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CAPÍTULO III

LAS DIMENSIONES DE LA FORMACIÓN PARA FORMARNOS EN LA


PATERNIDAD SACERDOTAL

Así como Jesús fue educado en la escuela de san José 1, así el presbítero es educado en la
Iglesia2. Por ello, decimos que esta escuela es modelo para una formación integral para el
sacerdote, pues en ella, el Hijo de Dios aprendió como a tratar a los demás, a tratar con Dios
Padre, a ser creativo en el trabajo, y ayudar a los demás. Así el presbítero aprende en la Iglesia
a ser ese pastor y padre, con un corazón capaz de amar, cuidar, proteger, velar y trabajar por
su pueblo, gracias a la formación integral que en ella se brinda. Una formación integral que se
le resume en cuatro dimensiones: Humana, Espiritual, Intelectual y pastoral3. Por ello, en este
capítulo trataremos estas dimensiones con el objetivo de ver como estas dimensiones
verdaderamente ayudan a forjar en los presbíteros un corazón de padre capaz de darlo todo
por los demás.

3.1. FORMACIÓN ESPIRITUAL

Por formación espiritual nos referimos a aquella dimensión que le permite a la persona
crecer a imagen y semejanza de Dios, por medio de la identificación con Cristo, en el Espíritu
Santo, él cuál, le guiará en un estilo de vida de hijo de Dios, para que así pueda entrar en
relación con Él en su totalidad, como también entrar en relación con la comunidad de los

2
Cf. CONCILIUM ECUMENICUM VATICANUM II, Decretum: Optatam Totius, en AAS, MCMLXV (1965), 713-
727, n.02.
3
Cf. PONTIFICIA COMISIÓN PARA AMÉRICA LATINA, La formación Sacerdotal en los Seminarios de América
Latina, ed. Editrice vaticana, Vaticano, 2009, p.143-148.
1
bautizados. Por ello, el sacerdote en su formación debe fortalecer este aspecto de su vida, ya
que como dice el Codex Iures Canonici:

Mediante la formación espiritual, los alumnos deben hacerse idóneos para ejercer con
provecho el ministerio pastoral y deben adquirir un espíritu misionero, persuadiéndose
de que el ministerio, desempeñado siempre con fe viva y caridad, contribuye a la propia
santificación; y aprendan además a cultivar aquellas virtudes que son más apreciables en
la convivencia humana, de manera que puedan llegar a conciliar adecuadamente los
bienes humanos y los sobrenaturales4.
Por ello, para poder crecer en estos aspectos de vida espiritual que señala el Código de
Derecho Canónico, es necesario servirnos de algunos medios necesarios y fundamentales
como la oración personal y comunitaria, la dirección espiritual y vida sacramental.

3.1.1 Oración personal y comunitaria

En la vida espiritual del presbiterio, la oración es como el oxígeno que necesita el ser
humano para mantenerse con vida. Esto lo decimos, porque la perseverancia en la vida en
gracia, en la vocación que ha sido llamado y los frutos que dé en su apostolado depende de
este medio, ya que «es la oración la que señala el estilo esencial del sacerdocio; sin ella, el
estilo se desfigura»5, sin ella, se pierde la relación con Dios, sostén de todo cuanto bueno es el
presbítero y todo hombre. Por tanto, la oración es un instrumento indispensable 6 para elevar
nuestro corazón a Dios, pues en ella manifestaremos a Dios todo cuanto somos, nos preocupa,
aflige, pero también, expresaremos nuestra gratitud ante todo el bien que nos concede día a
día. Por medio de la oración nuestro corazón aprenderá a formarse, porque al acercarnos al
que es santo (cf. 1Pe 1,15-16), generará en nosotros un espíritu de correspondencia a esa
amistad con Él, a través de una conversión sincera y llena de amor. Una conversión que nos
llevará a hacer vida aquello que hemos vivido en la oración personal, de tal modo, que nuestro
corazón aprenderá a buscar en todo momento de nuestra vida a elevarse a Dios, así como lo
hizo san José en su pequeño taller de Nazaret, y al elevarse nuestro corazón a Dios ya estamos
haciendo oración ya que «toda elevación del corazón que apunta directamente a […] Dios, es
oración»7 y gracias a este medio, el presbítero cultivará una relación más profunda e íntima
con Aquél que es el autor de su vocación. Una relación que exigirá del presbítero una
respuesta cada vez más generosa, una respuesta no coercitiva sino donativa por amor. Una

4
CIC 245§1
5
IOANNES PAULUS PP. II, Litterae, Ad universos Ecclesiae Sacerdotes, adveniente Feria V in Cena Domini,8
aprilis 1979, en AAS, MCMLXXIX (1979), 393-417, n.10.
6
Cf. URBIETA R., Iniciación de los jóvenes a la oración, ed. Secretariado Trinitario, Salamanca, 1986, p. 67
7
RAHNER K., De la necesidad y don de la oración, ed. Mensajero, Bilbao, 2004, p.44.
2
respuesta que le llevará a identificarse cada vez más con Él, de tal modo, que esa
identificación le concederá la gracia de tener un corazón como el suyo, un corazón de padre
en su apostolado.

