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Nota del autor

S oy Tu es da y L ob sa ng R a m p a . * És t e e s m i ú n ic o no m b r e y ,
ahora, mi nombre legal, y no respondo a ningún otro. Varias
cartas me llegan con una fantástica acumulación de nombres
añadida; van a parar directamente a la cesta de los papeles por
tirar, puesto que, como digo, mi solo nombre es: Tuesday
Lobsang Rampa.
Todos mis libros son veraces; todas mis pretensiones, funda -
das. Hace años la prensa de Inglaterra y Alemania inició una
campaña en contra de mi persona, en días en que no me podía
d ef e n d er a m í m i s m o , a c a u s a d e es t a r p os t r a d o, ca si m o r i -
bu ndo, ví ct i m a de u na t r om bosis cor ona r ia . F u i per seg u ido
sañuda y locamente.
Aun ahora unas pocas personas me quieren mal, y por eso co -
l ec ci on a n «e vi d en c i a s» ; a u nq u e e s s ig ni fi ca t i vo q u e ni ng ú n
«colector de evidencias» haya intentado verme personalmente.
E s i nu s i t a d o el n o c o n c e d e r a u na « p e r s o n a a c u s a d a » u n a
oportunidad de puntualizar su propia historia. Todo el mundo
es inocente antes de que se pruebe lo contrario. Nunca se ha
probado mi culpabilidad; y jamás se me ha permitido probar
mi autenticidad.
La prensa inglesa y alemana no me ha concedido el menor
sitio en sus columnas; de manera que me he visto en la desa -
gr adable posi ci ón de saber me inocent e y vera z, sín poder ex -
pli ca r a nadie mi historia, vist a desde mi lado. Una g ran ca -
dena de televisión me ofreció una entrevista; pero insistiendo
en que yo tenía que decir lo que ellos pensaban que yo tenía
q u e cont a r — di cho de otr o m odo, u n m ont ón de em bu st es.
Y o, l o qu e necesi t o, es cont a r la ver da d; vist o lo cu a l, ellos
no me dejaron asomar a la pantalla.

«Tu esda y», en i ng lés, significa «mart es». C omo sea que el
lama tibetano declara su nombre en inglés y no en su idioma
nativo, hemos respetado su manera de hacer. (Nota del T.)

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D éj es em e r ep et i r q u e t o do c u a n t o es cr ib í es v er a z . Mi s pr e -
tensiones son justificadas. Mi razón específica, cuando insisto, se
basa en que, en u n futur o próximo, ot ras per sona s com o yo se
presentarán, y no deseo que sufran todo lo que he tenido q u e
s u f r i r po r c u l pa d e la m a li ci a y o di o pe r v er so de u n os
cuantos.
Un gran número de personas han visto mis papeles, absoluta -
mente auténticos, probando que he sido un alto Lama del
P o t a l a , e n L ha s a , T i b e t , y q u e p o s e o e l t ít u l o d e d o c t o r e n
Medici na, graduado en la China. Aunque la gente haya visto
dichos documentos, lo «pone en olvido» cuando la prensa anda
embrollando alrededor del asunto.
Leed, pu es, t odos m is libr os, bien seg u r os en vu est r o fu er o
interno de que todo lo que se escribe en ellos es verdad, y lo
que pretendo ser, es lo que realmente soy. Leed mis libros y lo
veréis.

T. Lobsang Rampa
Prólogo

El pr esent e l i br o es u n cur so m u y espe cia liz a do de inst r u c -


ción desti na do a cua nt os est én sincer am ente interesa dos en
conocer todas aquellas cosas que deben ser conocidas. P r i m e r a m e n t e
s e p e n s ó e n r e d a c t a r l o b a j o la f o r m a d e u n c u r s o p o r
c o r r e s p o n d e n c i a ; p e r o s e h i z o l a c u e n t a d e q u e sería
necesaria una organización tal que implicaría que cada u no
de l os est u di a nt es t endr ía q u e sa t isfa cer u na cu ota de
treinta y cinco libras esterlinas por el curso entero. Por ello,
con la colaboración de mis editores, se optó por la publicación
en forma de libro.
Un pobre, infeliz escritor no puede sacar mucho de sus libros;
y a s e s a b e , l o q u e g a na e s m u y p o c o , y a u n , a m e n u d o , e l
autor recibe de todas las partes del mundo cartas cuyos autores
s e «o l v i d a n » de i n cl u i r en el la s la r es pu es t a pa g a d a . Di ch o
autor puede hacer dos cosas: pagar él mismo, o bien ignorar
la carta.
En mi ca so, muy atolondra da ment e, he carga do con el coste
del papel impreso, la mecanografía y los gastos de correo; pero
e l l o m e ha r es u l t a d o d em a s ia do co st os o . N o m e s ie nt o c on
ánimos para responder las preguntas y cartas cualesquiera que
sean, a menos de que la gente recapacite sobre lo que digo.
Sin duda será interesante para el lector saber cosas como las
q u e si g u en: m e ha n lleg a do ca r ta s com u nicá ndom e qu e m is
libros eran excesivamente caros y pidiéndome ejemplares gra -
tuitos. Otro señor me escribió que mis libros eran demasiado
caros y me rogaba que le mandase una copia autógrafa de cada
uno de ellos y, como de pasada, me pedía la copia de dos
l i br os qu e no er a n m íos, pa r a qu e ta m bién se la s m a nda se.
Naturalmente, respondí la carta en cuestión.
D ig o a m is l ectores, enca recidam ente, que si leen est e libr o
les seguirá un gran provecho. Si lo estudian, el beneficio será
aún mayor. Para ayudarlos, hallarán incluidas las Instrucciones

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q u e est a ba n dest i na da s pr im it ivam ent e a l cur so por cor r es -
pondencia.
Si g u e a l pr esent e l ibr o otr o volu m en q u e cont iene en for ma
monográfica artículos sobre varios temas de interés ocultístico y
cot i di a no; est á r eda ct a do en for m a de dicciona r io, un dic -
cionario glosado. Después de haber buscado por varios países
del mundo un glosario semejante, he acabado por decidirme a
escribirlo yo mismo. Considero este segundo volumen esen c i a l
p a r a c o m p l e t a r l a s n o c i o n e s d e l p r i m e r o , y ha c e r m á s útil y
provechoso su estudio.

T. Lobsang Rampa
Instrucciones

Nosotros — vosotros y yo — nos disponemos a trabajar juntos


para que vuestro desarrollo psíquico pueda proceder sin len -
tit udes. Al guna s de esta s lecciones ser án posiblemente má s
largas y más difíciles que las otras; pero ninguna de ellas ha
si do «r el l ena da » con ar t ificios. Toda s ella s cont ienen, ha sta
ta nto como est á baj o nuest ro poder , rea l «aliment o», sin a li -
ños de fantasía.
Escoged una velada concreta, todas las semanas, para estudiar
e s t a s l e c c i o n e s d e t r a b a j o . A d q u i r i d la c o s t u m b r e d e e s t u -
di a r u n ti em po fi j o, en u n lug a r det er m ina do v en el m ism o
día de la semana. Aquí se trata de algo más que leer palabras;
hay que asimilar ideas que os puedan ser muy extrañas; ade -
más, la disciplina mental os será de un gran auxilio.
Elegid un sitio — alguna habitación apartada — donde os en -
contréis cómodos. Aprenderéis más estando cómodos. Poneos
acostados, si Os gusta más así; pero, sea como quiera, adoptad
una actitud en la que no tengáis que mantener la musculatura
t en sa ; en l a q u e os p od á i s r el a ja r d el t od o, d e m a ne r a q u e la
atención entera pueda concentrarse en la letra impresa y
en l os pensam ient os qu e está n detr ás de ella . Si os sent ís
tenso, os es preciso dedicar gran parte de la atención a percibir
la sensación de la tensión muscular. Es indispensable que, por
el espa ci o de u na hora , o dos, o la s que necesit éis pa ra leer
l a l e cc i ó n , na di e ve ng a a r o m p er e l hi lo de vu es t r os p en sa -
mientos.
Cerrad con llave vuestro cuarto de estudio. Es preferible así; y
cer ra d l os post ig os (o cort inas) pa ra que la s flu ctua ciones de
la cl ar idad no distr aig an vu estr a atención. Que ha ya una sola
l uz en l a ha bi ta ci ón; por ejem plo, u na lá m pa r a de pie,
s i t u a da l i g e r a m en t e d et r á s de v u e st r a ca be z a . a st a pr op or -
cionará una iluminación adecuada, dejando el resto de la habi -
tación dentro de una discreta penumbra.
Manteneos tendidos, o en la posición que os resulte más cómo da
y de mayor reposo. Practicad unos breves instantes de rela -
jamiento; tal vez, añadid a eso tres respiraciones profundas,
la una detrás de la otra; retened el aire por tres o cuatro
seg u ndos , y expu l sa dlo en tr es o cua t r o seg u ndos m á s. Per -
ma neced inmóvi l un per íodo de unos pocos seg undos má s y
ent onces em peza d la lectu ra de la lección qu e corr esponda.
Leed primero con tranquilidad, como quien lee un diario.
Cuando hayáis terminado la lectura, haced una pausa de unos
cu a nt os m om ent os pa ra per m it ir qu e lo qu e a ca bá is de leer
caiga dentro del subconsciente. Entonces, empezad de nuevo.
C a m i n a d a t r a vé s de l t e xt o d e la le cc ió n m et ic u l os a m en t e ,
párrafo por párrafo. Si hay algo que se os haga difícil de
c om pr en d er , r e da ct a d u na no t a ; es cr ib id la e n a lg ú n bl oc h
de notas situado al efecto, que esté a mano. No intentéis me -
morizar nunca; no hace el menor provecho el hacerse esclavo
de la letra impresa; el objeto de la lección es únicamente
caer dentro de vuestro subconsciente. Un esfuerzo consciente
dirigido a meterse en la memoria los textos a menudo bloquea u
obscurece el pleno sentido de las palabras. No os preparáis
pa r a u nos exá m enes, donde se r eq u ier e r epet ir a l pie de la
l et r a — co m o u n l o r it o — ci er t a s fr a se s de l t e xt o. V os ot r o s
lo que debéis hacer es ir almacenando conocimientos que os
per mi tan l ibrar os de la s cadenas de la car ne y os ha gan ver
c l a r o q u é co sa es el cu er po hu m a n o y q u é s en t i do t ie ne la
Vida sobre la Tierra.
Cuando hayáis terminado la primera lectura global del libro, y
procedáis a repasar sus lecciones, consultad vuestras notas y
estudiad de nuevo los puntos sobre los cuales habíais quedado
en duda y no veíais claros. Sería demasiado fácil escribirnos a
nosot r os y r eci bi r la r espu est a ; ent onces la r espu est a no
caería dentro del subconsciente. Es más agradable y provechoso
p a r a v o s o t r o s q u e l o g r é i s pe n sa r l a r e s p u e s t a c o n v u e s t r o
esfuerzo.
Debéis aportar vuestro esfuerzo. Nada que valga la pena pue de
lograrse sin esfuerzo. Todo aquello que se entrega gratis,

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c a s i s i e m p r e e s po r q u e n o m e r e ce la m e no r c on si d er a c ió n .
Tenéi s q u e a br i r vu est r a m ent e; qu er er a sim ila r los nu evos
conocim ientos; t enéis que imagina ron que el saber penetr a,
fluyendo dentro de vosotros mismos. Recordadlo bien: «Como
piensa, así es el hombre».
Lección primera

A ntes de cua lqui er int ento dirigido a ent ender la natura leza
del Super- yo, o de tratar de alguna materia de estudio «ocul -
ta», hemos de estar seguros de que comprendemos la natura -
leza del hombre. Entendiendo por «hombre» el varón y la
mujer. Digamos desde ahora, y de una manera definitiva, que la
m u j er es ig u a l , si m á s no, qu e el hom br e en t odo lo r efe rente
a las cosas ocultas y las percepciones extrasensoriales. La
mujer, de hecho, muchas veces posee una mayor brillantez en
su aura y una may or capacidad de a pr ecia ción en var ias
facetas de lo metafísico.

¿Qué es la vida?
En verdad, todo lo que existe es «vida». Incluso aquellas
criaturas que normalmente llamamos «sin vida», son vivientes.
La forma normal de su existir puede haber cesado, y en
e st e c a s o, n os ot r o s la s lla m a m os « m u e r t a s» , s in v id a ; p er o
con el cese de esta vida, una nueva forma de existencia
aparece. El proceso de disolución, crea vida por sí mismo.
Todo aquello que es, vibra. Todo objeto existente consiste
en moléculas moviéndose continuamente. Usaremos el vocablo
«moléculas» y no los de átomos, neutrones, protones, etc., por
la razón de que aquí se trata de un curso de metafísica y
no de química ni de física. Intentamos pintar un «cuadro
g ener a l », y no u n det a lla do exa m en micr oscó pico q u e r esu l -
taría impertinente por causa de las materias tratadas.
Tal vez nos veamos obligados a decir unas pocas palabras
sobre moléculas y átomos, ante todo para calmar a los puristas
que, si no, escribirían y nos explicarían cosas que ya sabemos.
Las moléculas son pequeñas, muy pequeñas; pero pueden ser
percibidas por el microscopio electrónico y por aquellos que

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están instruidos en las artes metafísicas. El diccionario define
la molécula como la porción más pequeña de una substancia,
capaz de existir de una manera independiente, y conservando
las propiedades de aquélla. Pese a su pequeñez, las moléculas
se componen de partículas aún más diminutas, conocidas por
el nombre de «átomos».
Un átomo es parecido a un sistema solar en miniatura. El
núcleo representa el sol en nuestro sistema solar. Alrededor
de est e «sol », gi ran los electr ones, muy por el estilo qu e, en
nuestro sistema, giran los planetas alrededor del nuestro
cent r o sol a r . C om o en el sist em a pla net a r io, ca da á t om o se
compone de espacio casi vacío. Aquí (fig. 1), se dibuja el
á t om o de ca r bono — el «la dr illo» de nu est r o U niver so —; se
v e e n o r m e m e n t e m a g n i f i c a d o . La f i g . 2 r e p r o d u c e la d i s p o -
sición del Universo planetario nuestro. Cada substancia posee
un número distinto de electrones alrededor de su «sol»
— el núcleo. El uranio, por ejemplo, tiene noventa y dos
electrones, al paso que el carbono sólo consta de seis. Dos de
ell os muy próxi mos al nú cleo y los cuat ro rest antes gir ando
a mayor distancia de éste.
Pero ahora, vamos a olvidar todo eso de los átomos y ceñirnos
a las moléculas.
El hombre es una masa de moléculas girando rápidamente. En
s u a pa r i en ci a , e s s ól id o; no es fá ci l h a c er pa sa r u n de do a
través de su carne y sus huesos. Con todo, esa solidez es una
ilusión que se nos impone debido a que pertenecemos — con
exceso — a la Humanidad. Consideremos una criatura infini -
tamente pequeña que pueda estar a una cierta distancia de un
cu er po hu m a no y m ira r lo. Est a cr ia tu r a ver ía soles en r ot a -
ción, espirales de nebulosas y corrientes de astros semejantes
a la Vía Láctea. En las partes blandas del cuerpo — la carne —
las moléculas estarían ampliamente dispersas. En las substan -
cias más duras — los huesos — las moléculas ofrecerían más
densi dad, apretadas juntas como un gran enjambre de estre -
llas.
Imaginamos a uno de vosotros mismos situado en la cumbre

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ÁTOMO DE CARBONO

Fig. 1.

de una monta ña cua ndo la noche es muy clara . Est áis solo,
lejos de las luces de cualquier ciudad, las cuales, por refrac -
ción a través de las gotas de humedad suspendidas en el
aire, hacen que los cielos aparezcan como empañados. (Ésta
es la razón por la cual los observatorios se hallan siempre en
sitios apartados.) Estáis en vuestra propia cumbre... Encima

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EL SISTEMA SOLAR
Fig. 2.
de vosotros las estrellas brillan claramente. Contempláis cómo
ruedan en formación interminable ante vuestros ojos maravi-
llados, Grandes galaxias se extienden delante de vosotros.
Enjambres de astros adornan la negrura del cielo nocturno.
Cruza el cielo la banda que se conoce por Vía Láctea; parece un
largo trazo de humo. Estrellas, mundos, planetas. Mo léculas. Así
aquella criatura microscópica os vería a vosotros. Los luceros del
cielo aparecen como puntos de luz con in creíbles espacios en
medio de ellos. Están a billones, a tri llones... Sin embargo,
comparado con el gran espacio entre ellas, nos hacen el efecto de
escasas. Un supuesto navío del espacio puede moverse entre las
estrellas sin tocar ninguna de ellas. En la suposición de que os
fuera posible contornear los espacios entre las estrellas — las
moléculas —, ¿qué se vería? La criatura microscópica que os
está mirando desde lejos también se lo pregunta. Nosotros
sabemos que todo lo que ella ve somos nosotros. ¿Cuál,
entonces, es la formación final de las estrellas en los cielos?
Cada hombre es un universo en el cual los planetas — moléculas
— giran en derredor de un sol central. Cada piedra o ramito, o
gota de agua, se compone de moléculas en constante, inacabable
movimiento. El hombre se compone de moléculas que se mueven:
este movimiento engendra una forma de electricidad que, unida
a la «electricidad» producto del Super-yo, da lugar a la vida
sensible. Alrededor de los polos de la Tierra brillan resplan -
decientes tempestades magnéticas, que dan origen a las auroras
boreales con todo su acompañamiento de luces coloreadas. Del
mismo modo, alrededor de todos los planetas — y moléculas —
se producen radiaciones magnéticas que se conjugan y se inter -
fieren con otras radiaciones emanadas de otros mundos o mo -
léculas. «Nadie es un mundo dentro de sí mismo.» No existen
mundos ni moléculas sin otros mundos y otras moléculas. Cada
criatura, mundo o molécula, depende de la existencia de otras
criaturas, para que su existencia pueda continuarse.
También puede apreciarse que cada grupo de moléculas posee
una densidad distinta. Son como enjambres de estrellas me -
ci éndo se en el espa cio. En a lgu na s pa r t es del U niver so ha y
áreas muy despobladas de estrellas o planetas, o mundos —
c om o se q u i e r a l l a m a r l os . M a s e n ot r a s ex is t e u na g r a n
densi dad; por ej em plo en la Vía Láctea. De la mism a form a,
una piedra puede representar una concentración muy fuerte
de galaxias. El aire está mucho menos poblado de moléculas, y,
como sabemos, pasa por los conductos capilares de nuestros
pulmones y se mezcla con el torrente sanguíneo. Más allá de
la atmósfera existe un espacio donde hay grupos de moléculas
de hidrógeno en a ncha dispersión. El espacio no es el va cío
a bsol ut o, como la gent e se imagina ; es u na colección de m o -
l écu l a s de hi dr óg eno en fr enét ica oscila ción y , por ello, la s
estrellas, los planetas y los mundos están compuestos de
moléculas de hidrógeno.
Es evidente que si un cuerpo posee una cantidad importante
de grupos moleculares, será una cosa de la mayor dificultad
pa r a ot r o cu er po el pa sa r a tr a vés de la s m olécu la s del pr i -
m er o; p er o l o q u e e s ll a m a d o u n «f a n t a s m a », q u e t i en e s u s
moléculas ampliamente espaciadas, puede atravesar con faci -
lidad una pared de ladrillos. Pensemos en lo que es la pared
en cuest ión: un conjunto de molécu la s, algo parecido a u na
nube de polvo suspendida en el aire. Por improbable que
par ez ca , exi st e espacio ent re una molécu la y ot ra, lo m ismo
que existe entre las estrellas, y si alguna criatura es lo bastante
pequeña, o si sus moléculas están lo suficientemente disper -
sas, entonces les es factible el pasar a través de las moléculas
de la pared sin tocar ninguna. Esto nos permite apreciar cómo
un «fantasma» puede aparecerse en un salón cerrado, y cómo
p u e de c i r cu l a r a t r a vé s de u na p a r ed en a p a r i en ci a s ól id a .
Iodo es relativo, una pared que es sólida para cualquiera de
n os ot r o s, pu ed e no se r l o p a r a u n f a n t a s m a o u na cr ia t u r a
del astral. Pero, de esas cosas hablaremos más tarde.
Lección segunda

El cuerpo humano es, por supuesto, un conjunto de moléculas,


como acabamos de ver; y para una criatura muy diminuta co -
mo, pongamos por caso, un virus, sería vista como tal. Consi -
deremos ahora el ser humano como un conjunto de substancias
químicas, que también lo es.
Un ser humano se compone de unos cuantos productos quími -
cos. Principalmente agua. Si os parece que esto contradice en
algo la lección anterior, tened en cuenta que también el
a gu a se com pone de m olécu la s, y es una cosa evid ent e qu e si
se pu di ese enseñar a ha blar a u n virus ( !), os explicar ía que
ve moléculas de agua chocando entre sí, como guijarros en
una playa. Y criaturas todavía más diminutas explicarían que
las moléculas del aire recuerdan la arena de las orillas del mar.
Pero ahora, lo que más nos interesa, es la composición química
de nuestro cuerpo.
Si vais a una tienda y compráis una batería para vuestra
lá mpara de bol si ll o, tendréis un enva se dent ro del cua l hay
una caja de zinc con un electrodo de carbón en el centro —
u na pi ez a de ca r bono a veces ta n delg a da com o un lá piz y
una serie de productos químicos unidos estrechamente entre la
ca j a ext er i or de zi nc y el ba st oncillo cent r a l de ca r bono. La
masa del dispositivo es húmeda por dentro y seca por fue ra.
Colocáis esa batería dentro de la lámpara y cuando actuáis el
c on m u t a d or ob t e né is lu z . ¿ P or q u é? P or q u e ba jo c ie r t a s
condiciones, el carbono y las substancias químicas, reaccionan
químicamente y producen una cosa que llamamos electricidad.
El recipiente de zinc con sus productos químicos y su baston -
cillo de carbono genera electricidad; pero, dentro de la
baterí a, no hay elect ricida d; es un conju nt o de subst ancias
químicas, a punto de actuar bajo determinadas condiciones.
Al gunas per sona s han oído decir que ha y botes y buques de
toda clase que pueden generar electricidad simplemente por

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el hecho de estar dentro del agua salada. Por ejemplo, según
ciert as condi ciones, u n bot e o una em ba rcación cua lquier a,
a u nq u e est é oci oso en el m ar , pu ede g ener a r u na cor r ient e
eléctrica entre planchas adyacentes de metales distintos. Des -
graciadamente si el buque tiene, por ejemplo, el fondo de
cobre conectado con las obras superiores de hierro, entonces,
como no se adopten dispositivos especiales, se producirá
u na «el ectr ól isis» ( con la cor riente eléctr ica) qu e cor roer á la
juntura de ambos metales, eso es, el hierro y el cobre. Natu -
r a l m en t e q u e e st o n o pa sa n u n ca p or q u e se u sa u n «á no do
sacrificado». Una pieza de un metal como el zinc, el aluminio y
el magnesio, es positiva en relación con otros metales
comunes como el cobre o el bronce. El bronce, como es sabido,
suele usarse para fabricar los propulsores de los buques. Ahora
bi en; si el «á nodo sa cr ifica do» se a ta al ba r co o al bot e por
d eb a j o d e l a l í n ea d e fl ot a c ió n y s e co ne c t a c on o t r a p a r t e
metálica sumergida, esta parte sacrificada se corroe y gasta,
e vi t a nd o q u e e l c a s co de l b u q u e o su s p r o pu ls or e s se d et e -
rioren. Este es el procedimiento usual en las embarcaciones y
lo mencionamos al efecto de dar una idea de cómo funciona la
electricidad y se produce de las más inusuales maneras.
El cerebro produce electricidad por sí mismo. Dentro del
cuerpo huma no se ha lla n indicios de m eta les; inclu so m eta les
com o el zi nc, y huelg a decir que el cu er po huma no tiene c o m o
b a s e l a m o l é c u l a d e c a r b o n o . Ha y m u c h a a g u a e n e l cuerpo
y también ciertas cantidades de substancias químicas, cor no
son el m a g nesi o, el pota sio, et c. De t odo est o r esu lt a una
corriente eléctrica, muy débil, pero que puede percibirse,
medirse y ser registrada.
U n e nf er m o m e nt a l p u e de , po r m e di o d e a d ec u a do s i ns t r u -
mentos, ver registradas las ondas de su cerebro. En su cabeza se
le colocan varios electrodos, y pequeñas plumas van regis -
tra ndo una lí nea sinuosa sobre una tira de pa pel. A medida
que el paciente piensa ciertas cosas, las plumas trazan cuatro
delgadas líneas que tienen que ser interpretadas, y que indican el
tipo de enfermedad que sufre aquella persona. Instrumentos

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semejantes son de uso corriente en los hospitales de enfermos
de la mente.
El cerebro es. sin duda, una especie de estación receptora de
los mensajes transmitidos por el Super-yo, y el cerebro, a su
vez, transmite mensajes, como son las lecciones aprendidas,
las experiencias ganadas, etc., con destino al Super-yo. Estos
m ensa j es se t ra nsm it en por m edio de la «Cu er da de Pla ta »,
masa de moléculas dotadas de una alta velocidad. las cuales
vibran y ruedan a frecuencias en extremo divergentes, y comu -
nican el cuerpo humano con el Super-yo humano.
El cu er po, aq u í en la Tier r a , es pa r ecido a u n vehícu lo q u e
se mueve por un control a distancia. El conductor es el Super-
y o. Todo el m u ndo ha vist o a qu ellos coche s de ju g u et e q u e
están conectados con el niño y que los maneja por medio de
un cable largo y ilexible. El niño aprieta un botón y hace que
el coche se pon1;a en marcha, o se pare o haga marcha atrás.
Dando vuelta a un volante que hay en el mando del cable, el
coche es gu i a do. El cu er po hu ma no se pu ede com pa r a r , en
líneas muy generales, con este juguete. El Super-yo, que no
puede bajar a nuestro mundo terrenal, para garlar experiencia
envía acá en el suelo este cuerpo que somos nosotros mismos.
Todo cuanto experi mentemos, todo cuanto pensemos o escu -
chemos, sube para ser almacenado en la memoria del Su -
per-yo.
H a y i ndi vi du os su m am ent e int elig ent es e «inspir a dos» , qu e
obtienen a menudo un mensaje directo — conscientemente - -
del Super-co, a través de la Cuerda de Plata. Leonardo de Vin ci
fue uno de estos que estuvo con más constancia en contacto
con su Yo superior; y así, grabó con el sello de su genio casi
todo lo que hizo. Los grandes artistas y músicos son aquellos
que se hallan más próximos al Super-yo respectivo, quizás en
une o dos «líneas» particulares; de este modo, cuando vuelven
a sí mismos, componen o pintan cosa s «inspir adas», qu e les
han sido dictadas en su mayor o menor parte por los grandes
poderes que nos controlan.
La Cuerda de Plata nos liga con nuestro Super-yo de una

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forma muy parecida a la que el cordón umbilical une al niño
con su madre. El cordón umbilical es una cosa muy intrincada,
m u y co m p l e j a ; pe r o r es u l t a u n t r o z o de c or de l s i la c om pa -
ramos con la Cuerda de Plata. Ésta, consiste en una masa de
m ol écul as gira ndo sobr e una s frecu encias extr em ament e va -
r i a s; per o es i m pa l pa ble por lo qu e a nu est r o cu er po sobr e la
Tierra se refiere. Las moléculas están demasiado dispersas para
que los seres humanos corrientes puedan verlas.
Los perros, como es sabido, pueden ser advertidos por un
«si l bi do si l enci o so» , de otr os per r os, silbido ina u dible pa r a el
hombre. De la misma forma, hay animales que pueden ver l a
Cuerda de Plata y el aura, ya que ambas vibran según
frecuencias que están dentro de la zona receptiva de la vista
de di chos ani m a l es. A fu erz a de prá ct ica es com plet a m ent e
p os i b l e p a r a u n h om br e e xt en d er la f r a nj a r ec ep t i va d e su
mirada, igual cómo un individuo débil, con práctica y ejercicio,
puede levantar un peso que normalmente excedería con mucho de
sus capacidades físicas.
La Cuerda de Plata es una masa de moléculas, una masa de
vibraciones. Se puede comparar con aquel rayo directo de on -
das de la radio, que los científicos hacen reflejar de la Luna. Lo
hacen para medir la distancia de la Tierra a su satélite, radian do
aqu él sobre la su perficie de la Lu na . Mu y par ecidam ente
sucede con la Cuerda de Plata ent re el cu er po huma no y su
h u m a no S u p er - y o ; e s e l m ét od o e m p le a d o po r é st e cu a nd o se
trata de comunicarse con su cuerpo terrenal.
Todo cua nt o ha cemos, es conocido por el Super -y o. Las per -
sona s se esfu er z a n pa r a ser espir it u a les si ca m ina n por «la
derecha senda». Concretamente, si se esfuerzan hacia la espi -
r i tu a l i da d y su esfu er z o tiende a log r ar q u e les au m ent e la
frecu encia de sus vibr aciones en la Tier ra , y de ca mino, por
l a C u e r d a d e P l a t a , a u m e n t a r la f r e c u e n c i a v i b r a t o r i a d e l
S u p er - y o . E l Su pe r - y o t r a n sm it e u na pa r t e d e sí m is m o a l
cuerpo hu mano par a que así pueda a pr ender lo qu e est udia y
servirse de las propias experiencias. Cada buena acción
nuestra, aumenta nuestras vibraciones terrenales y astrales;

24
per o si obr am os mal con el pr ójim o, dism inuimos el núm er o
de el la s. De esta for ma, cua ndo nosotr os juga mos u na mala
pasada a cualquier otro, descendemos un peldaño en la esca -
l er a de la evolu ci ón, y , al cont rar io, ca da bu ena a cción nos
hace subir de grado en la misma cuenta. Por esto es tan
importante el seguir el viejo precepto budista que nos exhorta a
«devol ver bien por mal y no tener miedo de nadie, ni temer l o s
a c t o s d e n a d i e , p u e s t o q u e , d e v o l v i e n d o e l b i e n p o r e l mal y
haciendo siempre el bien, siempre progresaremos hacia lo alto y
nunca descenderemos a lo bajo».
Todos conocem os personas que son «u nos tipos bajos». U na
gran parte de nuestro conocimiento metafísico influye sobre el
uso común. Lo mismo que sucede cuando decimos de una
persona que «está negro», o de un «humor negro». Todo es
cuest ión de las vibra ciones, o de la for ma en qu e el cuerpo,
valiéndose de la Cuerda de Plata, transmite al Super-yo, y de la
manera como el Super-yo devuelve la impresión al cuerpo
Hay personas que no pueden comprender el porqué de su
inhabilidad para mantener contacto consciente con el Super-
yo. Es una cosa muy difícil sin una larga ejercitación. Supon -
ga mos que una per sona se halla en Su da mérica y tiene qu e
telefonear a otra en Rusia, tal vez en Siberia. Ante todo,
tiene que asegurarse de que allí existe una línea de teléfono
utilizable; después tiene que calcular la diferencia de tiempo
entre los dos países. También hay que enterarse de si la perso na
a quien hemos de telefonear está disponible y puede hablar
nuestra lengua. Finalmente, si las autoridades de aquel país
permitirán que se le hable por teléfono. Es preferible, en este
gr ado de la evol ución, no pr esum ir excesiva ment e sobr e los
i nt en t o s p a r a p on er s e e n c on t a ct o co n e l S u p er - y o d e u na
manera consciente. Ningún curso, ninguna información puede
proporcionar en unas pocas páginas escritas lo que exige diez
a ño s d e p r á ct i c a s pa r a c on s eg u i r s e . Mu ch a s p er so na s so n
impacientes en exceso; esperan que les baste con leer un curso, e
i nm edia tam ente ha cer t odo lo que pueden ha cer los maes tros;
mientras que los maestros han tenido que estudiar su

25
vida entera, y varias vidas antes de llegar al resultado. Leed
est e cur so; estu di adlo; reflexiona d sobre sus materias, y si
q u er éi s a b r i r v u e st r a m en t e , t en éi s la ilu m i na c ió n s eg u r a .
Hemos conocido varios casos en que algunas personas (princi -
palmente mujeres) recibieron una cierta información y en se -
g u i d a f u e r o n c a p a c e s d e p e r c i b i r e l e t é r i c o , o e l a u r a o la
Cuerda de Plata. Tenemos de ello experiencias para fortificar
vuestras convicciones de que vosotros también podréis hacer
lo propio, si os queréis permitir el tener fe.
Lección tercera

Hemos visto ya cómo el cerebro humano produce electricidad


bajo la acción de substancias químicas, del agua y las muestras
m i n er a l es q u e l o r ec or r e n y e n l a s c u a l es e s c on t e ni d o . Lo
mismo que el cerebro humano produce electricidad, la produce
el cuerpo del hombre, porque la sangre que corre por las
venas y arterias también acarrea dichas substancias químicas,
rastros de minerales y agua. La sangre se compone, ante todo,
d e a g u a . E l cu er po en t e r o e st á b a ña do d e e le ct r i ci da d . N o
es ésta del tipo de electricidad que alumbra vuestro hogar o
calienta vuestra cocina eléctrica. Hay que considerarla desde
su procedencia magnética.

Si ponem os u na ba r ra im a nta da sobr e u na m esa , y encim a


de dicha barra una hoja de papel, y luego derramamos sobre
el pa pel donde se esconde el imá n una cantida d abu ndante
de limaduras de hierro, veremos que éstas se alinean espon -
táneamente en una figura especial. Vale la pena de hacer el
e xp er i m e nt o. B a st a c on a dq u i r i r e n cu a lq u i er f er r e t e r í a , o
a l ma cén de m at er i a l au xilia r de los exper im ent os de física
un imán de los baratos; generalmente van a muy buen
precio o podéis pedirlo prestado. Póngase una hoja de pa -
p el , p r o cu r a nd o q u e a pr o xi m a da m en t e el im á n c a i g a e n el
centro de éste. Cómprense también en una tienda de objetos
para la química, o donde sea, finas limaduras de hierro; no son
nada caras. Espolvoréense sobre el papel, como si se tratase
de sal o pimienta, las limaduras. Desde cosa de medio palmo
largo de altura. Se verá entonces cómo las limaduras se alinean
en una forma peculiar, que dibuja unas curvas que van de un
cabo al otro de la barra imantada, coincidiendo con las líneas
de fuerza del imá n. Es el mejor cam ino par a entender est as
cosas y será de uti lida d para vu estr os est udios posterior es.
La f u e r z a m a g né t i ca es lo m is m o q u e e l et ér ic o de l c u e r p o
humano; el aura que lo envuelve.

27
Probablemente todos saben que un hilo que conduce una
cor r i ent e el éct r i ca eng endr a un ca m po ma g nét ico a su a lr e -
dedor . Si l a cor r i ent e va r ía , eso es, si es «a lt er na » en lu g a r
de «cont i nu a », ent onces el ca m po ma g nét ico flu ct úa y expe -
rimenta pulsaciones según los cambios de polaridad; parece
regular su pulsación con la corriente alterna.
El cuerpo huma no, qu e es una fuent e de electr icidad, tiene
su campo magnético que lo envuelve. Es un campo que fluctúa
mucho. El etérico — como lo llamamos — fluctúa o vibra tan
r á pi da m ent e q u e es difícil qu e nos dem os cu ent a de su m o -
vimiento. Es lo mismo que, teniendo encendida una bombilla
eléctrica en casa, por mucho que la corriente fluctúe cincuenta o
sesenta veces por segundo, no podemos percibirlas; pese a
q u e en a l g u no s di st r it os r u r a le s, o en a lg u no s b u q u es , la s
fluctuaciones son tan lentas que el ojo puede darse cuenta de
las oscilaciones de la luz.
Si una persona se acerca demasiado a otra, muchas veces tiene
l a sensa ci ó n de qu e se le pone la car ne de ga llina . Alg u na s
personas — muchas — conocen cuando se les aproxima otra.
Exper im ént ese con un am ig o; pongá monos det rás y a cerqu e -
m os un dedo a su nuca y después, toquémosle ligera ment e.
Éste, a menudo, no distinguirá entre ambas sensaciones: la
de la proximidad y la del tacto. Esto es debido a que el
etérico también es sensible al tacto.
Dicho etérico es el campo magnético que rodea al cuerpo
huma no (fig . 3) . Es el pródr om o del aura , su «núcleo», como
s i d i j é r a m o s . E n v a r i a s p e r s o n a s , la e n v o l t u r a d e l e t é r i c o
sobr esa l e u nos t r es m ilím et r os a lr ededor de ca da pa rt e del
cuerpo, incluso de cada hilo individual del pelo. En otras
personas puede extenderse unos centímetros, aunque sin pasar
de unos dieciocho. El etérico sirve para medir la vitalidad de
l a p er so na . Va r í a m u ch o c on l os ca m bi os d e sa lu d . S i u na
persona ha ejecutado un duro trabajo en aquel día, entonces
el et ér i co se ha l l a com o a dher ido a la piel. C on el desca ns o
se pu ede ext ender por cent ím et r os. Sigu e con exa ct it u d los
contornos del cuerpo, tanto si se trata, éste, de una mole o de

28
EL CAMPO ETIRICO
Fig. 3.
una menudencia. Refiriéndonos al etérico interesa hacer resal -
t a r q u e s i u na p e r s o n a s e v e s o m e t i d a a u na g r a n t e n s i ó n
eléctrica, pero de reducido amperaje, entonces puede ser per -
cibido el etérico, con un brillo a veces rosa, a veces azul.
Ta m bi én u na ci er t a condici ón del t iem po a um ent a la visibi -
lidad del etérico. Se produce en el mar y es conocido bajo
el nombre de Fuego de San Telmo. Según el tiempo que hace,
los palos y el cordaje aparecen contorneados de una luz fría,
per fecta ment e i nofensiva; per o que sobr ecoge a los qu e ven
el fenómeno por vez primera. Podría compararse con el etérico
de una embarcación.
Muchos habitantes del campo han sido testigos de que, en una
noche oscura o neblinosa, mirando a los cables de alta tensión
que cruzan por encima de sus cabezas, han observado, según
ciertas condiciones que se daban, una especie de nieblas bri -
l lando pál idament e, de un color bla nqu ecino y azula do, que
atemorizan al espectador y han infundido miedo a más de un
campesino. Los ingenieros electricistas conocen este fenó -
m eno, qu e lla man l a cor ona de los cables de alta t ensión, y
que constituye una de las dificultades que tienen que resolver,
por cuanto dicha corona, pasando por encima de los aisladores,
puede ionizar al aire hasta el punto de poder provocar cortos
circuitos que pueden estropear los relés y dejar regiones en -
teras a oscuras. En nuestros días las ingenieros adoptan
disposiciones especiales y costosas para eliminar dicha corona.
La corona del cuerpo humano es el etérico, y parece algo
por el estilo en lo de las descargas de las líneas de alta
tensión.
Mucha s per sona s podrían ver lo etérico del cu er po hum ano a
base de un poco de práctica, si quieren tener paciencia. Por
d e s g r a c i a , l a g e n t e s e h a c e la i lu s i ó n d e q u e e x i s t e a l g ú n
ca m i no r á pi do y bar a t o par a log ra r los conocim ient os y la s
facultades que han costado años a los Maestros. No se puede
h a c er n a d a si n l a pr á ct ic a ; l os g r a nd es i ns t r u m e nt is t a s se
ejercitan durante horas todos los días, y jamás interrumpen
sus estudios. Debemos hacer como ellos, si queremos ser capa-

30
ces de ver el etérico y el aura del cuerpo humano. Uno de los
caminos consiste en que una persona se nos preste volunta -
r i a m en t e a m os t r a r no s ex t e nd id o s u br a z o d es nu do . De be
situarse, con su brazo y su mano bien abierta unos centímetros,
delante de un fondo de color neutro o negro del todo. Mirad
hacia el brazo y los dedos, no directamente sobre ellos, sino
en su di rección. Requ iere una dest reza especia l el hallar la
forma de mirar al sitio indicado en la forma requerida. Si lo
consegu ís veréis, pega do al cut is del braz o, alg o pa recido a
una niebla de color gris-azulado. Como se ha dicho, se extiende
desde cosa de dos centímetros y medio hasta dieciocho a dis -
t a nci a del cu er po. Mu y a m enu do podr em o s m ir a r ha cia el
brazo sin divisar otra cosa que éste; esto se debe a que aún n o
e st á n m a du r o s p a r a e l ex pe r i m e n t o ; « lo s á r bo le s n o le s
dej a n ver l a sel va ». En est e ca so ha y qu e a ba ndona r y r ela -
jarse; a copia de práctica se verá que realmente allí hay
algo.
O t r o m é t o do e s ha ce r la s p r á ct ic a s s ob r e u n o m i sm o. Se n -
ta os y poneos cóm odos. Pr ocur ad que ent re vosot ros y cua l -
quier otro objeto — silla, mesa o pared —, haya por lo menos
cosa de un metro. Respirad fuerte, profundamente y con
pausa. Entonces, extended del todo vuestros brazos, colo -
cando vuestros cuatro dedos y los dos pulgares hacia arriba,
de forma que establezcan contactos con sus yen-as. Entonces
separando vuestros dedos, que queden a un centímetro — o
m edi o — el u no del ot r o, os dar éis cu ent a de «cier t a cosa ».
Puede parecer como una niebla gris; o casi luminosa. Entonces,
lentamente id separando vuestros dedos, cada vez de medio
cent í m et r o, y os a per cibir éi s de qu e a llí «a lg o» exist e. Est e
«algo» es el etérico. Si perdéis contacto, es decir, que este «al g o»
se di si pa , ent once s volved a em pez a r y ha ced de nu evo como
antes. Es sólo cuestión de práctica. Digámoslo otra vez, para los
grandes músicos mundiales todo se reduce a práctica, práctica y
más práctica; de ella nace la buena ejecución. Para vosotros
puede pr oducir bu enos resu lta dos en las ciencia s metafísicas.

31
Vol ved ahor a a m i r a r vu est r os dedo s. I nvest ig a d cu ida dosa -
m ent e l a débi l ni ebla qu e cor r e del u no al ot r o. A fu er z a de
práctica podréis observar que va del uno al otro, desde la
m a no iz qu i er da a l a ma no der echa o de ést a a la izq u ier da ,
no solamente según vuestro sexo, sino también vuestro estado
de salud, o lo que estéis pensando en aquel momento.
Si encontráis una persona que quiera ayudaros, entonces po -
déis hacer prácticas de palma a palma de la mano. Si encon -
tráis dicha persona, a ser posible del otro sexo que el vuestro,
q u e se si ent e en u na silla , enfr ent e de la vu est ra . Los dos,
ent onces, ext ended vuest ras ma nos y vuest ros br azos tant o
como sea posible. Entonces lentamente poned sobre la palma
de vuestro compañero, vuelta hacia arriba, la vuestra vuelta
hacia a baj o, de maner a que casi ha gan cont acto. Cua ndo la
separación llegue a no ser sino de cuatro o cinco centímetros,
per ci bi r éi s com o u na br isa , fr ía o ca lient e seg ú n los ca sos,
que va entre vuestra palma y la suya. Si percibís una corriente
cá l i da , m over l i g er a m ent e vu est r a m a no, de ma ner a qu e no
esté en la línea directa de un dedo al otro. sino formando
á ng u l o ; l a s en sa ci ón d e c a l or cr ec er á en t o nc e s . Es t e c a l or
crecerá con la práctica. Cuando hayáis alcanzado este grado,
si miráis cuidadosamente entre vuestra palma y la de la otra
persona distinguiréis claramente el etérico. Es como el humo
de un cigarrillo que no haya sido respirado por los pulmones
— hu m o d e u n g r i s su ci o —; m ie nt r a s q u e é st e se r á d e u n
matiz azulado limpio.
D i g a m os u na vez má s q u e el et ér ico no es m á s qu e la ma ni -
festación externa de las fuerzas magnéticas del cuerpo. A esto
lo llamamos el «fantasma», ya que cuando una persona muere
en buena salud, esa carga etérica subsiste durante cierto
t i em po y pu ede seg r eg a r se del cu er po y va ga r com o u n fa n -
ta sma sin seso, que es u na cosa completa ment e distint a de
una entidad astral. Trataremos de todas estas cosas más
t a r de . Pe r o t o do s he m o s oí do ha bl a r d e v ie jo s c em en t e r i os
e n el c a m po , si n a l u m b r a d o a lg u no , e t c . A lg u na s pe r s on a s
sostienen que pueden ver unas lucecitas azuladas, en la noche

32
oscura, saliendo del emplazamiento de una tumba acabada de
ocupar. Esto es verdaderamente la carga etérica que se disipa,
exhalada por un cadáver reciente. Es algo semejante al calor
que despide un caldero que haya estado hirviendo y que se le
a pa rt a del fu eg o. A m edida qu e el ca lder o se enfr ía , la sen -
sa ci ón del ca l or qu e de él se esca pa ta m bién se va enfr ia n -
do. Igualmente, cuando un cuerpo muere (hay grados relativos
e n l a m u er t e ; r e cu ér de s e ) l a s fu er z a s e t é r i ca s ca da ve z s e
debilitan más. Puede darse que el etérico se conserve alrededor
de u n cu er po di fu nt o por va r ios día s despu és de la m u ert e
física de éste. Pero esa materia forma parte de otra lección.
Práctica, práctica y más práctica. Mirad vuestras manos, mirad
vuestro cuerpo, experimentad con una persona amiga que quie ra
prestarse a todas estas prácticas, ya que sólo a través de
ellas podréis percibir el etérico. Hasta que no podáis percibir a
éste, os será imposible de ver al aura, que es una cosa más
sutil.
Lección cuarta

C om o vi m os en l a l ección pr eced ent e , el cu er po se ha lla r o -


deado por el etérico, que abarca todas y cada una de las
partes de éste. Pero, extendiéndose más allá del etérico, está
el aura. Se parece al etérico en que también es de origen
magnético. Pero la semejanza no pasa de aquí.
Podemos afirmar que el aura muestra los colores del Super-yo.
Muestra si una persona es espiritual o carnal. También, si se
encuentra en buena salud o mala, o si actualmente se encuen -
tra enferma. Todo se refleja en el aura. Es la indicadora del
Super-yo, o si preferís decirlo así, del alma. El Super-vo y el
alma, naturalmente, son la misma cosa.
En esta aura podem os ver la enfer medad y la sa lud, el a ba -
timiento y el éxito, el amor y el odio. Tal vez es mejor que no
sean muchas las personas que puedan ver el aura en nuestros
día s. Ahora par ecen cosa s comu nes el qu er er lleva r venta ja
sobre el prójimo, buscar el provecho a costa de nuestros
sem ej antes, y el aura dela ta ca da pensam iento tal com o es,
r efleja ndo l os colores y las vibr aciones del Super -yo. Es u n
hecho que, todas las veces que una persona se encuentra
enfer m a sí n esper a nz a s, su au ra em pa lidece , y en alg u nos
casos incluso se apaga antes de que muera dicha persona. Si
u n i ndi vi du o ha t enido u na la r ga enfer m eda d , ent onces su
aura desaparece antes de la muerte, dejando solamente el eté -
rico. Al contrario, cuando una persona se muere por accidente
m i ent r a s posee el au ra en su a pog eo, la conser va unos m o -
mentos después de la muerte clínica.
Llegando a este punto, puede ser oportuno intercalar algunas
obser va ci one s a cer ca de la mu er t e, ya qu e ést a no es com o
una corriente que se interrumpe o un recipiente que se vacía
de golpe. Morir es un proceso más bien lento. No importa
cómo una persona muere, aunque sea decapitada. La muerte
no se instala en el cuerpo hasta pasado cierto número de

34
momentos. El cerebro, como hemos visto, almacena y genera
u na cor ri ente eléct rica . La sa ng re proporciona las mat er ia s
q u í m i c a s , l a hu m e d a d y l o s d i v e r s o s m e t a l e s , e i n e v i t a b l e -
mente esos ingredientes quedan almacenados en el tejido del
cer ebr o . D e est e m odo, el cer ebr o cont inú a fu nciona ndo de
tres a cinco minutos después de la muerte clínica.
V a r i a s p e r s o n a s h a n a f ir m a d o q u e t a l o c u a l f o r m a d e e j e -
c u c i ó n e s i n s t a nt á n e a ; p e r o e s a s a f ir m a c i o n e s s o n a b s o l u -
tamente risibles. Como lo afirmamos, incluso la cabeza sepa -
rada del cuerpo puede funcionar todavía unos pocos minutos.
Existe un caso que fue contemplado y registrado en crónicas
en dí as de la Revol ución fra ncesa. Un lla mado «tra idor » fu e
g u i l l ot i na do y el ver du g o leva nt ó por los ca bellos la ca bez a
del ajusticiado, pronunciando estas palabras: «Esta es la cabeza
de un trai dor». El pu eblo asistía ent onces a la s ejecu ciones y
la s considera ba una s fiest as naciona les. Pu es bien; el pú blico
pudo ver, con horror, que los labios del guillotinado pro -
nucia ba n, sin qu e se escucha se su voz : «¡Esto es m entira!».
Est o const a en l os a r chivos oficia les de F r a ncia . Todos los
médicos y cirujanos os dirán que, al interrumpírsele el sumi-
nistro de sangre, el cerebro tarda tres minutos en estropearse;
por cuya razón, si el corazón deja de latir se hacen toda clase
de esfuerzos para ponerlo otra vez en marcha lo más rápida -
mente posible.
Hemos hecho esta digresión para poner de manifiesto que la
muerte no es instantánea, y tampoco la disipación del aura.
Es una verdad médica, sabida por los médicos forenses y los
patólogos, que el cuerpo muere en varias etapas. Primero, el
cer ebro; después, el r esto de los órga nos, de uno a u no. Lo
que más tarda en morirse son los cabellos y las uñas.
Igual como el cuerpo no muere instantáneamente, el aura se
a pa ga de u na for m a g ra du a da . Por esa r az ón, una per sona
dotada de clarividencia puede ver, por el aura, el porqué una
determinada persona ha fallecido. El etérico es de una natu -
raleza distinta que el aura y puede subsistir por algún tiempo
como un fantasma aparte; especialmente si la persona murió

35
de una muert e vi ol enta , sú bita. Una persona llena de salu d
que conoce un final violento, tiene sus «baterías bien cargadas» y
su etérico en pleno vigor. Con la muerte del cuerpo, el
etérico se encuentra desligado y flota por su cuenta. Gracias a
una atracción magnética visitará indudablemente los sitios que
tenía acostumbrados en vida, y si una persona que es cla -
r i v i d en t e , o q u e se h a l la m u y ex ci t a da (e s d ec ir , q u e t ie ne
s u s v i b r a ci on e s a ce le r a da s) , t op a c on a q u el et ér ic o, p u e de
verle y exclamar: «¡Oh. Éste es el fantasma de Fulano de
Tal!».
El aura es de una materia más sutil que el comparativamente
rudimentario etérico. El aura, en realidad, es mucho más
perfeccionada, con respecto al etérico, de lo que este último l o
es con relación al cuerpo físico. El etérico «se desliza»
sobre el cuerpo com o una funda com plet a qu e sig ue los con -
tornos de éste. Pero el aura se extiende para formar una
espe ci e de cá sca r a en for m a de hu evo a lr ede dor del cu er po
( fi gur a 4) . Puede pa sa r del m et ro ochent a de a ltura , por u n
diámetro de metro veinte en su parte más ancha. Está distri -
buido de forma que el cabo más agudo corresponde a los
pies y el más ancho a la cabeza del ser humano. El aura
consi st e en u nas ra diaciones de brillantes colores, que va n de
varios centros del cuerpo a otros.
D i c e u n vi ej o p r o ve r b io c hi no : «U n a p in t u r a eq u iv a l e a m i l
palabras». De manera que, para ahorrarnos unos pocos miles
d e pa l a b r a s , i n se r t a r em os u n d ib u j o, y so br e di ch o d ib u j o
indicaremos las líneas de fuerza del aura, viniendo de varios
c e n t r o s y d i r i g i é n d o s e a ot r o s , a s í c o m o s u f o r m a t o t a l d e
cáscara de huevo.
Debemos aclarar que el aura existe aunque el estudiante no
pueda percibirla por el momento. Tampoco podemos ver el aire
que respiramos, y es muy dudoso que el pez pueda ver el
agua dentro de la cual se mueve. El aura, pues, es una
fuerza vital. Existe, si bien las personas sin la debida for -
mación no pueden darse cuenta de ella. Es posible poder ver
una aura sirviéndose de algunos equipos, entre ellos varios

37
tipos de antiparras que se pueden aplicar sobre nuestros ojos;
pero, por todo lo que he podido saber de esos instrumentos,
par ece ser qu e son en ext remo dañinos para la vista ; ponen
a p r u eb a v u e st r o s o jo s; lo s ob li g a n a m ir a r de fo r m a s a nt i -
naturales. De manera que no podemos recomendar ni por un
momento dichas antiparras que pretenden hacernos capaces de
ver el aura, ni aquellos dispositivos formados de dos láminas
de vidrio entre los cuales se pone un tinte especial y por
l o genera l muy car o. Aconseja mos no aba ndonar la prá ct ica
y , con un poco de fe y otro poqu ito de bu ena gu ía, llegar éis a
s er c a p a c es d e ve r el a u r a . La m a y or di fi cu lt a d p a r a v er el
a u r a es q u e l a m a y or pa r t e de la s p er so na s no cr ee q u e
jamás pueda verla.
El aura, como hemos dicho, es de diversos colores; pero tene -
mos que puntualizar que, refiriéndonos a colores, nos concre -
tam os a u na part e especial del espect ro. En otras pala br as,
a u nq u e nos va l ga m os de la pa la bra «color », ta m bién podr ía -
mos citar la frecuencia de esta onda que llamamos «roja»
o «azul». El rojo, digámoslo de pasada, es uno de los colores
más fáciles de ver. El azul no es tan fácil. Hay personas que
no pu eden di st i ng u ir el a zu l; ot ra s el color a do. Si u no est á
en presencia de una persona que pueda ver el aura, tiene que
i r con cu i da do de no decir a lg o qu e no sea ver da d; por q u e,
si decís mentira, el que ve el aura se dará cuenta en seguida.
N o r m a l m e n t e , u na p e r s o n a t i e n e u n « h a l o » d e c o l o r o a z u -
lado, o hien amarillento. Si se miente, se producen rayos de
u n am ar i l l o ver doso a t ra vés del ha lo. Se t ra ta de u n color
d i f í c i l d e ex pl i c a r ; pe r o , u na v ez vi st o, y a no se o lv id a . A s í
es, que al contar un embuste, uno se delata inmediatamente
por los efluvios amarillo-verdosos que se producen a través del
halo que se encuentra en la cúspide dei aura.
Podemos decir que el aura se extiende desde la base hasta los
ojos y entonces se ve una capa radiante amarilla o azul, que
es el halo o nimbo. Entonces, en la misma cima del aura
surge una especi e de fuente de luz, conocida en Oriente con
el nombre de «loto florido», ya que ciertamente parece dicha

38
f l o r . Se c om po ne d e u n in t e r c a m bi o de c ol or es y . p a r a la
i m a g i na ci ón , se a pa r ec e c om o si s e a br i es e u n l ot o d e si et e
pétalos.
Cuanto mayor sea la espiritualidad de una persona, más tiende al
color amarillo de azafrán su halo o nimbo. Si una persona tiene
pensamientos turbios, esta parte de su aura se convierte en un
desag ra da bl e marr ón bar roso, or lado de aquel color bilioso,
verdoso-amarillento, que denuncia la mentira.
Estamos en la creencia de que hay muchas más personas de lo
que parece. capaces de percibir el aura. Muchos ' .'en, o tienen
la sensación del aura sin saber lo que ven en realidad. Es m uy
cor r i ent e, ha bl a ndo, qu e una per sona dig a q u e le sient a bien
tal o cua l color, y qu e no puede lleva r tal o ta l otro.
Instintivamente sabe que chocaría con su aura: Os habrá
sucedido de ver una persona que viste unos colores que os
parecen imposibles según vuestra opinión particular. No veis el
aura; pero, siendo vosotros más sensibles que vuestro amigo t a n
mal v es t i do , se nt ís que a q u e ll os co lo r e s se p eg a n de
bofetones con su aura. Bastantes personas, pues, poseen el
sentido, la experiencia o alguna percepción del aura; sólo que,
habiendo sido enseñados desde su infancia que todo esto eran
tonterías, se han hipnotizado a sí mismos y creen que, a ellos, no
les será posible ser esas cosas.

También es un hecho el que una persona puede influir sobre su


salud llevando ropa de ciertos colores. 'Si se llevan colo res que
choquen con el aura de la persona, ésta se sentirá incómoda o
preocupada hasta que no adopte un color que le vaya bien.
Vosotros podéis experimentar que ciertos colores particulares,
en una habitación, os irritan o bien os halagan la vista. Los
colores, al fin y al cabo, no son más que diferentes nombres de las
vibraciones. El colorado es una vibración; el v e r d e , o t r a , y e l
n e g r o , o t r a . Y , d e l m i s m o m o d o q u e la s vibraciones sonoras
pueden chocar v producir disonancias. también las vibraciones
que llamamos «colores» pueden tener sus choques y crear
desarmonías espirituales.
Lección (pinta

El Aura y sus colores

Todo sonido musical es una combinación de vibraciones armó -


nicas, que dependen de que sean compatibles con sus vecinas.
Toda falta de relación numérica produce un sonido «ingrato»,
un sonido que no es agradable al oído. Los músicos procuran
producir sólo sonidos que sean agradables»
Como en la música, se produce en los colores, puesto que éstos
son también vibraciones, aunque éstas se encuentren ligera -
m en t e a pa r t a d a s de a q u é ll a s , e n e l e sp e ct r o g en er a l de la
percepción humana. Podemos contemplar colores puros que
n os a g r a d en y no s e le ve n el á nim o. O bi en co lo r e s q u e no s
irriten, que nos atormenten los nervios. En el aura humana
se distinguen varios colores diferentes, con sus matices. Algu -
nos de ellos sobrepasan los límites de la percepción de aque -
llos observadores que no se han ejercitado en ello; de manera
que carecen de nombre universalmente aceptado.
Asimismo existe, como sabéis, el silbido «silencioso» del
perro. Eso es, que resuena con una frecuencia de vibraciones
que ningun oído humano puede captar, y, en cambio, lo oyen
los perros. En el extremo opuesto de la escala, existen sonidos
graves que el hombre percibe y el perro, no; los sonidos graves
se le escapan.
Supongamos que desplazamos la escala de sonidos que puede
per ci bi r un ser hu ma no ha st a qu e ést e pu eda oír el silbido
d el p er r o . D e l a m i s m a fo r m a , si p od em o s d es pl a z a r h a c ia
arriba nuestra vista, veremos el aura humana. Pero hav que
andar con cuidado, so pena de perder la percepción del negro o
del morado.

E l a u t o r se r e f i e r e a l a m ú s i c a u s u a l ; n o a l a e x p e r i m e n t a l .
(Nota del T.)

40
N o ser í a r az ona bl e pr et ender dar u na lista com plet a de los
i n n u m e r a b l e s c o l o r e s q u e e x i s t e n . L im i t é m o n o s a l o s m á s
corrientes y acusados. Los colores básicos cambian a medida
d e l os p r o g r es os q u e ef e ct ú a la p er so na cu y a a u r a co nt em -
plarnos. Cuando una persona crece en espiritualidad, también
evolucionan sus colores. Si una persona tiene la desdicha de
r etr oceder en la esca la del progr eso, sus colores bá sicos se
alteran por completo, o mudan de matiz. Los colores básicos
(de los que se hablará en seguida), nos muestran la persona
también «básica». Los innumerables matices indican los pen -
samientos e intenciones, así corno el grado de espiritualidad.
El aura forma remolinos y se desliza como un arco iris singu -
larmente intrincado. Los colores corren alrededor del cuerpo
e n cr ec i e n t e s es pi r a le s , y t a m bi én ca en d e la ca be z a a lo s
pi es. Per o esos col or es son mu chos má s qu e los qu e ja m á s
se vieron en un arco iris; éste es una mera refracción de cris -
tales de agua — simples objetos —, al paso que el aura es la
vida misma.
Damos a continuación unas notas de unos pocos colores, ya
que es imposible tratar de otros hasta que no se conoce esta
lista:

Rojo

En su buena forma, el rojo indica una sana fuerza impulsora.


Los buenos generales y jefes políticos de las masas tienen una
gran cantidad de rojo en sus auras. Un tinte particularmente
claro de rojo, con los bordes de un amarillo claro, indica
u na pe r s on a l i d a d de «c r u z a do » (q u e se de s vi v e p or a y u d a r a
sus sem ej antes) . Mu cho cuida do en no confundirle con el
vul gar «m et om entodo», cu yo «rojo» es, en cam bio, «mar rón».
Franjas de color rojo, emergiendo del sitio donde está un
órgano, indican que éste se halla en magníficas condiciones de
salud. Algunos de los gobernantes de renombre mundial

41
tienen una gran cantidad de rojo en el conjunto de su aura.
Lástima que, en demasiados casos, se halle contaminado por
degradantes sombras.
Un rojo de mal aspecto, fangoso o excesivamente oscuro,
i ndica u n car ácter malo o vicioso. Aqu ella persona es infor -
m a l , pende nci er a , tr a idor a , a fa nosa de pr ovecho pr opio en
d e t r i m e n t o d e s u p r ó j i m o . U n r o j o o p a c o i n v a r ia b l e m e n t e
i nd i c a de pr e si ó n ne r v io sa . U na p er so na do t a da de u n r oj o
«malo» puede ser físicamente robusta. Por desgracia, también
p u e de se r f u e r t e p a r a el m a l . Ha y a se si no s q u e t i en en u n
rojo degradado en sus auras. Como más ligero sea el rojo
(ligero, que no claro) la persona será más nerviosa e inestable.
U na persona es muy a ctiva , incluso con exceso, y no puede
permanecer quieta más que unos escasos segundos. Segura -
m ente, el la es mu y egocént rica . Los colores r ojos alrededor
de los órganos denot an su est ado. Un r ojo opaco, o tira ndo a
marrón, con lentas pulsaciones sobre el sitio donde está un
órgano, es señal de cáncer. Se puede ver si el cáncer está allí o
si todavía es incipiente. El aura indica qué clase de enfer -
medades están a punto de atacar al cuerpo, a menos de que se
adopten medidas curativas. Eso en el futuro va a ser la utili -
lidad de lo que podremos llamar «auroterapia».
Un rojo punteado y centelleante, procedente de los maxilares,
a nunci a dolor de muela s; un mar rón opaco, pu lsando en el
ha l o, del a t a el m i edo a nt e la per sp ect iva de t ener qu e ir a l
dent i st a . El col or esca r la t a lo «lleva n» t odos cu a nt os est á n
d em a s i a do e na m o r a d os d e s í m is m o s. E s e l c ol or de l fa ls o
orgullo; del orgullo sin fundamento. Pero el escarlata lo
v e m o s s i t u a d o a l r e d e d o r d e la s c a d e r a s d e l a s d a m a s q u e
venden «amor» contra la moneda del Reino. Esas damas, por
l o g ener a l , no se i nt er esa n por el sexo com o ta l; par a ella s
es si mplement e un m edio de ga nar se la vida. De este modo,
el pr esu m i do y l a pr ost itu t a com pa rt en los m ism os color es
en sus respectivas auras.
Siguiendo con el grupo «rojo», el rosa (que no es, en realidad,
más que el coral) es signo de inmadurez. Las jovencitas Fileno-

42
res de los veinte ostentan el rosado en vez del colorado de
cualquier clase. En el caso de una persona adulta, el rosa co -
rr esponde a un i nfantilism o e inseg ur idad. Un r ojo oscu ro,
color de hígado crudo, indica un sujeto ciertamente nada reco -
mendable. Una persona a la que hay que evitar, porque nos
ocasionaría quebraderos de cabeza. Cuando dicho color se ve
sobre un órgano, quiere decir que éste se halla muy enfermo y
si se produce sobre un órgano vital es señal de una muerte
próxima.
Todos aquellos que ostentan el color rojo al final del esternón,
ti enen altera ci ones nerviosa s. Tienen qu e aprender a con -
trolar sus actividades y vivir con más calma, si quieren dis -
frutar de una vida larga y tranquila.

Anaranjado

El col or nara nj a, en rea lida d, es u na rama del enca rnado;


pero le rendimos el homenaje de reservarle una clasificación
propia porque algunas religiones del Oriente lejano conside ran
el naranja como el color del Sol y lo reverencian. Por esta ra z ón
ha y t a nt o col or a na r a nja do en aq u ella s t ier r a s. Por otro
lado, atentos a mostrar la cara y la cruz de la moneda,
añadiremos que otras religiones sostienen que el azul es el
color del Sol. Mas, no importa nuestra opinión en el asunto; el
naranja es un color básicamente hermoso, y las personas con u n
a cer t a do ma t iz a na r a nja do en su au ra son g ent e consi derada
para con sus semejantes; son humanos y hacen todo lo posible
para ayudar a los demás, que no han sido tan afor tunadamente
dotados. Un amarillo anaranjado es un color muy deseable, que
denota dominio de sí mismo y posee diversas virtudes.

Un anaranjado tirando más o menos hacia el marrón es señal de


ser una persona perezosa que todo lo trata con negligencia. Un
marrón anaranjado también indica trastornos en los riño-

13
n es . S i es t á s i t u a do so br e l os r iñ on es y t ie ne u na m a n ch a
mellada de color gris, denota la presencia de cálculos re -
nales.
Un anaranjado teñido de verde delata una persona a quien le
gusta el pelear por el solo gusto de pelear; y cuando nosotros
hayamos progresado hasta el punto de poder percibir los
matices dentro de los colores, obraremos prudentemente evi -
ta ndo todo trat o y discu sión con personas qu e tienen algú n
traz o verde ent re su a nara nja do, pu esto que sólo saben ver
«bl a nco y neg r o» y les fa lta n im a g ina ción, per cepci ón y dis -
cer ni m i ent o pa ra da r se cu ent a de q u e ha y m at ices de cono -
cimiento, de opinión, así como de color. Las personas afectadas
por el verde- anaranjado no acaban nunca de argüir, sólo por el
gusto de argüir, sin que les preocupe si sus argumentos son
verdaderos o falsos; para ellos, la cosa está en el argüir sin
parar.

Amarillo

Un amarillo dorado indica que su posesor está dotado de una


natura leza muy espiritu al. Todos los grandes sa nt os tienen
halos de oro alrededor de sus cabezas. A mayor espiritualidad,
más brillo de aquel amarillo dorado. Haciendo una digresión,
añadiremos que todos los que poseen una extraordinaria espi -
r i t u a l i d a d , t a m b i é n t i e n e n e l a ñ i l e n s u a u r a ; p e r o a h o r a se
habla del amar il lo. Todos cua nt os ostent an est e color se
hallan en buena salud espiritual y moral. Siguen rectamente
por la Senda, y de acuerdo con su exacto matiz de amarillo,
tienen muy poco que temer. Una persona dotada de un
amarillo brillante puede estar completamente segura; si el ama -
r il lo es deg ra da do ( como el color de algunos malos quesos),
que es cobarde por naturaleza; de esos que la gente dice «es
amarillo». Es muy común que se vea el aura de las personas, y
muchos de esos dichos populares se hallan en todas las len-
g ua s desd e ti em pos at rá s. Per o u n a ma r illo feo es sig no de
ser u na m a la per sona ; uno q u e t iene miedo cont inu a m ent e
de todo. U n am a r i l l o r ojiz o no es del t odo fa vor a ble por qu e
i ndica u na tim idez m enta l, m ora l y física . Las personas con
ese color cambiarán una religión por otra, siempre en busca
de algo que no se puede alcanzar en cinco minutos. Les falta
voluntad de permanencia; no pueden fijarse en nada si no unos
breves m oment os. Una per sona que teng a el ama rillo r ojizo y
el r oj o ca sta ño en su au ra , siem pr e cor r e en pos del sexo
opuesto, siempre sin sacar nada. Merece ser notado que
una persona pelirroja y que tiene el rojo amarillo eri su aura,
será muy combativa, muy agresiva y muy llevada a interpretar
t oda obser va ci ón qu e se le ha ga com o u n insu lt o per sona l.
Est o se refi er e part icula rment e a los qu e tienen el pelo r ojo y
el cutis rojizo y a menudo pecoso.
Muchos de esos matices amarillentos y rojizos indican que la
per sona qu e los ti ene está a flig ida por un gra n com plejo de
inferioridad. Cuanto más rojo haya en el amarillo, mayor será
este complejo. Un amarillo tirando a castaño denota pen -
samientos muy impuros y un pobre desarrollo espiritual.
Muchos individuos de esta calaña o catadura poseen este rojocastaño-
amarillo y, en el caso de ser particularmente malo, se les añade
como una argamasa verde que mancha con puntos el aura.
Son gente que casi nunca pueden ser salvados de su propia
demencia.
Todo amarillo tirando a castaño indica pensamientos impuros
y que la persona afectada por este color no conserva siempre
la senda recta y breve. Por lo que hace a la salud, el amarillo
ver dos o es si g no de pa decim ient o s del híga do. C ua ndo est e
color gravita hacia un amarillo-castaño-rojizo, significa que los
males son principalmente de naturaleza social. Una persona
aquejada de una enfermedad social invariablemente tiene una
zona de castaño oscuro y amarillo, también oscuro, alrededor
de sus caderas. A menudo dicha zona está moteada con algo
que parece polvo colorado. Con el color castaño que se va
pronunciando cada vez más sobre el amarillo, y a veces mos-

45
trando franjas dentadas, nos damos cuenta de que la persona
está enferma de la mente. Un individuo que posee una doble
personalidad (en el sentido de la psiquiatría) muy frecuente -
mente presenta la mitad del aura de un amarillo azulado y la
otra de un amarillo tirando a marrón y a verde. Es una com -
binación absolutamente desagradable.
El amarillo dorado puro, con el cual hemos dado principio a
esta sección, debe ser siempre cultivado. Puede ser alcanzado
por una continua pureza de pensamientos y de intenciones.
Todos tenemos que pasar por el ama rillo br illante ant es no
hagamos nuevos progresos por la senda de la evolución.

