
los demás. (2) Gail Levin: «The Influence of Theater and Film».
El mundo de los hoteles, viajes y otros moti- Arts Magazine (1955).
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