Sin la oración, el presbítero debilitará su fe, su ministerio, llevándole de tal modo a


sumergirse en una profunda tristeza, porque se sentirá alejado de Aquél que le llamó, y se
sentirá no porque el que le llamó esté lejos, sino porque el mismo se está poniendo barrearas
para sentir su presencia, y sin la presencia de Aquél que es el ministerio, esto pierde sentido y
por ende, pierde sentido todo cuanto realice, ya que de acuerdo como viva uno la oración
vivirá su ministerio y apostolado8. Más aún, la oración permite que el sacerdote permanezca
fiel y perseverante en el ministerio que se le ha concedido, un ministerio que permitirá que
muchas personas se acerquen cada día más a Dios, en quien encontrarán el sentido de su vida,
de su existencia. Por ello, si el sacerdote, deja de orar, permitirá que el enemigo malo vaya
adentrándose poco a poco en su vida, adquiriendo una anemia espiritual que le podría llevar
incluso a la muerte espiritual, y con el tiempo, a dejar el ministerio tan grande que Dios le ha
concedido. Y como consecuencia de ello, a dejar a un pueblo sin aquel guía espiritual que le
indique el camino para que lleguen a la vida eterna.

Ahora bien, el presbítero, debe ser consciente de que ha sido llamado por Jesús para que
esté con él, para ser su discípulo, para ser su instrumento santo, en donde Él será quien obre
por medio suyo por gracia del don concedido en el Orden Sagrado. Por tanto, el sacerdote,
nunca debe olvidarse que Cristo es quien actuará por medio suyo. Por ello, si Cristo es Cabeza
y Pastor de la Iglesia, el sacerdote se transforma en Cabeza y Pastor de la Iglesia por el
ministerio recibido, un ministerio que Cristo concedió a los Apóstoles y a sus sucesores, y
aquellos que participan de este ministerio sagrado9. Por tanto, esto nos lleva a ver que hay una
relación profunda entre el Presbítero y la comunidad eclesial. Y, por consiguiente, nunca él
debe evadir las responsabilidades que tiene para con ella, ya que una comunidad sin su pastor
tiende a desaparecer, a morir. Por esto, el Presbítero, para no dejar morir a esta comunidad
eclesial, él no debe morir primero, y para lograr esto necesita de la oración, necesita seguir
fomentando un trato íntimo y vivo con su Señor 10, un trato que le haga experimentar, sin
limitarse a ello, esa cercanía de un Dios que verdaderamente está con él, está con nosotros.
Una cercanía que le permita abandonarse totalmente a Él como un hijo se abandona a su

8
Cf. ALEMANY C-GARCÍA J., Psicología y ejercicios Ignacianos I. La transformación del yo en la experiencia
de ejercicios espirituales, ed. Sal Terrae, Madrid, s.d., p.278.
9
Cf. CONCILIUM ECUMENICUM VATICANUM II, Constitutio: Lumen Gentium, en AAS, MCMLXIV (1964), 5-67,
n.28.
10
Cf. IOANNES PAULUS PP. II, Adhortatio apostolica postsynodalis: De Sacerdotum formatione in aetatis nostrae
rerum condicione, 25 Martii 1992, en AAS, MCMXCII (1992), 657-804, n.47.
3
padre, de tal manera, que esta experiencia, le permita ser ese padre que necesitan todos cuanto
le rodean, que son hombres sedientos de Dios, de su amor, de su ternura, compasión, etc. Por
ello, decimos, si el sacerdote no experimenta ese amor, esa ternura, esa compasión de Dios
¿Qué va a dar a los demás? Y como Pastor, debe siempre tener los brazos dirigidos al cielo,
al igual que Moisés para que su comunidad no perezca11.