Verde

El ver de es el color de la cura ción, de la enseñanza y el del


crecimiento físico. Muchos grandes médicos y cirujanos tienen
una abundancia de verde en su aura; también de rojo y, cosa
curiosa, ambos colores se mezclan armoniosamente y sin dis -
c or di a en t r e sí . El r oj o y e l ve r d e , cu a nd o se ve n e l u no a l
lado del otro, en diversas materias, muchas veces chocan e irri -
tan; pero, situados en el aura, gustan. Verde con una cantidad
pr opor ci ona da de r ojo indica u n gr a n cir u ja no, u n hom br e
m u y com pet ent e. El ver de , solo sin el r ojo, un m édico m u y
e m i ne nt e q u e c on oc e su p r o fe si ó n ; o u na e nf er m e r a , c u y a
voca ci ón es su pr ofesi ón y su s a m or es. El ver de , m ixt o con
u na dosi s pr opor ci ona da de azu l, a nuncia éxitos en la ense -
ñanza. Algunos grandes profesores tienen el verde en sus
respectivas auras y franjas o estrías de un azul movedizo, una
especi e de azul eléct rico, y mucha s veces, ent re el azul y el
verde hay pequeñas tiras de amarillo-dorado que indican
que el profesor es de aquellos que se preocupan cordialmente
por el bienestar de sus discípulos y tienen la necesaria altura
espiritual para enseñar los temas más elevados.
Todo cuanto tiene que ver con la salud de las personas y de

46
l os a nim a l es se tr a du ce por una eleva da ca nt ida d de ver de
e n l a c om po si c i ó n d e su s a u r a s . N o se ll eg a a l n iv el de lo s
más grandes cirujanos o médicos; pero todo el mundo, no
importa cuál, si tratan de la salud de las personas, de los ani -
males o plantas, tienen una cierta cantidad de color verde en
sus auras. Parece como la insignia de su profesión. El verde
n o e s, c on t o do , el co lo r d om in a n t e ; c a s i s ie m p r e s e ha lla
subordinado a otro color. Es un color benéfico e indica que el
que lo posee con abundancia es una persona amistosa, compa -
siva y consi dera da para con los dem ás. Si un individu o pr e -
senta un verde- amarillento, de todos modos no podemos fiar -
nos de él, y en la medida misma de la mezcla de un ama -
rillo desagradable con un verde repugnante, asimismo será la
confi a nz a q u e nos m er ez ca . Los tim a dor es tienen una au r a
verde- amarillenta (son gente que sabe hablar a sus víctimas
de una manera amable y luego les quitan engañosamente el
dinero). Tienen una especie de argamasa verde a la cual
se une su amarillo. A medida que el verde tiende al azul — ge -
neralmente un agradable azul celeste o azul eléctrico — más
digna de confianza es una persona.

Azul

Este color, a menudo se describe como el del mundo espiritual.


También denota habilidad intelectual como cosa distinta de la
espiritualidad; pero, naturalmente, tiene que ser, dicho azul,
del mat iz justo; con este mat iz es un color cier tam ente muy
favorable. El etérico es de un tinte azulado, un azul parecido
al que exhalan los cigarrillos antes de ser aspirados y expirados
por la boca, o también, el humo de la leña ardiendo. Cuanto
más brillante sea el fuego, más vigorosa la salud de la persona.
El azul pálido es el color de las personas que tienen que ser
empujadas para que adopten cualquier decisión de provecho.
Un azul más oscuro es el de una persona que está haciendo

47
progresos, que es laboriosa. Más oscuro indica una persona
hábil en las tareas de lo vida y que ha encontrado ciertas satis -
facci ones en su tra ba jo. Esos azules más oscu ros se ha lla n a
menudo entre aquellos misioneros que lo son en virtud de
u na «voca ci ón» deci di da . N o se ha lla n ent r e a qu ellos ot r os
m isioneros qu e no pa sa n de aspira r a una tar ea qu e pu ede
p er m i t i r l es d a r , t a l v ez , la v u e lt a a l m u nd o c on l os g a st os
paga dos. Poder nos juz gar a la s personas por el vig or de su
amarillo y la oscuridad de su azul.

Añil

Vamos a clasificar el añil y el violeta dentro de la misma cate -


goría, dado que sus matices se confunden y se pasa insensible -
mente del uno al otro y muy frecuentemente dependen entre
sí. Las personas que ostentan dicho color en su aura de una
manera manifiesta, son gente de profundas convicciones reli -
giosas, que no se contentan con profesar exteriormente una
religión. Esto constituye una gran diferencia; algunas personas
dicen que son religiosas; otras dicen creen serlo; pero hasta
que no se sea capaz de ver con certitud su aura, no se puede
decir de ellas nada que sea seguro. Si una persona tiene un
toque rosado en su añil, ésta será quisquillosa y desabrida,
sobre t odo para con las personas que se encuent ren bajo la
dependencia de dicho sujeto. El tinte rosado en el añil es un
toque degradante, roba una porción de su pureza al aura. De
pasada, digamos que las personas que presentan colores añil,
violeta o morado en sus respectivas auras padecen trastornos
del coraz ón y desór denes del estómag o. N o les sient an bien
ni los fritos ni la comida, por poco grasienta que sea.

48
Gris

El gris es un modificador de los colores del aura. En sí, carece


de significación, excepto la de que la persona está muy poco
evol u ci ona da . Si la per sona a qu ien cont em pla m os no est á
evolucionada, presenta normalmente grandes franjas y man -
chas de gris; pero, corrientemente, nunca miraréis el cuerpo
desnudo de una persona sin evolucionar. El gris, en un color,
delata una debilidad de carácter y una pobreza general de sa -
lud. Si alguien tiene zonas grises sobre algún órgano, eso indica
u n pel i g r o de fa l l o de la sa lu d de ést e, o ya est á enfer m o y
hay que curarlo inmediatamente. Una persona con una espesa y
dolorosa jaqueca, tendrá una nube como de humo gris que le
a tr a vi esa el ha l o o nim bo, y no im por ta de q u é color sea
éste, sus pulsaciones seguirán el ritmo de las punzadas de la
jaqueca que le aflige.
Lección sexta

C on todo l o dicho, es obvio qu e todo cuanto existe es vibr a -


ción. A sí , a través de todo lo exist ente, ha y alg o que podría -
m os lla mar un gi gantesco t ecla do, for ma do por toda s la s vi -
braciones que pueden haber existido siempre. Imaginémonos
que se trata de un inmenso piano, extendiéndose por infinitas
magnitudes. Imaginémonos, también, que nosotros somos hor -
migas, y que sólo podemos escuchar unas muy pocas notas.
Las vibraciones corresponden a las diferentes teclas de piano.
Una nota, o tecla, cubriría todas las vibraciones que llamamos
«tacto», la vibración que es tan lenta, tan «sólida» que la
sentimos más que verla o escucharla (fig. 5).
La nota siguiente sería el sonido. Esto es, la nota que cubre
todas estas vibraciones que activan el mecanismo interior de
nuestros oídos. No podemos percibir con nuestros dedos estas
vibra ci ones; per o nuest ros oídos nos dicen que se trat a del
«sonido». No podemos oír una cosa que sólo puede ser objeto
del ta ct o; ni podem o s a pr ecia r por el ta ct o lo q u e debe ser
oído.
De este modo habremos cubierto dos notas del teclado de
nuestro piano.
La nota siguiente será la vista. Aquí también tendremos una
vibración de tal frecuencia (esto es, vibrando tan rápidamente)
que no podemos tocarla ni escucharla; pero afecta a nuestros
ojos y se llama la «vista».
Mezclada con esas tres notas hay otras de la misma frecuen -
ci a , o zona de fr ecu encia s , qu e lla m am os «r a dio». Una not a
má s alta nos conduce a la t elepat ía, la cla rividencia y otra s
manifestaciones de poderes emparentados con estas últimas.
Pero el punto esencial es el de la verdaderamente inmensa can -
tidad de grados de frecuencias, o de vibraciones. El hombre
sólo puede percibir una extensión ciertamente escasísima de
ellas.

50
EL TECLADO SIMBÓLICO

Fig. 5.
La vista y el sonido están estrechamente relacionados, de todas
l a s m a ner a s. Podem o s obt ener u n color y decir q u e es u na
nota musical, puesto que existen instrumentos electrónicos
q u e pu eden t ra nsfor m a r u n color det er m ina do en u na not a
det er mi na da . Si est o parece difícil de com pr ender , hay que
considerar lo siguiente: las ondas de la radio, eso es, música,
palabras y hasta imágenes, están continuamente en casa, a
donde vayamos y hagamos lo que hagamos. Nosotros, sin el
auxilio de ningún aparato, no podemos percibir estas ondas de
la radio; pero con un aparato especial, al que llamamos una
«radio», que capta las ondas y, si lo preferís, traduce las fre -
cuencias de la radio en frecuencias auditivas, podemos escu -
char los programas de las emisoras y hasta ver las imágenes
de la televisión.
De la misma manera, podemos tomar un sonido y decir que
concuerda con un color, y viceversa, afirmar que un color co -
rresponde a un sonido determinado. Esto es muy conocido en
Oriente, y creemos que verdaderamente tiene que influir posi -
tivamente en la apreciación que hagamos de una obra de arte;
por ej em pl o, cu a ndo mir a m os u n cua dr o e im ag ina m os un
a cor de q u e r esu lt a r ía de a qu ellos color es si los tr a nspor t á -
semos a la música.
Todos sabemos que Marte es también conocido por «el Plane t a
Rojo». Marte es el planeta rojo, y el rojo de cierto tono —
e l r o j o b á s i c o — t i e n e u n a n o t a m u s i c a l q u e c o r r e s p o n de al
«do».
El anaranjado, que es parcialmente rojo, corresponde con la
nota «re». Entre las creencias de algunas religiones se estable ce
que el anaranjado es el color del Sol; otras religiones dicen que
el color del Sol, es el azul. Preferimos creer que el Sol es
anaranjado.
El am ar i l l o cor r espond e a l «m i» y el pla net a Mer cu r io es el
«regent e» del amar il lo. Todo esto, natura lm ente, procede de
la mitología oriental; igual que los griegos tuvieron sus dioses y
diosas que cruzaban el firmamento en sus canos damígeros, los
pueblos del Oriente Tienen sus mitos v leyendas; pero in-

52
vestían sus planetas con diversos colores, y decían que tal y
cual color era regido por tal y cual planeta.
El verde tiene una not a musical cor respondient e al «fa ». Es
un color de crecimiento, y algunos afirman que el crecimiento
de las plantas puede ser estimulado con notas musicales ade -
c u a d a s . A u nq u e n o t e ng a m o s e xp er i en c ia p er so na l de es t e
hecho pa rti cu lar , poseemos una inform ación pr ocedente de
fuentes dignas de crédito. Saturno es el planeta que controla el
verde. Es interesante observar que los antiguos derivaron estos
colores de las sensaciones que recibían contemplando un deter -
minado planeta entregados a la meditación. Varios de los an -
tiguos meditaron en las cumbres más altas de la Tierra, en los
altos picos de los Himalayas, por ejemplo, y cuando se está a
muchos miles de metros de altura se deja mucho aire atrás, y
los planetas se ven más claros y las sensaciones son más agu -
das. De este modo los sabios de la Antigüedad establecieron
las normas sobre los colores.
El azul corresponde a la nota «sol». Corno hemos dicho antes,
en algunas creencias religiosas se contempla el azul como el
color del Sol; pero como sea que seguirnos la tradición oriental,
decidimos que el planeta del azul es Júpiter.
El añil es «la» de la escala musical y en Oriente se cree regido
por Venus. Venus, cuando está bien aspectada, eso es, cuando
reparte beneficios a los humanos, concede habilidad artística y
pureza de pensamiento. Proporciona el mejor tipo de carácter.
Únicamente cuando está conectada con las personas de la más
baja vibración, Venus conduce a diversos excesos.
El violeta corresponde a la nota «si» y es regida por la Luna.
Aquí también, si nos hallarnos bajo el buen aspecto de la
Lu na , o d el co l o r v i o le t a , é st os c om u n ic a n cl a r id a d a l p en -
samiento, espiritualidad e imaginación controlada. Pero si el
a sp ec t o es m a l o , en t o nc e s se p r o du ce n la s p er t u r ba ci on e s
mentales que hacen a un individuo «lunático».
En la parte exterior del aura existe un envoltorio que encierra
t ot a l m e nt e a l c u e r p o h u m a no , s u et ér ic o y a l a u r a m is m o .
Parece como si el conjunto del ser humano, con el cuerpo

53
físico en el centro, luego el etérico y luego el aura, estuviesen
metidos en un saco. Imagínese de esta forma: tenemos un
huevo de gallina como todos. Dentro está la yema, que corres -
ponde a nuestro cuerpo. Después están las claras, que co -
rresponden al etérico y al aura. Pero en el huevo, entre la clara y la
cáscara, vemos una especie de pellejo muy blando. Cuando
hervimos un huevo y levantamos la cáscara, podemos pelar esta
película. El conjunto del hombre es parecido. Está ence rra do
por la especi e de pellejo que lo cu br e. Ést e es com pletamente
transparente y, bajo el impacto de las ondulaciones y t em b l o r e s
d e l a u r a , o n d u l a u n p o c o ; p e r o s i e m p r e t i e n de a recobrar su
form de huevo, como un globo siempre reco br a su esfer icida d
por cua nt o su presión int er ior es may or que la externa.
Podemos hacernos cargo visualmente imagi nando el cuerpo, el
etérico y el aura contenidos dentro de un saco muy delgado de
celofán, en forma de huevo (fig. 6).

Cuando pensamos, proyectamos desde el cerebro, a través del


etérico y del aura, sobre este «cutis áurico». Allí, sobre la su -
perficie exterior de esta cubierta, se producen imágenes de
nuestros pensamientos. Como en otras veces, para explicarlo,
damos un ejemplo basado en la radio o la televisión. En el
cuello de un tubo de televisión, lo que se conoce bajo el nom bre
de «cañón electrónico», dispara electrones rapidísimamente sobre
una pantalla fluorescente, que es la pantalla del televisor. A medida
que los electrones se pintan sobre un revestimiento especial que
está en la parte interior de la pantalla, éste se pone
fluorescente; es decir, hay allí un punto luminoso que persiste
por un tiempo suficiente para que nos quede una «memoria
residual» de aquel punto. De esta manera, el ojo con templa la
totalidad de las imágenes sobre la pantalla del tele visor.
Paralelamente a las variaciones del transmisor, cambian las
imágenes.
De un modo muy parecido, los pensamientos son emitidos por el
transmisor — nuestro cerebro — y llegan a la cubierta del aura.
Allí los pensamientos se pintan y forman imágenes que pueden
ser vistas por un clarividente. Pero no sólo se ven
54
LA FUNDA AUREA

Fig. 6.
nuestros pensamientos actuales, sino todos los que han existido
anteriormente.
Es muy fácil para un Adepto mirar a una persona y ver en la
cubierta del aura alguna de las cosas que dicha persona hizo
durante sus dos o tres vidas anteriores. Esto puede parecer
fantástico para los que no son iniciados; pero es perfectamente
exacto.
La m at er i a no pu ede dest r u ir se. Todo cu a nt o exist e, sig u e
siendo. Si pr oducir nos un sonido, la vibra ción de éste — la
energía que lo causa — persiste para siempre. Si, por ejemplo,
nos es posi bl e vi a j ar en u n inst a nt e ha sta un pla net a m uy
lejano, podremos ver, en la suposición de que dispongamos de
instrumentos adecuados, imágenes que se produjeron miles y
miles de años atrás. La luz tiene una velocidad definida y
jamás empalidece; de manera que si nos trasladamos -- instan -
táneamente -- lo bastante lejos de la Tierra, podremos ver su
creación. Pero, todo esto, nos llevaría lejos de lo que estarnos
hablando. Debemos precisar que el subconsciente, como no
está controlado por la conciencia, puede proyectarnos imáge -
nes de cosas que se encuentran más allá de lo que ésta alcanza. Y
que una persona dotada de suficientes facultades de clarivi -
dencia puede conocer, sin dificultad, qué clase de persona es
a qu el l a qu e t i ene enfr ent e . Est o es u na for ma a va nza da de
psicometría, que podríamos llamar «psicometría visual». Más
adelante trataremos de la psicometría.
Todos los que posean alguna percepción o sensibilidad pueden
sentir el aura, aun cuando no puedan verla. ¿Cuántas veces os
habrá sucedido que instantáneamente os atrae — o, al contra -
rio, repele — una persona antes de haber cambiado una sola
palabra con ella? La percepción inconsciente del aura explica
nuestras simpatías y antipatías. Todos podemos verla; pero los
abusos de toda clase pueden hacernos perder aquella facultad.
En los siglos venideros no habrá nadie que no esté facultado
para practicar la telepatía, la clarividencia, etcétera.
Procedamos más adelante en lo de las simpatías y antipatías;
cada aura se compone de varios colores y listas de colores. Es

56
necesario que los colore, y las listas liguen entre sí recíproca -
m ent e pa ra q u e dos per sona s sea n com pa t ibles . Est o es la
causa de que un marido y su mujer sean compatibles en una o
dos cosas y completamente incompatibles en el resto. Ello es
debi d o a qu e la for ma pa rt icu la r de la onda q u e posee u na
de las per sona s encaja sólo par cialm ente con la onda de la
otra.
Decimos, de dos personas, que están en dos polos opuestos; es
el caso de la incompatibilidad rotunda. Si preferimos mirarlo
por otro lado, diremos que las personas que son compatibles
poseen auras respectivas, cuyos colores se funden y armonizan,
al paso que las incompatibles tienen sus auras fabricadas de
colores que chocan y que irritan la sensibilidad de quienes las
contemplan.
Las personas proceden de varios tipos. Sus vibraciones tienen
frecuencias comunes. Las personas de un tipo «común» tien -
den a ir en grupo. Se pueden ver rebaños de muchachas siem -
pre juntas, y de mozalbetes holgazaneando por las esquinas o
f or m a nd o ba nd a s . La ca u sa se de be a q u e t o do s e ll os — o
ellas — tienen frecuencias comunes o tipos comunes de aura;
por eso dependen los unos de los otros, ejercen una influencia
magnética recíproca, y la personalidad más fuerte del grupo
será la que dominará, para bien o para mal. Los jóvenes tienen
que ser educados con disciplina y autodisciplina, a fin de que
sean controlados sus impulsos más primarios, si la raza tiene
que mejorar.
Como se ha dicho, el cuerpo humano está centrado dentro de
el envoltorio en forma de huevo que le rodea, centrado dentro
del aura; ésta es la posición normal para casi todos, las perso -
nas corrientes y que gozan de buena salud. Cuando una per -
sona sufre una enfermedad mental, no está debidamente cen -
trada. Muchas personas dicen: «Hoy no estoy en mi centro».
este es el caso; la persona se halla proyectada en un rincón
del ovoide. La gente que posee una doble personalidad es
completamente distinta de la corriente; puede muy bien tener
la mitad del aura de un color y la otra de otro completamente

57
distinto. Puede, incluso, en casos de doble personalidad muy
acusada, que el aura no tenga precisamente la forma de un
huevo, sino de dos huevos unidos por un extremo el uno al
otro. Las enfermedades mentales no pueden ser tratadas lige -
ramente. Los tratamientos a base de choques son peligrosos ya
que pueden lanzar el astral (va que de él se trata) fuera del cuerpo
físico. Pero el tratamiento de choque más enérgico se designa
( ¿consciente o inconscientemente?), el choque de dos huevos en
uno. A menudo quema grupos de neuronas en el cerebro.

Nacemos con ciertas posibilidades, ciertos límites en los co -


lores de nuestras auras, la frecuencia de nuestras vibraciones y
otros detalles; así, es posible a toda persona con la suficiente
determinación y buena voluntad alterar la propia aura en sen -
tido positivo. Desgraciadamente, es más fácil el ir a lo peor.
Sócrates, por ejemplo, sabía que habría sido un buen asesino;
pero quiso caminar por donde el hado le conducía; y dirigió sus
pasos en la vida en un sentido opuesto. En vez de asesino, Sócrates se
convirtió en el hombre más sabio de su época. Todos podemos,
si nos es necesario, levantar nuestros pensa mientos a más alto
nivel y auxiliar a nuestras auras. Una per sona con un rojo
turbio y oscuro en ella, signo de que está dotada de una
sexualidad excesiva, puede aumentar la fre cuencia de las
vibraciones de este rojo sublimando sus deseos sexuales y
llegando a ser una persona de un mayor empuje constructivo,
que se abre su propio camino en la vida.
El aura se desvanece pronto después de la muerte; mas, el
etérico puede convertirse en el fantasma sin cerebro que sigue
visitando, insensible, sus lugares preferidos en vida. Varias
personas, en distritos rurales, han visto unas formas de color
azulado sobre las sepulturas de los cadáveres recientemente
enterrados. Este resplandor se hace más perceptible por las
noches. Consiste, como es natural, meramente en el etérico que se
disipa después de la descomposición del cuerpo.
En el aura, las vibraciones bajas corresponden a colores opacos y
turbios que provocan más náusea que atracción. Cuanto más

58
altas son las vibraciones de cada uno, más puros y
brillantes
resultan los colores del aura; no brillantes de un modo llama -
tivo, sino con el mejor y el más espiritual de los resplandores.
Podem os decir qu e los color es pur os son «deleit osos», mien -
tras que los turbios son desagradables. Una buena acción abri -
llanta el aspecto del aura, haciendo resaltar los colores áuricos.
Una mala acción los desciende al azul o al negro. Las buenas
acciones — en provecho del prójimo — hacen ver el mundo a
través de «cristales rosados».
Hay que fijar bien en nuestra mente que el color es el mayor
índice de nuestras potencialidades. Los colores cambian, como
es natural, con nuestros cambios de estado de ánimo; pero los
colores básicos permanecen, excepto en el caso que una per -
sona determinada mejore, o empeore su carácter. El color bá -
sico permanece y los matices indican el estado de humor del
individuo. Mirando los colores del aura de una persona cual -
quiera hay que preguntarse:

1. ¿Cuál es el color?
2. ¿Es claro o turbio? ¿Cómo puedo ver a su través?
3. ¿Ondula en algunas de sus partes, o está colocado casi in -
móvil sobre una mancha?
4. ¿Es una franja continua de color conservando su forma
estructura, o fluctúa y presenta corno picos agudos y pro -
fundos valles?
1. También hemos de asegurarnos de que no nos dejamos lle -
var por prejuicios sobre una persona, cuando se trata sola -
mente de mirar su aura, sin imaginar que es turbia cuando,
de hecho, no lo es en absoluto. Pueden ser nuestros pensa -
mientos erróneos lo que nos hace parecer un color turbio;
porque hemos de tener muy presente que, examinando el
aura de otra persona, tendríamos antes que estar muy segu -
ros de no contemplarla a través de nuestra propia aura.

Existe una correspondencia entre los ritmos musical y mental.


El cerebro humano es una masa de vibraciones con impulsos

59
eléctricos que irradian por todas partes de éste. Un ser huma -
no emite una nota musical, dependiente de las frecuencias de
la vibra ci ón de di cho ser. Es mu y par ecido a una colmena ,
de la que se escapa el zumbido de una multitud de abejas; por
esto algunas otras criaturas oyen a los seres humanos. Cada
ser humano tiene su propia nota básica, que se emite constan -
temente igual que un alambre eléctrico produce una nota al
paso del vient o. Adem ás, la mú sica qu e se ha ce popular es
aquella que se encuentra en relaciones de simpatía con la for -
mación de las ondas de los cerebros y, éstas, de los cuerpos.
Podem os hal lar una melodía «que se pega al oído» que todo
el mundo canturrea o silba. La gente dice que «tal o cual melo -
día» no se le quita de la cabeza. Este tipo de canciones tienen
la clave de las ondas cerebrales durante un tiempo determi -
nado, hasta que su energía fundamental se disipa.
La música clásica es de una naturaleza más permanente. Es una
música que obliga a las ondas del auditorio a vibrar por sim -
patía con ella. Si los dirigentes de una nación necesitan levan -
tar el espíritu de sus seguidores, tienen que componer o tener
ya compuesta una forma especial de música, llamada «himno
nacional». Quienes escuchan esta música se llenan de toda
suerte de emociones; se les fortifica el espíritu y piensan con
amor en su tierra y con arrogancia en los demás países. Fenó -
meno que se produce meramente porque las vibraciones que
llamamos sonido han provocado vibraciones mentales que les
hacen rea cciona r en determ inado sent ido. De este modo es
posi bl e «pr eor dena r » cier t a s r ea ccion es en el ser hu ma no,
interpretando ante el sujeto ciertos tipos de música.
Una persona profunda en sus pensamientos, que esté dotada
de unas ondas cerebrales con altos picos y depresiones profun -
das, ama la música del mismo tipo; eso es, que posea picos y
profundidades. Pero los que tienen una mente dispersa, pre -
fieren una música también sin sustancia; música que no pasa
de un tintineo y que no sale de la insignificancia.
Varios de los grandes compositores son personas que, cons -
ciente o inconscientemente, viajan por el astral, y que llegan a

60
los mundos del más allá de la muerte. Ellos escuchan «la mú -
sica de la s Esfera s». C om o son mú sicos, ésta les cau sa una
gran impresión y les punza su memoria, obligándoles, cuando
regresan a la Tierra, a sentirse en disposición de componer. Se
abalanzan sobre un instrumento, o sobre el papel pautado, e
inmediatamente escriben, hasta cuanto alcanza su memoria,
las músicas que escucharon en el astral. Luego dicen — puesto
q u e n o r e cu er da n bi en la s c os a s — q u e ha n co m p u e st o t a l
o cual obra.
El sistema diabólico de los anuncios subliminales, y que con -
siste en escribir un mensaje sobre la pantalla de la televisión
qu e du re sól o unos insta nt es tan breves que no pu edan ser
apreciados conscientemente por nuestra vista, se basa sobre
una semipercepción por nuestra parte, tal, que no llega a rozar
nuestras percepciones conscientes. El subconsciente recibe una
sacudida procedente del torrente de ondulaciones que le lle -
gan; como sea que el subconsciente representa las nueve partes
sobre diez de nuestro conjunto individual, finalmente arrastra
l a conci en ci a y l a oblig a a q u er er a dq u ir ir el ar t ícu lo a nu n -
cia do, au nque la persona r econoz ca qu e nunca ha tenido el
m enor deseo de pose er lo. C ua lqu ier gr u po de per sona s sin
escrúpulos, por ejemplo, los gobernantes de un país, que no
se preocupen en su corazón del bienestar del pueblo, puede
hacerle reaccionar, en virtud de órdenes subliminales, por me -
dio de estas formas de propaganda.
Lección séptima

Esta lección, aunque sea corta, es de la mayor importancia, y


rogamos al lector que la lea con toda la atención de que sea
capaz.
Muchas personas que intentan ver el aura se sienten impacien -
t e s y e s p e r a n l e e r a l g u n a s i n s t r u c c i o n e s e s c r i t a s ; l e e r la
primera página escrita del texto y ver todas las auras alineadas
ante sus ojos estupefactos.
Ello no es tan sencillo como parece. Más de un Gran Maestro
ha invertido su vida entera antes de lograrlo; pero estamos
seguros de que, en el supuesto que una persona sea sincera
y qui er a ejercit ar se con toda conciencia, el aura puede ser
vista casi de todo el mundo. Se sabe que la mayor parte de la
gente es susceptible de ser hipnotizada; del mismo modo, la
mayor parte de personas a fuerza de práctica, que quiere decir
«perseverancia», logrará ver el aura.
Hay que subrayar, con mucha insistencia, que si se desea ver
el aura en las mejores condiciones, será preciso contemplar un
cuerpo desnudo, ya que el aura está muy influenciada por las
vestiduras. Por ejemplo, supongamos que un individuo dice:
«Me vestiré sólo con ropa salida de la colada que, por lo
tanto, no modificará mi aura». En este caso, algunas de las
piezas de la ropa han sido manejadas por alguien de la lavan -
dería. El trabajo de las lavanderías es monótono, y los que tra -
ba j a n en el l a s nor m a lm ent e r eflexiona n sobr e su s a su nt os
per sona les. En otra s pala br as, est án distr aídos y m ient ras
maquinalmente pliegan o tocan la ropa, piensan en sus proble -
mas privados; no en su trabajo. Las impresiones de sus auras
particulares, pues, entran en aquellas piezas de ropa, y cuando
una persona se las pone y se contempla a sí misma, se encuen -
tra con que hay algo de las impresiones ajenas en sus vestidu -
ras. ¿Parece increíble, acaso? Piénsese lo que sigue: si toca -
mos un imán, aunque sea distraídamente con un cortaplumas,

62
n o s ha l l a r e m o s d e s p u é s c o n q u e é s t e h a c a p t a d o a l g o d e l
influjo «áurico» del imán. Lo mismo pasa con los seres huma -
nos, qu e pueden ca pta r algo invisible los unos de los ot ros.
Una mujer que haya estado en una sala de espectáculos, puede
ser qu e des pu és di g a : « 1 0h!, ;sient o nece sida d de t om ar u n
baño; me siento contaminada por haber estado tan próxima a
este tipo!».
Si nos es necesario ver la verdadera aura con todos sus colores,
será necesario contemplar un cuerpo desnudo. Si se puede ver un
cuerpo femenino, nos daremos cuenta de que es distinto d el
m a sc u l i n o. N os m o le st a r e co no c er lo ; p er o en el cu er po
femenino muchas veces los colores son más intensos más
cr u dos, si qu e q ui er e — per o, llá r neselos com o se pr efier a ,
son más intensos y fáciles de ver. Mu chos de los discípulos
no hallarán fácilmente una mujer que consienta en desnudarse,
en su presencia, sin ninguna objeción. Entonces, ¿por qué no
emplear, en vez de otras personas, nuestro propio cuerpo para el
caso?
Tenemos que estar solos para llevar a cabo este experimento; en
alguna habitación retirada, como por ejemplo, el cuarto de
baño. Ante todo, hay que cerciorarse de que la luz del cuarto
s ea m u y ba j a ; s i es d em a s ia do br il la n t e — y t ie ne q u e se r
débil —, colgaremos una toalla cerca del punto donde proceda la
i lum inación, de ma nera qu e haya luz, aunqu e muy poca.
Váyase con cuidado de que la toalla no está tan cerca de la luz
que pueda inflamarse; no se trata de incendiar nuestra casa,
sino de bajar la luz. Lo mejor, sin embargo, será emplear una de
aquellas pequeñas bombillas eléctricas — que en cada país
r ec i b e n n om br es d i s t i nt os — , la s c u a l es pr od u c en u na lu z
tan tenue que el desgaste ni siquiera hace marchar el contador de
electricidad (fig. 7).
Una vez instalada ésta, o cualquier otra lo suficiente débil, des -
poj ém onos de nuest ras vest idur as y cont em plém onos en u n
espej o de cu er po ent er o. No esperemos ver nada, por el mo -
m ento; sól o relaj ém onos del t odo. Debemos asegu rar nos de
tener como fondo una cortina de color oscuro (mejor que sea

63
«OSGLIM» TIPO DE FOCO DE NEÓN

Fig. 7.
n eg r o o de u n g r i s t i r a n do a ne g r o) . Es t e fo r m a r á e l fo nd o
neutral, eso es, un fondo cuyo color no influya sobre el
aura.
Esperad unos pocos momentos mientras os estáis viendo, sin
concentraros en exceso, vuestra imagen al espejo. Mirad a la
cabez a, ¿ podéis per cibir u n tint e azu lado alr ededor de vues -
tras sienes? Mirad hacia vuestro cuerpo desde vuestros brazos
a las caderas, ¿veis como una llama azul, parecida a la del al -
cohol ardiendo? Habréis visto este tipo de llama en los llama -
dos infiernillos de alcohol, empleados por los joyeros, donde
queman alcohol metílico o de madera, o espíritus análogos. La
llama es azulada, y a veces hay chispas amarillas en sus
puntas. La llama del etérico se le parece. Cuando veáis eso,
será señal de que habéis realizado progresos. Puede ser que no
veáis nada la primera vez, ni la segunda ni la tercera en que
intentéis este experimento. De un modo parecido un músico
puede no llegar a resultados positivos las primeras veces que
aborda una pieza de música muy difícil. Pero el músico
persevera y vosotros tenéis que hacer lo mismo. Con la
práctica seréis capaces de ver el etérico. Y con más, llegaréis a
ser capaces de ver el aura. Pero insistamos de nuevo: es
mucho
más fácil, mucho más claro experimentando sobre un cuerpo
desnudo.
No penséis que haya ningún mal en contemplar un cuerpo
desnudo. Es una frase conocida que «El hombre es imagen y
semejanza de Dios», de manera que no puede haber culpa en
mirar «la imagen de Dios». Recordad que «para los que son
puros, todo es puro». Os contempláis a vosotros mismos o a
otra persona por motivos puros. Si tenéis pensamientos im -
puros, no podréis ver ni el etérico ni el aura; sólo veréis lo que
en realidad estáis mirando.
Limitaos a mirar vuestro propio cuerpo, contemplad con la
intención de ver a vuestro etérico. Lo veréis a su debido
tiempo.
A veces, una persona que intenta ver su propia aura y no logra
verla, en cambio siente un cosquilleo en las palmas de la mano

65
o en los pies y hasta en algunas otras partes del cuerpo. Este
cosquilleo es una sensación peculiar, inconfundible. Cuando
se experimente, significa que se va por buen camino para ver,
pero que se está frenado por una tensión excesiva; es preciso
relajarse, apaciguarse. Entonces, si «desarmamos», desaparece
la comezón y la tensión muchas veces, e inmediatamente vemos el
etérico, el aura, o ambos a la vez.
El picor de que hablamos es en realidad una concentración
de nuestra energía áurica en nuestras palmas (o donde se ex -
perimente la sensación). Muchas personas, cuando se hallan
asustadas o con los nervios en tensión, acostumbran a sudar
por las palmas de la mano, las axilas o por donde sea. En este
experimento psíquico, en vez de sudar, se siente un escozor.
D esde lu eg o, es u n bu en sig no. Qu ier e decir q u e seg u im os
por el buen cami no; per o con dem asia do esfuerz o. Ba stará
que consigamos el relajamiento, y el etérico, y aun quizás el
aura, se dejarán ver luego por el observador.
Hay algunas personas que no consiguen ver su propia aura con
suficiente nitidez, porque la observan a través de ella misma
reflejada en un espejo. Dicho espejo altera hasta cierto grado
l os col or es y r efl ej a de r echa z o (ot r a vez a tr a vés del au ra
propia) la gama de colores modificada, y así, el desventurado
observador imagina poseer unos colores más sucios que en la
realidad. Imaginémonos un pez, en las profundidades de un es -
tanque, mirando una flor situada algunos palmos por encima
d el n i v el d el a g u a . N o p od r í a ve r l os co lo r e s d e di ch a f lo r
como los vería una persona que los contemplase directamente;
la vería, el pez, deformada y arrugada por las ondulaciones
a cuá t i ca s. D e l a m ism a for m a , m ira ndo des de la s pr ofu ndi -
dades de vuestra propia aura, y viendo la imagen refleja im -
presa en aquellas profundidades, podéis equivocaron algunas
veces. asta es la razón por la cual es aconsejable, como más
seguro, observar el aura de otra persona.
El sujeto que se preste a los experimentos tiene que ser abso -
lut ament e vol untar io y coopera tivo. Si la persona cu yo des -
nudo contemplamos, como sucede a menudo, se siente nervio-

66
sa o cohi bi da , entonces el etérico se le encog e dent ro del
cuerpo casi por completo, y el aura misma se reduce mucho y
falsea sus colores. Se requiere mucha práctica para estar en
condiciones de hacer un buen diagnóstico; pero lo principal es ver
algún color de momento; no importa que sean éstos ver daderos o
falsos colores.
Lo mejor que puede hacerse es entablar conversación con la
persona que se preste al experimento; sólo un poco de con -
ver sa ci ón, una di scusión ligera par a poner el su jeto a su s
anchas y que se sienta convencido de que no tiene que suce derle
nada. Tan pronto como dicho sujeto se pueda distender, su
etérico recobrará sus proporciones normales y su aura se
expansionará y llenará por completo su envoltorio.

Sucede aquí al go pa recido al hipnot ismo. U n hipnotiza dor no


puede el eg ir u na per sona e hipnot iza rla allí m ismo y al mismo
instante. Usualmente se necesitan unas cuantas sesio nes: el
hipnoti za dor pri mero ve al pa ciente y entr e los dos se
establece una relación, una base común, una mutua inte -
l ig enci a, por decir lo así; y el qu e hipnot iza puede emplear
uno o dos pequeños trucos para ver si el sujeto responde al
hipnotismo elemental. Después de dos o tres sesiones, el hip -
notizador pone al sujeto en estado de «trance». Del mismo
modo hav que conocer al sujeto, al principio no mirar fijo e
i nt ensa m ent e su cu er po, sino ser na t ur a l, com o si la ot r a
persona estuviese vestida del todo. Entonces, es posible que la
segunda vez el sujeto esté ya más tranquilizado, más con fiado y
distendido. En la tercera sesión ya podéis fijaron en su cuerpo,
mirarle el perfil y ver. ¿Podéis ver una pálida neblina azul?
¿Podéis ver aquellas franjas de colores ondulando alre dedor del
cuerpo, y aquel nimbo amarillo? ¿Podéis distinguir aq u el r eflejo
l u m i noso pa r t i endo del cent r o su per ior de la ca bez a ,
despl eg á ndo se a la m a ner a de una flor de lot o, o — hablando
en términos occidentales — como un fuego de artificios lanzando
chispas de varios colores?
Esta lección es breve; pero importante. Ahora, sólo nos resta
aconsejar al lector que espere hasta sentirse tranquilo sin

67
quebraderos en su cabeza, ni hambriento ni ahíto. Entonces
h a l l e g a d o el m om en t o de ir a l ba ño , b a ña r s e s i s e q u i er e
el i m i na r t oda i nfl u encia de la s r opa s, y , fina lm ent e, ha cer
práctica para poder ver nuestras propias auras.
Todo es cuestión de práctica.
Lección octava

Hasta aquí, en las anteriores lecciones, hemos considerado el


cu er po com o el cent r o q u e es del et ér ico y del au ra ; hem os
p r o c e d i d o d e s d e d e n t r o ha c i a f u e r a , t r a t a n d o d e l e t é r i c o ,
si g u i endo l u eg o por la descr ip ción del a ur a con su s est r ía s
de colores v, má s adelante, de la pelícu la exterior del aura .
Todo el l o es ext r em a da m ent e im por ta nt e, y a dver t im os qu e
es necesario volver atrás e ir repasando las lecciones anterio -
res, porque en esta lección y la que sigue — la novena —
i r em os pr epa r a ndo el t er r eno pa r a est u dia r cóm o se pu ede
abandonar nuestro propio cuerpo. A no ser que tengamos
ideas claras sobre el etérico y el aura, y de la naturaleza de la
c on st i t u c i ó n m o l e cu la r d el c u e r p o, n os po de m o s en fr en t a r
con algunas dificultades.
El cuerpo humano consiste, como hemos visto, en una masa
de protoplasma. Es una masa de moléculas extendidas en un
cierto volumen de espacio, del mismo modo que un universo
tam bi én l o ocupa. Ahora nos toca ir hacia a dent ro, dejando el
etérico y el aura v fijándonos en el cuerpo, ya que nuestra
carne no es más que un vehículo, «una serie de ropas, el traje
de un actor que representa su papel en el escenario del
mundo».
Es sa bi do que dos objet os no pueden ocu pa r el m ismo espa -
cio. Esto es razonable si uno piensa en cosas como ladrillos,
vigas o piezas metálicas; pero si dos objetos tienen un número
desigual de vibraciones, o si los espacios comprendidos entre
sus átomos o sus neutrones son lo suficientem ente amplios,
e nt on ce s ot r o ob j e t o p u e de o cu pa r e l m is m o e sp a c io . Es t o
puede resultar difícil de comprender, de manera que lo abor -
daremos, desde otro punto de vista, con dos ejemplos. He aquí el
primero de ellos:
Si llenamos dos vasos hasta el borde, e introducimos en uno
de ellos una cucharada, de las de té, de arena, veremos cómo

69
se vi er t e el ag u a por la s pa r edes de dicho va so, m ost ra ndo
cómo el agua y la arena no pueden ocupar el mismo espacio,
de ma nera qu e u no de los dos tiene qu e ha cer sit io al ot ro.
C óm o l a a r e na , si en do m á s p es a d a , c a e a l f on do d el va so ,
elevando el nivel del agua y provocando que ésta se de -
rrame.
V ea m o s a ho r a q u é p a s a c on el ot r o va so , l le no t a m bi én de
agua hasta el borde. Si espolvoreamos poco a poco el agua con
azúcar molido, nos será preciso llegar a más de seis cucharadi -
tas de azúcar para lograr que el agua se derrame. Si se opera
con la suficiente lentitud, el azúcar desaparece; en otras
palabras. se disuelve. Y, disolviéndose, sus moléculas se sitúan
entre las moléculas del agua y no ocupan más espacio. Sólo
cuando las moléculas de azúcar saturan todo el espacio entre
las moléculas de agua, el exceso de azúcar hace que éste se
deposite en el fondo del vaso y, que por consiguiente, el líqui do
se desborde.
Pong a m os ot r o ej em plo: consider em o s el sist em a sola r . Es
un objeto, una entidad, un «algo». Hay en él moléculas, o
á t om os, q u e l la m a r nos «m u ndos», m oviéndos e a tr a vés del
e sp a c i o . Si f u e se c ie r t o q u e do s ob je t o s no pu ed en o cu pa r
simultáneamente el mismo espacio, entonces no podríamos lan -
zar desde la Tierra un cohete al espacio. Ni individuos vi -
niendo de otr o univer so penet ra r en éste, porqu e sería, por
parte de aquéllos, ocupar nuestro espacio.
Por eso, ba j o condi cio nes a decu a da s, es posibl e a dos obje -
tos el ocupar ambos el mismo espacio.
El cuerpo humano, por consistir en moléculas conteniendo un
cierto espacio entre sus átomos, también alberga otros cuerpos,
tenues, espirituales o lo que llamamos cuerpos astrales. Estos
cu er pos t enu es t i enen la m ism a com posició n q u e el cu er po
huma no; esto es, consist en en molécu la s. Pero, a sí como la
tierra, el plomo o la madera consisten en ciertos órdenes de
moléculas — moléculas de una cierta densidad _____, los cuerpos
espi r i t u a l es t i enen la s m olécu la s en m enor ca nt ida d y má s
diseminadas. De esta manera, un cuerpo espiritual puede

70
ajustarse dentro de un cuerpo de carne y huesos, en el contacto
más estrecho, sin ocupar el espacio que éste necesita.
El cuerpo astral y el físico se hallan conectados mutuamente
por medio de la Cuerda de Plata. Ésta, es una masa de molécu las
que vibran a una velocidad altísima. Se parece mucho al
cor dón u m bi l i ca l q u e u ne a la ma dr e con su hijo; t odos los
i mpul sos, im pr esiones y aliment o fluyen de ella a su pequ e -
ñuelo aún no na ci do. Cuando el hijo na ce y el cor dón um bi -
lical se corta, entonces el niño muere a la vida que había
conocido antes; esto es, se convierte en un ser separado
con una vida separada, y deja de formar parte de su ma -
dre. <‹1\iluere» como parte de ella y adquiere su propia exis -
tencia.
La Cu er da de Pl ata une el Super -y o con el cuerpo huma no, y
l a s i m pr esi one s va n del u no a l ot r o du r a nt e t odos y ca da u no
de los mi nut os de la vida terr enal del cu er po. Im pr esio nes,
ór dene s, l ecci one s y de vez en cu a ndo alg ú n alim ent o
espiritual proceden del Super-yo al cuerpo humano. Cuando
éste muere, la Cuerda de Plata es cortada y el cuerpo humano es
dej ado apa rte, com o u na ropa vieja , m ient ras el espíritu
continúa.
Ést e no es el l u ga r de tr a ta r am plia m ent e de ello; per o ha y
q u e h a c er c on st a r q u e ex is t e u n g r a n nú m e r o de «c u e r p os
espir it ua les». Actualment e, est amos trat ando del cu er po de
car ne y del cu er po a stra l. En el est ado pr esente de nu estr a
for m a de evol u ci ón, ha y en nosot r os nu eve cu er pos sepa r a -
d o s , c a d a u n o l i g a d o c o n e l o t r o a t r a v é s d e la C u e r d a d e
Plata; pero ahora estamos principalmente interesados por los
viajes por el astral y otras materias íntimamente relacionadas
con el plano astral referido.
El hombre, pues, es un espíritu estrechamente encerrado en
u n cu er po de car ne y hu esos, a fin de q u e a pr enda y su fr a
lecciones y experiencias; experiencias que no pueden obtenerse
por el espí r i t u si n el cu er po. El hom br e, o el cu er po ca r na l
del hombre, es un vehículo guiado o manipulado por el Super vo.
Algunos prefieren usar el vocablo «Alma» en vez de «Su-

71
per-yo»; nosotros empleamos este último, que es más propio.
El alma es de otra materia y pertenece a un reino más alto.
El Su per - y o es q ui en g obier na y gu ía a l cu er po. El cer ebr o
de los seres humanos es una estación de relevo, una central
t el efóni ca , u na fá br ica com plet a m ent e a ut om at iza da , si se
prefiere. Recibe mensajes del Super-yo y los convierte en
actividades químicas o físicas que mantienen el vehículo en
v i d a , s on ca u sa d e q u e l es m ú s cu lo s t r a b a j en , y o r i g e n d e
ci er t os pr ocesos m ent a les. Tam bién tr a nsm it en a su vez a l
Super- yo mensajes e impresiones de las experiencias adqui -
ridas.
Escapando de las limitaciones del cuerpo, como el conductor
de u n coche l o a ba ndona t em por a lm ent e, el hom br e pu ede
contemplar el Gran Mundo del Espíritu y precisar las lecciones
aprendidas mientras se encuentra encogido en la carne; pero,
aquí, estamos ya tratando de lo físico y de lo astral, con
alguna breve referencia al Super-yo. Mencionamos el astral,
porque mientras se encuentra en dicho cuerpo, el hombre — o la
mujer — pueden desplazarse a los más distantes lugares e n
u n s a nt i a m én . S e pu ed e ir a t od a s pa r t e s y a t od os l os
tiempos, y aun ver a nuestras antiguas amistades y relaciones, y
saber lo que hacen ellos. Con la debida práctica se pueden
visitar todas las ciudades, todas las bibliotecas del mundo.
No cuesta nada, si nos hemos ejercitado, visitar la biblioteca
q u e nos par ez ca y m ira r cua lqu ier libr o o pá g ina de ést os.
Muchas personas creen que no pueden abandonar el cuerpo
físico porque en Occidente toda la vida se les ha inculcado que
no se puede creer en cosas que no puedan ser sentidas,
analizadas y luego discutidas en términos que no significan
nada.
L os n i ñ os cr ee n en c u e nt os m a r a v il lo so s ; so n co sa s p or e l
estilo, que los que podemos verlas y conversar con ellas
los llamados espíritus de la Naturaleza. Muchos niños peque -
ños tienen lo que podríamos llamar invisibles camaradas de
juego. Para los adultos, los niños viven en un mundo ilu -
sorio, conversando animadamente con amigos que no pueden

72
ser vistos por el cínico adulto. El niño sabe que todos estos
amigos son reales.
A medida que el chaval crece, sus padres, más ancianos, se
ríen, o se enfadan de tales ilusiones vanas. Los padres, que
se han olvidado de su niñez V de cómo procedían sus ma -
yores, llegan a pegar al niño. por ser un «embustero», o bien
u na «ca bez a exa lt a da ». Mu cha s vece s el peq u eñu elo qu eda
hipnotizado, en la creencia de que no existen cosas como los
e sp í r i t u s de l a N a t u r a l ez a ( ha d a s ) y , a s u ve z , e st os ni ño s
se convierten en adultos, fundan familias propias y apartan a
s u s h i j o s d e q u e v e a n o j u e g u e n c o n l o s e s p í r i t u s d e la
Naturaleza.
Tenernos que afirmar, de una manera definitiva, que los pue -
blos de Oriente y los de Irlanda tienen un mejor conocimiento
de esas cosas. Saben que existen espíritus de la Naturaleza;
no se pr eocu pa n si se llam a n ha da s o «lepr echu n s»; no les
importa. Saben que son reales, que hacen el bien y que
el hom br e, en su i g nor a ncia y pr esu nción , a l neg ar la exis -
tencia de estos seres, se niega a sí mismo unos maravillosos
del ei tes y una prodigiosa fu ente de infor ma ción, ya que los
espíritus de la Naturaleza ayudan a quienes ellos quieren bien, a
todos cuantos creen en ellos.
Los conocimientos del Super-yo son ilimitados. Existen, eso
sí, grandes limitaciones para las capacidades del cuerpo físico.
Casi todos nosotros abandonamos nuestro cuerpo durante las
horas de sueño. Al despertar, decimos que hemos tenido un
sueño, ya que — r epit ámoslo— los seres huma nos ha n sido
edu ca dos en el sent ido de cr eer q u e la vida pr esent e sobr e
est e su el o es la ú nica q u e cu ent a ; se les enseña qu e no se
mueven de sitio cuando duermen. Así, maravillosas experien -
cias son racionalizadas bajo el nombre de «sueños».
H a y p er so na s q u e cr ee n p od er a b a n do na r s u c u e r p o v ol u n -
tariamente, y viajar lejos y a gran velocidad, regresando a su
cuerpo unas horas más tarde con un cúmulo de conocimientos
de t odo cu a nt o ha n hecho, vist o y exper im ent a do. Ca si nin -
guno de entre ellos es capaz de abandonar su cuerpo y reali-

73
zar viajes en el astral; pero ellos creen poderlo hacer. A estas
personas es perfectamente inútil querer oponerles pensamien tos
negativos de desconfianza, o de que no pueden llevar a cabo
tales cosas. En realidad, es notablemente fácil viajar por el
a stra l cuando se a parta el primer obstá cu lo, el del miedo.
El miedo es el gran freno. Mucha gente tiene que suprimir el
temor instintivo de que abandonar el cuerpo es morir. Algu nos
se sienten mortalmente asustados porque creen que si dejan
el cuerpo serán incapaces de regresar a él; o que, tal vez, erro
ente se meta en su cuerpo. Mas, esto es imposible, a no ser que
se «abran las puertas» por miedo. Quien no sienta miedo,
puede estar seguro de que. suceda lo que suceda, no le puede
seguir ningún daño para él. La Cuerda de Plata no puede ser rota
cuando se viaje por el astral y nadie puede inva dir nos el cu er po,
exce pt o si se l e i nvit a por nu est r o terror.
Siempre, siempre se puede regresar al propio cuerpo, de la
misma forma en que despertamos siempre después de una
noche de su eño. Lo ú nico qu e pu ede da r nos m iedo es el
tener miedo; él es !o único que puede perjudicarnos. Todos
sabemos que las cosas que nos dan temores, raramente acon -
tecen.
El pensar es el mayor obstáculo después del temor, porque el
pensar, o sea la razón, plantea un problema que es real. Los
dos, pensamiento y razón, pueden disuadirnos de escalar las
altas cumbres; la razón nos dice que podemos resbalar y des -
trozarnos al caer en los abismos de las montañas. Así es que los
pensamientos y la razón deben ser rechazados. Por su
desgracia, gozan de un mal renombre: el pensamiento ¿Habéis
pensado alguna vez sobre el pensamiento? ¿Qué es? ¿Dónde
está? ¿Pensamos con la cúspide de nuestra cabeza? ¿Con el
cogote? ¿Pensamos con nuestras cejas? ¿Con nuestros oídos?
¿Se detiene nuestro pensamiento al cerrarse nuestros párpa -
dos? No. Vuestro pensamiento está donde vosotros os con -
centráis; vosotros pensáis allá donde se concentra vuestra

74
mente. Este hecho simple, elemental, puede ayudaron a salir
de vuestro cuerpo e ir al astral; puede ayudar a vuestro cuerpo
astral para que se eleve, libre como el aire. Pensad esto bien
pensado, releed esta lección de cabo a rabo, y pensad sobre
el pensa m i ent o, cóm o os ha hecho r et r oceder ta nta s veces ,
porque habéis pensado en los obstáculos; pensado en terrores
s i n n om br e. P or ej em pl o , ha b éi s es t a do s ol os en u na c a s a a
medianoche, con el viento aullando en vuestras ventanas y
habéi s pensa do en los la dr ones; ha béis ima ginado alg o qu e
se esconde, tras las cortinas, a punto de echarse encima de
vosotros. El pensamiento, aquí, es perjudicial. Pensar sobre
el pensamiento, lo es más todavía.
Sufrís un dolor de muelas y, de mala gana, vais al dentista.
Ést e os di ce qu e hay qu e arra ncar una pieza denta l. Tenéis
m i edo qu e os ha g a da ño. Os sent á is a la silla del dent ist a ,
l l enos de t em or . Ta n pr ont o com o el dent ist a cog e su jer in -
guilla hipodérmica, os crispáis y tal vez empalidecéis. Estáis
t a n seg u r os de qu e os ha rá da ño; de qu e sent ir éis la ag u ja
metiéndose en las encías y después el horrible tirón, cuando
os arrancan, sangrando, vuestra muela. Tal vez os entre miedo
de que os vais a desmayar con el choque; así alimentáis
vuestros temores y os procuráis un choque aún mayor de la
r ea l i da d a f u e r z a d e pe ns a r y de co nc e nt r a r s e co n t od o e l
poder de vuestro pensamiento sobre el sitio donde está vuestra
pieza denta l enferm a. Toda vuest ra energ ía se dedica a pr o -
curar un dolor de muelas mayor; pero cuando estáis pensando
de esta manera, vanamente, ¿dónde está el pensamiento,
entonces? ¿En la cabeza? ¿Lo sentís en ella? El pensamiento
es donde lo concentráis, puesto que pensáis en vosotros
m i sm os y l o l oca l i z á is dent r o vu est r o. El pensa m ient o est á
donde vosotros necesitáis estar, donde dirigís que esté.
Exa m i nem os de nu evo la pr oposi ción: «el pensa m ient o est á
donde nosotros nos concentramos». En el calor de una batalla,
l os hom br es ha n recibido balaz os o herida s de arma blanca
sin dolor. Du rante ciert o tiem po, no se ha n dado cuenta de
que estaban heridos, sólo cuando han podido pensar que

75
l o es t a ba n ha n s en t i do e l d ol or y t a l v ez el co la ps o po r el
choque recibido. Por eso el pensar, la razón, los temores son
frenos que retrasan nuestra evolución espiritual, son los chi -
rridos fatigados de la máquina que deforma y retrasa las órde -
nes que le manda el Super-yo.
El hombre, una vez desembarazado de sus propias preocupa -
c i o ne s y r es t r i c ci on e s es t ú pi da s, pu ed e se r ca si u n su pe r -
hombre, con poderes grandemente acrecidos; tanto el muscular
com o el m ental . He aquí un ejemplo: un hombre escu chim i -
zado, tímido, provisto de un sistema muscular de risa, circula
por una acera y pasa al arroyo donde hay una fuerte corriente
de tránsi to. Sus pensa mient os andan lejos, mu y lejos; sus
negocios, o de qué humor encontrará a su mujer cuando llegue a
casa por la noche. Quizás evoca unos recibos no pagados
todavía. Un súbito rugido de un coche que se le echa encima, se
deja oír; y aquel hombre, sin pensarlo, salta otra vez a la
acera, de un brinco prodigioso, como no lo habría hecho igual
el más entrenado atleta de este mundo. Si aquel hombre
hubiese sido detenido por un proceso de pensamiento cons -
ciente, habría sido demasiado tarde, y el coche lo habría derri -
bado sin remi si ón. La falta de r eflexión hizo posible qu e el
siempre vigilante Super-yo galvanizase aquellos músculos con
un disparo de substancias químicas (tales como la adrenalina)
que hicieron posible el salto de aquel sujeto, más allá de sus
capacidades normales y beneficiarse de un brote de actividad
que sobrepasaba en rapidez la velocidad del pensamiento cons -
ciente.
La h u m a ni da d o cc id e nt a l ha s id o i ns t r u i da d e q u e el pe n -
samiento, la razón «distingue el hombre de los animales». Los
pensamientos incontrolados, en realidad, mantienen al hombre
p or d eb a j o d e l o s a n im a le s en l o r ef er e nt e a l os v ia je s p or
el ast ral . Ca si todos est án confor mes en que los gatos, por
ejemplo, pueden ver cosa s invisibles para los hombres. Mu -
chas personas han podido observar que los animales han visto
un fantasma, o se dan cuenta de incidentes antes de que el
hombre pueda darse cuenta de ellos. Los animales emplean

76
un diferente sistema de «razón» e de «pensamiento». Tam -
bién podemos nosotros.
Primero, pensemos, hay que controlar nuestros pensamientos,
t enem os que cont rola r todos esos reta les cot idia nos de pen -
samientos vanos que continuamente serpentean por nuestras
mentes. Sentémonos en cualquier parte donde nos sintamos
cómodos, donde nos sea posible distendernos por completo, y
nadie nos pueda venir a estorbar. Si se quiere, apaguemos la
l uz , por qu e si em pr e es u n obst á cu lo y u n fr eno en sem e -
jantes casos. Permanezcamos sentados unos breves momentos,
sin ningún plan fijo; siguiendo nuestros pensamientos, viendo
cómo se desfoliega en nuestra conciencia, cada uno queriendo
llamar toda nuestra atención: la pelea con alguien en la
oficina, las facturas por pagar, lo que cuesta la vida, la situa -
ción del mundo, lo que quisiéramos decir a nuestro principal.
Pues bien: ;vamos a barrerlos todos fuera!
Imaginémonos que estamos sentados en una habitación com -
pletamente a oscuras, situada en el piso más alto de un
rascacielos; enfrente nuestro se halla situada una gran ventana
cubierta con una cortina negra; una pantalla sin ningún
a do r n o, si n na d a q u e p u e da d is t r a e r n os . C on ce nt r é m o no s
sobre dicha panta ll a. Primero aseg urémonos de qu e no hay
ningún pensamiento cruzando nuestra conciencia (que es la
cortina negra); y si algún pensamiento intenta penetrar, recha -
c ém os l o ha ci a e l bo r d e. P od r e m o s ha ce r t o do e so ; e s m er a -
mente una cuestión de práctica. Los pensamientos, por unos
instantes, intentarán fluctuar en el borde de la cortina; volvá -
moslos a echar atrás, con toda nuestra energía, y retrocederán.
Entonces concentrémonos de nuevo sobre la cortina y podre -
m os leva nta rla — en imag ina ción —, de for ma que podam os
mirar todo lo que hay más allá.
D e nu e v o , m i e n t r a s m i r a m o s e n d i r e c c i ó n d e e s t a c o r t i n a
imaginaria, notaremos que toda clase de pensamientos extra -
ños intentan introducirse y forzar su camino dentro del foco
de nuestra atención. Tenemos que rechazarlos, con un esfuerzo
consciente, no permitirles que penetren. (Ya lo hemos dicho

77
otra vez; pero intentlános puntualizar bien la cosa.) Cuando
habremos logrado una impresión de vacío por un breve
tiempo, experimentaremos que se produce un ruido seco pa -
recido al crujido de un pergamino cuando se le desenrrolla; en
est e m oment o podr em os ver má s allá de est e mu ndo usu al
— el nuestro -- y percibir otro mundo, en el cual las dimen -
siones de tiempo y espacio tienen una significación nueva y
d i s t i n t a . A b a s e d e p r a c t i c a r e s t e e x p e r i m e n t o u na y
otra
vez nos encontraremos que somos capaces de dominar nues -
tros pensamientos, como lo son los adeptos y los maestros.
Intentadlo, practicadlo, ya que si necesitáis realizar progresos
necesitáis ejercitaron repetidamente, hasta que os sea dado el
poder superar los pensamientos inútiles.
Lección novena

En la lección anterior tratábamos, al final, del pensamiento.


Decíamos: «el pensamiento está donde el sujeto necesite que
est é». Es ést a una fór mula qu e nos podr á ser útil para salir
de nu est r o pr opi o cu er po, pa r a r ea liza r via jes en el a st r a l.
Repitámosla.
El pensamiento está donde el sujeto necesita que esté. Fuera
de nosotros, si lo necesitamos. Procedamos a un pequeño
ej er ci ci o . A qu í , t am bién, necesit a m os est a r com plet a m ent e
solos, donde no hayan distracciones. Vamos a intentar salir -
nos de nuestro propio cuerpo. Tenemos que estar solos,
distendi dos, y aconsejarnos que acostados, preferentem ente
sobre una cama. Una vez instalados, respirando lentamente y
p en sa n do en el ex pe r i m e nt o q u e i nt en t a m os ll ev a r a c a b o,
tenemos que concentrarnos en un punto situado cosa de un
m etr o y medi o a dos frent e nuest ro. Cerr em os los ojos, con -
centr ém onos; ponga mos toda nuest ra volu nta d en el pensa -
miento de que yo — el yo real, el astral — vigila nuestro
cu er po desde el pu nt o donde est a m os conce nt r a dos (m et r o y
m edi o a dos m et r os enfr ent e nu est r o). Pensa d. ¡Pr á ct ica !
Procurad concentraros más y más. A fuerza de ejercitarnos,
súbitamente experimentaremos un choque eléctrico, y veremos
nuest ro pr opio cu er po acostado, con los ojos cerr ados, a la
d i s t a nc i a q u e va de nu e st r o c u e r p o f ís ic o a l pu nt o d e c on -
centración.
Al principio nos costará un buen esfuerzo el llegar a este
resultado. Sentiremos corno si, por dentro, fuésemos un gran
ba l ón de ca u cho, ca da vez m á s t ira nt e. C ont inu a r em os por
este camino, sin que nada suceda. Por fin, de sopetón, reven -
t a r em os co n u na l i g er a i m p r e si ón de es t a ll id o co m o , e xa c -
tamente, si se punzase un globo de juguete. No nos alarmemos,
porque si continuamos libres de todo miedo iremos adelante y
nada nos perturbará en lo sucesivo; pero si nos dejamos

79
dom i na r por el m i edo, r et r oceder em o s de nu evo dent r o del
cuerpo físico y tendremos que empezar nuestras experiencias
de nuevo, en otra ocasión. Si queremos intentarlo en el mismo
dí a , ra ra m ent e l o conseg u ir em os . N ecesit a m os dor m ir , des -
cansar, primero.
Sigamos adelante. Imaginémonos que ya hemos salido de
nuestro cuerpo con el sencillo método explicado; estamos con -
templando nuestro cuerpo físico y preguntándonos lo que hay
que hacer en aquel momento. No nos entretengamos; ¡lo
volveremos a ver tan a menudo! En vez de esto, procedamos de
la siguiente forma:
Abandonémonos como si fuésemos una pompa de jabón flotan -
do perezosa ment e en el a ire, ya qu e no lleg amos al peso de
u na pom pa de j a bón a hora . N o podem os ca er , no podem os
ha cer nos da ño. D ej em os q u e nu est r o cu er po físico r epose .
Naturalmente, ya nos hemos ocupado de él antes de liberar
nuestro astral de su envoltorio de carne. Hemos comprobado
que nuestro cuerpo físico está a sus anchas. Si no hubiésemos
tomado esas precauciones, nos expondríamos, a nuestro re -
greso, a encontrarnos con un brazo dormido o una tortícolis.
Estemos bien seguros de que no hay arrugas que opriman un
nervio, si, por ejemplo, hemos dejado un brazo extendido
al borde de un colchón, lo que nos puede ocasionar agujetas
má s tarde. Una vez má s, comprobemos qu e nu estr o cu er po
e st á a bs ol u t a m en t e a s u s a nc ha s a nt es d e ha ce r e l m en or
esfuerzo para levantar nuestro cuerpo astral.
Ahora, dejémonos llevar, dejémonos flotar por la habitación
com o si fuésemos la pom pa de jabón moviéndose al compás
de l a s di va g a nt es cor r ient es de a ir e. Explor em os el t echo y
t odos l os si t i os qu e nor m a lm ent e no podem os ver . Pr ocu r e -
mos acostumbrarnos a ese elemental viaje astral, ya que si no
nos será imposible llevar a cabo felizmente excursiones más
lejanas.
Vamos a intentar otra cosa algo diferente. En realidad, este
viaje astral es fácil; no hay más dificultad que la causada por
el tiempo que tardamos en convencernos de que podemos

80
practicarlo. En ningún caso ni circunstancia hemos de temer;
no cabe tener miedo, ya que un viaje en el astral es una etapa
hacia la liberación. Cuando regresamos al cuerpo, entonces de -
bemos sentirnos prisioneros, encerrados en barro, con el peso
encima del cuerpo, que no responde bien del todo a los
mandamientos del espíritu. No; no hay por qué temer los
viajes astrales; el miedo les es ajeno.
Vamos ahora a repetir los viajes astrales bajo una terminología
l ig era ment e di st inta . Estam os t endidos sobr e la espalda en
nuestra cama. Nos hemos asegurado de que cada una de las
partes de nuestro cuerpo físico está con toda comodidad, sin
q u e pu eda n est or ba r a los ner vios de nu est r a m u scu lat u ra
ar ruga s o cu er pos salient es; qu e nuest ra s piernas no está n
cruzadas, ya que, si lo estuviesen, podrían darnos calambres
e n el p u n t o do nd e se o bs t r u y es e l a ci r c u l a c ió n s a n g u í ne a .
Permanezcamos tranquilos, apacibles; no existen influencias
p er t u r ba do r a s n i q u e br a d er o de ca be z a a l g u n o. P en se m o s
sólo en proyectar nuestro cuerpo astral fuera del cuerpo
físico.
D istendám onos ca da vez má s. Ima ginémonos una for ma fan -
tasmal que corresponda toscamente al perfil de nuestro cuerpo
físico, y que va separándose lentamente de éste y permanece
flota ndo ha ci a arr iba, com o si fu ese un g lobo infantil empu -
ja do por u na sua ve br isa de ver ano. Dejadlo que se eleve, y
mantened los ojos cerrados; de otra manera, en las dos o tres
p r i m e r a s ve ce s o s po dr ía da r u n so br e sa lt o q u e po dr ía s er
lo suficientemente violento para arrastrar el astral a su sitio
normal dentro del cuerpo.
Muchas personas experimentan un sobresalto peculiar exac -
tamente cuando entran en el sueño. Muchas veces es tan
violento que nos obliga a despertarnos del todo. Ese sobresalto
e st á ca u sa do po r u n a s ep a r a c ió n de m a si a d o br u s ca d e lo s
cuerpos astral y físico; porque, como hemos dicho repeti -
d a m en t e , c a s i t od o el m u nd o vi a ja po r el a st r a l du r a n t e la
noche, aunque casi nadie tiene conciencia de tales viajes. Pero,
volvamos de nuevo al cuerpo astral.