El sacerdote, debe ser consciente también de que su oración unida a la de Cristo y de la


Iglesia «se convierte en verdadero sacrificio espiritual, vinculo de unión, sacrificio de
alabanza, incremento de la caridad y escuela y ejemplo para los fieles» 12, de este modo,
aprenderá a inmolarse en ella para provecho suyo y la de su comunidad eclesial. Aprenderá,
también que no camina solo, sino que tiene a una comunidad que él ha de cuidar, y que al
mismo tiempo esta comunidad cuida de él. Por ello, además de la vida sacramental que les
puede impartir, debe generar espacios de oración comunitaria, en donde enseñará a su
comunidad eclesial a orar por todos, pero de manera especial por ellos que son pastores.

Por ello, en el proceso formativo sacerdotal es importante fomentar en los candidatos ese
espíritu de oración personal, como también, generar climas propicios la oración.

3.1.2 Dirección del Espíritu y vida Sacramental

La dirección espiritual es una herramienta indispensable que necesita todo hombre para su
crecimiento espiritual, y mucho más un Presbítero que será, al mismo tiempo aquella
herramienta. A esto, añadimos las palabras de Pablo VI cuando era cardenal:

La dirección espiritual tiene una función hermosísima y, podría decirse indispensable, para la
educación moral y espiritual de la juventud, que quiera interpretar y seguir con absoluta lealtad
la vocación, sea cual fuese, de la propia vida; ésta conserva siempre una importancia
beneficiosa en todas las edades de la vida, cuando, junto a la luz y a la caridad de un consejo
piadoso y prudente, se busca la revisión de la propia rectitud y el aliento para el cumplimiento
generoso de los propios deberes. Es medio pedagógico muy delicado, pero de grandísimo valor;
es arte pedagógico y psicológico de grave responsabilidad en quien la ejerce; es ejercicio
espiritual de humildad y de confianza en quien la recibe 13.
Por ello, el presbítero, aprenderá desde su formación, ha poner su alma en manos de un
hombre sabio que le permita crecer en su vida espiritual, como hombre de Dios, y padre del
pueblo santo. De esta manera, el presbítero será consciente de que no camina solo en su

11
Cf. BENEDICTO XVI, Audiencia General. El hombre en oración. La intercesión de Moisés por su pueblo (Ex
32,7-14), 1 de junio de 2011.
12
GONZÁLES MAGAÑA J., Amar y servir hasta la muerte. Identidad sacerdotal y configuración con Cristo I , ed.
Buena Prensa, México, 2019, p. 418.
13
IOANNES PAULUS PP. II, Adhortatio Apostolica Postsynodalis: De Sacerdotum formatione in aetatis nostrae
rerum condicione, 25 Martii 1992, en AAS, MCMXCII (1992), 657-804, n.81.
4
ministerio y en su trabajo pastoral, ya que se verá acompañado por otro semejante que
comparte su misma naturaleza humana.

Para contribuir al mejoramiento de su propia vida espiritual, es necesario que los presbíteros
practiquen ellos mismos la dirección espiritual. Al poner la formación de sus almas en las
manos de un hermano sabio, madurarán — desde los primeros pasos de su ministerio —
la conciencia de la importancia de no caminar solos por el camino de la vida espiritual y del
empeño pastoral. Para el uso de este eficaz medio de formación tan experimentado en la Iglesia,
los presbíteros tendrán plena libertad en la elección de la persona a la que confiarán la dirección
de la propia vida espiritual14.

De este modo, la dirección espiritual permite que el sacerdote, ya desde su formación, vaya
adquiriendo una sólida formación y madurez interior de la que exige la Ratio fundamentalis
institutionis sacerdotalis, porque la dirección espiritual toca, al igual que la confesión, la
interioridad de la persona, toca el corazón, y lo toca para sanarle, para orientarle por el camino
de la perfección.

Por consiguiente, la dirección espiritual se convierte en un instrumento privilegiado para la


formación15 porque ayudará a descubrir las enfermedades del corazón que llevan al hombre a
la infelicidad, y los descubrirá para confrontarlas gracias al diálogo con el director espiritual.
Por ello, el papa Francisco en una alocución dirigida a seminaristas y sacerdotes presentes en
Roma les decía que «los pecados son para confesarlos y pedir perdón, pero esto no basta;
también es necesario entrar en contacto con los límites, las tendencias, los problemas que
llevan al pecado, las enfermedades espirituales, dialogarlas, discernirlas, confrontarlas,
delante de un hombre sabio, de un director espiritual»16.

Ahora bien, en la dirección espiritual, el presbítero, se dará cuenta de sus debilidades y


fortalezas. Las debilidades para afrontarlas y superarlas, las fortalezas para trabajarlas. Esto es
necesario porque «Somos humanos y por tanto libres, libres para elegir el bien o el mal, libres
para construir con nuestras decisiones lo que seremos mañana. Lo queramos o no, somos
escultores de nuestra propia personalidad y, en menor medida, del mundo que nos rodea. Cada
gesto, cada palabra, cada actitud puede embellecer o estropear nuestra vida y la de quienes
están a nuestro lado. Por tanto, es necesario pensar y discernir bien nuestras decisiones» 17. Por
consiguiente, estamos llamados a dar sentido a nuestra vida, a nuestra existencia, y así crecer

14
CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 31 de enero de
1994.
15
Cf. RFIS, 107. rc_con_cclergy_doc_20161208_ratio-fundamentalis-institutionis-sacerdotalis_sp.pdf
(vatican.va).
16
CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA. La formación permanente de los sacerdotes según la Ratio
Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis, 28 de mayo de 2018.
17
CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, La dirección espiritual como acompañamiento integral en la formación
inicial y permanente de los sacerdotes, 2 de febrero de 2018.
5
cada día en aquella perfección que Cristo nos invita en Mt 5,48 “seréis, pues, vosotros
perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”. Es un mandato, pero al mismo tiempo un
deseo del hombre, ya que siempre busca superarse, siempre busca encontrar el sentido de su
vida, busca realizarse, y en Dios encuentra esa realización, por ello dijo san Agustín: «nos has
hecho para ti, e inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en ti» 18. Un deseo que nos
hace darnos cuenta de que, en la llamada a la vocación sacerdotal, es Cristo quien nos llama,
nos invita a seguirle, pero no solo esto, sino que nos invita a estar con él, a vivir junto a él, a
dejarse acompañar por él.

Por estas y por otras razones, podemos afirmar la necesidad de un maestro, de un guía, que
remedie en parte nuestras limitaciones, nos oriente en nuestras búsquedas, nos ayude a discernir
y cumplir las llamadas de Dios y, en definitiva, sea sacramento de Cristo, maestro y guía.
Necesitamos, en definitiva, ser corregidos y animados. A veces será necesario emplear más la
mano izquierda del ánimo y en otros momentos, resulta más oportuna la mano derecha de la
corrección19.
Gracias a la dirección espiritual el sacerdote crecerá de manera integral, aprenderá a ser
otro Cristo buen Pastor, modelo de vida y padre de todos cuanto acudan a él para que les
acompañen y orientes en su vida según los criterios del Evangelio20.

En cuanto a la vida sacramental, el presbítero debe ser consciente de que ha sido llamado
para ser alter Christus21 y así pueda seguir ofreciendo el culto que agrada a Dios en bien suyo
y de todos los fieles, por ello es necesario de que el futuro sacerdote aprenda todo cuanto este
relacionado en la vida litúrgica y sacramental para ejercer el don que se le ha concedido en la
imposición de manos por parte del obispo. Además, de aprenderlo, es necesario que el mismo
lo viva durante el proceso formativo a través de la participación consciente, activa y devota en
la celebración del rezo de la Liturgia de las Horas, en la celebración de los sacramentos, como
la Eucaristía y la confesión22.

3.3. FORMACIÓN INTELECTUAL

18
San Agustín, Confesiones, 1,1,1.
19
CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, La dirección espiritual como acompañamiento integral en la formación
inicial y permanente de los sacerdotes, 2 de febrero de 2018.
20
Cf. URBIETA R., Iniciación de los jóvenes a la oración, ed. Secretariado Trinitario, Salamanca, 1986, p. 68
21
BENEDICTO XVI, Audiencia General: año sacerdotal, 24 de junio de 2009.
22
Cf. CONCILIUM ECUMENICUM VATICANUM II, Decretum: Optatam Totius, en AAS, MCMLXV (1965), 713-
727, n.8.
6
3.3.1 Profundización del Misterio Pascual

Sin duda el rasgo más importante del sacerdote es que sea hombre de Dios. Es también
verdad que la formación humana del sacerdote resulta en muchas ocasiones determinante -
sobre todo en los primeros contactos- para el acercamiento a Cristo y a la Iglesia de
numerosos hermanos nuestros. Pero no basta. El sacerdote católico, por su función profética,
está llamado a ser "maestro". Es el mismo Maestro quien lo envía: «Enseñad a todas las
gentes» (cf. Mt 28,19). Por eso conviene detenerse a considerar su formación intelectual como
uno de los campos fundamentales de la preparación del seminarista.