81
Fig. 8.
Pensemos gradualmente en nuestro cuerpo astral, que se se -
para con toda facilidad de su cuerpo físico, y que se levanta
u nos pa l m os sobr e el físico . Per m a nece sobr e nosot r os, ba -
lanceándose poco a poco. Hemos podido percibir la sensación
de flotamiento cuando nos dormimos; es el flotamiento astral.
Como dijimos, el astral flota encima de nosotros, balanceándose
tal vez. Está conectado por medio de la Cuerda de Plata, que
va del ombligo del cuerpo físico al del astral (fig. 8).
No hay que mirar demasiado cerca; ya se ha dicho que si nos
impresionamos y tenemos un sobresalto, haremos entrar nue -
vamente el astral dentro del físico, y tendremos que comenzar
de nuevo en otra ocasión.
Supongamos que se han escuchado esas advertencias, y no ha
ocurrido ningún contratiempo; entonces, cuando el astral esté
flotando por unos momentos, no hay que tomar ninguna inicia -
tiva, apenas pensar nada, respirar sólo superficialmente; por -
qu e debemos tener present e qu e es el pr im er tiempo en que
hem os sal ido conscientemente del físico y se tiene qu e andar
con mucho tiento.
Si no nos asustamos, si no nos estremecemos, el cuerpo astral
flotará lentamente, alejándose, trasladándose al borde o a los
e x t r e m o s d e l a c a m a , s i n e l m e n o r c h o q u e , y lu e g o b a ja r á
hasta que los pies lleguen a tocar — o casi — sobre el suelo
de la ha bi t a ci ón. Ent onces, en el pr oceso de u n «a t er r iza je
suave», el cuerpo astral podrá mirar vuestro físico y transmitir
a vuestro cerebro lo que ve.
Tendremos una sensación incómoda tan pronto como miremos a
n u e s t r o f í s i c o , y a d v e r t i r e m o s q u e é s t a e s u n a e x p e r i e n cia
que nos humilla. Recuérdese aquel momento en que escu -
chamos nuestra propia voz. ¿La hemos escuchado en un
magnetófono? De momento no hemos creído en absoluto que
se t ra ta se de nosot r os, o, en est e ca so, qu e el ma g net ófono
no funcionaba correctamente.
La pr i m er a vez q u e u n individu o escu cha su pr opia voz , no
quiere admitir que sea suya; se siente espantado y mortificado.
Pero hay que ver cuando contemplamos nuestro cuerpo por

83
vez primera. Allá estamos con nuestro cuerpo astral, donde
se ha tr a nsfer i do por com plet o nu est r a conci encia . Exper i -
mentamos una sensación horripilante; no nos gusta ni la
for ma de nuest ro cu er po, ni su complexión; nos chocan las
líneas de nuestro rostro y nuestras facciones. Si avanzamos
al go má s y mir amos nuest ra pr opia menta lida d, nos da mos
cuenta de ciertos recovecos insignificantes y fobias, que pueden
originar un salto atrás hacia dentro del cuerpo físico, de puro
miedo que sentimos.
Mas, supongamos que hemos podido superar este primer
susto al contemplarnos por vez primera a nosotros mismos.
¿ Qué suceder á? Tener nos qu e decidir a dónde nos gustar ía
ir, lo que hay que hacer, lo que tenemos que ver. Lo más
sencillo es visitar a una persona que conocemos bien; tal vez
algún pariente próximo que vive en alguna localidad cercana.
A nt e t od o, q u e se a u na p er so na a q u i en vi si t e m o s co n fr e -
cuencia, ya que nos será preciso visualizarla con mucho
detalle, y también dónde vive y cómo se va allí. Recor demos
q u e se tr at a de u na cosa nu eva pa r a nosot r os — nu evo, el
ha cer l o cons ci ent em e nt e — y nece sit a m os sa ber el ca m ino
exacto para regresar a nuestra propia carne.
Abandonemos nuestra habitación, sigamos por la calle (en el
a stra l no hay por qu é pr eocu pa rse, nadie podr á ver nos), to -
m em os el ca mi no habitua l que siempre hemos segu ido, con
el pensamiento bien fijo en la imagen de la persona a quien
desea m os vi si t a r y en el ca m ino a seg u ir . Ent once s, a u na
enorme velocidad, mucho mayor que el coche más rápido
puede alcanzar, nos hallaremos a la puerta de la casa de aquel
pariente nuestro.
Con la práctica seremos capaces de ir a todas partes: mares,
océanos y montañas no serán obstáculos para nuestros cami -
nos. Todas las tierras y ciudades del mundo serán asequibles
a nosotros.
Al gui en pensar á: «Su poniendo qu e pu eda ir a donde quiera ,
pero no pueda regresar ¿qué sucederá?». La respuesta es que
es imposible perderse. Es imposible extraviarse, o perjudicarse,

84
o bien encontrarse que nuestro cuerpo físico ha sido ocupado.
Si alguien llega cerca de nuestro cuerpo mientras estamos en
viaje por el astral, el cuerpo físico manda un aviso y el astral
e s «a r r a s t r a d o» a l f ís ic o co n la ce le r i da d d el pe ns a m ie nt o .
Ningún daño nos puede sobrevenir; el único mal es el miedo.
Así es que no temamos, sino experimentemos, y con el expe -
rimento llegará la realización de nuestras ambiciones de viajes
astrales.
Cuando estemos conscientemente en el plano astral, vere -
mos colores más brillantes que en este mundo terrenal. Todas
la s cosas r espl andecerá n de vida; podr éis ver pa rtícu las de
«vida» a vuestro alrededor, como pequeñas motas. Es la vita -
l i d a d d e l a t i e r r a , y c u a n d o p a s a r é i s a t r a v é s d e a q u e l la s
chispas, sentiréis crecer vuestras energías y vuestra potencia.
Cuando estemos en el astral y queramos volver al cuerpo físico,
tenemos que conservar la calma, y nos sentiremos de nuevo
dentro de nuestra carne; basta con pensar que regresamos, y
y a e st a m o s d e vu el t a . En el m om en t o en q u e p en s em o s e n
nuestra vuelta al plano físico experimentaremos una sensación
borrosa y una aceleración, o un cambio instantáneo desde el
lugar donde estábamos a un sitio unos palmos encima de
nuestro cuerpo acostado. Experimentaremos que estamos allí a
la deriva, flotando, lo mismo que en el momento en que
a bandona mos nuest ro cuerpo. Dejémonos ca er con toda len -
titud; lentitud indispensable para que ambos cuerpos puedan
sincronizarse en absoluto.
Si lo practicamos con precisión, caeremos en el cuerpo sin la
menor trepidación, sin ninguna trepidación, sin más sensación
que la de hallar nuestro cuerpo como una masa fría y pe -
sante.
La s per sona s desm a ña da s, q u e no se pr eocu pa n de a linea r
c u i da do sa m e nt e l os d os cu er po s, o si s e da el c a s o de q u e
algo entorpezca la operación, experimentarán una sacudida en
el momento de acomodarse al cuerpo físico. En este caso, es
muy posible que sufran algún dolor de cabeza, principalmente
del tipo de jaqueca. En este caso, pueden adoptarse alternati-

85
yamente dos solucione: conciliar el sueño, O volver a ascender al
plano astral, dado que, hasta que los dos cuerpos queden
alineados exactamente, continuará el dolor de cabeza. No hay
que preocuparse, pues, y escoger entre las dos soluciones la
que mas nos guste.
Podremos notar, al regresar a nuestro cuerpo de carne y hue -
sos, una especie de embotamiento. Una sensación similar a la de
citando nos ponemos un traje que ha sido lavado el día
anterior y que aún está húmedo, empapado. Hasta que nos
acostumbremos a esta sensación de nuestro cuerpo, sensación
muy poco agradable, encontraremos que los portentosos colo res
que vimos en el astral se hallan ensombrecidos. Varios de los
colores jamás vistos en este mundo, varios de los sonidos que
escuchemos en el astral, no nos pertenecen en la vida pre sente
sobre este suelo. Pero no hay que preocuparse; estamos sobre la
Tierra para aprender algo. Y cuando hayamos apren dido
aquello que era nuestro fin al venir a este mundo, tan pronto
como lo hayamos conocido, nos encontraremos libres de los lazos
terrenales, y cuando dejemos para siempre nuestro cuerpo mortal, al
cortarse la Cuerda de Plata, iremos a otros reinos de mucho
más arriba de donde el plano astral se halla situado.
Aconsejamos al discípulo que practique insistentemente esos
viajes astrales. Hay que apartar de nosotros todo temor, va que si
no se tiene miedo no hay nada que temer, ni puede sobre venir
daño alguno; antes bien, al contrario, sólo placer.
Lección décima

Hemos dicho va que «sólo hay que temer al miedo». Hemos


puesto de relieve que mientras una persona permanezca libre de
temores, no tiene que guardarse de daño alguno en sus via jes
astrales. por muy lejanos que sean. Pero, se me podrá preguntar,
¿qué es lo que hay que temer? Dediquemos. pues, esta lección al
tema del miedo, y de lo que no debe ser temido.

D miedo es una actitud completamente negativa, capaz de co rroer


nuestras más sutiles percepciones. No importa de qué nos
asustamos. toda forma de temor es perjudicial. Se puede temer
que, yendo por el plano astral, no se sea capaz de regresar al
cuerpo físico. El regreso siempre es posible, excepto en caso de
muerte, cuando el individuo ha terminado el tiem po q u e le ha
si do concedi do pa ra cam ina r sobr e la Tierra; y eso, como todos
saben, no tiene nada que ver con los viajes astrales. Es posible
también, lo admitimos, que una persona se asuste hasta el
extremo de quedar paralizada por el miedo, y en tales casos, no
se es capaz de hacer nada. En tales condiciones, el individuo
puede hallarse en el cuerpo astral sin poder moverse.
Naturalmente, esto retrasa el retorno al cuerpo físico por un lapso
de tiempo, hasta que la intensi dad del terror decrezca. El miedo
se desgasta per sí mismo, como nadie ignora, y una sensación no
puede durar un tiempo indefinido. Una persona asustada
simplemente retrasa su per fecto y seguro retorno al cuerpo físico.
Nosotros no somos la única forma de vida en el astral, del mis mo
modo que los hombres no somos la única forma de vida sobre
la Tierra. En este mundo que habitamos tenemos sim páticas
criaturas, como los gatos e los perros, los caballos y los pájaros,
para citar sólo unos pocos; pero también hay cria turas
antipáticas, como las arañas que pican y las serpientes
venenosas, Hay cosas desplacientes, como los gérmenes, mi-
crobios, y otras, por el estilo, dañinas e molestas. Si hemos

87
visto algún germen a través de un microscopio muy potente,
nos habrán parecido semejantes a las criaturas fantásticas que
vivieron en tiempos de los dragones que cuentan las historias
maravillosas. En el mundo astral hay varios seres más extra -
ños que los que se pueden encontrar en la Tierra.
En el astral encontraremos criaturas notables, tanto personas
como otros seres. Veremos a los espíritus de la Naturaleza;
éstos, forzosamente, serán siempre buenos y amables. Pero
tam bi én exi st en a llí criatura s hor ribles qu e ha n debido ser
vistas por algunos escritores de la antigüedad legendaria y mi -
tológica, ya que estos seres se parecen a los demonios, sátiros y
otros tipos diabólicos de los mitos. Algunas de esas criaturas
son bajos elementos que pueden convertirse más tarde en hu -
manos o seguir por las ramas del reino animal. Sea como sea,
en el estado presente de su desarrollo son desagradables.
Tenemos que detenernos un momento, llegando a este punto,
para precisar que aquellos borrachos que ven «elefantes rosa» y
varias otras apariciones raras y peregrinas, lo que ven es pre -
cisamente ese tipo de criaturas de las que estamos hablando.
L os bo r r a c ho s so n g e nt e q u e h a ex pu ls a d o el a st r a l d e s u
cuerpo físico y lo ha puesto en contacto con los planos más
bajos del astral. Allí encuentran esas criaturas espantosas;
cuando el borracho, más tarde, se repone — todo lo que
puede — y recobra sus sentidos, entonces conserva una viva
memoria de lo que ha visto. Aunque el emborracharse comple -
tam ente sea u n método para lleg ar al mundo astr al y recor -
darlo, no debemos recomendarlo porque sólo alcanzamos los
más bajos y degradados planos astrales. Existen también va -
r ias drogas hoy en u so ent re los médicos, sobr e todo en clí -
nicas para enfermos mentales, que tienen un efecto parecido.
La mescalina, pongamos por caso, altera las vibraciones del
individuo de tal forma que éste se ve lanzado del cuerpo físico
y vivamente proyectado en el astral. Mas, tampoco este método
es recomendable. Las drogas, u otras formas de expulsarnos
violentamente del cuerpo físico, son en verdad perjudiciales y
dañan a nuestro Super-yo.

88
P er o vo l v a m os a n u e st r o s «e le m e nt a l es » . ¿ Qu é s e en t i en de
por ell os? Los el em enta les son la for ma pr ima ria de la vida
espiritual. Están un escalón más alto que las formas de pen-
samiento. Estas formas son meras proyecciones de la mente —
consciente o inconsciente — de los seres humanos y poseen una
pseudo-vida propia. Dichas formas fueron creadas por los
sacerdotes del antiguo Egipto para que las momias de los gran des
faraones y de las grandes reinas fuesen protegidas contra
a qu el l os q u e i nt ent a sen pr ofa na r la s vieja s tu m ba s. Est á n
creadas bajo la idea de que deben repeler a los invasores; de
que deben atacarlos impresionando las conciencias de éstos e
infundiéndoles tal grado de terror, que el presunto ladrón huya a
todo correr. No nos incumbe tratar de las formas de pensa -
miento, porque son seres sin mente, encargadas IMicamente
por unos sacerdotes, muertos desde hace mucho tiempo, con la
misión de cumplir determinados objetivos: la guardia de las
tumbas contra sus invasores. De momento, nos toca hablar de los
elementales.
Los elementales, como hemos dicho, son un conjunto de seres
espirituales que se hallan en los primeros grados de su desa -
rrollo. En el mundo espiritual, el astral, los elementales corres -
ponden a lo que en el nuestro representan los monos. Los mo -
nos son irresponsables, malignos, muy a menudo rencorosos y
viciosos, y no poseen un grado muy alto de raciocinio por sí
mismos. Son, podríamos decir, pedazos de protoplasma apenas
animados. Los elementales, que ocupan el mismo rango en el
mundo astral que los monos en el nuestro, son formas que se
mueven aproximadamente sin propósitos concretos, agitándose y
haciendo extrañas y horripilantes muecas; adoptan actitudes
amenazadoras en presencia de un ser humano viajando por e l
astral; pero, naturalmente, no pueden causarnos daño
a l g u n o. H a y q u e t en er lo b ie n p r e se n t e . N o no s p u e de n ha cer
daño.
Si el estudiante ha tenido la mala suerte de visitar un sanatorio
de enfer m eda de s m enta les y ha vist o ver da der o s ca sos g ra ves
de perturbaciones mentales, le habrá impresionado el oh-
servar en algunos de los peores casos, cómo éstos se nos acer -
can con gestos amenazadores y probablemente sin algún signi -
ficado. Babean, repugnan; pero si se les planta cara con de -
terminación, ellos , siendo de una mentalidad inferior, siempre
retroceden.
Cua ndo nos m ovem os por los má s ba jos est rat os del plano
astral, podemos encontrar estas criaturas raras y extravagantes. A
veces, si el viajero es apocado, esas criaturas se arremolinan a
su alrededor e intentan aturdirlo. Pero no hay ningún peligro en
ello si no se les tiene miedo. Cuando un individuo empieza sus
viajes por el astral, muy a menudo se las tiene que haber con
dos o tres de estos seres inferiores congregados por aque llos
parajes para ver cómo «se las compone», de la misma for ma
que cierto tipo de gente siempre quiere observar cómo un
aprendiz de conductor hace su primer viaje en coche. Los es -
pectadores siempre esperan que algo sangriento o excitante
suceda, y a veces, si el conductor se atolondra o, más corrien -
temente, la mujer que guía el coche pierde la cabeza y choca
con el palo de un farol, o cualquier otro obstáculo, esto aumen ta
la satisfacción de los mirones. Los espectadores, ciertamente, son
inofensivos; sólo son sensacionalistas en busca de emocio nes a
poco precio. Igualmente los elementales; buscan emo ciones
baratas y nada más. Les gusta contemplar el fracaso de los
seres humanos; por consiguiente, si manifestamos algún miedo
están encantados y multiplican sus gesticulaciones y se nos
acercan con aires de bravuconería y amenaza. En verdad, no
pueden perjudicar a ningún ser humano. Son como perros que
sólo pueden ladrar y... «Perro ladrador, poco mordedor». Por lo
tanto, únicamente pueden molestar, suponiendo que, por
miedo, se lo permitamos.
No hay que preocuparse demasiado, en resumidas cuentas.
Sól o en u na sol a oca sión, en u n conju nt o de cien via jes al
astral, os toparéis con estas bajas entidades. Sólo los veréis
mas veces si les tenéis miedo.
Normalmente, os remontaréis más allá de su reino; aquellas
entidades están recluidas en el fondo del plano astral, lo mis-
m o qu e l os gu sa nos se aloja n en los fondos de u n r ío o del
mar.
Cuando ascendemos a los planos astrales, nos encontraremos
con nota bl es i ncident es. Divisa remos a dista ncia g randes y
brillantes manchas de luz. Se trata de planos de nuestra exis -
tencia presente que están fuera de nuestro alcance. ¿Recordáis
el «tecl ado» de que ha blan-los al pr incipio de est e libro? El
ser humano, mientras se halla encerrado dentro de su carne,
puede per ci bi r sól o tr es o cuatr o «nota s»; pero saliendo del
cuerpo físico para trasladarse al mundo astral, la gama de notas
s e ex t i en de u n po co h a c ia a r r ib a , lo b a s t a n t e pa r a d a r no s
cu ent a de qu e ha y cosa s t oda vía m a y or es fu er a de nu est r o
alcance. Algunas de estas cosas se ven representadas por esas
luces brillantes, que lo son tanto, que no podemos en realidad
ver lo que son.
Per o cont ent ém onos con el t iem po qu e pa sa m os dent r o del
medio astral. Acá, en el suelo, podemos visitar a nuestros ami -
gos y conoci dos; viajar por las ciudades de todo el mundo y
ver todos los grandes edificios públicos; podemos leer libros
en idiomas extraños al nuestro, ya que en los medios del plano
a stra l los ent endemos todos. N os son necesa rios, pu es, los
viajes astrales.
He aquí una relación de lo que sucede y que será nuestra ex -
periencia en la práctica.
Las horas del día han avanzado v ha caído la noche, y el cre -
púsculo morado se ha ido oscureciendo y el cielo ha pasado
del añil al negro. Han brotado lucecitas de todos lados — luces
blanquiazules de los faroles de las calles; las amarillentas, que
corresponden a las casas —, algunas de ellas tal vez teñidas li -
g era ment e por los cor tina jes a través de los cuales r esplan -
decen.
El cuerpo, acostado en la cama, consciente, plenamente dis -
t endi do. Gra dua lm ente llega la débil sensación de un cru ji -
do; u na sensa ci ón com o de a lg o q u e m u da , ca m bi a ; poco a
poco se produce una separación. Sobre el cuerpo que se halla
postrado se condensa una nube formada, al cabo, de una res-

91
plandeci ente Cuerda de Plata; la nube, al comienzo, semeja
u na gran mancha de tinta flotando en el air e. Lentam ente,
adopta la forma de un cuerpo humano que se eleva unos
palmos sobre nuestros pies y flota y se mece en el aire. Después
de unos segundos, el cuerpo astral se eleva más y sus pies se
inclinan hacia el suelo. Lentamente el conjunto se balancea
hasta que se pone de pie al extremo de la cama, mirando al
cuerpo físico, que acaba de dejar, y al cual está aún unido.
En la habitación, las sombras oscilantes se arrastran por los
r incones, como a ni males ra ros apr isiona dos. La Cu er da de
Plata vibra y resplandece con un azul plateado sordo; el
astral también se ve teñido de luz azulada. La figura del astral
mira a su alrededor y luego a su cuerpo físico, que se halla
cómodamente acostado en la cama. Sus ojos están cerrados,
la respiración es tranquila y ligera; no hay movimientos ni
sobresa lt os; se ve qu e el cuerpo está tra nquilo. La Cu er da
d e P l a t a no vi br a po r q u e no ha y in di ci o s de i nc om od id a d
alguna.
Satisfecho, el astral se compone silenciosamente y a poco a
poco se eleva por los aires, pasando a través del techo de la
habitación y por el tejado de la casa, hasta que se ve dentro
del aire de la noche. Es como si la figura astral fuese un globo
de ga s, cauti vo de la ca sa donde se encuent ra su físico. El
cuerpo astral se eleva hasta que se ve a un número conside -
rable de metros sobre los tejados de las casas. Entonces se
detiene, flota vagamente y contempla a su alrededor.
De las casas, a lo largo de las calles, y de las calles más allá
se divisan débiles líneas azules, que son las Cuerdas de Plata
de otras personas. Se extienden, subiendo siempre y desapa -
recen a distancias sin límite. Las personas viajan siempre en
la noche, tanto si se dan cuenta como si no; pero sólo aquellos
que son más favorecidos, los que hacen prácticas, regresarán
con plena conciencia de todo cuanto han hecho.
La forma astral que nos atañe, va flotando sobre las casas, mi -
rando en derredor, decidiendo adónde ir. Por último elige vi -
sitar un país muy lejano. Al instante mismo de su decisión

92
se proyecta a mita velocidad fantástica, girando con la celeri -
dad casi del pensamiento a través de tierras y de mares. Cruza
el océano, sobre las grandes olas que casi le alcanzan con sus
blancas crestas de espuma. En un momento dei viaje se divisa
un gran transatlántico que cruza el mar turbulento con todas
las luces encendidas y el sonido de una música que llega des de
las cubiertas. La forma astral corre, atrapando el tiempo. La
noche da nacimiento al crepúsculo y la forma astral alcanza
otra vez la noche y ésta es alcanzada por la tarde. Finalmente,
después de la tarde nos encontramos otra vez en el mediodía.
Bajo la brillante luz del sol, la figura astral ve aquel país que
ha desea do visit ar ; u na tier ra qu er ida, con sus habita nt es,
car os al coraz ón del via jero. Sua vement e, éste se deja caer
en aquell a com arca y se m ez cla, invisible, inau dible, ent re
aquella gente que está dentro del respectivo cuerpo físico.
En u n mom ento da do, el viajer o experimenta un tir ón, una
sacudida de la Cuerda de Plata. En un país remoto, el cuerpo
físico abandonado, ha sentido el comienzo del día y reclama su
a stra l. Por unos m om entos, éste va cila ; per o, por fin, la a d -
vertencia no puede ser ignorada. La forma astral se remonta
por los aires, un momento inmóvil como una paloma que está a
punto de regresar a su palomar; en seguida, veloz, cruza los
cielos, como un rayo a través de tierras y mares, hasta llegar
al techo de su domicilio. Otras cuerdas tiemblan, otras perso -
nas regresan a sus cuerpos físicos; pero el astral de que trata -
mos cae a través de la techumbre de la casa y emerge, por el
techo de su habitación, sobre la figura durmiente de su cuerpo
físico. Ligera y lentamente se sitúa exactamente sobre éste. De
momento, experimenta una sensación de intenso frío, de em -
botamiento y de un peso que le oprime. Se han marchado la
ligereza, la sensación de libertad, los colores brillantes experi -
m ent a dos en el cu er po a st r a l; en vez de todo est o, sólo u n
frío. Sucede lo mismo que al ponerse una ropa húmeda estan do
nuestro cuerpo caliente.
El cu er po fí si co se m u eve y se a br en los ojos. Fu er a de la s
ventanas asoman las primeras franjas del alba sobre el hori-

93
zonte. El cuerpo se mueve y dice: «Recuerdo todas mis expe -
riencias de esta noche».
El lector también puede hacer todas esas experiencias; viajar
por el astral y ver todo aquello que le es caro; cuanto mayor
afecto le inspire, con mayor facilidad podrá efectuar el viaje.
Es cuestión de ejercitarse mucho. Según viejas narraciones de
Oriente, en tiempos de una antigüedad remota toda la huma -
nidad podía viajar por el astral; pero a causa de que abusaba
de este pr evil eg io, les fue su pr im ido a los ser es huma nos.
Pero a todos aquellos que son puros de pensamiento y de in -
tención, la práctica les puede liberar del agobiante y rudo peso
del cuerpo y permitirles viajar adonde quieran.
No se logra en cinco minutos, ni en cinco días. Debemos «ima -
ginar» que podemos. Todo aquello que creemos poder hacer,
nos es posible en la práctica. Si lo creemos sinceramente, si
estamos seguros que podemos hacer una cosa determinada, ésta
nos será factible. Creyendo y practicando se llega a viajar por el
astral.
Lo repetimos: en estos viajes no hay ningún peligro ni motivo
de temor alguno; no importa el aspecto terrorífico de algunos
seres inferiores que podremos — aunque es muy probable que
no nos suceda nunca — hallar. No pueden causarnos daño, si
no los tememos. La ausencia de temor asegura nuestra pro -
tección absoluta.
Ejercitémonos continuamente. ¿Queréis decidir dónde pensáis
dirigiros? Acostaos en vuestra cama, y deciros a vosotros mis -
mos que esta noche iréis a tal o cual sitio para ver tal o cual
cosa; cuando despertéis, recordad lo que habéis hecho. Todo
lo que se necesita es cuestión de práctica.
Lección decimoprimera

El tema del viaje astral es, evidentemente, de primordial im -


portancia, y por ello será útil dedicar esta lección a dar una
serie de notas sobre este fascinante pasatiempo.
Le sugerimos que lea detenidamente esta lección, que la estu -
die tan meticulosamente, por lo menos, como ha estudiado las
demás, y que decida después, con unos días de antelación, la
noche de su Experimento. Prepárese pensando que esa noche
va usted a salir de su cuerpo y manténgase plenamente cons -
ciente y atento a cuanto vaya sucediendo.
Como usted sabe, el hecho de preparar, de decidir con ante -
lación algo que se va a hacer es de gran importancia. Los An -
ti guos uti li zaban «enca nt am ient os», en otra s pala br as, r eci -
taban una y otra vez una mantra (una especie de oración), la
cual tenía por objetivo subyugar el subconsciente. Al repetir
la mantra, el conscient e — qu e r epresenta sólo una décima
part e de nuest ra ment e — era ca pa z de dict ar una orden pe -
rentoria al subconsciente. Usted podría utilizar una mantra
de este tipo:
«En tal día emprenderé un viaje por el mundo astral; estaré
pl ena m ent e cons ci ent e de t odo lo qu e ha ga , y est ar é plena -
m en t e c on sc i e nt e d e t o do l o q u e ve a . M e a co r d a r é d e t o do e
lo evocaré en su totalidad cuando me encuentre de nuevo en mi
cuerpo. Haré todo esto sin falta.»
D ebe usted r epet ir esta ma ntra en gr upos de tr es, es decir ,
pronunciarla una vez y repetirla después dos veces. La mecá -
nica es aproximadamente esta: Se afirma una cosa, pero ello
no basta para llamar la atención del subconsciente, porque nos
pasamos la vida afirmando cosas, y nuestro subconsciente debe
de pensar sin duda que la parte consciente de nuestro ser es
m u y c ha r l a t a n a . E l h ec ho de r e ci t a r la m a nt r a u na ve z n o
despi er t a en a bsol u t o la a t ención del su bconsci ent e. La se -
gunda vez que pronunciamos las mismas palabras — y de-

95
hemos pronunciarlas en forma idéntica a la primera vez —,
el subconsciente comienza a darse por enterado. A la tercera
afirmación, el subconsciente se pregunta, por así decirlo, de
qué se trata, y está plenamente receptivo a la mantra, que es
asimilada y retenida. Suponiendo que la diga usted tres veces
por la mañana, la repetirá otras tres veces al mediodía (cuan do
esté solo, naturalmente), otras tres veces por la tarde y otras
tres veces antes de acostarse. Es como clavar un clavo: se
toma el clavo, se hunde la punta en la madera, pero un mar -
tillazo no es suficiente, sino que hay que seguir golpeando
hasta que el clavo penetra hasta la profundidad deseada. De
una forma muy parecida, la repetición de la mantra equivale a
una serie de golpes que llevan a la idea en cuestión a ser
asimilada por el subconsciente.
Éste no es en absoluto un método nuevo, sino que es tan an -
tiguo como la humanidad misma. Los antiguos sabían mucho
de mantras y afirmaciones; sólo en nuestra época hemos olvi -
dado estas cosas, o bien hemos adoptado hacia ellas una ac -
titud cínica. Por ello insistimos en que usted debe formular
aquellas afirmaciones en la soledad y no dejar que nadie se
entere de ellas, pues si alguna persona escéptica lo sabe, se
reirá de usted, y eso podría sembrar dudas en su espíritu.
Son las risas y las burlas las que han hecho que las personas
adultas hayan cesado de ver a los espíritus de la Naturaleza y
n o p u e da n y a ha bl a r t el ep á t ic a m e nt e co n l os a n im a le s.
Tenga esto muy presente.
Usted elegirá, pues, para su viaje un día adecuado, y durante el
día en cuestión debe hacer todo lo posible por estar tran -
quilo, por estar en paz consigo mismo y con los demás. Esto
es de primordial importancia. No debe albergar en su mente
conflicto ninguno que pudiera ser motivo de excitación. Su -
pongamos, por ejemplo, que ese día ha tenido una discusión
acalorada con alguien: estará pensando en lo que le habría
dicho si hubiese tenido más tiempo para pensarlo, estará pen -
sando en las cosas que le ha dicho la otra persona, y no podrá
centrar toda su atención en el viaje astral. Si en el día pre-

96
vi st o est á u st ed di st r a ído o inq u iet o, a pla ce el via je ha st a
otro día más tranquilo. Pero en caso contrario, si ha podido
dedicar el día a pensar en el viaje astral con anticipado placer,
de la misma forma en que pensaría en un viaje para visitar a
u na per sona qu er i da q u e vivie se ta n lejos q u e el ha cer t al
viaje constituyese un acontecimiento, vaya a su dormitorio y
desvístase lentamente, manteniendo la calma y respirando con
regularidad. Cuando esté listo para acostarse, asegúrese de que
su ropa de noche sea muy cómoda, es decir, que no le apriete
el cuello ni en la cintura, pues las distracciones originadas por
u n cu el l o o un ci nt u r ón a pr et a do ir r ita n a l cu er po físico y
p u e de n da r l u g a r a u na s a c u d id a e n u n m o m e nt o c r u ci a l .
Asegúrese de que en la habitación reina la temperatura que
le resulta más agradable, ni demasiado alta ni demasiado baja.
Es mejor que tenga usted pocas mantas en la cama, pues así
su cuerpo no estará oprimido por un peso excesivo.
Apague la luz del dormitorio. Asegúrese de que las cortinas
est án bi en cerr adas, de modo qu e ningú n ra yo de luz le de
en l os oj os en un m om ent o inopor t u no. U na vez ver ifica d o
todo esto, acuéstese cómodamente, afloje los músculos y es -
pere a estar absolutamente relajado. No se duerma si puede
evitarlo, aunque, si ha repetido la mantra de la forma adecua -
da, el sueño no l e im pedirá recordar su propósito. Le acon -
sejamos que permanezca despierto si puede, porque este pri -
mer viaje fuera del cuerpo es realmente interesante.
U na vez est é cóm oda m ent e echa do — pr efer iblem ent e boca
arriba — imagine que está esforzándose por sacar de sí mis -
m o ot ro cu er po; imag ine que la for ma fa nta sma l del cu er po
a stra l est á empuja ndo para sepa ra rse del cuerpo físico. Lo
sentirá ascender, de forma parecida a como asciende un pe -
dazo de corcho ha ci a la su perficie del agua; lo sentirá sepa -
rarse de sus moléculas carnales. Se producirá un hormigueo
muy ligero, y después llegará un momento en que dicho hor -
migueo cesará casi totalmente. Tenga cuidado en este momen to,
porque el siguiente movimiento será un estremecimiento, a
menos que cuide de evitarlo, y si se estremece violenta-

97
mente su cuerpo astral volverá a caer bruscamente en el fí -
sico.
Muchísimas personas, casi podríamos decir todo el mundo,
han pa sa do por la experiencia de la sensa ción de caída es -
tando a punto de dormirse. Algunos sabios hindúes han afir -
mado que esto es un vestigio de los tiempos en que los seres
humanos eran monos. En realidad, esta sensación de caída
es causada por un estremecimiento que hace que el cuerpo as -
t ra l , q u e com enz a ba a flot ar , caiga de nu evo en el cu er po
físico. A menudo el sujeto se despierta del todo, pero, aun -
que no sea así, suele producirse un violento estremecimiento o
sacudida, y el cuerpo astral retrocede sin haberse alejado
más que unas cuantas pulgadas del cuerpo físico.
Si usted es consciente de que existe la posibilidad de un es -
tremecimiento, éste no se producirá. Así pues, tenga presentes
las dificultades a fin de poder superarlas. Cuando haya cesado
el ligero hormigueo, permanezca completamente inmóvil. Ten -
drá una repentina sensación de frío, como si algo se hubiese
a pa r t a do de u st e d. Qu iz á t en dr á la im p r e si ón de q u e ha y
algo encima de usted, como si alguien le hubiese echado un
coj ín enci ma , por decirlo de una form a muy rudim enta ria .
N o se deje per tur ba r; si lo consigu e, la pr óxim a sensa ción
que experimentará es la de estar mirándose a sí mismo, qui zá
desde los pies de la cama o quizá incluso desde el techo de la
habitación.
Obsérvese a sí mismo en esta primera ocasión con tanta cal -
ma como le sea posible, porque nunca se verá a sí mismo tan
cla ram ente como en este pr im er viaje. Se contempla rá a sí
mismo, y sin duda proferirá una exclamación de asombro al
descubrir que no es en absoluto como se imaginaba. Sabemos
que usted se mira al espejo, pero nadie ve un fiel reflejo de
sí mismo ni en el m ejor de los espejos. El lado izqu ierdo y el
derecho están invertidos, por ejemplo, y se producen otras
distorsiones. No hay nada comparable a encontrarse cara a
cara consigo mismo.
Una vez se haya observado a sí mismo, aprenda a moverse

98
por la habitación. Mire al interior del armario o de la có -
moda, vea cuán fácilmente puede desplazarse hacia cualquier
lugar. Examine el techo, examine aquellos lugares a los que
n or m a l m e nt e n o p u e de l le g a r . S in du da e nc on t r a r á m u c ho
pol vo en l os l u ga r es ina ccesibl es , y ello le da rá oca sión de
r ea l i z a r ot r o ex pe r i m e nt o ú t il : t r a t e d e de ja r s eñ a l es e n el
polvo con los dedos, y comprobará que no puede. Sus dedos,
su m a no e su br a z o penet r a n en la pa r ed sin exper im ent a r
sensación ninguna.
Cuando haya comprobado que puede moverse por el espacio
con total libertad, mire hacia su cuerpo físico. ¿Ve cómo
centellea su Cuerda de Plata? Si ha visitado alguna vez el ta -
l l er de u n vi ej o her r er o, r ecor da r á cóm o echa ba chispa s a l
ser golpeado por el martillo; en este caso, las chispas, en lu -
g a r de r o j o ce r e z a , se r á n a z u l es o a m a r il la s . A l éj es e de s u
cu er po fí si co y obser va r á qu e la Cu er da de Pla ta se ala r ga
s i n es fu er z o , s i n di sm in u i r en a b so lu t o d e di á m e t r o. Mi r e
otra vez su cuerpo físico, y después diríjase al lugar adonde
había pensado ir. Piense en la persona o en el lugar; no haga
esfuerzo alguno, piense sólo en la persona o en el lugar.
Entonces comenzará a ascender atravesando el techo, y verá
debajo de usted su casa y su calle. Después, si éste es su pri -
mer viaje consciente, avanzará lentamente hacia su lugar de
destino. Se desplazará con la suficiente lentitud como para ir
reconociendo el terreno. Una vez se haya acostumbrado a los
viajes astrales conscientes, avanzará con la velocidad del pen -
samiento; cuando esto le ocurra, no habrá ya límite alguno en
cuanto a lugares que puede visitar.
C ua ndo ha y a a dqu i r ido pr á ct ica en el via je a st ra l, podr á ir
a cualquier lugar que desee, y no solamente a lugares de la
Tierr a. El cu er po a stra l no respir a a ire, de modo qu e puede
viajar por el espacio, por otros mundos, y muchas personas
lo hacen. Desgraciadamente, debido a las condiciones actua -
les, no recuerdan adónde han ido. Si practica lo bastante, us -
ted puede ser diferente.
Si encuentra difícil concentrarse en la persona a quien desea

99
visitar, puede ayudarse con una fotografía de esa persona; no
una fotografía enmarcada, pues de tener una fotografía así en
l a ca m a podr í a r om per el cr ist a l y ha cer se da ño, sino u na
fot og rafía corr ient e sin mar co. A ntes de apa gar la luz , con -
t e m p l e l a r g a m e n t e l a f o t o g r a f í a , d e s p u é s a pa g u e la l u z y
esfu ér c es e en r et ener u na im pr esión visu a l de la per sona .
D e este m odo, la concentr ación puede r esult arle más fá cil.
Algunas personas no pueden emprender un viaje astral si se
sienten cómodas, si han comido bien o si no tienen frío. Al -
gunas personas sólo pueden realizar un viaje astral consciente
cuando se sienten incómodas, cuando tienen frío o hambre.
Por extraño que resulte, hay personas que comen deliberada.
m ente al go que les sienta ma l a fin de pr ovocar se u na indi -
g esti ón, y de est a for ma pueden em pr ender un viaje ast ral
sin ninguna dificultad especial. Suponemos que la razón de
estos hechos es que el cuerpo astral se siente incómodo en el
cuerpo físico y le resulta más fácil separarse de él.
En el Tíbet y en la India hay eremitas que viven encerrados
entre paredes, que no ven nunca la luz del día. Reciben ali -
mento una vez cada tres días para mantenerse en vida, para
que no se extinga la débil llama de su vida. Estos hombres
están en condiciones de viajar constantemente por el mundo
a st ra l , y pu eden i r a cua lqu ier lug a r donde ha y a a lg o qu e
a pr ender. En su s via jes, sostienen conver sa ciones con per -
sonas dotadas de telepatía, y modifican, para mejorarlo, el
curso de algún acontecimiento. Es posible que, en alguno de
sus viajes astrales, se encuentre usted con uno de estos hom -
bres; eso será, ciertamente, una gran suerte para usted, pues
ellos harán una pausa para aconsejarle y le dirán cómo puede
realizar mayores progresos.
Lea una y otra vez esta lección. Nuevamente repetimos que
sól o necesi ta usted prá ct ica y fe para poder también viajar
por el mundo astral y liberarse temporalmente de la inquie -
tud de este mundo.
Lección decimosegunda

Resulta mucho más fácil emprender viajes astrales, practicar


la clarividencia y semejantes empresas metafísicas si el indi -
viduo se ha preparado previamente sobre una base adecuada.
El entrenamiento metafísico necesita práctica, reiterada y cons -
tante. No es posible, con sólo leer unas pocas instrucciones,
ponerse inmediatamente, y sin ninguna ejercitación, a viajar
por el a stra l en lar gas excu rsiones. Hay que ejercit ar se sin
cesar un momento.
N a di e pu ed e es pe r a r q u e br ot e u n j a r d ín s in q u e se h a y a n
plantado semillas en un suelo preparado. No sería usual ver
una hermosa rosa crecida sobre una piedra granítica. Por eso
mismo, está claro, no se puede esperar obtener la clarividen -
cia, ni cualquier arte oculta, que florezca en nosotros cuando la
mente está cerrada a cal y canto, con nuestro cerebro en con -
tinuo alboroto de pensamientos mal ligados entre sí. Más ade -
lante trataremos con más extensión de la quietud, ya que en
nuestros días una batahola de pensamientos insignificantes y el
conti nu o estr épit o de la ra dio y la t elevisión, en rea lida d
ahogan nuestros talentos metafísicos.
Los sabios a ntig uos nos pr edicaban: «Est ad calla dos y cono -
c ed q u e Y o es t o y de nt r o d e v os ot r o s» . Es t o s s a b io s d ed ic a -
ban casi la vida entera a la investigación metafísica, antes que
escribir una sola palabra sobre el papel. Además, se retiraban a
parajes solitarios, donde no resonasen los ruidos de la llama da
civilización; sitios libres de toda distracción, donde no se
podían llenar ni baldes ni botellas. Nosotros tenemos la ven -
taj a de que nos podemos beneficia r de las exper iencias qu e
a q u e l l o s a n t i g u o s r e a l i z a r o n e n v i d a , y d e la s v e n t a j a s d e
que disfrutaron, sin tener que gastar la mayor parte de nuestra
vida estudiando. Si sois espíritus serios — y si no lo fueseis no
leeríais este libro — necesitáis prepararos para estar dispuestos
al rápido desarrollo de vuestras facultades y al conocimiento

101
d e l m e j o r c a m i n o p a r a r e a l iz a r , a n t e t o d o , la d i s t e n s i ó n .
Pocas personas conocen el sentido de la palabra «relajamien -
to», o distensión. Muchos piensan que arrellenándose en una
butaca ya basta; pero no es así. Relajarse significa que todo
nuestro cuerpo sea flexible. Hay que estar seguro de que todos
los músculos se encuentran libres de toda tensión. Lo mejor
es est udiar cómo hacen los gatos cua ndo está n en per fecto
reposo. El gato llega, da unas pocas vueltas y se deja caer como
un bulto inerte, más o menos informe. El gato no se molesta
por si algunos pocos centímetros de su pierna quedan al des -
cubierto, ni si su aspecto es poco elegante; simplemente, se
echa a reposar y todo su pensamiento se cifra en la relajación.
U n gat o puede deja rse caer a l su elo y qu edar se al inst ante
dormido.
Es muy probable que todos sepan que el gato puede ver cosas,
invisibles para los ojos humanos. Esto sucede porque las per -
cepciones de los gatos están a una mayor altura que las de los
hombres, en el «teclado», y pueden ver continuamente el as -
tral; de modo que, para un gato, un viaje por el astral significa
lo que para un hombre cruzar la habitación en que se halla.
Procuremos, pues, emular al gato, ya que éste pisa terreno
firme, y nosotros tenemos que construir el edificio de nuestros
conocimientos metafísicos sobre bases firmes y duraderas.
¿Sabéis cómo una persona consigue el relajamiento? ¿Os es
posibl e, sin más explicaciones, lograr la flexibilidad, prepa -
rados a recibir impresiones? Es así como debemos hacerlo.
Acostarnos en una posición cómoda. Si necesitáis que los bra -
zos estén extendidos — o vuestras piernas —, hacedlo. Todo
el arte del relajamiento se cifra en estar completa y absoluta -
mente cómodo. Es mejor relajarse a solas, en vuestro dormi -
torio, puesto que la mayoría de personas, principalmente si son
mujeres, no gustan de que nadie las vea en actitudes que equi-
vocadamente piensan que son poco graciosas. Para relajarse,
lo mejor es no pensar en posturas graciosas y toda clase de
convencionalismos.
Nos tenemos que imaginar nuestro cuerpo como una isla po-

102
blada por personas muy pequeñas, siempre dóciles a nuestros
mandatos. También se puede pensar, si así gusta, que nuestro
cut rpo es un vasto estado industrial con sus técnicos, altamente
instruidos y obedientes, situados en los distintos controles y
«cent r os ner vi oso s» qu e com ponen nu est r o cu er po. C ua ndo
necesitamos relajarnos, diremos a todas esas personas que hay
que cerrar las fábricas, que nuestros deseos actuales son de que
nos dejen tranquilos; de forma que detengan sus máquinas y
«cent ros ner vi osos» y que se marchen por u n tiem po en a de -
lante.
Cómodamente acostados, esforcémonos en imaginar unas hues t es
de esos di m i nu t os ha bita nt es en los dedos de nu est r os pies,
en todo el pie, en las rodillas, por todas partes, en suma.
Miremos a todos ellos, como si fuésemos unos gigantes altos,
altos en el cielo, y entonces dirijámonos a ellos mentalmente.
Ordenémosles que se marchen de nuestros pies, de nuestras
pi er na s, ma nos, br a z os, et c.. . Ma ndém osle s q u e se cong r e -
guen todos juntos en el espacio que va de nuestro ombligo a
nuestro esternón. El esternón, recordamos a los lectores, es el
extremo del hueso de nuestro pecho. Si pasamos nuestros
dedos por el medio de nuestro cuerpo, entre las costillas, en -
contraremos una especie de barra de un material duro, y que
el esternón. Recorreremos un poco más adelante, y el hueso s e
a c a b a . E n t r e e s t e s i t i o y e l o m b l i g o s e ha l l a e l e s p a c i o
designado. Demos la orden, a toda esta gente diminuta, de con -
centrarse allí. Imaginémonos que los vemos marchándose de
nuest ros m iembros, a tra vés del cu er po, en fila s a preta da s
como unos trabajadores abandonando una fábrica. muy atarea da,
al acabar la jornada de trabajo.
Al llegar al sitio designado, todos ellos habrán desertado de
vuestras piernas y brazos, y de este modo estos miembros se
encontrarán libres de tensión y de sensación alguna, ya que son
estos personajes quienes alimentan las diversas piezas y cen -
tros nerviosos de vuestras maquinarias y las hacen trabajar.
Vuestros brazos y piernas no están precisamente embotados;
pero sí libres de sensaciones y de tensión, sin el menor can-

103
sancio. Podéis decir que, por decirlo de esta manera, «no están
aquí».
A hora ya t enem os a toda s esas per sona s cong rega da s en el
espacio previsto, corno un grupo de trabajadores esperando
una reunión política. Contemplémoslos, en imaginación, por
unos pocos momentos y que nuestra mirada los abarque a to -
dos ellos; entonces, confidencialmente, digámosles que abando -
nen nuestro cuerpo hasta que no les demos instrucciones para
la vuelta. Ordenémosles que sigan a lo largo de la Cuerda de
Plata, alejándose de nosotros. Nos dejarán tranquilos mientras
meditamos, distendidos.
Pintémonos a nosotros mismos esa Cuerda de Plata, prolon -
g á nd os e a l o l ej os d e nu e st r o cu er po fí si co , de nt r o de l os
grandes países del más allá. Figurémonos que dicha cuerda es
un túnel como el de un «metro», e imaginemos que nos halla -
mos en una de las horas puntas de una ciudad como Londres,
Nueva York o Moscú; imaginemos que todos ellos abandonan a
la vez la ciudad y se dirigen a los suburbios; pensemos en los
trabajadores tomando un tren tras otro y dejando la ciudad
tranquila, relativamente. Haz que esos diminutos personajes
hagan lo que a ti te es fácil con la práctica. Después, te encon -
trarás sin tensión, en tus nervios no habrá barullo, y tus mús -
culos estarán relajados. Permanezcamos quietos para que nues -
tro pensamiento se paralice. No importa que pensemos algo, si
no tiene importancia alguna, como si no pensásemos. Abando -
némonos mientras respiramos lenta y firmemente y entonces
expulsemos esos pensamientos de la misma forma como hemos
expulsado a aquellos «trabajadores de la fábrica».
Los huma nos está n ta n atar ea dos con su s peq ueños pensa -
mientos insignificantes que no les queda tiempo para dedicarlo a
las grandes cosas de la Vida Mayor. Se preguntan cuándo se
efectuará una determinada venta, o tal o cual acontecimiento
de la televisión que no les queda tiempo para tratar de lo que
realmente importa. Todas esas cosas mundanas y cotidianas
son completamente triviales. ¿Qué puede importar dentro de
cincuenta años que Fulano y Zutano vendan piezas de ropa a

104
precio inferior al actual? Pero, sí importa dentro de cincuenta
años los progresos que consigamos realizar ahora. Porque hay
que tener bien fija en la cabeza esta verdad: ni un solo hom -
bre, ni una sola mujer, ha conseguido nunca llevarse un solo
céntimo más allá de esta vida. En cambio, todo hombre v toda
mujer se llevan consigo los conocimientos que han adquirido
en esta vida a la vida posterior. Ésta es la razón de que noso -
tros estemos en este mundo; y el que nosotros nos esforcemos
para ganar conocimientos que valgan la pena con vistas al más
allá, o tan sólo cultivemos inútiles confusionisrnos y pensa -
mientos dispares, es un problema que debe ser examinado con
toda atención. Por eso, el presente curso es útil a todos noso -
tros; afecta, por entero, a nuestro porvenir.
El pensamiento — la razón — es lo que mantiene a los seres
humanos en una posición inferior. Los hombres hablan de su
razón y dicen que ella los distingue de los animales; ¡los dis -
tingue, en efecto! ¿Qué clase de criaturas, sino las humanas,
lanzan bombas atómicas a las demás? ¿Qué otras criaturas des -
tr ipan a los pri si oner os de gu er ra o les pr ivan de la s cosa s
más elementales que les pertenecen? ¿Puede imaginarse una
criatura si no es al hombre que mutila a varones y hembras de
una manera tan espectacular? Los seres humanos, a despecho
de su decantada superioridad son, en muchos aspectos, más
bajos que los más bajos animales del campo. ¡Es por esto que
los seres humanos tienen escalas de valores equivocados; an -
helan el dinero, los objetos materiales de esta vida mundanal,
cuando lo que importa, después de esta vida, son las cosas in -
materiales que intentamos inculcar a los que nos leen!
Expulsad vuestros pensamientos, ahora que estáis distendidos;
abrid vuestra mente, que sea receptiva. Si queréis seguir vues -
tras prácticas, es preciso expulsar los inútiles, interminables
pensamientos que se amontonan dentro de vosotros. Si lo con -
seg uí s, ver éi s r ea li da des cier ta s; veréis cosa s en diferent es
planos de la existencia; pero esas cosas son tan completamente
ajenas a la vida terrenal — agradablemente ajenas — que no
tenemos palabras concretas con las que describir lo abstracto.

105
Sólo se necesita práctica para que, incluso, os sea posible ver las
cosas del futuro.
Ciertos grandes hombres, con cerrar los ojos por unos momen -
tos pueden volverlos a abrir completamente rehechos de sus
fatigas, y con la inspiración brillando en su vista. Estas per -
sonas son aquellas (.111.2 pueden expulsar todos sus pensamientos
cuando quieren, y entrar en comunicación con el conocimiento
de las esferas. También lo podremos llegar a hacer nosotros,
con la práctica.
Es, ciertamente, una cosa muy funesta, para todos aquellos que
anhelan un desarrollo espiritual, el vicio de extraviarse por los
ordinarios, inútiles y vanos vericuetos de la vida social. Los
cócteles son el peor pasatiempo que podemos imaginarnos para
quienes ansían desarrollarse espiritualmente. Bebida, espíritus y
alcohol desarreglan nuestros juicios psíquicos; incluso pue den
arrastrarnos a las capas inferiores del astral, donde pode mos
ser atormentados por entes que se deleitan aprisionando a los
hombres en zonas donde no pueden ni pensar claramente. A tales
entes inferiores les resulta divertido el juego.
Las reuniones, los usuales actos sociales, a base de charlas
donde personas que no piensan nada se divierten hablando sin
cesar, procurando disimular la vaciedad de sus respectivas
mentes, son un espectáculo penoso para todos cuantos se es -
fuerzan en realizar progresos. Sólo podremos avanzar si nos
desembarazamos de esta turba de gente frívola, cuyos pensa -
mientos principales son cuántos cócteles pueden beber en una
reunión, si no prefieren hablar neciamente sobre las cosas que
le ocurren al prójimo.
Nosotros creemos en la comunión de las almas; creemos que
dos personas pueden estar juntas en silencio; pero comuni -
cándose telepáticamente por «simpatía». El pensamiento de
u no p r o vo ca l a r es pu es t a de l o t r o. Se ha ob se r va do q u e a
veces una pareja muy anciana que han estado ligados el uno
con el otro, como lo son marido y mujer, pueden anticiparse
mutuamente los pensamientos de ambos. Estas personas an -
cianas, ligadas por un amor firme, no entablan jamás charlas

106
sin sentido, o vanas palabrerías; permanecen sentadas la una
al lado de la ot ra, ma ndándose r ecíproca y silenci osa ment e
mensajes que fluyen de cada uno de sus respectivos cerebros.
A m b o s ha n a pr e n d i d o d e m a s i a d o t a r d e l o s b e n e f i c i o s q u e
pu ede r epor t a r nos u na com u nión silenciosa de dos a lm a s.
Demasiado tarde, porque los ancianos, literalmente, se encuen -
tran al fin del viaje de la vida. Vosotros tenéis que empezar
en la juventud.
Es posible para un pequeño grupo, por medio del pensamiento
constructivo, alterar la marcha de los acontecimientos mundia -
les. Por desgracia, no es nada fácil reunir un pequeño grupo
de personas que sean tan poco egoístas y tan poco egocéntri -
cas para que alejen de sí todo pensamiento egoísta y se con -
centren sólo en el bien del mundo. Afirmamos ahora que si el
estudiante y sus amigos quieren formar un círculo, sentados
cada uno confortablemente, de cara los unos a los otros, po -
drá n hacer u n gra n bien, no sólo a sí mismos, sino a todos
los demás hombres.
Para estas sesiones, cada persona — hombre o mujer —, debe
tener los dedos tocándose el uno al otro. Cada uno debe tener
sus manos enlazadas. No deben tocarse las personas, los unos
con los otros; antes bien, cada uno debe ser una unidad física
separada. Recordemos los viejos judíos, los auténticos viejos
judíos; ellos sabían que cuando trataban un negocio, debían
permanecer de pie, con los pies juntos y las manos enlazadas,
por q u e a sí se cons er va n la s fu er za s vit a les del cu er po. U n
viejo judío, intentando concluir un negocio grandemente bene -
ficioso para él, sabe que se llevará la mejor parte si conserva
esta actitud particular, y su contrincante, no. Él no adopta esta
actitud por baja adulación, como más de una persona se ima -
gina, sino porque conoce que así conserva y utiliza las energías
de su cuerpo. Cuando ha logrado su objetivo, entonces puede
s e p a r a r l a s m a n o s y l o s p i e s , y a q u e n o l e h a c e n f a lt a la s
fuerzas para el «ataque», siendo ya él el vencedor. Una vez al -
canzado el fin que se proponía, puede permanecer disten -
dido.

107
Si cada uno de vuestro grupo mantiene los pies y manos jun -
tos, cada uno conserva toda su energía corporal. Es lo mismo
que hacemos cuando tenemos un imán y situamos una barra
de hierro sobre ambos polos del mismo, que haga de «conser -
vador» de la fuerza magnética, sin la cual el imán no sería más
que un trozo de metal inútil. Vuestro grupo deberá sentarse en
círculo, más o menos mirando el espacio al centro de dicho
cí r cu l o, pr efer i bl em ent e en el piso, por qu e a sí la s ca bez a s
estarán ligeramente apuntadas hacia abajo, lo que es más re -
posado y natural. Nadie tiene que hablar, sino permanecer sen -
tado. Asegurémonos de que nadie hablará. Habréis ya decidido
sobre el tema de los pensamientos, de manera que sobran las
palabras. Gradualmente, cada uno de los reunidos experimen -
tará una gran paz interior, como si fuese bañado por una luz
interior. Os visitará una iluminación firmemente espiritual;
sentiréis que formáis «Uno con el Universo».
Los servicios religiosos se proponen este fin. Recordemos que
los antiguos sacerdotes de todas las iglesias fueron grandes
psicólogos. Sabían cómo formular las cosas, en orden a obtener
los resultados que se deseaban. Es también un fenómeno co -
nocido que no se puede tener a un grupo de gente quieto sin
una constante dirección; por eso hay música y pensamiento di -
rigido en la estructura de las oraciones. Si un sacerdote cual -
quiera permanece de pie en un sitio al que se dirigen todas las
miradas y pronuncia determinadas palabras, entonces gana la
atención de todos los allí reunidos, que se sienten dirigidos
hacía un determinado fin. Es ésta una forma inferior de prac -
ticar esas cosas; pero es indispensable cuando se trata de con -
seguir un efecto de masa sobre unos grupos de personas que
no dedican el tiempo o la energía necesaria para llegar a un
más alto nivel en la línea espiritual de la vida. Vosotros po -
dréis, si ponéis toda vuestra voluntad, llegar a mayores resul -
tados sentados en un pequeño grupo, y observando silencio.
Permaneced sentados sin hablar, mirando de relajaros, cada
uno de vosotros reflexionando sobre pensamientos puros alre -
dedor del tema designado. Nada de pensar en las cuentas del

108
tendero, que aún no se han pagado, ni cuáles serán las modas
q u e va n a veni r pa r a la t em por a da pr óxim a . Pensa d , en su
lugar, en acrecer el número de vuestras vibraciones para que
así os sea posible daros cuenta de la bondad y grandeza que se
adivinan en la vida venidera.
Hablamos demasiado, todos nosotros, y permitimos que nues -
tros cerebros se agiten como unas máquinas sin pensamiento.
Si nos distendemos, si estamos más horas solos y hablamos
menos cuando estamos en compañía de otros, entonces fluirán
dentro de nuestras almas pensamientos de una pureza que no
podíamos sospechar y que elevarán nuestros espíritus. Algunas
personas que tiempos atrás vivieron en las soledades del cam -
po, haciendo vida solitaria, tuvieron una mayor pureza de pen -
samiento que jamás tuvieron las personas de todas las ciudades
del mundo. Pastores sin ninguna formación han llegado a un
grado mayor de pureza espiritual que el que alcanzaron mu -
chos sacerdotes del más alto grado. Esto era debido a que te -
nían tiempo para estar solos, tiempo para meditar, y cuando se
cansaban de meditar, sus mentes les quedaban «en blanco» y
así los más grandes pensamientos del «más allá», podían pe -
netrar en sus cerebros.
¿Por qué no nos ejercitamos diariamente? Podemos estar sen -
tados o recostados, mientras nos sintamos cómodos. Dejemos
que nuestra mente esté en reposo. Recordemos, «Estáte callado y
conoce que Yo soy Dios», y otra sentencia, «Estáte en silen cio
y sa be qu e Y o est oy dent r o». Ejer cit ém onos de est a ma nera:
permanezcamos libres de pensamientos, de preocupacio n e s o
dudas, y notaremos que, en el intervalo de un mes,
estaremos más equilibrados y llenos de ánimo, seremos abso -
lutamente otra persona.
No podemos termin ir esta lección sin referirnos una vez más a
las reuniones y a la vana palabrería. En algunas escuelas de
u r ba ni da d mu nda na se enseña qu e debem os cu lt iva r la
conversación superficial, si queremos ser unos buenos anfitrio -
nes. La idea en cuestión parece consistir, aproximadamente, en
que los invitados no deben ser dejados ni un momento en si-

109
lencio, en el caso de que los pensamientos de los mismos sean
sombríos y su aspecto exterior agitado. Nosotros, al contrario,
sabemos que proporcionando silencio les procuramos uno de
los más preciosos bienes de la Tierra, porque en el mundo mo -
derno el silencio no se encuentra en parte alguna; el tráfico es
constante y estruendoso; el continuo zumbido de los aviones
sobre nuestras cabezas y, por encima de todo, el trompetear in -
sensato de la radio y la televisión, forman un clima de estrépito
insoportable. Esto puede provocar una nueva caída del Hom -
bre. Nosotros, proporcionándonos un oasis de quietud, pode -
mos hacer mucho para nosotros mismos y por la humanidad,
amiga nuestra.
¿Queréis intentarlo por un solo día, y veréis la tranquilidad
q u e se a l ca nz a ? O s d a r é is c u e nt a d e lo p oc o q u e h a y q u e
hablar. Decid solamente lo indispensable y evitad lo sin
interés, lo que es puro comadreo y charla. Si lo hacéis de una
manera consciente y deliberada, quedaréis sorprendidos, al
cabo del día, de lo que normalmente habláis sin que tenga el
menor interés ni significado.
Hemos visto una gran cantidad de cosas acerca de la charla y
del ruido, y si queréis practicar el silencio, os habréis dado
cuenta de que, en este punto, tenemos toda la razón. Varias
de las órdenes religiosas son órdenes de silencio; religiosos y
monjas obedecen al mandamiento del silencio. Los superiores
lo han ordenado, no como un castigo, sino porque saben que
solamente dentro del silencio podemos percibir las voces del
Grande Más Allá.
Lección decimotercera

¿Quién, una vez u otra, no ha pensado en «qué sentido tiene


esta vida terrenal»? ¿Es indispensable el tener que afrontar
tantos sinsabores y trabajos? La verdad, sin duda, es que tie -
nen que existir los sufrimientos, las estrecheces y las guerras.
Ponemos demasiado interés en las cosas de este mundo;
tendemos a pensar que nada hay tan importante como la vida
sobre la Tierra. La verdad es que, sobre la Tierra, no somos
nada más que unos actores sobre la escena, cambiando el ves -
tuario al compás de nuestros papeles y, al final de cada acto,
r et irá ndonos por un rato, pa ra com pa recer en el sig uiente,
vestidos con otras trazas.
Las guerras son necesarias. Sin ellas, el mundo sería rápida -
mente superpoblado. Son necesarias porque ofrecen ocasiones
para el sacrificio de sí mismo y para que el hombre se eleve,
por encima de los límites de la carne, al servicio de los
demás. Miramos la vida como es vivida en este mundo, como
si fuese la única cosa importante. En realidad, es la cosa que
importa menos.
Cuando existimos como espíritus, somos indestructibles. So -
mos inmunes a las penas y enfermedades. Por eso el espíritu,
que necesita ganar experiencia, ocasiona un cuerpo de carne y
hu eso — u n cu er po q u e es u na ma sa de pr ot opla sm a a ni -
mado — para que así pueda aprender las lecciones de la
experiencia. Sobre la Tierra, el cuerpo es como un títere, sal -
t a ndo y da nza ndo a la s ór denes del Su per - y o qu e, a tr a vés
de la Cuerda de Plata, ordena y recibe mensajes.
Por un momento, miremos las cosas de una manera más bien
diferente — ¿no es así? —. Una persona que llega a la Tierra
por vez primera, quizás es una criatura inerme, algo parecido a
un recién nacido, incapaz de hacer planes por sí mismo. Por
consi gu ient e, l os pla nes se los deben hacer otra s per sona s.
Por ahora no hay que preocuparse de los que aún se encalen-

111
tra n por evolu ci onar ; por qu e si el lector se encuent ra estu -
di a ndo est e cu r so, ello sig nifica qu e se ha lla en u n est a do
de su evolución que le capacita para planear más o menos las
cosa s q u e l e fa l ta n por a pr ender . Exa m inem os cóm o se en -
cuentran las cosas antes de que un individuo regrese sobre
la Tierra.
U n i ndi vi du o — un ser — ha r eg r esa do a l Su per -y o, en los
planos astrales, de vuelta de su vida terrenal. Este ser habrá
visto todos los errores y faltas de esta vida y habrá decidido
— solo o tal vez en compañía con otros — que ciertas lecciones
no han sido a prendidas y que hay que volver de nuevo. De
manera que se han hecho planes para que este ser, esta enti -
dad, pueda ingresar nuevamente en un cuerpo físico. Se hace
una investigación para hallar unos padres que ofrezcan las ne -
cesarias facilidades en relación al tipo de medio familiar que es
requerido. Esto es: una persona que está acostumbrada a ma -
nejar dinero, tiene que nacer de padres ricos; en cambio, si
una persona tiene que subir «del arroyo», será hijo de padres
pobres indispensablemente. Podrá nacer estropeado o ciego;
depende de lo que tiene que aprender en la vida.
Un ser humano sobre la Tierra viene a ser lo que un niño en
la clase de un colegio. Pensemos en términos colegiales. El
niño está con una serie de compañeros de clase. Supongamos
q u e, por la r az ón q u e sea , est e chico det er m ina do no ha ce
lo que debería, y al final del curso hace un triste papel en los
exámenes. Los profesores, ante esa conducta, deciden que no
está preparado para ascender al grado superior inmediato. Este
chico, cuando llegan las vacaciones, se encuentra con la amarga
verdad de que le será preciso, cuando terminen éstas, repetir
el curso.
Al reanudarse las actividades escolares, el chico que no tiene
aprobado el curso repite sus estudios, las mismas lecciones,
para tener nuevas oportunidades; mas, todos aquellos que han
estudiado con más asiduidad, adelantan y son admitidos en un
grado superior, y tal vez sean tratados con más consideración
por sus maestros, porque son muchachos que se han esforzado,

112
qu e han domi na do las lecciones y ha n rea lizado pr og resos.
A qu el qu e se ha q u eda do at r á s se sient e r espon sa ble a nt e
los nuevos alumnos, v tiende a darse importancia, con el fin de
hacer les ver que si no pa só a u n grado super ior fue porqu e
no le importaba. Si al final de su curso el chico no muestra
ningún signo de haber hecho progresos, puede ser muy
bien que los profesores tengan una reunión y pueden in -
cluso decidir que el chico es de una mentalidad inferior, en
cuy o caso se l e recomienda qu e vaya a u n tipo difer ente de
escuela.
S i l o s c h i c o s d e l c o l e g i o c u m p l e n c o n s u d e b e r y r e a l iz a n
progresos satisfactorios en sus estudios, entonces llega el mo -
m ent o en q u e t i enen q u e deci dir q u é dir ecció n qu ier en em -
prender en su vida. e Quieren ser médicos, abogados, carpin -
teros, chóferes de autobús? Sea como quiera, tienen que
realizar los estudios necesarios. Un futuro médico se ve obli -
ga do a r ea liza r estu dios diferentes que un futu ro chófer de
autobuses. Consultando con los profesor es, dichos estudios
son efectuados por los discípulos.
Igual sucede con el mundo del espíritu; antes de que un ser
humano nazca, algunos meses antes de su nacimiento, en algún
sit io del mu ndo espiritu al, se hace una confer encia. El qu e
ti ene que ent rar en u n cu er po hu mano discut e con sus con -
sejeros el modo de aprender determinadas materias, lo mismo
q u e u n e st u d i a nt e de la Ti er r a d is cu t e c óm o d eb e r ea liz a r
sus estudios para obtener las calificaciones deseadas. Los con -
sejeros espirituales tienen facultad para decidir de qué forma
el futuro estudiante de la escuela de la vida será hijo de una
det er mi na da pareja matr imonial, o ¡t al vez libre! Sigu e u na
discusión sobre las materias de las que tiene que ser instruido, y
las pruebas por las cuales tiene que pasar; porque es una
triste evidencia que las penas enseñan más que las dulzuras.
Aqu í ha y qu e ha cer notar que el qu e una persona ocu pe en
esta vida una situación servil no significa que ésta sea inferior
en el mundo del espíritu. A menudo se da el caso de que per -
sonas que desempeñan funciones bajas, debido a las enseñanzas

113
qu e deben asimi lar , en la vida futura será n personas de la
mayor categoría.
Es lástima que sobre la Tierra una persona es estimada por la
canti da d de diner o qu e posee o por lo que son sus padres;
esto, ciertamente, es trágicamente absurdo. Equivale a juzgar
un muchacho en la escuela por el dinero que tiene su padre,
en vez de juzgar al chico por sus propios progresos escolares.
Repetimos una vez más que nadie ha sido capaz de llevarse
ni un céntimo más allá de la barrera de la muerte; pero
todos los conocimientos adquiridos y todas las experiencias se
a l m a c en a n y no s a co m p a ña n en la vi da d el m á s a llá . A s í,
todos aquellos que creen que por tener millones les va a ser
guardado un asiento preferente en el cielo, van por el camino
de llevarse un triste y desagradable desengaño. Dinero, posi -
ción, raz a o color no im porta n en lo más m ínim o. Lo ú nico
importante es el grado de espiritualidad que cada cual haya
alcanzado.
Volveremos a nuestro espíritu, a punto de entrar en una nueva
encarnación; cuando se le han hallado unos padres adecuados,
ent once s el espí r i t u ent ra r á en el cu er po en for m a ción del
i nfa nt e por na cer , y con la ent r a da en a qu el cu er po sobr e -
vendrá una instantánea cancelación de la memoria consciente
de toda la vida anterior . Ser ía , en efect o, u na cosa ter rible
que el niño tuviese un recuerdo vivo de quién él había sido,
tal vez muy pr óxim a, íntima ment e vincu la do con su ma dr e o
su padre. Sería trágico y triste que el niño pudiese acordarse de
haber sido un gran rey, mientras ahora es un pobre entre los
más menesterosos. Por esta razón -- entre varias otras— es
un acto caritativo que las personas corrientes no se puedan
a cordar de sus vi da s pasadas; pero una vez habrá n pa sa do
de su vida presente y vuelto al mundo del espíritu, todo,
absolutamente todo, es recordado.
Muchas personas observan estrictamente el viejo mandamien -
to: «Honrar padre y madre». Si bien éste es, evidentemente,
u n sent i m i ent o mu y la u da ble, ha y q u e poner bien en clar o
que muchísimas personas, en la Tierra, no volverán a ver nunca

114
más a sus padres cuando entren en el mundo espiritual. En
l os vi ej os dí as del mu ndo, era necesar io qu e los sacer dotes
h i c i e s e n t o d o l o p o s i b l e p a r a g a n a r la c o o p e r a c i ó n d e l o s
padres, a fin de que los jóvenes de ambos sexos no dejasen la
tribu, puesto que la prosperidad de ésta dependía del número
de jóvenes que la componían. Cuanto más numerosa era, más
fácil ment e podí a dom inar a las pequ eñas tribu s. Así es que
los sacerdotes exhortaban a los hijos a que obedeciesen a sus
padres, mientras que éstos obedecían a los sacerdotes.
Afirmemos de un modo rotundo que hemos de prestar nuestro
a se nt i m i e nt o a l p r e ce p t o de q u e lo s pa dr es t ie ne n q u e s er
«venerados», con tal de que lo merezcan. Es cierto que si un
padre o madre son explotadores malhumorados o tiranos, éstos
han perdido todo derecho a ser «venerados». De ningún
modo es necesaria la obediencia de esclavo que muchos hijos
tienen a sus padres. Algunos hijos son ya adultos, y casados,
llevan va vivida media centuria de su vida y todavía tiemblan
de miedo o aprensión ante el nombre de sus padres. A menudo
eso conduce a una neurosis, y, en vez de provocar arnor, se
pr odu ce t em or y ma l disim u la do r esent im ient o. A sí y t odo,
estos hijos — que pueden pasar de los cincuenta o más años —,
se sienten culpables porque han sido criados bajo el precepto
de «Honrar padre y madre».
Para estos tan afligidos nos gustaría decir de un modo abso -
lut ament e definit ivo, con toda fir meza , que si nos sent im os
desgraciados con nuestros padres, no los volveremos a ver en
el mundo del espíritu. En aquel mundo reina la ley de la
A r m oní a , y es a bsolu ta m ent e im posible pa r a t oda s la s per -
sonas encontr ar se con otr a qu e les sea incom pa tible. I gual -
mente, si estamos casados y unidos con nuestra pareja sólo
por un casamiento de conveniencia, que no nos atrevemos a
r om per por el qu é dir á n los vecin os, ja má s nos volver em os a
ver con nuestra pareja en el mundo espiritual, a menos que
uno de los dos cambie y se establezca de este modo una com -
patibilidad.
Lo repetimos para que no se den malas inteligencias: Sí voso-

115
tros y vuestros padres sois incompatibles, si no existe mutua
comprensión, si no os sentís felices juntos, si no existe afini -
dad, no os encontraréis en ningún otro plano de la existencia.
Lo mismo se puede decir de los parientes o de los cónyuges.
Tiene que haber compatibilidad y completa armonía para
encontrarse de nuevo. asta es una de las razones que tiene
el espíritu para deber encarnarse en un cuerpo físico; porque
sólo en el cuerpo físico pueden ponerse en contacto dos seres
antagónicos para que puedan alisarse las aristas vivas entre
sí, alcanzando un real y mutuo entendimiento.
Má s a del a nt e, en ot ra lección, t ra t ar em os del pr oblem a de
Dios o de los dioses, y de las diferentes formas de las creencias
religiosas. Los seres humanos piensan, erróneamente, ser la
m á s i m po r t a nt e d e la s f or m a s de e xi st en ci a . Es t o es e q u i -
vocado del todo, y muchas veces se trata de una idea alimen -
tada por las religiones organizadas. El pensamiento religioso
ense ña q u e el H om br e es cr ea do a im a g en y sem eja nz a de
Dios; por lo tanto, si es así, no cabe creer en nada más alto
que el Hombre. Lo real es que en otros mundos hay algunas
altísimas formas de vida. Dios no es un viejo señor benévolo,
que nos observa amablemente a través de las páginas de algún
libro. Dios es un ser muy real, un Espíritu viviente que nos
g u ía a todos, per o no indispe nsa blem ent e en la for m a q u e
nos ha sido enseñada.
P or ú l t i m o, al es t u di a r es t a l ec ci ó n he m o s d e fi ja r n os e n
nuestras relaciones con nuestros padres, nuestros compañeros,
nuestros deudos. ¿Nos sentimos felices a su lado? ¿De veras?
¿O vivimos apartados de ellos? ¿Podemos imaginarnos vivien -
do con alguna de esas personas continuamente, por toda la
vi da ? Recor dem os qu e, cua ndo íba m os a la escu ela , ha bía
una serie de personas en la clase, junto con nosotros, además
de l os pr ofesor e s. Tenía m os q u e r espet a r a est os últ im os;
pero no estaban continuamente asociados a nuestra vida, su
medida era temporal; se trataba de gente empleada para vigi -
lar nuestra formación. Nuestros padres igualmente son indi -
viduos que hemos elegido — con su permiso en el mundo

116
espiritual —, para que compartan e inspeccionen nuestro de -
sarrollo. Si una persona ama sinceramente a sus padres — v no
porque ningún mandamiento religioso se lo imponga — sentirá
sin duda un gran placer sabiendo que los hallará definitiva -
mente en «el otro lado». Las condiciones del más allá las
hemos de crear durante nuestro paso por la Tierra.
Lección decimocuarta

Todos estamos ansiosos de obtener cosas hechas por nosotros,


ofrecidas a nosotros. Probablemente cada cual confesará haber
pedido un auxilio. Es, evidentemente, una cosa humana bien
natura l, en su s problem as hu manos, el sent ir la necesidad
de una protección que nos venga de alguien fuera de nosotros.
El hombre se siente inseguro y necesita la imagen del «Dios-
Padre», de la «Madre», para sentirse protegido; para sentirse
como un miembro de la gran Familia. Pero, para recibir algo,
es preciso que nosotros antes hayamos dado algo por nuestra
parte. No se puede recibir sin dar previamente; porque el acto
de dar — la actitud de aquel que abre su mente — hace
posible para nosotros el ser receptivos a todos cuantos quieren
dar todo lo que nosotros necesitamos recibir.
Cuando decimos «dar», no nos referimos exclusivamente al dar
di ner o, au nqu e sea u sua l el da r lo, por cu a nt o es lo q u e la
m a y or pa r t e de per sona s nece sit a n por encim a de t odo. El
dinero, en nuestros días, representa una seguridad en las nece -
sidades; una liberación de los temores de la pobreza, del miedo
a nt e l a s v i s i t a s d e l os c ob r a do r e s . Se p u e de da r d in er o, y
hasta es una obligación en determinadas condiciones; pero el
«dar» también significa darse al prójimo, ponerse de todo
cor azón al ser vi ci o de los dem ás. Debemos, nos es preciso,
d a r d i n er o o bi en e s o a u x il io y c on so la ci ó n es pi r i t u a l es a
quienes lo necesitan. Repitámoslo; sin dar, no podremos
recibir.
Hay mucha confusión, en el mundo occidental, sobre los con -
ceptos de «dar», «recibir», «limosnas» y «pedir». Parece, para
esta gente, que hay algo degradante en el acto de pedir
auxilio de nuestro prójimo. Pero, en realidad, eso no es
c i e r t o. El di ne r o es m e r a m en t e u na c om od id a d q u e se no s
ofrece mientras estamos en este mundo, con el cual podemos
comprar felicidad y progresos mediante la ayuda a los demás,

118
en vez de esconderlo inútilmente bajo una bóveda de piedra,
en la sombra.
Est e mundo al que nos referimos es el del com er cio, donde
se mi den la s personas por el diner o qu e tienen en el banco y
por los signos exteriores de riqueza que muestran.
Este caballero brillantemente ataviado o esta señora que
der rocha par a su propia satisfacción — pa ra constr uirse la
propia fachada no son gente espiritual ni generosa; son
per sona s qu e g a sta n sin ning u na int ención de dar ; qu e no
r epara n en ga st os eg oíst as, sólo para qu e su propio «ego»
s e si en t a a si st i d o. E n e l m u nd o o cc id e nt a l , u n h om br e e s
considerado por lo que su mujer gasta en vestuario y joyas;
p or el c oc h e m á s o m e no s lu j os o q u e p os ee ; so br e la ca sa
que ocupa; ¿pertenece a tal o cual club? Entonces será una
persona distinguida -- sólo los millonarios pueden ser socios
de este Club—. D i g á m o s l o ot r a v e z , é s t e e s u n m u n d o d e
falsos valores, porque — hay que repetírselo uno mismo hasta
q u e se i nsta l e en el su bconsci ent e — ni u n solo hom br e ni
una sola mujer de los nacidos ha conseguido jamás un
céntimo ni un alfiler, ni ha logrado apagar una triste cerilla
en las aguas del río de la Muerte; todo lo que se lleva se
cifra en el contenido de su mente, el conjunto de sus experien -
ci a s, bu ena s o m a la s, g ener osa s o m ezq u ina s; aq u ello qu e
pueda ser destilado de las experiencias de la vida acá en el
suelo. Y el hombre que ha vivido para él solo, aunque sobre
la Tierra haya sido quizás un millonario, cuando llega «al otro
lado», no será más que un quebrado espiritual.
En el Este, es un espectáculo corriente el que la dueña de la
c a s a , a l a t a r d e c e r , v a y a a la p u e r t a y e n c u e n t r e a l m o n j e
vestido de su hábito, con su humilde bol de mendicante. Esto
f or m a u na p a r t e d e la v id a d e l os pa ís es Or i en t a l e s; t od a s
las amas de su casa, aun las más pobres que puedan soñarse,
han dejado aparte comida para el monje que pedía una
l i m osna de su g ener osida d. Se consi der a u n honor pa r a un
h og a r , e l q u e u n m on je l la m e a su pu er t a pi di en d o el s u s -
tento. Pero, al contrario de lo que se cree en Occidente, un

1 19
monje no es ningún parásito ni pedigüeño, ni un desamparado
qu e teme a l tra ba jo y prefier e vivir de la bonda d de su pr ó -
jimo. ¿Conocéis lo que son estas escenas del anochecer, en
los países del Este?
Puntualicemos que nos referimos, hablando del Este, a países
com o la I ndi a , donde es cor r ient e el socor r er a los m onjes
mendicantes, como lo fue en la China y el Tibet antes de que
l os com unista s l lega sen al poder. Im aginémonos, pu es, u n
v i l l o r r i o en l a I n di a . La s s om br a s d el a t a r d ec e r ca en y se
alargan por el suelo. La luz va adquiriendo un azul morado,
las hojas del baobab susurran levemente a medida que
llegan las brisas de las montañas del Himalaya. Calladamente
viene por el camino polvoriento un monje, vestido de andra -
jos, llevando todo cuanto posee en este mundo. Sus hábitos,
con sandalias en los pies y, en su mano, el rosario. Envuelve
sus espaldas su sábana, que le sirve al propio tiempo de lecho.
Otros pequeños objetos de su pertenencia se hallan alojados
en sus ropas; en su mano derecha lleva su bastón, no para
defenderse a sí mismo contra de los animales o los hombres,
sino para ir apartando las zarzas y las ramas que, de no lle -
varlo, le obstruirían el paso; también para conocer el fondo
de un río antes de intentar vadearlo.

Se acerca a una casa y, entretanto, busca en el seno de sus


há bi t os su ga st a do y r elu cient e cu enco de m a der a , viejo y
alisado por el uso. Al llegar a la casa, la puerta se abre súbi -
t am ent e y una mu jer se ha lla en el dint el con u n plat o de
comida en las manos. Ella mira modestamente al suelo; no al
monje, que sería una impertinencia; mira al suelo para mostrar
qu e es m odesta , reca tada y de buena repu tación. El m onje
se le acerca, teniendo su cuenco con las dos manos. Es
sabido que en Oriente siempre se coge un cuenco o una
copa con ambas manos, ya que, empleando una sola, se
mostraría «desprecio» a la comida; la comida, como preciosa
que es, merece la atención de las dos manos. De esta manera,
el monj e aguanta fir mement e su cu enco con am ba s manos.
La mujer vierte una cantidad generosa de comida y luego se

120
ma rcha . N o se ha n ca mbia do una sola palabra, ni u na sola
mirada, porque el dar de comer a un monje es un honor y no
una carga; darle de comer es pagar en una pequeña medida
la deuda que la gente laica siente tener para con aquellos que
viven dentro de las órdenes sagradas.
La mujer de la casa siente en su corazón que ella y su hogar
h a n si do pa g a d os po r q u e u n s a n t o va r ón h a l la m a do a s u
puerta; siente que este tributo le ha sido pagado por sus
gu isos; se pregu nta si alg ún ot ro m onje ha t enido palabras
amables sobre la comida que ella le preparó, y esto ha sido la
razón de la reciente visita del recién venido. En otras casas,
otras mujeres tal vez estarán mirando más bien celosas, detrás
de las cortinas de la ventana, pensando por qué no han sido
ellas favorecidas con la visita de aquel monje.
C on su cu enco l leno hasta el bor de, el m onje se aleja poco a
poco, llevando la vasija con ambas manos, y marcha por la
senda por donde ha venido, en busca del techo de algún árbol
amigo. Allí se sentará, como ha estado sentado la mayor
parte del día, y disfrutará de su comida vespertina, la única
en t odo el dí a . Los m onjes no com en sino lo pr ecis o, viven
frugalmente y se alimentan con lo preciso para conservar sus
fuerza s y su sa lud; ma s, no lo ba sta nt e para volver se unos
g lot ones. Dema si ada com ida impide el pr og reso espiritu al;
comidas demasiado sazonadas, fritos, desequilibran la salud
física. Hay que vivir como viven los monjes, comer lo su -
ficiente y no más. Comer sencillamente para que el cuerpo se
nutra; pero no ricamente, de manera que la mente esté ahíta y
el espíritu prisionero del barro.
Hay que explicar que el monje a quien le han dado su comida
no debe sentirse necesariamente vencido por la gratitud.
D esde u n ti em po i nm em or ia l u n camino de vida ha surg ido
en el Oriente; un monje recibe su alimento como un derecho;
no es un mendigo ni una carga; no es ni un ocioso ni un
parásito.
D u ra nt e el dí a , ant es de la com ida ves per t ina , el m onje se
ha sentado horas y horas bajo un árbol, a la disposición de

121
quien pasa por su camino, de quien necesita sus servicios.
Aquellos que necesitan un consuelo espiritual pueden consul -
tarle para su auxilio, como los que tienen relaciones que son
malas, como los que necesiten urgentemente que les escriban
una carta. Algunos, también, acuden a ver al monje para que
les diga si tiene algunas noticias de seres por ellos queridos; el
monje continuamente viaja de una ciudad a la otra, a través de
la región, que recorre de un extremo al otro. Y el monje
ofrece sus servicios libremente sin que necesite nada para
él, sin que importe la duración del favor que se le ha pedido.
E s u n sa nt o va r ó n y u na pe r s on a ed u c a d a ; l e c on st a q u e
muchos de los aldeanos que le necesitan y que él ayuda con
todo corazón, no pueden pagarle puesto que son demasiado
p ob r e s ; po r l o t a nt o e s r ec t o y ju st o, y a q u e lo q u e él ha
estudiado para adquirir conocimientos personales y que puede
proporcionar consuelos espirituales a las personas, le impide
disponer del tiempo suficiente para dedicarse a un trabajo
manual con que sustentarse; existe por parte de las personas
del paí s el pr ivil eg io y el honor de auxiliarle a su vez y pa -
garle en una pequeña proporción con el manjar que él necesita
para conservar su cuerpo y su alma reunidos.
Después de comer, el monje reposa un rato y luego, ponién -
dose de pie y limpiando su bol con arena fina, empuñará su
bastón y caminará dentro de la noche, viajando muchas veces a
la luz de la resplandeciente luna tropical. El monje se
desplaza lejos y de prisa, durmiendo poco. Es un hombre res -
petado por todos los países budistas.
Todos nosot ros, tam bién, hemos de da r para qu e podam os
recibir. En tiempos lejanos del pasado, era una ley divina el
q u e t odos debí a n da r u na décim a pa r t e de su s pose sion es o
bienes obtenidos. Estas décimas partes se llamaban «diez -
m os», y pr ont o for m a r on u na par t e int eg r a l de la vida . En
Inglaterra, por ejemplo, la Iglesia podía reivindicar un diezmo
de toda propiedad y de todos los bienes que poseía una
persona. Ese dinero servía para la conser vación de los tem -
plos y para el estipendio de los beneficiados eclesiásticos. Es

122
interesante añadir que, hará cosa de unos diez años, en
Inglaterra se dieron muchos casos en que los herederos de pro -
p i e da de s t er r i t or i a l es a cu d ie r o n a l a a d m i ni st r a c ió n d e la
justicia pidiendo que se les exonerase del pago de los diezmos a
la Iglesia anglicana. El caso promovió una gran conmoción en
los tribunales del país. Los mencionados herederos alegaban que
el tener que pagar la décima parte de sus rentas les arrui naba.
En realidad, ya estaban arruinados no pagando volun -
tariamente; puesto que, en este caso, más vale no pagar
nada.
Actualmente, los niveles de vida son completamente distintos de
los de años atrás. Ya no se vive del diezmo, ni éste se
pa g a ; y es una lá st im a . Es esencia l, si se qu ier e pr og r esa r
espiritualmente, que uno «dé» algo por el bien de los demás —
y espe ci a l m ent e, el «da r » por el bien de los dem á s a tr a e
mucho bien sobre uno mismo —. En resumidas cuentas; sólo
podem o s pr og r esa r y ser ay u da dos si ay u da m os a nu est r o
prójimo.
N os dam os cu ent a de q u e exist e u na ca nt ida d de hom br es
de negocios dotados de cabezas sólidas, y unas inclinaciones
religiosas no muy notables, que voluntariamente dan una dé -
cima parte de sus rentas para el bien de los demás — y, en el
fondo, para su propio bien particular —. Hacen esto porque
son religiosos y la experiencia comercial les enseña que así
«tirando su pan sobre las aguas», éste les vuelve multiplicado
por mil.
Los prestamistas de moneda — que en varias partes del mundo
son conocidos como «corporaciones financieras» — no siempre
se caracterizan por su espiritualidad ni por su generosidad;
de modo que nos parece que si uno de estos personajes posee la
suficiente fe en los «diezmos» es señal que debe de haber
algún provecl-r) en su cumplimiento; y conocemos a varios de
esos caballeros de cabezas sólidas que se hallan en este caso.
Las leyes ocultas se aplican a lo no espiritual como a lo que
es espiritual. No importa si una persona lee una cantidad de
libros espirituales. Esto no hace espiritual a la persona. Tiene

123
que ser leyendo y desengañándose en la meditación que lle -
gamos a ser e Tirituales. Lo que se lee puede pasar ante
nuestros ojos y desvanecerse en el aire sin haberse fijado en
las células de la memoria del cerebro; sin embargo, una tal
persona se tiene a sí mismo por «una gran alma» y se cree de
veras que está realizando progresos. En realidad, acostumbra a
ser un gra n egoísta , na da am igo de ayudar a los demá s,
incluso cuando, ayudándolos, se quiere ayudar grandemente a
sí mismo.
Repetimos de nuevo que es de justicia y razón que una per -
s on a a y u d e a l o s ot r os . E nt r e o t r a s c os a s , es m u y ú t i l a l
dadivoso.
El diezmo consiste, como hemos dicho, en una décima parte.
También significa un camino de vida, porque si uno da, uno
recibe. Tenemos presente una persona que ayudó mucho a los
d em á s ; a y u d a q u e l e c os t ó m u c ho di ne r o , p a s os y co no ci -
mientos especializados. Tan pronto como una contrariedad
se le disipó, a esta persona, otra serie le cayó encima, como
un vuelo de estorninos sobre un campo recién segado. Deci -
m os: «Pa ra r ecibir , a ntes ha y qu e dar». La per sona que de -
cimos estaba muy ofendida y nos hizo saber que él era
sumamente generoso y había hecho todo lo posible para
a y u da r a l os de m á s, c om o la p r e ns a l oc a l l o a t es t ig u a b a .
N u est ra obj eci ó n es qu e si u na per sona t iene qu e ver su s
buenas acciones referidas «en la prensa local», esta persona
no sigue el mejor camino.
Hay varias maneras de dar. Podemos, además de la décima
parte de nuestras rentas para auxiliar al prójimo, ayudar a
los demás en sus necesidades espirituales, o procurándoles
el necesario consuelo en las malas temporadas que les caigan
e nc i m a . L o m i sm o q u e u n ne g o ci o t om a u n g ir o m á s fa vo -
rable, cuando prospera, también nosotros personalmente expe-
rimentaremos un giro favorable en nuestras cosas, que nos
marcharán mejor.
Tenemos que dar para auxiliar al prójimo y para auxiliamos a
nosotros mismos.

124
Es inútil rogar que algo nos sea concedido, excepto si antes
hemos demostrado que éramos merecedores de ello, ayudando a
quienes lo necesiten. Practiquemos la generosidad, el dar a
q u i en l o ha m e ne st er ; d ec i da m o s lo q u e p od em os da r y e l
cuándo y el porqué; pongámoslo en práctica por tres meses. A l
cabo de este tiempo nos sentiremos más prósperos en
espiritualidad, o en finanzas, o en ambas cosas a la vez.
Estudiad todo lo dicho; volvedlo a meditar, y tened presente
estas dos máximas: «Dad, para poder recibir» y «Tirad vuestro
pan a las aguas...».
Lección decimoquinta

Es una vieja costumbre, extendida por todo el mundo, guardar


en algún desván «recuerdos queridos», que se conservan allí
com o «pr enda s del pa sa do». Mu chas veces, ésta s du er men
allí, semiolvidadas, hasta que, por lo general buscando cual -
quier otra cosa, trepamos por los escalones, que suelen ser
i nc óm od o s , y r o nd a m os po r e l de s vá n ll en o de po lv o y de
moho, repleto de telarañas, todo en la penumbra.
Ahí tenemos un viejo maniquí de modista que nos recuerda e l
paso irremisible del tiempo, porque un vestido hecho
sobre ese maniquí no nos caería bien en absoluto. En otro sitio,
una caja o unas cuantas de viejas cartas. ¿Cuáles son? Sus
p a q u e t e s s on a t a do s c on u na c in t a a z u l. .. ¿ T a l ve z r os a ? A
medida que vamos mirando se nos agolpan cosas olvi -
dadas, m em or ias l lena s de a fect os, y, algu na s de ellas, de
tristezas.
¿Rondáis mucho por vuestro desván? Vale la pena visitarlo a
menudo, porque muchas cosas útiles se amontonan en los
desvanes; cosas que nos devuelven recuerdos nuestros y acre -
cen nuest ros conocim ientos g ener ales. Problem as qu e nos
parecieron en días pasados difíciles, son borrados en un mo -
m en t o y s i n e sf u e r z o a lg u n o p or n u e st r o s co no ci m i e nt os
recién aprendidos, por experiencias ganadas: lecciones apren -
didas a través del paso de los años.
Per o, en esa lección concr et a, no pedim os al discípu lo qu e
vaya a su desvá n pa rticu lar ; le insinu am os que venga con
nosotros y que nos siga por los tortuosos tramos de la escalera
de madera con la barandilla al lado, trepando por los peldaños
crujientes, como si a cada punto se tuvieran que romper...
pero no se romperán. Entre con nosotros a nuestro desván,
busque a su alrededor, porque esta lección y la siguiente
versarán sobre los cuartos de nuestro «desván». En él se en -
cuentran toda suerte de pequeñas piezas de información que

126
no llenan necesariamente toda una lección aparte, pero que
son de un indiscutible interés y valor para nosotros. De
ma nera qu e, pensemos en nuest ro ático, prosiga mos la lec -
tura y veamos todo cuanto se aplique a nosotros, todo
cu a nt o a cl a r e peq u eña s du da s q u e t enem os y q u e nos ha n
asaltado y atosigado por algún tiempo.
Curioseamos aún un poco mientras preparamos esa lección;
huroneamos por algunos rincones al azar, planteando algunas
t eo r í a s y l e va nt a n do nu b es d e po lv o. C on ce nt r é m o no s , d e
momento, sobre aquellas personas que se concentran excesi -
vamente. Sabemos que se puede trabajar con exceso; v, aun -
que no nos sea desconocido el viejo refrán, que dice: «A nadie le
ha matado un trabajo, por demasiado duro», sostenemos que un
exceso de trabajo para concentrarse hace viajar, al individuo que
lo practica, hacia atrás. Durante nuestro trabajo recibi mos
continuamente cartas de estudiantes, que nos dicen: «Me
esfuerzo tanto, me concentro y vuelvo a concentrarme, y todo
l o q u e ga no es u n dolor de ca bez a . N o obt eng o ning u no de
los fenómenos que usted menciona».
He aquí uno de los «recuerdos» que podemos hallar exa -
minar un rato: Una persona puede muchas veces esforzarse
c on ex ce s o. E s u n de f ec t o d e la h u m a ni da d, o t a l ve z m á s
exa ct ament e, u n defecto del cer ebro huma no el qu e, si nos
esforzamos excesivamente, no realizamos ningún progreso; el
esforzarse con demasiado ahínco engendra una corriente nega -
tiva. Todos conocemos personajes machacones que se pasan la
vida esforzándose sin descanso; y ese exceso de esfuerzos no
les conduce a ninguna parte, sino a un perenne estado de
confusión y de duda. Cuando sobrecargamos nuestro cerebro,
eng endr a m os un exce so de ca r ga eléct r ica qu e inhibe todo
pensamiento.
Au nque puede ser muy bien que no seam os ingenier os elec -
t r i ci st a s, t enem os q u e r econo cer qu e si la elect r icida d y la
electrónica se empleasen en el estudio de los cerebros huma -
nos, se facilitarían dichos estudios sobremanera. El cerebro
humano tiene mucho que ver con los aparatos electrónicos.

127
¿Sabéis, por ejemplo, cómo trabaja un tubo ordinario de la
radio? Se trata de un filamento que se calienta por medio de
u na bat er í a , o por la cor r ient e eléct r ica g ener a l. Est e fila -
mento, una vez calentado, emite electrones de una manera
completamente anárquica. Los electrones se escapan; su ma -
nera de fluir recuerda las masas alocadas que van a ver un
partido de fútbol. Si a esos electrones se les permitiera mo -
ver se si n contr ol algu no, ser ía n inút iles pa ra la radio o la
electrónica. Un tubo nos proporciona un envoltorio de vidrio.
El filamento, dentro de éste, manda electrones en direcciones
opuestas; pero esto igualmente nos sería inútil; es preciso que
todos esos electrones sean recogidos en lo que se llama una
«l á m i na » q u e est á en inm edia t o cont a ct o con el fila m ent o.
Pero si todo acabase aquí y el proceso de la recogida de los
electrones fuese caprichoso, incontrolable, habría confusión
en el programa de la radio o cualquier otra cosa que intentá -
semos recibir. Entonces, los ingenieros idearon que, interpo -
ni endo ent r e el fi l a m ent o y la lá m ina lo q u e lla m ar on u na
«reja» e introducían en ésta una corriente negativa, podrían
dominar el torrente de los electrones entre el filamento y la
p l a ca . A s í , es a «r ej a » , q u e lo es lit er a lm en t e — a m e nu do
fabricada de una malla de alambre —, actúa en un sentido
oblicuo.
Si la aplicarnos excesivamente, los electrones no pueden
l l e g a r a l a pl a c a , po r q u e la « r e ja » lo s r ep el e . A lt er a n do el
á ng u l o de l a «r ej a » ha sta lo q u e sea pr eciso , obt enem os el
control deseado.
Volvamos a nuestro cerebro antes de que nos canse la radio.
Cuando nos concentramos demasiado, en realidad inclinamos
nuestro cerebro «sobre un problema»; entonces puede ser que
apliquemos una reja negativa, con el efecto consiguiente de
inhibir totalmente nuestro pensamiento. Por eso no debemos
realizar esfuerzos excesivos. Por eso no debemos fatigarnos
en el esfuerzo, sino 11 con mucho tiento, recordando siempre
el viejo proverbio chino, «poco a poco se caza el mono».
Debemos emprender nuestra meditación de manera que no se

128
extenúe nuestro cerebro. Hay que hacer lo que buenamente se
pueda; seguir «la senda de en medio».
La senda de en medio es una senda or ient al de vida. Sig ni -
fica que no tenemos que ser demasiado malos; pero, por otra
pa r t e, ta m poco dem a sia do bu enos, sino a lg o q u e sea int er -
m edio. Si somos dem asia do ma los, la policía nos echar á el
guante, y sí demasiado buenos, seremos unos presumidos o
unos inadaptados sobre este mundo, ya que es un hecho real y
efectivo que hasta las grandes entidades que vienen a este
desdi chado mundo, m ient ras per ma necen en él, no son per -
fectos, ya que rada perfecto puede existir en este imperfecto
mundo.
Una vez más exhortamos a los que nos leen a que no se
esfuercen con exceso, sino que r ea licen esfu er zos con t oda
naturalidad, dentro de lo que es razonable y está en sus
fuerzas. No hay por qué ir de un lado para otro, haciéndose
esclavo de las cosas que dicen los demás. Hagamos uso del sen -
tido común, adaptándonos a cosas o a modos de ver que nos
convenga n. Podemos decir : «este vestido es colora do»; pero lo
podemos ver de modos distintos; para nosotros puede ser
rosa, anaranjado, o morado ligero. Depende de las condiciones
bajo las cuales lo vemos. La iluminación puede cambiar en un
caso y otro; nuestra sensibilidad puede ser diferente de la de
otras personas. Por lo tanto, no hagamos esfuerzos demasiado
violentos, no seamos esclavos de nada ni de nadie. Valgámonos
d e l s e n t i d o c o m ú n ; s i g a m o s p o r la s e n d a d e e n m e d i o ; e s
ésta la más útil de todas.
Sigamos por ella: es el camino de la tolerancia, del respeto de
los derechos ajenos y el de obtener que nos sean respetados los
nuestros. En Oriente, los sacerdotes y otras personas estudian
judo y otras formas de lucha, no porque dichos sacerdotes sean
combativos, sino porque estudiándolos aprendemos a dominar -
nos y a refrenarnos a nosotros mismos, y, por encima de todo,
nos enseña a saber ceder para vencer m ejor . C onsider em os
el judo: en éste, no tenemos que emplear nuestra propia
fuerza para salir vencedores, sino que empleamos la del con-

129
trario, para derrotarlo. Hasta una mujer insignificante, si sabe
judo, puede deshacer a un fuerte bruto que lo ignora. Cuanto
mayor sea aquel hombre y cuanta mayor acometividad ponga
en su ataque, será más fácilmente derrotado, ya que su fuerza
sólo le sirve para que caiga más pesadamente.
H a ga m os u so del j u do o de la fu er z a de lo q u e se opone a
nosotros, cuando se trata de resolver nuestros problemas. No
nos cansemos, ni nos lo quitemos de encima, o lo pasemos por
alto, cuando un problema se nos presente; eso es propio de
muchas personas. Muchas personas tienen miedo de mirarlo
cara a cara; prefier en orillarlo, intentando sondearlo sin ir
nunca al fondo. No importa lo desagradable que éste sea, ni lo
culpables que nos sintamos de una cosa; vayamos derecho a la
r a í z de nu es t r o p r o bl em a ; v ea m o s l o q u e n os t u r ba v n os
a su s t a en él . En t o nc e s , de s pu é s de h a b er di sc u r r i do c on
nosotros mismos todos los aspectos de aquel problema, «dur-
mamos encima», Si lo hacemos así, habrá pasado a nuestro
Super-yo, que tiene un entendimiento mayor que nosotros, ya
qu e él es u na gra n entida d, si lo com pa ram os con nuest ro
cuerpo humano. Cuando nuestro Super-yo, o incluso nues tro
subconsciente, pueden examinar un problema y encuentran una
solución, suelen hacer pasar esta solución a nuestra con -
ciencia, dentro de nuestra memoria; de manera que, al des -
pertar nosotros, podemos exclamar con alegre sorpresa que
hemos hallado la solución de lo que nos atormentaba y que ya
no nos atormentará más en lo sucesivo.
¿Os gusta nuestro desván? Vayamos por otro pequeño «teso -
ro», que yace bajo una capa de polvo. Es hora de que lo
desempolvemos y lo examinemos a la luz del día, que él ve de
nuevo. ¿Qué es este paquete? Desenvolvámoslo y veamos.
Demasiadas personas creen que el ser hoy de veras una buena
persona es lo mismo que ser un desgraciado. Piensan, muy
equivocadamente, que se tiene que ir por el mundo con una
cara triste y afligida, si se es «religioso». Esta clase de gente
se hor roriza de sonreír , no precisa ment e porqu e el sonr eír
provoca arrugas en el rostro, sino porque — y eso es mecho

130
peor — les produce grietas en la débil capa de sus creencias
religiosas. De todos es conocido de sobras el triste anciano que
tiene miedo de sonreír o le asalta un temor cuando se trata
de los más ligeros gustos de esta vida; no sea caso que tenga
que arder largamente en el infierno por una momentánea caída
de la gracia.
La religión, la verdadera, es una cosa alegre. Nos promete una
vida más allá de este inundo; nos promete la recompensa de
todos nuestros esfuerzos hacia el bien; nos asegura que no
existe la muerte, que no tenemos que preocuparnos para nada, ni
asustarnos de nada. Hav un temor a la muerte fuertemente
arraigado en muchos seres humanos. La razón consiste en que si
pu di ésem o s sa ber cuá nt os pla cer es nos pr epa r a la vida del
má s allá , más de uno esta ría tenta do de poner fin a su
p r o pi a ex i s t e nc i a pa r a ir a la f el ic i da d. E nt on ce s p a s a r ía ,
con el ser humano, lo que sucede al niño que se escapa de la
clase para hacer novillos, cosa que no le ayuda a hacer
progresos en sus estudios.
Si verdaderamente creemos en ella, la religión nos asegura que
cuando habremos traspasado los confines de este mundo, no
tendremos la compañía de las personas que nos incomodan
seriamente. No nos veremos obligados a soportar a todos aque -
llos que irritan nuestros nervios y nos afligen el alma. Rego -
ci j ém onos en l a r elig ión; por qu e si som os ver da der a m ent e
r el ig iosos, nuest ra r elig ión nos ser á u na causa de alegr ía y
una cosa que nos proporcionará motivos de júbilo.
Por mucho que nos pese, tenemos que confesar que muchas
de las personas que estudian ocultismo v metafísica, se
cuentan entre los peores enemigos de este gozo espiritual. Hay
ciertas capillitas — no queremos citar nombres — cuyos miem -
bros está n perfect am ente seg ur os de ser , sólo ellos, los ele -
g idos; el los, sólo el los, se salvará n para poblar su peq ueño
cielo. El resto de nosotros — pobres y mortales pecadores, sin
duda —, seremos destruidos de varias y muy penosas maneras.
No suscribimos en absoluto esta teoría. Estamos convencidos
de que lo esencial es el creer: esto es lo que importa. No

131
importa si se cree en una religión positiva o en el ocultismo;
hay que creer.
E l o cu l t i sm o n o e s m á s m i st er io so n i co m p li ca do q u e la s
t a bla s de mu l t i pl i ca r o qu e u na excu r sión por la hist or ia .
No es más que el estudio de diferentes cosas, las cuales no se
encuentran en el plano físico. No necesitamos ponernos en
estados de éxtasis si descubrimos cómo un determinado nervio
actúa sobre un determinado músculo, o cómo podemos encoger
uno de los pulgares del pie, ya que se trata de vulgares cosas
físicas. Siendo así, ¿por qué debemos ponernos en un estado
psíquico especial y pensar que hay espíritus reunidos a nues tro
alrededor, si aprendemos cómo podemos hacer pasar ener gía
etérica de una persona a otra?
Haga el lector el favor de tomar nota de que decimos «ener -
gía etérica», con terminología occidental, en vez de «grana», o
cualq ui er ot ro vocablo del Est e. Preferimos, escribiendo el
curso, emplear un vocabulario propio del lenguaje en que está
escrito.
A l eg r ém onos, pu est o q u e, a m edida qu e a pr endem o s má s
cosas sobre el ocultismo y la religión, vamos convenciéndonos
c a d a v e z m á s d e q u e la v e r d a d s o b r e u n a v i d a m a y o r s e
encuentra para todo el mundo más allá de la sepultura. Cuando
perecemos, simplemente dejamos nuestro cuerpo detrás nues -
tro, como se tiran los viejos trajes para que los recoja el basu -
r e r o . N o h a y n a d a q u e t e m e r n i e n l a m e t a f í s i c a n i e n la
religión, ya que si seguís la verdadera religión, a medida que la
conozcáis más, estaréis más convencidos de que se trata de
la verdadera religión. Aquellas religiones que prometen las
h og u e r a s i n fe r n a l es y la co nd en a c i ón si os de sv iá is de la
estrecha senda, no prestan un buen servicio a sus creyentes.
En tiempos antiguos, cuando el mundo era más o menos salva je,
era, tal vez, permitido esgrimir la «gran tranca» e intentar dar
un susto a las masas; hoy, el panorama es muy otro.
Todos los padres saben que es mucho más fácil dominar a sus
hijos con la dulzura que con amenazas constantes. Aquellos
padres que amenazan a sus hijos con llamar a los gu irdias

132
o al hombre del saco, o con venderlos, son causa de neurosis
entre la infancia y, más tarde, de razas enteras. Pero aquellos
padres que se imponen por la firmeza y la dulzura, y dejan que
su prole viva dent ro de la alegr ía, for ma n a los buenos ciu -
dadanos del mañana. Suscribimos de todo corazón el parecer
de aquellos que opinan que son precisas amabilidad y disci -
p l i na ; di sc i pl i n a q u e n u n ca pu ed e s ig ni fi ca r d u r e z a n i sa -
dismo.
Repitámoslo: regocijémonos en la religión; seamos los «hijos»
de nuestros «padres» que nos enseñan con amor, compasión y
comprensión. Dejémonos de las falsedades y bajezas del terror,
del ca st i g o, de l a s condena ci one s et er na s. N o hay na da de
esto; nadie es expulsado, exiliado del mundo espiritual. Todas
l a s p e r s o n a s p u e d e n s a l v a r s e p o r m a la s q u e h a y a n s i d o ;
nadie es rechazado. Los Anales Akáshicos, de los que trata -
remos luego, nos explican que si una persona es tan terrible -
m ente mala qu e nada pu eda hacer se en fa vor de ella por el
m om ent o, si m pl em ent e se la r et r a sa en su evolu ción, v se
le concede más tarde otra oportunidad para volver a un
nuevo «ciclo de existencia», igual que un chico que no se ha
tomado en serio su estudio, al cual se le suspende al fin del
cur so y no pasa al su perior inmediat o con su s compañer os
y tiene que repetir sus asignaturas de nuevo.
Sería inconcebible que un chico tuviese que ser cocido a fuego
l en t o o de vo r a do p or u n os d ia bl os ha m br ie nt os po r ha b er
faltado a clase y haber hecho novillos unas pocas veces. Sus
pr ofes or es l e podr á n r epr end er y ha bla r le con m á s dur ez a
de l a qu e él q u i si er a ; per o, a pa rt e de est o, no le t iene qu e
suceder ningún otro daño; y, si fuese expulsado de una escuela
particular, podría entrar en otra, o se las tendría, en último
caso, con las autoridades disciplinarias escolares; esto, en la
T i e r r a . S i p er de m o s u na o po r t u ni da d, no d eb em o s de sa ni -
m a r n os ; p od r e m o s si em pr e a lc a nz a r o t r a . E n Di os n o ha y
sadismo. Dios no nos quiere destruir, antes ayudar. Hacemos
un fuerte agravio a Dios si le creemos siempre al acecho para
destrozarnos o lanzarlos a los diablos que nos aguardan. Si

133
cr eem os en D i os, cr eem os en su m iser icor dia , por qu e cr e -
yendo en ella seremos objeto de ella, y nos sentiremos mise -
ricordiosos para con los demás.
Mientras acabamos ese tema, volvamos la mirada hacia una
caja, recubierta de polvo, espeso porque, según se ve, nadie
se ha bí a i nt er esado dura nt e a ños y años de su cont enido.
Abrámosla y veamos.
S e g ú n l o s A na l e s A ká s h i c o s , e l p u e b l o j u d í o e s u na r a z a
que, en una existencia anterior, no pudo realizar ningún pro -
greso. Hizo todo lo que no tenía que hacer y no hizo nada de
lo que tenía que hacer. Se abandonó a todos los placeres de la
carne, y sintió una gula excesiva por los manjares grasos y
pri ng osos; de maner a qu e sus cuerpos engordar on y em pa -
c ha r o n y su s e sp í r it u s no pu di er on r em on t a r se a l m u n do
astral por las noches, por hallarse prisioneros de sus gruesos
envoltorios carnales. Este pueblo que ahora llamamos «judío»,
no fue destruido ni condenado por una eternidad. En su lugar,
fueron obligados a un nuevo ciclo de existencia, del mismo
modo que se hace con los niños que no trabajan en la escuela y
son expulsados de ella: tienen que entrar en un nuevo
col eg io y volver a empez ar en cla ses difer ent es de la s ant e -
riores. Así sucedió con los judíos.
En los tiempos actuales hay mucha gente que se halla en el
primer ciclo de sus existencias individuales, y cuando entran
en contacto con los judíos se sienten intrigados, confusos y
llenos de temor. No entienden qué hay de diferente. Se dan
cuent a de que en el judío hay u n conocim iento que pa rece
no ser de la Tierra; lo cual provoca en todos aquellos, hombres y
mujeres, que todavía se encuentran en el primer ciclo,
maravilla y miedo. Y, a quien inspira miedo, se le persigue.
De modo que, siendo los judíos una raza vieja, se les persigue
porque tienen que realizar por segunda vez su ciclo. Muchas
personas envidian el saber de los judíos, y su capacidad de
resistencia. Y, a quien inspira envidia, existe una tendencia a
destruirle.
Pero, en realidad, no estamos tratando de judíos v gentiles,

134
sino de la alegría dentro de la religión; alegrías y gozos nos
ense ña n qu e no sa br ía ense ña r nos el t er r or . N o ha y na da ,
insistimos, de esos tormentos por una eternidad; nada que
nos cha musque la piel o nos haga sentirnos horr iblement e
abrasados para siempre. Examinemos nuestro pensamiento, lo
que se nos ha enseñado en estas páginas, y júzguese cuánto
más razonable es el que tengamos que experimentar alegría y
amor en nuestras creencias religiosas. No tenemos nada que ver
con un padre fer oz , siempre a pu nt o de azot arnos o de
sumirnos en eternas tinieblas. En su lugar, estamos en relación
con grandes espíritus que han existido durante el larguísimo
acontecer del pasado, antes que los seres humanos hubiesen
sido ni siqu iera i magina dos. Han exist ido du rante todo ese
tiempo; han asistido durante todo nuestro proceso, conocen
las respuestas y los problemas humanos y sienten compasión
de nosotros. De este modo, a base de uno de los «tesoros» de
nuestro desván, afirmarnos: «Regocijaos en la religión, sonreíd a
vuest ra reli gi ón, tened u n cálido amor a vu estr o Dios; no
importa con qué nombre le invoquéis, porque Él siempre
está dispuesto a mandaros ondas de salud, con tal que queráis
rechazar todo terror, todo espanto, fuera de vuestro sistema
religioso».
Pero ahora ha llegado el tiempo para vosotros de abandonar
nuestro desván y descender de nuevo las escaleras que crujen,
ba j o vu est r os pi es, de pu r o vieja s. Per o pr ont o — en la lec -
ción siguiente — os llamaremos para que nos vengáis a ver en
el desván otra vez. Nos hemos dado cuenta, echando una
ojeada general, que todavía yacen por el suelo y en las estan -
terías pequeños objetos que nos pueden interesar y, lo espero,
sernos de provecho. ¿Os veré en mi buhardilla la lección
siguiente?
Lección decimosexta

Otra vez nos hallamos en nuestro desván. Hemos barrido un


poco, y descubierto nuevos objetos curiosos. Alguno de ellos
t al vez podr á pr oy ect a r u n peq u eño ra y o de lu z sobr e u na
duda que tenéis desde hace un tiempo. Miremos esto, para
empezar; una carta que he recibido hace un tiempo. Dice...
¿Os la leo?

«Usted escri be mu cho sobre el m iedo; dice que no ha y que


temer nada, excepto al miedo. En su respuesta a mi pregunta,
usted me dice que es el miedo lo que me impide el progresar y
me mantiene estacionado. No soy consciente de tener miedo; no
me siento temeroso; ¿qué significa todo eso?»

Sí; es un problema muy interesante. El miedo: la sola cosa


que puede hacernos ir atrás. Dediquémosle un examen. Sen -
témonos, y hablemos del problema del miedo.
T od os no so t r os s en t i m o s ci er t o s m ie do s . Ha y q u ie n t i en e
miedo de las tinieblas, quien de las arañas o de las culebras, y
alguno de nosotros puede tener conciencia de sus temores; eso
es, tener temores conscientes. Pero — aguardad un mo mento
— nuestra conciencia es sólo una décima parte de no sotros
mismos; nueve décimas pertenecen al subconsciente.
Entonces, ¿qué pasa cuando el miedo reside en el subcons -
ciente?
A menudo hacemos cosas bajo impulsos ocultos. No sabemos
por qué hemos hecho determinada cosa. No hay nada en la
superfici e; nada a que podamos referirnos. Hemos actuado
i r r a ci ona l m ent e, y si va m os a u n psicoa na list a y nos a cos -
tam os en el sofá por hora s y más hora s, al fina l pu ede ser
arrancado de nuestro subconsciente que nuestro miedo procede
de alguna cosa que nos había sucedido cuando éramos muy
niños. El mi edo pu do ser escondido, oculto a nu estr o cono -
cimiento, trabajándonos, atosigándonos, lo mismo que unos

136
t er m es a u na edi fi ca ción de m a der a . El edilicio pa r ecía só -
lido, entero, a todas las inspecciones hechas precipitadamente
y, de la noche a la mañana, caería destruido por los termes.
Lo mismo pasa con el miedo. Este, no necesita ser consciente
para ser activo; es irás activo siendo subconsciente; porque
ignoramos que exista en nosotros, e ignorándolo, no hacemos
nada para combatirlo.
A través de la vida entera de todos nosotros, hemos sido
condi ci ona dos por det er m ina da s influ encia s . Una per sona
que haya recibido una educación cristiana ha sido enseñada que
ciert as cosa s «no se ha cen», son ta xativa ment e pr ohibidas.
En ca m bi o, g ent e de otr a r elig ión, cr ia da de u n m odo dife -
rente, se las permite. Así es que, en tratando la cuestión del
m i e do , he m o s de e st u d ia r l o q u e ha y d e f on do r a c ia l y d e
familia.
¿ O s a s u s t a v e r u n f a n t a s m a ? ¿ P o r q u é? S i la t í a M a t i l d e
era buena y generosa, y os quería afectuosamente en vida; no
hay razón al guna para suponer qu e os quiera m enos a hora
que ha pasado, más allá de esta existencia, para ir a grados
más altos. Siendo así, ¿por qué temer al fantasma de la tía
Matilde? Tememos al fantasma porque es una cosa ajena para
casi todos nosotros; porque nuestra religión nos enseña que
n o e xi st en t a l es f a n t a s m a s y q u e n o po de m o s ve r l os , a no
ser q u e u no sea un sa nt o, o cosa por el est ilo. Tem em os a
t odo l o qu e no ent end em os ; y es bien cier t o qu e si no exis -
tiesen pasaportes ni dificultades de comprender las lenguas
ha br í a m enos gu er r a s, y a q u e t enem os miedo de los r u sos
o de los turcos, o de los afganos, o de otros pueblos porque
no los entendemos, no sabemos «qué les va», o qué maquinan
contra nosotros.
El miedo es una cosa terrible, una enfermedad, una plaga, una
cosa que mina nuestro intelecto. Si sentimos una repugnancia
acerca de una cosa determinada, debemos ahondar en nues -
tra conciencia y buscar cuál es el motivo. Por ejemplo: ¿por
qué algunas religiones enseñan que la reencarnación no existe?
Uno de los motivos obvios es el siguiente: en días de un

137
pa sa do r em ot o, l os sa cer dot es t enía n u n poder a bsolu t o y
gobernaban el pueblo por el terror, por el miedo a una
c on de n a c i ó n e t e r n a . To do s sa bí a n q u e d eb ía n p or t a r se l o
mejor posible en esta vida porque sólo tenían una oportunidad
para salvarse. Sabían, dichos sacerdotes, que si se explicaba a
l os fieles la t eoría de la r eencar na ción, la g ente a flojaría en
esta vida v pensaría pagarlo en una encarnación posterior. En
conexión con esta mentalidad, en la China era perfecta mente
admitido contraer una deuda en esta vida, pagadera en una
posterior existencia. También vale la pena fijarse en q u e e s t a
C h i n a d e q u e h a b l a m o s c a y ó e n l a d e c a d e n c i a porque su
pueblo se fió excesivamente en la reencarnación; rechazó
todo esfuerzo en la vida presente, y, en vez de traba jar,
prefirieron hacer corros por las noches, llevando cada cual sus
canarios dentro de una jaula para colgarlos de los árboles, decidiendo
que ya cumplirían sus deberes en la vida próxima, y q u e ést a
l es ser í a m á s o m enos una va ca ción dent r o del ocio. No se
esforzaron, en sus días, y China entera se vino abajo.
Examinémonos a nosotros mismos, a nuestro intelecto, a la
i mag ina ci ón. Anal icém onos a fondo, para descubrir lo qu e
nuestro subconsciente obra para aprisionarnos, para tenernos
aterrorizados, preocupados, cerrados ante muchas cosas. Cuan -
do reflexionamos nos damos cuenta de que estos temores no
tienen razón de ser. El miedo es la causa que impide a mucha
g ente el hacer vi aj es a stra les. En r ea lida d, com o sabem os,
el viaje astral es notablemente fácil; no exige ningún esfuerzo;
r es u l t a t a n se nc i l l o co m o e l r es pi r a r y , co n t o do , m u ch a s
personas sienten miedo de practicarlo. El sueño es casi una
mu er te, un resi du o de la mu ert e, que pu ede ent rar dent ro
de la muerte en un sueño profundo, y nos sentimos curiosos
por saber qué sucederá cuando la muerte, en vez del sueño,
nos llame. Nos preocupa el caso de si durante el sueño alguien
pu eda cor t a r nu est r a C u er da de Pla ta y , por lo ta nt o, nos
sobrevenga la muerte. Esto no sucede nunca, no hay peligro
en los viajes al plano astral; el solo peligro es el miedo

138
mismo al peligro, miedo de lo que ya conocemos y, peor aún;
miedo a lo desconocido. Aconsejamos una vez más, viva -
mente, rechazar este problema del miedo. Lo que conocemos y
entendemos no es temible; así es que debemos aplicarnos a
conocer y entender qué es todo aquello que nos causa
temor.
Dedicamos mucho espacio a estos pequeños incidentes, ¿no es
a sí ? T en em os q u e p a s a r m á s a d el a n t e , po r q u e a ú n q u e da
mucho que es digno de nuestra atención; muchas cosas a tratar
antes de que caigan las cortinas sobre esta lección y pasemos a
l a s i g u i en t e . Mi r e m o s t od a v ía a nu es t r o a lr ed e do r en e l
d e s v á n . ¿ H a y a l g o m á s q u e n o s l la m e p a r t i c u l a r m e n t e la
atención? Vamos a ver, ¿qué es aquel objeto de allí encima?
Fuera de este mundo. ;No es así? ¡Oh! Digamos algo en
explicación de la frase.
«Fuera de est e mu ndo.» Ha y var ias expr esiones cor rientes,
acertadamente descriptivas de muchas cosas. Se puede decir
de una cosa, que de tan bella «parece no ser de este mundo».
;Cuán cierto es! Cuando vamos más allá de los confines de esta
existencia actual, formada de moléculas de carbono, con todas
su s l u cha s y t ri bu l a ciones , podem os escu cha r sones y ver
colores y tener experiencias que son, al pie de la letra, «cosas
del otro mundo». Aquí estamos confinados en la caverna de
nuest ra pr opia ig norancia; esta mos ata dos por las ca dena s
de nuestras propias concupiscencias y nuestros pensamientos
erróneos. Muchos están absorbidos por sus quehaceres, y no
t i en en t i em po d e o cu pa r s e en a ct iv id a d es s u p er io r e s . N os
arrastra el torbellino mundano de la existencia, hemos de ga -
narnos el sustento, tenemos nuestras obligaciones sociales.
D espu és, nos es pr eciso u n tiempo para dor mir, de maner a
que parece que nuestra vida se proyecta sobre un vendaval,
una embestida loca, de manera que no nos queda tiempo
p a r a na d a . P er o r ef le xi on e m o s u n m i nu t o : ¿ h a y n ec e si d a d
de todas esas prisas?; ¿no nos podemos arreglar las cosas de
modo que tengamos siquiera una media hora diaria para
dedicarla a la meditación? Si meditamos, podemos librarnos

139
de est e mu ndo, conoc er el a st ra l y el m u ndo venid er o. La
experiencia es alegre, exultante. Cuando elevamos nuestro
pensamiento espiritual, aumenta la velocidad de nuestra vi -
bración, y cuanto más altas sean las notas que nos sea posible
percibir en aquel piano al que nos hemos referido en los
primeros capítulos de este libro, serán tanto más hermosas
las experiencias que podremos emprender.
«Fuera de este mundo» ha de ser nuestra consigna. Hemos de
s a l i r d e e st e m u n do cu a nd o ha y a m o s a sim il a d o nu es t r a s
lecciones; no antes. Volvamos a nuestras experiencias de clase
escolar. Muchos de nosotros nos hemos sentido mortalmente
aburridos, estando en una de ellas, sin ventilación, durante
un día caluroso de verano, escuchando la voz cansina de un
maestro, dando vueltas a temas que no nos importaban un pe -
pino. ¿Qué se nos daba de la ascensión y decadencia de ciertos
imperios? Sentíamos que estaríamos mucho mejor fuera, al
aire libre; deseábamos, por encima de todas las cosas, esca -
p a r no s d e cl a s e, d el c a l or y de la a s fi xi a y de a q u el la vo z
opaca y monótona. Pero nos estaba vedado el hacerlo. Si nos
hubiésemos escapado y saltado las lecciones, los maestros
nos habrían, a su vez, suspendido en los exámenes. Y, en vez
de pa sar a un gra do más alto, nos ha br ía toca do repetir el
curso en la misma clase monótona, con un nuevo grupo de
estudiantes, que nos habrían mirado como unas cosas raras y
unos torpes que «habían perdido el curso».
N o qu eram os, pues, «sa lir de este mu ndo» de un m odo per -
ma nent e, hasta que no ha yam os aprendido lo que est am os
estudiando. Podemos mirar adelante con toda confianza en
las dichas del futuro, en la tranquilidad y perfección espiritual
que nos aguardan cuando pasemos de este mundo a otro
mucho mejor y glorioso. No debemos olvidar nunca que esta -
mos en este mundo como aquel que cumple una condena de
prisión, bajo condiciones particularmente duras. No podemos
ver hasta qué punto es terrible este mundo mientras nosotros
vivimos en él. Pero si pudiéramos separarnos de nuestra patria
terrenal y poder contemplarla, experimentaríamos un choque

140
y crecería nuestro anhelo de no emprender el regreso. Ésta es
l a ra z ón seg ú n la cu a l no pu eden pr a ct ica r se via jes por el
astral, debido a que, si no estamos preparados, experimenta -
mos una sensación desagradable al regreso, porque toda la
fel i ci da d est á del ot r o la do. Los q u e r ea liz a n dichos via jes
consideran los días venideros de nuestra liberación; por esto,
mientras estamos «en la celda de nuestra cárcel» tenemos que
portarnos lo mejor posible, ya que si no perdemos el tiempo
de nuestra absolución total.
A sí es q u e d eb e m o s pr oc u r a r , a ho r a q u e e st a m os s ob r e la
Tierra, observar la mejor conducta para que, al pasar de
la vida presente, estemos preparados y dispuestos para llevar
a ca bo may or es cosa s en la vida del má s allá. Vale la pena
el peq u eño esfu er z o qu e r epr esent a , com pa ra t iva m ent e, el
vivir en la vida actual.
Nos hallamos, parece, muy atareados en nuestro desván, re -
moviendo objetos, desempolvando alguno de ellos que ha
per m a neci d o ol vi da do du ra nt e la rg o t iem po. Per o va m os a
otra parte de esta habitación; fijémonos en otro pequeño
objeto.
Va ria s personas creen que los «videntes» siem pr e está n m i -
rando las auras y leyendo los pensamientos de las personas
que les rodean. ¡Cuánto se equivocan! Una persona con facul -
tades telepáticas, o dotado de clarividencia, no está constan -
t em ent e pr epa r a do pa r a leer pensa m ient os y exa m ina r la s
aura s de sus am ig os, o enem ig os. Mu chas de la s cosas que
se pu eden ver , ser ía n dem a sia do desa g r a da bles y na da ha -
lagüeñas. Muchas de ellas podrían incluso hacer estallar el
g l o bo d e nu es t r a i m a g i na da pr op ia im po r t a nc ia . Di ci en d o
esto, pensamos en un sujeto que nos visita a veces. Ella — es
una mujer — empieza hablando y, a las tres o cuatro palabras,
nos su el t a : «A u st ed no le t eng o qu e decir na da , por q u e lo
sabe todo, sólo con mirarme; ¿no es cierto?» Una afirmación
pintoresca.
¡Las cosas no son así! Podemos «conocerlo todo», pero sería
moralmente incorrecto el querer proceder de este modo. No

141
se tenga, pues, miedo de los videntes, ocultistas, clarividentes y
otros, porque si tienen una buena moral, no espían vuestros
asuntos privados, incluso invitados por vosotros mismos. Si
su moral no es buena, no pueden practicar sus facultades de
ningún modo. Aseguramos al lector que la «vidente» de calle -
ju el a, que os cuent a la buena vent ura por una miseria, no
tiene una verdadera facultad de videncia. Acostumbra a ser
u na pobr e muj er qu e no pu ede ha cer algún diner o de ot ra
forma. Es muy probable que, de vez en cuando, posea facul -
tades de clarividencia; pero no puede ejercerlas sobre una base
com er ci al . No se pueden a divina r cosa s de ot ras per sona s
mediante dinero, porque, por el mero hecho de vender sus
consultas, la persona pierde toda facultad telepática. Todos
los videntes callejeros pueden a veces «ver»; pero aceptando
dinero, aquella mujer monta una comedia; siendo como es un
buen psicólogo autodidacta, os dejará hablar, y luego os ha -
blará de lo mismo que le habréis contado vosotros; y vosotros,
i lusiona dos por el voca blo «vidente», os a sombrar éis de la
precisión con que os ha contado aquello que deseabais saber.
No temáis, pues, que los clarividentes se enteren de vuestros
asuntos. ¿Os gustaría, si pensabais que os encontráis atareado
en vuestra propia casa, tal vez escribiendo una carta, y alguien
entraba en vuestra habitación y espiaba por encima de vues -
tros hombros, leyendo lo que ibais escribiendo? ¿Seríais feli -
ces pensando en que esa persona se pasea por todos vuestros
dominios, pillando esto y leyendo aquello, y enterándose de
todo cuanto os concierne, cuánto poseéis y cuánto pensáis
sobre t odas las cosas? ¿Os agra da ría qu e escu chase t odas
vuestras conversaciones telefónicas? ¡Seguro que no!
Per o per mi ti d qu e os diga que una persona cor rect a no va a
l eer si em pr e vu estr os pensa mientos y u na incor rect a no
puede poseer en absoluto dicha facultad. Ésta es la ley de lo
oculto; una persona que no posee una buena moral, no puede
gozar de la facultad de la clarividencia. Escucharéis mil his -
t or i a s so br e p er so na s q u e «v en » es t o , a q u el lo y l o d e m á s
allá. De tales cuentos hay que rebajar el 99 por ciento.

142
Un clarividente siempre aguardará que se le diga que lo nece -
sita mos pa ra discu tir con él. No se m et e en la vida pr ivada
de nadie ni en los colores de su aura, aunque se lo pidamos.
Existen ciertas normas del ocultismo a las que se debe obe -
decer ríg idam ente. El rom perlas recibe su debida sa nción,
com o su cede si i nfr ing im os la s ley es qu e exist en a cá en el
suelo. Contemos al clarividente lo que necesitemos contarle. Él
sabrá si lo que le decim os es ver da d. Per o no pasará de a q u í .
C o n t é m o s l e l o q u e d e s e e m o s ; p e r o e s t a n d o s e g u r o s de q u e
lo que le contamos es verdad; de otra forma, nos
engañaremos a nosotros mismos, y no al clarividente.
En resumen: Un buen «vidente» no leerá «vuestros pensa -
mientos». Uno que sea malo, no «podrá».
Ot ro peq ueño obj et o m er ece que le prest em os atención. Se
trata de lo siguiente: ¿No nos llevamos bien con nuestra
pa r ej a , en el m at r i m onio? Ést e pu ede ser el obst á cu lo q u e
debemos superar acá en la Tierra. Consideremos lo siguiente:
en las carreras de caballos, si uno de ellos gana sistemática -
mente todas ellas, sin aparente esfuerzo, a este caballo se le
pone un «handicap». Considerémonos a nosotros mismos
com o si fu ésem os u nos ca ba llos. Podem os ha ber ido dem a -
sia do rá pi do y fá ci lm ente a través de nuest ra s últimas «lec -
ciones», en cuyo caso podremos ser «handicapados» con una
pa r ej a q u e no cong enie con nosot r os. En t al ca so, ha y qu e
hacer las cosas, mientras se pueda, de la mejor manera que se -
pamos, recordando que si nuestro cónyuge — él o ella — es
realmente incompatible con nosotros, no le volveremos a ver
ni tener el menor contacto en la vida del más allá. Si em -
puñamos un destornillador o un martillo, estas herramientas
no son si no inst rum entos que necesit am os pa ra un trabajo
que tenemos a mano. La pareja de cada cual de nosotros
puede considerarse como el instrumento que nos es útil para
l l e va r a c a b o d et er m i na da t a r e a , pa r a a pr en de r u na d et er -
minada lección. Una persona puede sentirse satisfecha de su
destornillador o su martillo, que le permiten realizar el trabajo
concreto, el que debe hacer. Pero podemos estar seguros de

143
que otra persona no estará tan contenta de su destornillador o
de su martillo como para llevárselo consigo «en el más allá».
Mu cho se ha di cho y mu cho se ha escr it o sobr e la «g lor ia
del ser huma no»; pero diremos qu e el ser huma no no es la
m á s im por t a nt e ent r e la s for m a s de vida . La Hu ma nida d,
sobre la Tierra, es un rebaño más bien reacio, sádico, egoísta y
mirando para sí. Si fuese de otra manera, no existiría en
est e mu ndo, ya q u e su venida sobr e la Tier r a es pa ra qu e
aprenda a superar precisamente esos defectos. La grandeza
del Hombre crece al pasar al más allá de esta vida.
Puntualicemos de nuevo que opinamos que si nuestro matri -
m oni o est á en ma l a a rm onía r ecípr oca , o no nos lleva m os
bien con nuestros padres, es a causa de que nosotros hemos
planeado todas esas cosas para tenerlas que ir superando en la
actual vida. Una persona se vacuna inoculándose una enfer -
medad atenuada, a fin de inmunizarse contra posibles males
peor es en el fu tu r o. Est o sig nifica qu e nu est r o cóny u g e o
nuestros padres pueden haber sido escogidos para aprender
ciertas lecciones de la relación con aquellas personas. Pero,
por el resto, no tendremos que soportarlas, después de que
se haya acabado nuestra vida actual. No podemos encontrar -
nos con na di e qu e sea incom pa tible con nosot ros, porqu e,
como hemos ya dicho. cuando estaremos del otro lado de la
muerte viviremos en armonía con todo el mundo, y las per -
sonas con quien no podríamos convivir a gusto no se pueden
asociar con nosotros. Muchas personas se tranquilizarán sa -
biendo esto.
Pero ya las sombras de la noche se van cerrando. El día toca a
su fi n. N o debem o s det ener m á s a nu est r os est u diosos ,
por que aún l es queda n mu chas cosa s qu e ha cer hasta que
sobrevenga la noche completa. Abandonemos el desván, ce -
rrando sin ruido su puerta detrás de nosotros. Que reposen los
«tesoros» de la buhardilla. Bajemos por la crujiente escalera,
q u e r echi na r á de nu evo, y t om em os, en pa z , ca da cu a l su
camino.
Lección decimoséptima

¿ Os habéi s encont ra do a lguna vez con una per sona qu e se


ha lanzado sobre vosotros llena de excitación, casi asiéndoos
por vuestra chaqueta y profiriendo: «Mi querido amigo, ¡qué
cosa má s t err ible me ha pa sa do esta noche última! Soñaba
que me estaba paseando por la calle, en cueros, sin un solo
hil o de r opa sobre mi pellejo. ¡Me sent ía aver gonz adísim o!»
Cosas de este tipo han pasado en diversas formas y variantes a
mucha gente. Unos se han encontrado en medio de un salón
lleno de personas elegantemente ataviadas — naturalmente,
e n s u e ño s — , y de pr on t o se ha n da do cu en t a d e h a b er se
olvidado de ponerse traje alguno. O bien han soñado que se
h a l l a b a n en l a es q u in a d e u na ca ll e, en p a ñ os m en or es , o
desnudos completamente.
Esto puede ser debido a que han tenido concretamente una
exper iencia a stra l. Aqu ellos que pueden ver a la s per sona s
cómo viajan por el astral, pueden encontrarse con casos
sorprendentes y divertidos. Pero este curso no es un discurso
sobre amenidades, sino que está dirigido al auxilio de vosotros,
en aquello que, después de todo, es un caso normal.
Dediquemos esta lección a los sueños, ya que ellos, en una
forma u otra, acontecen a todo el mundo. Desde tiempo
inmemorial existen los sueños por augurios, signos o porten -
tos, e incluso hay quien se dedica a contar la buena ventura
basándose en lo que han soñado las personas que le consultan.
Otros consideran que los sueños no son más que ficciones de
la i mag ina ci ón, cuando la ment e se halla divorcia da t empo -
r a l m e n t e d e c o n t r o l d e l c u e r p o , e n e l p r o c e s o d e nu e s t r o
sueño. Ambas cosas son completamente erróneas. Pero hable -
mos de este asunto de los sueños.
Como hemos explicado en lecciones anteriores, nosotros con -
sistimos, por lo menos, en dos cuerpos. Trataremos sólo de los
dos, el físico y el astral inmediato; pero, en verdad, existen

145
más cuerpos. Cuando empezamos a dormimos, nuestro cuerpo
astral se separa gradualmente del físico y se aleja del cuer po
físico que permanece acostado.
Con la separación de los dos cuerpos, se separan también sus
mentes respectivas. En el cuerpo físico existe todo el meca -
nismo parecido al de una estación de la radio; pero igual que
ent onces, cuando el locut or se va , ya no qu eda na die para
radiar las emisiones. El cuerpo astral, que está como flotando
por encima del físico, reflexiona unos breves instantes adónde
q ui er e ir y q u é q uier e ha cer . Ta n pr ont o com o ha t om a do
su decisión, el cuerpo astral se pone de pie, generalmente en el
extremo inferior de la cama. Después, como un pájaro le -
vantando el vuelo, se va, remontándose unido al cuerpo físico
por la Cuerda de Plata.
Muchas personas, sobre todo en el Occidente, no se dan cuen ta
de los incidentes durante el vuelo astral; pero, a su regreso,
sienten un caluroso sentimiento de amistad, o bien dicen:
« ¡ O h! ¡ H e t e ni do u n s u e ño a s í y a sí , er a a g r a da bl e! ». C on
toda probabilidad la persona que tuvo el sueño aquel, había
visitado a Fulano de Tal, o quien fuese, ya que tales viajes son
unos de los más simples y frecuentes; por algunas razones pe -
culiares parecen gustarnos viejos sitios familiares, sitios visita -
dos con anterioridad. La policía tiene experimentado que los
criminales siempre regresan al escenario de sus crímenes.
No tiene nada de particular el que visitemos a personas ami -
gas, ya que todos abandonamos el cuerpo físico, hacemos viajes
a stra les y nos es preciso ir a un sitio u otr o. Ha sta que se
han «edu ca do», l as personas no vag an por los reinos astr a -
les, sino que se aferran tenazmente a los lugares que nos son
conocidos sobre la Tierra. Las personas que no han sido ins -
truidas en lo que se refiere a dichos viajes, pueden visitar a sus
amigos de la otra parte del mar; un individuo que sienta un
deseo particular de ver una determinada tienda o local, irá
ciertamente; pero una vez haya regresado a su cuerpo físico y
despi ert e, pensa rá — si es qu e piensa — qu e ha t enido u n
sueño.

146
¿Sabéis por qué soñamos? Todos poseemos experiencias, que
son excursiones dentro de la realidad. Nuestros «sueños» son
tan reales como un viaje de Inglaterra a Nueva York o, pon -
gamos, de Aden a Accra; sin embargo, los llamamos «sueños».
Lo que pasa, en el hemisferio occidental, es que por muchos
siglos la gente no ha sido instruida en las doctrinas acerca de
los viajes del hombre por el plano astral.
Los pueblos occidentales, además, no creen en los espíritus de
la Naturaleza y algunos niños que ven a las hadas y los es -
píritus de la Naturaleza, y que sin duda juegan con estos seres,
son objeto de risa y hasta de reprensión por sus mayores que, en
estos y otros casos, son menos hábiles y despiertos que los
niños. Incluso en los evangelios se declara: «Si no os hacéis
com o u no de est os peq ueños, no podr éis ent rar en el Reino
cel esti al ». Podem os r epet ir est e concepto en otra for ma , di
ciendo: «Si tenéis la fe de un niño sin cont amina r por la in -
c r e du l i da d d e l os a du lt os , p od r é is i r a d on de q u er á is y e n
cualquier tiempo».
Los pequeños que se ven escarnecidos, aprenden a disimular lo
que realmente ven. Por desgracia, pronto pierden la facultad de
ver otros seres, precisamente porque tienen que disimularla. Muy
parecido es lo que les pasa con los sueños. Tenemos expe -
riencias astrales cuando nuestro cuerpo físico se halla dormido;
porque, naturalmente, nuestro astral nunca duerme; cuando
éste vuelve al primero, puede darse un conflicto entre ambos; el
a st ra l conoce l a ver da d y el físico se ha lla cont a g ia do y
apresado por prejuicios, inculcados desde la niñez por nuestros
mayores. Nuestro cuerpo físico, influenciado en su niñez, no
puede contemplar cara a cara la verdad. Entonces estalla un
conflicto; el cuerpo astral, por su parte, ha viajado, y ha hecho
c os a s , t en i d o e xp er i en c ia s y vi st o c os a s ; p er o e l c u e r p o fí -
sico no pu ede creer lo porqu e toda la cu ltura intelect ua l de
O ccident e nos pr ohíbe cr eer en na da qu e no pu eda tocar se
con las manos y desmontarse para ver cómo trabaja. Los oc -
cidentales quieren pruebas y más pruebas y constantemente
intentan demostrar que las pruebas no son ciertas. De esta

1-17
forma tenemos un conflicto, entre lo astral y lo físico, que nos
conduce a una exigencia de racionalismo. En este caso de los
sueños — así llamados — se racionalizan de una cierta forma
experimental, a menudo en las más extravagantes teorías ima -
ginables.
Digámoslo de nuevo: las experiencias ganadas en los viajes por
el astral pueden ser de las más raras. Nuestro cuerpo astral
quisiera que, al despertar, tuviéramos una idea clara de todas
ellas; pero nuestro cuerpo físico no puede permitirlo; de ma -
nera que surge un conflicto entre ambos cuerpos nuestros, y,
en nuestras respectivas memorias, se pintan imágenes defor -
madas, cosas que no pueden ocurrir. Cuando, precisamente,
nada de lo que sucede en el astral es contrario a las leyes físicas
de esta Tierra «física». El conflicto está en que la fantasía se
entromete y nos asaltan pesadillas o acontecimientos de los
más inusuales que se puedan imaginar. En el mundo físico no
es posible que nos desplacemos por el mundo en un abrir y
cerrar de ojos, o levantarnos sobre los techos, y por eso en el
choque entre el cuerpo físico y el astral existen interpretacio -
nes de nuestros viajes astrales, que ciertamente anulan todo
benefi cio que nuest ro a stra l intenta r epor ta rnos. Soña mos
entonces sueños que no tienen significación alguna; soñamos
sólo insensateces — o así lo creemos cuando estamos en nues tro
físico —; pero lo que es insensatez en el plano físico, es de
sentido común en el plano astral.
Vol va m os a l o q u e decía m os a l com ienz o de est e ca pítu lo,
cuando comentábamos aquella pesadilla de hallarnos por la
calle sin ropa alguna. Un gran número de personas han experi -
mentado este sueño tan molesto — un sueño que, en realidad,
no es tal sueño —. Procede de haberse olvidado, quien lo ex -
perimenta, de pensar en las vestiduras mientras viaja por el
astral. Si uno no «se imagina» la indispensable ropa, entonces
tenemos el espectáculo de alguien paseando por el astral com -
pletamente desnudo. Muchas veces ocurre que una persona
abandona precipitadamente el cuerpo físico y se escapa hacia
arriba o hacia fuera a toda velocidad, con la excitación de

1,48
sentirse libre de las prisiones de la carne. Salir del cuerpo es
su primer anhelo, que no le da tiempo para pensar en otras
cosas.
El cuerpo natural, tengámoslo presente, no lleva vestiduras, ya
que las vestiduras son puramente de la mano del hombre; es
una cosa convencional y no real del cuerpo humano. Permíta -
senos aquí una digresión que nos podrá ser útil.
En días remotos. el hombre y la mujer podían verse recípro -
camente el astral respectivo. Los pensamientos entonces eran
cla ros del todo, los m otivos, a bier tos y , como hemos dicho,
los colores del aura brillaban con más intensidad y fuerza en
aquellas partes del cuerpo que actualmente llevan cubiertas
las personas. La Humanidad, y, especialmente, la femineidad,
lleva tapadas ciertas áreas porque no le interesa que los demás
puedan leer sus pensamientos y sus motivos, que pueden no
ser deseables. Pero todo esto que decimos no es sino una di -
gresión y no tiene mucho que ver con los sueños; con todo, un
punto nos obliga a tratar aquí de las vestiduras.
Cuando una persona viaja por el astral «se imagina» el tipo
de indumentaria que suele llevar durante el día. Si se descui -
da de esa «imaginación», un clarividente que recibe la visita
de un cu er po a stra l not ará que no lleva ni u n hilo de ropa
puesto. Tenemos la experiencia de habérsenos presentado per -
sonas, en su cuerpo astral, que no llevaban ropa alguna, o tal
vez sólo una chaqueta de pijama, o cualquier otra vestimenta
«del otro mundo», imposible de explicar y que no se hallaría
quizás en ninguna camisería de este mundo, en el presente día.
Además, la gente que tiene una excesiva preocupación por sus
vestiduras se imagina a sí misma, sueños, aparte, ataviada como
no lo haría en la vida ordinaria de su cuerpo físico. Pero todo
esto no importa, porque repetimos que los vestidos son una
mera convención de la Humanidad y es inimaginable que cuan -
do iremos al cielo llevaremos trajes como en la Tierra.
Los sueños, concr et am ente, son una raciona lización de los
acontecimientos que de hecho suceden en el mundo astral y
que, como antes hemos explicado, vemos en el mundo astral,

I 49
donde se perciben una mayor vastitud de colores y una mayor
claridad. Todo es más brillante, más espacioso que la vida, se
pueden distinguir los menores detalles, los colores tienen una
gama que sobrepasa cuanto vemos en la Tierra. Pongamos un
ejemplo:
U n dí a via já bam os, en form a ast ral, a tra vés de la tier ra y
sobre el mar de unos países lejanos. El sol era brillante. con
un cielo de un azul intenso y el mar, debajo, se cubría de olas
coronadas de blanca espuma, que nos asaltaban, pero sin al -
canzarnos. Caímos sobre unos arenales de oro y nos detuvimos a
examinar aquellos maravillosos diamantes que constituían sus
granos. Cada punto de arena brillaba como una piedra pre ciosa a
la luz del sol. Nos movíamos despacio entre los cañave rales de la
orilla, admirados de los verdes delicados y sombríos y de las
plantas que ofrecían un rosa dorado. A nuestra dere cha había
una roca de un tinte verdoso, que por un momento nos pareció
del más puro jade. Podíamos ver a través de la superficie
exterior, contemplar las venas y estrías de la roca, y también
divisábamos algunas diminutas formas fósiles incrus tadas en
la roca hacía millones de años. Mientras íbamos ca minando,
mirábamos hacia el cielo con ojos que veían como nunca
antes habían visto. Algo que parecía ser unos globos
transparentes de colores, flotando en la atmósfera, se ofrecía a
nuestra mirada; eran la fuerza vital del aire. Colores maravi -
l l osos, i nt ensos, var ios; nu est r a visión er a ta n a gu da q u e
podíamos ver todo cuanto nos permitía la curvatura de la Tie -
rra sin perder un solo detalle.
En este pobre mundo que habitamos, prisioneros de la car -
ne, estamos relativamente ciegos, abarcamos una zona restrin -
gida de colores y matices. Sufrimos de miopía, astigmatismo y
otros defectos que nos hacen imposible el ver las cosas como
son en la rea li da d. Aquí est am os priva dos casi del todo de
sentidos y percepci ones. Somos unas pobres cosas sobre la
Tierra, metidos en unos envoltorios de barro y empachados
por un tipo erróneo de comidas. Pero, cuando salimos al mun -
do libre del astral, podemos ver — con la mayor claridad —

1 50
colores que jamás vimos ni podremos ver obre la Tierra.
Si alguien tiene un «sueño» de una impresionante claridad, du -
rante el cual se deleita con un sorprendente despliegue de co -
lores, es señal de que no ha sido un sueño corriente, sino que
ha raciona liz ado una g enuina exper iencia de u n viaje en el
astral.
Hay otra cosa que impide que muchos recuerden sus placeres
en el astral, y es lo siguiente:
Cuando estamos en el astral, vibramos a una gran frecuencia;
mucho mayor que cuando estamos encerrados en el cuerpo.
La cosa es fácil cuando se trata de abandonar el cuerpo, por -
que la diferencia de vibraciones no importa, en el caso de tener
qu e sa li r «fuera ». Los obstá cu los empieza n cuando ha y que
proceder al regreso de nuestro astral a su cuerpo; y, si cono -
cemos cuáles son esos obstáculos, podemos vencerlos y ayudar
a los vehículos astral y físico a que lleguen a una especie de
arreglo mutuo.
Imaginemos que nos encontramos en el astral y que nuestro
cuerpo de carne está debajo nuestro. Vibrará a una cierta velo -
cidad, a lo sumo como el tictac de un reloj, mientras que el
astral retemblará de vida, con todo vigor, porque no está fre -
nado por ninguna enfermedad o sufrimiento en el astral. Para
resolver el problema, el mejor camino es, tal vez, plantearlo
en términos terrenales. Imaginémonos una persona que viaja
en un autobús; el autobús marcha a cierta velocidad y el pa -
sajero tiene urgentes deseos de apearse; pero el autobús, des-
graciadamente, no se puede parar. Así es que todo el problema
del pasajero se reduce a saber saltar del vehículo a la calzada
de for ma qu e no se ha ga da ño. Si se tir a sin poner ning ú n
cuidado se hará grave daño, seguramente; si conoce cómo debe
proceder, no le pasará nada — porque vemos todos los días
que el personal de los autobuses hace lo propio —. Tene -
mos que aprender por experiencia cómo se salta de un autobús
en marcha. También, cómo se entra en el cuerpo, cuando las
velocidades de ambos vehículos son distintas.
Cuando volvemos de nuestros experimentos astrales, la cues-

151
tión consiste en saber cómo regresar al cuerpo. Nuestra vibra -
ción astral es muy superior a la del cuerpo físico, y no pode -
mos hacer decrecer la una y acelerar la otra sino en escaso
margen. Nos vemos, pues, obligados a aguardar hasta que lo -
graremos «sincronizar» un armónico entre una frecuencia de
vibración y la otra. Con práctica se logrará. Bastará con ace -
lerar ligeramente nuestro cuerpo físico y retrasar las vibracio -
nes del astral, de modo que, aunque exista una ancha diferen -
cia entre ambas frecuencias, haya entre ellas una fundamental
armónica — una compatibilidad de vibraciones — que nos per -
mita «entrar» con toda seguridad. Todo es cuestión de práctica,
de inst into, de m em or ia racia l, y cua ndo podam os r ea liza r
todas estas cosas conservaremos la memoria intacta de todo
cuanto hemos experimentado en el astral.
Al lector, ¿le parece todo esto difícil de practicar? No tiene
más que imaginarse nuestro astral como un tocadiscos. Nuestro
cuerpo físico será el disco giratorio, a razón, supongamos, de
48 revoluciones por minuto. Nuestro problema estriba en po -
ner la aguja sobr e el disco de ma nera que va ya a coincidir
con una determinada palabra, o nota musical. Si pensamos en
las dificultades que presenta el poner en contacto la aguja del
tocadiscos sobre un punto tan preciso, entenderemos lo difícil
que es, sin la debida práctica, volver del plano astral con los
recuerdos intactos.
Si somos torpes o inexpertos, y regresamos sin una previa «sin-
cronización», despertaremos indispuestos; todo nos irritará;
t endr em os ja qu eca ; q uizá nos sent ir em os dest em pla do s y
biliosos. Ello se deberá a que los dos juegos de vibraciones se
unirán con un choque, igual a lo que sucede cuando, yendo
en coche, manejamos torpemente el cambio de marchas. Si
entramos en el cuerpo con desmaña, podremos encontrarnos
con que el cuerpo astral no encaja bien con el físico y puede
oscilar de un lado para el otro, lo que resulta deprimente en
alt o gra do. Si t enem os la desgr acia de qu e las cosas vaya n
de este modo, lo único que debemos hacer es volvernos a dor -
mir o estarnos tan quietos como nos sea posible, sin pensar.