Hoy, más que en el pasado, se pedirá al sacerdote que esté siempre dispuesto a dar
respuesta a todo el que le pida razón de su esperanza 23.Dispuesto y preparado, naturalmente.
Los hombres acudirán a él para pedirle la luz de Dios sobre los problemas que los angustian.
Esperarán de él respuestas claras basadas en la fe y en el conocimiento profundo del corazón
humano.

En una civilización como la nuestra, tan desarrollada en las ciencias y en la técnica, el


sacerdote afronta, dentro y fuera de la Iglesia, circunstancias muy complejas, y ambientes
frecuentemente hostiles o indiferentes. El sacerdote es llamado hoy a ser pastor de hombres y
mujeres más adultos, más críticos, más informados; inmersos en un mundo ideológicamente
pluralista donde el cristianismo está expuesto a múltiples interpretaciones y sospechas por
parte de una cultura cada vez más extraña a la fe 24; un mundo con numerosos problemas
morales intrincados, permeado por abundantes sectas que ofrecen soluciones fáciles e
inmediatas a las necesidades religiosas de la persona, desconcertado por desviaciones
doctrinales. Todo esto exige del sacerdote actual una ciencia y una cultura apropiadas, que
hagan posible el contacto con los hombres de su época, y eficaz la transmisión del Evangelio.

No está de más recordar a los formadores y a los alumnos que la falta de preparación
intelectual no se suple con nada: ni con fervor, ni con un gran corazón, ni con talento, ni con
vastos planes de apostolado. De ordinario, la gracia actúa a través de la calidad de los
instrumentos y no suele hacer fecunda la acción del apóstol que, por pereza, cobardía o
irresponsabilidad ha descuidado su preparación intelectual.

23
cf. 1 Pe 3,15.
24
cf. CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA , La formación teológica de los futuros
sacerdotes
7
La formación intelectual no se reduce al cumplimiento de un currículum académico.
Además de adquirir ciertos conocimientos, el alumno debe potenciar y afinar sus capacidades
intelectuales, y lograr aquellas disposiciones y hábitos que harán de él una persona
intelectualmente madura. Es entonces cuando dará todo su fruto la asimilación de un bagaje
de contenidos, que debe ser lo más amplio y profundo posible, en los campos de la filosofía,
la teología y la cultura general. Finalmente, podemos considerar también parte de esta área la
capacidad de comunicar eficazmente a los demás esos contenidos.

3.3.2 Conocimiento interno de Cristo


La formación teológica es la coronación de la preparación académica sacerdotal. Es el
período en el que el candidato se adentra en el conocimiento científico y experiencial de su fe
y de los problemas pastorales a los que en breve ha de aplicar la luz de la Revelación, el celo
de su corazón de apóstol y la prudencia del buen pastor. La teología, en cuanto ciencia de
Dios, es la ciencia que caracteriza al sacerdote, en cuanto hombre de Dios.

El currículum teológico debe llevar al conocimiento global de la doctrina católica, de


forma que los alumnos ahonden en ella, la conviertan en alimento de su propia vida espiritual
y puedan comunicarla, exponerla y defenderla en el ministerio sacerdotal 25. Por lo mismo, la
tarea principal consistirá en proporcionarles una visión completa y orgánica de las asignaturas
fundamentales, sin olvidar aquellas otras que son más periféricas, pero también necesarias
para su formación doctrinal y pastoral.

En la enseñanza y el estudio de la teología hay que tener en cuenta, además de la larga


tradición de la Iglesia, todos los legítimos impulsos renovadores que han surgido en los
últimos años: el papel que debe jugar la exégesis en todas las materias, el redescubrimiento de
la patrística, la transformación profunda del planteamiento de la moral, etc. En este esfuerzo
renovador no se puede ignorar la aportación de los principales autores modernos, ni mucho
menos las directrices recientes del magisterio. El documento sobre la formación teológica de
los futuros sacerdotes constituye un valiosísimo punto de referencia. A él habría que sumar
los documentos de la Santa Sede sobre la formación litúrgica, ecuménica, pastoral, y
misionera, sobre el estudio de los santos padres, sobre el conocimiento de las Iglesias
orientales, sobre el ateísmo, y otros que completan el cuadro de la entera formación teológica.