152
si nos es factible, permanecer callados, intentando librar nue -
vamente el astral del cuerpo. El astral saldrá y subirá unos
pocos pa lm os sobr e el cu er po físico, y, si lo perm it im os, se
dejará caer y volverá al cuerpo físico en perfecta alineación.
Desde aquel momento ya no nos sentiremos más destempla -
dos ni depr i m i do s. Est o sólo r equ ier e pr á ct ica y u nos diez
minutos de tiempo. Pero es preferible perderlos que no poner -
nos en pie de golpe y sentirnos mal hasta el punto de desear la
muerte; ya que no nos sentiremos mejor hasta que hayamos
vuelt o a dor mi rnos y a per mitir que los dos cu er pos se pon -
gan alineados por completo.
A veces desper t a m os por la m a ña na con el r ecu er do de u n
sueño de veras particular. Puede ser de acontecimientos his -
t ór i co s, o de co sa s su ce di d a s « fu er a de l m u nd o» . E n t a l es
casos puede ser que por alguna razón específica, relacionada
con nuestro aprendizaje espiritual, hayamos podido tomar con -
tacto con los Anales Akáshicos (de ellos trataremos más ade -
lante) y nos hayamos enterado de cosas sucedidas en el pasa -
do, o, con menos frecuencia, que es muy probable que sobre -
venga n en el futur o. Gra ndes vident es qu e hacen profecía s
pueden, a menudo, moverse en el futuro y ver probabilidades
— no cer tezas, porqu e toda vía no han ocurr ido —; per o las
probabilidades pueden ser previstas y predichas. Eso nos ense ña
que cuanto más cultivemos la memoria de lo que ocurre en el
astral, más beneficios obtendremos; ya que no sirve para
nada el aprender cosas con mucho trabajo y preocupación para
olvidarlo todo al cabo de pocos minutos.
También acontece gut . despertemos por la mañana completa -
mente de mal humor, odiando de una manera absoluta el
mundo y lo que en él se contiene. Se necesitan unas cuantas
horas para recobrarnos de tan negra y sombría disposición de
ánimo.
Existen una serie de razones que pueden motivar esta actitud
particular; una, que en el astral podemos hacer cosas agrada -
bles, frecuentar sitios deliciosos y ver gente feliz. Normalmen te
viajamos al astral, como un recreo de nuestro cuerpo as-

153
tral, mientras nuestro cuerpo físico duerme y se rehace. En
el a stra l el i ndividuo tiene una sensa ción de liberta d, una
absoluta falta de trabas e imposiciones, sensación verdadera.
mente prodigiosa. Y entonces llega el aviso para que vuelva al
cuerpo físico, para empezar otra jornada. ¿De qué? ¿Sufri -
mientos? ¿Tareas duras? Sea lo que sea, es generalmente pe -
noso. Y el individuo se ve obligado a regresar, a separarse de
los placeres del astral. Así se explica que se sienta de mal
humor cuando despierta.
O t ra ra z ón — qu e no es t an ag r a da ble —, consist e en qu e
mientras estamos en la Tierra somos como los niños en clase, o
estudiando las lecciones que nosotros mismos hemos proyec tado
aprender, antes de venir a este mundo. Cuando vamos a dor m ir
nos l l eg a el m om ent o de su bir a l a st r a l y «deja r la escuela»,
lo mismo que los escolares van a sus casas al final del día.
Algunas veces, sin embargo, sucede que una persona satisfecha
de sí misma y complacida sobre la Tierra, pensando que es muy
importante en este suelo, va a la cama y, al des pertar por la
mañana siguiente, se siente de mal humor. Esto es debido,
generalmente, a que se ha dado cuenta, en el astral, de que ha
introducido un extravagante desorden en su exis tencia
terrenal y que toda su presunción y autocomplacencia no van a
ninguna parte. No debe creerse que, porque una per sona posea
grandes sumas de dinero o grandes posesiones, esta persona haya
hecho un buen trabajo. Venimos a este mundo para aprender
determinadas cosas, exactamente como una per sona va a la
escuela para aprender materias concretas. Sería inút il, por
ejemplo, qu e un est udia nte univer sita rio se ma t r i cu la s e
p a r a u n c u r so q u e l e ll ev a r á a se r u n do ct or e n teología, si
después, por inexplicables razones, se encuentra que tenía
que encargarse de recoger los desperdicios y basuras de una
ciudad provinciana. Demasiada gente piensa que hace las cosas
muy bien hechas porque gana mucho dinero timando a su
prójimo, cobrando más de lo que es justo, aprovechando todas
las ocasiones y
metiéndose en lo que se llama «negocios sucios».

154
Esas personas que son «conscientes de su clase», o los «nuevos
ricos», en realidad, no prueban otra cosa sino que están lle -
vando a cabo un segundo fracaso en sus vidas sobre la Tierra.
Hay unos tiempos en los cuales hay que mirar la realidad; y
ést a no se ha l la en nu est r o m u ndo, q u e es el mu ndo de la
ilusión, dentro del cual todos son valores falsos; donde, por
r a z on es d e l a pr op ia se g u r i da d, se c r e e q u e e l di ne r o y e l
poder tempor al son lo único im porta nt e. Na da más aleja do
de la verdad; los monjes mendicantes de la India y de otros
países, tendrán un valor espiritual mayor en la vida futura que
el archipoderoso financiero que presta dinero a un alto interés
a l os pobres que está n necesita dos y sufren de vera s. Esos
financieros (en realidad, prestamistas) la verdad es que arrui -
nan los hogares y el porvenir de cuantos tienen la desgracia de
caer bajo el peso de sus extorsiones.
Supongamos que uno de estos todopoderosos financieros, y
otros de su ralea, vaya a dormir y supongamos que, por alguna
razón u otra, quede libre de su cuerpo físico y se remonte lo
suficiente para que pueda ver de qué modo está destruyéndose.
Luego regresará a su cuerpo con su memoria fuertemente im -
presi onada y una visión clara de la rea lida d; se sentirá dis -
puesto a «volver una hoja nueva». Desgraciadamente, cuando
volverá a su cuerpo físico, siendo de todas maneras un bajo
t i po de hu m a n i d a d , no se a c or da r á de na da y t o do lo q u e
sabrá decir es que ha pasado una noche agitada, chillará a
sus subor di na dos y. en g ener al, ha rá el gallit o con t odo el
mundo.
Ot ra cla se de per sona s nos lla ma la atención; aqu ellos que
duermen poco. Estas personas son lo suficientemente desafor -
tunadas para saber que su cuerpo astral no quiere abandonar
s u fí si co , y s a l i r en b u s ca d e nu e va s co sa s de sc o no c i da s .
También, muchas veces, un beodo sentirá una aprensión de
dormirse, porque existen una serie de seres muy interesantes
que rondan alrededor de su cuerpo astral emergente. Ya
hem os habla do cum plidam ente de los «elefantes r osa» y de -
más fauna y flora del mismo tipo.

155
El cuerpo tísico, en tales casos, se obstina en estar despierto y
con esto causa grandes sufrimientos a sí mismo y al astral.
Todos probablemente hemos conocido personas siempre in -
quietas, moviéndose incesantemente, en tráfago continuo. En
demasiados casos, son gente que tiene metida en su cabeza
-- o en su conciencia — que no debe reposar porque podría
ser que entonces empezase a reflexionar y darse cuenta de
quiénes son y de lo que hacen y de lo que no hacen. De este
modo se habitúan a nc dormir, no pensar, no hacer nada que
pueda poner su cuerpo físico en conta ct o con el Super -yo.
Estas personas son como los caballos que toman el bocado
con los dientes y se desbocan, con riesgo para todo el mundo.
Si una persona no puede dormir, no puede sacar provecho
alguno de su vida terrenal; y, siendo así, deberá volver a la
Tierra y realizar un mejor trabajo en la venida próxima.
Se me preguntará cómo se puede distinguir cuándo un sueño es
un invento de la imaginación, de cuándo es un recuerdo
deformado de un viaje astral. El camino más simple consiste
en interrogarse uno a sí mismo. ¿Ha visto con mucha claridad
las imágenes de este sueño? Si es así, entonces se trata del
recuerdo deformado de un viaje astral. ¿Los colores eran más
v i v o s q u e l o s d e l a T i e r r a ? D e n u e v o e r a u n v i a j e a st r a l .
Muchas veces se habrá visto el rostro de una persona querida. o
notado la impresión de alguien a quien queremos; esto será
porque podemos haber visitado aquella persona durante un
viaje en el astral, y si uno se duerme teniendo enfrente una
fotografía del ser querido, es seguro que, habiendo cerrado
nuestros ojos y habernos relajado, iremos en viaje hacia él.
Consideremos ahora el revés de la medalla. Nos hemos desper -
tado por la mañana de mal talante, y no poco furiosos, pen -
sando en una determinada persona con quien definitivamente
no est a m os en bu ena ar m onía . Ta l vez nos dor m im os pen -
sando en ella, o en cierta disputa que con ella hemos tenido.
Es que, en el astral, hemos visitado a esta persona y ella, tam -
bién en el a stra l, ha discut ido con nosot ros la solu ción de
algunas cuestiones. Los dos habéis planteado los problemas y,

156
en el plano astral, habéis convenido que sobre la Tierra adop -
taréis las soluciones acordadas. Ahora bien: la lucha debe de
haber sido mayor, por cuanto, en llegando otra vez a la Tierra,
sentís recíprocamente una mayor antipatía que antes. Pero no
importa lo que haya sucedido si, al entrar en el cuerpo físico,
habéis sufrido una sacudida o no os habéis sincronizado bien
con el cuerpo; entonces, todas vuestras buenas intenciones,
vuestros arreglos, se han dispersado y torcido. Al despertar,
vuestra memoria se encuentra en un estado desarmónico, des -
templado, amargo de rabia y frustración.
Los sueños — los así llamados — son ventanas abiertas sobre
ot r o m u ndo. Cu lt i vem os nu est r os su eños, exa m iném oslos ;
todas las noches, al acostarnos, decidamos que queremos ir a
«soñar la realidad»; eso es, que al despertarnos por la mañana
siguiente tengamos una memoria clara e intacta de todo cuan -
to haya sucedido en el curso de la noche. Puede hacerse; se
hace. Sólo en el Occidente existen tantas dudas, tantas pruebas
se exigen, que a la gente todas esas cosas le parecen difíciles.
Algunas personas, en Oriente, entran en éxtasis que, después
de todo, es sólo un método para salir del mundo físico. Otras,
caen en el sueño y cuando despiertan obtienen las respuestas
de los problemas que les preocupaban. También vosotros, con
la práctica, podéis hacer lo mismo y, con un sincero deseo de
a pl i ca r l o ú ni ca m ent e a l bien, podr éi s «soña r la r ea lida d» y
abrir de par en par unas ventanas que os permitirán ver una
fase, más gloriosa, de la existencia.
Lección decimoctava

Ha llegado el momento en el cual empezamos a conocer nos


recíprocamente el uno al otro a través de este curso. Podemos,
pues, hacer una pausa para hacer una especie de inventario,
examinando lo que hemos leído y aprendido, probablemente.
Es necesario detenernos lo bastante a menudo para proceder a
una «recreación» de nuestro espíritu. ¿Habéis pensado en lo
que significa «recreación»; eso es: «re-creación»? Puntualiza -
mos nuestra pregunta, porque este vocablo está relacionado
con la fatiga; cuando estamos fatigados, no podemos llevar a
cabo nuestra mejor obra. ¿Habéis pensado en lo que sucede
cuando uno se siente bajo el peso de una fatiga?
No nos precisan grandes conocimientos de psicología para
comprender por qué nos encontramos embotados y doloridos
cuando sobrecargamos de trabajo uno de nuestros músculos.
Consideremos ahora lo que sucede cuando vamos reiterando
una acción determinada; por ejemplo, levantando un gran peso
con la mano derecha. Simplemente, al cabo de un rato, los
músculos de nuestra mano derecha empiezan a dolernos, expe-
rimentamos una sensación peculiar de nuestra musculatura y si
continuamos demasiado tiempo notamos un dolor acusado en
vez del sim pl e malesta r. N os fija remos en est o con má s
precisión más adelante.
Durante este curso hemos insistido en que toda vida, en su
origen, es electricidad. Sea lo que sea nuestro pensamiento,
siempre sucede que engendramos-una corriente eléctrica, bajo la
forma de un nervio que «galvaniza» un músculo en acción.
Pero, consideremos ahora nuestro brazo, del que hemos abu -
sado por un trabajo excesivo; hemos ido levantando algo de -
masiadas veces por demasiado tiempo y los nervios que traen la
corriente eléctrica del cerebro han resultado sobrecargados en
demasía. De una manera muy parecida, si cargamos en ex ceso
un fusible, éste no se estropeará inmediatamente, sino

158
que presentará signos de estar sobrecargado. Igualmente nues -
tros nervios que mueven la musculatura quedan sobrecargados
por el paso de la corriente continua, y se cansan de ser conti -
nuamente encogidos y desencogidos.
¿Quién es el que se cansa? Es fácil responder a la pregunta.
Cuando movemos uno de nuestros miembros o músculos, el
est ím ul o pr ocede del cer ebro. La corr ient e eléctr ica origina
secreciones a lo larga de la estructura muscular, que hacen que
los paquetes de fibras musculares puedan encogerse, aparte el
u no del ot r o; de for m a q u e si escog em os u n paq u et e, o un
grupo de paquetes de fibras, contrayéndose cada una aparte, el
resultado será hacer disminuir la longitud total, y esto quie r e
deci r q u e u n mi em br o debe m over se. Est o es com o deci m os
— no ent ram os dent ro del proceso psicológico —; pero un
resultado secundario de este fenómeno será que las sus -
tancias químicas involucradas en el proceso del encogimiento
de las estriaciones de las fibras musculares quedan cristaliza -
das e incrustadas en el tejido. De manera que si el organismo
manda esas secreciones — esas sustancias químicas — a la
musculatura más aprisa de lo que pueden ser absorbidas por el
tejido, el resultado será que unos cristales, dotados de aristas
muy afiladas, se incrustarán en las fibras de nuestra muscula -
tura y nos causarán vivos dolores si persistimos en nuestros
intentos de mover estos músculos. La única solución que nos
queda entonces es la de aguardar tal vez un día o tal vez un
par, hasta que los cristales se hayan absorbido y las fibras de
los músculos vuelvan a poder resbalar suavemente las unas
con las otras. Es de observar que todas las veces que nos aque -
jan dolores reumáticos es debido a cristales que se fijan en di -
versas regiones de nuestro cuerpo y bloquean nuestros tejidos
musculares. Una persona afligida por el dolor reumático puede
mover la parte dañada; pero dolorosamente, debido a los cris -
tales alojados en sus tejidos musculares. Si hallamos manera
de poder disolver los cristales, entonces nos será posible curar el
reumatismo. Pero aún no se ha conseguido hasta la fecha.
Eso nos aparta, ciertamente, de nuestras intenciones originales

1 59
que eran las de considerar algunas cosas que habíamos apren -
dido; pero, en segundo lugar, tal vez no sea así. Si nos empe -
ñamos en rebuscar con exceso puede ser que no alcancemos
nada, debido al cansancio de nuestro cerebro exhausto por la
fatiga.
Varias personas han rechazado el «Camino de en medio» por -
que se las ha conducido a creer que sólo el trabajo más penoso
merece alcanzar resultados positivos. Entonces las personas se
afanan y trabajan como esclavos, sin obtener nada de sus
afanes, porque se agotan laborando. Muchas veces los que
l a b o r a n c o n e x c e s o s o b r e p a s a n l o s l ím i t e s d e la f a t ig a v
entonces afirman cosas horribles porque, literalmente, no están'
en la posesión de sus sentidos.
Cuando nos sentimos cansados, la corriente eléctrica produce
fallos en el cerebro, se debilita y causa que la electricidad
«negativa» sobrepase los impulsos positivos, causándonos un
est a do de áni m o deplor a ble . El ma l hu m or es lo cont r a r io
al buen humor, y si nos dejamos llevar por los malos humores
cu a ndo nos sobr e vien e u n exceso de fa t iga , u ot ra ca u sa ,
significa que estamos realmente consumiendo las células que
producen la corriente eléctrica dentro de nosotros.
Cuando conducís un coche ¿miráis siempre la batería? Si lo
hacéis, habréis visto más de una vez un desagradable depó -
s i t o d e c ol or v er do so a l r e de d or de u no d e lo s ca bo s d e la
ba t er í a . Con el t i em po, est e depó sit o ver do so se ha br á co -
mido los hilos que unen la batería con el coche. De una
manera muy parecida, si nos negligimos nosotros a nosotros
mismos como habíamos descuidado aquella batería, nos en -
contraremos con que nuestras maneras se han perjudicado
seriamente y entonces nos ponemos de mal humor. A veces se
tratará de una esposa que ha empezado su vida matrimonial
llena de buenas intenciones y que la sobrecoge una pequeña y
tonta duda sobre su esposo; ella quiere explicar esas dudas y,
luego de repetirlas unas pocas veces, las convierte en un
hábito y, posiblemente sin tener ninguna certitud de ellas, se
convierte, de una mujer de su casa que hasta entonces había

160
sido, en una insoportable cócora, una de las más insoportables
criaturas de este mundo. Conservando vuestro buen temple,
disfrutaréis de mejor salud; no vayáis con estos tontos pega -
josos, ya que las personas bien nutridas invariablemente dis -
frutan de un mejor temple que los desventurados huesudos
que se agitan por todas partes, poniendo en danza su es -
queleto.
Todas esas cosas las abarca el concepto del «camino de
en medio»; es bien claro que cada cual puede lograr su
mejor nivel en todas las circunstancias. Es igualmente claro
que uno no puede pasar más allá de sus posibilidades y que
todo esfuerzo para ir «más allá» es meramente un tiempo
per di do qu e nos fat iga sin necesidad alguna. Consider emos
esa s cosa s com o ha r ía m os con u na est a ción g ener a dor a de
ener g í a el éct r i ca . Su pong a m os qu e t enem os u na qu e t iene
q u e g e ne r a r l u z pa r a u n c ie r t o nú m e r o d e lá m pa r a s. S i el
g ener a dor cor r e a t al velocida d , o pr opor cio na una ta l ca n -
tidad de energía que el consumo de las lámparas pueda ser
satisfecho, entonces el generador marcha bien dentro de su
capacidad. Pero si, por la razón que sea, el generador se
acelera y la producción es demasiado grande para que pueda
ser absorbida por las lámparas, su exceso tiene que ser absor -
bido de la forma que sea — malgastado — y esto también
desgasta la vida del generador. que tiene que correr sin
necesidad.
Otro camino para exponer este problema es como sigue: tene -
m os u n co ch e y n ec e si t a m o s se g u ir p or l a c a r r e t e r a a u na
v el oc i da d , s u p on g a m o s, de u n os 5 0 km . po r ho r a ( m u c ha
gente necesita ir bastante más de prisa; pero unos cincuenta
por hora nos basta para nuestro ejemplo). Si somos unos
conductores razonables, estaremos al cabo de la calle rodan do
exa ct a m ent e a ci ncu ent a por hor a , con la má qu ina m a r -
chando poco a poco. Esta velocidad es muy soportable. v no
se produce tensión alguna en el mecanismo marchando den -
tro de lo que es su capacidad normal. Pero supongamos que
uno es tan mal conductor que pone una marcha equivocada

161
y pretende conservar la misma velocidad. Entonces el meca -
nismo tendrá mayor desgaste, más consumo de gasolina para
l leva r a cabo lo qu e se ha br ía log rado sencilla ment e con la
marcha justa.
El «camino de en medio», entonces, significa el llevar la mar -
cha indicada para el caso particular; pero no sobrecargar la
vida y las energías de uno mismo equivocadamente. Demasia -
dos son aquellos que piensan que todo es cuestión de matarse
t ra ba j a ndo, y cua nt o m á s du ra m ent e tr a ba jen pa r a log ra r
un objetivo, más mérito les alcanza por ello. Nada tiene que
m a r cha r m á s a l lá de lo qu e ha ce al ca so; siem pr e se t iene
— nunca se repetirá bastante proclamándolo — que trabajar en
consonancia con el trabajo que se tiene a mano.
Volvamos a lo de la recreación. Ya hemos dicho qué era «re -
creación». Cuando nos sentimos cansados, significa que sólo
ciertos músculos, ciertas partes de nuestro cuerpo, se han
cansado. Si, pongamos por caso, hemos levantado con nuestro
brazo derecho demasiado peso — tal vez moviendo ladrillos,
tal vez li br os —, em peza mos a sent ir nos dolor idos, cua ndo
nos fat igam os; per o lo qu e se fat iga será el braz o; ma s, no
las piernas, los oídos o los ojos. Entonces debemos «re crear -
nos» a nosot ros mismos, da ndo u n pa seo, escucha ndo una
buena música o leyendo un libro. Haciendo esto, empleamos
ot r os ner vi os y ot r os mú scu los y , a la vez , desca r g a ndo el
exceso de carga de electricidad nerviosa de aquellos músculos
que han sido hipertensos y necesitan ahora relajarse. De este
modo, por medio de la «recreación», nos «recreamos» a
nosotros mismos y nuestras capacidades.
¿Ha trabajado el alumno enérgicamente, tratando de ver
su aura? ¿Intentando percibir el etérico? Tal vez habéis
tra ba jado con un exceso de dureza. Si no habéis tenido los
éxitos que descontabais, no hay que descorazonarse. Se trata
de cosas que requieren tiempo y paciencia y absolutamente
montañas de fe; pero que pueden hacerse. Estáis intentando
h a c er a l g o q u e no ha bí a i s he ch o nu n ca ha st a a h or a , y no
esperaríais convertiros en un doctor, o un abogado o un

162
gr an arti sta de l a noche a la ma ña na. Para hacer os un abo -
gado os precisarían los tres grados de la enseñanza; primero
yendo a la escuela primaria, luego siguiendo el bachillerato y,
finalmente, estudiando en la Universidad. Esto requeriría
ti em po, años; serí a preciso trabajar a conciencia ba sta nt es
horas diarias, tal vez hasta por la noche, para alcanzar vuestro
o bj et i v o y l l eg a r a s er — ¿ q u é ? — u n m é di co , u n a bo g a d o,
u n cor r edor de B ol sa . Todo se r edu ce a est o: no se pu eden
a l ca nz a r r es u l t a do s d e la no ch e a la m a ca n a . A l g u n os f il ó -
sofos de la I ndia nos cu enta n que en ningú n ca so se puede
i nt ent a r la cl a r i vi dencia en m enos de diez a r ios. N o su scr i -
bim os est a opi ni ón; cr eemos que, cuando u na persona está a
pu nt o pa ra ver con cla r ividencia , pu ede ver cla r ivident e-
mente sin más trámites; pero sí se suscribe plenamente al pun to
de vista de que nadie puede obtener resultados de sopetón.
Precisa trabajar para poder obtener, practicar continuamente y
hay que tener fe. Cuando estudiamos medicina nos es
pr eci so t ener fe en los pr ofesor e s, fe en u no m ism o; a pr en -
der trabaja ndo en la clase, est udia r a dia rio en ca sa , fuera
d e l a cl a s e. A sí y t o do , ll eg a r a s er u n m é di co ex ig e a ño s.
Cuando estudiáis con nosotros e intentando ver el aura,
¿ cuá nt o tiempo est udiá is? ¿Dos hora s por sem ana? ¿A ca so
cuatro? Por mucho que sea, de todos modos no serán las
ocho hora s di ar ias, a má s del trabajo rea lizado en casa. De
manera que hay que tener paciencia, porque el aura aca-
b ar á p or s er v i s t a y lo se r á c ie r t a m e nt e si t en éi s la fe v la
paciencia indispensables.
Nosotros, a través de los años, hemos tenido un enorme mon -
tón de correspondencia de personas de toda la superficie
del g l obo, ha sta de per sona s qu e vivía n det r á s del t el ó n de
a c e r o . P o r e j e m p l o , s e t r a t a b a d e u n a j o v e n d e A u st r a l ia ,
dotada de unas señaladas facultades de clarividencia; tenía
que ocultar sus talentos porque sus amistades no pensasen que
había en ella algo de «peculiar», si se sabía que ella conocía
lo que pensaban o si les hablaba del estado de salud de
aquéllos. Hay otra señora en Toronto (Canadá) que, en un

163
p er í o do d e po ca s s em a n a s , p u e de ve r el e t é r i co y co m o la
fu er z a et ér i ca fl u y e de la s y em a s de los dedos , y , a dem á s,
v e l a F l o r d e L ot o on du la nd o e nc im a de la ca be z a de u na
persona. Sus progresos han sido, del todo, señalados; puede
ver el etérico casi en su totalidad, y nos damos cuenta de que
ahora empieza a percibir el aura de las personas. Esta señora
de Toronto es de aquellas personas afortunadas que pueden
ver los espíritus naturales y el aura de las flores. Puede
pintar como una artista las flores con el aura que las rodea.
Pa r a m ostr a r qu e los poder es de la cla r ividencia no est á n
limitados a determinadas localidades sino que son universales,
nos permitimos citar una carta de una dama de mucho talento,
que nos escribe desde Yugoslavia. Escribimos a esta señora
diciéndole que nos gustaría incorporar en este curso algunos
de su s experi mentos y entonces ella nos ma ndó una ca rta,
dándonos permiso para publicarla. A continuación la repro -
ducimos. Dice así:
«Q u er i dos am i g os de ot ra s pa r t es del m u ndo. C ier ta m ent e
vi vi m os en u nos t i em pos q u e nos pr eg u nt a n a diar io: «Ser o
no ser». Se han ido aquellos tiempos de estar sentados
com o u n ga t o a l l a do de u na est u fa . La vida , com o la et er -
n i d a d , no s pl a nt ea la i nt er r o g a c ió n. ¿ Sí o no ? ¿ D e q u é s í o
no se trata? Pensamos que se trata de si tenemos que
dejar perecer nuestra alma y enfermar nuestro cuerpo, o ali -
m entar nu estr o espír it u y conver tir nu estr o cu er po en una
cosa l lena de sa lud, herm osa y llena de arm onía . ¿ Por qué
ha bl o si em pr e del alm a , a lg o q u e no podem o s ver , q u e los
cir uja nos no pueden tocar ni pr esent ar nos sobre un plato?
Queridos amigos; tanto si creéis en ella o no, el alma es así.
¿Tenéis un momento para escuchar, por favor? No vayáis al
C i n e n i a l ca m p eo n. it o de f ú t b ol ; ni a co r r er t ie nd a s , o a l
m otori sm o; escu chad un moment o, por que se trata de u na
materia importantísima.
»En la parte occidental del globo no existen muchas per -
sonas que puedan ver el llamado mundo invisible, 1-as auras
de los seres humanos. Esto significa la luz o la sombra,

164
si hay un resplandor o, al contrario, un espíritu muy apegado a
la tierra alrededor del cuerpo y, especialmente, de la cabeza de
las personas. El espíritu es la parte eterna, impasible, de
nosot ros, es nu estr o cuerpo super ior y sin él no podríam os
exi st ir . Y o teng o el don de ver la s aur as desde los primeros
años de mi vida.
»Cuando tenía muy pocos años, creía que todo el mundo
podía ver aquello que yo veía. Más tarde me llamaron em -
b u s t e r a o m e de cl a r a r on lo ca . C om p r e nd í e nt on ce s q u e la
gente no podía ver lo que yo veía. Dejadme declarar el
camino que entonces seguí.
»¿Habéis observado las líneas circulares que forma la madera
en la parte interior del tronco de un árbol? Indican los años
du r a nt e l os cu a l es aq u el ár bol ha vivido , t a nt o los débiles
como los fructuosos. Nada permanece sin dejar rastros. Nada.
U na ve z es t u ve a nt e u na vi ej a ig le si a y v i lo q u e la s ot r a s
personas no podían ver sobre la Tierra. Alrededor del templo
br i l l a ba u na l u z m a ra villosa ; sig u iendo a lr ededor del edifi -
cio se veía un resplandor maravilloso que dibujaba los
p er fi l e s de l e di fi c i o ; a s u a lr e de d or s e pe r c ib ía n u na s f in í -
simas líneas, como se ven en las maderas. Yo veía estas
líneas y hablaba de ellas a la gente que estaba a mi alrededor.
Cada línea correspondía exactamente a una centuria. Era la
vieja iglesia de Remete, cerca de Zagreb, la capital de Croacia.
D esde aqu el la fecha t enía y o el poder de explicar las línea s
que había alrededor de los edificios antiguos, precisando su
antigüedad. Una vez me preguntó una amiga: «¿Cuántos
a ños t i ene est a ca pilla? ». Le r espon dí: «N o veo ni una sola
l ínea , ni una sola luz ». «Mu y bien — r espondió la am iga —.
;Esta capilla no llega a tener un siglo!»
»Ya lo vei s. Si un edificio posee su «alma », cu ant o más todo
a q u e l l o q u e e s v i v i e n t e . Y o p u e d o p e r c i b i r e l a u r a de u na
madera, de los árboles, de las praderas, o de las flores. Sobre
todo después del anochecer. Esa dulce, a la vez que intensa
luz, alrededor de toda criatura viviente, alrededor del perro,
igual que del gato...

165
»¿Podéis ver el pajarito que canta cerca de vosotros su canto
del atardecer? ¡Cuántos rayos de luz lo coronan! Su espíritu
r el u m br a de g oz o. Per o t am bién, a est e pa jar it o, u n m oza l -
bet e le peg ó un tir o. El aura del pája ro vaciló u n mom ento y
se apag ó en seg ui da . Fu e como un la ment o a tra vés de la
Naturaleza. Yo vi lo que digo, y lo sentí en mi alma. Y hablé
de ello. Entonces me llamaron loca.
»C ua ndo t enía di ecioch o años de eda d, u n día est a ba fr en te
u n espej o. Caía ya la noche y me iba a la cam a. La habi -
tación se encontraba casi a oscuras y yo llevaba puesta una
larga camisa de dormir blanca. De pronto, vi un resplandor
en el espejo. Me atrajo y divisé a mí alrededor una luz
p r i m e r o a z u l y l u e g o do r a da . C o m o y o no s a b ía n a d a r e fe -
rente al aura me asusté y me fui corriendo hacia donde
est aban m is pa dr es, y les grit é: «¡Me est oy quemando!». N o
m e ha cí a da ño a lg u no; per o, ¿ de q u é se t ra ta ba ? Ellos m e
miraron y encendieron la luz eléctrica, y entonces no vieron
nada. Pero luego apagaron la luz y entonces me vieron como
r odea da de vi va s l l a ma s de or o. U na cr ia da vino y se pu so
a chi l l a r de t er r or . Sa lió hu y endo de la ha bit a ción. Y o m e
acordaba de haber visto aquello en otras personas; pero era
muy distinto de ahora cuando lo veía en mi persona. Me sen -
tía, entonces, completamente asustada. Mi padre encendió y
apagó la electricidad varias veces, y siempre sucedía lo mismo.
Cuando la luz estaba apagada, yo relumbraba como una ascua
de or o; cua ndo est a ba da da , m i r espla ndor no podía per ci -
birse claramente.
»Encontré todo eso interesante y, como sea que no me
sent í a en l o mí ni m o per ju dica da , em pecé a sent ir u n g ra n
interés mirando el aura de las demás personas a mi alre -
dedor.
»¿Sabéi s el si gnificado del miedo? Dura nt e la gu er ra, a me -
nudo me sentí muy asustada viendo el aura de personas
amigas cuando los bombarderos llegaban hasta nosotros y
nos
l a n z a b a n s u s b o m b a s . U na v e z m e e n c o n t r a b a e n p r i s i ó n
— bajo el régimen nazi —. Me encontraba en una celda, con-

166
denada a muerte. Me condujeron a la sala de torturas, debido a
qu e conocía ci er ta s infor ma ciones que int er esaban a mis
ver du gos. Vi, ent onces, el aura de los qu e se ha llaban a mi
a l r ededor su fr i endo tor m ent os. Er a a lg o tr em endo; el a ur a
de todos ellos se encogía como pegada al cuerpo, pobre y sin
l uz r ea l , a pu nt o de desva ne cer s e, ca si mu r iendo. Cu a ndo
escuchaba aquellos gritos de agonía de los que morían bajo
l os t or m ent os, veí a la s au ra s va cila ndo. Alg o na ció dent r o
d e m í , no ob st a n t e ; a l g o c om o u na fu er z a s a g r a d a . ¿ N o s e
lee, acaso, en las Sagradas Escrituras: «Temed sólo a aquellos
que matan el espíritu; pero no a los que matan el alma».
E m p ec é a c on ce n t r a r m e int en t a nd o a ni m a r a l os de m á s y
not é qu e m i au ra se dila ta ba de nu evo. Y vi el au ra de lu z
de los dem ás cómo se les robu st ecía . Ot ra mujer m e ayu dó
en esta labor y la celda de los condenados a muerte em -
pez ó a r ecobr a r l os á nim os; t odos em pez a m os a ca nt a r . Y o
p a s é a t r a vé s de t o do s lo s i nt e r r og a t o r i os , po r es pa ci o d e
largas horas, y las torturas no me hacían mella alguna,
puest o qu e me sentía concentr ada en la eternidad. Me con -
c en t r a b a en l a ve r d a d er a vi da , d es p u é s d e es t e su eñ o t a n
horroroso. Los torturadores no pudieron nada conmigo y, al
fin, rabiosos, me echaron de la cárcel, ya que los desmo -
ralizaba.
»Si hubiese dado paso al miedo, al terror, yo y mis dieciséis
camaradas, víctimas de la persecución, hubiéramos sido
muertos.
» N o so t r os , l os d el O e st e, no so t r os , lo s eu r op eo s , t e ne m o s
mucho que aprender del Extremo Oriente. Debemos aprender a
dominar nuestra imaginación y a superar todo terror. »C om o
v eo , el a u r a d e l os o cc id e nt a l es t it u be a m u c ho ; n o están
nunca tranquilos, no están casi nunca en buena armo nía ;
nu est r a s au ra s desor d ena da s cont a m ina n a la s de los qu e
est á n a nu est r o al r ededor y or ig ina n com o epidem ia s. Hitler
no podría haber sido posible, con sus delirantes aren gas, si
las masas no hubiesen podido sentirse afligidas e in fluidas por
el aura del demagogo. Hitler pudo imponerse

167
por que sus au dit or ios no supieron contr olar la pr opia im a -
ginación.
» ¿ S e s i e nt en l o s l ec t o r e s ca ns a d os ? ¿ Qu ie r e n le er t od a v ía
unas pocas líneas? Fijemos la atención sobre los más desdi -
chados de los hombres, los dementes. Vayamos a la casa de
l os l ocos de Z ag r eb. Va r ios día s a tr á s r ea licé allí est u dios
con alambres de acero observando las auras de algunos allí
hospitalizados. Pero no se trataba de los casos peores. Uno
de mis amig os me pr esentó al médico may or , per sona mu y
escéptica. Le expliqué que deseaba observar el aura de algu -
nos de sus pacientes. Finalmente, logré que los practicantes
m e co nd u j e s en ha st a u na m u je r de a sp ec t o t er r ib le , m u y
enfer ma evi dentem ente, con los ojos r odando y los dientes
rechinando juntamente; sus cabellos estaban esparcidos, al
igual que diabólicas llamas, alrededor de su cabeza. En ver -
dad, era una visión pavorosa. Pero eso no era nada en
com pa r a ci ón de l o qu e y o pu de ver en el m u ndo invisible.
Vi el alma de esta mujer completamente fuera de su cuerpo y
en una lucha salvaje contra la sombra oscura que intentaba
tomar posesión del cuerpo de aquélla. Todo, alrededor, era
un torbellino y una discordancia totales. Por fin se llevaron a
aquella mujer y yo dije al doctor que aquella mujer no podía
ser curada, ya que era verdaderamente víctima de una pose -
sión diabólica.»
A ca ba m os a qu í est a lección, su br ay a ndo qu e t odo aq u ello
que la inteligentísima señora de Yugoslavia ha visto y expe -
rimentado el lector podrá asimismo experimentarlo y verlo,
merced a mucha perseverancia y fe. Recuérdese; Roma no se
hizo en un día, ni un doctor o un abogado no se improvisan
en unos pocos días. Tiene que triunfar de sus estudios
— co m o d eb er á h a c er e l l ec t o r —. N o ex is t e n a t a jo s ni c a -
minos sin su correspondiente fatiga.
Lección decimonovena

D e tiempo en tiempo, en el cu rso de est as lecciones hem os


m enci onado los Archivos Aká shicos. A hora, podem os ext en -
der nos sobr e est e t em a fa scina nt e. El Ar chivo A ká shico es
algo que nos concierne a todos y a cada uno de los que han
s i d o. C o n el A r c hi vo A ká s hi co p od em o s v ia ja r ha ci a a t r á s a
lo largo del camino de la historia; ver todo cuanto ha
sucedido, no tan sólo en este mundo, sino también en otros
mundos; porque hov los científicos han llegado a corroborar
lo que los ocultistas han conocido desde siempre; que existen
otros mundos ocupados por otras personas, no necesariamente
humanas, pero que son, sin embargo, seres sensibles.
Antes de hablar extensamente sobre los Archivos Akáshicos
d e b e m o s c o n o c e r a l g u n a s c o s a s s o b r e l a na t u r a l e z a d e l a
energía o materia. La materia, como ya hemos dicho, es
indestructible, marcha desde la eternidad. Las ondas eléctri -
cas son indestructibles. Los científicos han hallado reciente -
mente que, si una corriente es inducida en un rollo de
a l a m b r e d e c ob r e , la t em pe r a t u r a d el cu a l s e ha r e du ci do
previamente hasta lo más cerca posible del cero absoluto, la
cor r i ent e i ndu ci da sig u e siem pr e a va nza ndo sin dism inu ir
nunca. Todos sabemos que, a temperaturas normales, la co -
rriente no tarda en disminuir y en extinguirse, debido a las
varias resistencias. Así, la ciencia ha descubierto un nuevo
r ec u r so ; h a e nc on t r a d o q u e s í u n h il o c on du ct or de c ob r e
puede experimentar una suficiente reducción de su tempera -
tura, una corriente eléctrica inducida continúa circulando por
él y permanece constante sin necesidad de que ninguna fuente
exterior tenga que alimentarla.
C on el t i em po , l os h om br es d e ci en ci a d es c u b r i r á n q u e e l
hombre posee otros sentidos y otras capacidades. Pero esto,
por ahora, todavía no puede ser descubierto por los hombres

169
de ci enci a por q u e l os pr oce dim ient os cient ífico s va n lent a -
mente y no siempre resultan sencillos.
Hemos dicho que las ondas son indestructibles. Considere.
m os el proceso de las ondas de lu z. La lu z nos llega de los
m á s di st a nt es cu er po s c el es t e s m á s r e m ot os d e n os ot r o s.
Los más grandes telescopios de la Tierra van escudriñando
por el espacio, en otras palabras, van captando luz de enor -
mes distancias de la Tierra. Algunos de los cuerpos celestes
que nos mandan luz, la emiten desde mucho antes que nuestro
m u ndo, o qu e nu est r o univer so , g oza sen de exist encia . La
l uz es u na cosa ext r em a da m ent e veloz ; t a nt o, q u e a pena s
podemos imaginarlo, debido a que estamos dentro de cuerpos
humanos y extremadamente entorpecidos por toda suerte de
limitaciones físicas. Lo que consideramos «rápido» aquí en el
suelo, tiene una diferente significación en un plano diferente
de existencia. A modo de ilustración, diremos que un ci -
clo de existencia, para el ser humano, son setenta y dos mil
años. Durante este ciclo una persona existe, repetidamente
en disti nt os mu ndos, dentr o de distint os cuerpos. Set enta y
dos mil años, pues, es la duración de nuestro «período
escolar».
Cuando nos referimos a la «luz», en vez de la radio o de
onda s el éct r i ca s u ot ra s, es debido a qu e la luz pu ede ser
obser va da dir ecta ment e, sin necesida d de equ ipos g ener ali -
zados, y la radio, no. Podemos ver la luz del Sol y de la Luna, y
si di spon em os de u n bu en t elescopio o de u nos pot ent es
gemelos, podemos percibir la luz de estrellas muy distantes,
que iniciaron su presencia mucho antes de que la Tierra fuese
ni tan siquiera una nube de hidrógeno flotando en el es -
pacio.
La luz, también se emplea como medida del tiempo o del
espacio. Los astrónomos nos hablan de «años-luz», y hemos
de decir , l lega dos a est e pu nt o, qu e est a luz , venida de u n
m u nd o m u y di st a nt e, s eg u i r á su v ia je cu a nd o é st e en q u e
vivim os haya cesado de exist ir ; de maner a que est amos for -
mando. en nuestra percepción, un cuadro de cosas que ya no

170
s on y a l g u na d e e l l a s ha c e la r g os a ñ os q u e y a n o ex is t e n .
Si algu ien encu entr a esta s cosas difíciles de ent ender , con -
sidere lo que sigue: tenemos una estrella situada en las
mayores distancias del espacio. Durante años, centurias, el
a st r o no s ha i d o e nv ia nd o o nd a s de lu z a la Ti er r a . E st a s
ondas luminosas pueden tardar mil, diez mil, cien mil, o un
millón de años en llegar a la Tierra, porque una determinada
estrella, la fuente de esta luz, es extremadamente lejana. Un
día determinado la estrella entra en colisión con otra; puede
produ ci rse un g ran esta llido de luz, o ésta pu ede ser ext in -
g u i da . Pa ra nu est r o pr opósit o, su pong a m os qu e se ha pr o -
ducido una extinción total. Siendo así, la luz dejará de
llegar, en adelante, a nosotros. Pero durante un millar, o diez
millares o un millón, su luz nos va llegando, porque emplea
todo ese tiempo para cubrir la distancia que hay entre aquella
fuente de luz y nuestro planeta. De este modo, nosotros
podemos ver la luz cuando su fuente ya ha cesado de existir.
Permítasenos opinar algo que es del todo imposible mientras
estamos en nuestro cuerpo físico, pero que es sencillo y
común cuando estamos fuera del cuerpo. Afirmemos, además,
que nosotros podemos viajar más rápidos que el pensamiento.
Necesitamos que sea así, ya que nuestro pensamiento posee
u na vel oci da d defi ni da , com o cua lqu ier doct or pu ede expli -
c a r no s. C o no ce m o s ho y l a ve lo ci d a d c on q u e u na p er so na
r ea cci ona en u na sit ua ción det er m ina da . La velocida d o la
lentitud a que podrá poner los frenos, a qué velocidad podrá
mover el volante. Son conocidas las velocidades de todos nues -
tros reflejos, de los pies a la cabeza. Nosotros, para el propósito
de nuestro análisis, necesitamos viajar instantáneamente. Ima -
ginemos que podemos llegarnos en un instante a un planeta
q u e est á r eci bi end o luz em it ida por la Tier r a tr es m il años
a t r á s. Si t u a d os so br e e st e pl a n et a n os l le g a r á la lu z d e la
Tierra de tres mil años ha. Supongamos que disponemos de un
t el escopio de un ti po jamá s im agina do con el cual podem os
contemplar perfectamente la superficie de la Tierra — inter -
pretando los rayos que nos llegan allí —; entonces podre-

171
mos ver la vida como era en el antiguo Egipto y los bárbaros
del Oeste, cuyos indígenas iban cubiertos de barro, o todavía
menos, mientras en la Chína descubriríamos una civilización
perfectamente avanzada, tan distinta de la que allí reina en
nuestros días.
Si nos fuese posible, en aquel mismo instante, desplazarnos a
m enor di st a nci a , ver ía m os im á g enes com plet a m ent e dis -
tintas. Supongamos un planeta cuya distancia de la Tierra
nos permitiese ver lo que ocurría mil años atrás con respecto
d e l a Ti er r a . Ve r í a m os u n m u n do d el a ñ o m i l ( de n u e st r a
Er a ) . U na al t a ci vi liz a ción en la I ndia , m ient r a s el C r ist ia -
nismo iba extendiéndose por el mundo occidental; y tal vez
al gunas inva si ones en Sudam ér ica. El mu ndo tam bién pr e -
sentaría algunas diferencias, comparado con el actual, porque
la línea de la costa es continuamente variable; la tierra surge
de las aguas, las costas sufren erosión. En el plazo de una
existencia humana no se nota gran diferencia; pero, en un
período de mil años, las diferencias se nos harían visibles.
A hora, en rea li da d, nos ha lla mos sobre u n mundo lleno de
las más notables limitaciones; ello es causa de que nos sea
posibl e recibir impresiones únicamente dentro de una zona
muy limitada de frecuencias. Si podemos darnos cuenta de
a l g u n a s de nu es t r a s a pt it u d es « ex t r a co r p or a l es » po r co m -
pl et o, com o pu eden ser dent r o del m u ndo a st r a l, nos ser á
posible ver las cosas bajo una luz diferente; podremos darnos
cuenta de cómo toda materia es indestructible; todo experi -
mento que hemos realizado en el mundo, continúa irradiando
ha ci a el ext er i or , ba jo la for m a de u na s onda s. C on ha bili -
dades especializadas, podemos interceptar aquellas ondas; de
una manera muy parecida a la de cómo podemos interceptar
las ondas de luz. Un ejemplo muy sencillo puede propor -
cionarnoslo una lámpara proyectora de vistas; se introduce la
placa por un lado, actuando en una habitación a oscuras, y,
habiendo puesto una pantalla, preferentemente de color blan -
co, enfrente de la lente del proyector a la distancia oportuna, y
enfocamos la luz de dicha pantalla, con lo que veremos

172
u na i m ag en. Per o si, en lu ga r de la pa nta lla , pr oy ect a m os
esa im agen sobr e la venta na y las tiniebla s ext er iores, divi -
sar em os sólo un ra yo de lu z, sin ima gen alguna. De ello se
sig ue qu e la luz ti ene que ser intercepta da , reflejada sobre
algo, para ser plenamente percibida y apreciada. Si tomamos
un proyector, en una noche clara y despejada, y lo enfocamos a l
espacio, veremos sólo u n p á l i d o r a s t r o lu m i n o s o ; pero
b a s t a c o n q u e e l p r o y e c t o r e n f o q u e u na nu b e o c u a lq u i e r
a vi ón de pa so, pa ra que nos demos cuenta de que exist e la
fuente luminosa.
U no d e l os m á s vi ej os su eñ os d e l a H u m a n id a d ha s id o el
de poder disponer de «viajes a través del tiempo». Estos
sueños no pasan de ser meras concepciones fantásticas mien -
tras existimos dentro de nuestra carne y sobre la Tierra; ya
que la envoltura carnal nos limita de una manera triste; son
nuestros cuerpos tan lamentablemente condicionados, y nues -
tra necesidad de aprender sobre la Tierra, lo que nos ha im -
plantado en nuestros ánimos tantas dudas e indecisiones, que
antes de sentirnos convencidos necesitamos lo que llamamos
«pruebas» el talento para descomponer una cosa en una serie
de pi ez a s pa r a ver com o fu nciona n y a seg u r ar se de qu e no
pueden funcionar de otro modo. Cuando llegaremos más allá
d e l a Ti er r a y en t r a r e m o s en el a st r a l, o t o da ví a m á s a l lá ,
los viajes a través del tiempo nos parecerán tan sencillos corno el
ir, en nuestro estado actual, al cinema o al teatro.
Los Archivos Akáshicos, siguiendo adelante, son una forma
de vibración, no necesariamente luminosa, porque compren d e
i g u a l m e n t e q u e l a l u z , e l s o n i d o . E s t a f o r m a d e v i b r a ción
no tiene sobre la Tierra término alguno que la describa. L o
m á s pr óx i m o a el l a s on lo s on da s de la r a di o. C on st a n -
temente nos llegan de todas partes del mundo; cada una nos
trae diferentes programas, lenguas distintas, músicas diversas,
diferentes tiempos. Es posible que algunas ondas nos lleguen y
nos traigan programas que, para nosotros, pertenezcan al
mañana de su punto de partida. Todas estas ondas nos van
llegando continuamente; pero no nos damos cuenta de ellas
hasta que disponemos de algún artificio mecánico, que llama -
m os a pa r a t o d e r a di o, q u e p u e da r ec ib ir la s on da s y d et e -
nerlas para que sean audibles y comprensibles por nosotros.
E nt on ce s , po r m e di o de u n a pa r a t o el éc t r ic o o m ec á n ic o,
retardamos la frecuencia de las ondas de la radio y las con -
vertimos en ondas sonoras.
D e una ma nera mu y par ecida si, sobre la Tier ra , consegu i -
mos alguna vez moderar las ondas de los Archivos Akáshicos,
seremos capaces de presentar auténticas escenas históricas
en la pantalla de la televisión. Y a los historiadores les va a
dar un ataque cuando puedan ver que la historia, tal como
va impresa en los libros, es falsa de pies a cabeza.
Los Archivos Akáshicos se forman de las vibraciones indes -
tructibles que constituyen la suma total de los conocimientos
humanos, que emana del mundo en muy parecida forma de la
que se difunden los programas de la radio. Todo cuanto ha
su cedi d o en est e m u ndo, t oda vía exist e en for m a de vibr a -
ciones. Cuando nosotros salimos de nuestro cuerpo, no nece -
sitamos ningún recurso especial para entender estas ondas;
no empleamos artificio alguno para hacerlas más lentas; en
saliendo de nuestro cuerpo, nuestro «receptor de ondas» se
halla acelerado de una manera tal que, con práctica y entre -
namiento, podemos ser receptivos de lo que llamamos Archi -
vos Akáshicos.
V ol va m o s a l p r o bl em a de có m o s u p er a r la v el oc id a d d e la
l u z . S e r á m á s f á c i l , s i o l v i d a m o s la l u z p o r u n m o m e n t o , y
tratamos, en su lugar, del sonido, porque éste es más lento y
no nos precisan distancias tan considerables para calcular los
resultados. Supongamos que estamos en un espacio abierto y d e
p r o n t o e s c u c h a m o s u n a v i ó n a r ea c c i ó n a g r a n v e l o cida d.
Escucha mos el sonido, per o es inút il m irar hacia el pu nt o
d e do nd e p a r e ce pa r t ir e l s on id o , y a q u e e l r ea ct or c o r r e
m á s q u e e l s o n i d o , y s i e n d o a s í , e l a v i ó n a d e l a n t a m u cho
a su pr opi o soni do. El pr im er a viso qu e du ra nt e la s eg u n da
G u er r a M u n di a l s e t e ní a d e la l le g a da de u n p r o yectil-cohete,
era el de la explosión y de la caída de los

17-1
bloques de piedra. con los chillidos de los lesionados. Luego,
cuando la pol va reda em peza ba a disipar se, llega ba el ruido
del cohet e por el espa cio, a pr oxim á ndose . Est a a lu cina nt e
exper iencia se debía al hecho de que el cohet e lleva ba una
veloci dad mucho mayor que la del sonido que producía. Por
eso, el cohete llevaba a cabo su trabajo destructor antes de
que le anunciase su propio ruido por el espacio.
Una persona puede hallarse ..ituada sobre una colina, mirando
un cañón que dispara, situado en la cumbre de otra colina.
Dicha persona no podrá jamás percibir el ruido del proyectil
cu a ndo pa sa exa cta m ent e por encim a de su per sona ; el so -
ni do l e l l eg a r á poco despu és , cu a ndo el pr oy ect il lleg a pr i -
mero y el sonido después, cuando el proyectil se va perdiendo
en la distancia. Nadie ha muerto de ninguna hala que haya
escuchado; porque primero llega el proyectil que su sonido.
Por est o es ta n di ver t ido, en la s g u er ra s, cont em pla r a los
hombres agachando la cabeza ante el sonido de una granada
«que ya ha pasado». En realidad, si han escuchado el ruido,
quiere decir que el proyectil va ha pasado de largo. El sonido
es lento, en comparación con la luz o la mirada. Puestos de
pie en la cumbre de esta colina podemos ver un cañón
c u a n d o l o d i s p a r a n ; p r i m e r o p e r c i b i r e m o s u na l l a m a r a d a
en su boca , y m u cho má s t ar de — depen de de la dist a ncia a
la que estemos de la pieza de artillería —, nos llega el
ruido de la granada, pasando por encima de nuestra cabeza.
Podemos distinguir, a lo lejos, un hombre derribando un
ár bol; el hombre esta rá a una cier ta dist ancia de nosot ros;
v er em os el ha c ha g o lp ea nd o el t r o nc o, y u n m om en t o m á s
tar de per ci bi remos el ru ido de la herr amienta . Es ést a una
experiencia que casi todos habremos tenido.
Los Archivos Akáshicos contienen el testimonio de todo
cuanto ha sucedido en el mundo. Los diversos mundos tienen,
cada cual, sus Archivos Akáshicos, del mismo modo que
cada país posee sus propios programas de radio. Todos
aqu el los que poseen conocimient os suficient es, pu eden sin -
cronizar con el Archivo Akáshico de cada mundo; no tan

175
sólo del suyo propio, y se pueden enterar de los acontecimien tos
históricos y de !as falsificaciones contenidas en los libros de la
hi st or i a . Per o, en l os Ar chivos A ká shicos , ha y alg o más que
un recurso para satisfacer la propia y vana curio sidad.
Podemos consultarlos y ver cómo fracasaron nuestros planes
personales. Cuando morirnos para este mundo, vamos a otro
plano de existencia, dentro de la cual todos tienen que verse
cara a cara con las propias obras; lo que hicimos y lo que
dejamos de hacer, debiendo hacerlo Veremos el conjunto de
nuestras vidas, con la velocidad del pensamiento. Lo ve remos
a través de los Archivos Akáshicos, y no sólo desde el
momento que llevamos las cosas a la práctica, sino desde
aquellos momentos antes de nacer, en los cuales planeamos
cómo v dónde habríamos nacido. Entonces, con estos cono -
cimientos v habiendo visto nuestros errores, planearemos
otra vez y volveremos a intentar otra existencia, exactamente
como un niño, en la escuela, viendo sus equivocaciones en las
respuestas escritas de sus exámenes y queriendo enmendar sus
equivocaciones en unos nuevos ejercicios.
Naturalmente, se requiere un prolongado ejercicio antes no se
puede ver el Archivo Akáshico; pero mediante el estudio, l a
práctica y la fe se puede llegar a él, y se llega cons -
tantemente.
Pienso que ha llegado el momento de hacer aquí un momento de
pausa en nuestra discurso y de discutir qué significa lo que
se llama «fe».
La fe es una cosa definida que se puede y se debe cultivar, lo
m i sm o qu e cu l t i vam os u na cost u m br e o u na pla nta de
invernáculo. La fe no es una planta vivaz, como una caña; se
parece más a una planta de invernadero. Hay que mimarla,
nutrirla, observarla. Para alcanzarla es preciso repetir insis -
tentemente nuestras afirmaciones de fe, hasta que su conoci -
miento se inscriba en el subconsciente. Este subconsciente
representa nueve décimas partes de nosotros mismos, esto es, la
mayor parte de cada uno. Muchas veces, nosotros podemos comparar
el subconsciente a un hombre viejo y cansado que

176
k) qu e mas necesi ta es qu e no le fatiguen. Aqu el vie j o está
leyendo sus periódicos, quizás está con la pipa en los labios y
los pies metidos en confortables zapatillas. Está ciertamente
fatigado de todo el barullo y las distracciones constantes que
le rodean. A través de largos años de experiencia, ha apren -
dido a gua rdarse de todo, m enos de la s más cont inua s int e -
rrupciones y ruidos. Igual que un anciano parcialmente sordo,
no oy e a l q u e l e l l a ma por pr im era vez . La seg u nda vez no
ove porque no necesita oír, y tiene que decidir si vale la
pena lo que le dicen. En cuanto a la tercera, le irrita, ya que el
inoportuno le estorba el curso de sus pensamientos, mien t r a s
él está más interesado en leer los resultados de las
carreras de caballos, antes que otra cosa que exija esfuerzo
por su par t e. I nsi st id e insist id cont inu am ent e, r epit iendo
vuestra profesión de fe y entonces «el viejo» volverá a la
v i d a c on u n s ob r e sa lt o, y c u a n do e l co no ci m i e nt o es t é i m -
plantado en vuestro subconsciente, entonces la fe se instalará
e n v os ot r o s de u n m od o a u t om á t ic o. T en em o s q u e a c la r a r
q u e l a fe si g n i f i c a c. pi ni ó n ; de ci m o s «c r e o q u e m a ña n a e s
lunes», y esto quiere decir alguna cosa. Pero no diremos, por
cierto, «tengo fe en que mañana es lunes», porque significaría
u na cosa muy di st inta qu e la anterior . La fe es alg o qu e ha
crecido al propio tiempo que nosotros. Somos cristianos,
budistas o judíos porque nuestros padres lo fueron. Ésta
es una regla casi general. Tenemos la fe de nuestros padres
— creemos que lo que creyeron nuestros padres era exacto — y
a sí , nuest ra fe sig uió siendo la de nuest ros ant epasados.
Ciertas cosas , que no podernos probar de un modo definitivo
mientras permanecemos en este mundo, requieren fe. Otras
c o s a s q u e p u e d e n p r o b a r s e , la s c r e e m o s o n o c r e e m o s e n
e l l a s . E s t o e s u na d i s t i n c i ó n , y e s p r e c i s o q u e n o s d e m o s
cuenta de ella.
Pero, ante todo, ¿qué es lo que necesitamos creer, lo que
requiere nuestra fe? Decidamos que es aquello que requiere
f e; p en s ém o sl o d es d e t od os l os pu nt o s d e vi st a . ¿ Se t r a t a
de fe en una religión, en una capacidad? Mirémoslo desde

177
t a nt o s l a do s co m o no s se a po si bl e y e nt on ce s , en la su po -
sición de qu e pensa rnos de una form a posit iva, esta blez ca -
m os ant e nosot r os m ism os lo qu e podem o s ha cer — est o o
a q u el l o — , o q u e q u e r e m o s ha ce r — e st o o a q u e l l o — o l o
qu e creemos fi rm em ente — en esto o en aqu ello —. Y debe -
rnos avanzar en estas afirmaciones. A menos que afirmemos
q u e no q u er em os t ener fe «nu nca ». La s gr a ndes r elig iones
tienen sus seguidores llenos de fe. Éstos son aquellos que han
estado en la iglesia, o capilla, o sinagoga, o templo y allí han
recitado sus plegarias no sólo en interés propio, sino el
de sus prójimos, y se han dado cuenta que en el seno de sus
confesiones había algunas cosas que constituían «una fe». En
el Lejano Oriente existen unas cosas que se llaman «mantras», y
repitiéndolas incesantemente, la persona — que muy pro -
bablemente no sabe lo que significa el «mantra» —, alcanzará
det er mi na dos bienes para el espír it u. El qu e ig nore lo qu e
pueda ser un mantra no tiene importancia alguna, ya que los
fu nda dor es de l a r elig ión q u e com pu sier on el ma nt ra a rr e -
g lar on las cosas pa ra qu e la s vibra ciones engendra da s por
la repetición del mismo implantasen en el subconsciente la
finalidad deseada. Muy pronto, incluso a través de personas
que no entienden completamente la invocación, ésta pasa a
formar parte del subconsciente y la fe entonces se convierte
en puramente automática. De la misma forma, si repetimos
oraciones y rezos de tiempo en tiempo, empezamos a creer en
ellos. Todo se reduce a mover nuestro subconsciente para que
quiera entender y cooperar y, una vez se ha llegado a la fe,
no es preciso luchar más, porque nuestro subconsciente nunca
cesará de recordarnos que poseemos esta fe, y que hemos de
hacer determinadas cosas.
R ep i t á m on os a no so t r os m i sm os d e t i em po en t i em po q u e
vamos a ver un aura, que vamos a sentir los fenómenos
t el ep á t i c os , q u e es t a r no s a p u n t o d e l og r a r e st o y a q u e ll o
— lo que debernos particularmente alcanzar en lo espiri -
tual —. Todas las personas que tienen éxitos en la vida;
que están en el camino de ser millonarios o inventores, son

178
personas que tienen fe en sí mismas, que poseen fe en
a l ca nza r aq u el l o por lo cua l lu cha n. Est o es debido a q u e,
teniendo ante todo fe en sí mismos, creyendo en sus propios
tal entos y energ ía s, llegan a eng endr ar aqu ella fe qu e hace
que lo que se cree se convierta en una verdad. Si avanzamos
diciéndonos a nosotros mismos que nos aguarda el éxito,
triunfaremos; pero sólo si en nuestras afirmaciones de éxito
no se i nt rodu cen dudas (las nega ciones de la fe). Probemos
est a a fi r ma ci ón de éxit o y los r esu lt a dos seg u ra m ent e nos
asombrarán a nosotros mismos.
Habréis oído hablar de personas que pueden explicar a otros
lo que eran en una vida anterior y todo lo que hacían.
Todos estos conocimientos provienen de los Archivos Aká -
shicos, va que son varias las personas que «durante el sueño»
v i a j a n p or el a st r a l y v en a q u e ll os a r c hi vo s . A s u r eg r e so ,
por la mañana, como ya hemos analizado, traen consigo
unos recuerdos deformados, de forma que, entre las cosas que
dicen, unas son ciertas y las otras inexactas. El lector puede
notar que de las cosas que ellos cuentan, la mayor parte re -
latan grandes sufrimientos. Todos parecen haber sido esbirros y
toda suerte de gente malvada. Esto sucede porque nosotros
venim os a la Ti er ra como si ésta se trata se de u na escuela .
Debemos acordarnos siempre de que las personas deben ser
dura s en la expia ci ón de su s propios pecados, de la m isma
for ma qu e el m iner al en brut o es colocado dent ro del horno y
sometido a intenso calor para que las impurezas suban a la
superficie para ser purgadas. Los seres humanos, igualmente,
deben soportar tensiones que les lleven casi al punto de rup -
tura para que su espiritualidad quede patente y sus pecados
arrancados de raíz. Las personas vienen a este mundo para
aprender; y se aprende más por el rigor que por las dulzuras.
Ést e es u n m u ndo de pena s; u na escu ela de for m a ción q u e
e s c a s i u n r ef or m a t or io , y , a u nq u e ha y a d e ve z en c u a n do
ra ros m oment os de dulz ura, que brillan com o el ray o de u n
f a r o l u m i n os o en l a s t in ie bl a s d e la n oc he , la m a y o r pa r t e
del vivir en este mundo es lucha. Miremos la historia de

179
las naciones; si queremos poner en duda lo que estamos afir -
mando, mírense las guerras incipientes. Es éste verdadera.
m ente u n mundo de impur eza s, y resu lta difícil a los alt os
seres el venir a la Tierra como deben, para inspeccionar
hacia adónde vamos. Es un hecho comprobado que una Alta
Entidad, llegando a la Tierra, puede levantar alguna im -
pureza que actuará como si fuese un ancla, y lo atará a nues -
tro suelo. Las altas entidades que llegan hasta nosotros
no pu eden l l eg a r a qu í pu r a s e incont a m ina da s, por qu e no
podrían soportar las tristezas y las pruebas de este mundo.
A sí es qu e debem os anda r con mu cho cuida do cu ando pen -
semos que Tal o Cual no puede estar tan alto como algunas
personas aseguran oír que es excesivamente goloso de tales o
cuales cosas. Con tal de que no se dé a la bebida, ya
puede esta r a suficient e altura . La bebida, en ca mbio, can -
cela en un ser todas las altas potencias.
Algunos de los más grandes clarividentes y telepatistas sufren
de al g u na dol enci a física , y a qu e ést a , mu y a m enu do, les
aumenta la frecuencia de sus vibraciones y les confier e ma -
yores dotes de telepatía o de clarividencia por sus sufrimien -
t os. N o podem os conoc er la espir it u a lida d de u na per sona
con sólo mirarla. Ni juzgar que es mala, porque se halla
enfer m a ; l a enfer m eda d pu ede obede cer a la nece sida d de
tener que aumentar la velocidad de sus vibraciones con vis -
tas a un determinado trabajo. No juzguemos a una persona
severamente porque acostumbre a soltar algún taco o no se
pr ese nt e com o cr eem os qu e deb e pr esent a r se u n g ra n per -
sonaje. Puede tratarse de una gran personalidad que suelte
alguna palabrota, o tenga algún vicio que le tenga amarrado
a la Tierra. Pero, lo repetimos; mientras esta persona no
esté dominada por la bebida, puede tratarse de la gran
ent i da d q u e or i g i na r ia m ent e hem os cr eído qu e él er a . Hay
muchas impurezas que reinan sobre la Tierra; lo que es
i m pu r o su cu m be; sólo aq u ello qu e es pu r o e incor r u pt ible
sobrevive. Ésta es una de las razones en virtud de las cuales
venimos los mortales a este mundo; en el mundo espiritual,

18()
más allá del astral no puede haber corrupción alguna. El mal
no pu ede exi st i r en los pla nos su per ior es; por est o los hu -
manos vienen a la Tierra para conocer el camino áspero.
Y , r ep i t á m os l o , u n Gr a n Se r , l le g a do a n u e st r o su el o, co n -
traerá algún vicio o aflicción, sabiendo, sin embargo, que él
(o ella) han venido a la Tierra con una misión especial, y que
l a s a fl i c ci on e s o l os vi ci os q u e l es a f ec t e n lu e g o no t ie ne n
que ser considerados en ningún caso corno un «karma» (trata -
remos de éste más adelante), sino que debemos tenerlos como
u nos i nstru ment os, una s anclas, que dejan de existir com o
desaparece la corrupción, con el cuerpo físico.
Ha y un pu nt o que hem os de seña la r, y es ést e: los gra ndes
reformadores en esta vida, muchas veces son los que en vidas
anteriores fueron grandes culpables de aquellos pecados que
a hora, en la vida pr esent e, ellos (o ella s) com ba ten. Hit ler,
p or e j e m p l o , vo l v er á co m o u n g r a n r e fo r m a d or . A s im is m o ,
m u c h o s d e l o s i nq u i s i d o r e s . E s é s t e u n p e n s a m i e n t o q u e
merece ser meditado. Recor démoslo: el camino de en medio
es aq u el donde a ctu a lm ent e vivim os. N o sea m os ta n m a los
q u e n os se a p r e ci s o s u f r i r n u e va m e nt e e n u na nu e va e xi s -
tencia. Y si fuéramos tan puros y santos que todo el mundo
estuviera por debajo de nosotros, entonces no podríamos sub -
s i s t i r e n e s t e m u n d o . A f o r t u na d a m e n t e , d e t o d o s m o d o s ,
;nadie alcanza tanta pureza!
Lección vigésima

D esea m os t ra t ar pr ont o de t elepa t ía , cla r ividen cia y psico -


metría; pero antes que todo permítasenos una digresión — un
t em a pr evi o —. D e m om ent o podr á pa r ecer qu e diva g a m os
f u e r a d e n u e st r o t em a ; n os da m o s c u e nt a de el lo , pe r o lo
h a c em os d el i b er a d a m en t e ; sa be m o s lo q u e no s ha ce m o s y
muchas veces le sale a cuenta al lector — más que a nosotros
mismos — el hecho de que se le llame la atención sobre
algo muy necesario por vía de fundamentos.
Queremos establecer sobre una base firme que las personas
que sienten necesidad de ser clarividentes, sensibles a la tele -
patía o a las prácticas psicométricas tienen que proceder sin
pri sa s. No se puede for zar el desa rr ollo má s allá de cier tos
límites. Si nos fijamos en el mundo de la naturaleza, encon -
traremos que las orquídeas exóticas son evidentemente plantas
de invernadero, y si se las ha forzado en su desarrollo, son
flores muy frágiles. Lo mismo podemos decir de todo aquello
cuyo crecimiento ha tenido que ser estimulado artificialmente,
o que haya sido forzado. Las «plantas de invernadero» no
son robustas, no se puede tener seguridad en ellas, sucumben
a toda suerte de inesperadas dolencias. También es preciso
qu e u no tenga una robu sta dosis de t elepat ía; necesita mos
que se esté capacitado, para que se pueda practicar la clari -
videncia y que se tengan las facultades suficientes para que
u no pu ed a r e co g e r u n g u i ja r r o d e la pl a y a , p or e je m p lo , y
expli ca rnos lo qu e le ha sucedido a dicho guijar ro a través
de las eda des. Es muy fa ct ible, ya es sabido, para u n bu en
psicómetra de verdad, el recoger un artículo cualquiera en la
orilla del mar, donde este objeto no ha sido tocado por el hom -
bre y determinar, visualizándolo claramente, el tiempo en que
est e gu i j ar r o se encont r a ba ta l vez for m a ndo pa r t e de u na
montaña. Todo esto no es exagerado, sino muy ordinario, muy
fácil cuando se sabe cómo debe practicarse. Busquemos, pues,

182
u nos bu enos «fu nda m ent os», ya qu e no se pu ede er ig ir u n
edificio sobre arenas movedizas, si se quiere que la casa dure
muchos años.
H a bl a ndo de l os «fu nda m ent os» , t enem os qu e pr ecisa r q u e la
compostura interior y la tranquilidad son las dos piedras
angulares; porque, a menos que tengamos esa virtud interior
en g r a do su fi ci ent e, no podr em os a bor da r con éxit o la t ele -
patía ni la clarividencia. La compostura interior es el sine qua
no n de t odo pr og r eso m á s allá de los est a dios elem ent a les
más primarios.
Los seres humanos son una masa de emociones en conflicto
constante. Miramos a nuestro alrededor y nos encontramos
c o n e l g e n t í o c o r r i e n d o e n t o d a s d i r e c c i o n e s p o r la c a l l e ,
revolviéndolo todo en coches, o precipitándose sobre los
autobuses para subir a ellos. Entonces, hasta el último ins -
tante, irrumpen en las tiendas para procurarse los sustentos
suficient es en la s ti enda s que cierr an t odos los fines de se -
m a na . Se vi ve en cont inu o ja leo; nos r ebu llim os por todos
la dos, y nuest ros cerebr os echa n chispa s de cóler a y decep -
c i ó n. Mu ch a s ve ce s n os s or pr en d em o s a no so t r os m i sm os
montando en cólera; crece de continuo nuestra tensión, expe -
rimentamos presiones salvajes dentro de nuestro ánimo. Exis -
ten momentos que nos parece que vamos a estallar. Sí;
estamos a punto...
P er o t od o e st o n o n os a y u d a de n in g ú n m o do en el ca m po
de la investigación esotérica. Un cerebro incontrolado hasta
e st e p u nt o, e sa s o l a s , b or r a n t o da se ña l q u e no s v ie ne d e
fuera, cuando nos es preciso abrir nuestras mentes y recoger y
comprender aquellas señales.
¿ Ha proba do nunca el lector de escucha r la radio en medio
de una tempestad de rayos y truenos? ¿Ha intentado alguna
vez seguir algún programa de la televisión cuando algún
i di ot a a par ece ba j o su vent a na? Ta l vez en a lgu na oca sión
haya intentado alcanzar una estación muy distante sobre los
a ul l i dos y cha sq u i dos de la elect r icida d est át ica pr odu cida
por una tormenta eléctrica. No es tarea fácil. Alguno de

183
vosotros se interesa por las emisiones en onda corta v escu -
cha por todo el mundo, captando noticias de distintos países y
m ú si ca s de va r i os cont inent es . Si a lgu no de vosot r os ha
practicado mucho las ondas cortas y ha escuchado emisoras
muy lejanas, ya sabrá lo difícil que resulta muchas veces con -
servar las ondas cuando se acumulan las dificultades represen -
tadas por los parásitos, tanto los naturales como los produ -
cidos por el hombre. Ruidos causados por las chispas de los
coches, chasquidos originados por las estufas eléctricas o los
refrigeradores o al funcionar el timbre eléctrico de la puerta
justo cuando necesitábamos escuchar con más atención. Nos
vamos enojando en progresión creciente, concentrados como
estamos en la tarea de captar los mensajes de una deter -
minada radio. Hasta que nos libremos de alguno de esos
pará si tos, menta lm ente, t endr em os dificu lt ades con la tele -
pa t ía , por q u e el est r épit o de u n cer ebr o hu ma no en ebu lli -
ci ón sobr epa sa a l m á s r u idoso de los viejos m ot or es de un
coche desvencijado. Tal vez el lector pensará que estoy
e xa g e r a nd o; p er o, a m e di da q u e se le a u m e nt en la s fa cu l -
tades en esta dirección, hallará que me he quedado más bien
corto.
Desarrollemos un poco más ese tema, porque debemos estar
seguros de todo de lo que vamos a hacer, antes de dispo -
nernos a practicarlo; tenemos que estar bien seguros de los
o bs t á cu l o s q u e se a lz a n e n n u e st r o c a m in o. A nt es d e q u e
los conozcamos bien, no podremos sobrepasarlos.
Considerémoslos desde un nuevo punto de vista. Es una cosa
bien sencilla el telefonear desde un continente a otro, mien -
t r a s e x i s t a u n c a b l e a d e c u a d o s i t u a d o b a j o e l o c é a n o . La
línea del teléfono transatlántico, pongamos por ejemplo, de
Inglaterra a Nueva York o de Adelaida a las Islas Británicas,
se encuentra en este caso. Cuando usamos este teléfono,
cuyas líneas circulan por debajo del mar, mandamos paquetes
de pa l a bra s. D e vez en cu a ndo, el sonido se debilit a ; m a s,
en conj u nt o, se ent iend e per fect a m ent e lo qu e se dice. Por
desgracia, gran parte del mundo no se halla unida entre sí

184
por ca bl es t el efónicos. En ciert as áreas, por ejem plo, entr e
Montreal y Buenos Aires, no existen cables telefónicos, sino
« ca de na s de r a di o» . Es t o s a b om ina bl es di sp os it iv o s j a m á s
deben ser dignificados bajo el nombre de «teléfonos», va que
el usa rl os r equi er e un pr odig io de r esistencia. La s pala br as
s e em br ol l a n y de sa fí a n t o da i nt er pr et a c ió n, y e n lu g a r d e
presentar unas inflexiones humanas de voz que puedan com -
prenderse, ofrecen una monotonía como si fueran vomitadas
por cualquier robot. El que escucha tiene que estar hablando
de conti nu o — ha sta si no tiene nada qu e decir — para «no
perder la línea». Añádase a esto que, además de la elec -
t r i ci da d est á t i ca , a la q u e ya hem os hecho alu sión, se da n
var ias r efra cciones y r eflexiones de la s distint as capas ioni -
z a da s a l r e d e d o r d e la T i e r r a . C i t a m o s e s t o p a r a p o n e r e n
c l a r o q u e nu nc a , n i c on el m e jo r eq u ip o de e st os m u n do s,
dejará de ser una cosa incierta, y, según nuestra experiencia,
más bien ocasión de estorbos que satisfactorio experimento.
Per sona l m ent e , consider a m os la t elepa t ía m u cho má s fá cil
que el radioteléfono.
Alguien puede extrañarse de que hagamos tantas alusiones a
los fenómenos eléctricos y a la electricidad. La respuesta es
que tanto nuestro cerebro como nuestro cuerpo generan
energía eléctrica. El cerebro y todos los músculos de nuestro
cuerpo son fuentes de electricidad. Ambos emiten electrones
que son en realidad el programa de radio del cuerpo humano.
Gran parte de la conducta del cuerpo humano y de los fenó -
menos de clarividencia, telepatía, psicometría y restantes ma -
nifestaciones, pueden entenderse muy fácilmente relacionán -
dolas con las ciencias de la radio y de la electrónica. Nosotros
intentamos facilitar la materia a los lectores; por eso procu -
ramos considerarla desde el punto de vista de ciencia electró -
nica y de radio; será muy interesante para el lector el estudio
de la materia electrónica. Cuanto más se estudie, más fáciles
serán los progresos en nuestro desarrollo.
Los instrumentos delicados requieren ser protegidos de todo
choque. No es cuerdo poseer un televisor caro y golpearlo

185
sin consideración, ni un reloj de lo mejor y tratarlo a porrazos
contra la pared. Tenemos el más caro de los receptores
— nu estr o cer ebro — y si qu er em os ser virnos de él con los
m ej or es rendim ient os posibles, nos es for zoso poderlo pre -
servar de todo choque. Si estamos a punto de abandonarnos a
la agitación o a la frustración, entonces corremos el peligro d e
e ng en dr a r u n t i po de o nd a s q u e n os i nh ib ir á n de t o da
r ecepción de las onda s ext er iores. En mat er ia de t elepat ía
necesitamos permanecer en la mayor calma posible; de otro
modo, correremos el peligro de perder nuestro tiempo en el
i nt ent o de r eci bi r el pensa m ient o de los dem á s. Al pr im er
intento no alcanzaremos grandes resultados con la telepatía.
Nos será preciso concentrarnos serenamente.
Siempre que pensamos, generamos electricidad. Si pensamos
tranquilos y sin ninguna emoción fuerte, la electricidad de
nuestro cerebro seguirá una línea lisa, sin altos picachos ni
valles profundos. Si se nos produce un pico prominente,
significará que algo interrumpe el tenor regular de nuestros
pensamientos. Debemos asegurarnos que no se han generado
voltajes excesivos; y nada que pueda producir «alarma y de -
sesp er a ci ón» pu ede ser per m it ido en el cu r so de nu est r os
pensamientos.
Debemos, en todos los casos, cultivar la compostura interna,
la necesa ri a com post ur a. N o hay la m enor du da de qu e es
incómodo el tener que descolgar el teléfono cuando se tienen
las manos ocupadas por la ropa húmeda, mientras la estamos
l a va nd o. I nd u d a b l e m e nt e n os ir r it a e l pe r d er la g a ng a se -
manal de la tienda donde somos clientes; pero todas éstas son
cosas muy mundanas y no nos sirven para nada cuando
t en em os q u e de j a r e st e m u nd o. C u a n do s e a ca b e nu es t r o
paso por este suelo terrenal, no tendrá la menor importancia si
h em os t r a t a d o co n l os g r a nd es s u p er m e r c a d o s o c on la
pequeña tienda del rincón. Repitamos de nuevo — por si no
se ha leído a ntes — qu e no nos podr em os lleva r ni un solo
céntimo a la vida siguiente; pero que llevaremos con nosotros
todos los conocimientos que hayamos ganado. La esencia des-

186
tilada de todo cuanto hayamos aprendido sobre la Tierra, es
lo que determinará lo que seremos en una vida subsiguiente.
Por eso debemos concentrarnos en el conocimiento de aque -
llas cosas que podremos transportar a la nueva existencia.
En nuestros días el mundo se vuelve loco por el dinero v por
la posesión de cosas. Países corno el Canadá y Norteamérica
vi ven ba j o u n fa l so nivel de pr osper ida d ; todos pa r ece q u e
s e ha l l a n l l en os d e de u d a s ; ca da c u a l p id e pr es t a do a la s
com pa ñí as financi er as (nueva tra nsform ación de los prest a -
mistas, ahora de monedas de cromio). La gente necesita
coches nuevos, cada uno más reluciente que el del año pasado.
La gente se les echa encima; nadie tiene tiempo para las
cosas serias de la vida y todos persiguen objetos sin ninguna
importancia. Lo único importante son las cosas que estamos
est udia ndo en estos ca pítulos; nos lleva mos todos los cono -
cimientos que se pueden adquirir durante nuestro paso por
la Tierr a y deja mos atrá s — si los t enem os — los dineros y
posesiones para que otro las disipe. Por lo tanto, nos preocu -
pamos de concentrarnos sobre aquellas cosas que pueden ser
seguramente nuestras. Sobre el conocimiento.
Uno de los caminos más fáciles para alcanzar la tranquilidad
e s e l a p r e n d e r l a r e s p i r a c i ó n b i e n a c o m p a s a d a . La m a y o r
parte de las personas, por desgracia, respiran de una manera
que puede llamarse: «aspirar-respirar»-«aspirar-respirar». Ja -
dean continuamente, privando a su cerebro del oxígeno corres -
pondi ent e. La g ente pa rece cr eer qu e el air e est á ra cionado
y que tiene que tragar y expulsar de continuo. Parecen creer
que está demasiado caliente, o algo por el estilo. Porque tan
pronto como lo respiran, se sienten ansiosos de librarse de él y
hacer entrar en los pulmones una nueva carga.
Tenem o s q u e a pr ender a r espir a r des pa cio y pr ofu nda m en -
t e. Tenem os q u e a seg u ra r nos de qu e el a ir e cor r om pido se
expulsa de nuestros pulmones. Si sólo respiramos con la parte
s u p er i o r de l o s pu lm o ne s , el a ir e q u e se h a l la e n el f on do
cada vez resulta más estancado.
Cuanto mejor sea nuestra provisión de aire, mejor será el

187
poder de nu estr o cer ebro, ya que no podemos vivir sin oxí -
geno, y el cerebro es lo primero que nota a faltar en la respi -
r a ci ón. Si el cer ebr o se sient e fa lt o de u na cier t a dosis de
oxígeno, se nota cansado — soñoliento —, nuestros movimien -
tos se hacen más pesados y experimentamos dificultad en el
pensa r . A vece s, i nclu so nos sobr e vien e una desa g r a da ble
jaqueca; mas, cuando luego nos hallamos al aire libre, la ja -
queca desaparece; lo que prueba que necesitábamos mayor
abundancia de oxígeno.
U n r espi r a r a com pa sa do sua viz a la s em ociones . Si u no se
siente destemplado — de mal talante —, y experimenta tenta -
ciones de producirse con violencia sobre de su prójimo, no hay
más que respirar profundamente, lo más hondo que se pueda y
aguantar el soplo unos pocos segundos. Después dejar salir
d es pa ci o el a i r e de nu es t r os pu lm on es . Há g a s e es t o u na s
cuantas veces seguidas y se notará que nos calmamos con una
facilidad increíble.
No se tiene que aspirar tan de prisa como uno pueda y des -
pués expulsar no menos rápidamente el aire de los pulmones.
Respírese poco a poco y con fuerza, y piénsese — puesto que
a sí es — que se está n inhala ndo vida y vigor junt os. Expli -
quémoslo con todo detalle: comprímase el pecho y pruébese
de expu lsar ta nto a ire como nos sea posible; fuércense los
pulmones hasta que, si se quiere, quede pendiente la lengua
por fa lta de air e. Ent onces, al cabo de unos diez seg undos
llénese completamente los pulmones, ensánchese el pecho,
aspírese todo el aire posible y comprímase un poco más.
Cuando se haya admitido todo el aire que se ha podido,
aguá nt ese por espacio de cinco segu ndos y después déjese
sal ir el air e ta n l enta ment e qu e se tarde siet e seg undos en
expulsar el aire que tengamos dentro. Exhálese por completo,
for zando los múscu los pa ra a dent ro a fin de expr im ir todo
e l a i r e q u e s e p u e da . En t o nc e s vu él va se a r e pe t i r t o do d e
nuevo. Puede ser una buena idea el repetir el ejercicio hasta
una docena de veces. Entonces se verá que nuestras frustra -
ciones v nuestro mal humor han desaparecido, y nos sentire-

188
mos en una mejor disposición de ánimo; experimentaremos
que empezamos a lograr una mejor compostura interior.
Si alguno de vosotros tiene que acudir a una entrevista que
realmente tenga su importancia, antes de entrar en la estancia
donde la entrevista tiene que efectuarse, practíquense algunas
respiraciones profundas. Os daréis cuenta, entonces, que vues tro
pulso acelerado ya no corre sino que marcha acompasado; la
confianza es mayor; existen menos preocupaciones y si os
presentáis así, la persona con quien os entrevistáis es evi -
dente que se verá impresionada por vuestro aire decidido.
¡Probadlo!

Se producen todos los días una cantidad sorprendente de


frustraciones e irritaciones en nuestro ánimo, y todo esto nos
es muy perjudicial. La «civilización» es al contrario de esto.
Cuanto más nos sentirnos atados por los compromisos de la
s oc i e d a d , m á s d i f í c il n os r es u lt a v iv ir e n p a z . El h om br e —
o mujer — de la ciudad es a menudo más irritante y ner vioso
que los que viven en el campo. Por eso nos es cada vez más
necesario el saber dominar nuestras emociones. Todos aquellos que se
sienten frustrados y susceptibles se encontrarán con que sus jugos
gástricos son cada vez más concentrados. Estos jugos son,
naturalmente, ácidos, y a medida que llegan a un grado de
concentración mayor, empiezan a corroer las mucosas a su
alrededor y acaban por deteriorar las paredes del estómago o
de otros órganos, que no pueden resistir los ataques de
aquellos ácidos concentrados. Posiblemente, algu na zona de los
tejidos interiores es más delicada que el resto. Alguna tacha
interna, algún pedazo de comida que hemos ingerido y que
nos ha causado una ligera irritación en las paredes del
estómago. Entonces, el ácido encuentra un sitio donde obrar.
Trabaja continuamente en este sitio delicado, o peq u eña
z ona i r r i ta da , y con el t iem po lleg a a penet r a r d e n t r o d e l a
c a p a p r o t e c t o r a . E l r e s u l t a d o e s u na ú l c e r a gástrica que
nos causa considerable malestar y dolores agudos. Como
habemos oído decir a menudo, las úlceras gástricas son la
dolencia de las personas irritables y nerviosas. Pen-

189
sernos un momento en esas irritaciones; estarnos pensando
de dónde sacaremos el dinero para pagar la factura del gas; o
el hom br e del cont a dor de la elect r icida d est á m oviéndo se
a nte nu estr a puerta m ient ras nosot ros est ar nos atareados
en otr a s cosa s. Est á is pensa ndo en t a nt a g ent e necia qu e
os enví a ci r cu l a r es por cor r eo. ¿ Por q u é no los ma ndá is a
t odos a paseo? ¿Por qu é no los devolvéis al remit ente y os
quitáis este trabajo...? ¡Bueno! ¡Hay que tomárselo con calma!
Pensa d en vosot ros mism os; ha ceos la pr eg unt a: «¿Qu é im -
portará todo esto de aquí dentro de cincuenta o cien años?»
Siempre que os sintáis frustrados, cuando estéis que no podáis
más con el peso de lo cotidiano, sumergidos en vuestros em -
brollos y dificultades, pensad: «¿Qué importancia tendrán, qué
va a quedar de estas cosas dentro de cincuenta o cien años?».
Esa Edad de la Civilización — así la llaman — es un tiempo
de prueba, evidentemente. Todo conspira para levantar den -
tro de nosotros ondas cerebrales contrarias a la naturaleza;
extraños voltajes engendrados dentro de las células de nuestro
c er eb r o . E n l o s ca so s n or m a l es , c u a nd o pe ns a m os , s e da
una sucesión rítmica regular de ondas eléctricas en nuestro
cerebro, que los médicos pueden registrar con instrumentos
adecuados. Si las ondas cerebrales siguen una cierta figura,
entonces denotan que estarnos bajo alguna dolencia mental.
De forma que tenemos que, ante todo, es preciso que se ins -
peccione en qué difieren estas ondas de lo normal. Es sabido,
según opinión de los orientales, que si una persona con -
sig ue domi na r sus ondas cerebr ales a normales, recobr a la
salud. En Extremo Oriente existen varios métodos, em -
pleados por los sacerdotes médicos; métodos que aplicados a
las personas afligidas de perturbaciones mentales pueden
restaurar la normalidad de sus ondas cerebrales.
Las mujeres, particularmente en las edades críticas, pueden
est a r su j eta s a l a a par ición de for m a s difer ent es de onda s
en su cer ebr o. El l o, na t ur a lm ent e, es debido al ca m bio de
vida, que origina que diversas secreciones desaparezcan o se
dirijan por otros canales. Por lo general, toda mujer que

190
se halla en este caso ha escuchado mil historias alarmantes
que la asustan con la perspectiva de tiempos críticos. Lo
cierto es que no existe ningún peligro en el cambio de vida,
siempre que las personas estén debidamente preparadas. Los
casos peores se producen en aquellas mujeres que han sido
objeto de la operación llamada histerotomía. Esta operación
adelanta la menopausia por medios quirúrgicos. Admitamos
que ésta sea una razón secundaria, ya que dicha intervención
generalmente se ha producido por causa de alguna dolencia;
mas, el resultado es el mismo. Una mujer que ha sido objeto de
una intervención quirúrgica — la histerotomía — y la súbi ta
desaparición de su forma habitual de vida y la desviación
subsi gu ient e de horm onas esencia les, etc., le cau sará u na
ser ia t em pest ad eléct rica en el cerebr o que, por un tiem po
i ndet er mi na do, pu ede provoca r u na continua inesta bilida d
en di cha m u j er . U n t ra ta m ient o a decu a do y u na sim pá t ica
comprensión pueden curar, con toda seguridad, a la desdicha da
paciente.
Mencionamos este caso meramente para indicar que el cuerpo
es un generador eléctrico y es necesario conservarlo en conti -
nua marcha, ya que con un funcionamiento continuo tendre -
mos orden mental y tranquilidad, y en cambio, si hay algún
desperfecto t i c el mecanismo funciona irregularmente, la sere -
nidad se pierde t empor alment e. Es preciso, entonces, r eco -
brarla.
Volvamos atrás, ahora, a los «cincuenta o cien años pasados».
S i s e h a c e e l b i e n a u n o nu e s t r o s p r ó j i m o s e n t o n c e s f a v o -
r ecem os su s pl a nes, a sí com o, si le ca u sam os da ño, se los
contr ari amos. Cua nt o más bien ha gamos a los dem ás, será
mayor lo que nosotros obtendremos. Existe una ley de lo
oculto que nos enseña que no podemos recibir nada del
p r ó j i m o si n os ot r o s no le he m o s da do ja m á s na da . S i da is
— sea en bienes, o sea en amor --, a vuestra vez seréis objeto
de recompensas en amor y en bienes materiales; así es que, a
vuestra vez, debéis ser generosos; dad en amor o en
bienes, que seréis recompensados, no importa lo que deis y lo

191
que os devuelvan; todo será pagado a su debido tiempo.
Si sois objeto de una amabilidad, debéis devolverla. Pero no
t r a t a r e m o s a f o n d o la c u e s t i ó n e n la L e c c i ó n p r e s e n t e . S e
tratará con más detalle cuando trataremos del Karma.
Procurad conservaros en la calma; tranquilos; mirad de com -
prender t odas esas pequ eñas lim itaciones, todas esa s tont e -
rías que estamos intentando rumiar o experimentar para
realizar algo que de aquí unos pocos años no tendrán impor -
t a nci a a l gu na . Todo cu a nt o t enéis qu e ha cer es r espir a r de
m a ner a qu e vu est i ,) cer ebr o a spir e el m á xim o de oxíg eno y
piense que todas esas pequeñas y tontas irritaciones no
contarán absolutamente nada de aquí a cien años. Entonces
veréis lo escasamente importantes que llegáis a ser.
¿Sospecháis adónde queremos ir a parar? Estamos inten -
t a nd o ha ce r o s v er q u e la m a y or p a r t e de v u e st r o s g r a nd es
quebraderos de cabeza, sencillamente, no existen. Os hemos
a m ena za do a l gu na s veces ; t em em os qu e alg o desa g r a da ble
ocu r r a ; t ra ba j am os en el fr enesí del t em or y lleg am os a u n
est ado que no sabem os si nos t ener nos sobr e nuest ros pies o
nuestra cabeza...
Pero, de pronto, nos damos cuenta de que nuestros temores
eran injustificados. ¡Nada ocurre! Todo nuestro miedo era por
nada. Hemos almacenado una mezcla de adrenalina dis -
p u e st a a g a l v a n i z a r no s p a r a l a a c ci ón , y cu a nd o n u e st r o s
temores se han acabado, la adrenalina en cuestión debe ser
disipada, y esto nos hace sentirnos debilitados; ¡debemos lu -
cha r cont r a l a r ea cción! Mu chos de los per sona je s fa m osos
del mundo han dicho que sus preocupaciones mayores nunca
se cu m pl i er on; per o seg u ía n pr eocu pá ndol es y ha ciéndol es
p er de r t i em po . Si u no s e si en t e p r e oc u p a d o, hu y e d e él l a
t r a n q u i l i d a d . S i n o s s e n t i m o s a g it a d o s , n o n o s e s p o s i b l e
conservar la compostura interna; y en vez de ser capaces
d e r ec i b i r u n m en sa je t el ep á t ic o, es t a m o s r a d ia nd o a t o do
el mundo u n dramát ico mensaje caót ico de fr ustración qu e,
no solamente nos incapacita para recibir mensajes telepáticos
de otros sino que estorba las recepciones a nuestro alrededor.

192
A sí e s q u e, t a nt o po r n os ot r o s co m o pa r a nu e st r o pr ój im o,
debem os ser ecuá ni mes, conser va r la calma, t ener present e
que todas esas irr i taciones menores no pasan de aquí y nada
más. Nos las han mandado para probarnos, y ciertamente ¡ha
sido así!
Pr a ct i ca d el dom i ni o de vosot r os m ism os, la cont em pla ción
de las dificultades que se os ofrezcan, mirándolas con su
correcta perspectiva. Puede ser irritante ver que no podéis ir al
cine esta noche, sobr e todo si es la última de la pelícu la ;
pero su importancia no llega a estremecer el globo de la
Tierra. Lo importante, para vosotros, es aprender, progresar;
ya que cuanto más aprendáis, más os llevaréis a la otra vida y
el número de cosas aprendidas en ésta, cuanto mayor sea,
má s a cortará el nú mero de veces que deber éis volver a est e
desgraciado mundo que nos ha tocado en suerte.
Os aconsejamos que os acostéis y os dejéis relajar. Acostaos y
acomodaos de forma que ninguno de vuestros músculos ni
parte alguna de vuestra persona se halle en tensión. Juntad
levemente vuestras manos y respirad honda y regularmente.
Respirando, seguid el ritmo de «paz-paz-paz». Si hacéis todo
eso, hallaréis un verdaderamente divino sentido de paz y
tra nqu il idad extendido por toda vu estr a persona. De nuevo,
apartad todos los pensamientos intrusos de discordia, concen -
trando vuestros pensamientos sobre los de paz, quietud y
serenidad. Si pensáis en la paz, tendréis la paz en el corazón. Si
pensáis en la tranquilidad, os sentiréis tranquilos.
Diremos, como conclusión de esta lección que si todo el
mu ndo qui si ese dedica r diez minutos, entr e las veint icuat ro
h or a s de l d í a , a es t e e je r c ic io , l os m éd ic os s e a r r u in a r ía n ,
por que descenderí a enorm em ente el núm er o de enfer mos en
todo el mundo.
Lección vigésima primera

Esta lección versará sobre un tema que nos interesa a todos:


la telepatía.
O s ha b r á i n t r i g a d o el p or q u é d e m i em pe ño en su br a y a r la
similitud entre el cerebro humano, con sus rayos, y los rayos
de la radio. En esta lección veréis con más claridad este tema.
Aqu í t enem os l a fig ura 9. C om o podéis ver, la denom inam os
«La cabez a tra nqu ila ». La lla mam os «t ranquila» porq ue debe
hallarse en esta forma antes de que se entregue a la telepatía, a
l a cl a r i vi den ci a o a la psicom et r ía , q u e ser á n el objet o de
l a s úl t i ma s l ecci on es de q u e t ra ta r em os ( ¿ «a d na u sea r a »? )
con las referidas materias. Debemos encontrarnos tranquilos
en nuestro interior si tenemos que realizar progresos en tales
extremos.
C onsi der a d l o si gu i ent e: ¿ os ser ía posible dar u n bu en con -
c i e r t o d e m ú si ca si nf ón i ca e n la v ec in d a d d e la ca ld er a de
u na fá br ica? ¿ Podr ía is disfru tar de una música clá sica — o
del g éner o qu e sea y qu e os gu st e -- sí ha y g ent e a vu est r o
a l r ededor br i nca ndo por t odos la dos y ber r ea ndo con t odos
sus pulmones? No, ciertamente. Tendríais que cortar la radio
y poneros a berrear como los demás, o si no, mandar a todo
el mundo que se calle.
En la figura 9 de «La cabeza tranquila» veréis que, en el
cerebro, existen diferentes áreas receptoras. La zona que
cor r espo nd e a pr oxi m a dam ent e con el ha lo, ca pt a la s onda s
telepáticas. Más tarde trataremos de las demás ondas; pero,
antes que todo nos ocuparemos de las telepáticas.
Cuando nos sentimos tranquilos, podemos detectar toda clase
de i m pr esi one s. Se t ra ta m er a m ent e de onda s de ra dio pr o -
venientes de otras personas y que son absorbidas por nuestro
cerebro receptivo. Todos hemos de reconocer que a veces
not a m os i nt er i or m ent e lo q u e se podr ía n denom ina r «em pe -
llones». Muchas personas, una vez u otra han experimentado

194
LA CABEZA TRANQUILA

Fig. 9.
la sensación de que «alguna cosa» estaba a punto de suceder,
o que ellos habían de emprender un tipo indeterminado y
espe cí fi co de a cci ón. La g ent e q u e no est á lo ba st a nt e ent e -
rada lo llamará un impulso, una corazonada, etc. En realidad,
es una sensaci ón m era ment e inconsciente — o subconscien t
— de telepatía; eso es, que la persona que nota ese
i mpul so, ha ca pta do u n m ensa je t elepát ico, manda do a con -
ciencia, o subconscientemente, por otra persona.
La i ntu ición per tenece al mismo tipo de cosa s; est á compro -
bado que las mujeres poseen más intuición que los varones.
Podrían ser más importantes telepatistas que el término me -
dio de los hombres, a no ser su defecto de hablar demasiado.
El cerebro de la mujer está comprobado que es más pequeño
q u e el del va r ón; per o, a la ver da d, est e det a lle no t iene la
m en or i m p or t a n ci a . U n m o nt ón d e in ep ci a s s e ha n es cr it o a
propósi to de la relación entr e la s dim ensiones de los cer e -
bros y el grado de inteligencia. Partiendo de los mismos
principios, tendríamos que conceder que un elefante tendría
que ser un genio, en comparación con el ser humano. El
cerebro de la mujer está capacitado para «vibrar» en armonía
con los mensajes que le llegan y — para emplear nuevamente
la termi nologí a de la radio —, el cerebr o de la mujer es una
estación receptora que puede sintonizarse más fácilmente que
u n c er eb r o m a s cu l i no . Es t a a cl a r a c ió n s im pl if ic a la s ex pl i -
c a c i o ne s . ¿ Re co r d á i s la i ns t a la c ió n v ie jí si m a q u e t u vi er on
vuestro abuelo o vuestro padre? Había en ella toda una
s er i e de a r t e fa ct os , y , co n t o do , r e su lt a ba co m p li ca dí si m o
sincr oniz ar con la esta ción loca l. A ctualment e se puede em -
p l e a r u n a r a d i o d e b o l s i l l o y e n u n s a nt i a m é n , e m p l e a n d o
u n so l o de do , n os p on em os en co m u ni ca ci ón c on t o da s la s
partes del mundo. El cerebro femenino es igual; es más
fácil de sintonizar que el masculino.
Asimismo pueden recordar perfectamente a los hermanos ge -
melos. Es un hecho probado que dos gemelos idénticos están
s i e m p r e e n co nt a c t o r e cí pr oc o . Es i nd if er e nt e la d is t a nc ia
en que se hallen el uno del otro, físicamente. Un gemelo

196
vive en Norteamérica y otro en el Sur. Si se conocen los
acontecimientos que les suceden al uno y al otro, simultánea -
m en t e , po de m o s l l e g a r a la co nc lu si ó n d e q u e ca da u no d e
los dos conoce lo que el otro está haciendo. Esto se produce
por que l os dos pr oceden de una m isma célu la , de un mism o
huevo, y por eso sus cerebros son igual que un par de recep -
tores o transmisores de radio acoplados cuidadosamente. Se
encu ent r a n «si nt oni z a dos» sin esfu er z o a lgu no por pa rt e de
sus dueños.
Nos falta saber, ahora, cómo se puede practicar la tele -
patía; porque tendremos que practicarla con fe, no con
cualquier fe y con la práctica que sea; necesitaremos nuestra
v i e j a c o n o c i d a , l a c o m p o s t u r a i n t e r i o r . La m e j o r f o r m a d e
hacer prácticas es la siguiente:
D igá monos a nosotr os m ismos, dura nt e uno o dos días, que
en determinada fecha conseguiremos hacer receptivo nuestro
cer ebro en tal o cu al hora de aqu el día, de forma qu e podr e -
mos captar, primero, impresiones generales, y después, men -
sajes telepáticos. Repitámonos a nosotros mismos, afirmemos
r epet i da s veces q u e va m os a obt ener un éxit o en est os ejer -
cicios.
En el día predeterm inado, con pr efer encia al atardecer , ret i -
r ém on os a u na ha b it a c ió n a pa r t a d a . M ir em os bi en q u e la s
luces estén bajas y que la temperatura sea cómoda para
nosot r os. Ent once s r ecliném o nos en la posición q u e nos r e -
su l t e má s cóm oda . Téng a se en la m a no u na fot og r a fía de la
per sona a la que est em os má s u nidos espir it ua lm ente. Cual -
q ui er lu z qu e i l u m i ne la fot o debe est ar a nu est ra espa lda .
Respiremos profundamente durante unos pocos minutos y
luego expulsemos de nuestro cerebro todo pensamiento extra -
ño; pensem os en l a per sona cu ya fot og ra fía t enem os en la s
m a no s, m i r em os l a fo t o g r a fí a , vi su a l ic em os la p er so na , d e
pie enfrente de nosotros. ¿Qué nos diría, dicha persona?
¿Qué le responderíamos? Formemos nuestros pensamientos.
Se puede decir, si es preciso: «Háblame, dime». Entonces
aguárdese la respuesta. Si estamos bien sosegados, si tenemos

197
fe, notaremos algo que se mueve en nuestro cerebro. Primero,
t en dr em os t e nd en ci a a p en sa r q u e e s i m a g ina ci ón ; p er o n o
l o e s, q u e e s r e a l i d a d . Si r ec ha z a m os e st o, c on si d e r á nd ol o
mera imaginación, renunciamos a la telepatía.
La manera más simple de adquirir la facultad de la telepatía
consi st e en tra ba jar de acu er do con una persona que conoz -
camos muy bien y con la cual estemos en los mejores tér -
minos. Entre los dos, discutiremos lo que vamos a practicar.
Decidiremos que tal o cual día, a tal o cual hora nos pon -
dremos en contacto telepático. Ambos, simultáneamente, nos
retiraremos a nuestras habitaciones (no importa a la dis -
tancia en que vivamos el uno del otro; puede ser de un
conti nent e al ot ro; las dista ncia s no cu enta n). Nos tenemos
q u e e n t e r a r , e n c a m b i o , d e la s d i f e r e n c i a s d e h o r a r i o ; p o r
ejemplo, Buenos Aires puede llevar dos horas de avance
con respecto a Nu eva Y or k. Ha y qu e calcu lar ; de ot ro modo, el
exper im ent o podr ía fa llar nos. Igualment e, hay que poner se d e
a cu e r d o e l q u e t i e ne q u e t r a n sm it ir c on el q u e t i en e q u e
r e c i b i r l o t r a n s m i t i d o p o r s u c o m p a ñ e r o . E s t o s r e s u l tados
pueden alcanzarse fácilmente, sincronizando primero los relojes
de ambos, y luego refiriéndose al meridiano de Green w i c h , p o r
e j e m p l o , l o q u e e l i m i n a r á t o d o p e l i g r o d e c o n fu sión. Se
pu ede obt ener G r eenw ich con la m a y or fa cilida d desd e toda s
pa r t es, o ca si . Lu eg o, a l ca bo de diez m inut os, v u e s t r o
c o l e g a o s p u e d e t r a n s m i t i r . L a s d o s o t r e s v e c e s primeras
se puede fallar muy fácilmente; pero, repitiéndolo, se
perfecciona la transmisión telepática. Recordemos que un
niño no anda al primer intento de su parte; le son nece -
s a r i o s m u c h o s i n t e n t o s de a r r a st r a r s e y d e c a m i n a r l u e g o .
T a m b i é n e s m u y p o s i b l e q u e n o l o g r é i s la t r a n s m i s i ó n d e l
pensamiento de buenas a primeras; pero mediante la práctica
todo marchará a la perfección.
C u a nd o o s s ea po si bl e m a n da r u n m e ns a j e t e le pá t i co a u n
amigo, o recibirlo, estaréis en el buen camino para captar el
pensamiento de los demás; pero esto, sólo podéis llevarlo a
cabo si no tenéis ninguna mala intención contra ellos.

198
Va mos, ahor a, a desa rr olla r una de nuest ra s fa mosa s dig re
siones.
No se puede en ningún caso, y bajo ningún pretexto, emplear
la telepatía, la clarividencia o la psicometría para perjudicar a
otra persona, ni otra persona puede dañarnos por esos
métodos. Se ha establecido sólida y repetidamente que si una
m a l a pe r s on a fu es e t e lé pa t a o cl a r iv id en t e , se en co nt r a r í a
en condi ciones de delatar a personas que hubieran cometido
alguna pequeña falta; pero esto, repitámoslo con todas nues -
t ra s fu erz a s, es im posibl e. Na die pu ede t ener luz y t iniebla
simultáneamente, ni nadie puede servirse de la telepatía para
pra ct icar el mal . Es u na ley inexor able de la m eta física . A sí
es, que no hay que alarmarse; nadie puede leer nuestros
pensa mi entos para per ju dica rnos. Sin du da , mu chos quisie -
ran hacerlo; mas, no pueden. Citamos esto, porque existe en
mu chas per sona s el t emor de qu e pueda otr o individu o, con
sus malas artes, conocer nuestros temores secretos y nuestras
fobias. Es verdad que las mentalidades más puras de la
humanidad pueden enterarse de vuestros pensamientos; ver
en vuestra aura, cuáles son los puntos débiles. Pero las
personas puras no pueden querer ni por un solo momento
enterarse de todas estas cosas. En cuanto a las impuras, no
les es factible.
Aconsejamos al lector que se practique la telepatía con algún
a m i g o, y s i no t i en e a m i g o s co n l os c u a l es p od er c oo pe r a r ,
no hay más que di st ender se, como hem os explicado, y dejar
que los pensamientos ajenos vengan hacia nosotros. Pri -
meramente escucharemos un tumulto de pensamientos encon -
t ra dos. I gu a l q u e si escu cha m os u na tu r ba de g ent e. Es u n
murmullo de conversaciones, un horrible tumulto; todos
p a r ec en ha bl a r a l a v ez , de sg a ñ it á n do s e . P er o, a f u e r z a d e
i nt en t a r l o , p od em o s a i sl a r u na v oz s ol a . Se pu ed e ha ce r l o
mismo en telepatía. Hay que adquirir práctica, ayudada
por la fe; entonces, suponiendo que conservemos la ca lma y
no abr igu em os mala s int enciones contra de otra s personas,
estaremos en situación de practicar la telepatía. Podemos decir

199
qu e reci bi endo mensajes t elepát icos escucha mos la ra dio, y
ca pt a ndo m ensa j es cla r ivident es vem os imá g enes de la t ele -
vi si ón, y a m enu do en el má s br illa nt e de los t ecnicolor es .
Si q u er em os al ca nz ar la cla r ividencia , nos es necesa r io u n
c r i s t a l o a l g ú n o b j e t o r e l u c i e n t e . S i p o s e e m o s u n a s o r t i ja
de diamantes con una sola piedra, nos será tan útil corno un
c r i st a l , y , cl a r o , m e no s f a t ig o so de m a ne ja r . E n es t e c a s o,
i gual ment e, tenemos qu e r ecosta rnos cómoda ment e y a segu -
r a r n os de q u e l a l u z es t é ba ja . Su po ng a m os a h or a q u e em -
pleamos un cristal.
Estáis completamente a vuestras anchas y en vuestra habita -
ción al atardecer. Vuestras cortinas o postigos han sido cerra -
dos para evitar los rayos de luz directa. La habitación se
halla a oscuras, hasta el punto de que apenas divisáis la
silueta del cristal. No os es posible observar en el cristal
ningún puntito de luz. Todo es tenebroso, casi «ausente»;
t en éi s l a i m pr es i ó n d e q u e po dr éi s c a p t a r a l g o ; v er a lg u na
cosa. Mirad seguidamente el cristal sin querer ver nada,
como si estuvieseis mirando en la lejanía. El cristal estará a
cosa de un palmo de vuestro rostro; pero vosotros tenéis que
m i r ar m u y a l o l ej os. Ent once s, obser va r éis cóm o el cr ist a l
empieza a nublarse; veréis las formas de unas nubes blancas y
el cristal, en vez de recobrar el aspecto de un vidrio trans -
parente, os parecerá como tenido de leche. Estamos en el
momento crítico; no hay que agitarse ni alarmarse, como
muchos hacen, porque en el nuevo plano...
El blancor se encoge, como las cortinas de un escenario. Ha
desa pa r eci do el cr i sta l; en su lu ga r cont em plá is el m u ndo.
Contempláis hacia abajo, como un dios del Olimpo puede
contemplar nuestro mundo; veis, quizás, unas nubes con un
c on t i ne nt e d eb a j o d e el la s; t e né is l a s en sa ci ó n d e ca er os ;
podéis, involuntariamente, moveros hacia adelante ligeramen -
te. Procurad dominar este impulso porque si os abalanzáis «se
pierde la imagen», y os será preciso recomenzar otra noche.
Per o, su pong am os que no os m ovéis. Ent onces exper im ent a -
réis la sensación de que os precipitáis hacia abajo y el mundo

200
cada vez se hace más amplio; veréis que los continentes pasan
rápidamente bajo vuestro descenso, hasta que os detendréis
en alguna zona determinada. Podréis ver una escena histórica;
os podrá parecer que aterrizáis en medio de una lucha armada y
que topáis con un tanque que os viene encima. No hay que
a la r m a r se, por q u e el t a nq u e no pu ede choca r con vosot r os.
P a s a r á a t r a v és y n o n ot a r é is na d a . E s co m o s i vi es ei s c on
los ojos de otra persona. No podréis ver a dicha persona
per o podéi s ver a qu ello qu e ella ve. De nu evo os insist im os
que no os agitéis; todo lo veréis claramente, sin esfuerzo y,
a u nq u e n o p o d á i s o í r n a d a , s a b r é i s t o d o l o q u e s e d i c e allí.
Eso es posible porque veis en virtud de la clarividencia. Se
trata de una cosa muy sencilla suponiendo — insistimos — que
se tenga la fe suficiente.
Algunas personas no ven, en realidad, ningún cuadro; se
l i m i t a n a c a p t a r t o d a s l a s i m p r e s i o n e s s i n v e r na d a . E s t e
fenómeno se presenta a menudo entre aquellas personas que
están introducidas en negocios. Existen individuos muy clari -
videntes, en realidad; pero si éstos están metidos en negocios y
en el comercio, muchas veces se produce en su espíritu una
a ctit ud escépti ca que dificu lt a qu e pueda n ver concr et am en te
la s imág enes. Ell o es debido a qu e piensan dentr o de los
subconscientes respectivos que tales cosas no pueden ocurrir
de veras. Pero, así como la clarividencia no puede ser negada a
nadie, la persona exper im ent a impresiones «en a lgún sit io de
su ca bez a ». Im pr esion es qu e, de t oda s m a ner a s, son t a n
ciertas como las imágenes.
H a ci endo pr á ct i ca se pu ede ser cla r ivident e. A t ra vés de la
ejercitación podremos visitar cada período de la historia del
m u nd o y v er l a q u e fu e, co n t o da v er da d. N os d iv er t i r e m o s y
nos mara vi ll ar em os a la vez , cua ndo nos dem os cuent a de que
la historia verdadera jamás fue escrita; Rorque los histo -
r iador es est aban influencia dos por los polít icos de aquellos
t i em po s . Po de m o s ve r l o q u e p a s a en la A le m a ni a de Hit le r y
en la Rusia de los soviets.
Tratemos ahora de la psicometría.

201
A la psicom et rí a se la pu ede lla mar «visión por medio de los
dedos». Todos la hemos experimentado. Por ejemplo, si
t oma m os u n pu ña do de m oneda s y pedir no s a ot r a per sona
q u e q u i e r a t en er en la m a n o u na d e la s m on ed a s p or u n os
m i nu t o s, y l u e g o se la vo lv em o s a pe di r y la ju nt a m o s c on
el resto de monedas, conoceremos, por el calor humano, esta
moneda entre las restantes. Naturalmente, éste es un experi -
mento que no pasa de lo elemental.
Mediante la psicometría estamos capacitados para seleccionar
un objeto y conocer su origen, todo cuanto le haya sucedido y
d e q u i é n h a s i d o p r o p i e d a d , a s í c o m o d e l e s t a d o m e n t a l de
sus propietarios. Muchas veces, por medio de la psicome t r í a ,
podemos percibir si un objeto determinado ha sido
rodeado de un ambiente venturoso o lleno de desdichas.
P od em o s p r a c t i ca r la ps ic om et r í a p on ié n do n o s de a cu er do
c o n u n a p e r s o n a a m i g a q u e n o s s e a s i m p á t i c a . H e a q u í la
manera de proceder en este caso.
Suponiendo que dicho amigo es simpático al experimentador, y
desea colaborar a sus progresos, le suplicaremos que quiera
la va rse la s ma nos y ent onces escog er una pequ eña piedra o
guijarro. El guijarro, a su vez, será lavado con jabón y agua;
después será secado. Entonces vuestro amigo, una vez haya
s ec a d o su s m a no s y la pi ed r a c on t od o cu id a d o, so st en d r á
el gui jarr o, con su ma no izqu ierda fu ert em ente, por el espa -
ci o de un m i nu t o, pensa ndo int ensa m ent e u na cosa — ést a
puede ser de color negro, o blanco, alegre o malhumorada —.
N o i m p or t a q u é s e pi en s e ; só lo s e n ec e si t a pe ns a r lo i nt en -
samente por cosa de un minuto. Después de esto deberá
envolver la piedra en un pañuelo limpio. o en un pañuelo
de papel y devolvérnosla. N o se debe desenvolver ha st a que
no estéis en vuestro «cuarto de contemplación». Continuemos
nuestras digresiones.
H em os pr eci sa do qu e se debe t ener el gu ija rr o «en la m a no
izq ui er da », y nos fa lta dar la explica ción. Dentr o de la sa bi -
duría popular esotérica, la mano derecha se supone destinada a
servir como la mano práctica; aquella que se destina a las

202
cosas de est e mundo. La mano izqu ierda es la espir it ua l; la
q u e se d es t i na a l a s c os a s m e t a f ís ic a s . S u p on ie n do q u e o s
sirváis normalmente de la mano derecha, obtendréis los más
grandes resultados sirviéndoos de la izquierda «esotérica» para la
psicometría. Si sois zurdo, en este caso debéis serviros de la
derecha en las operaciones metafísicas. Se ha observado aue,
p or m ed i o d e l a m a n o iz q u i er da , se p u e de n a lc a n z a r r e su l -
tados que no se consiguen con la derecha.
Cua ndo os encontr éis en vu estr a cá mara de contempla ción,
debéis previamente lavaros las manos cuidadosamente v luego
enjuagarlas antes de que se sequen, porque si no, se os podrían
a cu mu l a r im pr esi on es , y debéis conser va r u na sola par a el
experimento. Acostaos, procurad acomodaros bien y, en este
caso, no importa que haya mucha luz o que estéis en la tinie -
bl a . D espu és dese nvol ved la piedr a — o el objet o de qu e se
trate — y cogedlo con vuestra mano izquierda; asegurándoos d e
q u e e s t é e n e l c e n t r o d e la p a l m a d e a q u e l l a m a n o . N o
penséis sobre el objeto, no os esforcéis de ningún modo;
i nt ent a d sol a m ent e qu e vu est r o cer ebr o est é en bla nco, sin
p en sa r na d a . I n m e di a t a m e nt e p er ci bi r é i s u n m u y le ve c os -
q ui l l eo en la ma no iz q u ier da , y seg u ida m ent e not ar éis u na
i m pr esi ón , pr oba bl em e nt e de qu e vu est r o am ig o est á int en -
tando comunicarse con vosotros. Igualmente podréis captar la
i mpresi ón de que os encontr áis dentr o de u n qu ebra dero de
c a b ez a . A f u e r z a d e p r a ct ic a r l o e nc on t r a r éi s q u e , m ie nt r a s
permanezcáis tranquilos, podéis sacar muchas impresiones in -
teresantes.
Cuando vuestro amigo esté cansado de colaborar con vosotros,
experimentad por vuestra cuenta; escoged un guijarro que no
ha si do t oca do por na die — por lo q u e os const e —. Est o es
fácil si os halláis en la orilla del mar, o si podéis cavar en la
t i er r a . C on l a p r á ct ic a , o bt en dr éi s no t a bl es r e su lt a do s. Po -
dréis, por ejemplo, elegir un guijarro y conocer aquel tiempo
en q u e ést e for ma ba pa rt e de u na m ont a ña ; cóm o fu e a rr a s -
t r a d o p o r u n r í o y f u e a p a r a r a l m a r . La i n f o r m a c i ó n q u e
podemos obtener a través de la psicometría es ciertamente

203
fabulosa; mas, digámoslo de nuevo, necesita mucha paciencia
y debemos conservar nuestra mente bien tranquila.
Podemos coger con nuestras manos el sobre de una carta
y darnos cuenta del sentido general de su contenido. Nos es
también posible elegir una carta escrita en lengua extranjera
— para nosotros — y resiguiéndola ligeramente con nuestros
dedos comprender el sentido de ésta, sin que entendamos la
significación concreta de las palabras individuales. Con la p rác-
tica, eso es infalible; pero no debe practicarse, sino en la
medida que sirva para probar que podemos hacer semejantes
cosas en beneficio de nuestro prójimo.
Puede extrañar el porqué hay tantas personas que no quieran
probar que sean telepáticas, clarividentes, etc. La respuesta
está en que cuando se poseen facultades telepáticas es preciso
pra ct icarl as en condiciones fa vora bles; no se pu eden lleva r a
cabo cuando alguien esté empeñado en demostrar que
est á i s eq u i voca do, por qu e ca pt á is la s onda s q u e se em it en a
vuestro alrededor por otras personas, y si alguien próximo a
vosot ros i nt enta dem ostr ar que está is equivoca do y sois un
mentiroso, os encontraréis que sus radiaciones de incredulidad
y desconfianza son tan fuertes, que pueden anular o siquiera
debil it ar l as i mpresi ones r ecibidas. Recomendam os a todos a
quienes se les pida que demuestren sus facultades, respon dan
que no les interesa; vosotros conocéis la verdad, y lo que sabéis
no os precisa probarlo a todo el mundo.
También queremos decir algo acerca de los clarividentes que
r esiden en cal leju el as y viven de su profesión. Es u n hecho
e l q u e m u c ha s m u j er es t ie ne n g r a n pr ed is p o si c ió n p a r a la
clarividencia de vez en cuando, es decir intermitentemente, sin
poderse provocar a voluntad. Es frecuente el caso de alguna
mujer que posee, a ráfagas, la mayor clarividencia y extraña
a todos sus ami gos con su s profecías. Éstos pu eden conven -
cer l a de q u e se dediq u e pr ofesiona lm ent e a la a divina ción.
La po br e m u j e r , e ng a ñ á n do s e a s í m i sm a , pu ed e d ed i ca r s e
a dicha s art es adivinatoria s y cobra r suma s impor tantes de
dinero por sus servicios. No puede revelar a un cliente que,

204
e n el d í a de l a co ns u l t a , su s ha b il id a d e s l e fa lla n y , po r lo
ta nto, mucha s veces se ve obliga da a ment ir le. Usu alm ente,
no carece de facultades psicológicas, y, a medida que le van
fallando las facultades adivinatorias y substituyéndolas con su
inventiva, llega a perderlas por completo.
N a di e d eb e a ce pt a r d in er o po r « le er en el cr is t a l» . o « ec ha r
los naipes». Si lo . hacéis así, perderéis vuestras facultades de
cla ri vi denci a. Jamá s debéis enva necer os de poder hacer eso o
est o otr o, ya que si lo ha céis a sí podr éis veros dom inados po r
l a s on da s de l c er eb r o d e q u i en es no c r e en e n vu es t r a s
facultades.
Casi siempre es preferible que no hagáis ostentación de vues -
tras facultades. Cuanto más normales y naturales os presen -
téis, más conseguiréis. No debéis nunca querer presentar
pruebas; si lo intentáis, seréis inmediatamente sumergidos por
l a s onda s du bi t at i va s de los dem á s, onda s qu e podr á n ca u -
saros graves daños.
Os exhortamos a practicar continuamente vuestras facultades,
y la interior compostura de ánimo, sin la cual no podréis
practicar absolutamente nada de todas esas cosas que hemos
explicado. ¡Con ella, lo podréis todo!
Lección vigésima segunda

Antes de adentramos en nuestra lección propiamente dicha,


qui si ér am os llam ar vuest ra atención sobre alg o qu e ha inte -
resado vivamente nuestro interés.
Nos ha sido particularmente interesante debido que, a través
de nuestro curso, hemos hablado copiosamente de las corrien -
tes eléctricas de nuestro cuerpo, y hemos explicado cómo éstas
viajan por nuestros nervios para activar nuestros músculos.
A hor a l eem os en la r evist a «Elect r onics I lu st r at ed», y en el
número de enero de 1963, página 62, un fascinante artículo
bajo el título de «La sorprendente mano eléctrica rusa».
S u a u t or , e l pr of e so r A r on E . Ko br in sk y e s d oc t o r e n I ng e -
niería de la Academia de Ciencias de la URSS, y parece que,
con sus auxiliares ha experimentado mucho en el ramo de la
Prótesis (miembros artificiales). Hasta los presentes días, los
esfuerzos originados para que una mano artificial pueda
moverse, representan un grave esfuerzo de quien debe usarla;
ahora, sin embargo, en Rusia se ha inventado una mano
artificial, movida eléctricamente.
En el m om ento de la amputación, dos elect rodos especia les
s on i ns t a l a do s a l ex t r em o d e c ie r t os n er vi os , a q u e ll os q u e
normalmente debieran mover los músculos del brazo, y cuan -
do el muñón se ha cicatrizado por completo, de modo que
u n br az o ar t i fi ci a l se le pu ede inser t a r , la s cor r ient es ema -
nadas del cerebro y que normalmente mueven los dedos
de la ma no y el pu lga r , se conect a n con el br az o ar t ificia l,
donde las pequeñísimas corrientes del cuerpo humano se
amplían de manera que los dedos y el pulgar de la mano
artificial pueden actuar como si fuesen miembros naturales. Se
ha comprobado que con esos brazos artificiales se puede escri -
bir una carta. Una ilustración de la revista mencionada nos
muestra una persona, con un brazo artificial, aguantando una
pluma con los dedos y el pulgar y escribiendo corrientemente.

206
P u e de s er q u e m i s le ct or es e st én a l g o c a n sa do s p or t a nt o s
discu rsos sobre cor rientes eléct rica s, ondas cer ebra les, etc.
Por eso mencionamos este invento, de una manera incidental,
pero que resulta muy iluminadora. Podemos, en efecto, visua -
lizar un hecho futuro cuando todas las aplicaciones artificiales
puedan ser controladas por «corrientes bioquímicas».
Habiendo cerrado este paréntesis, tenemos que disertar sobre
las emociones, porque dependemos de ellas. Si pensamos de -
m a si a do en tr i st ez a s, inicia r nos u n pr oceso qu e t endr á por
resultado que ciertas células de nuestro cuerpo se verán
cor roídas. Un exceso de trist eza s, de m iser ia , puede oca sio -
nar pert ur ba ci ones del híg ado o de la vesícu la biliar. Consi -
deremos el caso siguiente: un hombre y una mujer, casados
de mucho tiempo y muy unidos entre sí. El hombre, súbi -
t a m en t e , f a l l e ce , y la m u j er , q u e a ho r a e s u na v iu da , e st á
desol ada por la pérdida. Se siente post ra da por el dolor; se
vuelve pálida y puede desmejorarse mucho. A menudo puede
sobrevenirle alguna seria enfermedad. Aun peor, un que -
branto mental. La causa está en que bajo el violento estímulo
de tan gra nde pérdida, el cer ebro genera una alta cor riente
eléctrica que inunda todo el organismo, penetrando todos
los órganos y glándulas, y creando una considerable presión
de rechazo. Esto inhibe las actividades normales del cuerpo.
El que sufre queda como anonadado, apenas capaz de pensar y
de moverse. Con mucha frecuencia, el exceso de estímulos de
las glándulas lacrimales puede originar torrentes de lágrimas,
ya que estas glándulas actúan en nuestro organismo cual vál -
vulas de seguridad.
La s cosa s pa sa n cor no en los ca sos en qu e se a plica a u na
lámpara eléctrica un voltaje superior al suyo. Una actividad
excesiva, un brillo extraordinario de momento, y la bombilla
se apag a. El cuerpo huma no pu ede también «est allar »; pero
en tal caso, estallará en desvanecimiento, o en coma, o puede
que también en demencia.
Sin duda, todos nosotros hemos visto algún animal muy
asustado. Puede ser que se vea perseguido por algún animal

207
feroz más fuerte. El fugitivo es incapaz de comer bajo el
susto; y si nos es posible obligarle a comer, no puede digerir
la comida. Todas las secreciones gástricas cesan cuando el ani -
m a l se ha l l a a su s t a d o. La s s ec r e c io n e s s e co r t a n. Po r e so ,
t oda i ng est i ón de com ida es a bsolu ta y com plet a m ent e con -
traria a la naturaleza de aquel animal.
Las personas, cuando están muy excitadas, o deprimidas, tam -
poco pueden deci di r se a comer, ni forza da s a ello, debido a
que pese a que la persuasión sea hecha con buena voluntad, no
interesa al que sufre aquellas pasiones. La tristeza, o cualquier
emoción profunda, provoca un cambio completo en los
pr oces os q u ím i cos del cu er po. La incer t itu d o la pena ca m -
bia n el color de la tez hu mana, hace a la s personas intrata -
bles, «imposibles de aguantar». Cuando hablamos del color de
una persona, nos referimos concretamente a esto; porque
nuestras secreciones químicas alteran verdaderamente nuestros
c ol or es . To do s s a b em os q u e lo s e na m o r a d os v en e l m u nd o a
t r a vé s de u no s l en t e s de co lo r d e r o sa , m i en t r a s q u e lo s
deprimidos y apesadumbrados ven el mundo como teñido
de gris.
Si queremos hacer progresos, nos es preciso cultivar la ecua -
nim idad de nu estr o cará ct er ; nos im porta alca nza r u n equ i -
librio de nuestras emociones para que no sean éstas ni desor -
bitadamente exaltadas ni indebidamente deprimidas. Debemos
asegurarnos que las ondas cerebrales de que hemos tratado
no pr esenten picos abruptos ni va lles pr ofundos. El cuerpo
huma no est á ca lcula do pa ra fu nciona r de u nas maner as de -
terminadas. Todas las excitaciones a las que está sujeto dentro
de lo que llamamos civilización nos hacen un daño absoluto.
Buena prueba son la cantidad de úlceras del estómago y
ataques del corazón, o los cambios bruscos de estados de
á n i m o q u e s u f r e n l o s a ct u a l e s h o m b r e s d e n e g o c i o s . T o d o
e s t o e s e l r e s u l t a d o d e la s a l t a s f l u c t u a c i o n e s d e n u e s t r a
el ect r i ci da d , q u e nos pr opor cio na n choq u es de r echa z o, de
los que va hemos hablado anteriormente. Estos choques
inundan varios de nuestros órganos y alteran su normal

208
fu nci ona m i ent o de u na m a ner a definit iva . Por ejem plo : u na
persona afligida por las úlceras del aparato digestivo no
p u e d e a l i m e n t a r s e ; y e s t o , a s u v e z , o r ig i n a q u e l o s j u g o s
gá st ri cos e intest inales cada vez sean más corr osivos, ha sta
que provoquen un agujero en el estómago o en los intestinos.
Literalmente hablando. De ello se sigue, pues, que todos
aquellos que sienten necesidad de progresar y practicar tele -
patía, clarividencia, psícometría y el resto de actividades pare -
jas, deben estar, ante todo, seguros de la igualdad de su
t em pera ment o. Hay qu e cu ltiva rla , ¡por encima de toda s la s
contingencias!
Es muy frecuente que una persona se vaya volviendo cada vez
peor humorada, deprimida, vacilante. No es fácil convivir con
ell a. C osas que otr os se la s toma ría n con toda tra nqu ilidad o
ni se darían cuenta de ellas y, a lo sumo, se las tomarían a
risa, irritan a esas personas nerviosas y malhumoradas hasta
extremos insospechados, e incluso las llevan a caer en ataques
de histeria o simulaciones de suicidio. Son cosas que vemos
todos los días.
¿ Sabe el lect or en qu é consist e la histeria? Se trata de u na
cosa activamente relacionada con el desarrollo sexual de
una persona. La histeria se conecta con uno de los más
importantes órganos y funciones de la mujer, y muy a me -
nudo una persona que ha sido objeto de una histerotomía se
siente gravemente afectada por el cambio general de las fun -
ciones de su cuerpo.
Algunos años atrás, era una creencia general el que sólo las
mujeres podían padecer de histerismo; pero ahora, las cosas
se conocen más, debido a que todo varón tiene su más o
menos de varón, y viceversa. El histerismo, pues, es una
dol enci a ta nt o ma scu lina com o fem enina ; el hist er ism o nos
inhibe en gran manera de muchas cosas que tienen relación
con el ocultismo. Si el sujeto da paso franco a humores
sufre amplias fluctuaciones en el funcionamiento eléctrico del
cerebro, dicha persona logra paralizar sus facultades de viajar
por el astral, de telepatía, de clarividencia y de los demás

209
fenómenos metafísicos. Nos es indispensable la igualdad tem -
peramental; precisa ser equilibrado antes de abordar las cien -
cias ocultas. Es curioso que mucha gente considere a los
d ot a d os p a r a l a c l a r i vi de n ci a o la t el ep a t ía c om o pe r s on a s
neu róti ca s o ima gi nat ivas, o algo por el est ilo. Miran al tele -
p á t i co y a l vi de nt e c om o a lg o d e e st a na t u r a l ez a d es eq u i li -
brada.
Nada más lejos de la verdad. Solamente el clarividente fingido o
e l t e l é pa t a n eu r ót i c o o de se q u il ib r a do — p u e st o q u e ha y
ficción y fraude por todas partes — pueden hallarse en casos
s e m e j a n t e s . P e r o n o s o t r o s a f ir m a m o s q u e s ó l o p u e d e n s e r
t el épa t a s o cl a r i vi dent e s a qu ellos cuy a m ent e fu nciona con
t oda nor m a l i da d y la s onda s cer ebr a les pr esent a n un bu en
aspecto sin alteraciones. Las ondas del cerebro tienen que ser
«lisas», es decir, no tienen que presentar altos picos y hondas
depresiones que impedirían toda capacidad de recepción. Los
qu e pr acti cam os la telepa tía t enem os qu e recibir mensajes, lo
que supone que debemos conservar nuestras mentes abier tas.
Si se hallan continuamente alteradas, no seremos recep tivos ni
para la telepatía, ni para la clarividencia. Digámoslo bien alto:
ningún clarividente genuino puede ser un neurasténico.
Psicópata y telepático son dos conceptos que se exclu yen
mutuamente.
Mantened vuest ra ment e libre de tra st or nos. Cua ndo os sin -
táis irritados, o cuando os sintáis deprimidos por el peso de
este mundo, practicad una inspiración y respiración profun -
das; y otra y otra. Pensad: «¿Acaso todas estas cosas me
per t u r ba rá n dent r o de cien a ños? » ¿ O pr eocu pa r á n, dent r o
del mismo plazo, a otras personas? Si no me importarán
dentro de cien años, ¿por qué me han de afligir ahora?
El a sunto de conser va r la pr opia calma, es muy im port ant e
para nuestra salud, tanto física como mental; por esto acon -
sejamos que todas las veces que nos entre un mal humor
nos detengamos y nos preguntemos a nosotros mismos por qué
est a m os enfa da dos ; cuá l es la ra z ón pa ra qu e per tu r bem os
las vidas de todos aquellos que nos rodean. Recordemos,

210
luego, que toda la escala de emociones negativas a quien
daña es, si mplement e, a nosotr os mism os; a nadie má s. Los
demás pueden estar más o menos hartos de nuestras cóleras;
pero uno se perjudica a sí mismo, tan cierto como si tomase
ar séni co, o matar ratas, o cianu ro de potasio. Mu chos deben
sufrir mayores contrariedades que nosotros; pero no sucumben a
l os efect os del m a l hu m or . Si «u no» m a nifiest a los efect os de
su mal humor, esto quiere decir que no ve las cosas de un
m od o c l a r o y q u e , t a l v ez — si bi en n o, se g u r a m en t e —, no
goza del nivel mental y espiritual de otras personas.
Estamos en este mundo para aprender, y ningún ser humano
normal es lo suficientemente dotado para captar todas las cosas
de una sola vez. Podemos tener el sentimiento de que somos
perseguidos y víctimas; que somos víctimas de una mala
suerte. Mas, si lo pensamos bien, veremos que no somos
desgraciados más allá de toda medida. Pensemos, simplemente,
que existimos.
V ol va m o s l a v i s t a a nu es t r a i nf a n ci a . U n m u ch a c ho p u e de
ver se obli ga do a r ea liza r u n determ inado trabajo escola r en
c a s a . Pu ed e se r q u e en cu en t r e ex ce s i va d ic ha la b or , so br e
todo si tiene que ir a jugar o a pescar, o correr detrás de
u na com pa ñí a del ot r o sexo. Est os pensa m ient os le ocu pa n
ta nto su ment e, que sólo u na décim a pa rte de ella se a plica al
trabajo que está haciendo y, de esta forma, éste le parece m á s
duro. Por la misma razón de que no realiza ningún
esfuerzo real para terminar su trabajo, se encuentra con que
é st e l e r es u l t a m á s l a b or io so de l o q u e s er ía p a r a t od o se r
pensante. Se cansa de su tarea; no dedica ni la vigésima parte
de su atención consciente a su labor, y cada vez se nota más
f r u st r a d o. Pu ed e s er q u e s e q u ej e a lo s s u y os de q u e t ie ne
demasiado trabajo en casa, y que todas esas tareas le ponen
enfermo. Los padres se quejan al maestro de que el chico
ti ene dema si ado trabajo en ca sa , y que sus esfu er zos le per -
judican la salud. Nadie se preocupa de inculcar cierto sentido
común al chaval quien, en realidad. es quien debe ser ins -
truido.

211
Lo qu e pasa al chico en cuest ión os puede pa sa r a vosot ros.
¿Necesitáis hacer progresos? Entonces necesitáis obedecer al -
g u na s r eg l a s, c on se r va r v u e st r a s er en i da d, m a r c ha r p or el
ca m i no de en m edi o. Si t ra ba já is con u na du r ez a exce siva ,
os preocupará tanto el trabajo que os aguarda que no os
q u ed a r á t i e m p o p a r a f ij a r os e n lo s r e su lt a do s q u e p en sá is
obtener. De este modo, el camino de en medio es la guía
má s si mple para most rar os cóm o no debéis trabajar con tal
exce so q u e «l os á r boles no os dejen ver la selva ». N o t enéis
q u e hol g a za nea r ha sta el pu nt o de no ha cer na da ; cam ina d
entre ambos extremos y veréis como vuestros progresos son
notables. Demasiada gente se esclaviza hasta el punto de que
en la esperanza de que, poniendo en las cosas todas sus ener -
gías, éstas se inviertan totalmente en «intentar», sin que les
qu ede nada en el de «conseg uir». Si trabajá is con exceso de
dureza, haréis como un coche corriendo a una marcha lenta,
con toda confusión y lentos progresos.