25
Cf. CONCILIUM ECUMENICUM VATICANUM II, Decretum: Optatam Totius, en AAS, MCMLXV (1965), 713-
727, n.16.
8
Por su misma naturaleza, la teología debe conducir al encuentro personal con Dios,
suscitando en quien la estudia un estímulo a la oración y a la contemplación. La espiritualidad
que nace de una vida de fe es como una dimensión interna de la teología. Una teología que no
profundice en la fe, que no conduzca a orar, puede ser un discurso de palabras sobre Dios;
pero no será jamás un verdadero discurso en torno a Dios, al Dios Vivo, al Dios que Es, y
cuyo Ser es el Amor26.

Para ello conviene que el futuro sacerdote se acerque a la teología con la razón iluminada
por una fe viva y operante, de suerte que las verdades estudiadas lleguen a convertirse en
principios de vida cristiana, aumenten su conocimiento y relación personal con Cristo, le
ayuden a profundizar su inserción vital en la Iglesia y despierten en él la conciencia de su
tarea apostólica.

Así, la riqueza teológica se proyecta también hacia los demás cultivando, ya desde la mesa
de estudio, el hábito de aplicar la Palabra de Dios a las realidades temporales y a la mudable
condición humana, y de buscar la traducción del mensaje de salvación a la sensibilidad del
hombre contemporáneo pues el estudio de la teología no busca una formación intelectual y
humana al servicio del estudiante, sino al servicio del Evangelio y del hombre. Es una misión.
Se trata de estudiar para iluminar, de aprender para después enseñar, de comprender para
posteriormente ser capaz de mover los corazones hacia Dios. El futuro sacerdote, hoy
estudiante de la ciencia sagrada, no debe perder esto nunca de vista. Su esfuerzo por asimilar
las asignaturas teológicas es, ya en sí mismo, un verdadero acto de caridad:

Hay algunos que quieren saber con el fin solamente de saber, y es torpe curiosidad. Hay
quienes quieren saber para ser ellos conocidos, y es torpe vanidad. Hay quienes quieren saber
para vender su ciencia, por ejemplo, por dinero, por honores, y es torpe ganancia. Pero hay
quienes quieren saber para edificar, y esto es caridad27.

3.4. FORMACIÓN PASTORAL

3.4.1 Dedicación a la Iglesia Local

26
JUAN PABLO II, Discurso a los sacerdotes, Irlanda, 1º de octubre de 1979.
27
SAN BERNARDO, Sermo 36 in Cant.
9
3.4.2 Acompañamiento a todo fiel cristiano.

Buen pastor. Ése es el modelo y el ideal del sacerdote pastor. Un pastor que cuida las
ovejas, las conoce por su nombre, sale en busca de la que se ha perdido y cuando la halla la
carga alegre sobre los hombros; se preocupa por las ovejas que no son todavía de este redil;
llega a dar la vida por sus ovejas28. El buen pastor es un pastor bueno, que ama. El apostolado
es un servicio, no una imposición. No habrá auténtica "actividad pastoral" si no hay "caridad
pastoral".

Movido por esta caridad el apóstol se acerca a cada persona y se interesa sinceramente por
su situación, sus problemas, tristezas y alegrías. Se acerca al hombre para compartir su
historia concreta.

La caridad del sacerdote pastor es un amor universal; pero como todo amor gratuito y
oblativo, se inclina con especial dedicación a quienes más lo necesitan; no a quienes más lo
corresponden, y ni siquiera a quienes más lo "merecen". Si es cierto que los presbíteros se
deben a todos, de modo particular, sin embargo, se les encomiendan los pobres y los más
débiles, con quienes el Señor mismo se muestra unido 29. En este sentido, la Iglesia habla de
"opción preferencial por los pobres". A ejemplo de Cristo, el sacerdote debe ser sensible a la
situación de miseria material en que se encuentran tantos seres humanos, posiblemente en su
misma parroquia. Las injusticias personales o estructurales que provocan o favorecen esa
situación no le pueden dejar indiferente.

No se trata solamente de sentir y amar. Hay que obrar. El sacerdote no puede dejar dormir
la justicia y la caridad en el corazón; esto defraudaría las esperanzas de quienes le miran como
hermano, amigo y abogado, por el hecho de ser lo que es. Más aún, defraudaría su misma
identidad sacerdotal. Porque, en efecto, la promoción humana y social del hombre forma
también parte de su misión sacerdotal. Cristo vino a salvar a todo el hombre, y
consiguientemente la Iglesia quiere el bien del hombre en todas sus dimensiones; en primer
lugar como miembro de la ciudad de Dios y luego como miembro de la ciudad terrena.

La formación del corazón pastoral de los seminaristas debe incluir la educación para esa
opción preferencial por los pobres, tal y como la entiende la Iglesia.