El poder mental

Es, por desgracia, posible a todo el mundo obtener todo


cuanto necesita. Existen varias leyes naturales, o, si os gusta
más, de lo oculto, que hacen posible para cualquiera el tener
é xi t o e n a su nt os m on et a r i os , s i q u ie r e s eg u i r u na s r e g l a • ;
sencillas. Hemos intentado patentizar a través de este curso
que el ocultismo, que en realidad significa «conocimiento
de l o q u e es des cono cido» , sig u e en a bsolu t o ley es y r eg la s
sensi bles, y no existe nada místico en todas esas cosas. Con
este propósito, vamos a explicar al lector cómo se puede
obtener lo que se necesita.
Tenemos que precisar, sin embargo, que al decir «obtener
aqu el lo qu e necesit am os», enca recemos sobrema nera qu e se
debe lu cha r con vi st a s a los va lor es espir it u a les y tr a ba ja r
con vistas a una existencia futura. Un millón, o dos, podrán

212
sernos muy útiles, convenimos en ello; pero serían una
decepción si los conseguíamos a expensas de la vida venidera.
Nuestro paso por la Tierra es temporal, y volveremos a insistir
qu e todos nuest ros esfu er zos en este suelo deben dedica rse a
instruirnos y a mejorarnos a nosotros mismos, de forma que
seamos más dignos en un mundo venidero. Luchemos por la
espiritualidad, esfor cémonos en ser amables con el prójimo, y
por témonos con una aut éntica hu mildad, qu e no debemos
confundir con la falsa modestia, si no con aquella virtud que
nos asiste en nuestra ascención a formas de vida superiores.
Todo se halla en estado de movimiento; toda vida es movi -
miento. Incluso lo es la muerte, porque la células se rompen y
convi er ten en otra s organiza ciones. Recor demos cont inua -
mente que no se puede estar estancado, hay que marchar
hacia adelante, o hacia atrás. Nuestros esfuerzos deben
ser hacia adelante; esto es, adelante en espiritualidad, amabi -
l i d a d y c om pr en s i ó n d el p r ó ji m o ; n o p a r a a t r á s, do nd e no s
hallaríamos mezclados con los prestamistas, con aquellos que
se adhieren a las riquezas temporales, en vez de luchar por los
bienes del espíritu. Pero mostremos ahora el camino para
alcanzar lo que se desea.
Nuestra mente puede proporcionarnos cuanto le pidamos, siem -
pre que la secundemos debidamente. Existen en nosotros
poderes inmensos dentro de nuestro subconsciente. Por des -
g r a c i a , m u ch a s p er so na s no e st á n in st r u i da s en e l a r t e d e
ponerse en relación con dichas fuerzas. Funcionamos con un
diez por ciento de conciencia y, a lo sumo, la misma pro -
porción de nuestras energías. Si alineásemos el subconsciente
de nu estr a part e, nos sería posible obr ar milagr os, cual los
profetas de los tiempos antiguos.
Nos es inútil la oración sin propósitos específicos. No nos
sirve para nada el rezar con la mente vacía, porque, si lo
hacemos, sus ecos se pierden en el vacío. Usemos el cerebro, la
mente y las grandes posibilidades del subconsciente. Existen
ciert os esca lones i nviola bles qu e tienen que ser seg uidos en
todos los casos. Ante todo, decidir de una forma absoluta-

213
m ent e defi ni da l o q u e necesit a r nos. Ser a bsolu t am ent e con -
cretos. Sabemos cuánto nos hace falta; debemos decirlo y
hasta visualizarlo. ¿Qué nos hace falta, exactamente? No hay
q u e d e c i r m u c h o d i n e r o , u n nu e v o c o c h e , u n a m u j e r o m a -
r ido: debem os fij ar exactam ente aquello qu e nos hace fa lta.
Tenemos que visualizarlo — pintarlo dentro de la mente — y
conservar la imagen, bien fija, ante nuestra conciencia. Si nos
hace falta dinero, determinemos bien la cantidad. Una suma
bien concreta. «Cosa de medio millón», no es lo bastante
preciso; tiene que ser algo definitivo. No se exagere en
asuntos monetarios y cosas mundanas. Necesitamos, en verdad,
ser iguales que «determinados» santos varones y personajes.
D íga nse cuá les, hága nse esfu er zos pa ra gana r virtu des que
nos serán útiles cuando abandonemos este mundo.
Cua ndo ha br em os decidido todo lo qu e necesita mos, subir e -
mos a un piso superior. Ya hemos dicho que tenemos que
«dar» para que podamos «recibir». ¿Qué pensamos dar al
pr ój i m o? Si se t ra t a de u na sum a de diner o (especi fica da ),
¿qué porcentaje estamos dispuestos a pagar? ¿Para aquellas
personas que no están tan bien situadas corno nosotros? Es
i n ú t i l d e c i r : « B u e n o ; c u a n d o o b t e n g a e s t e d i n e r o , d a r é la
décima parte a los necesitados». Hay que empezar socorrien -
d o a l p r ó j i m o . Si l o ha ce m o s a s í, vi vi m o s en el es pí r i t u d e
aquellos que practican el «Dad, si queréis recibir algo». Insis -
timos en que hay que ser absolutamente concreto.
El t er cer pu nt o consist e en pr ecisa r «cu á ndo» se nece sit a n
dichas sumas. O este coche o este marido — o mujer —. No es
s u f i c i e nt e q u e se d ig a q u e s ea e n el fu t u r o i nd et er m i na da -
mente; y, naturalmente, sería absurdo que dijéramos «al
a ct o», y a qu e ha y l ey es física s q u e no pu eden r om per se. El
tiempo físico debe ser factible. Podemos pedir una suma
para tal día de tal año. No para dentro de cinco minutos;
porque esto sería contra las leyes naturales, y anularía nuestros
poderes.
¿ Qué necesi ta nu estr a ambición? Su pong am os, sólo por vía
de ejemplo, que se trata de un coche nuevo. En tal caso,

214
tenemos que preguntarnos si sabemos conducir. Sería absur d o
desearlo sin saber guiar un coche. De modo que, si
estamos determinados a pedirlo y no sabemos conducir, nos es
preciso ante todo, que tomemos lecciones. Tenemos entonces
q u e d e c i d i r d e q u é c o c h e s e t r a t a y t o d o s l o s r e s t a nt e s d e -
t al l es. Si pedi m os u na esposa — o un ma r ido, seg ú n los ca -
sos —, a segur ém onos ant e todo de que la pareja sea adecua -
da; porqu e el matr im onio no es en ning ún caso u na cosa de
t oma y da ca . C ua ndo t oma m os par eja , t enem os qu e pr opor
cionar una al prójimo. Cuando estamos casados, cesamos de
ser una sola persona; tomamos sobre de nuestra persona los
problemas, los gustos y disgustos de dos personas. Ante todo
hemos de estar seguros de que seremos unos buenos casados,
para todo lo cu al hem os de ser ca pa ces desde los pu nt os de
vista físicos, mentales y espirituales. Sólo así seremos unos
cónyuges satisfactorios.
Quinto punto: hemos de saber que la palabra escrita es más
fuerte que la meramente hablada; y que el conjunto de ambas
for ma una com bi na ción imbatible. Escr ibam os cuánto nece -
sitemos; escribámoslo tan simple y claramente como sepa -
mos. Si conocemos lo que nos hace falta, escribámoslo
¿Queremos ser unas personas espirituales? ¿Cuál es nuestro
ideal dentro del mundo de la espiritualidad? Enumeremos las
capacidades personales, talentos y puntos firmes de nuestro
carácter. Pongámoslo todo por escrito. Si estamos intentando
hacer dinero, escribamos concretamente la suma que nos pre -
cisa. Cuándo nos hará falta, y la fecha en que pensamos hacer
ent r eg a de la su m a qu e desea m os ent r eg a r , pr evi a m ent e, a
t í t u l o d e d i e z m o . C u a n d o h a b r e m o s e s c r i t o t o d o e s t o , c o n la
mayor sencillez de que seamos capaces, escribamos palabra p o r
palabra: «Quiero dar, para poder alcanzar». También, hay
que a ña di r u na n ot a , p u nt u a l iz a n do c on qué f or m a de
trabajo pensamos ganar esta suma; porque hay que meterse
en la cabeza que no se puede obtener nada a cambio de
nada absolutamente; todo hay que pagarlo, de una forma u
otra; no existen los meros regalos. Si llegan a nuestro

215
poder bienes inesperados por valor de cien dólares, tenemos
que compensarlos por el mismo valor en servicios al prójimo. Si
esper am os qu e nos ayu den, primero t enem os que ayudar
nosotros.
S u p on i e n do q u e h em os e sc r i t o t o da s la s co sa s q u e s e ha n
i nd i c a d o, t en em os q u e le er e l co nj u n t o , e n vo z a lt a y p a r a
nosotros mismos, tres veces diarias. Siempre tendrá más efec to
si la lectura se efectúa en nuestro dormitorio, en la mayor
qui et ud. Lea mos por la ma ña na , ant es de levantar nos de la
cama; por la tarde, a la hora de comer, y por la noche, al
acostarnos. Esto es, tres veces diarias, y así vuestras afirma -
ciones se convertirán en un mantra. En el curso de la lectura,
concentrémonos en lo que pedimos, dinero, coche, o de lo que se
trat e, como si viniese a nosotr os, como sí lo tuvieseis en
vuestro poder. Cuanto mayor sea la fuerza con que podamos
pensar e imaginar el objeto de nuestra petición, la reacción
será más positiva. Es perder el tiempo decirse a uno mismo:
«Bueno, yo sólo creo en los hechos; espero que será así; mas,
tengo mis dudas». Esto, al acto, invalida vuestro mantra. Hay
que ser a la vez absolutamente constructivo y no permitir que
nos asalten las dudas. Si queremos ascender por estos escalo -
nes, tenemos que encaminar nuestros pensamientos a través de
nuestro subconsciente; y éste es nueve veces más perspicaz
que nosotros mismos. Si logramos interesarlo, os podrá ayudar
mucho más que lo que os parezca posible. Es un hecho
probado, desde todos los tiempos, que cuando se hacen dine -
r os , ot r os di ne r o s n os vi en e n a n os ot r o s a t od o c or r e r . U n
millonario, por ejemplo, nos puede explicar que. después
que ha hecho un millón, dos millones, tres o cuatro, el resto
llega fácilmente y con mucho menos esfuerzo adicional. Cuanto
más dinero se tiene, más dinero se atrae. La ley es muy
parecida a las leyes del magnetismo.
Repetimos a nuestros lectores que existen cosas de un mayor
v a l or q u e el d i n er o. Di r e m o s, po r m i lé si m a ve z , q u e na d ie
j a má s se ha l l eva do ni u n cént im o a l ot r o m u ndo. C ua nt a s
más sumas poseamos, más dejaremos a los demás; cuanto más

216
nos esforcemos por ganar dinero, más nos ensuciamos y difi -
cultamos para alcanzar los bienes del espíritu. Cuanto mayor
sea el bien que hagamos a los demás, mayores bienes nos
l l eva m os con nosot r os. La vida en est e su elo es dur a y una
de las cosas más duras que se dan en ella es la falsificación de
los valores. Hoy en día, la gente piensa que los dineros lo
son todo. Lo cierto es que mientras tengamos con qué comer,
v es t i r n os y c ob i j a r no s , po se em o s lo su fi ci en t e . P er o, co m o
que no podemos alcanzar una tan alta espiritualidad, no
podem os consegu ir tanta espir it ua lida d, ni ayudar tan cum -
plidamente al prójimo, aun cuando, auxiliándolo, nos ayuda -
mos a nosotros mismos.
Aconsejamos que se lea repetidamente esta lección, tal vez la
más importante de todas. Si cumplimos con sus enseñanzas,
encontr ar em os que poseeremos t odos los bienes qu e nos fa l -
tan. ¿Qué necesitamos? Nosotros mismos tenemos que de -
ci do; por q u e podem os obt ener cu a nt o desea m os . ¿U n per r o
de caza , diner o, éxi tos en el mundo? Recom encemos y r efle -
xionemos: ¿a caso bienes espiritu ales, pu reza y amor al pr ó -
j i m o? E st o p u e de s ig ni fi ca r p ob r e z a o ca si en es t e m u n do ,
que, al fin y al cabo, no pasa de ser una pizca de polvo
fl ot a ndo en el va cí o. Per o, despu és de est a vida — ;ta n br e ve!
— sobrevi ene un mundo mayor donde la pureza y la espi -
r i tu a l i da d son l a «Mone da del Reino» y donde la m oneda de
aqu í en el su el o, no vale nada. Vosot ros mism os t enéis qu e
elegir.
Lección vigésima tercera

Es mu y t r i st e q u e a lgu na s pa la br a s ha y a n a dqu ir ido con el


u so y el t i em po si g nifica cione s desvia da s y , por lo g ener a l,
p e y o r a t i v a s . P o r e j e m p l o , i m a g i n a c i ó n e s h o y u n a p a la b r a
m á s b i e n c a í d a e n d e s g r a c i a . A ñ o s a t r á s , u na p e r s o n a d e
i m a g i na c i ó n e r a u n h o m b r e d e i d e a s s e n s i t i v a s , f a c u l t a d o
para escr ibir , componer mú sica , dedicar se a la poesía . Era ,
r ea l m ent e, consi d er a do com o u n bien pa r a una per sona , el
e st a r d ot a do de i m a g i na ci ón . Ho y en dí a , pa r ec e q u e «i m a -
g i na ci ón» desi g na a cu a lq u ier per sona del g éner o fem enino
dominada por la histeria o poseída por sus manías personales.
S e r e ch a z a n m u c ha s ex pe r i e n ci a s — d ig na s de m e jo r e st u -
dio — con la exclamación de: «¡Oh!, todo es imaginación. No
seamos bobos».
Imaginación, pues, es una palabra mal reputada en nuestros
d í a s; pe r o l a i m a g i na c ió n d eb id a m en t e d ir ig id a e s la lla ve
que puede abrirnos muchos experimentos que están nublados
a hor a por el vel o del m ist er io con qu e se cu br en los t em a s
d el oc u l t i s m o . D e v ez e n cu a nd o c on vi e ne r ec or da r q u e en
t oda s l a s ba ta l l a s ent r e la volu nt a d y la im a g ina ción, est a
última siempre resulta la vencedora. Las personas se enorgu -
l l ecen del poder de su volu nta d, de su va lor per sona l indo -
mable, al que nada le asusta. Aburren a quienes les escuchan,
afirmando que el poder de su voluntad lo allana todo. La
verdad es que, en éstos, su voluntad no les permite llegar a
ningún resultado mientras no se lo permita su imaginación.
Toda esta gente que se alaba del poder de su voluntad están
en la creencia — hija de algún accidente —, de que el «poder
de la voluntad» les será muy útil en estos casos particulares.
L a v e r d a d e s q u e t o d o d e p e n d e d e s u im a g i n a c i ó n . R e p e t i -
m o s , y c u a l q u i e r a u t or i d a d c o m p e t e n t e e n la m a t e r i a n o s
confirmará la dicho, que siempre la imaginación llevará las

218
de ganar en lucha contra la voluntad. No existe mayor poder
que el de ésta.
¿Duda el lector, acaso, de que pueda querer hacer cosas
cuando la imaginación se niega a practicarlas? Pongamos un
ej em pl o, pl a nt eem os u n pr oblem a hipot ét ico, ya qu e es a sí
como en nuestros tiempos se consideran este tipo de cosas.
Supongamos que tenemos ante nosotros una calle desierta de
t od o t r á fi co . N o p a s a na d ie ; n o ha y m ir on es , d e fo r m a q u e
tenemos la calle para nosotros solos. Dibujemos, de un
lado a otro, un pasaje de unos tres palmos de anchura, si lo
pr efer i m o s, de u na a cer a a la de enfr ent e. Sin ning u na m o -
l esti a por parte del tráfico ni de los mirones, no t endr em os
el menor inconveniente de pasar de un lado al otro, cruzando
aquel pasillo. No os causará ningún aumento de vuestras
i nspi r a ci on es y espi r a cion es, ni os or ig ina r á ning u na pa lpi -
t a c i ó n c a r d í a c a ; s e r á p a r a v o s o t r o s u n a d e la s c o s a s m á s
sencillas de hacer. ¿No es cierto?
A n d a r é i s p o r e l p a s i l l o p i n t a d o s i n la m e n o r s e n s a c i ó n d e
temor porque sabéis que el suelo no se os hundirá a vuestro
p a s o y q u e , s a l v a n d o e l c a s o d e u n t er r e m o t o o d e q u e u n
edi fi ci o se der r u m be sobr e vu est ra ca bez a , est á is com plet a -
m ent e seg u r os; y , si por una sing u lar desg r a cia os ca éis a l
suelo, no podrá seguirse ningún daño mayor, ya que no
podéis caeros de más alto que vuestra estatura.
A hora, vam os a cam biar alg o el cua dr o. Est amos t odavía en
l a m i s m a ca l l e, y t e ne m o s q u e m ov er no s d es d e u n ed if ic io
que tiene cosa de veinte pisos. Tomaremos el ascensor y
llegaremos al piso elevado de que se trate. Cuando habremos
llegado, nos daremos cuenta que enfrente se halla otro
edificio de veinte pisos perfectamente nivelados con los del edi -
ficio donde estamos. Si miramos abajo, a la calle, observaremos
apenas la línea pintada que hicimos. Aquí — ahora — ten -
dremos una tabla igual, tal vez más ancha que la zona
p i n t a da a ni ve l d el s u e lo . D eb em os t en de r l a a t r a v és de la
calle, veinte pisos más arriba, y fijarla tan bien fijada que no
pueda hacer ningún movimiento; examinar escrupulosamente

219
que esté bien segura y que nada podrá estorbar la seguridad
de nuestro paso.
Disponemos de la misma anchura que al nivel del suelo.
¿ Podemos cam inar sobr e esta pla ncha , fija da a la altura de
vei nt e pisos sobre el suelo, y llegar , al otro la do de la calle, al
tejado del otro edificio? Si la imaginación lo juzga posible,
ent once s podr éi s , sin gr a ndes esfu er z os por vu est r a par t e.
Mas, si vuestra imaginación no se muestra tan complaciente,
ent onces vu estr o pu lso se dispar ará sólo a l pensa rlo; sent i -
réis un hormigueo en la boca del estómago, y aún os podrán
pasar sensaciones más rara s. ¿Por qué razón? Habéis cam i -
nado seguros en la calle; siendo así, ¿por qué no en aquellas
p l a n c h a s ? L a r e s p u e s t a e s q u e v u e s t r a i m a g i n a c i ó n s e ha
di spa r a do; os di ce qu e est á is en pelig r o, q u e si r esba lá is o
vaciláis caeréis por el borde de la plancha y os precipitaréis —
vei nt e pi sos — a u na m u er t e seg u r a . N o sir ve pa ra na da que
se intente reflexionar. A no ser que vuestra imaginación pueda
tranquilizarse, ninguna fuerza de vuestra voluntad pue de
serviros. Si intentáis forzar el poder de vuestra voluntad, o s
podrá sobrevenir un colapso nervioso. Empezaréis a
t em bl a r , os vo l v er éi s pá li do s y v u e st r a r es pi r a ci ón s er á ja -
deante.
Todos tenemos dentro nuestro unos mecanismos destinados a
protegernos de los peligros; ciertas reacciones automáticas
establecidas en el mecanismo humano y designadas a prote -
g er nos de los pel ig ros temerar ios. La imag ina ción ha ce qu e
nos sea casi imposible caminar por la plancha y ningún
discurso puede capacitar a nadie demostrándole la perfecta
seguridad de una cosa, si él imagina con fuerza lo contrario.
Hasta que logremos «imaginar» nosotros mismos que subidos a
l a pl a n ch a ca m i na m os f ir m e m e nt e s ob r e el la co n en t e r a
confianza, no nos será posible hacerlo.
S i « q u e r e m o s » h a c e r u na c o s a c u a n d o la im a g i n a c i ó n n o s
dice «no», corremos el riesgo de un colapso nervioso, ya que
— repitámoslo —, en todo combate entre la voluntad y la ima -
ginación, siempre vence la segunda. Si nos empeñamos, se

220
di spa r a n en nu est r o int er ior los t im br es de a la r m a y se es -
tropean nuestros nervios y nuestra salud.
H a y g ent e q u e si ent e un m iedo cer va l de pa sa r por dela nt e
de un cem ent er i o, sit ua do en u n ca m ino solit a r io, a m edia -
noche. Si se da el ca so de qu e se vean forza dos a pasar por
allí, se les erizan los pelos de la cabeza, les sudan las palmas
de las manos y todas sus percepciones se les exageran y con
ella las impresiones y están a punto de pegar un salto y echar a
correr ante la más remota apariencia de un fantasma.
Aquellas personas que no gustan de su trabajo y tienen que
forzarse a sí mismas para practicarlo, a menudo adoptan un
mecanismo de escape. Muchas veces, estos mecanismos aca -
rrean extraños resultados, que pueden resultar beneficiosos
de una manera disfrazada, ya que si los avisos no son
escuchados, pueden ocurrir derrumbamientos mentales. Vamos a
cont a r un ej em pl o q u e hem os conocido dir ect a m ent e. C o -
nocemos al individuo y el resultado de su caso. Es el si -
guiente:
Este hombre, conocido nuestro, tuvo que trabajar de pie du -
rante largo tiempo. Estaba al pie de una mesa muy alta y
hacía asientos en un libro mayor. Su trabajo le exigía perma -
necer de pie. Era competente en su trabajo, y manejaba bien
sus cifras; pero le había entrado una fobia; sentía un miedo
atroz de que algún día pudiese cometer alguna equivocación
en sus asientos y provocar que se le acusase de haber querido
defraudar alguna suma a sus principales. En realidad, el
h om br e e r a d ol or os a m en t e h on r a do ; e r a d e la r a r a e sp e ci e
de individuos que llevan la honradez a extremos angustiosos;
que jamás se llevarían ni un estuche de cerillas de papel de
un hotel, ni un periódico abandonado en el asiento de un auto -
bú s. Per o, de t oda s for m a s, est a ba a su st a do, t em i endo qu e
sus patronos no supiesen nada de su honradez; y esto le
hacía sentir una gran inquietud en su trabajo.
Durante muchos años prosiguió su trabajo, sintiéndose cada
vez m á s des di cha do y lleno de pr eocu pa cion es. Pr opu so u n
cambio de trabajo con su mujer; pero a ésta no le satisfizo,

221
d e m a n er a q u e él si g u ió s u pr of es ió n . Pe r o la im a g i na c ió n
siguió laborando; el resultado fueron unas úlceras gástricas.
Mas, a fuerza de cuidados y de una dieta adecuada, las úlceras
sanaron y el hombre se reincorporó a su mesa de trabajo. Un
día, sin embargo, se le ocurrió que, si no le fuese posible
p er m a ne ce r de p i e , le se r í a im p os ib l e co nt in u a r en s u p r o -
fesión.
Algo más tarde se le declaró una úlcera en un pie. Por
a l gu nos dí a s l u chó por t ra ba jar y sopor t ó u n gr a n dolor ; la
úlcera se le empeoró, y él tuvo que guardar cama por un
tiempo. Estando en la cama, lejos de su oficina, se curó
r á p i d a m e n t e y e n t o n c e s v o l v i ó a s u t r a b a j o . Du r a nt e t o d o el
t i em po, ent onces su m ent a lida d su bconsci ent e le est u vo
atormentando. Razonaba, el pobre, suponemos, de esta forma:
«Pude salirme de este horrible trabajo gracias a mi enfer -
medad; me curaron demasiado de prisa. Por lo tanto, me
pr eci sa , pu es, t ener u na dolencia en el pie de peor nat u ra -
leza».
Pa sa dos u nos m eses, des pu és de su r eincor por a ci ón al t ra -
ba j o, pr esu m i bl em e nt e cur a do, cont r a jo u na nu eva ú lcer a ,
esta vez en el tobillo. Era tan maligna, que no lo podía
articular. Ante este caso, fue nuevamente hospitalizado v la
ú l c e r a e m p e o r ó h a s t a e l p u n t o q u e s e h iz o n e c e s a r i o u na
operación quirúrgica. Después que se hubo restablecido, re -
gresó a su trabajo.
Con este accidente le creció el odio a su oficio. Entonces, no
tardó en producírsele otra llaga, esta vez entre el tobillo y
la rodilla. Se mostró tan maligna la llaga en cuestión y se
resistió hasta tal punto a todos los tratamientos, que no
hubo más solución que la de amputarle la pierna. Así pues,
con gran alegría del amputado, su principal no quiso readmi -
tirlo, alegando que no quería tener a su lado un lisiado que
continuamente se ponía malo.
Los doctores del hospital, que conocían el caso de aquel
hombre desde larga fecha, procuraron hallarle un nuevo tra -
bajo, por el que había mostrado grandes aptitudes cuando

222
estaba hospitalizado; un trabajo mecánico. Al hombre le
gustaba la nueva ocupación y tuvo en ella un éxito rotundo.
Y a s e l e h a b í a n c a l m a d o l o s t e m o r e s d e i r a la c á r c e l , p o r
cul pa de a lgún err or que le hiciese pasar por u n est afador ;
m ej or ó su sa lud y , por lo qu e sa bemos del per sona je, sigu e
trabajando en su nuevo oficio a satisfacción de todo el
mundo.
Est e ca so qu e a ca bam os de explica r es, en ver da d, un ca so
extremo; pero todos los días nos enteramos de gente de
neg oci os t ra ba j a ndo a g ra n pr esión q u e t em en por su s ocu -
paciones, o tienen miedo del amo, o les asusta el «perder
la cara». Gente que trabaja a través de altas presiones inter -
nas, de las que intentan escapar mediante úlceras estomacales —
dolencia de grandes jefes comerciales.
La imaginación puede derribar un imperio -- o construirlo —;
r ecor démoslo. Si cult ivam os nuest ra imag ina ción y la dom i -
namos, tendremos siempre cuanto queramos. No nos es posible
dictar nada a nuestra imaginación, dictarle lo que tiene que
hacer , ya qu e la ima gina ción amiga es pa ra nosotr os lo que
una mula amiga; podemos guiar una mula; pero no la po -
dr em os j a má s obl i g ar . A sim ism o, podem o s g u ia r — no obli gar
— nuestra imaginación. Requiere una práctica. que puede
llevarse a efecto.
¿Cómo !o haremos para establecer un control de nuestra
imaginación? Es cuestión sólo de fe, de constancia. Piénsese
alguna situación que excite nuestro miedo o nuestro disgusto, y
entonces domínese con fe, persuadiendo a nuestra imagina ción
de que Uno es capaz de hacer no importa qué cosa, que ot r os
podr í a n — o no podr ía n -- r ea liz a r . C onvenz á m onos a
nosot ros m ismos de que somos una especia l cla se de ser es, si
así nos gusta; no importa qué métodos empleemos; la cues t i ó n
es que nuestra imaginación apoye a nuestro interés.
V ol va m o s a nu es t r os ej em pl o s so br e e l cr u c e de u na c a l le ;
decidamos que seríamos capaces de cruzar la calle caminando
sobre una plancha de cosa de sesenta centímetros de anchura.
Entonces, por medio de la fe, pensando que nosotros no

223
somos como los demás, tenemos que persuadir a nuestra
imaginación que podremos cruzar la misma plancha, situada
v e i n t e p i s o s m á s e l e v a d a c o n r e s p e c t o a l p r o p i o n i v e l d e la
calle.
Pensem os esto: Di gám onos a nosotr os mismos qu e ha st a un
mono más o menos dotado de cerebro puede pasar por aquella
pasarela sin el menor miedo. Y ¿quién es mejor: uno mismo, o
un mono privado de cerebro? Si un mono sin seso o un
sujeto que es casi un idiota pueden cruzar aquel puente,
entonces, vosotros, que sois mucho más, podréis practicarlo.
Es m er a m ent e u na cu est ión de pr á ct ica , m ient r a s se t enga
fe. En el sig lo pa sa do existió el célebr e funá mbulo Blondin,
que pasó por la maroma, varias veces, a través de las Cataratas
del Niágara. Blondin era, ni más ni menos, una persona
n or m a l q u e t e ní a fe en su d es t r ez a . La t e ní a en q u e é l e r a
capaz de llevar a cabo lo que a muchos otros no les resultaría
f a c t i bl e. Es t a ba ci er t o q u e e l ú ni co m ie do pe li g r os o e r a el
« m i e d o a l m i e d o » ; y q u e s i t e n í a c o n f i a n z a p o d r í a c r u z a r las
cataratas como quisiera, incluso empujando una carretilla o con
los ojos tapados.
Hagamos todos la misma clase de ejercicio. Trepemos por una
larga escalera; mientras miremos hacia arriba, no experimen -
taremos el menor miedo. Pero en el mismo instante que mire -
mos hacia abajo se nos ocurrirá el pensamiento de que sería
u na c a t á s t r of e p a r a n os ot r o s e l r e sb a l a r y ca er , m u r ie nd o
aplastados en el trance. Nuestra imaginación nos pinta a no -
sot ros mi sm os en plena caída y siendo a pla sta dos u nos me -
tros más abajo. Nos puede describir nuestra imagen, agarra -
d os t a n es t r ec ha m e nt e a la es ca le r a , q u e n o no s po de r n o s
l i br a r a nosot r os m ism os. Los esca la dor es de ca m pa na r ios
han conocido ese tipo de emociones.
Si controláis vuestra imaginación construyendo en vosotros
mismos la fe en vuestras capacidades, lo podréis hacer todo.
N o podr éi s obt ener éxit o a lg u no int ent a ndo vencer vu est r a
i m a g i na ci ón p or l a f u e r z a ; e l p od er d e l a v ol u n t a d r e su lt a
insuficiente para subyugar •;..uestra imaginación; en vez de

224
ello. provocaríais una neurosis dentro de vosotros. Recordad,
u na vez más, qu e t enéis qu e orientar cont inuam ente la ima -
g i na ci ón, cont r ol ar l a . Si qu er éis for z a r la , fr a ca sa r éis. Si os
l i m i t á i s a q u e r e r l a o r i en t a r , s er éi s c a p a c es d e ha c er t o da s
aqu el la s cosas que ahora os parecen im posibles. Ant e todo,
pensad que no existe nada que sea «imposible».
Lección vigésima cuarta

Muchos habrán oído hablar de la ley del Kharma. Por des -


gr acia , mu chas de est as materias, per tenecient es a la m eta -
física, han recibido nombres sánscritos y brahamánicos. Como
ta ntos y tantos t érm inos médicos, a natómicos y científicos,
l l eva n nom br es l at i nos. Los nom br es lat inos indica r á n u na
flor, un bulbo, o la acción de un determinado músculo o vaso
sanguíneo. El intento que persiguieron los que establecieron
est a t erm i nol og í a dat a de mu y a nt igu o. A lgu nos sa bios qu i -
sieron conservar sus conocimientos para sí solos, y los docto -
res de aquellos tiempos eran los únicos que habían recibido
u na educación adecua da . El conocimient o del latín era «pre -
v i o », y a sí l es fu e i nd is p en s a b l e a lo s e st u d io so s d e la s l e -
t ra s l at i na s pa ra ocu lta r los voca blos t écnico s a l os no ini -
ciados; a los que no eran doctores. Costumbre que ha llegado
justamente hasta nuestros días.
Ti ene , i ndu da bl em ent e, cier t a s vent a ja s el em pleo de voca -
blos técnicos en un solo lenguaje que no es el nativo del
hombre de ciencia; así puede discutir con otro sabio en
l at í n. Los oper a dor es de ra dio de los bu qu es o los a viones,
tam bi én ha n t enido una idea sem ejante, u sa ndo el llama do
códig o «Q». Mu chas veces se da el ca so de qu e los «a ficiona -
dos» de la radio se comu nica n a través de dicho códig o, sin
conoc er m ut u am ent e ning u na leng ua en qu e pu eda n ent en -
derse por modo directo.
El sá nscr i t o es u na leng u a conoci da por los ocu lt ista s m á s
i m p or t a n t e s de l m u nd o. C u a n do e m p le a n el vo ca bl o «K ha r -
m a » s e r ef i e r e n a l o q u e po dr ía en t e nd e r s e c om o «l a le y de la
causa y del efecto». Como veis, kharma no tiene absoluta -
m en t e n a d a q u e se a m i st er io so , n a d a q u e p u e da a su s t a r a
nadie. En este cur so necesita rnos exponer la materia sobr e l o
que se puede considerar una base racional; por consi -
guiente, debemos evitar los términos abstractos porque, para

226
nuestra forma de pensamiento, nada en materia de metafísica
es tan dificultoso como garantizar la elección de vocablos que
no nos oculten totalmente su pleno sentido.
S eg r e g u em os l a « Le y d el Kh a r m a » d e t od a s su s r ef er en c ia s
metafísicas, y atengámonos a la ley de nuestro suelo. He
aquí, entonces, el sentido que debemos darle:
El pequeño Juanito de Tal y de Tal acaba de recibir, en
r ega lo, u na mot ocicleta ; pa ra él es una gra n ilusión el m on -
tar en el sillín de esa potente máquina y ponerla a todo
cor r er , ha ci endo un r u ido loco; per o el m ont a r su m áq u ina
p r o nt o n o l e es s u f ic ie nt e. El jo ve n a b r e el g a s y se s ie nt e
calmado, y cada vez corre más, olvidándose de los signos
de la car r et er a . D e pr ont o, su ena un tr om pet a z o cla m or oso
detrás suyo y un coche de la policía le atrapa en una curva.
El joven Juanito, todo compungido, se va parando y se sitúa
al margen de la carretera, cada vez más preocupado y aguar -
dando, lleno de aprensión, al policía, quien le alarga una multa
por marchar a una velocidad prohibida en una zona habitada.
Con este ejemplo sencillo habremos visto que existen ciertas
l ey es — en est e ca so, la de no marcha r a má s velocidad que
la per mi ti da —. Jua nito de Tal y de Tal lo ig nora ba y enton -
ces aparece la multa, en forma de un policía con una papeleta.
Jua ni t o t u vo q u e pag a r y com pa r ecer en u n ju icio de fa lt a s
en castigo de haber quebrantado la ley.
¿Otro ejemplo? Guillermín es más bien un holgazán; pero
t i ene u na a m ig u i ta mu y m a nir r ot a . Sólo la pu ede r et ener a
base de regal os cont inuos. No le pr eocu pa — a ella — cómo
Gu il lerm ín obti ene las cosa s que a ella le ha cen fa lta; mien -
tras vengan...
U n atar decer , G ui ll er mín se echa a la calle con la intención
de robar algo con la esperanza de hacerse con una suma para
com pr ar a su amig a sea lo que fu er e. ¿Un abrigo de pieles?
¿ U n r el oj de pl a t i no incr u st a do de peq u eños br illa nt es? N o
i mpor ta l o qu e necesite la mucha cha. Gu illerm ín, con pleno
c o n o c i m i e n t o y a pr o b a c i ó n d e e l l a , s a l e p a r a r ea l i z a r e s t e
robo. Con todo silencio trepa por el edificio y camina alre-

727
dedor de la cornisa, buscando el modo de entrar en él. Pronto
da con u na venta na que pa rece esta rle invit ando. Se ha lla a
una altura conveniente. Con un cortaplumas y una habilidad
hija de la práctica, consigue levantar la leva. Fácilmente,
entonces, levanta el bastidor y se detiene un momento a escu -
char. ¿Ha hecho ruido? ¿Hay alguien que se haya dado
cuenta? Satisfecho, finalmente, se desliza por la ventana
abierta. Ni un ruido, ni un solo crujido. Silenciosamente, con
l os ca lcet ines pu estos — habiéndose desca lz ado — va am on -
tonando cosas que necesita: joyas sacadas de sus estuches, un
montón de relojes, y de un cajón en el despacho del amo
un buen montón de billetes. Satisfecho con su botín regresa a
la venta na y mi ra ha cia la calle. No se ve a na die en ella ;
ent onces, se vu el ve a ca lzar y se encam ina a la pu ert a, pen -
sa ndo q u e ser á mu cho má s sencillo el sa lir por ella qu e no e l
volverse a deslizar por una ventana, exponiéndose un
p os i b l e de t e r i or o de lo s ob je t o s r ob a d os . S il en ci o sa m e nt e ,
entonces, da una vuelta a los cerrojos y sale a la calle. A los
pocos pasos, en la oscuridad, una voz imperiosa, súbitamente
ordena: «¡Alto, le estoy apuntando!». Guillermín tiene un
s ob r e sa l t o; s a b e q u e el p ol ic ía v a a r m a do , q u e n o va ci la r á
e n di sp a r a r l e . U na lu z a t r a v ie sa l a os cu r i da d e i lu m i na la
cara del muchacho. Con cara hosca, éste levanta ambas ma -
nos; se materializan unas cuantas figuras; son policías. Con
toda rapidez cachean al ladrón buscando si lleva armas y le
q u i t a n t o d o l o q u e r o b ó d e la j o y e r í a . E n t o n c e s , e s c o n d u -
ci do a l cua r t el i l l o de la policía , dent r o de u n coch e q u e es -
ta ba esta ci onado allí cerca, y rá pida ment e r eclu ido en una
celda.
A l g u n a s ho r a s m á s t a r d e la a m ig a de l la dr ón s e v e de sp e r -
t a da e n s u c a m a p o r u n a g e n t e y u na m a t r o n a d e l c u e r p o
de la policía. La muchacha se indigna, «pero mucho», y le da
com o u n ataque histérico cuando le dicen qu e se ha lla det e -
n i d a . ¿ C óm o, d et en id a ? Sí , na t u r a l m e nt e, la a m ig a d e Gu i -
llermín era una cómplice del robo. Incitando a su amigo para
que se convirtiese en un ladrón, era tan culpable corno éste.

228
Las leyes de la vida son como este ejemplo. Ahora, sepa -
rémonos por un momento del mundo físico y digamos que
el kharma es un acto físico o mental que construye y edifica
nu est r o bi en o nu est r o ma l. Hay u n dicho mu y a nt igu o: «Lo
q u e sem br éi s, cosecha r éi s». Sig nifica exa ct a m ent e est o. Si
o s de di cá i s a s em br a r a ct o s m a l va do s, co se c h a r éi s t a r d e o
temprano el resultado. sea en la vida venidera o en otra
u otras posteriores. Si en la vida presente sembráis el bien, si
sem br ái s bondad, a fabilidad y compasión, cua ndo os encon -
tréis en el infortunio, alguien, alguna vez — tarde o tem -
prano -- os demostrará caridad, consideración o compasión.
N o c o m e t a m o s e r r o r e s , s i n e m b a r g o . S i u na p e r s o n a e x p e -
rimenta contrariedades en la vida, puede ser que dicha persona
sea buena; basta con observar sus reacciones bajo el su -
frimiento; puede ser que esté refinando su condición humana
por los sufrimientos que limpian las impurezas y durezas de
la condici ón huma na. Todos, sea n pr íncipes o mendig os, ca -
minan por lo que se llama la «rueda de la vida», el círculo de
la existencia eterna. Un individuo puede ser rey en una de sus
existencias; mas, en la próxima, puede ser un pordiosero ca -
minando a pie de una ciudad a la otra, buscando inútilmente
t r a ba j o , o e xa ct a m e nt e c om o u na h oj a a r r e ba t a d a p or u na
tormenta.
Hay personas que se hallan exentas de las leyes del kharma.
D e m a n er a q u e n o t i en e s en t i do d ec ir , r e fi r i én do s e a t a l es
p er so na s : « ¡ O h, q u é d e co sa s m a la s ha br á h ec ho és t e , q u é
gran pecador habrá sido en una vida anterior!». Las más
a l t a s e n t i d a d e s l o s l la m a d o s a v a t a r e s - - b a j a n a la T i e r r a
p a r a l l ev a r a ca bo c ie r t a s t a r e a s q u e d eb e n se r r e a l iz a d a s .
L on hi nd ú s , po r e j e m p lo , c r e en q u e s u D io s V is hn ú b a ja a
nu est r o su el o, de vez en cu a ndo, pa ra t ra er de nu evo a los
hombres las verdades de la religión, que ellos son propen -
sos a echar en olvido. Este avatar, o ser evolucionado, viene
a nuestro suelo, muchas veces, como ejemplo de pobreza;
per o sól o pa ra m ost ra r lo q u e se pu ede ha cer por el ca m ino
de la compasión; para demostrar cómo ella puede inmuni-

229
zar nos contra el sufrimiento. Nada puede ser más dem ostr a -
tivo de la «inmunidad del sufrimiento», ya que el avatar,
más avanzado que nosotros, sufre con una mayor agudeza.
Citamos este caso para mostrar cómo no nos parece bien que
ciertas personas se vean censuradas por las desgracias y
pobr ez a s qu e ti enen qu e sopor t a r , cua ndo la ver da d es q u e
éstas han venido a este mundo para ayudar al prójimo,
enseñando a todos lo que se puede hacer en la pobreza y
desgracia.
Todo cuanto hacemos motiva un acto. El pensamiento es una
g r a n fu er za , en efect o. C om o pensa m os, a sí som os. De est e
modo, si pensamos con pureza, seremos puros cada vez más; si
pensa m os en cosa s lu ju r iosa s, nos conver t im os en ser es
c a d a ve z m á s l u j u r i os os y c on t a m in a d os , y t e nd r e m o s q u e
vol ver a l a Ti er r a u na y ot r a vez , ha st a q u e el «dese o» desa -
parezca bajo la embestida de la pureza y los buenos pen -
samientos.
Nadie se halla tan desamparado, ni es tan malo que pueda ser
condenado a tormentos eternos. La «condenación eterna» fue
una invención de los antiguos sacerdotes, forzados a mantener la
disci pl i na de sus más bien insum isos r ebaños. Cr isto no nos
enseñó la condenación eterna. Cristo enseñó que si una
persona se arrepiente y se esfuerza, será salvada de sus
propi as locu ras y, a los pecador es, siem pr e se les dará una
oportunidad tras otra.
El kharma, pues, es el proceso mediante el cual incurri -
mos en deuda y que tendremos, por tanto, que pagar. Si
v a m os a u n a t i e nd a y a dq u ir im os ci er t o s a r t íc u l os in cu r r i -
mos en deudas que tendrán que ser saldadas con monedas de
curso legal. Hasta que no los hayamos pagado, seguimos en
deuda, y si al cabo de un tiempo no pagamos, en algunos
países podremos ser encarcelados como defraudadores. Todo
tendrá que ser saldado por los hombres, mujeres y niños
de este mundo. Sólo el avatar es inmune a la lev del kharma. De
manera que todo el mundo que no lo sea deberá procurar llevar
una vida arreglada, para que le sea breve el paso por

230
este mundo, ya que se está mejor en otros planetas y planes
de existencia.
Tenemos que perdonar a los que pasan de este mundo, y los
hombres tienen que perdonarnos a nosotros. No debemos
olvidar nunca que el camino más seguro para tener un buen
kharma es el hacer a los demás lo que quisiéramos de los
demás para con nosotros mismos.
El kha r m a es u na cosa a la q u e pocos log r a n esca pa r . C on -
tra em os una deu da y t enem os que pa gar la; ha cemos el bien a
los demás, y ellos tienen que pagarnos a nosotros. Es más
pr efer i bl e pa ra nosot r os el r ecibir el bien ajeno; a sí es qu e
hemos de mostrarnos bondadosos con todas las criaturas, sean
de la especi e q u e sea n, r ecor da ndo qu e, a los ojos de Dios,
t odos som os i gu a l es y , a nt e el Alt ísim o, t oda s la s cr iat u ra s
son iguales, tanto si se trata de humanos, corno de caballos,
gatos y todos cuantos sean en el reino animal.
Dios, es sabido, trabaja por vías misteriosas, creando sus ma -
ravillas. No es cosa nuestra el interrogarnos sobre los caminos
del Señor; si no el labor ar en la resolu ción de los pr oblema s
q u e no s pe r t en ec e n ; p or q u e só lo a s í, ha llá nd ol es so lu ci ón
satisfactoria, podemos rescatar nuestro kharma. Algunas per -
s on a s t i en en a l g ú n pa r ie nt e e nf er m o co n q u ie n d eb e n c on -
vivir y piensan: «¡Qué fastidioso! ¿No podría morirse?»
La r espu est a es qu e am bos est á n la bor a ndo sobr e un la pso
de vida combinado, llevando a cabo una forma combinada de
existencia. La persona que está cuidando al enfermo está
planeada justamente a este propósito.
Debemos siempre mostrar un gran cuidado, aplicación y com -
prensión para con aquellos que junto a nosotros que se hallan
enfermos, tristes o afligidos; porque nuestro trabajo en esta
vida puede consistir en mostrarnos buenos y compasivos con
ellos. Es demasiado fácil el mandar a paseo una persona incó -
m od a c on u n g es t o d e im pa ci en ci a ; p er o de be m o s t en er e n
cuenta que las personas enfermas son altamente sensitivas, se
dan cuenta muy vivamente de sus limitaciones, notan con toda
agudeza que los tienen en casa por obligación y no por

231
g u st o. Q u er em os r ecor da r nu eva m ent e qu e, ta l com o est á n
l a s cosa s en nu est r os día s, toda s la s per sona s q u e pu eden
pra ct icar la s artes ocu ltas may or es su fr en de alguna limit a -
ci ón fí si ca . D e m odo q u e tr at a ndo con m enospr e cio y r echa -
z a ndo todo a u xi l i o a u no qu e est á enfer m o, nos exponem os a
maltratar a persona mucho más dotada de lo que podemos
imaginar.
No nos interesan ni el fútbol ni ninguno de los deportes
violent os; pero hemos de ha cer a l lector u na pr eg unta. ¿ Co -
noce a lg ú n cam peón , hom br e o m u jer , qu e sea cla r ivident e o
que tan sólo sepa articular esta palabra? El proceso de algún
i m pedi m ent o fí si co es m uy fr ecu ent em ent e el de r efina r u n
g r os er o c u e r p o hu m a n o, de m od o q u e se a ca pa z de r ec ib ir
vibraciones de mayor frecuencia que las que pueden loq
humanos vulgares. Por consiguiente, tenéis que mostrar una
consideración a los que se hallan enfermos. No os impacientéis
con ellos, porque el enfermo conoce problemas que desco -
nocéis. Hay, también, una parte egoísta. La persona enferma
puede ser mucho más evolucionada que vosotros, que disfru -
táis de buena salud, y, ayudando a esta persona enferma, os
podéis ayudar inmensamente a vosotros mismos.
Lección vigésima quinta

¿Habéis experimentado alguna vez la súbita, desoladora, bru


t al pér di da de u n ser q u er ido? Sin du da ha br éis exper im e n -
tado algo semejante a una desaparición del sol detrás de las
n u b es , p a r a n o r e a p a r ec er nu nc a m á s en vu es t r o c ie lo . La
pér di da de u n ser q u er ido es sin du da alg o tr ág ico. Tr ág ico
para quien lo experimenta, y también para el que «se nos ha
ido», si nos empeñamos en hacer cavilaciones innecesarias.
Tr a ta r em os de est a s cosa s, g ener a lm ent e consider a da s ta n
t r i s t e s y p en os a s , en el cu r so de e st a le cc ió n . M a s , s i c on -
siderásemos las cosas como debiéramos, nos daríamos cuenta
de que la mu ert e no constitu ye un tiempo pa ra llorar , ni en
realidad para entregarnos a la tristeza.
Consideremos, ante todo, lo que sucede cuando una persona
querida ha pasado de esta vida hacia un grado superior, que
los hombres de la Tierra llaman «muerte». Seguimos por
nuestro camino normal, tal vez sin ninguna preocupación ni
estorbo. De pronto, como un rayo en día sereno, nos ente -
rarnos de que esta persona por nosotros querida ya no se
halla entre nosotros. Inmediatamente se nos altera el pulso;
por los condu ct os l acrimales corr en lá gr imas pa ra aminorar
nuestra tensión interna. Tenemos la sensación de que ya no
veremos los brillantes colores que nos son tan caros y, a su
v ez , t od o p a r ec e so m b r í o, t r is t e y c om o s i u n br il la n t e dí a
d e ve r a no se hu bi es e c on ve r t id o s ú b it a m e nt e e n u n dí a in -
vernal con los cielos pesantes y aplastados.
U na vez más nos dir ig im os ha cia nuest ros viejos amig os los
electrones, porque cuando estamos oprimidos por la tristeza.
e l v ol t a j e g en er a d o po r nu es t r os ce r e br o s s e a lt e r a ; pu ed e
mudar la dirección de su corriente de forma que, si nos
p a r ec í a e l m u nd o c om o m ir a nd o a t r a v és de u n os cr is t a le s
col or de r osa, despu és de ha ber r ecibido las trist es noticias
lo vemos todo a través de unos lentes que lo hacen todo

233
n eg r o , de pr i m en t e . Es és t a u na fu nc ió n fi si ol óg ic a n a t u r a l
en el plano mundano; pero, en el plano astral estarnos depri -
midos también por el terrible esfuerzo de arranque que
nuestro propio astral tiene que realizar al intentar ascender
hasta allá para saludar al recién llegado a lo que es, después
de todo, la vida más alta, la más feliz.
Es, na tu r a l m ent e, mu y tr ist e qu e u n qu er ido am ig o se nos
ha y a i do a l ej a na s tier r a s; m a s, sobr e la Tier r a , nos conso -
la mos pensando que podemos siem pr e manda rle u na carta , o
u n c a b l e g r a m a , o l l a m a r l o p o r t e l é f o n o . L o q u e s e l la m a «la
mu er te», en cambio, pa rece no dejar nos ning ún m odo de
c om u n i c a r no s c on e l di fu nt o. ¿ Pe ns á i s q u e el d if u n t o es t á
fu er a de nu est r o a l ca nce? ;Pu es est á is g ra nde y feliz m ent e
equivocados! Hemos explicado que varios hombres de ciencia,
en los grandes centros científicos del mundo, se ocupan pre -
sent em ent e en l a const r u cción de u n inst ru m ent o qu e nos
ponga en comunicación con lo que se llama los «espíritus
desencarnados». No se trata de ningún cuento de las hadas, n;
de imag inaciones fantástica s, sino de u n conjunto de infor
[naciones que han corrido durante un gran número de años
y, según las últimas informaciones científicas, existe alguna
esper anza de que todos est os ensa yos podrá n ser pr onto de
dominio público y propiedad de todos los hombres Pero
antes de que podamos entrar en contacto con los que se han
ido antes que nosotros, podemos hacer mucho para ayu -
darlos.
Cuando una persona fallece, las funciones fisiológicas, es de -
cir, el trabajo de su cuerpo físico, se van haciendo cada vez
m á s l e n t a s h a s t a s u p a r a l iz a c i ó n t ot a l . Y a h e m o s v i s t o a l
com i enz o de est e cu r so cóm o u n cer ebr o hu ma no sólo vive
u no s m i nu t os pr i v a d o de ox íg en o. El ce r e br o hu m a n o, po r
consi gu ient e, es u na de las primera s part es del cu er po que
«sucumbe» cuando morimos. Es obvio el que, una vez muerto
ést e, la mu er te tota l es com plet am ente inevita ble. Va mos a
explicar todo el largo proceso que se sigue luego.
Después de la muerte del cerebro, los demás órganos, priva-

234
dos de l os ma ndos y de la gu ía del cer ebr o , su bsist en en la
quietud; esto es, les pasa lo que a un motor abandonado
p or e l q u e l o co nd u c e . El co nd u c t o r ha co r t a do l a co r r ie nt e
y abandona luego el coche. El mecanismo, puede, por inercia,
llevar a cabo algún movimiento; pero luego se apaga y se
enfrí a gra du alm ente. Enfr iá ndose, se escucha n algu nos cru -
jidos, producto de la contracción del metal. Lo mismo ocurre
con el cuerpo humano que, mientras se desarrolla lo que
llamamos el proceso de su disolución, emite algunos sonidos.
Por u n per í odo a pr oxim a do de t r es día s el cu er po a st r a l se
separa y libera del cuerpo físico de un modo permanente. La
Cu er da de Pl ata que ya hemos vist o cóm o liga ba el a stra l al
físico, se deseca gradualmente de una manera muy parecida a
lo que sucede con el cordón umbilical de un recién nacido
c u a n do se l e co r t a , a l s ep a r a r el ni ño de la m a d r e . P or u n
espacio de tres días el astral permanece más o menos en
contacto con el cuerpo físico en descomposición.
Aqu el qu e muere, experimenta alg o como lo qu e sigu e. Está
en la cama , tal vez r odea do de par ient es y amigos aflig idos.
De pronto se le abre un bostezo súbito en su garganta y
sigue el jadear de la muerte, que se exhala entre los dientes. El
corazón se acelera un momento, se hace lento, vacila y se
detiene... para siempre.
El cuerpo experimenta varios temblores, se va enfriando gra -
dualmente; pero, en el instante mismo de la muerte, un
clarividente puede ver una forma de sombra emergiendo de su
vehículo físico y flotar hacia arriba corno una niebla plateada,
poniéndose directamente sobre la cabeza del cuerpo difunto.
D entr o del perí odo de los tr es día s sigu ient es, la Cu er da de
Plata conectando ambas formas se oscurece, y a veces hasta
ennegrece en la parte más próxima al cuerpo físico. Produce la
impresión de polvo negruzco en la parte que corresponde al
cuerpo. Al final, la cuerda cae, libre, y la forma astral puede
el eva r se pa r a ha cer su ent r a da a r r iba , en el m u ndo a st ra l.
A nt es de ha cer l o t i ene, no obst a nt e, qu e m ira r ha cia a ba jo
para ver el cuerpo que acostumbraba habitar. Muchas veces,

235
l a fo r m a a st r a l a c om pa ña r á e l a t a ú d ha s t a e l ce m e nt er io y
s er á t es t i g o de l a s c er em on ia s f ú n eb r e s . En e ll o no h a y n i
dolor ni repulsión, ni trastorno alguno causado por estas
ci r cu nst a nci a s, ya qu e el a st r a l, en el ca so de per sona s no
preparadas por ningún conocimiento por el estilo de los que
se hal lan en este cu rso, se encuent ra en un est ado de sem i-
c ho q u e. Si g u e a l cu er po e n su a t a ú d , co m o u na c or ne t a a l
peq ueño qu e está al ot ro cabo de la cuerda, o com o el globo
a l q u e l o l l ev a de l ot r o ca bo d e la m a r o m a , p a r a q u e n o se
escape. Súbitamente, sin embargo, esta Cuerda de Plata — ya
no de plat a — desapar ece y ent onces nu estr o cu er po a stra l
es libre de irse remontando y preparándose para su segunda
muerte. asta es completa y absolutamente libre de dolor.
A nt e s d e l a se g u nd a m u er t e, e l in di vi du o t i en e q u e i r a la
Sala de las Memorias y ver cuanto le ocurrió en su vida.
N a di e es j uz g a do por na die m á s qu e su pr opia per sona . N o
hay mayor juez, ni más severo, que uno mismo para consigo.
Cua ndo el i ndividuo se ha despoja do de sus peq ueña s va ni -
dades, de todos los falsos valores que le eran caros sobre
la Tierra, encontrará que, pese a todo el dinero que ha dejado
a t r á s y a t o do s l os v a l or es q u e l e fu er on q u er id os so br e la
Tierra, es, bien mirado, muy poca cosa. En muchísimos casos
el más humilde y pobre de dinero es quien obtiene el más
satisfactorio y alto de los conceptos de sí mismo.
D es pu és de ha be r s e v is t o a s í m is m o e n l a S a la d e la s M e -
morias, entonces el individuo se encamina hacia la parte del
Otro Mundo que le parece más adecuada. No irá al Infierno;
el Infierno — lo hemos ya dicho — se halla sobre esta Tierra,
nuestra escuela de formación.
Puede ser que alguno de los lectores esté al corriente de que
en los países del Este, grandes místicos y grandes maestros
nadie permite que su verdadero nombre sea conocido, ya
q u e e n l o s no m b r e s de la s pe r s on a s r es id e u n g r a n po de r , y
s i pu ed en s er l l a m a da s p or s u s p r o pi os no m b r e s , ba jo la
correcta vibración de los mismos, aquella persona puede
verse arrastrada irresistiblemente a mirar hacia la Tierra. En

236
algunas partes del Este y en algunas del Oeste, Dios es
conocido como «Aquel cuyo nombre no puede ser pronun -
cia do». La causa es qu e si t odo el mu ndo se ponía a invocar a
Dios, entonces el Altísimo se vería literalmente agobiado.
Va r i os m a e st r o s a do pt a n u n no m b r e q u e n o e s e l s u y o pr o -
pi o y qu e di fi er e m u cho de su pr onu ncia ción, da do qu e los
nombres, recordémoslo, consisten en vibraciones de notas y
armónicos, y si alguien se ve llamado por lo que es su propia
combinación armónica de vibraciones, puede verse distraído
g r a n de m e nt e de t od a t a r e a q u e e st é l le va nd o a c a b o en l os
momentos en que es llamado en esta forma.
El ent r i st ecer se i ndebida m ent e por qu ienes ha n «pa sa do de
esta vida», les da la sensación de sentirse atraídos haci este
mundo. Es un caso muy parecido a lo que le pasa a una
per sona q u e se ha ca ído al a gu a y qu e se sient e ar r a str a do al
fondo por sus ropas empapadas y calzado pesante.
C onsi der em o s de nu evo esa m at er ia de la s vibr a ciones. p
or -
q u e la vi br a ci ón es la esencia de la vida sobr e est e m u ndo.
Y, en realidad, en cualquiera y todos ellos. Todos conocemos,
p or u n ej em pl o m u y s en ci ll o , e l p od er d e l a v ib r a ci ón . L os
soldados que marchan marcando el paso tienen que cesar
de marcar lo y adopta r el llama do «paso de maniobr a» — eso
es, no a compasado sino libr e y desor denado — al cr uzar u n
puente, aunque se trate de un gran puente. El puente puede
soportar el tráfico mecanizado más pesante; soportará el paso
de una col u m na de ta nqu es ar m a dos ar r a st rá ndose por él;
puede aguantar un enorme peso de locomotoras, y no se
desviará ni un punto más de lo que señale el peso de aquellos
vehícul os. Per o una colu mna militar ma rcando el pa so hará
oscilar y saltar el puente y en cierto momento derrumbarse.
Otro ejemplo de vibraciones nos lo proporciona un violi -
nista; si con su arco hace resonar una determinada nota,
causará una vibración en una copa de vino que hará estallar
dicha copa con un fuerte ruido.
Los soldados ilustran uno de los extremos de lo que decimos a
propósito de la vibración. Consideremos, ahora, la sílaba

237
«Om». Si decimos «Om Mani Padmi Um» de cierta forma y
l o v a m o s r e p i t i e n d o d u r a nt e u n o s m i n u t o s e s c a s o s , n o s
será posible engendrar una vibración de una fuerza fantástica.
Así es que debemos recordar que los nombres tienen un gran
poder y los que han pasado ya de esta vida no deben ser
l lama dos indebi dam ente y nunca en m om entos de trist eza o
de pesar , ya qu e no tenemos der echo a obligar los a su fr ir y
castigarlos por nuestros propios sufrimientos. ¿No han sufrido
ellos ya bastante, por ventura?
Podem o s ext r a ña r nos de por q u é venim os a l mu ndo y su fr i -
mos la muerte; pero la respuesta es que, con la muerte, nos
refinarnos; ya que el sufrir, cuando no es excesivo, nos enno -
blece. También debemos pensar que en aproximadamente
todos los casos, se dan ciertas excepciones, ningún hombre --
ni mu j er a lg u na - - es víct im a de su fr im ient os o t r ist eza s
mayores de las necesarias para su refinamiento interior. Po -
d éi s d a r os c u e nt a d e lo q u e de ci m o s , pe ns a n d o en a l g u n a
mujer que se desmaya de tristeza. El desvanecimiento es
meramente una válvula de seguridad, para evitarle un sobre -
peso de tristezas, de manera que nada llegue a perjudicarla de
veras.
A m e n u d o , u na p e r s o n a q u e ha s o p o r t a d o u na g r a n p e n a ,
enmudece de dolor. En este caso, también, la mudez es una
gracia otorgada a quien se queda y al que se ha ido para
siempre. La mu dez perm it e al per ju dica do da rse cu enta de su
pérdida y así proseguir el proceso de refinamiento moral; pero,
au n dándose cuent a de la mag nitud de la pér dida , no se es
atormentado en una forma insoportable.
L a p e r s o n a q u e h a d e j a d o e s t e m u n d o s e v e p r o t e g i d a p o r la
m u de z de l pe r j u d i c a d o, d eb i do a q u e s i n o ex is t i es e t a l
mudez, el afligido, con sus llantos y lamentos, causaría
g r a n d e s p e s a r e s y d a ñ o s a l q u e a ca b a b a d e p a s a r d e e s t e
mundo.
Estudiando a fondo el presente curso, teniendo fe en nosotros y
en los Grandes Poderes de esta vida y de la venidera,
también vosotros seréis capaces de entrar en contacto con los

238
q u e h a n sa l i do d e e st e m u n do . E s p os ib le p r a ct ic a r l o q u e
d ec i m os , po r m ed i o de la t el ep a t ía ; t a m b ié n a t r a vé s de la
cl a r i vi den ci a o ta m bién va liéndos e de la «escr it u r a a ut omá -
tica». En esta última, con todo, hay que guardarse de las
imaginaciones torcidas; hay que controlar la imaginación, de
manera que el mensaje escrito, en apariencia subconsciente -
mente, no emane de nuestra conciencia o de la subconsciencia.
sino directamente de alguien que ya no está en nuestro
suelo; pero que nos está viendo; mientras nosotros, por
ahora, no podemos verle a él.
Tened buenas esperanzas; conservad la buena fe, ya que me -
d i a n t e e l l a p o d r é i s o b r a r m i la g r o s . S e h a e s c r i t o q u e la f e
mueve las montañas. Y es bien cierto.
Lección vigésima sexta

Va mos a defi ni r a hora lo qu e llama rnos «Reglas del Honest o


Vivir». Son reglas básicas, que representan una «obligación».
A el l a s, nosot r os podr em os a ña dir ot ra s per sona le s. A nt es,
sin embar go, hemos de est ablecer su sentido y exa minar la s
muy cuidadosamente, de manera que podarnos penetrar las
razones en que se fundamentan, He aquí los preceptos:

1. Haz lo que quieras que los demás te hagan a ti.


2. No juzgues al prójimo.
3. Sé puntual en todo lo que hagas.
4. No disputes de religiones, ni te burles de las creencias de
los demás.
5. Observa tu religión y muestra una perfecta tolerancia por
las creencias de tu prójimo.
6. Abstente de meterte en «magias».
7. Abstente de bebidas que embriaguen y de drogas.

¿No será, acaso, conveniente que echemos una mirada a todas


esas reglas, una mirada con algo mayor detalle?
Decimos, por ejemplo: «Haz lo que quieras que los demás
te hagan a ti». Claro, esto es suficiente si la persona se halla
e n su s ca ba l e s. En e st e c a s o, no q u e r r á a pu ña la r se p or la
espalda, ni timarse a sí mismo ni autosobrecargarse de ningún
m odo. Vosot ros debéis vivir bajo la s norm as de la «Reg la de
Oro», si tenéis que desear para vuestro prójimo lo mismo
que desearíais de los demás para con vosotros. En otras
palabras, haced a los demás lo que quisierais para vosotros.
Con esto se arreglan las cosas. Esta forma de considerar
nuestras obras para con el prójimo, es útil para nuestros
tratos con las personas normales. Si alguien no puede aceptar
vuestra pureza de pensamiento y de motivos, después de
haberla soportado en silencio dos o a lo más tres veces,

240
p od r é i s pr es ci n d i r d e la pr es en c ia d e e st e in di vi du o. En el
m u ndo del m á s a l lá no nos encont r a r em os con qu ienes son
a dv er sa r i os nu es t r os y no es t á n en a r m on ía r e cí pr oc a c on
n os ot r o s m i sm os . Po r d es g r a c ia , t en em os , a cá en el su el o,
q u e convi vi r con g ent e lo m á s a nt ipát ica a nu est r a m a ner a
de ser; pero no es por elección, sino por pura necesidad.
Por consiguiente, tratemos a los demás como quisiéramos que
los demás nos tratasen, y así vuestro carácter se encontrar e n
s u p u e s t o , y s e r é i s c o m o u n a l u z b r i l l a nt e q u e i l u m i na a
todos los hombres y mujeres. Se os conocerá corno personas que
hacen el bien, cumplen las promesas, de forma que si os veis
defraudados, vuestro defraudador no obtendrá la menor
simpatía del prójimo. Relacionado con esto debéis tener
siempre presente que, aun los mayores defraudadores, no
pueden llevarse un solo céntimo a la otra vida.
También se ha dicho: «No juzguéis al prójimo». Podéis en-
contratos en una situación parecida a la de aquella persona
que habéis juzgado y condenado. Vosotros sabéis las circuns
tancias relativas a vuestros asuntos; pero nadie más las
conoce; ni la persona más afín y cara a vosotros puede
com pa rt ir l os pensa mientos de vu estr a alm a. Nadie, en este
m u nd o po r l o m e no s, p u e de es t a r e n a r m on ía p er fe c t a c on
ot ra per sona . Pu ede m u y bien ser qu e vosot r os est éis ca sa -
dos y mu y fel i ces con vu est r a par eja . Per o au n a sí, a u n en
l os m a t r i m on i o s m á s fe li ce s , a v ec e s u no de lo s do s p u e de
ha cer a l g o q u e r esu lt e com plet a m ent e desc onc er t a nt e pa ra
su pareja. Muchas veces no es posible ni explicar los propio
motivos.
«Que el que esté sin pecado, tire la primera piedra.» «No hay
que lanzar piedras a los tejados de vidrio.» Son éstas sabias
e ns e ña nz a s , p or q u e n a d ie e s i no ce nt e d el t od o. Si a lg u i en
f u e se c om pl et a m en t e p u r o, t ot a lm e nt e i no ce nt e , n o p er m a -
necería en esta malvada Tierra donde vivimos. De forma que,
diciendo qu e sól o el qu e es inocent e puede tirar piedr as, no
habrá nadie que pueda tirarlas.
Nosotros, hablando claro, vivimos en un alto grado de con-

241
fusión aquí en el suelo. Los hombres estamos aquí para apren -
der cosas; si no, no estaríamos y ocuparíamos lugares mejores
en otras partes. Todos nos equivocamos en nuestros juicios.
Quien es censurado por actos que no ha cometido, quien
no obtiene en crédito por todas las cosas buenas que ha
r ea liza do en este mundo. ¿ Qué im porta ? Más tarde, cuando
abandonemos nuestra escuela de formación, nos hallaremos
con que las cotizaciones de nuestros actos serán muy distin -
tas. Dichas cotizaciones no serán en libras esterlinas, ni dó -
lares, ni rupias, ni pesos. ¿Las cotizaciones? Entonces cono -
ceremos los valores verdaderos. Así es que, abstengámonos de
juzgar al prójimo.
La t er cera l ey «Ser pu ntua l en todas las cosa s qu e llevem os a
cabo», pu ede má s bien sor pr ender nos, pero es u na norma
lógica. Las personas proyectan hacer cosas; idean planes, y
ha y u n ti em po pa ra ca da cosa dist int a . Siendo im pu nt ua l,
podem o s al t er ar y per t u r ba r los pla nes e idea s de otr a per -
sona. Falta ndo a la puntualidad podem os provoca r el resen -
timiento de aquellos que nos han tenido que aguardar moche
t i em po y si p r o vo ca m o s el r e se nt im ie nt o y la d ec e p ci ó n de
aquéllos, puede ser que los agraviados vayan por un camino
difer ent e del que nosot ros había mos proyect ado. Más clar o.
significa que, siendo impuntual, podemos provocar el que una
per sona cam bi e sus pr im itivos planes, y , de ello, la r espon -
sabilidad es nuestra.
La puntualidad puede ser un hábito, igual como puede serlo
la impuntualidad; pero la puntualidad es ordenada, disciplina
nu est r o cu er po y nu est r os espír it u y a lma . La pu nt ua lida d
d en ot a e l r e sp et o d e s í m is m o , p or q u e m u e st r a q u e s om os
capaces de mantener nuestra palabra, y también denota res -
peto al prójimo, ya que ella es una de las causas de ser
nosot ros pu ntua les con los demá s. Es u na virtu d, en suma,
que acrecienta nuestra categoría mental y espiritual.
Hablemos ahora sobre religión. Por de pronto es un error
bur lar se de la s cr eencias ajena s. U no cree «est o»; el de más
allá cree en «aquello». ¿Importa a qué llamamos Dios? Dios

242
es D i os, sea com o sea qu e le invoq u em os. ¿ Podem os opina r
acerca de las dos caras de una moneda? Por desgracia, la
hi st or i a ent er a de l a Hu ma nida d est á llena de ma los pensa -
mientos acerca de la religión. La religión, que sólo puede
inspirar buenos pensamientos.
Insistimos en lo que se dijo sobre la religión en la regla
nú m er o 5; por q u e hem os dicho q u e ca da cua l debe gu ar da r
su propia religión. Raramente es de sabios mudar la religión
propia. Mientras estamos sobre este mundo, nos encontramos
en medio del torrente de la vida, y no es de sabios el cambiar
de ca ba l l er ía s en el cent r o de u na cor r ient e com o es la pr e -
sente vida.
La m a y or pa rt e de la s per sona s viene a est e mu ndo con u n
cierto plan dentro de sus cabezas. Para muchos de entre ellos,
este plan acarrea nuestras creencias bajo el signo de una
religión, o en cierta rama o forma de aquélla, y si no es
por las más fuertes entre las más poderosas razones, no es de
sabios el cambiar de fe religiosa.
Asimilamos la religión como la lengua materna cuando somos
jóvenes. Tanto como nos es difícil el aprender un idioma
cuando ya somos may or es, lo es también ca pta r los matices
de una fe religiosa distinta.
Igualmente es malo intentar influir en otra persona para que
cambie de fe religiosa. Lo que se adapta a unos no se adapta
l u e g o a ot r a s p e r s o n a s . R e c o r d e m o s l a r e g l a nú m . 2 , y n o
juzguemos a los demás. No podemos juzgar. Nos es imposible
determinar cuál religión podría convenir a otra persona. Para
ell o, nos serí a pr eciso poder m et er nos dentr o de su piel, de
su mente, de su alma. Siéndonos esto imposible, debe ser
consi d er a do poco sa bio el bu r lar se de los sent im ient os r eli -
giosos de otras personas. Así como debemos tratar al pró -
j i m o com o desea m os ser tr at a dos, deb em os m a nifest a r u na
plena tolerancia para que los demás crean y practiquen como
el l os pi ens en. Si a nosot r os nos m olest a qu e ot r os se ent r o -
m et a n con nosot r os, deb em os r econoc er q u e, a nu est r o pr ó -
jimo, le sucederá lo mismo.

243
La r eg l a nú m e r o 6 «N o pr a c t i ca r la m a g ia » se fu nd a e n q u e
toda magia puede ser perjudicial. Hay muchísimas cosas, en
m at er i a de ocu l t i sm o, qu e pu eden per ju dica r enor m em ent e a
quien las estudia sin guía alguna.
Ningún astrónomo mirará nunca el Sol a través de un potente
telescopio sin haber antes adoptado las mayores precauciones;
concretamente, de haber instalado los filtros adecuados ante l a
lente. Aun el último de los astrónomos conoce que mi -
r a nd o el S ol a t r a vé s d e u n po t e nt e t el es co pi o si n a do pt a r
las debidas precauciones equivale a quedarse irremisiblemente
ciego. De muy parecida manera, manipular en materias ocul -
tas, sin el correspondiente entrenamiento, puede llevar a un
desastre nervioso, y conducir al temerario hacia los más
desagradables síntomas de insania.
Somos radicalmente enemigos de practicar ejercicios de yoga
oriental y empeñarse en torturar un pobre cuerpo occidental
sumiéndolo en alguna de sus posturas. Tales ejercicios están
cal cu lados para cuerpos orienta les qu e ha n sido instru idos en
esas posturas desde sus más tiernos años; puede perjudicar
enormemente el pretender efectuar complicadas contorsiones
pr eci sa m ent e a t ít u lo de ejer cicios y og a s. Est u diem os ocu l -
t i sm o po r t od os l o s m e di os ; pe r o co n se ns a t ez y si g u i en do
una buena guía.
No aconsejamos a nadie a «comunicarse con los difuntos» o
llevar a cabo otros notables experimentos de este tipo.
Pueden hacerse, naturalmente, y se practican todos los días;
per o se tr at a de cosa s a bsolut a m ent e dolor osa s por am ba s
partes, a no ser que dichas experiencias se lleven a cabo bajo la
supervisión competente de una persona enterada.
Varias personas buscan en el diario su propio horósco p o del
día. Algunas de éstas, desgraciadamente, se toman los horós -
copos a bsol u ta m ent e en ser io y ar r eg la n su vida ba jo a qu e -
l los modelos. Todo horóscopo ser á vano y perjudicia l, como
no sea preparado de acuerdo con la fecha exacta del natalicio
del consul ta nte y est udia do por u n buen ast rólogo. El costo
de dicha consulta deberá forzosamente ser alto, porque, de-

24-1
jando de lado el considerable cúmulo de estudios y cono -
ci m i ent os r equ er i do, la pr epa r a ción del hor ósco po r equ ier e el
tiempo, enormemente largo, que la confección de los cálcu los
i ndispensabl es r equ iere. No ba sta con busca r los sig nos del
Sol y de la Luna, el color del pelo, y si u no de los dedos del
pie mira hacia arriba o hacia abajo. No se puede calcular nada
con toda exactitud si no se tienen los datos exactos y el
ent r ena m i ent o su fi cient e pa r a est u diar los. De for ma q u e si
no se conoce al astrólogo que tenga el aprendizaje, la paciencia y
d i s p o n g a d e l t i e m p o p r e c i s o y , n o m e n o s i m p o r t a n t e , n o se
disponga del dinero abundante que dicho estudio requiere, s i s e
deben pagar las horas y el grado de competencia del
astrólogo en cuestión, aconsejamos al lector que no se meta
en a st r ol og í a s. Pu eden per ju dica r le m u cho. En vez de ello,
va l e má s q u e est u die única m ent e lo qu e es pu r o e inocent e
como — lo decimos con la debida modestia — lo es este
curso que es, al fin y al cabo, nada más que una exposición de
leyes naturales, leyes que se relacionan incluso con el res pirar
y el caminar.
La última de las normas que hemos enunciado es «Abste -
ner se de bebi da s embriaga dora s y de toda cla se de droga s».
Y a hem os ha bl a do lo su ficient e du r a nt e est e cu r so del peli -
gro que representa el arrastrar, quiera o no quiera, el astral
fuera de nuestro cuerpo físico v, por decirlo así, atontarlo.
Las bebidas que emborrachan perjudican a nuestra alma; de -
forman las impresiones que se nos transmiten a través de la
Cuerda de Plata y deterioran el mecanismo de nuestro cerebro
qu e, recordém osl o, es u na esta ción recept or a y tra nsmisora
relacionada con el manejo de nuestro propio cuerpo y la
recepción de conocimientos procedentes del mundo exterior.
Peores son aún las drogas, porque, además del daño que nos
pr odu cen , for m a n siem pr e u n há bit o en nosot r os. El q u e se
droga, al momento abandona todo aquello a que aspira en
su vida y dando paso a las falsas delicias de las bebidas que
emborrachan y de las drogas, se va uno fabricando el camino
que le llevará a una vida tras otra sobre nuestro suelo terrenal

245
hasta que haya cumplido con su kharma, que esa costumbre
estúpida la habrá infligido.
Toda existencia ti ene qu e ser ordenada. Tiene que obedecer a
una disciplina. Una creencia religiosa, si uno consigue adhe rirse
a ella, es una forma útil para la disciplina espiritual. Se ven por
todas partes pandillas de menores de los veinte reco rriendo las
ciudades. Con la segunda Guerra Mundial se han aflojado los
lazos familiares; tal vez el padre fue a la guerra y la madre
trabajaba en una fábrica, con el resultado que la juventud, la
chiquillería impresionable, jugaba por las calles sin ning u na
vi g i l a nci a de a lg u i en q u e fu ese a du lt o. La a do lescencia muelle
se agrupaba en bandas; éstas organizaban su propia disciplina,
la del bandidaje. Creernos que, hasta que se restablezca la
disciplina de los padres y la disciplina de la r e li g i ón , la
c r i m i na l i da d de l os m en or es d e ve in t e a ñ os n o hará sino ir
en aumento. Si nosotros poseemos una disciplina mental,
estamos en situación de dar un ejemplo a todos aque llos que no
la poseen. Porque, recuérdese, la disciplina es lo esencial. Ella
disti ng ue una tr opa bien disciplinada de u na desorganizada
patulea.
Lección vigésima séptima

Ahora vamos a poner en primera línea a nuestro viejo amigo el


subconsci ent e, por cuanto la r elación entr e lo consciente y lo
subconsciente nos brinda una explicación de como trabaja el
hipnotismo.
Los ser es hu ma nos, en r ea lida d, som os dos en u no. Uno de
est os dos es u na per sona peq u eña — la novena pa rt e de la
corpulencia de su compañero —; una persona pequeña, pero a
quien le gusta entrometerse, hacerse el amo, controlar. La
o t r a p er so na — e l su bc on s ci e nt e — s e pa r e ce a u n a m a b le
gigante sin poder razonador; porque la mente consciente posee
r a z ón y l óg i c a ; m a s n o m e m o r ia , a l p a s o q u e la m en t e s u b -
consciente no puede usar de razón y lógica, pero es el asiento
de nu estr a m em or ia. Todo cuanto ha sobrevenido a una per -
sona, incluso cosas que han ocurrido antes del nacimiento, se
g u a r d a de nt r o de l s u b co n sc i e nt e d e a q u él la ; ba jo u n de t e r -
m i na do t i po de hi pn os i s , e st a m em or ia p u e de s er pu es t a a
disposición de otras personas.
Podem o s deci r — por vía de com pa r a ción — q u e el cu er po,
t om a d o en su c on j u nt o, pu ed e s er r ep r e s en t a do c om o u na
gr an bi bl ioteca . En su cabez a y en el pupitr e pr incipa l est á
una bibliotecaria. Su virtud principal consiste en que, aunque
no sepa gran cosa sobre las distintas materias, conoce al
instante aquellos libros que contienen la información que
nos interesa. Es partidaria de que los lectores llenen las pape -
letas y entonces les pone a la disposición el libro que aquéllos
desea n . La s per sona s son ig ua l. La m ent e consci ent e posee
una capacidad de razonamiento — muy a menudo inexacto —, y
es ca paz de ej er ci t a r u na for m a lóg ica ; per o ca r ece de m e -
moria. Su fuerza está en que cuando se la educa debidamente
es capaz, sabe excitar al subconsciente de forma que este
ú lt i m o l e pr opor ci one infor m a ción qu e tiene alm a cena da en
sus archivos de la memoria. Entre la mente de la subconscien-

247
c i a y l a d e l a c o n c i e n c i a , h a y l o q u e p o d r í a m o s l la m a r u n
t a biq u e q u e bl oq u ea toda infor m a ción y la int er cept a de la
mente consciente. Esto prueba que nuestro consciente no pue de
estar investigando, siempre, dentro de la subconsciencia. Ello
es, naturalmente, absolutamente necesario, porque, de no ser
así, el uno podría contaminar al otro. Hemos afirmado que el
subconsciente posee memoria, mas no razón. Está claro que, s i
la memoria pudiese combinarse con la razón, entonces
al gunas fa ceta s de nuest ra inform ación queda ría n deform a -
das por el subconscient e, ya que éste, m edia nt e el poder de
r a ci ona r , podr í a decir a ca so: «¡B a h, est o es r idícu lo! N o es
p os i b l e . H e i n t e r p r e t a do m a l l os he ch os . Va m os a c a m bi a r
l os regi st ros de l a m em or ia .» De m odo qu e el su bconsciente
está privado de razón, mientras que el consciente lo está
de memoria.
Hemos de tener bien presente un par de reglas:

1. La mente subconsciente carece de razonamiento; de forma


que sólo puede actuar mediante una sugestión que se le haga.
Sól o pu ede r et ener en la m em or ia t odo lo qu e se est a blece e n
ella, tanto si es cierto como si no lo es. No puede ella
evaluar si una determinada información es verdadera o falsa.
2 . La m en t a l i d a d co ns ci e n t e só lo se pu ed e o cu pa r de u na
idea en un determinado lapso de tiempo. No os costará nada e l
d a r os c u e nt a de q u e co nt in u a m en t e e st a m os r ec ib ie n d o
i m pr esi on es, for m a ndo im pr esion es, fa br ica ndo opiniones ,
vi endo y escu cha ndo cosa s, t ocá ndola s; de m odo qu e si no
existiese ninguna proteccién de nuestro subconsciente, todo
e l l o n o s i n v a d i r í a y n o s e m b r o l l a r ía nu e s t r a m e m o r ia c o n
informaciones inútiles y a menudo incorrectas. Entre el sub -
consci ente y la conciencia hay, pues, un telón que impide el
paso de todas esa s materias qu e deben ser exa mina da s por
nuestra conciencia antes que no puedan pasar al subconsciente y
n u t r i r l o. N u es t r a m e nt e co ns c ie n t e , p u e s, li m it á nd os e a
c on si d er a r u na c os a ú ni ca e n c a d a m om en t o de t e r m in a d o,
selecciona el pensamiento que le parece más importante y lo

248
exa mi na , a cept ándolo o r echa zá ndolo, a la luz de la raz ón o
de la lógica.

Vosotros podéis argüir que eso no puede ser así, porque per -
sona l m ent e soi s ca pa ces de pensa r t r es o cua t r o cosa s a la
vez. Pero el caso no es así; el pensamiento es un proceso
r a pi dí si m o y e st á p le na m e nt e d em os t r a d o q u e és t e ca m bi a
más de prisa que un relámpago, de modo que aunque a vues -
tra conciencia le haga el efecto de que pensáis dos o tres cosas a
la vez, una cuidadosa investigación de los hombres de cien cia
prueba que sólo un pensamiento determinado puede ocu par
vuestra atención durante un tiempo determinado.
Tenem o s q u e pr eci sa r q u e, com o ya hem os est a blecid o com -
p l e t a m e n t e , l o s « b a n c o s d e la m e m o r ia » d e l s u b c o n s c i e n t e
poseen un conocimiento de todo cuanto ha sucedido a este su
cuerpo particular. Este suelo o pantalla conscientes previenen la
entrada de la información; todo desemboca en la memoria del
su bcons ci e nt e; per o la infor m a ción q u e deb e ser desm e -
n u z a d a po r e l r a z o na m i en t o ló g i co es de vu el t a a t r á s ha s t a el
momento en que se la evalúa.
Veamos ahora el modo de funcionar del hipnotismo.
N u est ra m ent e del su bcons cient e no est á dot a da de ning ú n
poder di scr i m i na dor , ni ra z ona dor , ni lóg ico; de m odo q u e, si
podem o s ha cer pa sa r , for z á ndola , a tr a vés de la pa nta lla q u e
n o r m a l m e n t e e x i s t e e n t r e l a c o n c i e n c i a y e l s u b c o n s ciente,
una sugestión cualquiera, obtendremos que el subcons ciente se
comporte corno necesitarnos nosotros. Si concentra mos
nuestra atención consciente sobre un solo pensamiento
ent once s au m enta la su g est ibilida d. Si ponem o s dent r o del
pensamiento de una persona que ella será hipnotizada, y ella
cree que lo será, entonces las cosas sucederán como habréis
dicho, ya que la pantalla se habrá bajado. Varias personas pre -
sumen de que no podrán ser hipnotizadas; pero su pretensión
es tal vez algo vana. Negando su posibilidad de caer en la hip -
nosis, no harán sino intensificar su capacidad de ser hipnotiza -
dos. En una batalla entre la imaginación y la voluntad, como

249
dij im os, l a pr im er a siempre vence. La s personas no qu ieren
caer baj o el hi pnot ismo. Entonces es cuando la imagina ción
se levanta y les dice: «Tú querrás lindamente ser hipnoti -
zado». Y entonces el sujeto «sucumbe» casi un momento
antes de verse hipnotizado.
Naturalmente, conocéis cómo se hipnotiza a una persona. No
puede perjudicarnos, pienso, volver a mencionarlo de nuevo.
L a p r i m e r a c osa q u e h a y q u e h a c e r e s h a l la r e l m ét o d o d e
atra er la atención del qu e va ser hipnotiza do, de form a qu e
su mente consciente, que sólo puede atender a un solo
pensamiento a cada momento dado, se sienta cautiva y así las
sugestiones puedan deslizarse absolutamente dentro del sub -
consciente.
Casi siempre el hipnotizador emplea un botón brillante o un
t r oz o d e v i d r i o o c u a lq u i e r ot r a p i e z a d e b i s u t e r í a , y p i d e
al sujeto enfocar conscientemente su atención seguida sobre
el tal objeto. El verdadero objeto de todo eso, lo repetimos, es
distraer la mente consciente para que no pueda percibir que
determinados trabajos se realizan a su espalda.
El hi pnot i za dor ti ene q u e pr esent a r un objet o exa ct a m ent e
al nivel de la vista del hipnotizador, ya que mirando por
encima de este nivel los ojos de la persona tienen que estar
en una posición innatural de esfuerzo. Éste cansa los múscu -
los de los ojos y de los párpados por un igual, y estos
músculos son los más débiles del cuerpo humano, que se
fatigan más pronto que cualquier otro.
Al ca bo de unos seg undos, los ojos se fatigan y empieza n a
lagrimear. Entonces es muy sencillo para el hipnotizador
comprobar que los ojos del sujeto están cansados y la persona
quiere dormir. Naturalmente, necesita cerrar los ojos porque
el hipnotizador ha fatigado esos músculos. Repitiendo al su -
jeto, con mortal monotonía, que los ojos están cansados, des -
truye la guardia — la desconfianza — del sujeto. Éste se halla
f r a nc a m en t e f a t i g a d o po r t od o el c on ju nt o de e st e p r o ce so y
piensa que se sentiría dichoso de tener algo nuevo por
hacer.

250
Cuando esto se ha repetido unas pocas veces, la sugestibilidad
del sujeto ha sido aumentada, esto es, se le forma el
hábito de verse influenciado hipnóticamente. Así, cuando
a l gu i en — el hi pnot iza dor — dice q u e los ojos del su jet o se
van sintiendo fatigados, éste lo acepta sin la más ligera duda
ya que las experiencias previas han probado que los ojos
se fatigan bajo estas condiciones. De este modo, el sujeto va
prestando una fe aumentada en las afirmaciones del hip -
notizador.
La mentalidad subconsciente está desprovista de sentido crí -
t i co y no t i ene fa cu l ta des discr im ina dor a s, de for ma q u e si la
mentalidad consciente puede aceptar la proposición de que l os
o j o s se va n c a n sa nd o, a m ed id a q u e el h ip no t i z a do r l o
r epi t e, i gu a l m ent e el mism o su bcons cient e a dm it i rá qu e no
e xi st e l a m e no r m ol es t i a cu a nd o e l h ip no t i z a do r lo a fi r m e.
E n es t e ca so , u n hi pn ot iz a d or q u e co no z c a su of ic io po dr á
ver cómo una mujer tiene un hijo sin dolor alguno en el
parto, o un paciente sufre una extracción dental sin dolor ni
sufrimiento alguno; ni tan sólo una molestia. Es una materia
muy sencilla, que sólo requiere una ligera práctica.
La realidad del caso es que cuando una persona se deja
hipnotizar, hace suyas las afirmaciones del hipnotizador. Di -
cho de otro modo, al sujeto se le ha dicho que sus ojos se
sentían cansados. Se le ha dicho, por el hipnotizador, que se
sentiría mucho mejor cerrándolos; y así ha sido en efecto.
El hipnotizador tiene que estar bien seguro de que todas sus
afirmaciones son absolutamente creídas por la persona que va a
ser hipnotizada. Es inútil decir a una persona que está de pie
cuando es obvio que está tendida sobre una cama. Muchos
h i p n o t i z a d o r e s s ó l o h a b l a n d e u na c o s a a l s u j e t o d e s p u é s
que ésta se halla probada. Por ejemplo:
El hipnotizador ordenará al hipnotizado que extienda el brazo
completamente. Lo repetirá con voz monótona durante algún
ti em po y cua ndo nota que el brazo del sujet o empieza a sen -
tirse cansado le dirá: «El brazo se le cansa, cada vez le pesa
más. El brazo se le cansa». El sujeto estará realmente de

251
a cu e r d o, p or q u e l e e s e vi de nt e po r sí m i sm o q u e se v a c a n -
s a n do ca da v ez m á s; p er o e n su li g e r o es t a do h ip nó t i co e s
incapaz de soltar al hipnotizador: «Vaya una tontería. ¡Cómo
no voy a est a r l o si m e oblig a a cont inu a r siem pr e a sí!». En
vez de esto, cada vez está más convencido del poder del
h i p no t i z a do r ; p od er q u e l e o bl ig a r á a ha ce r cu a nt o é st e le
ordene.
En el futuro, puede muy bien ser que los médicos y cirujanos
se sirvan progresivamente de medios hipnóticos, ya que ‘stos
no dejan rastros, no son dolorosos y no causan perturba -
ciones posteriores. El hipnotismo es natural y casi todas las
personas son capaces de dar órdenes hipnóticas. Cuanto más
una persona se envanezca de no poder ser hipnotizada más
fácil será de hipnotizarla.
N o no s i nt er es a e l h ip no t i sm o en ot r os ca so s q u e l os m e n -
cionados, ya que, fuera de manos buenas y ejercitadas, puede
ser una cosa mala y altamente perjudicial. Nos interesa ayudar al
lector, para que pueda hipnotizarse a sí mismo, ya que prac -
t i cá ndol o pu ede despr e nder se de su s m a los há bi t os, cu ra r
s u d e b i l i d a d , e l e v a r la p r o p i a t em p e r a t u r a e n t i e m p o f r í o y
practicar una serie de cosas útiles por el estilo.
N o enseña m os a hipnot iz a r a los dem á s, por qu e lo conside -
ramos peligroso, a menos que se tengan años de experiencia.
Existen algunos factores sobre el hipnotismo que mencionare -
mos luego, y en la lección siguiente trataremos del auto-
hipnotismo, o sea hipnotismo de uno mismo.
Es corriente en Occidente sostener que nadie puede ser
h i p no t i z a do d e u na fo r m a in st a n t á n ea . Es t o n o es e xa ct o.
Toda per sona puede ser hipnotizada repent inam ente por al -
g u i e n f or m a do po r ci er t o s m é t o do s or ie nt a le s. Po r su er t e ,
son pocos l os occi dent a les q u e ha n sido for m a dos en est a s
prácticas.
T a m b i é n s e a f i r m a q u e na d i e , u na v e z h i p n o t i z a d o , p u e d e
verse compelido a ejecutar cosas contra su código moral per -
sonal. También esto es falso de toda falsedad.
Nadie, eso sí, puede ordenar a una persona de buena vida y

252
s a n a s c os t u m b r e s, di ci én d ol e : «A h or a , sa l a la c a l le y v et e a
robar en un banco». El sujeto no querría obedecer la orden y
desp er t a r í a al i nst a nt e, en vez de ejecu t a r la or den. Per o un
hipnotizador astuto puede manejar sus frases y sus man -
damientos de forma que el hipnotizado crea que está to -
mando parte en una representación teatral, o en un juego.
Es posible, por ejemplo, que un hipnotizador haga hacer
cosas muy culpables a la persona hipnotizada. Toda la táctica
consistirá en ordenar cosas hacederas por medio de pala -
br a s y de su g est i ones . Se per su a dir á a la per sona — m u jer o
varón — que está con el ser amado, persona de confianza o,
com o ant es, en una repr esent ación o en un juego. No quere -
mos continuar por cuanto el hipnotismo es, con toda certeza,
una cosa fuertemente peligrosa si se halla en manos sin
escrúpulos o poco hábiles. Aconsejamos que no se tenga
na da qu e ver con pr á ct ica s hipnót ica s, com o no sea ba jo el
tratamiento de un reputado, altamente experimentado y entre -
nado facultativo médico cargado de experiencia.
Continuando nuestros siguientes consejos sobre el autohipno -
tismo (hipnotismo de sí mismo), de acuerdo con nuestras in -
dicaciones, no nos podemos dañar ni a nosotros mismos ni a
nu est r o pr ój i m o, a l cont r a r io, poder nos ha cer u n gr a n bien a
nosotros mismos y a los demás.
Lección vigésima octava

En la lección anterior y, realmente, a través de todo este


curso, hemos visto cómo cada uno de nosotros es, en realidad,
d o s p e r s o n a s e n u n a ; de l a s c u a l e s , u n a d e e l l a s e s e l y o
s u b co ns c i e nt e y l a ot r a , e l y o c on s ci e nt e . E s p os ib l e ha ce r
q u e tr a ba j e l a una pa ra la otr a , en vez de for m a r dos ser es
separados casi por completo y llenos solamente de sí mismos.
El ser su bconsci ent e es quien almacena t odo conocim iento, el
custodio de los registros de la biblioteca de nuestra cabeza. El
ser su bconsci ente pu ede ser com pa ra do con u na persona q u e
n u n ca s a l e d e s u ca sa n i ha ce na da c om o n o s ea a l m a c e n a r
c o n o c i m i e n t o s y h a c e r c o s a s p o r m e d i o d e ó r d e n e s dadas a
otras personas.
L a m e n t e c o n s c i e n t e , p o r o t r o la d o , p u e d e s e r c o m p a r a d a a
una persona sin memoria o de muy corta memoria y escasa
formación. Es activa, saltarina, pasando de una cosa a la otra y
utilizando al subconsciente como un medio de obtener
información. Desgraciadamente, o lo que sea, el subconsciente
no es del todo accesible a t odos los tipos del sa ber. Mu chas
p er so na s , po r e j e m p lo , n o c on oc e n el d ía en q u e n a c ie r o n, si
bien todo se halla almacenado en el subconsciente. Incluso, por
medios adecuados, es posible hacer retroceder la memoria d e
una persona hipnotizada y, aunque éste sea un muy
interesante experimento, no tenemos ningunas intenciones de
tratar ampliamente de él aquí, en estas líneas.
Explicaremos, como cosa interesante, que se puede hipnotizar a
u na per sona sobr e u na ser ie de conver sa cio ne s y ha cer la
r etr oceder a épocas cada vez má s ant igua s de su existencia
de manera que se llege al nacimiento de ésta y aun se alcan -
cen época s ant er i or es a ést e. I nclu so podem o s poner no s en
c on t a ct o c on u na p er so na en el t ie m p o e n q u e és t a pr oy ec -
taba cómo volver de nuevo a la Tierra.
Pero el propósito de la presente lección es el de ver de qué

254
ma nera podernos hipnot iz arnos a nosotr os mismos. Todo el
mundo sabe que una persona puede ser hipnotizada por otra;
pero, en este caso, tenemos que hipnotizarnos a nosotros
mismos, ya que muchas personas sienten una clara aversión a
ponerse literalmente a la merced de uno de sus semejantes
debido a que, si bien en teoría no puede causarse ningún
d a ñ o po r p a r t e de u n h ip no t i z a do r q u e s ea u na p er so na de
u na al ta ca l i da d m or a l, t am bién es cier t o q u e, exce pt u a ndo
circunstancias excepcionales, se suelen dar ciertas transferen -
cias de personalidad.
U n a p e r s o n a q u e ha s i d o h i p n o t i z a d a p o r o t r a , e s s i e m p r e
m á s su scept i bl e de su cu m bir a los ma nda t os hipnót icos de
esta última. Por esta razón personalmente no recomendamos a
n a d i e l a hi pn os i s . Te ne m o s la i m p r e si ón d e q u e a nt es de
que se haya perfeccionado para los usos médicos, es pre -
ciso que se efectúe con algunas precauciones adicionales; por
ejemplo, en todo caso, habrá un par de practicantes médicos
presentes. Tam bi én ver ía mos con aproba ción qu e se dict ase
u na l ey qu e di spu sie se qu e t odo hipnot iz a dor tiene q u e ser
pr evi a m ent e hi pnot iz a do, pa r a pr esu a dir le de qu e no pu ede
causar da ño algu no a la persona qu e va a hipnotizar . Y tam -
bién quisiéramos que todo hipnotizador fuese a su vez hipno -
tizado en este sentido cada tres años para que de esta forma
s e r en ov a s e l a se g u r i da d de su s f u t u r os p a c ie nt es ; y a q u e ,
de otro modo, el paciente se halla simplemente a la merced de
s u h i p n o t i z a d o r . E s t o , p e s e a q u e p r o c l a m e m o s q u e la m a -
yoría grandísima de los que practican el hipnotismo son
honrados y decentes a carta cabal. Pero, sin embargo, no hay
garantía para el paciente de no toparse con alguna oveja
negra, que es bien negra, en efecto.
Trat em os ahora del art e de hipnotizar se el pa ciente a sí mis -
mo. Si se estudia esta lección como es debido, el lector se
hará dueño de una llave que le servirá para abrir el paso a
poderes insospechados y posibilidades para su persona. Si no
se estudia lo que vamos a indicar, con la atención debida,
habremos perdido nuestro tiempo.

255
Aconsejamos que se vaya a la habitación y que se cierren
b i e n l a s co r t i n a s ( o po st ig os , e n E sp a ñ a ) . Ma s, p or e nc im a
de nuestros ojos instálese una débil lucecita del tipo de
l á m pa ra noct ur na . Hay qu e a pa g a r t oda s la s lu ces, except o
l a i ndi ca da , qu e debe est a r insta la da de for m a q u e los ojos
tengan que mirar ligeramente hacia arriba, más que direc -
tamente enfrente.
Después de apagadas todas las luces, excepto la pequeña de
neón que hemos dicho, debemos acostarnos en la cama en la
posición más cómoda posible. Por unos breves instantes
tenemos que permanecer quietos, respirando lo más acompa -
sadamente posible y dejando vagar nuestras ideas. Entonces,
poco después de un minuto o un par de divagación, concentré -
monos en nosotros mismos y decidamos resueltamente que te -
nem os qu e di st endem os. Digám onos a nosotr os mism os qu e
tenemos que distender todos los músculos de nuestro cuerpo
Pensemos en los dedos de nuestros pies; concentrémonos
e n e l l os . E s p r e fe r i b l e e m p ez a r p or e l d ed o d el pi e si t u a d o
má s a la derecha. Imag iném onos que nu estr o cuerpo es una
c i u da d g r a n de ; i m a g i né m o no s q u e t en em os po ca g en t e o cu -
pando cada celda de nuestro cuerpo, o absolutamente na -
die. Estas pocas personas se ocupan de nuestros múscu -
l os o t e nd on e s , y de q u i en se p r e oc u p a d e la s ne ce si d a d e s
d e di ch a s c el da s y q u e pr ov oc a en el la s e l h or m i g u e o d e la
vida. Pero ahora deseamos distendemos; no necesitamos todos
estos pequeños personajes rezongantes que nos distraigan con
s u s z u m bi do s, o r a a q u í, or a a l lá . C o nc en t r ém on o s pr im er o
en l os dedo s del pi e der echo y or denem o s a est os peq u eños
per sona j e s q u e se ca llen y est én qu iet os; despu és ha cedlos
s u b i r po r el p i e , l u eg o po r el em pe in e , lu eg o p or e l t ob il lo ;
después, arriba por las pantorrillas subiendo hasta la ro -
dilla.
Detrás de estos personajillos, vuestro pie derecho se hallará
distendi do, sin vida, completamente relajado porque en él no
ha y na di e ni na da q u e le ha ga sent ir se , ha biéndos e a leja do
todos los pequeños personajes y abandonado vuestro pie.

256
Vuestra pantorrilla derecha se halla relajada, ninguna sensa -
ción hay en ella; vuestra pierna derecha, en realidad, se
encuentra inerte, embotada, sin sensación alguna, relajada del
todo. Haced marchar a los pequeños habitantes, todo el
c a m i n o a s ce nd e n t e ha s t a vu es t r o o jo d er ec h o , y a s eg u r a os
de que el policía destacado por aquel camino ponga, a través de
la carretera, unas barreras para que nadie pueda colarse
ha ci a a tr á s. Vu est r a pier na der echa , pu es, desd e los dedo s
del pie hasta la cadera se halla completamente relajada.
Aguardad un momento, aseguraos que es así. Y entonces
ocu pa os de la pi er na iz qu ier da . I ma g ina os, si os gu st a , qu e
h a s on a d o l a s i r en a de u na f á b r i ca y q u e t od os lo s t r a b a ja -
dores salen de prisa del trabajo, abandonando sus máquinas
en bu sca del desca nso del hog ar. Ima gina d tam bién que allí
les aguarda una bien guisada cena. Dadles prisa para que se
m a r chen por el em pein e del pie, por el tobillo, a lo lar g o de
la pantorrilla hacia la pierna. Después de esto, los dedos del
pie izquierdo, el pie y la parte baja de la pierna estarán
relajados del todo, como si ya no fuesen vuestros.
Haced caminar a todo este personal arriba por la rodilla,
a sí c om o c on el pi e de r e ch o . C om o en el ca so a nt e r i or , pr o -
cura d que un gua rdiá n vaya poniendo va lla s para que na die
se escape otra vez hacia abajo.
¿ L a p i e r n a i z q u i e r d a e s t á d e l t o d o r e l a ja d a ? A s e g u r a o s d e
ello. Si todavía no lo está, dad las órdenes que precisen a los
hombrecillos, hasta que consigáis que ambas piernas se hallen
desiertas, al igual que una fábrica vacía, donde todos se han
ido a sus casas, y no queda nadie que pueda estorbar o meter
ruido. Vuestras piernas se encuentran relajadas. Ahora, prac -
ticad lo mismo con vuestra mano y brazo derechos y el brazo y
la mano izquierdos. Enviad a todos los trabajadores a fuera,
que se marchen como un rebaño de ovejas moviéndose de
p r i sa cu a n do u n p er r o c on oc e d or de su o fi ci o la s a c or r a la .
Vuestros propósitos son los de expulsar a vuestros hombreci -
t os de los dedos, de la palma de la ma no, de la mu ñeca , del
antebrazo, más allá del codo; hagámoslos marchar, que se

257
vayan, necesitarnos relajarnos, ya que si lo llegamos a lograr
nos ver em os l i br es de t oda dist r a cción y libr es de t oda s la s
sensaciones corporales, podremos abrir la cerradura de nues -
tro subconsciente y entonces seremos dueños de poderes v de
conocimientos que suelen concederse normalmente al ser
humano. Vosotros debéis tomar vuestra parte en la tarea,
tenéis que expulsar a los hombrecillos fuera de vuestros
miembros corporales, moviéndolos, echándolos del cuerpo.
Una vez se haya obtenido dejar nuestras piernas y brazos com -
pletamente relajados, como si se tratase de un poblado vacío
cu a ndo todo el m u ndo se ha ma r cha do pa ra ir a ver u n pa r -
t i do l oca l , ha ced l o pr opio con vu est r o cu er po. Vu est r a s ca -
der as, vu estr a espa lda, el est óm ago, el pecho, absolut amen t e
t odo. Est os m i nú scu los ha bita nt es a hor a os est or ba r ía n.
Pese a que os son necesarios para conservar la vida dentro de
vosotros, en la ocasión presente tenéis que darles vacaciones
C onti nuad em pu já ndoles, ponedlos en ma rcha a lo la rg o del
C or dón de Pl at a , expu lsa dlos de vu est r o cu er po; libr a os de
su influencia irritante; entonces os veréis relajados del todo,
por com pl et o, y exper im enta réis u na paz interior qu e jam ás
hubieseis creído posible.
Con todos esos pequeños personajes encaminados por el Cor -
dón de Plata, y vuestro cuerpo vacío — drenado de estas
gentes minúsculas —, aseguraos que haya guardianes situados
al cabo de dicha Cuerda, de modo que ningún duendecillo
pueda colarse y crear molestias.
Respi r a d , lu eg o, m u y hondo; a seg u ra os de qu e es u n lent o,
profu ndo y sat isfa ct or io r espiro. Aguantad la respir ación du -
r a nt e u no s se g u nd os , y d ej a d la s a l ir , p oc o a p oc o, e n u n os
cuantos seg undos má s. No tiene que haber ning ún esfuerz o,
tiene que ser fácil, cómodo y natural.
Repet i d l a oper a ci ón . Res pir a d pr ofu nda m ent e, con un hon -
do, lento y satisfactorio respirar. Aguantadlo por unos se -
g u nd os y o i r éi s q u e vu es t r o c or a z ó n la t e e n v u e st r o pe ch o :
«bum, bum, bum», dentro de vuestros oídos. Entonces soltad
la respiración muy poco a poco. Decíos a vosotros mismos

258
qu e t enéi s el cu er po com plet am ente rela jado, que Os sent ís
agradablemen t e ligeros y a vuestras anchas. Decíos a vosotros
mismos que cada músculo, dentro vuestro, se halla distendido;
los músculos del cuello flexibles, sin tensión dentro de
vosotros; sólo soltura, comodidad y relajación en vuestro
interior.
Vuestra cabeza cada vez os pesa más. Los músculos de vues -
t r o r o s t r o y a n o o s p r e o c u p a n . N o ha y t e n s i ó n ; e s t á i s r e l a -
jado y tranquilo.
Contempláis vuestros pies distraídamente, así como vuestras
r odi l l a s y ca der a s. Decíos a vosot r os m ism os, qu é pla cer es
el de sentirse tan distendido; sin experimentar ninguna tiran -
t ez si n nada de tensión en los braz os, el pecho ni la ca beza .
Permanecéis tranquilos y cómodos por completo, y cada parte,
cada músculo, cada nervio y tejido de vuestro cuerpo está
completa y plenamente relajado.
Tenéi s qu e cer ci or a r os de q u e os encont r á is a bsolut a m ent e
r el aja dos antes de hacer el menor ejer cicio de autohipnosis,
p o r q u e s ó l o l a v e z p r i m e r a v e z o é s t a y la s e g u n d a p u e d e n
causar os u na som br a de du da . Después que lo ha br éis pra c -
ticado una o dos veces, todo os parecerá tan natural, tan
sencillo, que os extrañaréis de no haberlo practicado con ante -
r i o r i da d. I d c on c u i da do es a s do s ve c es pr im er a s , de sp a c io
— no ha y necesi da d de ning u na pr isa —; ha béis vivido toda
vuestra vida sin conocer el estado hipnótico, que unas cuantas
horas de más o de menos no tienen ninguna importancia.
Hacedlo cómodamente, sin esfuerzos, no os obstinéis, porque
una obstinación por vuestra parte facilitaría las dudas, vacila -
ciones y la fatiga muscular, que dificultarían la consecución de
vuestro objeto.
En el caso de que encontréis que una de las partes de
v u e s t r o c u e r p o n o s e h a l l a r e l a ja d a , p r e s t a d u n a a t e n c i ó n
particular al caso. Imaginaos que hay en aquella parte de
vuestra persona unos trabajadores extraordinariamente cons -
ci ent es q u e t i enen qu e t er m ina r u n tr a ba jo espe cífi co ant es
de que se acabe el día. En tal caso, instadlos a marcharse. No

259
hay trabaj o más im porta nte que el qu e está is r ea liza ndo. Es
indispensabl e que os relajéis, para vuestro bien y el de aque -
llos «trabajadores».
Entonces, cuando estéis bien seguros de que estáis relajados
p or t o do e l cu er po , l ev a n t a d vu es t r a m ir a d a , de fo r m a q u e
podáis ver aquella pequeña lamparita de neón brillando casi
exa ct a m ent e sobr e vu est ra ca bez a . Leva nt a dlos, de ma ner a
que se produzca una ligera tensión en los ojos y los párpados
cuando mir éi s la luz. Cont inuad mirando la lu cecita ; es una
delicada, pequeña mancha de luz; os hará caer en somno -
l enci a. D ecíos a vosotr os m ismos qu e necesit ar éis cerr ar los
o j o s c u a nd o h a b r é i s c on t a do ha s t a di ez . C o nt a d a s í: «U n o,
dos, tr es ( m i s oj os se sient en ca nsa dos). C ua t r o. (Sí; sient o
que me duermo.) Cinco (apenas puedo tener los ojos abier -
tos). Y por este camino llegaréis hasta nueve. (Mis ojos se
cierran fuertemente.) Diez (mis ojos se cierran absolutamente; no
puedo abrirlos)».
El obj et o de toda s est a s oper a cione s es qu e necesit á is est a -
bl ecer u n defi ni t i v o r eflejo condici ona do, de ma ner a qu e en
futuras sesiones de autohipnotismo no se os presente la
m enor di fi cu lt ad, ni os sea preciso el perder tiempo en todo
este proceso de relajamiento. Todo cuanto os será preciso se
reducirá a contar, e inmediatamente os quedaréis dormido en
un estado hipnótico. este es el objeto que tenemos que procu -
rar alcanzar.
En la práctica, algunas personas experimentarán algunas du -
da s, y su s oj os no q u err á n cer r a r se al cont a r diez . Ma s, no
hay por qué preocuparse, ya que, si vuestros ojos no quieren
cerrarse voluntariamente, entonces no hay más que cerrarlos
del iber adam ente com o si est uvieseis por volunta d propia en
est ado hipnóti co. O br ando de est a maner a se esta blecen la s
bases del futuro reflejo condicionado. Y esto es lo esencial.
En resumen, tenéis que decir algo por el estilo — las palabras
no debe n ser exa cta m ent e la s mism a s —. Dam os la fór m u la
aproximada:

26()
«Cuando habré contado hasta diez, mis párpados deberán
sentirse muy pesados y mis ojos, fatigados. Tendré que cerrar
mis ojos, y después de haber contado hasta diez no los
v ol ve r é a a br i r po r n a d a de es t e m u nd o. E n e l m om e nt o e n
que mis ojos se cierren, tendré que caer en un estado de
absoluta autohipnosis. Tengo que permanecer consciente,
conocer y escuchar cuanto acontece, y estar capacitado para
controlar mi mente subconsciente como me sea preciso.»

Entonces, hay que contar como dijimos antes: «Uno-dos:


Mis párpados me pesan extraordinariamente; mis ojos se can -
s a n . T r e s: Me c u e st a e l t en er m i s oj os a bi er t os . N u e ve : N o
puedo tenerl os abiert os. Diez : Mis ojos está n cer ra dos y yo,
en estado de autohipnotismo.»
N os vem os obli ga dos a poner pu nto final a esta lección, por
su misma importancia. Tenemos que terminarla, para que los
discípulos tengan más tiempo de dedicarse a las prácticas. Si
extendiésemos más esta lección, dedicaríamos demasiado tiem p o
a l a l e ct u r a , y po co a la t a r e a de a sim ila r su s n oc io ne s . De
m odo, ¿q u e va i s a est u dia r la insist ent em e nt e? Os a seg u -
ra mos encar ecidam ente que si os a plicáis en a sim ila rla y en
practicarla, obtendréis seguramente más que maravillosos re -
sultados.
Lección vigésima novena

E n l a l e c c i ó n a nt e r i o r t r a t á b a m o s d e l m é t o d o d e p o n e r n o s
nosot r os m i sm os en est a do hipnót ico. A hor a nos fa lt a pra c -
ticarlo varias veces. Lo podrá facilitar si lo practicamos a
f on do , de m a n er a q u e p od a m os e nt r a r e n e st a d o d e t r a nc e
con fa ci l i da d, si n q u e nos sea n pr ecisos g ra ndes esfu er z os;
porque todo el meollo de la cosa consiste en evitar cualquier
trabajo excesivamente duro.
Miremos antes a qué razón obedece nuestra práctica del auto-
hipnosi s. ¿Nos urg e aut ohipnotizar nos para elimina r cier ta s
faltas nuestras, de forma que nos sea posible reforzar ciertas
vir tudes, ci er ta s capacidades nuest ra s? ¿Qu é ca pa cida des?
Tenéi s qu e ser du eños, a nt es, de enfoca r con t oda cla r ida d
vuest ra s fa lta s y vu estr as vir tudes individua les. Tenéis que
ser capaces de constr uir u n r etrat o de vosot ros m ismos, tal
com o qui si er ai s ser. ¿ Sois débil de voluntad, a caso? Haced,
pues, vuestro retrato de cómo necesitáis ser, dotados de una
fu er t e vol u nt a d y de u na per sona lida d dom ina nt e; ca pa z de
i m poner vu est r os pu nt os de vist a ; há bil en condu cir a hom -
bres y mujeres por el camino en que querráis conducirles.
Reflexionad en este «nuevo y o». Mantened el retrat o de este y o
fi r m em ent e a nt e vosot r os, com o ha cen los a ct or es — la s
estrellas — que procuran vivir el papel que tienen que repre -
senta r. Podéi s uti liza r vu estra s faculta des de visua liza ción;
cuanto más consigamos visualizar nuestro yo en perspectiva,
más rápidamente alcanzaremos nuestro objetivo.
Continuidad vuestras prácticas, autohipnotizándoos. Pero, ase -
guraos de hacer estas prácticas en una habitación tranquila y a
oscuras.
No hay ningún peligro en ello. Insistimos en que hay que
« a s eg u r a r s e d e q u e n o no s ve r e m o s i nt e r r u m p id os en nu es -
tras prácticas», ya que cada interrupción, o corriente de aire
frío, por ejemplo, pueden ocasinarnos que despertemos y se

262
disipe rápidamente nuestro estado hipnótico. No hav, sin
embargo, peligro en ello. Lo repetimos, no es posible en modo
a l g u n o q u e fa l l em os e n el q u er er hi pn ot iz a r no s a no so t r os
m i s m o s . P a r a t r a nq u i l i z a r a l l e c t o r , e x p l i c a r e m o s un caso
típico.
El paciente tiene un montón de práctica adquirida. Se va a
su habitación oscura, enciende la pequeña lámpara de neón, al
nivel de sus cejas, y se tiende cómodamente sobre su cama o
s of á , En a l g u n os m om en t o s d is t i en d e s u c u e r p o, l ib r e d e
tensiones y sensaciones.
N o tarda en sent ir una im pr esión mara villosa sobre toda su
p er so na , c om o s i t o do el pe so d e su c u e r p o y la s p r e oc u p a -
ciones se disipasen y él se encontrase en el linde de una
vi da nu eva . Se r el a ja pr og r esiva m ent e, bu sca ndo t ra nqu ila -
mente si algún músculo se halla en tensión, si siente alguna
c r i sp a c i ó n , do l o r o i m p u l so e n a lg u na p a r t e de l cu er po . Sa -
tisfecho de verse por completo relajado, mira con insistencia
la lucecita de neón, con los ojos inclinados hacia arriba, hacia
sus cejas.
D e pr on t o si en t e u n pe so e n su s p á r pa do s, q u e o sc il a n u n
poco y a ca ba n cer r á ndos e por u no o dos seg u ndos. Vu elven a
oscilar, hay en ellos cierta humedad, se llenan de lágrimas.
O sc i l a n y t i e m b l a n, y vu el ve n a ce r r a r se . C u a n do se r ep it e
la operación — con dificultad —, ahora, porque los párpados
cada vez pesan más, el individuo está casi en absoluto trance.
Al cabo de uno o de dos segundos se cierran definitivamente.
El cuerpo se relaja todavía más, la respiración se hace ligera y
el paciente — el sujeto, o como se le quiera llamar — se
halla en estado de trance hipnótico.
Dejémosle ahora por un momento. Lo que le sucede en aquel
trance no es cosa nuestra, porque nosotros también podemos
ponernos en el mismo estado hipnótico y hacer nuestros pro -
pios experimentos. Dejémosle en estado de trance, hasta que
él haya completado aquello por lo cual se puso en dicho
estado.
Estaba, según parece, llevando a cabo un experimento para

263
v e r c u á l e r a l a p r o f u n d i d a d q u e p o d í a a l c a nz a r d e n t r o d e l
sueño hipnótico; eso es, hasta qué punto lograba hipnotizarse a
sí mismo. Incluso ha dejado de lado, con plena conciencia,
u na d e l a s p r o vi si on e s d e la n a t u r a le z a , ¡ y a q u e p en só q u e
no volvería a despertarse!
Pasan unos minutos — ¿diez, acaso veinte? —. La respiración
se hace diferente y el dormido ya no se halla en trance
hipnótico sino en un profundo sueño normal. Dentro de cosa
de media hora despierta, sintiéndose prodigiosamente restau -
rado, más, seguramente, que después de una noche entera de
sueño.
Después de un trance, forzosamente despertamos. La natura -
leza no permitiría que nos quedásemos indefinidamente en un
est a do hi pnót i co. El su bconsci ent e es com o un g ig a nt e má s
bien torpe — un gigante de una inteligencia torpe — al cual,
por un tiempo, se le puede hacer creer lo que uno guste;
pero, después de un rato, se le hace una suerte de luz en su
cabeza y reacciona a su modo. Entonces, interrumpe el estado
hipnótico.
Vol ver em os a r epet i r qu e pr ovocá nd onos el su eño hipnót ico a
nosotros mismos no podernos causarnos ningún daño ni el
más pequeño malestar. Estamos completamente seguros, por -
que nos hemos hipnotizado a nosotros mismos y no estamos
en ningún modo a la merced de las sugestiones de otras
personas.
H em os di cho qu e u na cor riente de aire fr ío puede despert ar a
u na per sona hi pnot iza da ; a sí es. Por pr ofu ndo q u e sea el
estado hipnótico, si se experimenta un cambio súbito de tem -
peratura, o algo que de algún modo pueda perjudicar a
nuestro cuerpo, en el acto el trance pasa y el hipnotizado des-
piert a. De m odo que, si os encont rá is hipnotiza do y a lguien
de la ca sa a br e una puerta o u na venta na , de m odo que una
c or r i en t e de a i r e l l e g u e a v os ot r o s, t a l ve z po r de ba jo d e la
venta na o por el oj o de la cerr adura , vosot ros despert áis sin
n i n g ú n d a ñ o ni m o le st ia . C o n s ól o la p er t u r b a c ió n q u e si g -
nifica el tener que volver a empezar otra vez el autohipno-

264
s i s m o . Es p or es t a r a z ó n q u e co nv ie n e ev it a r co r r ie nt es de
aire y molestias.
Continuamente es preciso que nos esforcemos por las virtudes
qu e necesit em os al ca nzar . Podéis esfor za ros por librar os de
c o s a s q u e n o o s g u s t a n e n v o s o t r o s m i s m o s , y d u r a nt e l o s
d í a s e n q u e e s t é i s o c u p a d o p o r e s t a lu c h a o s s e r á p r e c i s o
visualizar activamente las capacidades que os faltan. Os tenéis
que repetir de continuo a vosotros mismos un día y otro — es
preferible por la noche —, cuando os hayáis hipnotizado a
vosot r os m i sm os, esa s consig na s, y ca da vez qu e ent r éis en
t ra nce, di cha s vi r tu des desea da s se os a pa r ecer á n con m á s
f u e r z a . A sí q u e e nt r é is e n e l e st a d o h ip nó t i co , r ep et id m en -
talmente todo aquello que deseáis.
Permítasenos una simple, tal vez ingenua observación. Obser -
vemos que una persona va encorvada, tal vez porque está
d e m a s i a d o d é b i l p a r a m a r c h a r e r g u i d a . Qu e d i g a r e p e t i d a -
m en t e : «Q u i e r o a n da r b ie n t ie so » de t r es en t r e s ve ce s , si n
parar' un largo rato. La cuestión es que se pronuncie de prisa, y
sin interrupciones, para evitar que el subconsciente amigo n o
venga y nos suelte: «¡Vaya, nunca dices la verdad, tú
a ndas encorvado com o el que más!». Si r epet im os la fór mu la
sin dar tiempo a ninguna intervención del subconsciente, éste
q u ed a c om pl et a m en t e do m i na do p or e l t or r en t e de la s pa la -
bras y no tarda en creer que decimos la verdad, que estáis bien
er g u i dos si em pr e . Si se lo cr ee, vu est r os m ú scu los se r efor -
zarán y andaréis tiesos corno gustéis.
¿ F u m á i s, t a l v ez , d em a s ia do ? ¿ B e bé is c on ex ce s o? Es m a lo
para la salu d; os consta . ¿Por qu é no em plea r el hipnot ismo
para redimiros a vosotros mismos y a vuestros billeteros?
A l f i n a l c a b o s e t r a t a de c os t u m b r e s in fa nt il es . Os ba st a r á
c on ve n ' ce r a l s u b co n sc i e nt e d e q u e a b or r e cé is el t a ba co , y
dejaréis de fumar sin ninguna molestia, ni tan sólo un recuer -
do del humo.
La gente no puede abstenerse de fumar; es una costumbre en
e x t r e m o d i f í c i l d e r om p e r . I n d u d a b l e m e n t e l o h a b r é i s o í d o
decir: el fumador no puede abandonar su pipa o sus ciga-

265
r r i l l o s; t od o e l m u n do l o a f ir m a . E n la p r e ns a en co nt r a r é is
r em edi os pa ra i nt er r um pir el vicio de fum a r a bst eniéndo se
de est o y de a qu el l o. ¿N o se os ha ocu r r ido nu nca qu e t odo
est o no es má s qu e una form a de hipnosis? No sois capaces
d e a ba n d o n a r e l v i c i o d e l t a b a c o p o r q u e h a b é i s o í d o d e c i r y
h a b éi s l eí do q u e el d ej a r de f u m a r e r a u na c os a pr á c t i ca -
mente imposible.
C on ve r t i d es e h i p no t i sm o a f a v or v u e st r o . «S oi s» di fe r e n t e s
d el r e ba ño hu m a n o. «T en éi s » fu er z a d e ca r á c t e r ; s oi s d om i -
na nt es; podéi s cu ra r os por vosot r os m ism os del fu m a r , del
beber , o de t odo a qu ello q u e os des eéis cu ra r . De la m ism a
forma en que el hipnotismo — un hipnotismo inconsciente —
os inclina a creer que no podéis dejar de fumar, vosotros,
que os dais cuenta de todo esto, mediante un hipnotismo
c o n s c i e n t e p o d é i s o b t e n e r e l q u e n u n c a m á s t oq u é i s u n c i -
garrillo.
U na a dv er t e nc i a , m á s bi en a v is o a m i st os o. ¿ E st á is b ie n s e -
g u r o s d e q u e ne ce s it á i s a b st en er os de fu m a r ? ¿ Es t á is bi en
seguros que os es indispensable el dejar de beber? ¿O de
ser i mpuntual a vu estra s citas? No podéis ha cer na da ha sta
q u e es t é i s b i e n se g u r o s. E s pr ec is o q u e «o s s ea ne ce s a r io » e l
dejar de fumar. No basta con ser una persona débil y
deci r : «O h, q u i si er a deja r de fu ma r , deja d q u e y o m e r epita a
mí mismo que no quiero seguir fumando».
U na y otra vez, hasta que caiga dentr o del subconsciente de
l os l ec t o r e s: D eb éi s ha ce r t a n só lo a q u el lo q u e e n r e a l id a d
debá i s ha cer . D e ma ner a q u e, si vosot r os est á is dispu est os a
n o d e j a r d e f u m a r , n o l o a ba n d o n é i s , v a q u e n o o s l i b r a ríais
del tabaco, sino que volveríais a fumar más que antes.
E xa m i na os a v os ot r o s m i sm os de c er ca . ¿ Qu é de se á i s , r ea l -
mente? Nadie está a vuestro alrededor, nadie mira por encima
de vuestros hombros, ni escudriña por dentro de vuestra
m ent e. ¿D eseá i s de ver a s deja r de fu m a r? ¿ O bien sólo son
palabras vanas?
Una vez estéis completamente convencidos de que necesitáis
una cosa, la podréis obtener. No critiquéis el hipnotismo, ni a

266
nadie más sino a vosotros mismos; si fracasáis en llevar a cabo lo
que necesitéis, es porque el fracaso se debe exclusivamente a
q u e n o t e n é i s l a s u f i c i e n t e r e s o l u c i ó n p a r a ha c e r é s t o o
absteneros de aquéllo.
Por medio del autohipnotismo os será posible curaron de
aquello que vulgarmente se llama «los malos hábitos». Por
desg r a ci a , nu nca hem os sa bido de cier t o en qu é consist ía n
exa ct ament e. Podem os consider ar «ma los hábit os», por ejem -
plo, pegar a la mujer, o que la mujer tire la plancha a su
m a r i do, o el peg a r pu nta piés a l per r o, o solt a r pa la br ota s y
embriagarse. Todo ello es muy fácil de curar, en la suposición
de que se desee sinceramente.
Relajaos ahora unos breves momentos. Aprovechaos de estar
l i br es de t ensi ón i nt er na pa ra leva nt a r vu est r a ener g ía ner -
viosa. Podéis elevar vuestra salud si os dedicáis a releer esta
lección y la anterior. Después, practicad reiteradamente.
Los mayores concertistas se ejercitan a diario, con escalas y
notas siempre repetidas. Como los grandes concertistas. prac -
ticando llegaréis a ser un gran autohipnotizador, como hemos
dicho.
Practicad sin cesar.
Lección trigésima

Algunas personas tienen la idea — muy equivocada — de que el


tra ba jo es una cosa mala . Var ias civiliz aciones se dividen en
l o q u e podr í a m os l la m ar «t r a ba ja dor es de cu ello bla nco» y
o t r o s « c o n l a s m a n o s s u c i a s » . E s u na f o r m a d e v a n i d a d ,
ésa, que es preciso desarraigar por completo, porque a causa
de ella se pelea el hermano contra el hermano y una raza
contra otra.
El trabaj o — no im porta si es ment al o ma nual — ennoblece a
t od os l o s h om br es q u e l o pr a c t i ca n co n pl en a c on ci e nc ia y
sin un equivocado sentido de vergüenza. En algunas tierras se
consi der a com o una desg ra cia el que la dueña de la casa
tenga que poner sus manos a cualquier forma de trabajo; se
considera que debe permanecer siempre sentada y acicalada;
sól o, de t ar de en t ar de, da r á a lg u na or den al solo efect o de
dejar bien sentado que ella es el ama de la casa.
En la China de muchos años atrás, las llamadas clases supe -
r iores deja ba n cr ecer sus uña s ha sta una longitud r idícula,
de manera que debían usar de una especie de vainas ligeras
para proteger las uñas y evitar que se rompiesen. El significado
de aquellas uñas consistía en poner de relieve que su dueño
era tan i mpor tante qu e no tenía que r ealizar ningú n trabajo
m a t e r i a l p a r a s í p r o p i o . L a s u ña s d e s m e s u r a d a s e r a n u na
pr u eba evi d ent e de q u e su du eño — o la du eña de la ca sa —
no tenían que preocuparse por ninguna necesidad de su
cuerpo, ya que poseía servidores para cada una de ellas.
E n e l T i b et , a nt es d e la i nv a s ió n co m u ni st a , c ie r t os n ob le s
(que podrían haber pensado con más sensatez) llevaban unas
m a ng a s t a n l a r g a s q u e le s c u b r í a n l a s m a no s po r co m p le t o y
l es col ga ba n un pa lm o o dos por debajo de la pu nta de los
dedos. Esto era, naturalmente, para mostrar que dichos hom -
bres er an ta n impor ta ntes y poder osos que no les pr ecisaba
trabajar. Esas mangas larguísimas recordaban continuamente

268
q u e su s posee dor e s est a ba n exent os de t odo tr a ba jo. Est o,
c om o es na t u r a l , e r a el pr od u c t o d e u n a de g r a d a c ió n d e la
significación del trabajo. El trabajo es una forma de disciplina,
u n ent rena mi ento. La disciplina es absoluta ment e indispen -
s a b l e y e s t a b l e c e u na d i f e r e n c i a e n t r e u n r e g i m i e n t o b i e n
i nst r u i do y u na ba nda de for a jidos. La discipli na ha ce posi -
ble que los ahora en la mocedad serán más adelante ciudada -
nos de pr ovecho . La fa lt a de disciplina eng en dr a la s hor da s
d e g a m be r r os de ch a q u e t a de c u e r o , s ól o a ct iv os en la de s -
trucción.
Citamos al Tibet como uno de los sitios donde reinaban
las más equivocadas nociones sobre el trabajo; pero solamente
ent re el el em ento laico. En los convent os de lama s, era una
r eg l a e st a b l e ci d a e l q u e c a d a c u a l , po r m u y a lt o q u e f u e se
su grado en la jerarquía, tenía que ejecutar un trabajo servil
en det er m i na da s fecha s. N o er a en ningú n m odo inha bit ua l
el ver a un G ran Lam a limpia ndo un pa viment o, quita ndo la
basura deposit ada en el suelo, junto con el más hum ilde de
l os m onj es. El pr opósit o qu e g u ia ba a los q u e est a blecier on
e s t a c o s t u m b r e , f u e e n s e ñ a r a l a b a d q u e la s c o s a s d e e s t e
mundo eran de naturaleza temporal y que el pordiosero de hoy
podía ser el príncipe de mañana, así como el príncipe actual,
m a ña na po dr í a ve r s e u n p or di os e r o . A lg u n a a na lo g ía p od ía
ver se ent re l o qu e decim os y el hecho de que muchos de los
reyes, reinas y príncipes de Europa ya no lo son; pero enton -
ces tenemos que reflexionar, también, que muchos entre ellos,
mientras estaban en el poder, habían asegurado en el extran -
j er o grandes fondos para cua ndo tu viesen qu e a bandona rlo.
D e t od a s f or m a s — es o e s u na di g r es ió n — dé je n o s r ep et ir
que el trabajo, tanto si es mecánico como si es mental, jamás
deg r a da cua ndo se ha ce por m ot ivos qu e son pu r os y con la
idea del «servicio prójimo» en el fondo. En vez de aplau -
dir a esas damas cubiertas de riquezas que se sientan y dictan
órdenes a sus mal pagados servidores, mientras ellas no
levantan ni un dedo, vale más que reservemos nuestro aplauso
para los servidores y dejemos de lado a las encopetadas

269
señor a s, por q u e l os cr ia dos ejer cen u na pr ofesión honr osa ,
al paso que dichas señoras no hacen nada.
Ha ce poco tiempo — u n tiempo algo ca luroso — escucha mos
una discusión acerca de la conveniencia, o no, de comer carne.
Nuestro punto de vista es que si una persona siente necesidad
de com er l a , no t i ene por qu é a bst ener s e; y , si u na per sona
necesita ser vegetariana y trepar por los árboles en busca de
f r u t a s , e s c o n v e n i e n t e q u e s e a v e g e t a r ia n a y t r e p e p o r l o s
ár boles en busca del sustent o. N o tiene impor tancia a lguna e l
q u e u n o c o m a , o d e j e d e c o m e r , m i e n t r a s n o s e e m p e ñ e en
i m poner su s, a m enu do er r ónea s, opinione s a los dem á s q u e ,
por demasiado bien educados, no le contradicen con
violencia.
El hombre es un animal, por mucho que se disfrace con
finas telas, polvos hermosos, tintes para el pelo, etc. Hombre y
mujer, son animales y comen asimismo animales. De hecho, la
carne humana, según los entendidos, sabe más bien a cerdo.
Como sea que el comportamiento de muchas personas es
bastante cer doso, ya está bien. Los caníbales, cua ndo se les
pregunta por la carne humana, dicen que la carne de los
neg ros es du lzona y sem ejante a l cochinillo asa do. La car ne
de l os bla ncos, por lo vist o, es algo rancia y triste, com o un
cuarto de carne manida.
A consej am os, entonces, que si necesit am os comer ca rne, no
t enem os por qué a bstenernos de ella. Si necesit am os proba r
vegetales o hierbas, igualmente. Pero no tenemos por qué
empeñarnos en imponer nuestros gustos a los demás. Es una
cosa triste que los que son vegetarianos, o partidarios de
comidas sanas sean, a menudo extremados en sus puntos de
vista; como si a base de poner mucha vehemencia en sus
argumentos quisiesen convencerse a sí mismos. Estamos segu -
r os q u e m u ch os de l os q u e a sí op in a n y a q u ie ne s t e ne m o s
por dichosos, en realidad tienen sus dudas sobre si están o
no en lo cierto. Es lo que a menudo pasa entre los no
fu m a dor es. est os, mu cha s vece s, se du elen gr a ndem ent e de
que otras personas fumen. Parecen estar convencidos de que

270
hay algo de estupendamente virtuoso en el hecho de no
fumar. En realidad, es una mera cuestión de gustos. El fumar
con moderación, probablemente, no daña a nadie; pero el
beber — bebidas que embriagan — perjudica, ya que inter -
fiere con el astral del bebedor. Digamos también que, si una
per sona necesi ta beber y perjudicar a su cu er po a stra l, hay
qu e reconocer que l o ha querido así. Es, en definitiva , ma lo e l
i nt en t a r el u so de c oa cc io n e s pa r a ca m b ia r el c a m in o d e
otras personas.
Mi ent r a s est a m os t ra ta ndo del t ema de com er ca r ne, lo qu e
acarrea el tener que matar, mencionaremos otro punto de
vista qu e pu ede pa recer interesa nt e al lector. Ha y g ente que
sosti ene qu e no es lícito matar nu nca a u n insect o. Algu nos
sostienen que nunca lo han matado. Alegan que no se puede
mata r una va ca o u n ca ba llo, o cua lqu ier ser qu e tenga vida
pr opi a . Est a a ct it u d nos condu cir ía a ver cor no u n g r a n pe -
c a d o el h ec ho d e m a t a r u n m os q u i t o q u e no s a m e na z a c on
infectarnos de malaria; nos obligaría a preguntarnos si come -
temos un crimen contra la vida del mundo tomando una
inyección contra cualquier virus. Al fin y al cabo, un microbio o
u n vi ru s es u n or ga nism o vivo. ¿ Podr ía m os, ent onces, sin
salir de nuestro sentido de la derechura, intentar matar a los
gérmenes de la tuberculosis o del cáncer? ¿Somos unos gran -
des criminales usando de un remedio contra un resfriado
corriente? En todo intento, para curar cualquier enfermedad,
seguramente hay privación de vida. Tenemos que ser razo -
nables en estos casos.
Los vegetarianos, sostienen que no podemos privar a nadie de
s u v i d a . A h o r a b i e n , u na b e r z a t i e n e v i d a ; d e m a n e r a q u e ,
cortándola para comérnosla, destruimos una vida que no
podemos crear. Si tomamos una patata o un tallo de apio,
estamos destruyendo vidas, tanto como los comedores de
carne. ¿Por qué, pues, no comer lo que nos requiere el cuerpo,
eso es, carne?
Se ha hecho constar que los buenos budistas no deben comer
carne, y debemos poner en claro que varios budistas no

271
com en ca r ne mu y a m enu do por la sencilla ra z ón de qu e no
pueden proporcionársela. El budismo ha cundido co piosa-
mente en tierras pobrísimas. En el Tibet, por ejemplo, la
car ne fue un luj o i nau dito que sólo esta ba al alca nce de los
más ricos entre los ricos. El común de las gentes comía
hortalizas y «tsampa», y aun, las hortalizas, eran un lujo. El
monje, que no tenía por qué permitirse lujos, vivía de «tsam -
pa» y nada más; pero, con el fin de dulcificar las cosas de los
jefes religiosos, proclamaron que era pecado el comer carne.
D e est e m odo, la g ente, que de ningú n modo hu biese podido
comerla, se sintió virtuosa por esta forzada abstinencia. Tene -
mos la impresión de que se han escrito una gran cantidad de
insensateces acerca de este tema. El que come carne, le gusta
comerla. Dejémosle tranquilo. Si al vegetariano le place ir
mascando tallos de apio, tanto como guste, dejémosle con
su tallo y no nos metamos a imponer nuestros puntos de vista
a nu est r o pr ój i m o. De igu a l m a ner a , si a una per sona no le
place matar insectos v prefiere tener sus virus cancerosos o sus
gérmenes de la tuberculosis, en vez de intentar curarse, res -
petemos su elección.
A m e nu do r e ci bi m o s c a r t a s d e p er so na s m u y p r e oc u p a d a s ,
q u e no s cu en t a n q u e t a l o c u a l p er so na s e h a l la m u y ne ce -
sitada de auxilio o de consejo; o cómo deben hacer para
h i p n o t i z a r a t a l p e r s o n a , o f o r z a r la a c a m b i a r d e m o d o d e
vivir. Nunca prestamos auxilio a dichas personas, porque
creemos que es muy malo el querer influir sobre la senda de
l a v i d a d e u no d e nu e st r o s pr ój im os . En es t e c u r s o s ól o se
trata del conocimiento de las materias. Fijamos nuestras
opiniones, explicamos aquello que conocemos; pero no for -
zamos a nadie para que nos crea. Si estudiáis este curso,
probablemente os hallaréis preparados para atender a lo que
tenemos que explicar; en el caso contrario, es muy fácil:
basta con cerrar el libro.
Si se os pide vu estr a opinión, da dla; pero no int entéis impo -
ner vuestra opinión a nadie y, una vez la habréis dado,
dejadla caer, va que ignoráis lo que el otro ha decidido hacer

272
de su existenci a en esta vida. Si llegá is a convencer , forzá n -
dola, a una persona para que haga alguna cosa que no debería
hacer , entonces os veríais comprometidos en su khar ma. Se -
ría, esto, un kharma bien desagradable.
Tenemos que decir aquí algo sobre los animales; muchas
personas los consideran como criaturas que andan de cuatro
pa ta s, en vez de dos. La g ent e consider a los anim a les com o
cr i a tu r a s mu da s, por q u e no ha bla n ing lés, fr a ncés, alem á n
ni español; pero los animales consideran a los hombres como a
seres mudos, también. Si fueseis dotados de un sentido
telepático seguro, veríais cómo los animales hablan, y mucho
má s cu er da ment e que muchos ser es humanos. Algu nos hom -
bres de ciencia , com o se lee en una r ecient e edición de «The
Scientific American», han descubierto que las abejas se valen
de un lenguaje. Las abejas se dan muy detalladas instruccio -
nes, las unas a las otras, y pueden pronunciar conferencias.
Al gunos sabios se ha n interesa do por los delfines y su pecu -
liar manera de conversar o, como se cree, en los sonidos
peculiares que emiten. Esos sonidos fueron grabados en una
cinta mag netofóni ca y se r eprodu jeron a diferent es velocida -
des. A la más lenta, el lenguaje se aproximaba mucho al
habla de los hombres.
Los a nim a l es son unos ser es q u e ha n ba ja do a la Tier r a , en
una forma especial, para que puedan realizar su propio
t ra ba j o de l a m a ner a m á s conve nient e pa r a su pr opia evolu -
ción. Quien escribe estas líneas se encuentra en una posición
privilegiada por haberse asociado con dos gatos siameses que
eran fenomenalmente telepáticos y así le fue posible — al cabo
de muchos intentos — llegar a conversar con ellos de una
manera muy parecida a la que practicamos con los seres
h u m a n o s q u e s o n i nt e l i g e n t e s . A m e n u d o , n o e s na d a h a l a -
g ü eñ o a t r a p a r l o s p en sa m i en t o s y v er có m o u n g a t o si a m é s
considera a un ser humano. Si se considera a los animales co -
mo iguales nuestros, si bien de diferente forma física, nos po -
dem os comu ni ca r con ellos, discu tir con ellos. Cosa que, de
otra forma, sería imposible.

273
U n p er r o , p or ej em pl o , g u st a de la a m is t a d de l h om br e. U n
p er r o a m a el s er s er vi ci a l , po r q u e co n el lo o bt ie ne ha la g os y
ca r i ci a s. U n ga t o si a m és, en ca m bio, a m enu do despr ecia al
hombre, porque, en comparación con un siamés, el hombre es
u n ser desventa ja do. El gato siamés posee nota bles pode r es
o cu l t os y p od er e s t el ep á t ic os n ot a bl es . D e m a ne r a q u e ¿por
qu é no estar en buenos tér minos con nuest ros gatos, o
per ros, o ca ba ll os? Si queréis, si lo sent ís sincer am ente, po -
dréis, a base de práctica, conversar telepáticamente con este
animal.
Est a m os a ca ba ndo el pr esent e cu r so; per o, lo esp er o, no es
e l fi na l d e nu es t r a c om pa ñí a . E st e cu r s o es u n c u r so p r á c -
tico, mediante el cual estamos seguros de haber demostrado
cuán corrientes, cuán absolutamente simples son todos estos
l lama dos «Fenómenos Met afísicos». Tenemos ot ro cu rso, que
trata de estas materias, en el estilo más tradicional, con los
nombres sánscritos, etc. Aconsejamos a los lectores que con -
sideren las ventajas del curso en cuestión, porque ahora, que
habéis llegado hasta aquí con nosotros, seguramente podréis
llegar hasta más lejos.
No os decimos sino: hasta la vista!

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