28
cf. Jn 10,11-18.
29
IOANNES PAULUS PP. II, Adhortatio Apostolica Postsynodalis: De Sacerdotum formatione in aetatis nostrae
rerum condicione, 25 Martii 1992, en AAS, MCMXCII (1992), 657-804, n.6.
10
Una opción, en primer lugar, que no es exclusiva ni excluyente. Cristo vino a salvar a
todos los hombres. Su compasión y dedicación a los pobres no le impidió acercarse también a
quienes gozaban de abundancia material pero carecían de los tesoros del Reino. De algún
modo definió su misión al citar a Isaías: «me ha ungido para anunciar a los pobres la buena
nueva»30. Pero no fue menos explícito sobre el sentido de su venida, al responder a unos
fariseos que murmuraban contra él: «no he venido a llamar a conversión a justos, sino a
pecadores»31. Y esos pecadores a quienes en ese momento trataba de curar eran Leví y los
otros publicanos de la ciudad, gente capaz de ofrecer un gran banquete.

Hay que procurar que los seminaristas aprendan a amar al pobre, no por su pobreza sino
porque es hombre; y que sepan amar igualmente al rico, no por su riqueza, sino porque es
hombre.

Ésta es una segunda característica de la verdadera opción cristiana por los pobres: el amor.
Es contradictorio pretender amar a unos odiando a los otros, aunque se trate de justificar esa
situación diciendo que se les combate por amor. La lucha de clases no es cristiana. Con ella,
antes aún de lograr arrebatar a los potentes su riqueza, se arrebata a los pobres su mayor
tesoro: la caridad. Inculcar en quienes se preparan para el sacerdocio el odio, el recurso a la
lucha de clases o a la violencia es minar en la base la esencia de su futura identidad como
representantes de Cristo, y es, en el fondo, perjudicar a los mismos pobres.

Hay que buscar auténticas formas de promoción de los necesitados. La opción por los
pobres tiene que ser eficaz. Convendrá que ya desde el seminario, los candidatos vayan
conociendo algunas de las condiciones de esa eficacia.

Que comprendan, por ejemplo, que la mejor promoción es la que tiene como protagonistas
a los mismos interesados; y que por lo tanto es necesario procurar elevar su nivel cultural y
educarlos al trabajo, al ahorro, al deseo de superación.

Por otra parte, si de verdad queremos favorecer su progreso integral, no podemos


prescindir de la participación de quienes tienen las riendas del progreso. Una cosa es que haya
que favorecer al pobre, y otra muy diversa que haya que dedicar nuestra actividad pastoral
solamente a él. La opción por los pobres nos pide estar con ellos, y muchas veces también
entre ellos. Pero nos exige asimismo trabajar responsablemente entre los líderes económicos,
culturales y políticos para iluminar con el Evangelio sus conciencias hasta lograr que pongan
su liderazgo al servicio de los más necesitados. El profetismo que se enfrenta brutalmente a

30
Lc 4,18
31
Lc 5,32.
11
quienes pueden y deben ayudar a los indigentes, consiguiendo solamente que se replieguen
sobre sí mismos y los abandonen a su suerte, es un error y una seria irresponsabilidad; además
de implicar a veces una delicada simplificación moral al tachar de explotadores y opresores -
de modo global y genérico, clasista- a todos los que no pertenecen a la categoría social del
pobre, sin tener en cuenta el estado de cada conciencia particular. La actuación discreta de
Jesús, que se hace invitar a casa de Zaqueo y provoca en su alma, sin gritos ni condenas, una
profunda conversión a la justicia 32. es un claro ejemplo para todo sacerdote que quiera
identificarse de verdad con el Maestro, de cuyo profetismo participa.

Nuestros seminaristas, especialmente los que se prevé que de algún modo habrán de
desarrollar su servicio pastoral entre los zaqueos modernos de nuestra sociedad, deben
formarse una visión realista y positiva del desarrollo y de la economía 33. En su futura acción
pastoral con quienes manejan la producción y la economía deberían ayudarles a tomar
conciencia de que el sentido de justicia les pide que contribuyan eficazmente al aumento de la
producción, que se esfuercen por producir "más y mejor": si no hay aumento real de riqueza
no se podrá repartir más que pobreza. Pero habrán de hacerles entender también el sentido
último de su esfuerzo por aumentar la producción: aumentar la "distribución". Al crear
fuentes de trabajo, acrecentar los bienes disponibles y procurar que todos se beneficien
equitativamente de ellos, estarán dando una contribución específica al bien común. Que
entiendan que el sentido universal de los bienes significa que su propiedad, su capital y su
trabajo tienen un sentido profundamente social. Son talentos que les han sido confiados para
que los hagan fructificar en beneficio de todos 34. Por otra parte, la acción pastoral del
sacerdote debe fomentar entre ellos la caridad y solidaridad cristiana, hasta lograr que sean
capaces de desprenderse no sólo de lo superfluo, sino incluso de lo necesario, cuando esto
fuera requerido para aliviar la miseria de los que sufren.

Un tercer elemento importante en esta línea es el equilibrio entre la acción que se dirige a
promover los necesarios cambios de estructuras y la que busca el cambio de los corazones.
Ambas son necesarias. La reforma de las estructuras sociales, económicas, jurídicas o
políticas que obstaculizan el progreso de todos, son condición necesaria para que la justicia
social se concrete en realidades que cambien efectivamente las situaciones injustas. La
reforma de los corazones garantiza que se puedan cambiar verdadera y duraderamente las

32
cf. Lc 19,1-10.
33
Solicitudo rei socialis 28-30
34
cf. Mt 25,26-28.
12
estructuras, ya que éstas son, en el fondo, cristalizaciones de la conciencia y de la libertad de
personas concretas y vivas que las crean o mantienen en pie.

Por último, educar a los seminaristas a la genuina opción por los pobres significa que
comprendan el sentido global de su misión, y, dentro de ella, sepan dar lugar prioritario a lo
que es esencial. El hecho de que Cristo haya venido a salvar a todo el hombre significa, como
ya se dijo, que la misión de la Iglesia incluye la dimensión social; pero significa también que
no se reduce exclusivamente a ella.

Para quien ve las cosas con los ojos de la fe, la peor miseria que aflige al ser humano es el
pecado. Por eso Cristo vino «a llamar...a los pecadores» (Lc 5,32). Hasta su mismo nombre
había sido elegido por Dios con este sentido: «tú le pondrás por nombre Jesús, porque él
salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,21). Se compadecía de todas las miserias humanas
y trataba de aliviarlas; pero es evidente que para él lo más importante era aliviar a los hombres
de la miseria del pecado, hasta el punto de curar a un paralítico para que los fariseos
escandalizados supieran que él tenía poder de perdonar los pecados 35. Ése es también el
sentido último de su sacrificio salvador: a los discípulos del cenáculo les hizo entender que su
sangre «es derramada por muchos para perdón de los pecados» 36.Por eso san Pablo podrá
decir más tarde que «fue entregado por nuestros pecados y fue resucitado para nuestra
justificación»37. El mismo Jesús lo repitió a sus discípulos antes de enviarlos por todo el
mundo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día
y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones,
empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas»38.

Testigo de esas cosas, el sacerdote debe tener siempre presente que su mensaje es
esencialmente un mensaje de salvación sobrenatural. En el fondo, es éste el mayor anhelo de
la gente necesitada, como de cualquier ser humano. Los pobres piden al sacerdote lo que es
más propio de su sacerdocio. Del político y del sindicalista pueden esperar solamente que les
den pan; del sacerdote esperan el Pan de vida. Si se acercan al hombre de Dios, es para
acercarse a Dios.

Es importante, pues, que los formandos comprendan que su labor de caridad social no es
ajena a su futura identidad sacerdotal, sino que brota de ella como una de las consecuencias de
su misión integral; no la única ni la principal. De ese modo entenderán que no deben olvidar

35
cf. Mt 9,6.
36
Mt 26,28.
37
Rm 4,25.
38
Lc 24,46-48.
13
nunca que su tarea prioritaria es el anuncio de la Palabra de Dios, la administración de los
sacramentos de la salvación y el pastoreo del pueblo de Dios; y que su mejor servicio social
será formar a ese pueblo preparando a los seglares para que, tomando conciencia de las
exigencias de su fe, trabajen eficazmente por la construcción de una sociedad mejor. Que
comprendan finalmente que si, como vimos antes, su misión es una misión eclesial, no puede
ignorar en todo este trabajo la "doctrina social de la Iglesia".

3.2. FORMACIÓN HUMANA


¿cómo el sacerdote diocesano puede llegar a poseer esa paternidad que caracterizaba a san
jose?

RPTA: acogiendo y viviendo a plenitud la formación que se le brinda

3.2.1 Obediencia a la autoridad Eclesiástica

3.2.2 Trato y relación con los demás

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